Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
20/01/2016, 10:22 (Última modificación: 20/01/2016, 10:26 por Amedama Daruu.)
Los sentidos y los reflejos de aquél monstruo de dos patas eran evidentemente superiores a los intentos de Eri por utilizar el subterfugio para sacar de su artilugio un cuchillo con el que poder cortar las plantas que la tenían apresada. Sin embargo, el falso monje no hizo ningún movimiento. Se limitó a dirigir su mirada hacia la mano de la peliazul, una mirada desorbitada, cargada de ira. Cargada de intenciones asesinas.
POM-pom. POM-pom.
Ayame observaba la escena, y escuchaba sus propios latidos entrecruzarse con el sonido de la sangre inundando todo su cuerpo. ¿Sus latidos?
POM-pom. POM-pom.
El cuchillo resbaló entre los dedos de Eri y se precipitó en el suelo. Los latidos de Ayame le enmascararon el ruido del chocar de metal contra madera.
POM-pom. POM-pom.
¿Sus... latidos?
Kinma sonrió, pero no era ni la sonrisa amable por la que lo habían conocido, ni la sonrisa sádica y lujuriosa que se les había revelado hacía unos minutos. Era otra totalmente diferente. Una sonrisa de ira irónica, de energía y muerte contenidas en el gesto de un hombre que está a punto de perder la cabeza.
POM-POM. POM-POM. POM-POM.
—¿¡Creíais que podíais jugar conmigo, verdad, eh!? —gritó el impostor, ido de sí mismo, mientras la planta que tenía agarrada a Eri la zarandeaba hacia adelante y hacia atrás—. ¿Pues sabes qué, PUTA? Estas ramas son más fuertes que cualquier metal. Eso es, tu cuchillo no les habría hecho nada. Sin embargo, tus huesos, caramelito...
POM-POM-POM-POM-POM.
—Son de un cristal delicado... y roto.
Kinma levantó la mano y las ramas bajaron de golpe, estampando a Eri contra el suelo y partiéndole la nariz. Subieron de nuevo, e hicieron chocar su cuerpecito contra el techo. Su cráneo chocó contra la madera y produjo un crack poco agradable, y el mundo se le hizo completamente negro.
POM-POM-POM-POM-POM-POM-POM.
Esos latidos no eran suyos.
—Tenías que hacerlo, puta, tenías que tardar. Ahora la he matado. ¡Joder, siempre me pasa esto! ¡¡¡QUIERES ABRIR EL PUTO SELLO YA!!!
Kinma lanzó el cuerpo inerte de Eri a los pies de Ayame. El cuerpecito de la peliazul, magullado, cortado y aparentemente sin vida, se deslizó por el suelo unos segundos antes de quedar pegado a la pared, a la derecha de la muchacha.
pompompompomPOMPOMPOMPOMPOMPOMPOM.
—Extiende la mano, Ayame —gruñó con queda ira una voz femenina.
Ni siquiera le dejó terminar de hablar. Kinma soltó una carcajada que parecía estar sacada de la más oscura de las pesadillas, y sus risas se vieron coreadas por el desgarrador aullido de dolor de la kunoichi de Uzushiogakure cuando la enredadera tensó su agarre y un desagradable crujido estremeció el sentido de una Ayame que había contenido la respiración al escucharlo.
—¿CRReS qUe BRoMEo NiÑa? ¡AbRe El SeLLo, AHORA, O LAMENTARÁS LO QUE OS HARÉ PASAR A AMBAS. LA ÚNICA CLEMENCIA QUE OBTENDRÉIS SERÁ LA DE DEJAROS MARCHAR —el tono de voz del supuesto monje variaba deforma sobrenatural. En una misma palabra podía mezclar un gruñido feral y demoníaco con la caricia más dulce del más letal veneno. Con una nueva sonrisa capaz de congelar el temple del guerrero más osado, Kinma se relamió los labios—. —Porque os aseguro que me encantaría disfrutar de vuestros... cuerpecitos.
Ayame jadeó, y una lágrima rodó por su mejilla. Una cosa le había quedado clara. Y es que Kinma era aquel monstruo del que les había estado hablando antes de conducirlas a aquella trampa mortal. Sus iris viraron a Eri, que pese a todo aquel martirio parecía seguir consciente. Pronto comprendió que todo era inútil ya. El resquicio de esperanza de escapar de aquel lugar sanas y salvas se había desvanecido desde el momento en el que aquel muro de plantas de calabazas les había cortado el paso. La idea fugaz de arrojarle a Kinma o al mismo muro la antorcha que crepitaba a su derecha no había sido más que un pensamiento loco y carente de sentido. Refugiarse en la habitación que Kinma se había empeñado en ocultarlas sería una acción insignificante e inútil...
No tenían escapatoria.
Y aunque ni siquiera tenía la certeza de que las dejara escapar con vida después de obedecer sus indicaciones...
—Lo haré... Lo haré... Pero p... —ni siquiera pudo continuar. Kinma se giró hacia Eri. Sus ojos sólo despedían el brillo de la muerte.
POM-pom. POM-pom.
Escuchaba los latidos de su corazón como los golpes de un tambor en sus sienes. Pero había algo más... el sutil y siseante sonido de su sangre bañando todo su cuerpo en tensión. Algo cayó al suelo, pero no era capaz de apartar la mirada de la escena para darse cuenta de la monstruosa locura que había intentado hacer su compañera.
POM-pom. POM-pom.
Quería moverse, pero sus piernas estaban clavadas en el suelo como dos estacas. Algo dentro de ella sabía lo que estaba a punto de pasar. Pero no podía permitirlo. No podía dejar que... La temblorsa luz de las antorchas iluminó momentáneamente la sonrisa de Kinma. Una sonrisa cargada de ira, una sonrisa que contenía el aliento de la muerte a manos de un demente.
POM-POM. POM-POM. POM-POM.
—¿¡Creíais que podíais jugar conmigo, verdad, eh!? —gritó, completamente ido de sí. La enredadera que sujetaba el maltrecho cuerpo de la peliazul comenzó a zarandearla hacia delante y hacia atrás.
