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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
Ante semejante burla de Akame por un compañero de profesión extranjero, Datsue frunció el ceño, como si quisiese reprenderle con la mirada.

No deberías burlarte así de los compañeros de profesión, Akame. Por muy kusajines que sean. Ahora somos Jōnin, debemos dar ejemplo —afirmó, con voz exageradamente dramática.

Lo cierto era que llevaba así unos días, desde el mismo momento en que le habían ascendido. Trataba de corregir sus defectos, de ser educado, atento y meticuloso. En definitiva, de ser todo un profesional. Claro que eso iba en contra de su naturaleza, y a veces no podía evitar sentirse más perdido que un kusareño en… «¡Shhh!».

Que por cierto —su habitual sonrisa de pícaro volvió a florecer. Había cosas que nunca cambiaban—, aprovechando que Ralexion se fue, tengo que ponerte al día sobre algo.

Se inclinó hacia él y bajó la voz. Entonces, con pelos y señales, empezó a relatarle su encuentro con Ayame. Su Hermano sabía que le tenía cierta ojeriza desde el torneo de los Dojos, pues le había contado como casi le arruina su primera vez.

Pero ahí no acabó la cosa —dijo, con un brillo en los ojos, cuando le desveló la técnica que había sellado en ella y la condición para que se activase—. No, no señor. Por casualidades del destino, me había encontrado a Daruu días atrás. Me habías dicho que él y ella eran novios, ¿no? Pues adivina que le sellé. —Sin apenas poder contener la risa, Datsue le reveló que había sellado en él un Hosenka, cuya condición para activarse era…—…, que la bese. ¿No es una plan perfecto? ¡Es la venganza soñada!

De pronto, se acordó de algo y se enderezó, carraspeando.

Todo esto antes de que me ascendiesen, claro. Hoy en día ya no haría tales… niñerías. No, no señor —mintió, más a sí mismo que a Akame, que acostumbraba a leer las verdades en sus ojos y no en sus labios—. Para nada lo haría. Y tú lo sabes muy bien, sí...
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#17
Meh, ¿se te ha metido un palo en el culo? —replicó, jocoso, Akame—. ¡Atento! Que he vivido más de una aventura con ese chico y soy el primero que avala que tiene madera.

Así era y, aunque Akame nunca había hablado a su compadre del pequeño viaje que había hecho hasta Mori no Kuni siguiendo la pista del Templo de Uróboros —tampoco de los sucesos que seguirían a la fallida expedición—, tampoco lo hizo en ese momento. No sólo porque no le apeteciese tener que escuchar las quejas —fundadas— que Datsue seguramente le regalaría por haber confiado en un kusajin antes que en él para semejante empresa; sino porque el compadre empezó a relatar sus propias andaduras sin dar espacio a más.

Pese a todo, la historia de Datsue arrancó más de una carcajada al otro Hermano del Desierto. Akame tuvo que contenerse para no romper a reír de forma demasiado ruidosa o descarada, tanto que al final tuvo que cubrirse el rostro con ambas manos para que no se viera su mueca divertida.

¡Por Amaterasu, qué grande! —alabó—. No te quites méritos, compadre, no te los quites porque te digo yo que esto es lo más divertido que he escuchado en mucho tiempo —agregó entre risas.

Luego, Akame dio una honda calada al cigarrillo que reposaba entre los dedos índice y corazón de su mano diestra y expulsó el humo con gesto de sumo relajo.

¿Y tienes alguna manera de saber si han caído en la trampa? —preguntó, malicioso—. Joder, daría uno de mis ojos por poder ver el momento a través de un agujerito en la pared...
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#18
Ojalá tuviese —deseó Datsue, cuando Akame le preguntó si tenía alguna forma de saber si habían caído en la trampa—, pero no la hay, que yo sepa. Supongo que lo sabré cuando… —una sonrisa zorruna se dibujó en su rostro—, vea sus caras al reconocerme. Ese momento va a ser impagable, tío —rio, y rio todavía más fuerte cuando se imaginó la indignación reflejada en el rostro de Ayame. Luego recordó que había sido la finalista en el torneo, y le desaparecieron las ganas de reír—. La putada es... que imagino que querrán devolvérmela. Voy a tener que andarme con ojo.

