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Daruu abrió la chirriante verja de acero negro, y entró bajo el auspicio de aquél muro bajo entre monstruos de latón y asfalto. Sus pies sintieron un tacto húmedo y suave, y a su nariz llegó el olor de la hierba mojada. En Amegakure no había muchos parques, y aquél no solía ser visitado muy a menudo, ni siquiera por los jardineros. Por eso estaba un poco estropeado, pero a la naturaleza eso no le importaba. Se dedicaba a crecer de manera desordenada, como su pelo.
El Hyūga inspiró hondo y avanzó, buscando entre los troncos de los árboles y sorteando los charcos de barro. La encontró sentada en un banco destartalado, contemplando un estanque en el que nadaban un par de aves acuáticas de aspecto tosco. Daruu no sabía qué tipo de aves serían, pero sí que estaban acostumbradas al clima hostil de la Tormenta. A veces se las veía volando en círculos alrededor de la torre donde vivía.
—Sabía que podría encontrarte aquí —le dijo a la figura de cabello blanco, aunque en realidad no estaba hablándole a ella—. He hablado con Shanise.
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En Amegakure no había muchos parques. Y aquel en concreto no era siquiera frecuentado por los jardineros que debían encargarse de su cuidado. La vegetación crecía salvaje y sin control por doquier: lo que muchos consideraban malas hierbas alfombraban el suelo entre los charcos de barro, y los árboles crecían exuberantes, alejados de las herramientas de poda. Y, precisamente por esa razón, era uno de los rincones favoritos de Ayame. Entre tanta luz de neón, asfalto y metal carcomido por la lluvia, un rincón de naturaleza verde era lo más parecido a un refugio que podía tener en Amegakure.
Sin embargo, tal y como pudo comprobar Daruu cuando llegó al fondo del parque y la vio sentada sobre un banco destartalado y casi invadido por la vegetación. Sus cabellos blancos la delataban: era Kokuō quien contemplaba en sombrío silencio las aves que nadaban tranquilamente en las aguas de un estanque.
—Sabía que podría encontrarte aquí —escuchó a su espalda, pero no se sobresaltó como lo habría hecho Ayame. En su lugar, giró la cabeza hacia él, con sus ojos aguamarina inspeccionándole meticulosamente—. He hablado con Shanise.
Kokuō se mantuvo en silencio durante algunos segundos. Sabía que Amedama Daruu deseaba hablar con Ayame, y no con ella, por lo que terminó por retirarse a las profundidades del subconsciente y le pegó un pequeño empujón a la otra conciencia para que saliera a la superficie. No le hizo ninguna gracia, lo sabía. De hecho, la notó retorcerse e intentar regresar a su propio refugio, lejos del mundo real, pero en aquella ocasión, Kokuō no lo permitió. Los cabellos de la kunoichi se oscurecieron a medida que la conciencia de Ayame volvía a tomar el control de su cuerpo. Sus ojos, ahora avellana y no turquesa, se detuvieron momentáneamente en Daruu, pero Ayame enseguida apartó la mirada, con lágrimas contenidas.
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Daruu sonrió y se acercó con prudencia. Ayame no estaba bien. Eso lo sabía. Y no quería hacerle más daño, así que tendría que elegir cuidadosamente sus palabras. Pero sabía que aquello era algo que ella necesitaba oír en ese preciso momento, lo supiera o no.
Se acuclilló al lado del banco y miró su perfil, evasivo.
—Llevas toda la vida queriéndome pero odiándome a partes iguales cuando estamos en el campo de entrenamiento, Ayame, pero al final, ella te escogió a ti antes que a mí, ¿eh? —Sonrió, triste—. No quiero incordiarte mucho, pero me gustaría que supieras que Shanise me ha pedido que sea el próximo Arashikage. —Daruu se levantó y se dio la vuelta. Se acarició la nuca, incómodo. Todavía no podía creérselo. Negarse a algo así era de locos. Pero también fueron de locos muchas de las cosas que había hecho en la vida—. Y que yo lo he rechazado.
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Ayame sintió a Daruu acercarse a ella, pero ni siquiera por esas volvió a levantar la cabeza. Él se acuclilló, sin embargo, para que sus ojos quedasen a la misma altura. Pero la mirada de ella le rehuía continuamente. No quería mirarle. No podía mirarle. No sin que sus sentimientos la traicionaran una vez más.