«No...»
—¿Pues sabes qué, PUTA? Estas ramas son más fuertes que cualquier metal. Eso es, tu cuchillo no les habría hecho nada. Sin embargo, tus huesos, caramelito...
«No lo hagas...»
POM-POM-POM-POM-POM.
—Son de un cristal delicado... y roto.
«¡NO LO HAGAS!»
Kinma alzó la mano, y ante su deseo las ramas descendieron de golpe. Ayame quiso cerrar los ojos pero fue incapaz de apartar la mirada y contemplar cómo el cuerpo de la chiquilla se estampaba brutalmente contra el suelo. Quiso moverse, correr hacia delante y socorrerla de las manos de aquel monstruo, pero su cuerpo seguía sin responder. Y el cuerpo de la kunoichi volvió a ascender en el aire para chocar contra el techo. Algo volvió a crujir, pero su cerebro parecía haberse anestesiado. Ni siquiera era consciente de que tenía el rostro empapado por las lágrimas.
POM-POM-POM-POM-POM-POM-POM.
«¿De quién es ese corazón? ¿Es el de ella...?» Aquella estupidez fue lo único que fue capaz de pensar.
—Tenías que hacerlo, puta, tenías que tardar. Ahora la he matado. ¡Joder, siempre me pasa esto! ¡¡¡QUIERES ABRIR EL PUTO SELLO YA!!!
«¿La ha matado?»
El cuerpo de la chica terminó a sus pies. Un cuerpo maltrecho, magullado, lleno de cortes y con la pierna doblada en una posición que no era nada natural. Yacía completamente inerte, pero Ayame sabía que no podía estar muerta. No estaba muerta. ¿Si no por qué escuchaba su corazón?
pompompompomPOMPOMPOMPOMPOMPOMPOM.
No estaba muerta. No podía estarlo.
Todo a su alrededor se oscureció. Todo a su alrededor se hizo silencio. Sentía su sangre arder con la fuerza de mil infiernos y el aire a su alrededor comenzó a ebullir. Un halo blanquecino recubrió su cuerpo y un repentino torrente de energía llenó todo su cuerpo. Ayame no fue consciente de ello, pero tras su espalda la capa de chakra ondeaba con la forma de cinco colas que restallaban en el aire con ira contenida. En la parte posterior de su cabeza, cinco cuernos completaban aquel aspecto demoníaco. Se sentía llena, pero también sentía un intenso quemazón en todo el cuerpo.
—Extiende la mano, Ayame —gruñó con queda ira una voz femenina. Una voz femenina que se le antojaba lejanamente familiar, pero no era capaz de ubicar. No era la voz que había escuchado antes y que las había invitado a bajar al sótano.
Ayame clavó sus ojos en el monstruo que aguardaba al fondo del pasillo. Unos ojos que habían pasado del cálido castaño a un frío aguamarina. Unos ojos que lucían el color de la sangre en sus párpados inferiores.
Ni siquiera se paró a pensarlo. Alzó la mano y la extendió frente a sí.
20/01/2016, 17:14 (Última modificación: 20/01/2016, 17:15 por Amedama Daruu.)
El intenso quemazón que la azoraba fue tan fuerte que Ayame sintió que iba a arder en llamas, pero tan sólo duró unos segundos. Fuera lo que fuese que estaba envolviéndola no deseaba hacerle daño, y se sentía llena de un poder que tan sólo podría haber creído posible tener en sueños. No obstante, al mismo tiempo y claras como las aguas del lago más limpio de la Tierra también sintió otras sensaciones menos agradables. Otras sensaciones que ya vivía diariamente en sueños. El grito de un niño. El llanto de una madre.
Esta vez, no la aterrorizaron, porque no fue una pesadilla, sino un recuerdo. Alguien la sostenía en brazos. Alguien se colaba en su mente. Pero su subconsciente lo había grabado todo. Lo había...
Estaba furiosa. Furiosa. Agitaba sus colas en medio de la noche, matando a gente a diestro y siniestro. Los gritos no hacían sino ponerla más nerviosa, y era cuestión de tiempo que alguien tratara de sellarla de nuevo en alguien. Con mala suerte, podría acabar de nuevo dentro de aquella niña llorona e inútil. Y cuando tenía pensado salir corriendo, huir de allí, encontrar otro sitio, aquél demonio se le apareció y empezó a recordarle las sombras que no tenía que haberle recordado nadie.
Las que la mataron a ella sus hermanos con aquél jutsu tan terrible.
Aquellos que se decían portadores de la paz no eran más que unos asesinos con distinto objetivo. Los humanos les habían esclavizado, los habían utilizado para matarse entre ellos, a pesar del papel tan importante que debían desempeñar. Y entonces, y entonces, aparecieron ante ella, y ella no pudo controlarse.
Después, volvió al cuerpo de la niña.
Ayame registraba todos esos sentimientos como suyos, pero el animal salvaje que llevaba dentro también buceaba en su corazón, y eso le había llevado a la situación en la que se encontraba. Odiaba admitirlo, pero no se había podido resistir a salvarla.
A salvarlas.
Una de las colas de chakra se deslizó por el suelo y envolvió a la kunoichi peliazul. El sonido de la pierna de Eri cuando la recolocó en su sitio no fue agradable, pero sí necesario. Allí dejó parte de su manto, y su manto lo envolvió y sus heridas comenzaron a cerrarse inmediatamente.
«Que esto no te sirva de precedente, niña. Pero viviréis.»
—¿Qué... qué eres...? ¡Monstruo! —gimió Kinma, dando un paso atrás y encontrándose con que su última salida era el sello que él no era capaz de abrir.
Zarandeó las manos frente a sí mismo y del suelo surgieron nuevas ramas con espinas. Pero de alguna forma el cuerpo de Ayame emitía tanta energía que las rechazaba sin que ella tuviera que moverse.
Y entonces habló. Pero no fue su voz la que salió de ella.