Suspiró. Era lo que tenían las venganzas: que atraían muchas más.

Y hablando de ojos y ver a través de agujeros en la pared… —Se le había olvidado por completo, pero aquella era una información que debía compartir con su Hermano—. ¿Sabes lo que hace el jodido byakugan, tío? En esa pequeña aventura que tuve con Daruu me enseñó algunas cosas. ¡El cabrón puede ver a una distancia de la polla! —exclamó, para luego volver a bajar la voz al darse cuenta que estaban en un lugar público—. En serio, no sé cómo lo hace, pero el jodido es como si llevase un catalejo. Y eso no es lo mejor. —O lo peor, según se mirase—. Lo mejor es…

Datsue se inclinó hacia él y aguardó un momento, dispuesto a soltar la bomba.

¡Que ve a través de los objetos! —exclamó entre susurros—. No sé cómo cojones lo hace exactamente, y si esa visión de la leche tiene algún tipo de límite, pero su puta madre Akame, su puta madre. Eso sí es un dojutsu.
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#19
Akame chasqueó la lengua, decepcionado, cuando su compadre le dijo que no había más forma de verificar el éxito de su venganza que las caras de los afectados cuando volvieran a cruzarse. Por un momento el jōnin se imaginó a Daruu tan enfurecido como aquella vez cerca del Valle del Fin, gritándole a Datsue toda clase de improperios, y otra carcajada le vino a la boca. La amortiguó. También supuso que Ayame no se lo tomaría a bien; todo lo que sabía de ella se limitaba al encontronazo que habían tenido en el Valle de los Dojos, pero a él le pareció más que suficiente para imaginárselo.

Meh, puede que te hayas hecho dos buenos enemigos, sí —admitió Akame mientras daba otra pitada a su tabaco—. De los amejin nunca sabes qué esperarte.

Luego, sin embargo, Datsue compartió con él una información mucho más valiosa... Aunque infinitamente menos divertida. Akame abrió los ojos, sorprendido, puesto que él mismo había intentado varias veces averiguar las capacidades del Ojo Blanco —sin éxito—. Escuchó con atención y procesó aquella información. «Hmpf, eso me cuadra bastante... Por eso el maldito pudo apuntarme con su Suiton a través de la cortina de humo», caviló el Uchiha. Daruu y él habían combatido hacía casi un año, pero Akame seguía recordándolo con claridad.

Pese a que estaba agradecido e impresionado, el último comentario del otro Hermano del Desierto le arrancó un bufido molesto.

Parece poderoso, sí —replicó el Uchiha—. De todos modos, ¿cómo demonios te has enterado de todo eso?
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#20
Ains… Akame, Akame, cuánto te queda por aprender —se quitó el polvo del pecho con un gesto de mano, de manera presuntuosa—. Persuasión, engaño y manipulación. Las tres grandes claves para triunfar como ninja. —En realidad, Datsue no había tenido más remedio que compartir parte de los secretos del sharingan para recibir a cambio aquella información tan jugosa. Pero aquello mejor se lo guardaba para sí. Ya había dicho demasiadas verdades por aquel día—. Uno tira de aquí… De allá… Se fija en esto y lo otro… ¡No es tan difícil, Akame!

Rio. Mejor cambiar de tema antes de que el cabrón le sacase la verdad.

Oye, habría que ir tirando. Quiero estar en plena forma mañana para esta misioncilla, y ya sabes que... —bajo la voz hasta convertirla en apenas un murmullo—, nuestro amigo en común no suele dejarnos dormir mucho.
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#21
Meh —el Uchiha dejó escapar un bufido indiferente y lo acompañó de un gesto bastante gráfico con su mano derecha, dando a entender que había perdido el interés en saber cómo su Hermano había sido capaz de obtener semejante información. Cuando Datsue empezaba a irse por las ramas era porque no quería contar algo, y él estaba demasiado cansado en ese momento como para intentar sonsacárselo.

