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— No te preocupes, Riko-san. Y por favor, deja de llamarme por mi nombre completo, suena raro y me hace sentir más viejo todavía. Llamame Fu-san, Fu-kun o incluso Fu-chan. Pero ShinFu-san, no, por Kami-sama.
El peliblanco asintió enérgico, a partir de ese momento le llamaría como el hombre había pedido sin mayores problemas, y entonces desvió la mirada hacia su compañera de misión, y reflexionó ligeramente sus palabras, si atraían la atención de bandidos, tendrían que proteger aquello, a fin de cuentas, esa era su misión por lo que no había que pensar en más que en ayudar a Fu-san.
— Sinceramente, me preocupa más que salga la mercancía por los aires en medio de la refriega que que os venzan una panda de maleantes. O peor, les pase algo a los caballos, que con lo mayores que están dudo que se recuperen de una herida grave. O leve. Ni de una superficial diría yo.
Riko miró al cliente, entendiendo que aquello para él no era un simple trabajo y, de repente, una fuerza extra recorrió su cuerpo, tenían que cumplir con aquella misión a la perfección, no podían permitir que aquel hombre perdiera la forma que tenía de ganarse la vida.
— Tranquilo Fu-san, nosotros nos encargamos de eso, ¿verdad Koko? — Dijo el Senju sonriendo.
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La conversación seguía su rumbo, esta vez algo más calmada tras la justificación de parte del peli-blanco, pero todavía el cliente seguía bastante preocupado sobre todo el asunto de posibles encuentros con bandidos.
— Tranquilo Fu-san, nosotros nos encargamos de eso, ¿verdad Koko? —alegó Riko, a lo que Koko no pudo hacer otra cosa que sonreír levemente para luego responder.
—Claro, haremos todo lo que podamos.
Lo único que tal vez preocupaba a la kunoichi, era que algunas de sus técnicas tendían a lanzar a sus enemigos lejos, o al menos una de ellas. Otras podían ser letales o, incluso en el caso de que usase su ninjato, no dejaba de ser algo peligroso para los que le hagan frente. A no ser que sean mejores que ella, claro.
Y en el peor de los casos en que algo le pasara a los caballos, se imaginaba a ella junto con su compañero tirando del carromato, cosa que no sabía si iban a poder hacerlo especialmente por la complexión física del shinobi. «No sé si vaya a aportar mucho con ese físico suyo »
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Ahora que ya había pasado el tema de por qué había pedido una misión para proteger una mercancía tan poco valiosa, una sensación agridulce se apoderó del mercader, aunque esto pasaría desapercibido para los shinobis que ya habían olvidado por completo aquel tema. Por mucho que dijese que no llevaba mucho, ¿de donde había sacado el dinero para una misión de rango C? Y además exigiendo dos ninjas, sin duda, se salía por completo de su presupuesto. Fuera lo que fuera que escondiese, ya habían dado carpetazo al asunto.
El camino por las planicies del silencio no daba lugar a mucha conversación, no les pusieron el nombre al tuntún. La propia ausencia de ruido de los alrededores casi te obligaba a mantenerte con la boca cerrada y la mirada perdida en el horizonte, los temas de conversación no parecían tan apetecibles mientras pasaban por aquella extensa planicie llena de charcos y pequeñas motas de hierba en un paisaje más bien embarrado.
A lo tonto ya habían pasado unas cuantas horas desde que salieron de la villa, la lenta pero inexorable marcha de los caballos se volvió aún más lenta. Fu les mandó detenerse cerca de un pequeño apartadero donde se erigía un trio de paredes de madera que puede que en algún momento pasado fuesen un sitio bien equipado para el descanso de los viandantes.
— Chicos, si no os importa, paramos a comer ya.
Se bajó de un salto como si fuera el más joven de los tres y empezó a maniobrar. Desató una sola cuerda que mantenía sujeta todo lo que llevaba tapado y sacó un enorme comedero de metal que se dividía en dos partes. En una puso alfalfa y la otra la llenó de agua una vez colocado delante de los caballos.
— Perdonad que no os haya avisado con antelación, con las prisas uno no se da cuenta de la hora que es. Traeis comida, ¿no? Lo que tengo que ofrecer no es mucho pero a malas sobreviviremos hasta Los Herreros.