—Qué irónico, yo soy el monstruo. De todos los seres humanos que he conocido, sin duda tú eres el peor. Bajo los ojos de esta niña inocente como testigo, yo te condeno a muerte, bastardo.
La capa de chakra tomó vida propia y se manifestó frente a Ayame con la forma extraña y etérea de una especie de cetáceo con las mandíbulas abiertas. El chakra de la muchacha se entremezclaba sin quererlo con aquél poder extraño que salía de ella, y frente a su mano extendida una esfera de energía negra y purpúrea se iba haciendo cada vez más grande.
—No... no... ¡Perdóname, no me hagas daño!
—¡MUERE! —La imagen de Kusagakure en llamas se intercaló a parpadeos en la percepción visual de Ayame durante unos segundos. El pasillo se transformaba en casas en llamas, Kinma en un albino que le sonaba de algo, pero que estaba seguro que no era su hermano... Lo único que permanecía exactamente igual, aunque en realidad mucho más pequeña, era la bala de chakra que se precipitaba hacia el falso monje.
—¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
La esfera impactó en Kinma, quien fue impulsado hacia atrás y chocó con la puerta. Durante unos instantes, toda la casa vibró, como si el chakra de la criatura que había poseído a Ayame intentase luchar contra el sello. Ni siquiera aquella técnica tan elaborada pudo contener la energía de la esfera que abrió la puerta, mandó su objetivo volando a más de quinientos metros y explotó en el horizonte, dejando un rastro lumínico que sin duda daría que hablar a los aldeanos más conspiranoicos.
Ayame perdió el conocimiento.
···
Las dos muchachas despertaron en un solitario campo de hierba seca en el que se suponía antes había una casa de pesadillas. A ambas les dolía el cuerpo como si les hubieran dado una paliza, pero ni siquiera la que se había llevado la peor parte tenía rasguño alguno en todo su cuerpo.
Pese a que había dormido un buen rato, Aotsuki Ayame no había tenido sus terrores nocturnos habituales, ni los volvería a tener en un buen tiempo. Sin embargo, ahora debía ocuparse de un terror más grande que ninguno, el recuerdo de un crimen que ella misma cometió... o que le hicieron cometer.
Eri sabía que había estado al borde de la muerte, y sentía aún el dulce calor de una energía que, sin saber por qué, intuía que la había salvado la vida.
Frente a ellas, a un par de metros, un hombre viejo, calvo, vestido con una túnica larga de aspecto remendado y con una barba de hechicero de las leyendas, acababa de levantarse y las miraba con desasosiego.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Kabocha? ¿Qué ha sido esa explosión? ¿Qué...?
Agitó la cabeza y enseñó las palmas de las manos, como pidiendo una disculpa.
20/01/2016, 19:46 (Última modificación: 20/01/2016, 19:46 por Uzumaki Eri.)
Parpadeó varias veces, como sin saber qué hacía allí exactamente. Le dolía todo el cuerpo, como si alguien hubiese impactado varios Ōkashō sobre su cuerpo, sin embargo no tenía ningún rasguño por todo su cuerpo. Entonces una serie de imágenes se proyectaron en su mente, como una proyección rota a la que le faltaban varias escenas importantes. Unas espinas, una sonrisa terrorífica, una risa que al recordar la erizaba el vello, el sonido de algo metálico impactando contra el suelo, sus huesos rotos, ella siendo zarandeada y golpeada contra las paredes hasta perder el conocimiento...
Instintivamente se llevó una mano a la pierna y no notó nada fuera de su sitio. Entonces reparó en lo que sentía: una energía agradable, algo la había envuelto, algo la había acogido entre sus acogedores brazos y la había sanado. No sabía ni si era qué o quién, no tenía idea de a quién agradecer, solo su corazón podía agradecer al pequeño calor que notaba en lo más profundo de él.
Giró su cabeza lentamente, temiendo que por un momento se escapase de donde pertenecía en realidad y encontró a la chica que le había acompañado durante todos sus recuerdos hasta ese preciso instante. ¡Estaba bien! ¡Ella estaba bien! ¡Ambas estaban sanas y salvas! Sin dudarlo un minuto se tiró encima de la chica de cabellos azabache, cerrando sus brazos en torno a su delicado cuerpo.
-¡Estamos vivas! - Exclamó mientras movía la cabeza de un lado a otro. Hasta que se dio cuenta de lo efusivo que había sido ese arranque de emociones y se separó de la joven, llevándose con ella unos quejidos que reprimió porque, aun sin heridas aparentes, notaba todavía en mal estado a su cuerpo. -P-perdón... - Tartamudeó, avergonzada.
Entonces escuchó una voz frente a ellas.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Kabocha? ¿Qué ha sido esa explosión? ¿Qué...?
Su cuerpo empezó a emitir un sudor frío y se alejó, arrastrándose por el suelo un par de palmos. No, no, no, ella tenía que irse de allí, quienquiera que fuese aquel hombre podría hacerles cosas impensables, y ella ya no tenía el horno para bollos. ¿Kabocha? Ni si quiera reconocía ese nombre, ella sabía de un tal Kinma, y de una misteriosa mansión, que por cierto, allí no se encontraba...
—¿Estáis bien?
Frunció el ceño, mientras su respiración se alteraba, no sabía si podría ponerse en pie con el dolor que sentía en todo su cuerpo y salir corriendo ahora mismo. Entonces reparó de nuevo en su compañera de pesares. ¿Qué tal se encontraría ella? No le había preguntado... Qué desconsiderado por su parte...
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
24/01/2016, 00:48 (Última modificación: 24/01/2016, 00:49 por Aotsuki Ayame.)
El calor remitió. Ya no la quemaba como antes, sino que la envolvía con la calidez del fuego en una chimenea en una cruda noche de invierno. Todo su ser se estremecía ante aquel poder que recorría cada fibra de su ser y de alguna manera sabía que podría hacer cualquier cosa con él. Podría cumplir cualquier tipo de deseo... Fácilmente podría emborracharse de aquel poder si se dejaba llevar. Y quizás lo habría hecho, si no fuera por las visiones que comenzaron a sucederse.