Pf, ni me lo recuerdes —replicó Akame, de mala gana, cuando Datsue se refirió en clave al Ichibi—. Condenado demonio...

Con esas, el Uchiha apuró su cigarrillo y luego lo tiró al suelo de la taberna, aplastándolo con el tacón de sus botas militares. Luego se puso en pie y se echó el petate al hombro. Dejó unos cuantos billetes sobre la mesa —suficiente para pagar su cena y su jarra de cerveza— y se encaminó hacia las escaleras.

Cuando entró en la parca habitación que le correspondía compartir con Datsue, el alma se le cayó a los pies. Estaba cansado de viajar todo el día y le dolían los pies, pero cuanto tendría para descansar esa noche sería una precaria cama de sábanas sucias que, para más inri, tendría que dividirse a medias con su compadre. «Cagüen...» Resignado, el Uchiha soltó la mochila en el lado derecho de la cama, se quitó la capa y el chaleco militar, las botas y el equipamiento. Lo dejó todo junto al petate y se tumbó boca arriba en el parco lecho.

Hasta mañanba —musitó con desgana, para luego volverse hacia el lado exterior de la cama y cerrar los ojos.




Akame abrió un ojo con la primera luz del alba. Calculó que debían ser las siete y media u ocho de la mañana, teniendo en cuenta que el Sol acababa de salir y ya estaban casi en Verano. Se desperezó, desentumeciéndose los músculos y frotándose los ojos hinchados y surcados de ojeras. Aquella noche el Ichibi no le había dado tregua, y apenas había sido capaz de dormir. Su compadre tampoco lo había pasado mucho mejor.

Se levantó, se vistió con su uniforme de jōnin de Uzushiogakure y se colocó los portaobjetos y la espada en su funda bandolera. Dejó la capa de viaje dentro de su mochila, pues incluso a aquellas horas tempranas la temperatura ya era lo suficientemente cálida como para que no hicese falta semejante prenda.

Bajó sin esperar a Datsue y, para su sorpresa, se encontró con que Ralexion no estaba allí. «Tal vez siga dormido...» Sea como fuere, se sentó en una de las muchas mesas libres que había e hizo seña al tabernero.

¿Qué tiene para desayunar? —quiso saber el Uchiha.

Pan recién horneado, miel, mantequilla y salchichas —le respondió el hombre con su potente vozarrón—. Y hay cerveza fresca.

Pónganos dos raciones cargadas con esos manjares —pidió Akame amablemente—. Pero deje la cerveza, mejor un té verde para mí.

El tipo asintió y desapareció tras la puerta que daba a la cocina.
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#22
Podría decirse que, tras el castigo que Raito les había impuesto de convivir encadenados por unas semanas, tiempo atrás, ambos Uchiha ya estaban acostumbrados a dormir juntos. Pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto era que por aquel entonces no tenían sellado a un bijuu en su interior. Eso cambiaba las cosas. Específicamente, en que por aquel entonces no se despertaban cada dos por tres entre sudores fríos.

Por eso, cuando su Hermano se levantó a horas indecentes, sus ganas de ser responsable por su ascenso seguían dormidas.

En seguida voy… —farfulló, cambiando de posición en la cama.

De ser por él, se quedaría durmiendo hasta el mediodía. Pero Shukaku no estaba por la labor de dejarle. Tras despertarse por enésima vez, se incorporó, cabreado, e implantó un sello-brújula en su antebrazo. ¿A quién rastreaba? A la de siempre. Y su corazón dio un vuelco cuando…

¡Se ha movido! —exclamó, pegando tal brinco que se cayó de la cama—. Se ha… —chasqueó la lengua, dándole un manotazo a la cama—. Soy imbécil.

