Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Los hombres de la tripulación se encogieron sobre sí mismos cuando vieron la cabeza de su antiguo jefe ardiendo. Y no solo ardiendo, sino hablando. Hablando con una voz que no habían escuchado nunca. Era una escena bella. Una escena aterradoramente bella.
Y entonces, si antes lo intuían, ahora tuvieron la certeza: Suzaku era su nuevo jefe. Y, como tal, se le debía obediencia ciega. Los hombres se levantaron como un resorte, obedeciendo las palabras del nuevo dragón y corriendo a sus puestos.
Todos menos Kushoro.
—Suzaku… Suzaku-sama —se corrigió, por falta de costumbre—. Antes que nada… Permítame apagar esos fuegos, por favor. —Como marinero que era le ponía nervioso, muy nervioso, ver llamas a bordo. Aunque estas fuesen pequeñas, sabía del peligro y la rapidez con la que se podrían propagar.
Pero fue en ese momento cuando la cabeza de Shaneji volvió a hablar.
—No. No Suzaku.Uchiha Akame. Campeón del torneo de los Dojos. Renegado de Uzushiogakure no satou y... un adicto al omoide.Atentos a su verdadera naturaleza. No confiar en él hasta el bautizo.
Y aquellas serían sus últimas palabras, antes de no ser más que huesos calcinados.
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Sin embargo, Dragón Rojo guardaba una sorpresa más para Akame. O, más bien, uno de sus integrantes: Umikiba Kaido. Porque, cuando la cabeza de Shaneji volvió a hablar, incluso aunque en su voz se intuía aquel tono ronco y grave de antes, había también en él matices de una voz muy conocida para el Uchiha. Una voz que supo identificar al momento, y que no hizo sino destapar su verdadera identidad y prevenir, a quien más fuese que estaba escuchando —Akame dedujo que probablemente todos los Cabeza de Dragón habían recibido el mensaje—, de no fiarse del renegado. Aquello no sólo era perjudicial para el Uchiha por las implicaciones directas que tenía, pues acababa de ganarse el recelo del Tiburón, sino por que además significaba que Kaido y Shaneji habían estado mucho más cercanos de lo que el joven renegado calculara. «Un fallo estratégico, y sin embargo... ¿Qué otra opción tenía, Kaido, joder? ¿Esperar a que este malnacido me apuñalara mientras duermo? ¿Que decidiera arrancarme los brazos y echarme a vuestros primos del mar para que me devorasen? ¡Y una puta mierda!»
Sacudió la cabeza, queriendo quitarse aquellos pensamientos de la cabeza. Ya arreglaría las cosas con Kaido, a su momento. Lo que le seguía intrigando de verdad era lo último dicho por el Tiburón; «¿"no confiar en él hasta el bautizo"? ¿De qué cojones habla?» Aquella frase le había dejado sumamente inquieto.
Sin embargo, las palabras del fiel Kushoro le devolvieron a la realidad. Akame parpadeó un par de veces, absorto, antes de volverse a ver al jefe.
—Hazlo, sí —concedió—. Y luego ven a verme al camarote contiguo. Hay varias cosas que debemos tratar, y rápido.
El renegado de Uzu salió de la habitación —sin usar la puerta, claro, ya que la explosión del primer sello la había convertido en un enorme butrón en la pared— y viró con un paso rápido para entrar en el camarote de Kaido; donde tenía presa a la prostituta. Si sus cálculos eran acertados, habían pasado apenas unos diez minutos, tiempo suficiente para que ella despertara o estuviese a punto de hacerlo. «Shikari, Shikari, Shikari... Eres mi billete de lotería premiado. Mi puta carta de "quedas libre de la cárcel"...»
Y ahí estaba Hana. Shikari, para los amigos. Atada de pies y manos y tirada en el suelo. Sí, llevaba un rato despierta, y en su intento de liberarse, ella y la silla habían volcado. Cuando Suzaku entró, sin embargo, se quedó paralizada. Congelada de puro horror.
