Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Maldita sea, y que lo digas —dijo Akame, dándole la razón a su compadre—. Aunque empiezo a pensar que todo este lío no ha sido cosa del viejo, precisamente...
Ambos ninjas caminaban por el sendero de tierra que se alejaba del castillo para internarse en en la parte humilde de Rōkoku —esto es, todo lo que no se encontrara dentro de los muros de la fortaleza Toritaka—, y el mayor de los Uchiha observaba la pobreza rampante a su alrededor. Hombres, mujeres y niños visiblemente mugrientos y necesitados. Nadie parecía preocuparse por ellos; eran como piezas invisibles en el paisaje para la gente que vivía al abrigo de los altos muros de piedra de la fortaleza.
—Piénsalo. ¿Para qué demonios nos iba a poner un acertijo así? —siguió diciendo Akame—. Coño, somos jōnin. Ya ha pagado una pasta por contratarnos, ¿qué tendría que ganar el señor Iekatsu haciéndonos pasar esta estúpida prueba? —él, sin embargo, tenía otra teoría—. Creo que todo esto ha sido idea de Jirō, su plan desde el principio. Meh, vamos a matar a un preso fugado de gran relevancia, y él ni siquiera tendrá que mancharse las manos.
Akame no podía evitar sentirse engañado. Puede que ellos fuesen los shinobi allí, los expertos en el subterfugio, pero el hijo mediano de Iekatsu acababa de darles una buena lección sobre cómo se manipula de verdad a alguien. El Uchiha negó con la cabeza.
—Ni siquiera forma parte de la misión, ni vamos a cobrar por ello. ¡Leñe, si tampoco sabemos por qué delito estaba condenado!
Sí, Datsue también empezaba a pensar que el acertijo no había salido de la mente del anciano. Había demasiadas casualidades en todo aquello. Demasiados convenientes en favor de Jirō. Debían aceptar la triste realidad: habían sido manipulados como meros peones.
—Ni siquiera forma parte de la misión, ni vamos a cobrar por ello. ¡Leñe, si tampoco sabemos por qué delito estaba condenado!
Lo de no cobrar era lo que más dolía a Uchiha Datsue. ¡Menudo tacaño! Con semejante filosofía, no era de extrañar la pobreza en la que vivían sus gentes a las afueras de la fortaleza. Y para Jirō, ellos pertenecían a la misma escala social: la más baja.
—El tipo reconoció sus crímenes, ¿no? Fuesen cuales fuesen. Eso es lo que cuenta —respondió, tratando de encontrar una excusa para su ejecución. Siempre era más agradable y fácil de digerir para uno mismo al pintarlo de aquella manera, y no enfrentándose a la cruda realidad: que eran unos jodidos sicarios. Sacudió la cabeza, queriendo sacarse aquellos pensamientos de la mente—. Oye, ¿una carrera hasta la posada?
No esperó ni a que Akame respondiese.
—¡YA! —exclamó, saliendo escopeteado calle arriba. Sabía que en distancias largas, su Hermano terminaría por superarle. Cualquier ventaja inicial que le sacase sería poca—. ¡Quién pierda invita a unas copichuelas! —gritó, riendo. Y, por un momento, se olvidó de la misión. Del hombre al que tendrían que matar. De sus problemas. De la pesada placa que llevaba anudada al brazo. Se olvidó hasta de Aiko. Se olvidó hasta de Shukaku. Por un momento, solo fue Datsue, el pequeño y divertido granuja de la Ribera del Norte.
Saboreó ese momento. Sabía que cada vez eran más escasos.
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Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
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—¿Una carrera? Bueno, me parec... —de repente, Datsue echó a correr como alma huyendo del Yomi—. ¡Espera, traidor! ¡Eso es trampa!
Akame sacudió la cabeza y echó a correr, calle abajo, tras su compadre. Y volvieron a ser niños de Academia; ¿o tal vez, muy dentro de ellos, nunca habían dejado de serlo?
—
El Sol acababa de salir por el horizonte, tras los altos montes que rodeaban el valle donde estaba ubicada Rōkoku, cuando Akame sacó de uno de los bolsillos de su chaleco militar el pergamino que les acreditaba como ninjas del Remolino en misión oficial para mostrárselo a uno de los guardias que —naginata en mano— custodiaban la entrada a la parte amurallada del asentamiento. No hizo falta. El señor Iekatsu se había asegurado de que todos bajo su dominio conociesen la identidad y el propósito de aquellos dos jóvenes; no debían ser molestados.
