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— ¿Y como es? O sea, si hay testimonios sobre él y no lo habéis encontrado, supongo que ocultará su rostro o algo por el estilo.
León hizo una mueca de "oooooooooooobvio".
— Una mascara de Tengu completamente pintada de negro. Además de un kimono y un hakama también negro. Siempre lleva una katana consigo, de vaina negra, claro, pero nunca la ha desenvainado ni usado. Aunque una vez golpeó a uno con la vaina. Todo esto lo sabemos por los que ataca, que son los que pueden verle de cerca. Tiene una larga cabellera negra y... Y creo que ya está. Oh, lleva una especie de guanteletes reforzados, con ellos es con lo que da palizas.
Se quedó un segundo pensando si había algo más de su aspecto que tuviese que discutir.
— Bueno, el mundillo de los combates clandestinos es practicamente nocturno y si un luchador de los suyos desapareciese cada noche se darían cuenta, así que descartamos eso.
La puerta se abrió de nuevo y Guinea apareció con la lista en la mano. Era un simple trozo de papel con los nombres de los testigos.
— La jefa ha dicho que información la que quieras pero que no puede destinar recursos a esta investigación. Y que el Vigilante ha cavado su propia tumba.
Le dedicó una mirada a León y éste volvió a su puesto sin decir nada pero claramente molesto con su superior.
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Ahora podía comprender por qué Guinea se veía tan reacia a hablar sobre el Vigilante Nocturno con Leon de cuerpo presente. A la mínima que Ren le había tendido un poco la mano, este no dudo en tirarla del brazo y empezar a hablar por los codos todo lo que podía sobre aquel misterioso justiciero.
— Vaya, si que sabes bastante sobre él. ¿Seguro que no eres tú? — añadió con una pequeña risa, que se quedó en una sonrisa simple cuando la otra guardia volvió.
— La jefa ha dicho que información la que quieras, pero que no puede destinar recursos a esta investigación. Y que el Vigilante ha cavado su propia tumba.
— Vaya, muchas gracias. Estaba pensando en si, tal vez preguntar a alguno de los que ha llevado entre rejas. A lo mejor también entre ellos se ha corrido bastante el rumor — respondió tomando el papel y ojeándolo ligeramente, esperando que tuviera direcciones sobre aquellos nombres. — Pero tal vez sepan lo mismo que se sabe en las calles del boca a boca.
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— Vaya, muchas gracias. Estaba pensando en si, tal vez preguntar a alguno de los que ha llevado entre rejas. A lo mejor también entre ellos se ha corrido bastante el rumor Pero tal vez sepan lo mismo que se sabe en las calles del boca a boca.
Guinea hizo un gesto dificil de identificar. Algo entre reticente y dudoso. No creía que fuese buena idea porque no le apetecía pasar por ese papeleo y porque no iba a sacarles demasiado. Era una cria con una bandana y esos hombres rudos mafiosos, si conseguía intimidarlos no sería de una forma que pudiesen justificar después.
— Creo que es más importante quien no está en prisión ahora mismo que quien sí lo está. Algunos de los criminales pudimos encerrarlos porque teníamos evidencias de sobra, pero el último que encontramos apalizado era un alto cargo de la mafia, no pudimos encerrarlo. Así que quedó en libertad como un hombre técnicamente inocente. Tienes su nombre en la lista, es el último.
La lista solo contenía nombres, no había ninguna dirección en ningún lado. Constaba de un total de diez nombres y el último era Hidoki Hido, el Tigre Azul. No era el único cuyo nombre acompañaba un titulo, entre los primeros estaba Watanabe Kiara, la Flor Roja. El resto de nombres no tenían tanta pompa. Desde luego, una cosa estaba clara desde el principio, si quería algo de información iba a tener que ir ella misma a buscarla.