¿Qué iban a hacerle? ¿Cuál sería su destino?
Pasaron bastantes minutos hasta que Kushoro también entró en escena. Minutos en los que se escuchó al hombre, a Shenfu Kano y a un par de personas más dándose gritos y órdenes cruzadas del método más efectivo para apagar el fuego. Habían tardado un poco, pero si Kushoro estaba allí, es porque ya se habían asegurado de que no solo el fuego estaba apagado, sino que ninguna brasa reviviría. También habían revisado la bodega, por si acaso, debido al agujero que había provocado la explosión y el riesgo que había de que allí también se encendiese algo.
Y con la de alcohol que había allí dentro, eso era un jodido peligro.
—Suzaku-sama —entró, diligente, cerrando la puerta tras de sí. Todavía se le hacía extraño. Hacía tan solo unas pocas horas, aquel chico era su mano de obra. Incluso apuntaba maneras como subalterno. Ahora, era su jodido jefe. Uno que la cabeza de Shaneji había llamado Uchiha Akame.
Pero mejor se iba acostumbrando a esas nuevas y turbulentas aguas, como buen marinero que era, para no verse arrastrado al fondo del mar.
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Akame no dijo nada cuando los ojos aterrorizados de Shikari le saludaron. Era normal. En su situación, él también estaría cagado de miedo; una simple civil, sin poder alguno para obrar en contra de los designios de un ninja como él. Era casi injusto. Y sin embargo, aquella desigualdad tendría que valer por el momento, siendo lo único que había garantizado que Akame pasaba de aquella mañana; todavía no las tenía todas consigo. De hecho, lo que allí iba a hacer, y por lo que había llamado a Kushoro, era atar parte de los cabos sueltos que podían dar al traste con su viaje a Hibakari. Así que tomó una toalla del baño y empezó a limpiar la sangre del Hōzuki del filo de su espada. Cuando estuvo aceptablemente pulcra, Akame se sentó sobre la cama, frente a la puta, sin dejar de observarla con su Sharingan todavía en la mirada. Y esperó.
Cuando después de un rato entró Kushoro, Akame se puso en pie, saludándole con una ligera inclinación de cabeza, una vieja manía que parecía querer persistir. «Coño, viejo, ahora eres el jefe. No tienes que ser tan cortés con tus putos subalternos... ¿No?»
—Buen trabajo con ese fuego, Kushoro —dijo el Uchiha, tan tranquilo que parecía que no tuviera todavía la mano zurda manchada de la sangre de Shaneji—. Ahora voy a necesitar tu ayuda, y la de tus muchachos, para otra cosa.
El Uchiha señaló a Shikari, que yacía atada de pies y manos, y amordazada, sobre el suelo.
—Pasa y resulta que esta noble señorita es en realidad una espía, ahí donde la ves. Un mero peón, movido por manos más poderosas en la sombra, que buscan hacerse con lo que es nuestro —explicó—. Fue ella quien robó el barril y las botellas de la bodega, para arrojarlas al mar durante la noche y así marcar nuestro rumbo para otros... ¿Me sigues?
Akame calló durante unos instantes para que Kushoro procesase la información. No le había contado todo lo que pensaba, claro, porque todavía no estaba seguro de hasta qué punto podía fiarse de aquel tipo. Y si algo tenía claro el joven renegado, es que a él no le iban a pillar como a un puto novato. Como él había pillado a Shaneji. Así que le dio unos instantes de silencio, y luego habló. Lo hizo de forma pausada pero clara, como si estuviera explicándole el manual de instrucciones de un kunai a un niño de cuatro años.
—Esta noche, dos de tus hombres van a coger otras tantas botellas vacías y uno de los botes, y van a navegar hacia el Sur para dejar un rastro que lleve a nuestros perseguidores hacia las costas del País de la Espiral, al Norte de Yamiria —explicó—. Nosotros seguiremos nuestro rumbo. Ah, y una cosa más... Si alguien le toca un pelo a esta mujer, si alguien entra en este camarote y se atreve a mirarla siquiera... Se las verá conmigo. ¿Me he explicado con suficiente claridad?