Sacó un saquito y del interior sacó unas bolas de arroz que estaban cuidadosamente envueltos en film transparente.
— Las hice anoche y me olvide de señalar qué relleno lleva cada una, así que es una ruleta rusa arrocina. Yo de vosotros no me sentaría en los asientos de cochero, los caballos se ponen nerviosos cuando comen.
Les dijo con una sonrisa afable mientras les ofrecía una a cada uno sentado en la parte trasera del carromato, en el sitio justo que había dejado el comedero. Ellos podrían encontrar unos taburetes bajos de dudosa resistencia para sentarse o posar su trasero en el humedo suelo.
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Los tres se pusieron rápidamente en marcha, siguiendo el ritmo que marcaban los caballos que tiraban del carro de Shin-Fu, adentrándose de lleno en las Planicies del Silencio, lugar al que los tres viajeros respetaron pues prácticamente no intercambiaron palabra durante el trayecto. Riko se vio a sí mismo frenando los impulsos de empezar a hablar en un par de ocasiones, rascándose la nuca en el proceso.
— Chicos, si no os importa, paramos a comer ya.
El mercader fue el que decidió romper aquel silencio, proponiendo parar a comer en un lugar en el que, de seguro, muchos antes que ellos habían parado a descansar después de un largo viaje.
Entonces el barbudo les ofreció de su comida en caso de que no hubieran traído ellos la suficiente pero, como buen shinobi, Riko había llevado sus propias provisiones, para bastantes días, todas selladas a lo largo de sus brazos, para que así no le impidieran la marcha ni le cansara llevarlas.
— Sí, no se preocupe Fu-san, yo traigo mi propia comida, aunque esas bolas de arroz tienen muy buena pinta. — Y acto seguido de su brazo derecho hizo aparecer un recipiente que contenía una ensalada bastante completa y de un tamaño considerable, lo suficiente como para ser una comida válida para aguantar el resto del viaje hasta que volvieran a parar y unos cubiertos.
El peliblanco se sentó entonces en el suelo, con las piernas cruzadas, como si estuviera meditando, colocando su ensalada entre las piernas, listo para comer.
— ¡Que aproveche! — Exclamó tras una sonora palmada.
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Considerando la complexión de la kunoichi, podría pasarse un buen par de días sin comer que no moriría de inanición, pero el hambre seguramente sería insoportable y con lo caprichosa que puede ser en ese aspecto seguramente terminaría por ser una molestia y tendría en todo caso que pagar por las molestias.
De cualquier forma, pasado un buen tiempo y recorrido un tramo importante del viaje, llegaron a una especie de construcción algo rotosa que parecía ser un buen lugar para que los viajeros descansaran. Y así lo propuso el cliente, quien sin esperar alguna respuesta de nadie hizo que los caballos se detuvieran para que pudieran comer y beber.
Koko se bajó del carromato con su bolso al alcance y… Para cuando Shin Fu propuso comer, Riko comenzó a hacer aparecer su propia comida de la bendita nada, probablemente por alguna técnica de Fuuinjutsu que en cierto modo despertaba la envidia de la pecosa. «Lo que daría por poder invocar comida »pensaba mientras rebuscaba en su bolso por la comida que se había traído.
—Oh, gracias pero yo también traje lo mío —le respondió con una cordial sonrisa al mayor.
No se había tomado demasiado trabajo a la hora de preparar su comida, de ahí que ella también tuviese unos onigiris aunque todos eran exactamente del mismo tipo, un bollo de arroz con un alga y rellenos con algo de queso. Simples y poco apetitosos probablemente, pero suficiente para satisfacer los antojos de una kunoichi.
—Buen provecho —dijo en un tono algo más bajo que el peli-blanco.
La rubia había decidido sentarse de modo que pudiera observar perfectamente el carromato, de esa forma podría vigilarlo mientras comía. Curiosamente, esta vez estaba comiendo como una persona civilizada, tomándose su tiempo para masticar cada porción que se llevaba a la boca.
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— Sí, no se preocupe Fu-san, yo traigo mi propia comida, aunque esas bolas de arroz tienen muy buena pinta. —
—Oh, gracias pero yo también traje lo mío —
En vista de las amables negativas de sus acompañantes, el bueno de Fu iba a llevarse la bola de arroz que estaba ofreciendo a la boca, cuando Riko se sacó un recipiente del brazo. El pobre mercader abrió los ojos como platos y se quedó con la boca abierta, perdió la fuerza en la mano y el arroz fue directo al suelo. Por un momento, ambos genins podrían jurar que le iba a explotar la cabeza.