Daruu había ido a hablar con Shanise después de que dejara clara su intención en convertirle en el nuevo Arashikage. Y si ya había regresado, sólo podía significar una cosa.
—Llevas toda la vida queriéndome pero odiándome a partes iguales cuando estamos en el campo de entrenamiento, Ayame, pero al final, ella te escogió a ti antes que a mí, ¿eh? —le dijo, con una sonrisa cargada de tristeza—. No quiero incordiarte mucho, pero me gustaría que supieras que Shanise me ha pedido que sea el próximo Arashikage.
Ayame apretó los puños sobre las rodillas y giró la cabeza aún más para que no viera las lágrimas que amenazaban con desbordarse de sus ojos. Le había visto combatir contra su hermano desde las profundidades de su propio subconsciente. Sabía mejor que nadie lo poderoso que era el Hyūga. Y era consciente de que había pocas personas mejor capacitadas para el puesto de líder de la aldea. Él mismo se había demostrado merecedor de aquel sombrero cuando guió de vuelta a Amegakure a las gentes de la aldea tras el atentado de Dragón Rojo en el Valle de los Dojos. Pero aún así, no quería. No podía alegrarse por su ascenso. No después de ver morir a Yui de aquella manera. Al colocarse el sombrero de Arashikage, Daruu se convertiría en la próxima diana de Kurama, de Dragón Rojo, de cualquier amenaza. No podía perder a nadie más de aquella manera... ¡No lo soportaría!
Daruu se levantó, dándose la vuelta en el proceso. Se rascaba la nuca, con gesto incómodo. Posiblemente estaba leyendo a través de los gestos de Ayame. Posiblemente...
—Y que yo lo he rechazado.
Aquellas tres palabras cayeron sobre ella como un cubo de agua fría. Incapaz de creer lo que estaba escuchando, Ayame alzó la cabeza y, por primera vez en mucho tiempo, clavó sus ojos abiertos de par en par en Daruu. ¿Le había entendido bien? ¿No le habían traicionado sus oídos? ¿De verdad había...?
¿Había rechazado el puesto de Arashikage?
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5/01/2022, 14:24
(Última modificación: 5/01/2022, 14:24 por Amedama Daruu.)
—¡No es que no fuese algo que en parte me gustaría muchísimo, y considero un honor que me hayan ofrecido la oportunidad! —se apresuró a aclarar Daruu, sintiéndose culpable de nuevo—. Solo es que...
»No me imagino en ese despacho encerrado, planificando una guerra para que otros arriesguen la vida por mí. No me imagino dejándoos arriesgar la vida ahí fuera, mientras yo no soy más que la única pieza del ajedrez que debe caer en un ejército. No puedo. Yo admiraba a Yui, Ayame, a la Tormenta. Y querría ser como ella.
»Libre.
Suspiró.
»Además, peleando contra Kōri-sensei sentí algo aquí, en el pecho —dijo, agarrándose la ropa con la mano a la altura del corazón—. Mientras caminaba hacia el despacho, era como si fuese construyendo un muro entre ti, Kōri, y yo. Era como dejar de ser... un equipo. Y yo...
»Atesoro tanto esos momentos que no puedo renunciar a ellos. Quiero estar con vosotros. —Volvió a darse la vuelta. Sonrió—. Quiero estar contigo.
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—¡No es que no fuese algo que en parte me gustaría muchísimo, y considero un honor que me hayan ofrecido la oportunidad! —se apresuró a aclarar Daruu, visiblemente abochornado—. Solo es que... No me imagino en ese despacho encerrado, planificando una guerra para que otros arriesguen la vida por mí. No me imagino dejándoos arriesgar la vida ahí fuera, mientras yo no soy más que la única pieza del ajedrez que debe caer en un ejército. No puedo. Yo admiraba a Yui, Ayame, a la Tormenta. Y querría ser como ella. Libre.
Y esa libertad, ese deseo de luchar, habían sido también los que habían llevado a Amekoro Yui a soltarse de su mano cuando Ayame intentó llevarla de vuelta a Amegakure. La kunoichi no pudo evitar morderse el labio y agachar la mirada al volver a recordarlo.