Kushoro asintió, seguida de una leve inclinación de cabeza, cuando Suzaku le dijo que iba a necesitar su ayuda. Sus ojos, no obstante, no pudieron evitar dirigirse brevemente a Hana, que se encontraba tirada y atada de pies y manos en el suelo, y amordazada. ¿Qué estaría pasando?
No tardó en descubrirlo. Un complot, una traición. ¿Alguien les seguía? ¿Quién? No tenía ni la más menor idea. Tampoco es que a él le incumbiese demasiado. Había nacido marinero, y se había hecho contrabandista tras hartarse de vivir en la pobreza y pasar hambre. Pero eso no le convertía en un guerrero. Se podía defender ante una persona normal, sí. Pero si aquello era obra de shinobis… eso era harina de otro costal.
O, como a él le gustaba decir, para marineros de aguas dulces.
—Así se hará, Aka.. Suzaku-sama —Dioses, qué lío. No sabía ya ni cómo llamarle—. Se ha explicado usted perfectísimamente.
Kushoro no aguardó más y salió, cerrando la puerta tras de sí.Todavía recordaba la primera vez que había trabajado para Shaneji. Se había quedado esperando, por si este tenía algo más que añadir. Y vaya si tenía: se pilló tal rebote por no cumplir las órdenes inmediatamente que casi se queda sin cabeza. Una lección que no olvidaría.
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El Uchiha se quedó mirando a Kushoro hasta que éste abandonó el camarote, dejándoles entonces a él y a la prostituta en la soledad del mismo. Akame suspiró y volvió a sentarse en la cama, frente a Shikari. La observó durante unos largos momentos hasta que finalmente pareció decidirse a ponerse en pie, acercarse a ella y levantarla para poner la silla derecha con ayuda de ambos brazos. Luego le dedicó una larga mirada, de cerca, clavando sus ojos en los de Shikari. Le quitó la mordaza y finalmente retrocedió unos pasos para volver a sentarse sobre la cama.
—¿Shaneji lo sabía? —preguntó Akame, de repente—. Lo de que trabajabas para las Trillizas. ¿Quién demonios son esa gente, de todos modos?¿Otras jugadoras en el tablero?
Negó con la cabeza, sin poder evitar darse cuenta de la ironía de todo aquello.
—Te habría salido bien, ¿sabes? Si yo no llego a estar en este barco. Shaneji era demasiado impulsivo, demasiado confiado. Demasiado acostumbrado a no tener que mirar a su espalda tras pasar por cada esquina. No era como nosotros... ¿Lo entiendes, verdad? Tú y yo nos parecemos más de lo que piensas. Ambos somos parias de este mundo, rechazados y utilizados por los privilegiados y los poderosos. Invisibles a sus ojos excepto cuando quieren aprovecharse de nuestras habilidades —afirmó—. Pero yo... Yo soy como tú. Una rata. Un mendigo. Un pobre de mierda, un fantasma que no importa a nadie. Siempre alerta, siempre atento. Acostumbrado a buscar mi propia suerte... Estoy seguro de que a ti no te habría pillado como le pillé a él.
Con movimientos extremadamente lentos y pausados, recreándose en ello, disfrutando con su ritual particular, Akame sacó una cajetilla de tabaco del interior de su yukata. Luego extrajo un cigarro y se lo puso en los labios. «El último.» Lo había estado guardando para una ocasión especial... Y aquella sin duda lo era. Su plan había salido bien. Sujetó bien el filtro con los dientes y encendió la cabeza del tabaco con un fósforo que arrojó al suelo después de apagar. Aspiró hondo, fumando tres pitadas seguidas, y luego expulsó el humo. Miró a Shikari con cierta curiosidad.