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Ahora le quedaba claro que quien había pedido la misión seguramente fuera alguien de aquel lugar. El papel venía con información tan excasa como lo hizo el papiro que la mandó allí, y tras agradecerles y despedirles con un simple saludo, suspiró cuando se quedó fuera de su rango de visión mientras miraba al cielo con la mirada perdida.
Guinea se quejaba mucho de Leon, pero luego tampoco parecía ser más útil que él, de hecho al menos había conseguido la descripción de aquel sujeto, que en comparación la lista sin direcciones no sabía si era más o menos información. Y hablando de esta, volvió a echarle un vistazo.
Solo dos de ellos tenían un nombre ostentoso o título que sobresalía y destacaba del resto, por lo que tal vez debería dejarlos para los últimos después de haber revisado el resto de la lista. Menudo engorro, encima tendría que volver a buscar por las calles donde se encontraba esa gente. Porque claro, lo sencillo hubiera sido que esos guardias hubieran hecho su puto trabajo en condiciones, ¿pero qué más podía pedir de esa gente? Si al fin y al cabo estaban prácticamente custodiando una casa prácticamente vacía. Todavía quedaba la posibilidad de que hubiera información valiosa en el interior de los muros, pero eso no quitaba el hecho de que parecían tener todo el tiempo del mundo y lo utilizaban para hacer nada.
Ren vagaría entonces por las calles, en búsqueda de locales, principalmente de restauración, pues era donde más se solían mover los rumores y los nombres. Su objetivo sería localizar la gente de aquella lista y hacerles algunas preguntas simples, dejando para el final las dos personas que parecían portar un título.
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Incluso con solo vagar por las calles podría oír alguna que otra cosa sobre lo sucedido ultimamente en la ciudad. Dos señoras que caminaban por la calle, dos niños que corrían mientras uno gritaba que era el gran Vigilante Nocturno, todos parecían tener ese tema en sus mentes y en sus bocas.
Al parecer, conocidas al público había dos grandes apariciones, aparte de la que hizo durante el día. El resto habían sido actuaciones limpias, sin testigos y sin que la victima viese más que la mascara de Tengu. Eso despertaba todo tipo de rumores en la gente. El más concurrido que se trataba de un demonio despertado por la mala vida de la ciudad. Por ello, los propietarios de locales de alterne estaban contrariados y ofrecían ellos mismos recompensas por el enmascarado.
Por contra, algunos locales legales cansados de la actividad ilicita de la noche apoyaban abiertamente al Vigilante. Decían sentirse más seguros y afirmaban que lo que hacía era más que justo.
Ahora era como poco conflictivo hablar del tema. Unos aclamaban que era un peligro para todos mientras que otros decían que todo era un movimiento de la mafia para desacreditar a su justiciero.
En su paseo, esa era la información que Ren había conseguido. Además de ver un par de lugares que le llamaban la atención. El local de los Lirios rojos, un curioso restaurante en compañía, o eso decía el cartel, y el gimnasio de la Jungla azul, donde parecía haber gente entrenando fuese cual fuese la hora en la que pasase la kunoichi.
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Tal y como era de esperar, los rumores de aquel justiciero enmascarado no tardaron en correr como la pólvora por las calles. Tanto buenos como malos comentarios se abrían paso en los cauces de las habladurías, algunas conversaciones más animadas que otras. Para Ren era algo indiferente, debía mantenerse neutral para a la hora de encontrarlo, tomar una decisión u otra. Pero en cualquier caso estaba actuando sin una licencia, en el caso de no ser shinobi.
Tampoco es que necesitase del todo una orden o algo similar para detener a esa gente, era el pan de cada día en más de una ciudad que un shinobi que pasara por el lugar, se viera involucrado en algún altercado y tomara cartas en el asunto. Dos locales llamarían su atención más tarde, uno era una especie de restaurante que a su vez ofrecía compañía en las mesas el cual se llamaba Los Lirios Rojos, y otro era un gimnasio llamado la Jungla Azul. Bueno, estaba claro que no tendría entonces problema para encontrar a las dos únicas personas que portaban un título.