Cuando los jōnin pasaron bajo el arco de piedra para ingresar en la fortaleza del linaje Toritaka, Akame no pudo evitar sentir cierto vértigo. Pese a todas las aventuras que había vivido, y que podían valerle una cierta mención de veteranía, aquella era la misión más importante en la que había participado. «Dado que lo de los Hilos resultó no salir como esperábamos...»
Al encuentro les salió la dama de melena negra y ojos dorados, que vestía un precioso kimono violeta con ribetes dorados. Iba rodeada de media docena de guardias, todos enfundados en pesadas armaduras y con exquisitas katanas al cinto; lo que podía indicar que se trataba de lo mejorcito de Rōkoku.
—Buenos días, ninjas —les saludó, con aquella voz que era capaz de embelesar hasta al guerrero más curtido, y los seis soldados se cuadraron a su alrededor formando un perímetro infranqueable—. Creo que no hemos tenido el placer de presentarnos... Akechi Tome, dama de Toritaka Iekatsu-sama.
Akame trató de contener la explosión de sentimientos que surgía en su interior, pero no pudo evitar alzar una ceja y torcer los labios con desconfianza. Dentro de su cabeza, una pregunta reverberaba con la intensidad y frecuencia de un eco lejano.«¿Qué hace ella aquí?» Y el no tener respuesta le provocaba una profunda molestia, como si tuviese miedo de que, en cualquier momento, aquella mujer haría algo que daría al traste con la misión. «¿Y si ha venido a por mí? ¿Y si...?»
Negó con la cabeza. Él era ahora un ninja de Uzushiogakure no Sato, atrás quedaban sus tiempos mozos en Tengu.
—Este último viaje es muy importante para nuestro señor Iekatsu —agregó la mujer—. Espero que sea cierto lo que cuentan de ustedes, los ninjas del Remolino.
Uchiha Datsue se había obligado a madrugar aquella mañana para ir bien preparado. Una breve ducha para despejarse, un fuerte desayuno para no flaquear a medio camino del viaje, y una breve recolocación de su armamento. Tras darle vueltas aquella noche, había llegado a la conclusión de que no era la manera más eficiente de llevar las cosas. Por tanto, selló algunos objetos en un pergamino pequeño —unas bombas de aceite y el comunicador avanzado— para liberar espacio en su chaleco y portaobjetos para cosas más importantes.
También se peinó para la ocasión, con unas trenzas mohicanas en cada lateral de la cabeza además de su habitual moño, y se anudó el brazalete con la placa identificativa de jōnin en el brazo izquierdo, dejando al descubierto la Marca del Hierro de su otro hombro.
—¡Vamos allá! —había exclamado Datsue, todavía en la posada, con un humor mucho más bueno de lo normal teniendo en cuenta la hora que era.
Poco tardaron en adentrarse en las fauces de la fortaleza, donde serían recibidos por la mujer de ojos dorados y su particular guardia personal. Era curioso, aquella mujer le había gustado tanto a primera vista como le había disgustado en cuanto había abierto la boca. No era para menos: sus palabras casi habían provocado su muerte.
—El placer es mío, Akechi-dono —se obligó a responder, con una ligera reverencia de cabeza. «¿Ha dicho la dama de Iekatsu? Imagino que se refiere a una mera acompañante y no… Joder, con estos nobles nunca se sabe». Se aseguraría de preguntarle a Akame después, a ver qué opinaba—. No se preocupe —agregó, ante el nuevo comentario de Tome—, mi compañero y yo estamos más que capacitados para este encargo. El viaje se producirá sin el menor incidente —prometió. Uchiha Datsue estaba acostumbrado a realizar promesas que no podía cumplir.
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«Por Amaterasu, menos mal que Datsue-kun no parece haber notado nada raro... Si empieza a darse cuenta de que Kunie-sensei y yo nos conocemos, voy a tener que responder demasiadas preguntas, y ninguna cómoda. Debo disimular, ¡maldita sea!»
Mientras el temor de que su compadre pudiera descubrir la relación —que para Akame era cosa del pasado— que había unido tanto a maestra y alumno atosigaba al Uchiha, la ahora convertida en dama del señor de Rōkoku parecía disfrutar de lo lindo con la situación. Diríase que incluso podría haberla propiciado. A la formal presentación de Datsue respondió con una levísima inclinación de cabeza y una sonrisa; aquella mujer despedía un aura de realeza, una imagen regia digna de emperatrices que podía eclipsar sin esfuerzo a la de cualquier otra dama que los muchachos hubieran visto en su corta vida. «Hacía demasiado tiempo que no la veía... Ya no estoy acostumbrado a ese efecto que causa en todos. Es como una Meiharu con esteroides, ¡por Susano'o!»