Por suerte, en la realidad a la gente no le petaba la cabeza solo por presenciar la alucinancia del chakra.
— ¿Có... qué... pero... — estaba claro que no le iba a sentar bien esa misión al pobre barbudo. Casi no podía ni respirar de lo que acababa de presenciar.
Giró la cabeza y respiró hondo un par de veces. Miró a Riko de reojo, y efectivamente acababa de sacarse una ensalada del brazo. Volvió a encararles, aún palido.
— ¿Hay algo que no podais hacer con el xarka ese?
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Riko, de la manera más natural posible, se sacó su ensalada del brazo, aliñada y lista para comer, pero, cuando se disponía a lanzar la primera dentellada, miró de reojo a Shin-Fu, que le miraba atónito, con la cara desencajada y, si se mantenía así durante un poco más, de seguro le explotaría la cabeza.
— ¿Có... qué... pero... ¿Hay algo que no podais hacer con el xarka ese?
El Senju miró a su compañera, con una sonrisa dibujada en el rostro, no se había dado cuenta de que, para ellos, eso era algo normal, pero para cualquier persona que no estuviera familiarizada con el chakra aquello podía llegar a ser bastante raro.
— Bueno, Fu-san, el chakra es algo complicado, depende mucho de la habilidad de la persona, pero aún así hay muchas cosas que son demasiado difíciles, por no decir imposibles... Pero esto... — Dijo señalando la ensalada. — ... sin duda es súper útil, ¿a que sí? Voy cargado con lo justo y el resto lo llevo sellado en mi cuerpo, así no llevo más peso del que yo quiera o pueda llevar. — Explicó.
Luego miró la bola de arroz que se le acababa de caer al suelo al barbudo.
— Si se queda con hambre, dígamelo, tengo también unos sándwiches vegetales, si quiere.
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Mientras los shinobis comían tranquilamente, el señor cliente también conocido como Shin Fu, se sorprendió de ver que Riko sacaba comida de la nada. Como si jamás hubiese visto algo así y… A Koko le chocó un poco que se sorprendiera por eso y no por el Chidori que la había dejado jadeando momentos atrás. «Bleh »fue lo único que pensó mientras se llenaba la boca con el arroz del onigiri.
Tenía que aceptar que el Fuuinjutsu podía ser excesivamente útil, pero al ser una inútil en la materia tenía que arreglárselas de otras formas, obligadamente, claro.
De todas formas, el peli-blanco se podía encargar de dar explicaciones. Más que nada porque era él quien podía utilizar Fuuinjutsu y no la pecosa, cosa que dejaba en evidencia que había algo que no entendía en el asunto.
Su mirada por lo menos seguía fija en el carromato, en una mínima distracción algo podía pasar y... No, no podía dejar que pasara tan fácilmente.
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El hombre decidió restarle importancia a los poderes antinaturales del peliblanco porque sino le implosionaría la cabeza.
— Si se queda con hambre, dígamelo, tengo también unos sándwiches vegetales, si quiere.
— No, no te preocupes, Riko-san. Estoy acostumbrado a viajar así que mi comida es casi parte del viaje para mi. Vosotros centraos en vuestro bienestar.
Volvió a su comida y esperó que Riko hiciese lo mismo. En un rato todos habrían comido y estarían espabilados, incluidos los caballos. Shin Fu guardó el saquito y todo lo que había sacado de nuevo junto a la misteriosa mercancia, tras lo cual lo volvió a atar todo fuertemente.
— Venga, chicos, a ver si salimos de la planicie antes de que anochezca.
Se montó de nuevo en el asiento del conductor y esperó a que ambos genins estuviesen preparados antes de retomar el viaje.
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— No, no te preocupes, Riko-san. Estoy acostumbrado a viajar así que mi comida es casi parte del viaje para mi. Vosotros centraos en vuestro bienestar.
El peliblanco asintió, aceptando las palabras del hombre y centrándose entonces en su comida, que disfrutaría como uno de los mayores manjares de la vida, pues su estómago comenzaba a resentirse y a emitir algún que otro sonido en señal de que el hambre estaba empezando a hacer efecto en él.