Shikari creyó que le iba a salir el corazón del pecho. Estaba tan paralizada por el terror que ni siquiera temblaba. Y Suzaku mantuvo el suspense, mirándola, callando, hasta que solo era capaz de oír sus propios latidos martilleándole la cabeza. Se encogió sobre sí misma cuando se acercó a ella, casi cerrando los ojos, temerosa de que allí llegase su final.
Pero entonces la levantó y le quitó la mordaza. Tenía la boca seca y pastosa, y la voz no le salía. No supo responder a sus primeras preguntas. No pudo.
Él siguió hablando, y ella, poco a poco, fue tranquilizándose. Quizá todavía había esperanza. Quizá todavía había salvación. Sobre todo cuando reveló, al final, que…
—¿Le mataste? —preguntó, con los ojos muy abiertos.
Algo le había dicho que así había sido, claro. ¿De quién sería aquella sangre, sino? ¿De qué había surgido la explosión? Aquellos dos ya habían pretendido darse de hostias nada más encontrarse, y ahora Suzaku hablaba al resto como si fuese el puto jefe.
No había otra conclusión posible.
—No, gracias —dijo, rechazando el cigarro.
¿Qué hacer? ¿Qué estrategia adoptar? ¿Cómo sobrevivir? Ya le había contado que trabajaba para las trillizas. Que seguían un rastro. Un rastro que él se estaba encargando, en aquellos precisos instantes, de adulterar. La caballería jamás llegaría en su rescate.
Estaba jodida.
Muy jodida.
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Ah, pero Shikari estaba demasiado paralizada por el miedo como para contestar, como para ser una buena conversante. Akame lo entendió. Se imaginó que en ese mismo instante, la mujer estaría buscando a toda prisa una salida, una posibilidad de vivir. Al fin y al cabo, él mismo había estado en una situación así varias veces en su vida reciente. Y en la anterior. Conocía bien la sensación de impotencia, de desesperación, de que no hay salida y estás con el agua al cuello. Su instinto de supervivencia era el de esos que tenían que sobrevivir a toda costa, sin ayuda de nadie. Su rostro no lo mostró, pero en ese momento, sintió que entendía a Shikari.
—Shaneji era un loco sanguinario que no dudaba en utilizar su propio poder para aplastar a los demás, para aprovecharse de él, para conseguir lo que quería. Era un miserable que sólo buscaba el beneficio propio. Así que sí, Shikari. Le maté —confesó Akame, sin perder la calma—. Puedes estar tranquila. Nada te va a pasar en este barco mientras estés conmigo... A no ser que intentes liberarte y escapar. Si haces eso, estarás muerta incluso antes de ponerte en pie. ¿Lo has entendido?
La prostituta podría intuir en el rostro del joven renegado que aquello era verdad; él estaba creyendo firmemente en todo lo que decía. Akame fumó otra calada. Luego volvió a dirigirse a la mujer.
—¿Me vas a hablar sobre las Trillizas de la Tormenta, Shikari? —quiso saber, curioso—. Como habrás podido imaginarte, soy difícil de engañar, así que te aconsejo que ni lo intentes. Si me cuentas lo que quiero saber, te estaré muy agradecido.
Oh, Suzaku no tenía que justificarse ante ella por los motivos que le habían llevado a matarle. A ella le parecía la mar de estupendo. No había forjado ningún tipo de empatía hacia aquel cabronazo. De hecho, contaba con que las trillizas lo hubiesen matado al llegar.
Lo que pasaba es que Shaneji era un tipo fácil de engañar. Era bruto, sanguinario e implacable, sí. Pero al mismo tiempo inocente. Al mismo tiempo ciego. Infravaloraba a todas las personas que había a su alrededor, tratándolas como seres inferiores. Todavía recordaba la charla de mierda que le había dado sobre su visión del mundo. Sobre cómo él no era racista, sino que, simplemente, la vida era así: existían depredadores, y existían presas. Seguramente fue por esa mentalidad que ahora estaba muerto.
Aquel chico, en cambio, era otra cosa. No daba voces, no iba intimidando a toda persona con la que se cruzaba, ni hacía aspavientos. Pero se le veía inteligente. Frío y con un gran control sobre sí mismo y sus emociones. Eso era lo verdaderamente preocupante.