—En... —Akame tosió para aclararse la garganta, y la llamada Tome ensanchó su maliciosa sonrisa—. Encantado de conocerla, Akechi-dono.
Tome rió.
—¡Qué formales son ustedes, los shinobi! —entonces hizo un gesto a su guardia personal, y los fornidos guerreros abandonaron su posición de descanso—. El séquito fúnebre de Iekatsu-sama se está reuniendo en el patio de armas de la fortaleza. Si quieren, pueden caminar a mi lado hasta allí.
Akame asintió con la mirada baja y se limitó a seguir a la cohorte de acero y lustrosas armas que formaban los guardias de élite de la familia Toritaka. «Ninguno de esos hombres ha sido visto escoltando de tal forma a los hijos del señor Iekatsu... Kunie-sensei debe haberse ganado su confianza hasta tal punto», meditó el joven jōnin.
Cuando llegaron al patio de armas, toda la comitiva estaba allí reunida; en el centro un lujoso carro tirado por dos caballos de gran salud y buena envergadura, fabricado con madera lustrada y con remaches de oro y plata. Dentro, asomando de tanto en tanto una mano raquítica para saludar a sus súbditos desde la ventanilla izquierda, estaba Toritaka Iekatsu; preparado para su última travesía. La dama Tome fue escoltada por los guardias hasta los linderos del carruaje, al que subió con la delicadeza de una flor de Primavera entre los aplausos y vítores de los habitantes de la fortaleza que allí se habían congregado.
—Tanta pompa y ceremonia me pone malo... —musitó Akame a su compadre, mientras esperaba a un lado de la multitud.
Pronto los guardias que habían escoltado a Tome hasta allí empezaron a despejar el camino para el séquito; el carruaje se puso en marcha tras un chasquido de riendas del conductor, y el resto de los integrantes le siguió. Mientras pasaban junto a ellos, los muchachos podrían ver de qué estaba compuesta la comitiva.
Primero avanzaban dos guardias a caballo, ataviados con buenas armaduras y espadas de fina manufactura. Luego iba el carro donde viajaban el señor Iekatsu y su dama. Finalmente, tras ellos, no menos de una docena de sacerdotes que vestían largas túnicas blancas y negras, y llevaban incensarios humeantes en las manos. En conjunto, componían un cuadro tan solemne como siniestro... Rubricado por los dos ninjas que debían caminar tras los religiosos.
«Menuda patea nos espera... Era mucho pedir que nos dejaran montar a nosotros también, supongo» se quejó Akame para sí, aun sin decir nada. Luego se limitó a mirar a su compadre Datsue y echar a andar tras el séquito fúnebre.
«¡Que no te confunda su falsa dulzura!», se obligó a pensar, cuando Tome emitió una risa capaz de embelesar hasta el furioso Susano’o. De hecho, hasta había logrado hacer balbucear a Akame. Una empresa titánica, incluso había pensado que imposible hasta aquel momento.
Tras sus palabras, los dos shinobis acompañaron a la dama hasta el carruaje, donde pudieron apreciar la mano raquítica de Iekatsu asomando por la ventanilla. Allí todo era ostentoso, brillante y limpio. Tanto que dañaba a la vista. «Y a la decencia, comparándolo con lo que hay afuera. Suerte que no tenga tal cosa».
Había vítores, aplausos y gritos de emoción entre la gente allí congregada. ¿Sería lo mismo tras la muralla? ¿Les recibirían los pueblerinos con el mismo entusiasmo? Ellos, ¿que nadaban en la miseria más absoluta? ¿Les regalarían una sonrisa llena de polvo y carcomida por la pobreza? ¿Aplaudirían con sus huesudas manos? ¿Se desgañitarían con sus secas gargantas en vítores a favor de aquel que tan poco se había preocupado por ellos?
Datsue se moría de ganas por descubrirlo.
—Tanta pompa y ceremonia me pone malo...
—¿Eh? Oh, y a mí, y a mí —mintió. En realidad, era una mentira a medias. A él también le ponía malo… siempre y cuando no fuese él el que recibiese tanta pompa y ceremonia—. Oye, por cierto —bajó la voz hasta convertirla en un mero susurro, mientras seguían al carruaje y los sacerdotes por la calle—. Cuando dijo que era la dama de Iekatsu… ¿Crees que se refería a…? —meneó disimuladamente la cadera en un gesto tan característico como inconfundible, mientras balanceaba los brazos de adelante a atrás—. O sea… Ya sabes.