Un niño gritó en la lejanía llamando a su madre. En otra parte, una mujer rompió a llorar desconsolada.
Ayame jadeó, y una nueva lágrima rodó por su mejilla.
Sentía unos fuertes brazos reteniéndola. Inmovilizada como estaba, un hombre colocó su mano frente a sus ojos y todo comenzó a nublarse rápidamente...
La rabia la consumía. Ardía de la más primitiva ira. Y cualquier criatura que osaba cruzarse en su camino sufría las consecuencias. Niños, ancianos, mujeres, hombres... todos ellos eran iguales ante sus ojos. Bramó con toda la fuerza de sus pulmones, y el chillido acuchilló la oscuridad de la noche buscando la luz de la luna. Ellos también chillaban, como un enjambre de abejas airadas, y aquello no hacía más que enfurecerla aún más. Tenía que salir de allí cuanto antes o volverían a por ella. Volverían a encerrarla dentro del cuerpo de aquella maldita cría. Tenía que huir... Tenía que...
Entonces apareció él. Un albino cuyo rostro le era increíblemente familiar. Las sombras se reunieron en torno a su cuerpo y las figuras de los asesinos de sus hermanos surgieron repentinamente, amenazadoras, contra ella.
Aquellos malditos humanos eran los verdaderos monstruos. No ellos.
Una de las colas de energía se deslizó como una serpiente y envolvió el cuerpo de la kunoichi de Uzushiogakure. Ante la estupefacción de una Ayame casi en estado de shock, sus heridas comenzaron a cerrarse a una velocidad antinatural. Similar a lo que pasaba con ella misma las escasas veces que había recibido algún tipo de herida.
«Que esto no te sirva de precedente, niña. Pero viviréis.» La voz femenina volvió a resonar en su mente, sobresaltándola.
—¿Qué... qué eres...? ¡Monstruo! —gimió Kinma, al otro lado del pasillo, dando un paso atrás y encontrándose con que su última salida era el sello que él no era capaz de abrir.
Agitó los brazos. Nuevos tallos con espinas surgieron del suelo y se dirigieron directos hacia ella, dispuestos a ensartarla. Pero Ayame no se movió, y las plantas chocaron contra la masa de chakra que la envolvía y rebotaron, inútiles, a ambos lados. Para aquel entonces, Ayame se había convertido en una mera espectadora de la escena. Su cuerpo no la obedecía a ella, sino a una voluntad ajena que le obligó a abrir los labios. La voz que emanó de ellos no fue la suya propia, sino la que venía escuchando desde hacía unos instantes en su mente.
—Qué irónico, yo soy el monstruo. De todos los seres humanos que he conocido, sin duda tú eres el peor. Bajo los ojos de esta niña inocente como testigo, yo te condeno a muerte, bastardo.
Era imposible. ¿Era el gobi el que hablaba a través de ella? ¿Pero acaso los bijuu podían hablar? ¿No eran meras bestias sin sentimientos ni consciencia? ¿Qué sentido tenía todo aquello?
La capa de chakra se agitó en el aire y frente a Ayame se formó lo que parecía ser la cabeza etérea de un cetáceo con cinco cuernos y las mandíbulas abiertas de par en par. Frente a su mano, aún extendida, una apabullante cantidad de energía comenzó a acumularse en la forma de una esfera oscura que se hacía cada vez más grande... cada vez más grande...
—No... no... ¡Perdóname, no me hagas daño!
Aquella súplica era muy similar a la que habían formulado ellas mismas minutos antes. El aire hervía a su alrededor, y las paredes y el suelo comenzaron a temblar y crujir.
—¡MUERE!
En sus ojos el ambiente cambiaba entre parpadeos continuados. Las casas ardían... Inundaban de humo el pasillo hacia aquel maldito albino... No. Su pelo era naranja. Era Kinma. ¿Pero estaban en un bosque? De cualquier manera, el cañón de chakra se disparó contra él, y el zumbido supersónico se combinó con su aullido desesperado:
—¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
La explosión la ensordeció y cegó a partes iguales. La voz de Kinma dejó de escucharse, pero todo a su alrededor vibró con ira contenida. Antes de que pudiera recuperar los sentidos, la luz brillante pasó a convertirse en la noche más oscura.
«Gracias... Gobi...» Fue lo único que pudo pensar antes de perder el conocimiento...
...
Aquella vez no soñó. Quizás su cuerpo estaba demasiado fatigado y agradecía el descanso proporcionado, pero Ayame sabía en el fondo que las pesadillas habían terminado y no volverían a repetirse. Porque había descubierto que había sido ella misma quien había sido el origen de aquellas.
Ella había sido el verdadero monstruo que había cometido un auténtico genocidio en una sola noche.
Ella había reducido una aldea entera a cenizas.
Cuando Ayame despertó se dio cuenta de que le dolía todo el cuerpo como si le hubiesen dado una paliza. Se permitió el lujo de dejar escapar un débil quejido antes de entreabrir los ojos y, en lugar de un techo de madera, ver el cielo estrellado sobre ella. Bajo sus dedos, la hierba seca le hacía cosquillas.
En cualquier otro momento se habría levantado de un salto y se habría puesto a saltar de pura alegría. Pero no podía hacerlo, porque ni siquiera se alegraba de haber salido con vida de aquella casa de los horrores. Más bien al contrario, apenas era capaz de contener las lágrimas que punzaban su pecho de una manera tan dolorosa e insufrible.
Algo se abalanzó sobre ella repentinamente, y Ayame apenas tuvo tiempo de soltar una exclamación de alarma antes de ver una maraña de cabello de extraño color azulado danzando sobre su rostro.
—¡Estamos vivas! —exclamó la kunoichi de Uzushiogakure, mientras movía la cabeza de un lado a otro. Hasta que, igual de repentino que se había echado sobre ella, se separó entre reprimidos quejidos de dolor—. P-perdón...
