Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Datsue parpadeó varias veces mientras contemplaba de nuevo el pergamino, perplejo. ¿Qué tipo de prueba podía ser aquella? Fuese la que fuese, Morihei ni parecía dispuesto ni tenía los conocimientos necesarios para revelarles más.
Su Hermano fue el primero en activar el Sharingan, buscando algún rastro de chakra. No parecía haberlo. ¿Acaso era algún tipo de fūinjutsu oculto con alguna clave compleja? O, como en la mayoría de los casos, ¿se trataba de algo más sencillo? Quizá…
—Un acertijo —respondió por él, Jirō, que se había encontrado con ellos en el exterior del castillo. Había en él un deje de astucia, una mirada zorruna, que le recordaba a sí mismo. Y eso era de desconfiar—. Típico de mi padre, aunque si he de ser sincero diré que hacía mucho que no le veía con fuerzas para sacar brillo a su ingenio. Tal vez yo pueda ayudaros a resolverlo.
«Tal vez...»
—Se lo agradecemos enormemente, Jiro-sama —dijo, tras un momento de duda, con una pequeña reverencia—. Pero en vista de que el acertijo fue puesto para nosotros, creo que lo intentaremos por nuestra cuenta —dijo, con una sonrisa amable.
Datsue todavía no alcanzaba a comprender, ni siquiera a vislumbrar, la capa superficial de los entresijos que allí se cocían. Quizá las riñas familiares por hacerse con el poder una vez el señor abandonase el trono eran simples imaginaciones suyas, fruto de una mente demasiado creativa y con fuertes prejuicios a base de tanto leer historias sobre traiciones. Pero, lo que sí sabía, era que Iekatsu les quería a ellos y no a sus hijos como acompañantes y guardias en su partida. Y Datsue no iba a hacer nada por ir en contra de sus deseos.
Si algo había aprendido fracasando en el examen Chunin, es que un ninja no debe hacer ni más ni menos de lo que se le pide en una misión. Una lección que se le quedaría grabada en la retina por siempre.
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Antes de que Akame pudiera pedir más detalles sobre la oferta velada del joven noble, su compañero se adelantó asegurando que resolverían el misterio por ellos mismos. «Espero que no tengamos que arrepentirnos de esas palabras, Datsue-kun...»
Jirō, por su parte, se limitó a esbozar una sonrisa de suficiencia para intentar enmascarar la ira que le invadía; parecía evidente que no estaba acostumbrado a que le dijeran que no. Pese a todo, no insistió, y simplemente se dio media vuelta.
—Como queráis, ninjas. Si cambiáis de parecer, hacédmelo saber.
Mientras el hijo mediano de Toritaka Iekatsu se alejaba camino al interior de la fortaleza, Akame le dedicó una mirada larga a su compadre.
—Fiuu… —resopló, descargando toda la tensión que había contenido, mientras veía al noble alejarse. Esperaba no arrepentirse de aquella decisión. Una decisión por la que ya sentía la mirada de su Hermano clavada en él.
No tardó en hablar.
—¿Y bien? ¿Alguna idea?
Datsue se llevó una mano a la boca y carraspeó.
—Por los Dioses, Akame, por los Dioses. Parece que no me conozcas —soltó, soberbio—. Por supuesto que tengo una idea. Más de una, de hecho —volvió a extender el pergamino frente a sí. Le dio la vuelta. Volteó la cabeza… y miró con el rabillo del ojo a su Hermano. ¿¡Es que no se le ocurría nada a él!? Porque si tenían que esperar por Datsue iban apañados. Por mucho que le pesase, en aquellos momentos estaba más perdido que un kusareño en combate—. Ah, sí, sí. Ya veo… Creo que lo tengo Akame —dijo, con una convicción que estaba lejos de poseer.
»Esto debe de ser… —«¿Qué mierda puede ser?»—. Debe de ser… —«¿El blasón será una pista?»—. ¡Debe de ser…! —De pronto, le dio una bofetada con el dorso de la mano al pergamino. Se le acababa de ocurrir algo—. ¡Tinta invisible! ¡Eso es! —exclamó orgulloso—. Hay que ponerlo a contraluz con una vela y se nos mostrará el mapa. ¡Seguro!