No tardando mucho, los tres integrantes de la caravana, y los caballos, habían comido y Riko se limitó a realizar la secuencia de sellos necesaria para que el recipiente, ahora vacío, se volviera a introducir en su cuerpo a modo de sello, junto con los cubiertos.
— Venga, chicos, a ver si salimos de la planicie antes de que anochezca.
La idea estaba clara, tenían que haber cruzado aquella planicie para el anochecer, por lo que no tenían tiempo que perder y rápidamente se pusieron en marcha.
— Oiga Fu-san, ¿cómo es la vida de un comerciante? Quiero decir, tiene que estar todo el tiempo viajando de aquí para allá, casi sin parar, ¿no? — Preguntó el Senju curioso al rato de haber iniciado la marcha.
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A estas alturas la pecosa ya no tenía mucho para aportar a la conversación que sus dos compañeros de viaje estaban entablando. Por tal motivo se mantuvo en absoluto silencio sin despegar la mirada del carromato mientras terminaba su comida.
Finalmente ya estaban preparados para emprender viaje una vez más. Pero esta vez la kunoichi no se sentaría al lado de Fu ya que le resultaba contra producente, pues Riko no paraba de conversar con él y eso suponía que no estaban vigilando correctamente la carga.
—Viajaré detrás, quiero asegurarme de que no pase nada mientras estamos todos aquí adelante.
Ni siquiera se esperó a que alguno de los dos respondiera que ya se fue a la parte trasera de la carreta, tendría que caminar pero por lo menos, en el peor de los casos, podría ver perfectamente si alguien o algo se acercaba a ellos mientras los otros dos estaban ocupados charlando.
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El cliente iba mirando al frente asegurandose que iban en la dirección correcta, los caballos por su parte parecían bastante más energicos que al comenzar el viaje, así que la marcha era más acelerada. Sin embargo, seguía siendo un ritmo para mantener durante toda la tarde así que ambos shinobis podrían mantenerlo sin problema.
— Oiga Fu-san, ¿cómo es la vida de un comerciante? Quiero decir, tiene que estar todo el tiempo viajando de aquí para allá, casi sin parar, ¿no?
— Bueno, te has contestado tú sólo, jajaja. Normalmente salgo unas semanas de viaje, aprovechando para enlazar encargos y despues paso unos días con la familia. Lo peor es que nunca sabes qué puede pasar, es decir, si le pasa algo al carro o a un caballo ya tengo el viaje hecho. Pero al menos consigo sobrevivir.
Se llevó una mano a la parte de atrás del cuello para restarle importancia a la pena que daba su relato.
— ¿Y vosotros? ¿No sois muy jovenes para jugaros la vida así?
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En cuanto el peliblanco formuló la pregunta, su compañera de misión de misión decidió que lo mejor era viajar en la parte de atrás del carro, así, si pasaba algo, estaría todo mejor cubierto y podrían evitar sorpresas desagradables, por lo que Riko la dedicó una leve sonrisa y asintió, dando su visto bueno.
— Bueno, te has contestado tú sólo, jajaja. Normalmente salgo unas semanas de viaje, aprovechando para enlazar encargos y despues paso unos días con la familia. Lo peor es que nunca sabes qué puede pasar, es decir, si le pasa algo al carro o a un caballo ya tengo el viaje hecho. Pero al menos consigo sobrevivir.
El Senju escuchó cada palabra y se dio cuenta de lo dura que podía llegar a ser la vida de un comerciante, apenas pasar tiempo con la familia, todo por intentar sobrevivir.
— Entiendo...
Fue lo único que alcanzó a decir antes de que fuera el barbudo el que les preguntara a ellos.
— Bueno, podría decirse que si somos muy jóvenes, pero llevamos prácticamente toda la vida entrenando y preparándonos para estas cosas, así que no es para tanto. — Respondió el peliblnco, quitándole algo de importancia. — ¿Verdad, Koko?
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Después de aquella declaración de su parte, la rubia se fue hasta la parte trasera del carromato para seguirlo a pie. Iba a estarse tan atenta como le fuese posible, mirando de vez en cuando en distintas direcciones para asegurarse que nadie sospechoso se acercaba.