Ayame se obligó a esbozar una sonrisa conciliadora, pero la escasa felicidad que sentía hizo que el gesto se viera forzado y tenso como una cuerda en un arco. Sin embargo, era un profundo alivio comprobar que estaba viva. Y que estaba bien. El chakra del bijuu la había ayudado de verdad.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Kabocha? ¿Qué ha sido esa explosión? ¿Qué...?
Una nueva voz entró en escena, y en aquella ocasión Ayame se levantó de un brinco. Un hombre calvo, pero con una espesa y larga barba, se alzaba frente a ellas, mirándolas con profundo desazón. Más parecía un mago salido de un cuento que una criatura amenazante; pero, por si acaso, Ayame retrocedió un par de pasos. Como si fuera consciente de que las había asustado, el hombre mostró las palmas de las manos.
—¿Estáis bien?
—Y... yo... B... bueno... Esto... K...¿Kabocha? ¿Quién es ese? ¿Y... y quién es usted? ¿Dónde está K... Kinma? —balbuceó
«Me llamo Kokuo, humana arrogante, no "cinco colas", y he hecho esto porque me apetecía, así que no te atrevas a darme las gracias por nada. "Sin sentimientos y sin consciencia", ¿eh? Veo que apuntas maneras en tu sociedad. ¿Acaso no tiene consciencia ni sentimientos un pájaro encerrado en una jaula?».
La voz resonó dentro de ella una vez más, más clara que nunca.
«Puedo leer a través de ti como un libro abierto, niña. No hagas que me arrepienta de haberte salvado la vida».
Se hizo el silencio dentro de Ayame.
—Y... yo... B... bueno... Esto... K...¿Kabocha? ¿Quién es ese? ¿Y... y quién es usted? ¿Dónde está K... Kinma? —balbuceó.
Kinma se sentó sobre los talones, con las rodillas flexionadas. Apoyó los brazos en sus muslos y cerró los ojos. Emitió un suspiro reflexivo.
—Soy aquél que se supone que os estaba guiando por la mansión, pero que en ningún momento os guió —dijo, siendo consciente de que sus palabras, en un momento como aquél, podrían malinterpretarse. Pese a todo, no se movió, y mantuvo su posición meditativa y tranquila—. Mi nombre es Katachi Kinma, pero no soy el Kinma que conocisteis, sino el auténtico. El otro decíase llamar Kinma pero no lo era. Se llamaba Kabocha, y por lo que se parece ha escapado de prisión.
Tomó aire y abrió los ojos.
—Mi orden encerró a Kabocha en un sello hace mucho, mucho tiempo —explicó—. Fue un peligroso criminal, autor de innumerables homicidios y aún más violaciones. Llegó incluso a abusar de niñas como vosotras. No sabéis lo que me alegra que estéis sanas y salvas.
»Durante esta época del año, el sello es más débil. Kabocha revirtió el sellado y se hizo con el control del recipiente. Yo quedé atrapado en el sótano, donde debía permanecer él, y él vivió libre esperando a que alguien más se acercase para seducirlo adentro y conseguir que rompiera el sello definitivamente. Parece que ha sucedido, pero... Algo me dice que hay más. ¿Qué ha pasado?
Escuchó tartamudear a su compañera de tragedia y miró con recelo al hombre que se había sentado sobre sus propios talones con los brazos apoyados en los muslos, además de que cerró los ojos y suspiró. ¿Acaso no tenía miedo? ¿No temía lo que pudiese pasar? Eri enmudeció dejando que su corazón se escuchase en su interior, cada latido, cada bombeada demostraba que vivía, y algo en su interior la decía que quizás ese hombre sí que podía estar en lo cierto.
Pero temía volver a pasar por lo mismo.
—Soy aquél que se supone que os estaba guiando por la mansión, pero que en ningún momento os guió. Mi nombre es Katachi Kinma, pero no soy el Kinma que conocisteis, sino el auténtico. El otro decíase llamar Kinma pero no lo era. Se llamaba Kabocha, y por lo que se parece ha escapado de prisión.
''Kinma... Kabocha...'' Un pitido resonó en su cabeza haciendo que su mano tapase su ojo izquierdo por el dolor que había sentido al murmurar en su interior aquel nombre. Lo odiaría, lo temería durante toda su vida, por no hablar de las espinas que aún notaba en sus piernas haciéndola cosquillas demasiado fuertes. Pero el hombre que ''de verdad'' era Kinma siguió hablando.
—Mi orden encerró a Kabocha en un sello hace mucho, mucho tiempo —explicó—. Fue un peligroso criminal, autor de innumerables homicidios y aún más violaciones. Llegó incluso a abusar de niñas como vosotras. No sabéis lo que me alegra que estéis sanas y salvas.
»Durante esta época del año, el sello es más débil. Kabocha revirtió el sellado y se hizo con el control del recipiente. Yo quedé atrapado en el sótano, donde debía permanecer él, y él vivió libre esperando a que alguien más se acercase para seducirlo adentro y conseguir que rompiera el sello definitivamente. Parece que ha sucedido, pero... Algo me dice que hay más. ¿Qué ha pasado?
Se quedó helada, bueno, helada ya se encontraba desde hace un buen rato, pero... No se diferenciaba a la historia que Kabocha les había relatado. ¿Debía creerle esta vez? ¿O quizá eran dos los degenerados que vivían en esa casa? Una parte de ella le pedía a chillidos que se fiase, que él era bueno, no como el monstruo que casi acababa con su frágil vida, pero... La otra parte...
Reprimió un par de lágrimas al rememorar como era golpeada hasta perder la consciencia. De recordar como caminaba en la cuerda floja entre la vida o la muerte, y también como algo la envolvió y la dio otra oportunidad. Sin querer sus lágrimas bajaron por sus mejillas para morir en sus manos, cerrándolas en puños.