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21/04/2018, 20:14 (Última modificación: 24/04/2018, 22:39 por Uchiha Akame.)
«No tiene ni idea de qué hacer...»
Akame lo supo en cuanto su compadre le salió con aquellas bravatas tan típicas suyas de cuando no sabía qué rumbo tomar en una situación determinada. Él tampoco tenía ni la más remota pista sobre cómo resolver aquel inesperado misterio, pero al menos no había tenido el valor de rechazar la ayuda de alguien que parecía ser capaz de despejarles la incógnita. Así, los dos Uchiha se vieron de repente con un mapa en blanco y sin ideas en la mollera.
Fue Datsue también el primero en lanzar su sugerencia. Akame la recogió con una expresión reflexiva; bien podía ser eso.
—Puede que tengas razón, sí —terció uno de los Hermanos—. Será cuestión entonces de conseguirnos una vela. Podríamos preguntar aquí mismo, en el castillo.
Ni corto ni perezoso, el jōnin abordó a una mujer que justo pasaba por su lado con un candelabro de bronce. Parecía una criada, a juzgar por sus ropas desteñidas y viejas, una muchachita de apenas veinte y pico años, pelo oscuro y ojos castaños.
—¿Puedo ayudarle en algo, shinobi-dono? —preguntó la criada con gesto sorprendido, al ver los chalecos y las bandanas de los muchachos.
—Lo cierto es que sí. ¿Le importaría si le cojo prestada una de esas velas? Será solo un momento.
La chica pareció dudar durante unos instantes, pero finalmente asintió.
—Bueno, si es sólo un momento...
Akame le dedicó una sonrisa y un quedo "gracias", tomó una de las velas del candelabro y la encendió con ayuda de una esfera incandescente y anaranjada que apareció tras chasquear los dedos. Ante la atónita mirada de la criada, el Uchiha llevó la canica de fuego hasta el extremo de la vela y la prendió. Luego, la Linterna Resplandeciente se esfumó.
Así pues, el jōnin acercó la vela al mapa que tenía Datsue. Lo colocó a contraluz, probó desde varios ángulos... Pero nada ocurrió.
Con gesto de desagrado, Akame se lamió las yemas de los dedos índice y pulgar de la mano diestra, aplastó la tímida llama de la vela con ellos y la devolvió a su lugar en el candelabro. Luego le dedicó una inclinación de cabeza a la criada, que todavía tenía los ojos como platos por ver un simple jutsu.
—¡No perdamos la esperanza! —exclamó Datsue, tirando del cuello de su chaleco para dejar pasar el aire. Cada vez tenía más claro que rechazar la ayuda del hijo mediano de Ieakatsu había sido una temeridad, como poco—. Tiene que ser algo más sencillo de lo que pensamos…
Sí, ¿pero el qué? Datsue se rascó la nuca, pensativo. La idea de la vela había sido un fracaso mayúsculo, y no se le ocurrían más formas de revelar una supuesta tinta invisible. ¿De qué podían tirar entonces? ¿Qué pistas tenían? Ninguna.
Ninguna salvo…
—Perdone que le robe un minuto más de su tiempo, señorita —dijo ante la boquiabierta criada. Se pegó a ella y le mostró el pergamino, señalando con un dedo lo único que podían vislumbrar: el sello con la heráldica del clan Toritaka—. ¿Reconoce usted este símbolo? ¿Ve algo extraño en él? —¿Quizá el blasón no era del todo fiel? ¿Quizá tenía algún detalle que no coincidía con el original, y esa era la pista?—. Fíjese bien, por favor. Es de vital importancia.
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Akame observó, imperturbable, cómo su compadre trataba de encontrar la respuesta al misterio del mapa en blanco. Mientras Datsue de debatía consigo mismo en voz alta, él seguía dándole vueltas a la primera teoría formulada por el Uchiha; «lo cierto es que lo de la tinta invisible no es en absoluto descabellado. Si se tratase de algún jutsu, nuestro Sharingan sería capaz de verlo... Por lo que esto tiene que involucrar un engaño más convencional. Quizás la luz de una vela no sea el estímulo indicado para revelar el mapa invisible, pero...»