Ahora, con más razón, Ren decidiría revisar los otros nombres antes que buscar a esas dos personas. Preguntaría principalmente a gente adulta o de su edad por esas personas para posteriormente buscarlas e interrogarlas.
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De los nombres que había en la lista Ren conseguiría, con esfuerzo y tenacidad, dar con casi todos ellos. Casi, porque algunos de ellos se habían marchado de la ciudad de inmediato tras el encuentro. Mientras algunos hablaban del misterioso enmascarado como un liberador y un heroe anonimo, otros le tenían entre respeto y temor, tal vez porque tenían algún contacto con el mundo criminal y temían una represalia o por temor a lo desconocido simplemente. ¿Quien les aseguraba que no iba a partirles la cabeza a ellos al día siguiente por error?
De los que conseguía sacar un testimonio siempre le decían lo mismo, apenas consiguieron verlo mientras marchaba y el cuerpo inconsciente que dejaba detrás. Lo que sí le dirían todos es que ellos no fueron los primeros en llegar a la escena. En la primera aparición fue Kiara, la Flor Roja, y en la segunda Hido, el Tigre Azul. Si quería más información, tendría que adentrarse en una de las dos guaridas.
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Salvo alguna persona suelta, todas fueron relativamente fáciles de localizar, por lo que no le llevo más de un par de horas hablar con ellos y que respondieran a un par de preguntas simples. Con los que no tuvo tanta suerte, ya habían salido por piernas de la ciudad. Ren se paró un momento a comprar algo de comer en un puesto de comida cercano, para reflexionar un poco sobre lo que había conseguido hasta ahora.
Unos lo veían como un héroe, un liberador y un luchador de la justicia que caía sobre mafiosos y otros malhechores con el objetivo de hacerles pagar por sus crímenes. Actuaba solo, y no debería de tener muchos recursos, sino a los más altos cargos que dirigían desde las altas oficinas, acabaría entre rejas empapeladas por lo que habían hecho.
Las bolas de arroz estaban mejores de lo que había esperado.
Y por el lado contrario, otros lo veían como una persona peligrosa que tan solo formaba parte de la gentuza de los suburbios. Podría ser un mercenario a sueldo que se dedicaba a dar un escarmiento a los endeudados, gente que no cedía sus territorios o que podían ser potencialmente peligrosos para sus negocios. Criminales ocupándose de criminales, y de esa forma no involucrar a las autoridades para que el negocio pudiera seguir en marcha más tiempo.
Hasta que cruzó una línea roja. Como las judías rojas del dorayaki que había cogido de postre.
En cualquier caso ya tan solo quedaban dos personas de las que ocuparse. El gimnasio de la Jungla azul era el más cercano en aquel momento, así que tras deshacerse de los envases en una papelera cercana, Ren se dirigió hasta allí y entraría si nada se lo impedía como una deportista más del lugar.
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Ren entró intentando pasar por una deportista más, con la bandana al cuello. Un viejo que estaba en la entrada la ojeó y enseguida hizo un extraño silbido que resonó por el lugar, más que un silbido fue como el ulular de un buho. Todo el lugar se congeló al instante.
El bullicio que había oido al entrar desapareció y todos los ojos se posaron en ella. Los dos chicos que estaban dentro del ring, sus entrenadores que estaban apoyados en las cuerdas, las dos chicas que estaban en el tatami, las cuatro que hasta ahora habían estado observando el combate, los tres muchachos que practicaban kendo a un lado, todos se pararon a mirarla.
Al principio con curiosidad de qué pasaba la mayoría, poco a poco, la frialdad se dejó ver en el ambiente. El más indiferente era el viejo que la había observado primero, que volvió a su crucigrama como si no pasase nada. Estaba tras un mostrador, sentado en un taburete, sin nada más encima del mostrador que su libro de crucigramas y un boligrafo.
