Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—¡Ryuuuu! —volvió a quejarse, con aquella actitud de hermana pequeña que la caracterizaba cuando estaba con sus hermanos mayores —. ¿De verdad que queda mucho para llegar? ¡No hemos parado en todo el día! ¿Sabes cuánto hace que no salgo de la villa? —preguntó, dispuesta a exagerar la respuesta en cuanto su hermano contestase.
—¿Un mes? —contestó él, dejando caer su cabeza hacia el lado de la joven.
—¡Dos! —respondió rápidamente la kunoichi, sacando dos dedos de su mano izquierda — ¿Sabes lo que me duelen las piernas?
—¿Sabes que eres una quejica? —respondió su hermano Ryuusuke, rebatiéndola.
Aquel viaje había empezado como cualquier otro, cuando el hermano mayor de Eri había sugerido viajar con ella hasta la Villa de las Aguas Termales debido a un compromiso con un compañero que estaba de servicio en la ciudad, y ya de paso disfrutar un poco de los servicios que proporcionaba la ciudad. La pequeña pelirroja dijo que sí de inmediato, pero a medida que andaban y pasaban las horas bajo el sol aún con el viento y la temperatura a su favor, Eri no podía dejar de quejarse todo el tiempo.
Sin embargo y pese a que les quedaba un pequeño tramo del camino donde ya se veía a lo lejos la villa, un obstáculo hizo que Eri no pudiese evitar pararse y echar un vistazo a aquello.
—Ryu, adelántate tú, yo voy ahora —informó la chica con un tono más calmado y menos agudo —. Por favor.
El chico negó con la cabeza, resignado.
—Tu ganas, nos vemos allí, te esperaré cerca de la entrada —fue lo último que dijo antes de revolverle el cabello a su hermana y seguir con su camino.
Ella, por su parte, había descubierto a un animal, más concreto: una pequeña ardilla de color claro con unas extrañas manchas de colores en su espalda, y con su pata llena de sangre, herida. Eri no podía simplemente dejarla allí, a su suerte, mientras necesitaba atención médica, así que con los pocos vendajes y utensilios que había cogido de casa —acto que heredó de su hermana mayor —, se propuso a intentar curar su pequeña patita.
Esperando que no metiese la pata con el pobre animal.
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El médico de Amegakure recorría los caminos del País del Rayo con un rumbo claro, su destino estaba clarisimo en su mente. Quería ver por sus propios ojos las aguas termales que se encontraban en una villa ubicada dentro del territorio, le interesaba las propiedades del agua caliente para los tratamientos especiales.
«Y ya he leído lo suficiente, necesito verlo por mi mismo.»
Manase Mogura caminaba con un paraguas en una de sus manos, cubriéndose de la fuerte luz del sol y en la otra, un maletín de cuero negro. Había pocas cosas que lo señalasen como un shinobi en ese momento, la bandana con la que se sujetaba el pelo y un par de chapas de chuunin que usaba a modo de gemelos de plata en las mangas de su camisa. No estaba llevando su chaleco reglamentario ya que no se encontraba de servicio ese día. En su lugar usaba un chaleco de una tela mucho más refinada y estética.
En un punto de su viaje, tuvo que realizar un giro para seguir avanzando. Y fue cuando realizó ese cambio en su recorrido que hizo contacto visual con la pelirroja.
«¿Qué está haciendo?»
Se preguntó el shinobi de Amegakure, pero por la distancia a la que se encontraba solo podía distinguir a una joven muchacha en el camino agachada y sosteniendo algo. Si quería más información debía acercarse.
Y así lo hizo, sin intención alguna de mostrarse sigiloso ni nada por el estilo, permitiendo que sus pasos se escuchasen desde la distancia, deslizando la suela de sus botas en un par de ocasiones incluso. No quería asustar a quien sea que estuviese en el camino que él debía atravesar.