-Él... Casi nos hace... O mejor dicho... Obliga... - con voz temblorosa, Eri se lanzó a contar lo que recordaba -.Pero corrimos... Y me alcanzó... Nos amenazó varias veces y ni si quiera teníamos oportunidades para defendernos... Luego quedé inconsciente... - terminó en un susurro, posando sus ojos acuosos en su compañera de procedencia de la Aldea de la lluvia.
Suponía que ella conocía todo lo que había detrás, aunque a la de ojos verdes no le importaba lo más mínimo. Ambas estaban vivas, y eso era lo que le importaba ahora.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
28/01/2016, 00:11 (Última modificación: 28/01/2016, 00:12 por Aotsuki Ayame.)
La voz del Gobi volvió a resonar en el interior de su mente, y Ayame fue terriblemente consciente de que, desde fuera, debían de haber visto como se sobresaltaba sin ningún motivo aparente.
«Me llamo Kokuo, humana arrogante, no "cinco colas", y he hecho esto porque me apetecía, así que no te atrevas a darme las gracias por nada. "Sin sentimientos y sin consciencia", ¿eh? Veo que apuntas maneras en tu sociedad. ¿Acaso no tiene consciencia ni sentimientos un pájaro encerrado en una jaula? Puedo leer a través de ti como un libro abierto, niña. No hagas que me arrepienta de haberte salvado la vida».
Aquella reprimenda fue como un jarro de agua fría. Hasta el momento, su padre y todas las personas con las que había hablado sobre los bijuu, coincidían en que eran unos monstruos sedientos de sangre sin ningún tipo de inteligencia. Sin embargo, tras haber tenido aquellas visiones y escuchando la manera en que hablaba el Gob... No, Kokuo; Ayame podría afirmar con rotundidad que tenían sentimientos. Y que eran muy similares a los que podía tener ella o cualquier persona. Pero entonces...
Sacudió la cabeza. Ya pensaría en aquel asunto después. Cuando se encontrara a salvo.
Con gesto cansado, Kinma se había sentado sobre sus talones.
—Soy aquél que se supone que os estaba guiando por la mansión, pero que en ningún momento os guió —dijo, y Ayame ladeó la cabeza con cierta reticiencia. ¿De qué estaba hablando? El hombre que las había guiado por la casa encantada tenía el pelo de color cobrizo; mientras que aquel... ni siquiera tenía pelo. Estaba dispuesta a preguntar, cuando continuó hablando—: Mi nombre es Katachi Kinma, pero no soy el Kinma que conocisteis, sino el auténtico. El otro decíase llamar Kinma pero no lo era. Se llamaba Kabocha, y por lo que se parece ha escapado de prisión.
—El auténtico Kinma... Kabocha... —repitió, con un hilo de voz.
Junto a ella, Eri se tapó el ojo izquierdo con gesto de dolor, y Ayame la miró con preocupación contenida. Sin embargo, ajeno a todo aquello, el supuesto Kinma volvió a hablar:
—Mi orden encerró a Kabocha en un sello hace mucho, mucho tiempo —explicó—. Fue un peligroso criminal, autor de innumerables homicidios y aún más violaciones. Llegó incluso a abusar de niñas como vosotras. No sabéis lo que me alegra que estéis sanas y salvas.
Era la misma historia que les había contado Kabocha, pero con otra perspectiva muy diferente. Con un sujeto diferente. ¿Debía creerle? La última vez que lo había hecho habían estado a punto de morir al creer que la persona mala era la buena. ¿Y si volvía a ocurrir de nuevo?
—Durante esta época del año, el sello es más débil. Kabocha revirtió el sellado y se hizo con el control del recipiente. Yo quedé atrapado en el sótano, donde debía permanecer él, y él vivió libre esperando a que alguien más se acercase para seducirlo adentro y conseguir que rompiera el sello definitivamente. Parece que ha sucedido, pero... Algo me dice que hay más. ¿Qué ha pasado?
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ayame. Kinma estaba pidiendo explicaciones, ¿pero qué podía decir? No podía contar que ella era una jinchuriki y que había vencido a Kabocha gracias a que el bijuu había decidido salvarlas de las garras de aquel monstruo. ¿Pero qué excusa podía poner? Ella no sabía mentir...
—Él... Casi nos hace... O mejor dicho... Obliga... -Eri se adelantó a ella con voz temblorosa. Salvada por la campana, Ayame suspiró por la nariz. Pero sabía que tarde o temprano las preguntas volverían a ella. Porque...-.Pero corrimos... Y me alcanzó... Nos amenazó varias veces y ni si quiera teníamos oportunidades para defendernos... Luego quedé inconsciente...
Eri terminó su confuso relato en un suspiro, y entonces posó su mirada inundada de lágrimas en el aterrorizado rostro de Ayame. Jadeó, sin poder evitarlo. ¿Qué debía decir? ¿Qué podía decir? A ella no se le daba nada bien mentir. Ella no sabía...
—Yo... —apartó la mirada, temblando violentamente. Y cuando los recuerdos de su combate contra Kabocha acudieron a su mente, la vista se le emborronó irremediablemente con las lágrimas que era incapaz de contener. Clavó la mirada en el suelo, tratando de alejar las visiones que se empeñaban en surcar su ya confundida mente y, al mismo tiempo, romper cualquier tipo de vínculo visual con los allí presentes. Junto a sus costados, sus puños se cerraron con firmeza—. Logré... logré defenderme... más o menos... No recuerdo... qué pasó después... ni qué ha sido de Kabocha... yo... desperté aquí, sin más...
Volvió a jadear. Sabía que la mentira se olía a kilómetros. Sabía que tanto Kinma como Eri se darían cuenta de que en realidad sí sabía algo más.
Aunque era cierto que no sabía nada sobre lo que le había pasado a Kabocha.
28/01/2016, 23:16 (Última modificación: 28/01/2016, 23:18 por Amedama Daruu.)
—Él... Casi nos hace... O mejor dicho... Obliga... —Con voz temblorosa, Eri se lanzó a contar lo que recordaba—. Pero corrimos... Y me alcanzó... Nos amenazó varias veces y ni si quiera teníamos oportunidades para defendernos... Luego quedé inconsciente... —terminó en un susurro, posando sus ojos acuosos en su compañera de procedencia de la Aldea de la lluvia.