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Mientras el noble séquito abandonaba la seguridad de los muros de la ciudadela de Rōkoku, Akame no podía evitar pensar en cómo les mirarían tras pasar aquel enorme arco de piedra. Por lo que había podido ver, los ciudadanos de aquel lugar eran más pobres que las ratas; apenas campesinos o artesanos menores, de rostros curtidos por el Sol y manos encallecidas. «Esto... Esto no está bien», se dijo. Y aun así no pudo evitar pensar que aquella imagen se correspondía con lo que había visto ya en tantos y tantos otros lugares. Un daimyō, un pueblo. Y un abismo insalvable, un acantilado de diferencias que los separaban desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte.
«¿Por qué siento esta congoja?»
La voz de Datsue le sacó de sus pensamientos.
—¿Eh? ¿Qué? —balbuceó, ausente. Luego pestañeó un par de veces y volvió a la realidad—. Eh, ah, sí... La dama. Pues... No sé, compadre.
Tuvo que contener una risotada ante el gesto que le hacía Datsue. A veces eran niños, después de todo.
—Para, hombre, que se van a dar cuenta —le dijo, dándole un amistoso codazo en el brazo que más cerca tenía—. No sé si al viejo le quedaran fuerzas para un poco de... Bow Chika Bow Wow. Pero esa mujer... No me gusta —terminó declarando, y apartó la mirada—. No nos fiemos de ella.
Entretanto ya habían dejado atrás los gruesos y altos muros de la fortaleza, y el camino que se abría ante ellos ahora era la sucesión de casas maltrechas, desperdigadas y los senderos de tierra embarrada de la zona plebeya. Para sorpresa de Akame, no faltaron ciudadanos que se congregaran alrededor del séquito para gritar salves a Toritaka Iekatsu, o para arrojar ramos de flores al paso de su lujoso carromato.
Si prestaban atención, los ninjas podrían oír muy de vez en cuando alguna nota discordante en aquella sinfonía, pero que era rápidamente aplacada por las alabanzas y los salves de la muchedumbre.
Así, recorrieron las calles de Rōkoku en dirección a los exteriores del asentamiento.
Datsue emitió un suspiro explosivo, apenas conteniendo la risa, al oír la metáfora empleada por su Hermano para referirse al sexo.
—Sí —dijo, quitándose una lágrima de los ojos—, yo tampoco creo que esté para esos trotes. Y no, yo tampoco me fio de ella. —Desde el momento en que le había hecho una encerrona para enfrentarse al reo, supo que aquella mujer era una manipuladora de campeonato. Aunque su Hermano… Su Hermano la había calado incluso desde antes. Recordó la tensión en torno a su boca al verla por primera vez, y el exabrupto que había soltado—. Pero tú la calaste desde el primer momento. ¿Qué viste en ella, Her… compadre? —se corrigió a tiempo.
Mientras tanto, tanto ellos como el carruaje y su séquito seguían su avance de forma inexorable. Tras cruzar el puente que separaba a ricos de pobres, a privilegiados de los que simplemente habían tenido la mala suerte de nacer al otro lado, fueron rápidamente rodeados por la muchedumbre. Para su sorpresa, la gran mayoría les gritaban salves, les hacían el pasillo e incluso lanzaban algún que otro ramo de flores.
«No sé ni por qué me sorprendo». En un mundo cuerdo ellos serían los villanos. Los opresores. Pero no vivían en un mundo cuerdo, sino en Oonindo, la vida real. Y allí, por irónico que fuese, Iekatsu y sus hombres eran los héroes. Las leyendas vivas que, en un gesto de generosidad y magnanimidad, regalaba con su presencia a aquellos pobres plebeyos.
Suspiró.
—Oye —murmuró, tapándose la boca con la mano en una medida preventiva—, según el mapa… ¿A cuánto crees que estamos de la primera parada? —El santuario en el que Makoto Masaru estaba refugiado, según el hijo mediano de Iekatsu. Por mucho que lo hubiese pensado a la noche, todavía no había encontrado una manera óptima de acabar con él. Lo ideal hubiese sido un veneno, claro. Algo que no dejase huellas ni rastro, ni les relacionase con ellos. Por desgracia, ni él ni su Hermano contaban con nada parecido. Si no se les ocurría nada mejor, no les quedaría más remedio que usar el acero. Y eso era…
… un problema.