Pocos de los deportistas iba uniformado como debía, parecían más chavales aleatorios de la calle que profesionales. Detrás de todos ellos, al final del lugar había una sola puerta que daba a una habitación con cristalera. Dentro había un simple despacho y dentro de él, un hombre observaba.
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Y nada más cruzar la puerta, su presencia se hizo de notar, aunque no por ella y desde luego no como le hubiera gustado. Ladeó un poco la cabeza, y arqueó una de sus cejas al darse cuenta de que había metido la pata. Ocultar ahora la bandana no le serviría de nada. Suspiró desganada, abriendo muy poco sus labios y casi de forma imperceptible ante la atenta mirada de todo el mundo. Ya que aquel hombre había sido quien había dado la voz de alarma, estaba claro que sabría por qué estaba allí, a quien buscaba, o cualquier cosa relacionada con eso.
Caminó sin sacar las manos de sus bolsillos hasta el anciano, y puso solo una de las manos al lado del papel.
— Bueno, ya que has dado el aviso ¿dónde puedo encontrar a Hido, el tigre Azul? — preguntó sin más miramientos, e ignorando a todos los presentes que la miraban.
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Todos siguieron los pasos de Ren hasta que, al fondo, dónde estaban los sacos de boxeo, un hombre volvió a su entrenamiento. Poco a poco, todos hicieron lo mismo. Algunos más distraídos por la presencia de la kunoichi que otros.
El viejo alzó la mirada a la joven, sin mover la cabeza.
— ¿Aviso? Es que un viejo ya ni puede silbar en su propio local. — se atusó una barba que no tenía y alzó la cabeza esta vez para contestar a Ren. — Ya estamos con las bromitas. Como esto se llama la Jungla Azul ya vienen las graciosilllas a preguntar por el Tigre Azul. Pues como ves, ni un solo Tigre. Pero si quieres, te puedo dar el Gato Azul.
Y procedió a carcajearse en su cara. A ese viejo parecía darle igual todo.
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Ren esbozó una sonrisa ante la respuesta del hombre, si se estaba quedando con ella o no en ese momento no le molesto. Al menos tenía sentido del humor.
— A menos que sea un gato bien grande, de alguna que otra tonelada y dos colas, no creo que me interese — respondió con otra pequeña risa. — Ahora en serio. ¿No hay nadie apodado aquí como "El Tigre Azul"? Me dijeron que podía encontrarlo aquí, tan solo quiero hacerle un par de preguntas
Ren volvió a guardar la mano en los bolsillos de su sudadera, mientras miraba un poco por encima el local de un lado a otro. Algunos estaban volviendo a sus entrenamientos, otros seguían mirándola de reojo y finalmente algunos todavía posaban la atención sobre la genin la cual ignoró mientras seguía observando el sitio. Si aquel hombre mayor matenía negando la existencia de esa persona, no tendría más remedio que volver por donde había venido; algo le daba en la nariz que si seguía husmeando más de lo necesario debería salir de allí a golpes, y la ventaja numérica era demasiado grande incluso si aquella gente no eran ninjas experimentados.
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— A menos que sea un gato bien grande, de alguna que otra tonelada y dos colas, no creo que me interese
El viejo volvió a reirse.
— Todos los gatos que conozco tienen dos colas, la de delante y la de detrás. Y que pese toneladas, ¡ya puede estar gordo el gato! Y los huevos como montañas.
— Ahora en serio. ¿No hay nadie apodado aquí como "El Tigre Azul"? Me dijeron que podía encontrarlo aquí, tan solo quiero hacerle un par de preguntas
En un instante, deshizo su sonrisa.
— ¿Pero no te he dicho ya que no? Además, habría que ser muy melón y rematadamente idiota para ponerse un apodo tan estúpido. Y encima hacer de este gimnasio el hazmerreir de la comunidad internacional de deporte. ¡El apodo le quedaría de puta madre! ¡Porque hay que ser animal para ponerselo! — se calmó a una velocidad extraordinariamente rápida y volvió a enfocar su mirada en Ren. — Así que no, no conozco a ningún Tigreton.