La criada, todavía absorta, parpadeó varias veces antes de volver la vista hacia Datsue cuando éste llamó su atención. Luego bajó la mirada hacia el pergamino en blanco que el ninja le mostraba, y dudó unos instantes antes de responder; como si no entiendese la pregunta.
—Pues... Sí —admitió finalmente, encogiéndose de hombros—. Es la heráldica de Toritaka Iekatsu-sama, señor de Rōkoku... Está por todas partes.
La muchacha alzó la vista y una mano fina pero curtida para señalar a los muros de piedra que se alzaban tras ellos, en cuyas almenas se podían ver los estandartes de la familia Toritaka; todos con los mismos colores, idéntico diseño, y exhibiendo el blasón.
—¿Tal vez deberíamos pedir ayuda a Jirō-dono? —sugirió Akame distraídamente.
—Por todas… partes —farfulló el Uchiha, desilusionado, mientras alzaba la vista y veía, efectivamente, el blasón ondeando en cada puñetera almena. No podía ser en un único y preciso lugar, no. Un sitio que les diese otra pista para desentrañar aquel misterioso acertijo. Tenía que estar por todas partes, y, por tanto, evidenciar que su deducción había fallado nuevamente.
Chasqueó la lengua, irritado. No quería reconocerlo, pero…
—¿Tal vez deberíamos pedir ayuda a Jirō-dono?
Datsue ni le miró. Ir tras él tras rechazarle sería evidenciar no tan solo su error, sino su incapacidad para resolver la adivinanza. Aunque, por otra parte, ¿desde cuándo era él tan orgulloso?
—Habrá que ir —masculló con la boca pequeña—. Pero me preocupa que llegue a ver él también el mapa, Akame. Se supone que Iekatsu solo quiere que nosotros dos lo veamos, y recuerda lo que pasó la última vez que no seguimos a pies juntillas las directrices de una misión…
¿Habían fallado en la misión? ¿Había supuesto la muerte de un civil? ¿De un inocente? ¿De un compañero de armas? No, nada de eso. Algo mucho, mucho peor. Habían...
... suspendido el examen Chūnin. Y eso era algo que ahora, en todas y cada una de sus decisiones, no conseguía quitarse de la maldita cabeza.
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El Uchiha contuvo una risilla maliciosa; de no ser porque estaban en medio de una importante misión, no habría tenido escrúpulos de pinchar a su compañero con alguna puya... Bienintencionada, claro.
Sea como fuere, Datsue acabó sin ideas y rindiéndose a lo que parecía inevitable; que para resolver el misterio tendrían que incurrir en la ayuda de Toritaka Jirō, el hijo mediano del señor de Rōkoku. Mientras el menor de los Hermanos del Desierto expresaba sus preocupaciones respecto al mapa —ilegible por el momento—, Akame aprovechó para pedirle a la criada, que ya parecía empezar a estar algo harta de los ninjas, que llamase a Jirō-dono. La muchacha asintió y desapareció tras las puertas interiores de la fortaleza.
—Bueno, tengamos en cuenta que es su hijo mediano. Probablemente sepa de qué trata todo esto, quizá incluso haya sido idea suya. Si no, ¿por qué iba a abordarnos de ese modo? Está claro que sabía que había algo extraño con el mapa.
Una vez expresado su contrapunto, Akame se limitó a esperar. La mano derecha la tembló ligeramente y tuvo que contener las ganas de encenderse un pitillo. «Estamos trabajando», se dijo.
Pocos minutos después, Toritaka Jirō volvió a escena. Su presencia parecía tan regia y sobria como antes, con aquel kimono verde esmeralda ondeando al viento matinal y sus ojos astutos sondeando la situación.
—Datsue-san, Akame-san —saludó a ambos con una inclinación de cabeza y una sonrisa triunfal en los labios—. Tengo entendido que han cambiado de parecer respecto a mi oferta.
Akame fue el primero en contestar.
—Así es, Jirō-dono. ¿Imagino que se trata de un ofrecimiento puramente desinteresado? —aventuró el jōnin, consciente de que se equivocaba.
El hijo mediano del señor Iekatsu soltó una carcajada extremadamente neutra; ni demasiado ruidosa como para considerarse descortés, ni demasiado forzada como para parecer insultante.