No, claro que no se había movido. Era él quien había cambiado de posición. Acostumbrado a activar la brújula siempre en la cama de su habitación, en la Villa, donde la aguja apuntaba siempre en la misma posición. Ahora, al desplazarse hacia el Norte, la aguja había descendido ligeramente. Pero ello no significaba que Aiko se hubiese movido, ni mucho menos.

Puta mierda. —Aquel era un asunto que le empezaba a mosquear. Demasiado. Y lo peor era que sabía que su sello de rastreo pronto desaparecería. ¿Cuánto le quedaría? ¿Dos, tres semanas? Debía averiguar lo que le había sucedido antes de que se terminase la cuenta atrás, pero, ¿cómo?—. Ahora céntrate en la maldita misión —se obligó a decir.

Se vistió con el traje oficial de la Villa: un chaleco, un pantalón azul oscuro y unas botas militares. La única modificación que le había hecho era la camiseta interior de mangas largas, que había cortado hasta quedarse sin manga alguna para combatir mejor el calor del verano. Acto seguido, bajó por las escaleras restregándose los ojos, y se acercó a la mesa donde se encontraba Akame.

¿Has dejado algo para mí? —preguntó, con ojos entrecerrados y somnolientos, mientras paseaba la mirada por el desayuno que le habían servido.
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#23
Datsue bajó las escaleras que conducían a la planta baja de la taberna un momento después de que el mesero dejara sobre la mesa junto a la que estaba sentado Akame sendos platos repletos de los manjares que le habían sido anunciados. El Uchiha saludó a su compadre con una inclinación de cabeza y empezó a comer.

La pregunta del menor de los Hermanos del Desierto se respondería por sí misma; en el plato de madera que le correspondía había varias lonchas de panceta a la plancha, un pequeño taco de mantequilla, varias rodajas de pan humeante y dos salchichas de aspecto dudoso. Un poco más allá, en el centro de la mesa, un tarro de miel.

Sabe mejor de lo que parece —le aseguró Akame, todavía masticando un bocado de una rebanada de pan que había untado con miel—. ¿Y Ralexion-san?

Ninguno de los dos muchachos había visto al de Kusagakure desde que se marchase a su habitación la noche anterior. «¿Qué cojones...?»

¡Tabernero! El muchacho que llegó ayer con nosotros, ¿ha salido ya? —quiso saber el jōnin.

El corpulento dueño hizo memoria durante un momento y luego se encogió de hombros.

Sí, un rato antes de que tú bajaras. Pagó su parte de la estancia y se fue... Llevaba el petate y no dijo nada más.

Akame miró a su compadre e imitó el encogimiento de hombros del tabernero. Luego, siguió desayunando.

Cuando terminemos, deberíamos ir hacia el castillo. Supongo que no nos costará conseguir una audiencia con el señor Iekatsu si llevamos el pergamino de misión.
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#24
Nada más ver los platos, Datsue arrugó la nariz.

Vaya desayuno más… grasiento —describió el Uchiha. Panceta, salchichas… ¡Solo faltaba tocino! Su Hermano trató de convencerle de que sabía mejor de lo que parecía. Fracasó—. ¿Ralexion? Pues ni idea —respondió, encogiéndose de hombros—. Andará durmiendo la mona, como todo kusa… —Carraspeó. Ahora era todo un jōnin. No debía decir esas cosas—. En fin, ¡a comer!

Olvidándose de la panceta, Datsue se centró en el pan con miel y mantequilla. También pidió un zumo para acompañar, y cuando terminó su desayuno, quedó satisfecho, mucho más de lo que había esperado.

Cuando terminemos, deberíamos ir hacia el castillo —comentó Akame, que seguía desayunando. Él era de comer más—. Supongo que no nos costará conseguir una audiencia con el señor Iekatsu si llevamos el pergamino de misión.