Kinma asintió con profundo pesar.
—Debió de ser horrible. Lamento no haber podido estar allí para ayudaros. Fui débil, demasiado débil. Y a decir verdad, además de un monstruo terrible, ese Kabocha es endemoniadamente fuerte.
—Yo... —intervino Ayame. Kinma le dirigió toda su atención y leyó a través de ella todo lo bien que pudo, pero los detalles concretos se le escapaban. Sin embargo, estaba claro que ocultaba algo. Algo peligroso. Temblaba como alguien que había vivido más que cualquier tipo de trauma, más que lo debido incluso para una situación como la que acababan de vivir. Alguien poco experimentado no habría notado la diferencia.
— Logré... logré defenderme... más o menos... No recuerdo... qué pasó después... ni qué ha sido de Kabocha... yo... desperté aquí, sin más...
Era imposible de creer. No sólo por la evidente falta de credibilidad de la postura, de la lágrima y del rostro, sino por la sensación que bullía dentro de Kinma y que le indicaba que habían más cosas. Cosas grandes. Cosas poderosas.
—Ya veo. Tú también tienes monstruos con los que luchar. —Se levantó y se dio la vuelta, alejándose un poco de las dos kunoichis—. Sin embargo... ¿es luchar contra ellos siempre la opción correcta?
Giró el rostro, lo justo para clavar la mirada en Ayame. Fue una mirada larga y profunda. Y en sus ojos grises vio una sombra, que se movía, que luchaba, que protagonizaba su propio baile de gritos y movía otras muchas sombras alargadas.
Pero sólo era una sombra. Un reflejo de algo que no había.
Kinma sonrió y dio la espalda a las muchachas.
—El poder que un día tomé prestado aún no se ha agotado. Kabocha está derrotado, pero lo siento, allá en lo lejos, débil, malherido. Debo terminar con su vida y con el sufrimiento de sus víctimas. Sólo entonces podré descansar.
Echó a caminar a paso ligero, y pronto se perdió en el espeso trigal, que se hacía más denso a medida que se acercaba al horizonte.
—Que el destino os traiga mejores cartas.
Cuando Ayame giró y vio los ojos de Eri, vio una pequeña sombra que bailaba en sus pupilas.
Pero sólo era una sombra. Un reflejo de algo que no había.
¿Aún así, se puede decir que no hay nada a pesar de que sea sólo sombra de lo real lo que reste?
Fin de la masterización. Continuad hasta que queráis.
29/01/2016, 22:02 (Última modificación: 29/01/2016, 22:03 por Uzumaki Eri.)
El hombre que de verdad se llamaba Kinma asintió con algo parecido a... ¿Pesar? -Debió de ser horrible. Lamento no haber podido estar allí para ayudaros. Fui débil, demasiado débil. Y a decir verdad, además de un monstruo terrible, ese Kabocha es endemoniadamente fuerte.
—Yo... Logré... logré defenderme... más o menos... No recuerdo... qué pasó después... ni qué ha sido de Kabocha... yo... desperté aquí, sin más... - La joven de Amegakure contó lo que ella recordaba, así que su vista se posó en ella, que a su vez la muchacha miraba al suelo. A la huérfana se le encogió el corazón, ¡ni si quiera recordaba qué había pasado! ¿Sería un ángel quién las habría salvado? ¿Debería comenzar a creer en un Dios porque le debía la vida? Se acercó lentamente a la kunoichi de la lluvia y le dio varios toques suaves en la espalda, intentando consolarla, o quizás intentándose olvidar de que ella misma necesitaba consuelo.
—Ya veo. Tú también tienes monstruos con los que luchar. Sin embargo... ¿es luchar contra ellos siempre la opción correcta? — ¿Monstruos? Eri miró al hombre y luego posó sus ojos de nuevo en la muchacha, ¿qué había allí que ella desconocía? Frunció el ceño sin comprender, era como cuando hablaban de Genjutsu y ella pensaba en el almuerzo que comería ese mismo día.
Pero poco duró aquel momento, ya que Kinma le dio la espalda a las dos. —El poder que un día tomé prestado aún no se ha agotado. Kabocha está derrotado, pero lo siento, allá en lo lejos, débil, malherido. Debo terminar con su vida y con el sufrimiento de sus víctimas. Sólo entonces podré descansar.
Y se alejó de aquel remoto lugar escondido entre trigales, y con un susurro, desapareció de su campo de visión. —Que el destino os traiga mejores cartas.
-Bueno... - murmuró cerca de Ayame -.Creo que... Lo mejor será que volvamos a casa... ¿No crees? - soltó una risa nerviosa mientras se rascaba la mejilla izquierda con su dedo índice mientras miraba a aquellos ojos chocolate que la observaban de vuelta. -Alguien nos estará echando de menos... - Quería irse, quería cobijarse en su cama y no salir en mucho tiempo, porque todavía recordaba aquellos ojos que la atormentaban, pero también quería que la muchacha que tenía en frente volviese a su casa sana y salva. Por eso se levantó con lo que le permitía su cuerpo y sonrió a la dueña de aquellos azabaches cabellos. -Yo... Me marcho ya, no sé dónde tendrás que ir, pero espero que tengas mucho cuidado de vuelta. - Como si ella fuese tan fuerte como para defenderse sola, que comenzaba a darle consejos a alguien que seguro la superaba en todos los sentidos. Suspiró, simplemente quería que no les pasase nada.
-Soy Eri, por cierto... - dijo con un hilo de voz, recordando que no se había ni presentado. -Es gracioso porque hemos pasado tanto juntas y ni si quiera sé tu nombre, pero, bueno... ¡Espero que nos volvamos a ver! - Terminó mirándola directamente a los ojos, como queriéndolos grabar a fuego en su mente para nunca olvidarse de ella, le sonrió con su más sincera sonrisa y se fue con pasos lentos y múltiples quejidos por el camino que había recorrido antes de llegar a aquella horrible mansión.