—En los asuntos de la corte todo tiene un precio. Si alguna vez alguien les dice lo contrario, es que está intentando engañarles —respondió sin perder la sonrisa—. Aunque estoy seguro de que, como ninjas, ustedes están familiarizados con las artes del subterfugio...
»En efecto, lo que les pido es que... Asesinen a alguien.
Akame alzó una de sus cejas tanto que creyó que iba a salírsele de la cara.
—No es necesario que me mire así, Akame-san —repuso rápidamente Jirō—. Esta persona que debe ser eliminada es un criminal de guerra y un enemigo del clan Toritaka.
Cuando Jirō anunció su particular precio, Datsue creyó que se le iban a salir los ojos de las cuencas. ¿Ejecutar a alguien? ¿Así, sin consultarlo con la Villa? Datsue había hecho —o lo había intentado, al menos— muchos negocios de dudosa legalidad a la espalda de la Aldea. Había, incluso, saldado su deuda con el Hierro sin decir nada a nadie excepto a su Hermano. Y aquello no había estado exento de víctimas. Pero, ejecutar a alguien así de buenas a primeras, sin conocer el terreno sobre el que se estaba moviendo… era peligroso, cuanto menos.
—Imagino que esa persona tiene algo que ver con el hombre que escapó hace un rato… —intuyó. Luego, cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra, incómodo. No le gustaba por dónde estaba yendo la cosa. Un precio demasiado alto para descubrir qué demonios ocultaba aquel pergamino. ¿Y si preguntaban a otro de los hijos de Iekatsu? El menor de ellos parecía más bonachón… «Aunque no tan espabilado. Quizá no sea de gran ayuda». Y el mayor... Viendo su reacción al no ser elegido, seguramente ni quisiese intentar ayudarles—. ¿De quién se trata? —preguntó, llano y directo. No tenía nada que perder por oír el nombre.
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Toritaka Jirō dejó escapar una queda carcajada, muy disimulada, casi avergonzada, cuando Datsue aventuró sobre la identidad de aquella persona a la que el noble les estaba pidiendo eliminar. Se cruzó de brazos con pose regia y dejó que el viento levantase las faldas de su kimono esmeralda.
—Imagina bien, Datsue-san —terminó por reconocer—. Makoto Masaru. Un peligroso criminal y enemigo acérrimo de la familia Toritaka. Sus crímenes no son de relevancia ahora mismo, pero baste saber que puso en peligro un gran número de vidas humanas en tal de salvaguardar su integridad física.
Akame, al igual que Datsue, no le terminaba de ver la punta a todo aquello. Sin embargo, tenían apenas un día para prepararse y de momento estaban atascados en aquel mapa en blanco. A falta de una vía mejor para resolver el misterio, parecía que no les quedaba más remedio que hacer de sicarios para el mediano de los Toritaka.
—¿Doy por hecho que no sufriremos represalias tras completar con éxito el encargo? —inquirió el Uchiha, desconfiado.
—Les doy mi palabra, como que mi nombre es Toritaka Jirō —respondió el noble—. Digo más, la discreción será parte fundamental. No por nada he acudido a ustedes, que son ninjas, famosos por su dominio de las artes del sigilo y el engaño.
Volviéndose a su compadre, Akame preguntó; no con palabras, sino con la mirada, pues tal era la compenetración entre ambos Hermanos y tantas peripecias habían vivido juntos que aquello bastaba. Y los ojos de Akame en ese momento parecían decir: «¿qué te parece?»
Datsue devolvió la mirada a su Hermano mientras se encogía de hombros, como queriendo decir: «¿qué otra nos queda?» Además, aquel hombre había escapado, en parte, por su culpa. Un hombre normal y corriente derrotando con todas las de la ley a un jōnin hecho y derecho. Qué humillación.
Decir, no obstante, que Uchiha Datsue estaba dispuesto a embarcarse en aquella locura por limpiar su honor o simplemente la ruta de un pergamino, era, cuanto menos, una temeridad. Sí, su ascenso de rango le había motivado a ser más responsable. Más profesional. Pero había cosas que, por desgracia, nunca cambiaban.
Y es que Datsue estaba vislumbrando algo. Algo más importante que todo aquello.