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—¿En ella? ¿A qué te refieres? —replicó Akame, receloso—. Yo he visto lo mismo que tú, Datsue-kun. No parece una persona de la que fiarse.
Rápidamente el jōnin se calló, como si pretendiese que el silencio le serviría para cambiar de tema. «Por todos los dioses habidos y por haber, lo estoy haciendo jodidamente mal. Si pretendo que Datsue-kun no se dé cuenta de que tengo algo que ver con Kunie-sensei, esto es definitivamente penoso... ¡Maldita sea!» Su maestra le había instruído, tiempo atrás, sobre el arte del engaño y el disimulo. ¿Por qué entonces le costaba tanto ponerlo en práctica?
Sea como fuere, la comitiva prosiguió hasta salir de Rōkoku. Akame lo agradeció. La imagen que allí se habían encontrado —que, por otra parte, no era algo que no hubiesen visto en otras ciudades como Tane-Shigai, Yamiria o Tanzaku Gai— le había dejado un inexplicable mal sabor de boca. «La plebe, viviendo entre el fango, sale a vitorear a los que les esclavizan y se aprovechan de su trabajo...»
—Pues... Medio día, según parece. Deberíamos llegar a la hora del almuerzo —contestó el Uchiha a su compadre, sin siquiera consultar el mapa. Se había pasado la noche, entre otras cosas, estudiándolo... Y pensando cómo iban a hacer para eliminar a Makoto Masaru, a esas alturas probablemente ya ordenado monje, sin liarla demasiado.
—¿Alguna idea? —musitó el jōnin a su compañero, bajando considerablemente la voz—. Deberíamos hacer que... Parezca un accidente.
—Sí, que pareciese un accidente sería lo ideal —respondió Datsue, quien todavía no se había quedado satisfecho con la primera respuesta de su Hermano. Algo no terminaba de encajarle con su actitud y las excusas que brindaba. Pero conocía bien a Akame, y sabía que, cuando se lo proponía, era una muralla inexpugnable. Una muralla a la que se le veían las grietas, pero muralla al fin y al cabo. No le serviría de mucho insistir más…
… por el momento.
—Creo que lo más jodido va a ser encontrar el momento perfecto —susurró a su lado—. Encontrarnos a solas con él, esa es la clave. A partir de ahí podemos usar la táctica empleada contra el Centinela. —Aquella táctica se había mostrado, hasta el momento, a prueba de bombas—. Lo noqueamos, y lo tiramos por las escaleras o lo que tengamos a mano. Incluso podríamos colgarle y fingir que se ha suicidado —dijo, con toda la normalidad del mundo, como si estuviese planificando su cena y no un asesinato.
Miró al cielo. Se suponía que llegarían a la hora del almuerzo. Eso no les dejaba con mucho tiempo para planificar, aunque también era cierto que todavía había muchos elementos en el tablero que desconocían. ¿Cómo de grande sería el santuario? ¿Cómo de lleno? Según lo dicho por el hijo de Iekatsu, tan solo tendrían un par de horas para realizar el asesinato. Ni siquiera se quedarían allí a dormir. Eso era un tiempo muy justo. Demasiado justo para matar a alguien que, a buen seguro, estaría con la guardia alta.
—Si consigo tocarle en algún momento —murmuró, tras un rato—, creo que lo mejor sería sellarle un Kage Bunshin no Jutsu. Hago que se active cuando se quede dormido, y lo mato estando ya nosotros muy lejos de allí. Así tendrían más difícil todavía relacionar el asesinato con nosotros. Con suerte, hasta podría maquillarlo para que pareciese un accidente...
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Akame asintió con convencimiento cuando su compadre valoró la situación; el encargo de Toritaka Jirō no iba a ser tan fácil como simplemente rajarle el cuello por la espalda a un desgraciado. En la mayoría de países de Oonindo los santuarios eran lugares sagrados, reservados a la adoración y al rezo. Hi no Kuni no era la excepción. Los monjes que vivían en ellos normalmente se dedicaban exclusivamente a la meditación y la oración, además de los oficios religiosos que pudieran surgir y en los que tuviesen que asistir. «Por suerte para nosotros, es improbable que sea difícil acceder al santuario, mucho menos que haya vigilancia. Al fin y al cabo, nadie espera de estas buenas gentes que cometan un crimen dentro de sus límites...»
Tal y como había dicho el hijo mediano del señor de Rōkoku, ellos dos eran ninjas. Y quedaban exentos de casi todas las cláusulas morales que pudieran aplicarse en aquel rincón de Oonindo.