Pero si la preguntaban, aquel día era uno para catalogar como peores días de la existencia de Mizumi Eri, y sabía que nunca iba a olvidar las espinas que desgarraron su piel, a aquel hombre que casi acaba con su insignificante vida, y aquellos ojos chocolate que deseaba poder volver a ver de nuevo.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
El corazón le latía a un ritmo desenfrenado. Esperaba que en cualquier momento le preguntaran más detalles sobre su
combate con Kabocha, que le interrogaran acerca de lo que había pasado realmente y sobre dónde se encontraba ahora aquel monstruo. Estaba esperando que esas y muchas otras preguntas, que no sabría responder de ninguna manera, llegaran en cualquier momento.
Sin embargo...
—Ya veo. Tú también tienes monstruos con los que luchar —dijo Kinma, y Ayame alzó la mirada hacia él con un sobresalto. El hombre se había levantado, dispuesto a abandonar el lugar, y no parecía tener ninguna intención de presionarla para que contara todo lo que sabía. ¿Por qué? ¿Y a qué se refería con que tenía monstruos con los que luchar? ¿Acaso sabía...?—. Sin embargo... ¿es luchar contra ellos siempre la opción correcta?
Volteó el rostro, lo justo para que sus ojos se encontraran de nuevo. Ayame contuvo la respiración, incapaz de apartar la mirada de nuevo al ver que en sus iris grisáceos bailaban unas sombras que se retorcían sobre sí mismas en una danza frenética y desesperada. Escuchó de nuevo gritos... pero aquella sensación desapareció en cuestión de milésimas de segundo.
«Q... ¿Qué ha sido eso?» Quiso preguntar, pero fue incapaz de pronunciar palabra alguna.
Kinma sonrió ante su estupefacción, y les dio de nuevo la espalda.
—El poder que un día tomé prestado aún no se ha agotado. Kabocha está derrotado, pero lo siento, allá en lo lejos, débil, malherido. Debo terminar con su vida y con el sufrimiento de sus víctimas. Sólo entonces podré descansar.
«El poder que un día tomó prestado. ¿Puede ser que...? ¿Es eso posible?» Kinma iba a marcharse en busca de Kabocha. Debía detenerle, tenía que preguntarle muchas cosas... Pero nuevamente fue incapaz de reaccionar. El anciano fue rápidamente engullido por el trigal que las rodeaba y pronto le perdieron el rastro.
—Que el destino os traiga mejores cartas.
Aquello fue lo último que escuchó del hombre. Ayame espiró, expulsando todo el aire que había estado conteniendo hasta el momento. Se giró hacia Eri, esperando ver una mirada tan o más confusa que la suya propia, pero en sus iris verdosos volvió a ver aquellas sombras que había visto en los ojos de Kinma. ¿Acaso se estaba volviendo loca?
—Bueno...—fue Eri la que rompió el tenso silencio, y Ayame volvió a sobresaltarse al verse expulsada de sus ensoñaciones—. Creo que... Lo mejor será que volvamos a casa... ¿No crees? —la chiquilla soltó una risilla nerviosa, pero Ayame apenas era capaz de escucharla.
—A casa... —balbuceó, de manera casi estúpida. Oh, era cierto. Ella estaba de viaje hacia el País del Fuego para presentarse como candidata al Torneo de los Dojos. Casi lo había olvidado.
—Alguien nos estará echando de menos... —insistió, como si quisiera despertarla de aquella terrible pesadilla.
A Ayame se le hizo un nudo en la garganta.
«Papá... Hermano...» Ya debían de haberse dado cuenta de que había desaparecido. Todo aquello había pasado porque se había separado del lugar de acampada, un par de kilómetros hacia el interior del bosque...
—Yo... Me marcho ya, no sé dónde tendrás que ir, pero espero que tengas mucho cuidado de vuelta
Ayame asintió, pero fue casi un acto reflejo. Estaba completamente ida de sí.
—Soy Eri, por cierto... Es gracioso porque hemos pasado tanto juntas y ni si quiera sé tu nombre, pero, bueno... ¡Espero que nos volvamos a ver!
Era cierto, con todo lo que habían pasado ni siquiera habían tenido tiempo de presentarse.
—Ayame... —respondió, igual de monótona.
Eri desapareció de un momento a otro, pero ella seguía allí, clavada en mitad de un campo de trigal seco como si de un espantapájaros se tratara. El silencio se había adueñado del lugar, pero en la cabeza de Ayame seguían resonando chillidos de terror y dolor. Su mente rememoraba las visiones que había tenido como los recuerdos que eran. Aquellas memorias casi eran más nítidas que lo que habían vivido dentro de la casa encantada. El bosque, las casas en llamas, el humo arañando su nariz, la gente muriendo... Los chillidos... Los chillidos... Kusagakure, una aldea entera, había sido reducida a cenizas de la noche a la mañana prácticamente.
Ayame se abrazó los costados y, con un gemido ahogado, se dejó caer de rodillas sobre la tierra. Lloraba con toda la fuerza de sus pulmones, sabiendo que nadie podría escucharla allí. Todo su cuerpo temblaba violentamente. Le dolía vivir mientras que otras miles de personas de personas habían perdido la vida a sus manos sin haber sido siquiera consciente de ello. ¿Pero cuándo había ocurrido aquella catástrofe? ¿Cuándo se había convertido en un monstruo? ¿En una genocida?
El chillido de un águila en el cielo iluminó su memoria.
—¡AYAME! —un grito a lo lejos la sorprendió, pero no se movió.
Las lágrimas emborronaron su visión cuando vio dos figuras que se dirigían hacia ella a toda velocidad, una inconfundiblemente blanca y otra más oscura.
«En el verano... Estuve ingresada en el hospital... Papá me dijo que había sufrido una neumonía...»
El peso de la verdad hundió su corazón. La habían engañado. Su propio padre y su propio hermano. Ellos habían sabido la verdad todo aquel tiempo.