Curiosamente, las dos figuras masculinas parecían ignorar la distancia a la que se encontraba la kunoichi y seguían dirigiéndole la palabra. Pero ella no se enteró de nada, no les escucharía si no alzaban un mínimo la voz.
«Tralala »cantaba en su cabeza aunque su expresión parecía indicar que iba muy concentrada en su trabajo.
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— Bueno, podría decirse que si somos muy jóvenes, pero llevamos prácticamente toda la vida entrenando y preparándonos para estas cosas, así que no es para tanto. ¿Verdad, Koko?
El silencio fue la única respuesta por parte de su compañera que parecía haber elegido la parte del carromato en la que más alejada quedase de ellos. El hombre se acercó un poco a Riko y bajó el tono.
— Creo que se ha molestado un poco conmigo. ¿Crees que me perdonara?
Despues de la respuesta que le diese Riko, el mercader se quedaría pensativo y la conversación moriría con la preocupación del pobre hombre torturado psicologicamente por los que se supone que le debían proteger, que mala gente.
Finalmente, cuando el hambre y el cansancio estuviesen empezando a hacer mella en todos verían Los Herreros aparecer en el horizonte.
— Venga, chicos, un último esfuerzo y ya estamos por hoy.
Podía parecer que se lo decía a ellos o a los caballos, pero la verdad es que lo decía al aire así que quien se diera por aludido bien por él. No era muy tarde, pero es que no habían parado más desde esa parada al mediodia. El Sol estaba en su último tramo antes de desaparecer y, obviamente, Koko era la más afectada por el viaje.
Los caballos andaban a un ritmo que para alguna gente podía ser correr tranquilamente, por suerte eran shinobis, por desgracia, seguía siendo un ritmo demasiado bruto para mantenerlo tanto rato. Le ardían las plantas de los pies y sabía que en cuanto parase solo iría a peor.
Riko sentía el culo un poco aplanado de ir todo el viaje sentado.
En breves verían en la calle principal de Los Herreros, que la pasaban todos los viajantes que iban o venían de la peninsula. Sin embargo, el conductor del carro lo dirigiría a un establo que había justo antes de entrar en la civilización. A diferencia de lo que pudiesen esperar el par de shinobis menospreciadores y claramente clasistas que se imaginaban al hombre malviviendo en un antro, el establo era gigantesco y muy bien construido, con columnas de madera noble y todo bien pulidito.
Paró el carro en la puerta y se bajó, haciendole señales a Riko para que le imitase. Se acercó a una casa que se alzaba justo al lado del establo y antes de que llegase a la puerta ésta se abrió. De ella apareció un hombre puramente calvo que se lanzó a estrecharle la mano a su cliente.
Vestía una camiseta hawaiana de manga corta abierta por el pecho y nada debajo, mostrando una timida musculación y unos pantalones anchos y cortos. Parecía el tipico hombre despreocupado y desvergonzado.
— Hombre, Fu, aquí estás viejo amigo, cuanto tiempo.
— Hace dos días que salí de aquí hacia Uzushiogakure, no exageres. Estos son Riko-kun y Koko-chan, dos shinobis que me acompañan en mi viaje de vuelta.
Se dio la vuelta para asegurarse de señalar a cada uno de ellos conforme los presentara.
— Esperaba que nos dieses cobijo esta noche, o por lo menos a mis caballos.
— Claro, claro, no te preocupes. Como iba a dejar que una dama duerma en los antros donde sueles alojarte por ahorrar pelas, truan.
Le guiñó un ojo a Koko y se giró andando hasta el marco de la puerta.
— ¡Cariño! ¡Sirve tres platos más que Fu se ha traido a dos guardas! ¡Dimitri! ¡Ves a ponerles comida a los caballos!
Ambos le contestaron pero era imposible saber qué habían dicho desde donde estaban Riko y Koko, el hombre de nombre aún desconocido salió con unas llaves en la mano.
— Voy a abrir el establo, vosotros id entrando y sentaos en la mesa que en breves cenamos. Como si estuvierais en vuestra casa, los que cuidan del culo de Fu es como si cuidasen de mi culo.
— Te acompaño así reviso el carro.
Estaba claro que a Fu solo le preocupaban sus caballos y su mercancia, así que se fue corriendo tras el hawaiano. Dejando a los shinobis con el consejo de que entrasen a una casa totalmente desconocida y se sentasen en la mesa como si nada.
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