—Es una petición interesante, sin duda —se rascó la barbilla, pensativo—. Antes de decidirnos, permítame preguntarle una cosa, Jirō-sama —dijo, haciendo una levísima reverencia de cabeza—. ¿Sigue siendo mi imaginación buena cuando intuyo que su generosidad nos recompensará con algo más que la solución a una adivinanza por semejante encargo? —dijo, tratando de endulzar todo lo posible lo que, a vistas estaba, era la petición de un buen pellizco por jugarse el tipo buscando a aquel criminal.
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El mayor de los Uchiha arqueó una ceja cuando su compadre dejó entrever que el trato sería mucho más jugoso para ellos si además incluyese una compensación monetaria. Estaba claro que a pesar de que la familia Toritaka era apenas una línea nobiliaria menor de Hi no Kuni, sus miembros se comportaban como señores feudales de pleno derecho; gente hecha a gobernar y no a ser gobernados, a demandar y no obtener un "no" por respuesta. Probablemente de estar Ichiro o Saburō en el lugar de Jirō, los ninjas ya habrían sido echados a patadas del castillo.
Pero no, claro. Porque el hijo mediano del señor Iekatsu había heredado su temple y su vista para los negocios.
—Sin duda es su imaginación, Datsue-san —aseveró el hombre, endureciendo su rostro con una expresión que pretendía infundir cautela a los dos shinobi—. Este es el trato que les propongo, y ya conocen las condiciones. Si no les parece bien siempre pueden pasarse el resto del día intentando resolver el misterio que les ha presentado mi padre... Aunque ahora yo imagino que sería sumamente decepcionante si mañana, al alba, se presentan ustedes con ese pergamino en blanco ante el señor de Rōkoku.
Akame chasqueó la lengua, molesto. El hijo mediano del señor Iekatsu les acababa de poner en un brete; desde luego que, probablemente, tenían otras opciones. Pero también estaba claro que un noble como Jirō no toleraría ser rechazado dos veces. Si no aceptaban el trato ahí y ahora, habrían quemado aquella carta para siempre.
«Buscar y asesinar a un traidor por un jodido mapa… ¡Menuda estafa!». Viese por donde lo viese, le parecía un trato tremendamente injusto, desproporcionado y cuya balanza estaba claramente inclinada en favor de Jirō. Pero, ¿acaso no era exactamente así cualquier negocio con los nobles? Ellos siempre tenían la sartén por el mango. Tenían el nombre, el poder social, los contactos y el dinero. Podían permitirse el lujo de ser caprichosos, abusivos e injustos, porque, sencillamente, jugaban con ventaja.
Casi podía decirse que con trampas.
¿Cuáles eran sus opciones, pues? Podían rechazar la oferta, y jugársela a ir sin mapa y con los ojos vendados. Quizá, el propio señor feudal, al percatarse de que no habían logrado superar su particular prueba, no les consideraba dignos de ser su escolta. Una misión a la basura; los Hermanos del Desierto fallando su primer encargo solos, poniendo en duda su reputación; y, lo que era más importante, mil ryōs que se dejarían de embolsar. En definitiva, estaban en un aprieto de mil narices.
Desvió la mirada hacia su Hermano y asintió, como queriendo decir: «Al diablo, ¡hagámoslo!»
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—Está bien, Jirō-dono. Encontraremos y eliminaremos a esa persona que usted quiere ver bajo tierra —dijo Akame tras obtener una mirada de confirmación por parte de su compadre—. ¿Quién es y dónde podremos encontrarla?
El hijo mediano del señor de Rōkoku cruzó los brazos tras su espalda y bajó la cabeza para disimular la sonrisa de auténtica satisfacción que se le había dibujado en la cara.
—Excelente —musitó—. Makoto Masaru ya debe estar lejos de este castillo en estos momentos... Probablemente cruzando el valle en dirección al bosque. Sin embargo —Jirō alzó el mentón, con porte regio, y levantó el dedo índice—, sé dónde se encontrará mañana.
Toritaka Jirō metió la mano en su kimono y sacó un pequeño frasquito de cristal lleno de un líquido transparente. Luego tendió la otra mano hacia los ninjas, pidiéndoles el mapa en blanco. Cuando se lo dieran, el hijo mediano desenrolló el pergamino usando sólo una mano, con gran habilidad, y destapó el frasco. Ante la anonadada mirada de Akame, el noble vertió el contenido de aquel frasquito sobre el pergamino... Pero, en lugar de empaparse y quedar inservible, el líquido corrió sobre el papel hasta caer al suelo, como si fuese impermeable.