Eso espero. Y el otro, ¿habrá ido ya hacia el castillo? —preguntó, en referencia a Ralexion. Al parecer, se había ido momentos antes de que ellos dos bajasen. «Fijo que es uno de esos culos inquietos que no pueden esperar ni cinco minutos», apostó—. En fin, dale candela, her... compadre —se corrigió a tiempo. No había ni cinco días que Hanabi les había advertido no llamarse hermanos en público—. Quiero acabar esta misión rapidito. Tengo cosas que hacer

Dicho aquello, se levantó, abandonando la mesa y subiendo por las escaleras para volver a la habitación. Allí, recogió su portaobjetos, que colocó a la altura de la cintura, en la espalda, y se anudó la bandana al cuello. Tras hacer sus necesidades, bajó de nuevo por las escaleras, listo para partir.
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#25
¿Cofaf que hafer? —preguntó Akame, extrañado, mientras al mismo tiempo trataba de masticar un jugoso trozo de salchicha ahumada—. ¿Qué cofaf que fon máf importantef que una mifión? —entonces tragó—. Más concretamente, nuestra primera misión como jōnin.

Pero Datsue ya iba camino de la habitación. Akame estaba seguro de que había oído su pregunta, pero probablemente aquella era una incógnita que el Hermano del Desierto no quería responder. «¿Qué se traerá entre manos?»

Sea como fuere, los dos jōnin estuvieron listos unos minutos después. El mayor de los Uchiha esperó al otro en la puerta de la taberna, debidamente uniformado y con todo su equipo minuciosamente colocado. También llevaba el pergamino de misión sobresaliendo del portaobjetos que colgaba de su cintura.

No era difícil encontrar el castillo de Rōkoku; mientras el resto del asentamiento estaba compuesto por precarias casas de vieja piedra o madera que parecían a punto de venirse abajo, en el extremo Norte se alzaban orgullosas las murallas grises que cercaban la fortaleza del señor local. Quizá no fuese el castillo más grande que los muchachos hubiesen visto en sus vidas, pero tan de cerca, imponía: una robusta construcción de piedra, con varios pisos, que se alzaba en mitad del valle como la costilla de un dios.

Por Amaterasu... —dejó escapar Akame—. Viendo el estado del resto del pueblo, me lo esperaba más... Humilde.

Para acceder al área interior de las murallas —que estaban rodeadas por un profundo foso inundado de agua turbia y maloliente— había que cruzar un puente levadizo de madera. A aquellas horas de la mañana el paso estaba abierto, al menos físicamente, mientras que un par de guardias con lanzas custodiaban la entrada. Llevaban armaduras ligeras, y sobre éstas unos tabardos rojos y blancos; los colores del linaje de su señor, Toritaka Iekatsu.

¡Alto! ¿Quién va? —exigió uno, el más alto de los dos.

Akame examinó a ambos hombres de arriba a abajo; de constitución ancha, debían ronda la treintena y exhibían pobladas barbas en sus rostros curtidos por los años de servicio. Además de sendas lanzas, llevaban una espada en el cinto.
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#26
Por Amaterasu... —dejó escapar Akame—. Viendo el estado del resto del pueblo, me lo esperaba más... Humilde.

Datsue, que se había pasado con la boca abierta desde que había visto en todo su esplendor aquella gigantesca muralla, con el castillo alzándose en su interior, asintió.

Los impuestos, Akame, los impuestos. Seguro que los tienen fritos —comentó, no como una crítica social, ni con sentimiento reformista, sino con envidia. El mundo tenía suerte de que Uchiha Datsue no fuese un señor feudal, porque sus impuestos hubiesen podido arruinar poblaciones enteras.