La joven comenzó a mover las manos hábilmente, sin embargo no era una especialista, por lo cual la pequeña y malherida ardilla se removía inquieta entre sus manos, seguramente a disgusto pues una total desconocida trataba de tocar su reciente herida, ¿y si en verdad estaba atacándola?
Eri bufó y se retiró el pelo que le caía frente a los ojos de un manotazo, aquello no iba a ser tarea fácil.
«Si tan solo fuese...»
Negó rápidamente con la cabeza, dispuesta a terminar con lo que había empezado cuando unos pasos se escucharon a una escasa longitud de su posición. La joven giró su cabeza lo suficiente para toparse con la mirada oscura del chico que miraba lo que estaba haciendo.
Su rostro serio hizo que la joven se inquietase, mordiendo su labio inferior. ¿Acaso estaba haciendo algo mal intentando ayudar a una ardilla? Pero antes de replicarle o decir algo en su defensa, un destello de luz iluminó sus ojos, que rápidamente fueron a parar en la frente del muchacho: era un shinobi de Amekagure.
«¿Un shinobi de Amegakure en el País del Rayo?» Se preguntó a sí misma, curiosa.
— Buenos días, shinobi-san —saludó la joven con un asentimiento de cabeza, mirándole fijamente a los ojos, luego volvió a girar la mirada a la ardilla, intentando volver a lo que momentos antes hacía —. ¿Ocurre algo malo? —preguntó, curiosa.
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La joven desconocida llevó su mirada en la dirección por la cual Mogura estaba avanzando, en ese instante las miradas de ambos se cruzarían y parecería que la seria expresión del shinobi no le terminaría de caer bien a la chica. Sin embargo y luego de un par de segundos esta se dirigiría a él. El shinobi terminaría por detenerse a unos metros de la muchacha, por una simple medida de seguridad, y cortesía.
—Buenos días, shinobi-san
Saludó acompañando sus palabras con un gesto de su cabeza.
—Buenos días, kunoichi-dono
Respondió el médico inclinándose ligeramente haciendo una reverencia a modo de saludo. El gesto no le impediría observar como la muchacha se volvía a lo que estaba haciendo.
—¿Ocurre algo malo?
Consultó la fémina mientras la ardilla se mostraba inquieta en sus manos.
—Parece que ese animal está sufriendo. ¿Está tratando de asistirlo?
Respondería arrojando él mismo una pregunta sobre la mesa. ¿Cuáles eran las intenciones de la kunoichi con aquella pobre criatura?
Aquel shinobi tenía una voz que le pegaba totalmente, aunque era la primera vez que alguien se refería a ella como dono, es más, creía ser la primera vez que alguien le hablaba con cortesía. A excepción de Akame, claro, pero conocía a Akame desde hacía mucho tiempo, y por ello la primera vez que habló con él ya tenía terreno recorrido. Con un desconocido era diferente, por ello sus mejillas se encendieron levemente, adoptando un tono rosado.
—Parece que ese animal está sufriendo. ¿Está tratando de asistirlo?
La kunoichi volvió a girarse y pasados unos segundos, asintió, angustiada por no lograr hacerlo de la manera adecuada.
—La encontré hace un rato aquí, solo quería ayudar —respondió ella, en voz baja —. Pero no es mi especialidad, al fin y al cabo —a aquello lo acompañó un suspiro de resignación.
Odiaba dejar los trabajos a medias.
Se levantó con cuidado de no hacer daño a la ardilla y volvió a colocarse su mochila firmemente en la espalda. Miró al desconocido —quien aguardaba a unos metros más allá— y preguntó:
—¿No sabrá dónde puedo encontrar a algún médico por aquí para tratar la herida de la ardilla? —hizo una breve pausa —. No quiero que esta ardilla sufra... —murmuró, más bajo y con la mirada gacha.
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Ante la pregunta del shinobi, la kunoichi se volvió a girar en su dirección y no tardo mucho más en asentir, visiblemente afectada por no lograr resultados con el proceso que trataba de llevar adelante.