Unos instantes después, trazos de color negro empezaron a brotar como flores por el campo, componiendo en apenas un par de minutos una hoja de ruta sumamente detallada. El resultado fue que el pergamino, antes en blanco, exhibía ahora un mapa que representaba los alrededores de Rōkoku con gran lujo de detalles; la propia aldea y el castillo, el sendero que Akame y Datsue habían recorrido para bajar hasta lo más profundo del valle, un santuario que estaba a cierta distancia hacia el Oeste, un río caudaloso por el que los ninjas habían pasado...
—Esta tinta se prepara a partir de un musgo muy peculiar que crece en la orilla de un río cercano —explicó Jirō con una sonrisa, guardándose el frasquito y devolviendo el mapa a los jōnin—. Mi familia siempre la ha usado para escribir misivas secretas y demás. La única forma de revelar el contenido de una carta escrita con esta tinta es... Con agua del propio río.
«Meh, al final Datsue-kun tenía razón...»
—Makoto Masaru huirá hasta este santuario —continuó Jirō, señalando el pequeño dibujo de un templo a un lado del camino—. Se sabe prófugo y no llegará muy lejos con nuestros hombres pisándole los talones, de modo que se refugiará aquí. Pedirá asilo y se hará monje, lo que lo dejará fuera del alcance de nuestros aceros.
»Sin embargo, ustedes son ninjas. No respetan nada, no creen en nada.
Akame asintió, ignorando el ligero toque de desprecio que parecía envolver a las últimas palabras del noble.
—Muy bien. Makoto Masaru-dono será hombre muerto mañana —replicó, un poco de mala gana—. ¿He de suponer que nuestra ruta funeraria nos llevará cerca del templo?
—Así es —respondió el hijo mediano—. Mi padre es un hombre religioso y planea hacer una parada allí de camino al mausoleo Toritaka. Dudo que tengan más de un par de horas, pero al fin y al cabo, son ustedes shinobi de alto rango... ¿No? No debería costarles mucho matar a un hombre que se cree a salvo de la muerte.
El Uchiha se cruzó de brazos y le dedicó a Jirō una mirada cargada de dureza. El hijo mediano del señor Iekatsu se limitó a sonreír otra vez y despedirse con una inclinación de cabeza.
«La hostia…» Nunca en la vida hubiese podido resolver aquel acertijo sin la ayuda de Jirō. Efectivamente, tal y como había pensado Datsue, se trataba de tinta invisible. Pero, para poder revelarla, no se le debía acercar una llama, como comúnmente se solía hacer, sino rociarla en agua. Aunque no en un agua cualquiera: tenía que ser la de un río en concreto.
Suspiró, en parte aliviado. Jirō era la única carta ganadora que hubiesen podido jugar. La cuestión era, ¿sería el precio a pagar demasiado alto?
Según el noble, encontrarían a su objetivo en medio del viaje con Iekatsu. En un templo, marcado en el mapa recién revelado. Aquello era algo bueno y malo al mismo tiempo. Bueno, porque no tendrían que desviarse de la ruta ni perder el tiempo yendo a otros sitios. Malo, porque como la cosa se torciese, podrían perjudicar su misión.
Akame, con una confianza que Datsue estaba lejos de poseer, aseguró que aquel hombre estaría muerto mañana. El Uchiha asintió junto a él, tratando de mostrar la misma seguridad. Luego, devolvió la reverencia a Jirō y le vio marchar.
—En menudo aprieto nos hemos metido, ¿eh? —dijo cuando el noble desapareció de su vista—. Imagino que no se tomaría nada bien que falláramos su encargo. —Tanto Datsue como Akame se habían granjeado algún que otro enemigo a lo largo de Oonindo. Era algo asumible, casi intrínseco a su profesión. Pero los maleantes, asesinos y hombres de negocios eran una cosa; y un noble otra muy distinta. Bajó la voz:—. Hay que hacer esto de manera profesional, Akame. Sin tonterías.
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