Un segundo asentimiento, esta vez acompañado de una leve sorpresa, cuando Datsue trazó un esbozo de su plan. «Esa es una idea realmente buena... Datsue-kun es muy astuto», valoró Akame; una sonrisa se dibujó en sus labios. «¿Así que el Fuuinjutsu puede lograr semejante cosa? Voy a tener que replantearme seriamente el estudio de esta materia...»
—Esa me parece una estrategia cojonuda, para qué te voy a mentir —admitió el Uchiha, encogiéndose de hombros y exhibiendo la misma naturalidad de su compadre para hablar de un asesinato premeditado—. Y, teniendo en cuenta que no nos quedaremos a dormir... Transformaríamos ese inconveniente en una ventaja. Me gusta, compadre.
—
Tal y como estaba previsto, la comitiva llegó al santuario varias horas después, justo a tiempo para el almuerzo. El Sol de Primavera —casi Verano— calentaba la tierra del Fuego con implacable eficacia, y hacía tanto calor que el séquito había tenido que detenerse junto a cada arrollo del camino para que bestias y personas saciaran la agobiante sed que les acosó durante el primer tramo del viaje. Akame incluso se había visto tentado, en varias ocasiones, a quitarse el grueso chaleco militar; que daba un calor de mil demonios. Pero, apelando a sus principios de profesionalidad y disciplina, había sido capaz de sobrellevarlo echándose agua por la cabeza a cada ocasión que se le presentó.
Durante aquella primera mañana de viaje no se sucedieron hechos notables. El séquito avanzó a buen paso, dejando la estela de los incensarios por los bosques de Hi no Kuni, hasta llegar a la primera parada; el santuario del que les había hablado Jirō.
—Vaya, es más austero de lo que me esperaba —comentó Akame cuando se acercaron al lugar.
El templo se encontraba construído a un lado del sendero, en el centro de un claro rodeado de frondosos árboles cuya sombra era de agradecer. Seguía el estilo arquitectónico típico de tantos santuarios en Oonindo; madera y tejas, sin valla alguna que le rodease y con un humilde pero bien cuidado huerto en la parte trasera. Desde fuera se podía apreciar que su tamaño era notable, al menos suficiente para que viviesen allí una docena de monjes. «Y, si nuestra información es correcta, deben haber recibido un nuevo visitante...»
Al llegar a los linderos del santuario, el séquito se detuvo. La entrada principal del mismo estaba flanqueada por sendas estatuas de Amaterasu y Tsukiyomi, y unas escaleras de madera ascendían hasta la puerta corredera principal. Un gran arco torii marcaba el inicio del sendero, que se desviaba del camino principal, hacia el templo.
Un hombre de edad avanzada, vestido con un kimono negro y con la cabeza rapada salió a recibirles. «Debe ser el maestro o líder de este lugar...»
—¡Bienvenidos! ¿He de suponer que este es el séquito funebre de Toritaka Iekatsu, señor de Rōkoku? —se dirigió a la comitiva, alzando ambos brazos.
La caravana se detuvo junto al sendero, y del lujoso carro bajaron tanto el señor como su dama. Tome, tan deslumbrante como hacía unas horas, parecía no haber sufrido en absoluto el calor durante la travesía; sus ojos dorados y astutos escudriñaron la zona y al responsable del santuario, mas no dijo nada. Iekatsu, a su lado, parecía más marchito que esa misma mañana, como si la vida se le fuera escapando por momentos.
El señor se acercó a la entrada del santuario agarrado del brazo de Tome y acompañado de su guardia personal.
—Así es, honorable religioso —respondió, con un hilo de voz, y su cabeza se inclinó en una reverencia que fue correspondida por el monje—. Marcho en peregrinación fúnebre para reunirme con mis antepasados en el mausoleo de nuestros ancestros, y he tenido a bien hacer un alto en el camino al pasar por este lugar sagrado.
Parecía que Iekatsu quisiera seguir hablando, pero el aliento se le escapó de la garganta y en lugar de ello, se limitó a toser varias veces. La dama Tome recogió el testigo.
—¿Y qué es un viaje religioso digno de un gran señor como Toritaka Iektasu-sama, si no presenta sus respetos ante los dioses que moran en este santuario?
El monje asintió con tranquilidad.
—Sea así, pues, la oración y devoción a nuestras divinidades tiene cabida en los corazones de todos. Podéis quedar aquí tanto como gustéis, pero advertid que somos religiosos. Nuestra despensa no está llena y es austera, y no tenemos presente alguno que ofrecer al señor Toritaka Iekatsu más que nuestra bendición.