—La encontré hace un rato aquí, solo quería ayudar
Respondió por lo bajo.
—. Pero no es mi especialidad, al fin y al cabo
Se explicó, y aquello no tenía nada de malo, todos eran buenos para algo y malos para otras cosas.
—Claro, entiendo.
Contestó el shinobi, apreciando los movimientos de la fémina.
Con cuidado, tomó distancia de la ardilla para luego acomodarse la mochila en la espalda.
—¿No sabrá dónde puedo encontrar a algún médico por aquí para tratar la herida de la ardilla?
Consultó la kunoichi. Curioso como podía manifestarse por momentos el destino, poniendo a la gente adecuada en el momento adecuado.
—No quiero que esta ardilla sufra...
La muchacha parecía demostrar mucha empatía con el indefenso animal.
—Quizás pueda hacer algo por ella.
Respondió el muchacho, acercándose a la ardilla.
Había un pequeño problema a resolver antes, tenía ambas manos ocupadas. El maletin simplemente lo apoyó en el piso, pero el paraguas realmente no tenía mucho interes en guardarlo, el sol en aquella cota era realmente agresivo para alguien que provenía de un lugar donde el sol no brillaba mucho.
—Voy a precisar que sostengas esto.
Dijo con una voz un poco menos seria, extendiéndole la mano donde sostenía el paraguas. Si la muchacha tomaba el accesorio, el médico se colocaría en seiza para examinar correctamente el animal.
Cuando escuchó aquello, sus ojos se llenaron de lo que parecía ser emoción, dejando salir una tímida sonrisa por sus labios. Sin embargo, rápidamente borró aquella expresión. ¿Era pues, aquel chico, un ninja médico? «Se ha ofrecido a ayudar, lo menos que puedo hacer es confiar en él», pensó la joven, «¿qué hay de malo en una persona que se preocupa por un animal?»
—Eso sería genial, Shinobi-san —expresó la joven, alejándose un poco para dejarle espacio al joven de Amegakure.
—Voy a precisar que sostengas esto.
—Claro.
Tomó el paraguas al instante en que el Shinobi aún desconocido se lo hubiese tendido, sin embargo, ¿qué hacía con un paraguas con tal sol? Ella nunca había visto a nadie llevar un paraguas si no llovía, bueno, sí, a las ancianas que paseaban por el Jardín de los Cerezos en pleno verano, pero tampoco hacía tanto calor. Aún así lo tomó y levantó su brazo lo suficiente para seguir tapando al chico.
—¿Podrá usted ayudar a la ardilla? —preguntó al cabo de un rato, mirando atentamente los movimientos del ninja de la Lluvia.
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La kunoichi tomó el paraguas de Mogura y le cubrió del sol mientras él se ponía en una posición cómoda para trabajar en el suelo.
Tomaría con delicadez al roedor evitando a toda costa ejercer cualquier tipo de presión en la zona afectada por la herida, aunque el pobre animal estaría tan estresado por la situación que prácticamente todo le estaría molestando. Dos extraños humanos se te acercan cuando tienes una extremidad herida e intentan hacerte cosas que escapan a tu entendimiento, cualquiera estaría nervioso.
—¿Podrá usted ayudar a la ardilla?
El shinobi sostuvo con un poco más de firmeza a la ardilla con una mano y con la otra buscó un poco de vendaje en su kit médico, no precisaba de mucho ya que el animal no era muy grande. Una luz verdosa comenzaría a manifestarse en la palma que sostenía a la criatura, aliviando notablemente su malestar.
—Parece que si.
Cuando el roedor estuviese más calmado, Mogura vendaría la pata herida haciendo gala de su maestría en el campo. Por suerte el animal no precisaría puntos ni nada de otro mundo.