»Ah, por ahí —indicó el Uchiha, señalando un puente levadizo que unía a plebe y nobleza. Separándolos, en cambio, un par de guardias de aspecto imponente. No les faltó tiempo para preguntar quiénes eran—. Uchiha Akame y Uchiha Datsue, jōnins de Uzushiogakure no Sato —respondió, señalando a su Hermano y a sí mismo—. Hemos sido solicitados por el mismísimo Iekatsu.
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#27
El guardia que había cuestionado la identidad de los dos shinobi alzó una ceja, escéptico. Akame se apresuró a sacar el pergamino de misión que les acreditaba debidamente, pero antes de que pudiera desenrollarlo para mostrárselo al soldado, éste emitió un sonoro carraspeo.

Iekatsu-sama —corrigió, con evidente rintintín—. Pasen.

Ante la atenta mirada de ambos guardias —que, aun así, relajaron sus posturas marciales— el camino quedó abierto. «Probablemente ya les avisaron de que veníamos... Esta misión debe ser muy importante para el señor Iekatsu», reflexionó Akame. Luego, sin más, cruzó el puente levadizo que daba acceso al interior de la fortaleza.

Si la parte exterior de Rōkoku ya contrastaba por su paupérrimo estado con las sólidas murallas que cercaban el castillo, el interior del propio recinto era incluso más chocante. Casas de piedra de apariencia mucho más acogedora que las de los simples plebeyos, un establo repleto de orgullosos corceles con aspecto de estar bien cuidados, soldados en reluciente armadura entrenando en el cuadrado o practicando el tiro con arco...

Una fortaleza digna de Iekatsu Toritaka. Akame no pudo evitar torcer los labios en un gesto de desagrado. «Un señor debería velar por su pueblo», se dijo.

Sea como fuere, tras cruzar el patio de armas y subir unas escaleras de madera, los shinobi se verían ante la enorme puerta de madera y doble hoja que daba acceso al salón principal del castillo. Sus bandanas y chalecos militares fueron suficientes para que nadie les pusiera problema para entrar... Aunque conseguir una audiencia apropiada con el señor sería otro cantar. Incluso a aquellas horas de la mañana, el salón principal estaba abarrotado de todo tipo de súbditos que buscaban ser escuchados por su señor. Allí había comerciantes, samuráis de porte orgulloso, artesanos con las manos encallecidas de tanto trabajar e incluso algunos plebeyos.

Sin embargo, lo que más llamaría la atención de Datsue sería —probablemente— la figura encorvada que ocupaba el lujoso asiento al final de la sala.

Debe ser él —susurró Akame a su compadre, mientras intentaba abrirse paso entre la multitud—. Toritaka Iekatsu-sama.

El señor de Rōkoku era un hombre bien entrado en años, de espalda encorvada y porte débil. Era pálido y su cabello, de color gris oscuro, había empezado a caérsele por varias partes del cráneo, dejando a la vista parchetones de piel enrojecida y escamada. Sus ojos eran apenas dos linternas negras hundidas en las cuencas de su rostro, surcado de arrugas y con tan buen color como una cebolla pocha. Cuando hablaba, su voz sonaba tremendamente ausente, casi átona.

Si no podéis probar que fue efectivamente el perro de Takeshi-san quien mató a vuestras gallinas no habrá compensación, Hyeok-san.

Uno de los dos hombres que estaban en ese momento frente a él ahogó un bufido molesto y en su lugar desarrolló una torpe reverencia.

Gracias por vuestro tiempo, Iekatsu-sama.

Luego, ambos hicieron sendas reverencias y se retiraron. Akame aprovechó la coyuntura para adelantar a un par de comerciantes que protestaron en voz alta, hasta colocarse en las primeras filas.

Entonces la vió.

Por los cuernos de Susano'o...

Allí estaba, junto al señor Iekatsu, susurrando palabras en su oído de tanto en tanto. Una mujer que debía rondar la treintena, de pelo largo y negro como la noche, ojos amielados que escudriñaban a su público con tranquilidad pero de forma exahustiva. Llevaba un kimono largo de seda que lucía carísimo, de tonos rosados y violetas que parecían realzar todavía más su ya cautivadora belleza.