—Con... —el viejo volvió a toser, tratando de erguirse—. Con vuestra bendición será suficiente, buen hombre.
Así pues, Iekatsu y su dama subieron las escaleras del templo para internarse en el mismo, mientras sus guardias personales daban instrucciones al séquito para que todos descansaran y dispusieran de la comida que llevaban en las pesadas alforjas de sus caballos.
Akame se acercó y tomó un par de raciones de bolas de arroz y pescado, y dos odres de agua. Luego volvió junto a su compadre. Buscar una de las muchas sombras proporcionadas por los árboles del claro y comer era imperativo, pero también tenían otros asuntos que tratar en el lugar...
Las líneas marrones de abajo representan el camino principal y el pequeño sendero que se desvía hacia el templo.
La estructura en negro es el propio templo, con la entrada principal marcada.
Alrededor está el bosque, representado por los garabatos verdes.
Las figuras de la parte trasera del templo representan el huerto, que está vallado (aunque la verja tiene apenas 1 metro de altura y es más para cuidar que los animales salvajes no destrocen el cultivo que para otra cosa).
Durante el viaje, cuando vio a Akame echarse agua a la cabeza por enésima vez, no pudo evitar comentar:
—Te dije que era mejor modificar el traje oficial y recortarle las mangas, ¿o no te lo dije? —No es que fuese una solución perfecta para tanto calor. Él también lo estaba padeciendo, con el chaleco encima, pero sentir la brisa en la piel de sus brazos desnudos era un alivio refrescante—. Ahora sufre, por cuadriculado —se mofó con guasa.
El resto del trayecto, más allá del abrasivo sol, pasó sin pena ni gloria, hasta que al fin llegaron al famoso santuario. Famoso, que no suntuoso ni grande. A decir verdad, a simple vista no parecía merecer la parada de todo un noble como Iekatsu. Pero las apariencias, como ambos Uchiha habían aprendido desde hacía tiempo, no eran de fiar.
—Hmm… —murmuró Datsue, cuando vio a Iekatsu y a Tome entrar junto al monje. Ahora que ya era demasiado tarde, cayó en la cuenta que hubiese estado bien pedirle al señor Iekatsu que le dejasen acompañar al santuario. O quizá era mejor así, para tener más libertad para husmear por dentro—. Oye, Akame, ¿qué te parece sí…? —Datsue se detuvo cuando se dio cuenta que estaba hablando solo, como los locos.
«¡El muy bastardo!». En cuanto la olió, el muy cabrón se había ido directo a por la comida. Como si hubiesen estado esperando justo a aquel momento, sus tripas se hicieron oír, pidiendo algo de compasión. Por suerte, su Hermano no era tan maleducado y egoísta como lo hubiese sido él, trayendo consigo dos raciones y dos odres de agua. Asumió que la mitad era para él, y se las arrebató de las manos.
—Venga, comamos rápido —le apresuró, dirigiéndose a un árbol alejado, como si quisiese guardar algo de intimidad respecto al resto de los soldados. Nada que ver con la realidad. Su motivo principal era quedar fuera de su rango de visión, para que así no notasen su ausencia cuando se internasen en el santuario—. Hmm… Me da que aquí se está bien —aseguró, tras rodear parte del claro y llegar hasta un árbol situado en frente del lateral del edificio. Una posición en la que podían distinguir la verja que separaba el prado del huerto—. Esh… ta… ba… —farfullaba Datsue, ya con una bola de arroz en la boca—, yo… pen… san… do —tragó, y de lo poco que había masticado se atragantó. Con los ojos llorosos, tuvo que darse un par de palmadas en el pecho hasta que consiguió tragar por completo—. Estaba yo pensando —continuó al fin, deteniéndose un momento para beber del odre del agua—. Que así como nosotros vamos a por Masaru, quizá él también vaya a por Iekatsu en cuanto lo vea. Ya sabes, para saldar viejas deudas, sean las que sean. —Y, ahora que lo pensaba, dejar solo a Iekatsu no había sido la mejor de sus ideas. «Bueno, tiene a Tome consigo… aunque eso en una pelea es como tener nada, por mucha labia que tenga».
Otra bolita de arroz a la boca, que esta vez trató de engullir con más cuidado.