—En-entendido —dijo, cuando le advirtió lo que ocurriría si trataba de escapar.
Entonces preguntó por las trillizas, y ella se revolvió en la silla, incómoda. Si hablaba, y las trillizas se enteraban, podía darse por muerta. Si no lo hacía, intuía que llegaba la hora de la tortura, para finalmente matarla cuando ya hubiesen sacado todo de ella.
Shikari decidió enfrentarse al problema más inminente.
—Ellas… Son tres forajidas del País del Rayo. Son conocidas por atracar barcos mercantes, y… Son ninjas, como tú. Cuando las conocí —cuando se había follado a una, más bien, previo pago—, estaban muy interesadas en este barco. Me dijeron que lo asaltarían cuando estuviese en pleno océano, lejos de la guardia. Lo único que tenía que hacer era dejarles un rastro para que pudiesen dar con nosotros y ellas se encargarían de todo.
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Pese a que la cama era cómoda, al Uchiha estaba empezando a dolerle la espalda, así que mientras Shikari hablaba sobre aquellas arpías que querían robar Baratie —y probablemente asesinar a Shaneji, cosa que ya era físicamente imposible—, Akame tomó la otra silla del camarote y la colocó ligeramente frente a la puta, aun sin cogerle el frontal directo. No era una buena idea ponerte justo delante de alguien a quien querías convencer de que no ibas a atacar; la mejor opción era adoptar una posición menos agresiva. Y eso hizo el renegado, sentándose mientras seguía fumando y escuchando lo que Shikari le contaba.
«Tres ninjas renegadas del País del Rayo, me cago en todo. Seguro que son prófugas de Kusa, ¿o tal vez de Ame? Ese nombre... "Trillizas de la Tormenta". Tal vez sea una burla hacia su antigua Aldea.»
Cuando la prostituta terminó su breve relato, Akame asintió, complacido. Dejó que una leve sonrisa se dibujase en su rostro durante apenas un instante antes de verbalizar su agradecimiento.
—Bien, Shikari, bien. Te agradezco tu sinceridad —y luego agregó—. ¿Qué más sabes de ellas? Como ya te estarás imaginando, ahora que me has contado esto, nuestros destinos están ligados. Si ellas nos encuentran y nos matan, no creo que vayas a correr mejor suerte. Así que, cuanta más información útil me des acerca de esas tres, mejor podré protegernos. ¿Qué aspecto tienen?
Akame era consciente de que tenía un filón de información al alcance de la mano, pero también de que si aparentaba estar demasiado ansioso por conseguirla, podría dar la sensación de que quería exprimir a Shikari para quitársela de encima cuanto antes. «Y no es así, querida, no.»
Maldita la hora en la que había aceptado aquella propuesta. ¡Maldita fuese su hora! Pero había sido tan tentador… Solo tenía que camelarse a un imbécil, tirar unas cuantas botellas y barriles por la noche, que nadie se extrañaría de echar en falta por ser una panda de borrachuzos, y se bañaría en oro.
Así se lo habían vendido ellas, claro. La realidad había sido bien distinta.
Y como ellas, Suzaku también sabía vender su historia. Una historia en la que la recompensa era todavía mayor: conservar su vida. ¿Sería, al final, la realidad bien distinta? ¿También sufriría de algún revés?
Suspiró. ¿Acaso importaba? En aquellos momentos no es como si estuviese desbordada por distintas alternativas, precisamente.
—Ellas… Tienen unos veinticinco años. Algo más altas que yo, muy morenas de piel. Llevan el pelo teñido de blanco, no muy largo y rapado por los lados. Tienen una jerga algo… peculiar. Llaman al dinero money, y al coño pussy. —Sí, esas dos palabras las había oído mucho de sus bocas—. Y todo el mundo sabe que son capaces de… crear rayos con sus manos.