Asahina Kunie.
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#28
Iekatsu-sama —corrigió, con evidente rintintín. Datsue realizó una leve inclinación de cabeza en respuesta, señal de que lo había comprendido. Estaba claro que, por mucho que se esforzase, no tenía ni la educación ni formalidad de la que gozaba su Hermano. Toda una vida tratando con pillastres de su misma calaña pasaban factura—. Pasen.

No hizo falta decir más. Los Uchiha pasaron, olvidándose de preguntar por Ralexion —Datsue lo había pensado de camino allí—, y se adentraron en las entrañas de la fortaleza. Allí, tras el anillo de piedra que separaba a ricos y pobres, todo era distinto. Casas bien cimentadas, con techos que no parecían que fuesen a caer por una simple brisa. Soldados embutidos en sus relucientes armaduras. Corceles mejor alimentados que los propios plebeyos.

En definitiva, Datsue estaba comprobando de primera mano lo que significaba saltar de la base al pico de la pirámide en una jerarquía feudal. Y, si de algo se lamentaba, era de no estar él en la cima.

Algún día… —se prometió para sí.

Minutos más tarde, los Uchiha llegaron al salón principal del castillo, abarrotado de todo tipo de súbditos. «Joder, pues sí que hay disputas en este pueblo». Concretamente, en aquel momento se estaba debatiendo si el perro de un hombre había matado o no a las gallinas de otro.

Datsue no pudo evitar sonreír para sus adentros, mientras desviaba la vista al hombre que se sentaba en un lujoso asiento al final de la sala. Luego, asintió a Akame cuando éste le dijo que debía de ser Ieakatsu. Definitivamente, tenía toda la pinta de un anciano viviendo sus últimos días. Para más inri, a su lado, todo lo opuesto a viejo, demacrado y feo, haciendo que el contraste le hiciese ver todavía peor de lo que estaba. Se trataba de una mujer que rozaba la treintena, de cabellos negros y ojos de color miel.

Por los cuernos de Susano'o...

Datsue resopló.

Pff… Ya te digo, tío. Está buenísima —tuvo que reconocer. Entonces frunció el ceño. ¿Desde cuando su Hermano soltaba piropos de forma tan descarada? Desvió la mirada hacia él, y captó la tensión en torno a sus ojos—. ¿Qué ocurre, compadre? Recuerda que no debemos mezclar el placer con el trabajo… —soltó. No iba a perder la oportunidad de que, por una vez en la vida, fuese él quién pudiese decírselo y no al revés.
[Imagen: ksQJqx9.png]

¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 1:
Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 5:
Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
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#29
La voz de su compadre Datsue sacó a Akame del súbito trance en el que se había visto envuelto al ver los ojos de su antigua maestra cruzarse con los suyos. Demasiadas preguntas le acosaban en su mente, y no tenía respuesta para ninguna de ellas. «¿Qué demonios hace aquí? ¿Nos estaba esperando? ¿Y por qué en este pequeño terreno? ¿Tendrá algo que ver con Tengu? ¿Cómo habrá conseguido...?»

¿Qué ocurre, compadre?

El Uchiha sacudió la cabeza, apartando la mirada.

Nada —respondió, lacónico—. Me he quedado traspuesto.

Pero lo cierto era que Akame no podía evitar que el nerviosismo que se estaba apoderando de él se manifestase. Sus ojos se movían, impacientes, por la estancia. Se frotaba las manos con evidente apuro, un gesto totalmente impropio de él, y sentía la necesidad de acomodarse la bandana del Remolino cada dos por tres.

Entonces un estruendo recorrió el salón principal, y una cuadrilla de soldados que vestían armadura completa y lanzas ingresó por una de las entradas laterales. Eran cuatro, cada uno dispuesto en las esquinas de un cuadrado imaginario que avanzaba en perfecta formación de sus integrantes, con una quinta figura en el medio. Cuando se plantaron frente al señor Iekatsu, los shinobi pudieron ver que el tipo que iba con ellos era alto y de complexión atlética, aunque vestía con sucios harapos y estaba visiblemente maltrecho.