La kunoichi sonrió, al parecer el desconocido sabía qué hacer en aquella situación. Miró fijamente a la ardilla y a las manos del chico, y vio como algo emanaba de ellos, un chakra verdoso que ella había visto con anterioridad usado por su propia hermana. «¿Es un ninja médico de Amegakure?» Se preguntó, mientras miraba el rostro serio del moreno, «A lo mejor fue con Ayame-san a la academia...»
Unos minutos le bastaron para terminar de curar y vendar al animal que pronto se vio lleno de energía, subiendo por la mano del chico hasta posicionarse en la cabeza de éste, emitiendo sonidos agudos que ninguno entendía.
Eri no pudo evitar reír ante el comportamiento del animal, pero rápidamente se contuvo al no saber si aquel gesto le molestaría al desconocido.
—Perdón, me hizo gracia la ardilla... —se disculpó.
Para su sorpresa, alguien les miraba desde lejos, un hombre joven, de cabello castaño corto y barba, con un hacha en la mano derecha, los miraba con cara de pocos amigos. A su lado, otro hombre calvo y con los ojos cerrados, con otro hacha pero más pequeña esta vez, se encontraba detrás del mismo.
—Ahora que la habéis curado, ¿por qué no la dejáis para que se vaya con su madre? —dijo con voz ronca el castaño, acercándose a ambos shinobi lentamente mientras movía su hacha de arriba a abajo.
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Como era de esperarse, el animal aprovechó la libertad recuperada para hacer uso pleno de la misma y moverse como quería. En este caso trepó por el brazo del médico hasta llegar a su cabeza y una vez ahí chilló cosas que ninguno de los presentes probablemente podría comprender, pero que quizás no sería necesario.
—Bueno bueno bueno.
La kunoichi de Uzushio dejó escapar una risa, aunque no tardó en ahogarla. Mogura, por su parte, se apresuró a tomar al roedor con ambas manos.
—Perdón, me hizo gracia la ardilla...
Dijo la muchacha disculpándose por su gesto.
—No pasa nada, kunoichi-dono.
Apresuró a contestar el muchacho, mirando fijamente a la ardilla que tenía en las manos.
—Pero no puedo permitir que uses mi cabeza como madriguera...
Y antes de que tuviese oportunidad de depositar al roedor en la tierra, alguien les llamaría la atención.
—Ahora que la habéis curado, ¿por qué no la dejáis para que se vaya con su madre?
Se trataría de hombre pelo corto y barba, con un hacha en la mano y con una mirada que no le hacía pensar muy bien de sus intenciones. Detrás de él había otra persona, un calvo con los ojos cerrados y un hacha de menor tamaño.
—¡Es justo lo que estaba por hacer...!
Comentaría con un tono jocoso que contrastaba totalmente con la forma en que venía hablando. Soltaría de sus manos la ardilla y llevaría una mano hasta su cabeza para acomodar su peinado.
—¿De casualidad tienen conocimiento de que le sucedió en la pata a este animal?
«¿Bandidos?» Se preguntó mentalmente la kunoichi mientras adoptaba una actitud defensiva, tanto para ella como para su acompañante, aún sujetando el paraguas del de la Lluvia. Sin embargo, éste parecía no variar ni un ápice ni su expresión ni su actitud, parecía una estatua.
—¿De casualidad tienen conocimiento de que le sucedió en la pata a este animal?
—Lo siento, chaval, pero no es de tu incumbencia —respondió el hombre, mientras le indicaba con una mano a su seguidor que siguiese el camino que había tomado la ardilla.
Sin embargo y pese a que ya no tenía nada que ver con ella, Eri no pudo evitar lanzarse a coger a la ardilla, ¿y si aquellos hombres querían hacer algo malo con ella? Sabía que no podría parar toda la caza del mundo, pero si podía evitar que una ardilla fuese capturada por unos hombres, podía hacerlo.
Sin embargo, una vez tomó a la ardilla, no supo qué hacer. Miró a un lado y hacia el otro, y luego, sin previo aviso, echó a correr como si su vida dependiese de ello.