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Al Uchiha le entraron hasta ganas de reír cuando Shikari le contó la peculiar forma de hablar de aquellas tres hijas de una hiena. «¿"Money"? ¿"Pussy"? A mí me parece más bien un intento de parecer modernas, joder.» Sin embargo, no dijo nada. La puta estaba colaborando de lo lindo, y él se lo agradeció con una nueva inclinación de cabeza y una media sonrisa. «Quién sabe, puede que al final sí que salves la vida, Shikari.» Pese a que Akame no había dicho una palabra al respecto, podía intuir en ella que la mujer ya se había dado cuenta de las diferencias —más que evidentes— entre Shaneji y el Uchiha. Eran como agua y aceite. Y eso, eso Akame podía considerarlo una virtud.
«Morenas, pelo blanco, usuarias de Raiton», memorizó Akame. No era gran cosa, pero seguía siendo más que nada. Ahora sólo había una pregunta que el muchacho quería hacerle a aquella señora, solo una, pues era la más importante de todas. Se puso el cigarro en la boca, humeante, y se echó ligeramente hacia delante para acercar su rostro al de la puta.
Shikari se inclinó algo hacia atrás, incómoda. No porque le molestase el humo, estaba más que acostumbrada por más que nunca le hubiese gustado. Sino por esa indefensión total que tenía ante Suzaku.
—Seis. Seis mil —respondió de una. Más los mil que Shaneji le había pagado por acompañarle en aquel viaje y ser su puta. Siete mil ryo en total, en tres días. Era una oferta demasiado jugosa como para rechazarla.
O eso había pensado ella, inocente y estúpida. Cuánto se arrepentía.
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22/05/2019, 15:01 (Última modificación: 22/05/2019, 15:02 por Uchiha Akame.)
La respuesta de Shikari le arranco una única carcajada, solitaria y amarga, a Akame. ¿Seis mil ryos? «¿Seis mil ryos? ¿El doble de la recompensa de una misión de rango A en cualquier Villa Oculta?» El Uchiha ya había intuido por dónde iban los tiros, pero no fue hasta que aquella mujer le reveló cuánto le habían prometido, que se cercioró de sus sospechas. Volvió a recostarse en la silla, todavía con el cigarrillo entre los labios, mientras miraba de arriba a abajo a Shikari. «¿De verdad pensaba que...?» Akame se cruzó de brazos y tomó el cigarro entre los dedos de la mano diestra.
—Si algo parece demasiado bueno como para serlo, no lo es —dijo, al fin—. Alguien como tú debería saberlo, Shikari. Debería tener esa lección aprendida. ¿Seis mil ryos? ¿Sabes cuánto puede llegar a pagar un Daimyō a una Villa Oculta para encargar un asesinato de alto nivel? —el exjōnin levantó tres dedos—. Tres. Tres mil ryos. Y eso si el objetivo es jodidamente peligroso, o prioritario, o importante. Tres mil ryos, Shikari. Eso es lo que cobra un ninja de élite por ejecutar un asesinato imposible.
El Uchiha fumó otra pitada a su cigarrillo, dejando que el silencio fuese el único acompañante de ambos durante unos breves momentos. Esperó a que sus palabras hubieran calado en la prostituta, junto con todo lo que implicaban, y sólo entonces volvió a hablar, esta vez con un tono de voz mucho más distraído y coloquial.
—Ellas… Ellas me prometieron que pagarían —negó con la cabeza. No, no podía admitirlo. No podía admitir que estaba en aquella situación por nada. Por falsas promesas. Había caído, había fallado, pero pensar que había sido por una jodida ilusión era una puñalada que no podía soportar—. Lo prometieron… y son mujeres de palabra. Lo sé —dijo, más con el corazón que con el raciocinio.
Pero Suzaku quería sonsacarle más. Quería saber de ella, de dónde venía. Se revolvió en la silla, incómoda.
—¿Por qué no me desatas, hmm? —propuso—. Estos hilos me hacen daño. Por favor... Desatame y te contaré todo lo que quieras saber de mí.
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