—Venga, va, va —le apresuró—. Vemos si hay una puerta trasera por la que infiltrarse o… —dudó—. ¿O nos hacemos los devotos y pedimos que nos dejen pasar por la puerta delantera? —Tenían demasiada pinta de ninjas, pero uno nunca sabía.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Pese a que el calor solía quitarle el hambre, aquel mediodía de Primavera se sentía con el apetito de un voraz lobo. Devoró sin miramientos su ración y bebió del odre de agua fresca hasta que ésta cayó por las comisuras de sus labios; incluso a un tipo tan recto como a Akame le gustaba darse un provechito de vez en cuando. No respetar algo tan básico como las normas de etiqueta en la comida le resultaba tan gratificante como cualquier otra cosa.
Mientras él se saciaba sin mostrar el menor respeto por su compadre —tampoco es que Datsue se fuese a ofender por ello, y Akame lo sabía—, éste le fue comentando sus impresiones sobre el peculiar encargo que les atañía en el santuario. El Uchiha escuchó con atención, y tuvo que admitir para sí que su compadre tenía razón; tal vez dejar solo a Iekatsu no hubiese sido la mejor forma de hacerlo. «Aunque, seriamente, dudo que Masaru se vaya a arriesgar a intentar nada. Este viejo ya está prácticamente muerto... Son sus hijos quienes deben preocuparle», pensó el jōnin.
Así pues, se puso en pie junto a Datsue y valoró la situación con su calma habitual.
—¿Qué haría falta para que pudieras sellarle una técnica al objetivo? —quiso saber Akame—. ¿Bastaría con un ligero roce?
Escudriñó la entrada del templo con sus ojos azabaches, deteniéndose en las esculturas de Amaterasu y Tsukiyomi.
—Creo que si jugamos la carta de los ninjas religiosos, podríamos tener una oportunidad de acercarnos a él. Aunque claro, nada más nos vea, le van a saltar todas las alarmas.
—Hombre, tanto como rozarle… Pero con que le toque es suficiente. Un simple apretón de manos, una palmada en el hombro, un… —Espera, ¿qué narices estaba diciendo?—. Aunque antes he de realizar el sello del Kage Bunshin no Jutsu.
¿Cómo se le había podido olvidar semejante cosa? Estaba hablando como si con el Tensha Fūin bastase con tocar a alguien y no realizar los sellos de la técnica que se quería sellar previamente. Quizá en sus sueños pudiese hacerse de forma tan sencilla. Pero allí, en Oonindo, en la vida real, no.
«Pero entonces, ¿por qué cuando…?» Frunció el ceño, tratando de rescatar un recuerdo perdido en la penumbra. Sabía que era algo importante, algo que no encajaba en el puzle.
Resopló. No había cosa que le diese más rabia que tener algo en la punta de la lengua y no acordarse.
—El Kage Bunshin solo tiene un sello, es factible… aunque tendrás que entretenerle por un instante. ¿Quizá con el Saimigan, repitiendo la estrategia que utilizamos contra el Centinela? —propuso. Era la misma táctica pero cambiando de papeles—. Cuando le dé tiempo a asustarse, ya habrá sido demasiado tarde para él.
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Akame chasqueó la lengua; por supuesto que no iba a ser tan fácil. ¿O sí? «Un apretón de manos... Sólo necesitamos un apretón de manos...» Pensativo, trató de idear la mejor estrategia de acercamiento. Datsue aseguraba que sólo tenía que hacer un sello —el del Kage Bunshin— y luego tocar a Masaru para poder sellar el destino de éste... Cosa que Akame encontró realmente interesante. «¿Así que necesitas hacer los sellos de la técnica que vas a imbuir en el Fuuin?» El Uchiha sonrió para sus adentros.
Sea como fuere, el menor de los Hermanos del Desierto sugirió que repitiesen la jugada que tan fácilmente les había permitido someter a un poderoso enemigo en el pasado. Akame negó con la cabeza.
—¿Y si no conseguimos quedarnos a solas con él? Imagínate que activo mi Sharingan ahí dentro, rodeado de algunas de las personas más supersticiosas de Oonindo... Nada bueno podría salir de ahí —argumentó, decidido. Mas levantó el índice derecho y continuó hablando—. Sin embargo, si conseguimos aislarlo...
El Uchiha cayó entonces en la cuenta de algo.
—Tienen un huerto. Debe ser la hora de comer... Ahora estarán todos juntos, pero quizás más tarde cada uno vuelva a sus tareas. Podríamos intentar atraer al objetivo al huerto cuando no haya nadie allí. ¿Tal vez, usando el Henge no Jutsu para transformarnos en uno de los otros monjes?
»Le llevas a la parte de atrás del santuario, una vez allí yo le pillo con el Saimingan y luego le sellas el Kage Bunshin.