Tras el desahogo del viejo, un hombre apareció detrás de Ren, había venido de los sacos. Estaba con una camiseta de tirantes negra toda sudada y unos pantalones cortos. Aún tenía puesto uno de los guantes de boxeo. Tenía el pelo corto y blanco y los ojos de azul aún más brillante y claro que el de Ren. Su constitución era fuerte, como se esperaría de un deportista de elite como él.
— ¿Qué te pasa, viejo? ¿No ves que hay gente intentando entrenar?
— Tú me pasas, alcornoque. Este era un sitio respetable y ahora vienen preguntando por el puto Tigre Azul. ¿Sabes como llaman a Kenji? ¡La Garrapata Azul! Me cago en tu boca. — parecía estar enfadado, pero pasó de inmediato a su crucigrama tras haberse quedado a gusto.
— Siempre lloriqueando, jubilate de una vez o cambia el nombre al gimnasio, pero dejame en paz. — se rascó la nuca con la mano libre y se giró a Ren. — ¿Qué pasa?
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Esta vez Ren si suspiró de forma que cualquiera pudo verla ante la nueva respuesta que dio el anciano. Miró a la entrada, y se iba a disponer a salir para buscar a la otra persona de la lista, pero entonces los pasos y posteriormente la voz de una de las personas que estaba allí entrenando la hizo devolver la atención al gimnasio. Se trataba de un chico bastante fuerte y empapado en sudor, era más que visible hasta en su camisa. Sus ojos azules eran muy claros, de la misma forma que su pelo blanco. Cualquier persona tal vez se hubiera puesto nerviosa al ver esos músculos bañados por el sudor, pero a Ren no le interesaba lo más mínimo el sexo opuesto.
— Vengo buscando a Hido, El Tigre Azul. Quería hacerle un par de preguntas sobre el Vigilante Nocturno, nada más — respondió tras que aquella persona se dirigiera a ella, después de la breve discusión que tuvo con el viejo.
Bueno, tal vez no había ningún "Tigre Azul", pero por lo menos confirmo la existencia de una tal "Garrapata Azul". Tal vez eran apodos que se ponían los miembros del gimnasio entre ellos, o a lo mejor se los daba la gente tras una competición.
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— Vengo buscando a Hido, El Tigre Azul. Quería hacerle un par de preguntas sobre el Vigilante Nocturno, nada más
— Ja, el Vigilante Nocturno, dios los cría y ellos se juntan. — musitó el viejo por detrás.
— Ese soy yo. Sobre... ¿quien?
— El Vigilante Nocturno, muchacho. Y después el sordo soy yo. Estos niños de hoy en día tienen los nombres donde el gusto, en el culo. — siguió sin levantar la mirada del periodico.
El hombre hizo ademán de mirar al viejo sin llegar a hacerlo y le señaló a Ren el camino hacia la puerta que había al fondo del lugar.
— Mejor pasemos al despacho. ¡Y vosotros dejad de gandulear! — se giró al resto del dojo para mandarlos a entrenar antes de volver con la kunoichi. — Por aquí.
Le pondría la mano en la espalda para guiarla con suavidad. Todo el lugar se centraría en el entreno de inmediato, ya no había ni una sola mirada sobre ellos y Hido la guiaría hasta la puerta trasera. A través de la cristalera ya podía verse el interior antes siquiera de abrir la puerta. El despacho tenía un escritorio de madera maciza, con un tallado exquisito y un pulido extraordinario. Había dos sillones de cuero acolchado delante y uno incluso más ostentoso detrás del escritorio.
Hido abriría la puerta y le cedería el paso a Ren. Cuando ésta pasase, lo haría él y cerraría la puerta tras él.
— No es bueno hablar de esas cosas delante de los chicos. ¿Y bien? — le comentaría mientras se dirigía al sillón tras el escritorio señalando a Ren que podía sentarse donde quisiera.
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