Llevándose el paraguas del desconocido.
—¡Maldición! —maldijo el hombre —Hayato, ¡esa ardilla es oro! No dejes que escape —y ambos salieron detrás de la kunoichi, camino abajo, al lado contrario de su ruta hacia la Villa de las Aguas Termales.
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Dijo el hombre mientras daba una orden a su compañero con un gesto de mano. Los ojos de Mogura se entrecerraron un poco al escuchar aquel término chaval empleado para dirigirse hacía él. No le agradó, en lo absoluto.
La kunoichi por su parte, tenía otras prioridades, como velar por la seguridad de la ardilla. Haciendo gala de una destacable agilidad, la chica tomó con sus manos al roedor. Y para cuando el médico reparó en ella, había salido corriendo como si el mundo se le viniese encima.
«¡Qué rápida..!»
Pensó, hasta que se dio cuenta de que la muchacha se había ido con el paraguas del médico, cualquier mueca que podría haberse vuelto una ligera sonrisa se desvanecería en el momento.
—¡Maldición!
Exclamó el barbudo.
—Hayato, ¡esa ardilla es oro! No dejes que escape
Ambos pasarían corriendo por su lado, siguiendo a la kunoichi. La Villa de las Aguas termales se veía un poco más lejana en aquel instante, no iba a poder seguir su viaje si no recuperaba su paraguas.
—Supongo que tendré que ir a preguntarles de nuevo.
Susurró al viento mientras tomaba su maletín y lo sacudía ligeramente, sintiendo el peso de las cosas que llevaba en su interior. Tenía que recuperar su paraguas y saber que le había pasado a su paciente.
Sin perder más tiempo, Mogura se lanzó a la carrera para alcanzar a los hombres esos.
La kunoichi corría y corría, intentando dejar atrás a aquellos hombres cuando se dio cuenta de que... ¡Se había llevado el paraguas del Shinobi! Paró en seco y se giró, lo suficiente para encoger su cuerpo, evitando un gancho del bandido de la barba, quien derrapó hasta quedarse frente a ella. Su compañero flanqueaba su espalda.
Estaba rodeada.
«Y yo con la ardilla en una mano y el paraguas en otra... ¿Cómo haré sellos?» Se cuestionó la pelirroja, torciendo el gesto en una mueca de desagrado. No estaba tan nerviosa como se esperaba, pero sabía que si no jugaba bien sus cartas allí, ambas podían salir mal paradas.
Cerró el paraguas como pudo, dispuesta a probar sus últimas habilidades aprendidas cuando vio al shinobi desconocido acercarse por detrás del bandido calvo. Se despistó por un momento, acto que hizo al jefe de ambos bandidos golpear a la kunoichi por el lateral con la parte no cortante de su hacha, haciendo que la joven se moviese un par de metros hacia el lado contrario, y la ardilla, por su parte, saltase hasta esconderse en su capucha.
«Mierda... Eso podría haberme costado la vida...» Puntualizó ella sobándose la zona afectada. Le saldría un moratón seguro, y le dolía a rabiar, por eso no pudo evitar encogerse sobre sí misma, dejando ver un rostro de dolor en su cara.
Ahora bien, con una mano libre ya se sentía capaz de hacer más cosas, por ello, comenzó a canalizar chakra eléctrico en su mano izquierda y cuando el chidori comenzaba a crearse, lo lanzó cual senbon hacia su objetivo. El jefe masculló una maldición y se tapó la parte de arriba de su cuerpo con el hacha que portaba, sin embargo, al no moverse y evitar la técnica, algo le daría.
«¡Chidori senbon!»
Lo lanzó contra el castaño, acertándole en las piernas pero para su desgracia éstas no se llegaron a hundir lo suficiente como para hacer que la dejasen en paz. Por su parte, el otro bandido no se daría cuenta de la presencia del otro shinobi, por lo que atacaría rápidamente a Eri con su arma.