Uno de los soldados que le escoltaban lo presentó como Makoto Masaru, aunque por la expresión del señor ya se intuía que conocía al susodicho. Al parecer se trataba de un prisionero muy valioso, el hijo de un noble menor que había conspirado para derrocar a los Toritaka y que había sido capturado por los hombres de Iekatsu.

Iekatsu-sama —dijo el prisionero, haciendo una reverencia que hizo tintinear las cadenas que llevaba en muñecas y tobillos—. Mi cautiverio ha sido ya suficientemente largo. Reconozco mis crímenes y mi corazón no alberga esperanza alguna de volver junto a mi familia, pero quisiera apelar a vuestra compasión y vuestro honor en esta hora aciaga... —se irguió, e incluso encadenado y maltratado, aquel tipo tenía un innato porte regio—. Concededme la oportunidad de morir espada en mano y salvaguardar el honor que me quede.

El viejo señor alzó una ceja gris y despoblada.

¿Y cómo así? —quiso saber, directo.

Makoto Masaru realizó otra reverencia.

Permitidme que me bata en honorable duelo con vuestro mejor soldado. Sé de buena fe que poderosos guerreros os sirven, por lo que no contemplo la victoria... Pero así al menos podré morir como corresponde a alguien de mi linaje, y reunirme con mis ancestros.

Toritaka Iekatsu se llevó una mano, temblorosa y débil, al mentón. Pasaron unos segundos de silencio en los que parecía que, no sólo el noble preso, sino todo el salón estaba conteniendo la respiración. Finalmente el señor alzó la mano con gesto regio y se dispuso a hablar... Pero entonces la dama de pelo negro que estaba de pie junto a él se inclinó junto a su oído. Palabras que nadie más pudo oír fueron susurradas. Iekatsu bajó la mano, frunció el ceño y luego quiso saber.

¿Se encuentran hoy aquí, entre nosotros, los shinobi de la Aldea Oculta del Remolino?
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#30
Nada —respondió, lacónico—. Me he quedado traspuesto.

¿Uchiha Akame quedarse traspuesto? Solo el mero hecho de pensarlo chocaba. No, conocía demasiado bien a su Hermano como para creer que no había nada más que eso. Pero, también porque le conocía, sabía que no serviría de nada insistir. Cuando Akame se encerraba en sí mismo, ni una lengua de plata como la suya lograba hacerle cosquillas.

Por eso, optó por dejarlo pasar.

Segundos después, se dio la vuelta al oír un estruendo a sus espaldas. Un hombre custodiado por cuatro guardias se adentró en el gran salón principal. El preso —más tarde presentado como Makoto Masaru—, parecía al borde del agotamiento. Aun así, y tras revelarse su historia y su particular petición, Datsue se preguntó si realmente estaba tan maltrecho o…

… había algo de fachada. Como ese viejo perro de pelea, inmóvil e inerte como si estuviese a punto de estirar la pata, pero que en realidad está guardando las energías que le quedan para su última batalla.

No sabía la respuesta, pero rezó para descubrirla. Ver un noble combate entre dos guerreros le alegraría los ánimos y, cuánto menos, le resultaría entretenido. No obstante, y a ojos de Datsue, Iekatsu no parecía por la labor. Aunque, de pronto…

¿Se encuentran hoy aquí, entre nosotros, los shinobi de la Aldea Oculta del Remolino?

Un escalofrío recorrió su espina dorsal, y sintió que le invadía un sudor frío. Tenia un muy mal presentimiento.

A-asi es… —dijo a media voz. Carraspeó, dando un paso al frente—. ¡Así es! ¡Uchiha Akame y Uchiha Datsue, shinobis de la noble Uzushiogakure no Sato! —hizo una rápida reverencia—. ¡Para servirle, Iekatsu-sama!
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