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– (Golpe por Nage Ono)
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¤ Chidori Senbon ¤ Senbon de los Mil Pájaros - Tipo: Ofensivo - Rango: A - Requisitos: Raiton 45 - Gastos:
18 CK
(multiplicable x2)
(multiplicable x3)
- Daños: 30 PV - Efectos adicionales: Es posible apuntar a varios objetivos a la vez - Sellos: - - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones:
Las agujas se expanden en 3 metros de ancho y 5 de largo.
(multiplicable x2)Las agujas se expanden en 3 metros de ancho y 10 de largo.
(multiplicable x3)Las agujas se expanden en 3 metros de ancho y 15 de largo.
Una de las muchas variaciones del Chidori, donde el usuario transforma la técnica inicial a medio formar en múltiples agujas de chakra eléctrico que esparce en un amplio rango. Las agujas tienen una velocidad extraordinaria, que sumado al rango que abarcan, las hace realmente difíciles de evitar.
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El médico corrió tras la kunoichi con su paraguas y los bandidos que iban detrás de la ardilla, no pasaría mucho hasta que los encontraría. La muchacha estaba rodeada y con ambas manos ocupadas, defenderse sería muy difícil ya que por más ninja que fuese, el paraguas de Mogura no era ninguna clase de arma.
La chica de Uzushiogakure cerró el paraguas y entonces pudo hacer contacto visual con él. A causa de eso terminaría bajando la guardia un instante en que el barbudo le lanzaría un hachazo al costado.
«¡La parte de atrás!»
Pensó cuando vio como sacó su arma del cuerpo de la muchacha, con el filo hacía afuera. A pesar de que el golpe no fue cortante, sintió un malestar puramente psicológico en su persona, no le hubiese gustado estar en aquella situación.
Sin dudarlo mucho y tras recuperarse levemente del golpe, la kunoichi contestó la hostilidad con una técnica de ninjutsu que hasta aquel día Mogura no conocía.
De su puño surgieron un montón de senbon que fueron disparadas a una velocidad asombrosa contra el líder de los bandidos, y pese a que este había hecho un esfuerzo por cubrirse, la cantidad de agujas que salieron desprendidas del puño de la chica fue tan grande que algunas llegaron a impactar en su cuerpo.
«Si las cosas siguen así esto no va a terminar nada bien.»
Pensó. Tenía que intervenir, tenía que frenar aquel conflicto antes de que fuese lamentable para cualquiera de las partes involucradas. Cargaba con las herramientas para hacerlo.
No le estaban viendo, no le esperaban incluso quizás.
De un momento a otro, el bandido que le estaba dando la espalda a Mogura sentiría como un pequeño objeto de vidrio se le partía en la nuca, liberando una nube gaseosa, de un metro aproximadamente, alrededor de su cabeza.
La joven no se esperaba un ataque por detrás, hasta que el desconocido actuó, dejándolo inconsciente al instante. El bandido cayó al suelo con un sonoro golpe y luego resonó:
—¡Paren de pelear!
La joven levantó su azul mirada de nuevo, apartando los mechones que le impedían la visión con aquel movimiento y volviendo a perder la concentración en el combate. El otro bandido —el jefe—, le volvió a dar otro golpe, esta vez en la nuca, por lo que la joven kunoichi, en posición de defensa y con las manos extendidas hacia delante, se desplomó contra el camino de tierra que tenía bajo sus pies, inconsciente.
La ardilla notó aquello, pues no dudó ni un instante en salir corriendo camino abajo, pasando por las piernas del jefe bandido quien, apretando la mandíbula, soltó una maldición, tomó de la capucha a su compañero y comenzó a arrastrarlo camino abajo, justo donde segundos antes se había ido la ardilla.
—Estúpidos niñatos... —murmuró el hombre, mascullado, mientras se alejaba de allí.
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