—Además —agregó Daruu, con un profundo suspiro—, peleando contra Kōri-sensei sentí algo aquí, en el pecho —explicó, agarrándose la ropa con la mano a la altura del corazón. Y Ayame volvió a mirarle, sin terminar de comprenderle—. Mientras caminaba hacia el despacho, era como si fuese construyendo un muro entre ti, Kōri, y yo. Era como dejar de ser... un equipo. Y yo... Atesoro tanto esos momentos que no puedo renunciar a ellos. Quiero estar con vosotros.
Daruu se dio la vuelta, encarándola de nuevo. Sonreía. Sonreía con esa sonrisa que tanto le gustaba a Ayame. Con esa sonrisa que la había enamorado desde el primer momento.
—Quiero estar contigo.
Ella no pudo soportarlo por más tiempo. Se levantó del banco y se abalanzó sobre sus brazos, sollozando. Sin embargo, había sobreestimado la capacidad de su debilitado cuerpo, y sus piernas flaquearon en el momento en el que tuvieron que soportar el peso de su cuerpo. En consecuencia, Ayame trastabilló con torpeza y terminó abalanzándose sobre Daruu. De una forma mucho más literal de lo que había pretendido en un principio.
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Ayame se abalanzó torpemente sobre Daruu, quien en silencio la rodeó y trató de darle toda la calidez de la que se podía hacer acopio en un día frío de invierno como aquél. Acarició su pelo y suspiró, tratando de retener de nuevo las lágrimas.
—Nunca estarás sola, Ayame —murmuró—. No lo olvides, por favor.
»Sé que no estás bien. Sé que necesitas tiempo. Pero cuando te sientas con fuerzas, yo seguiré ahí. ¿Vale?
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Él la rodeó con sus brazos, y Ayame se apretó contra él, agarrándose a su ropa y aspirando su aroma. Pocas cosas le hacían más sentir más segura que uno de sus abrazos. Pocas cosas le hacían sentir más segura que su olor.
—Nunca estarás sola, Ayame —escuchó junto a su oído—. No lo olvides, por favor. Sé que no estás bien. Sé que necesitas tiempo. Pero cuando te sientas con fuerzas, yo seguiré ahí. ¿Vale?
Ella tardó un poco en responder. Daruu no podría verlo, pero había abierto la boca, como si durante un instante hubiese querido decir algo en voz alta. Sin embargo, al final terminó por morderse el labio y asentir, en completo silencio. Lo sentía. Lo sentía mucho. Y al mismo tiempo estaba inmensamente agradecida. Pero aún no era capaz de expresarlo con palabras...
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El trauma rompió el momento de cariño que ambos compartieron durante unos minutos. Ambos sabían que alargarlo sólo lo haría más doloroso, así que Daruu terminó por separarse, y sin forzarla a mirarle los ojos, le acarició los hombros y se alejó, sintiendo una punzada en el corazón.
—Ahora me voy a ir, Ayame —dijo—. He tenido un combate contra Kōri-sensei y seguro que se cree que mañana seré el siguiente Arashikage. Debería decírselo a él también.
»Cuídate mucho. —El Hyūga se dio la vuelta y caminó a paso rápido aplastando la hierba, que estaba llena de ramas y raíces y crujió a medida que pasaba.
Alguien con formación en poesía habría llamado a aquello "un profundo silencio".
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El abrazo se alargó en el tiempo, y aunque ninguno de los dos se atrevía a romper el contacto, sabían bien que tarde o temprano habrían de hacerlo. Y aún así, cuando Daruu se separó de ella, la congoja volvió a aferrarse a su corazón como una afilada garra congelada. Él le acarició los hombros, ella le miró suplicante, sin ni siquiera saber qué pedirle.
— Ahora me voy a ir, Ayame —le dijo—. He tenido un combate contra Kōri-sensei y seguro que se cree que mañana seré el siguiente Arashikage. Debería decírselo a él también.
Ella asintió en silencio, esforzándose por contener las lágrimas. sabía que tenía que marcharse, pero otra parte de ella no quería volver a estar sola. Y al mismo tiempo estar con otras personas se sentía como una pesada carga. Era difícil. No sabía ni lo que quería. No lograba comprenderse. Y eso... dolía.
— Cuídate mucho —culminó el Hyūga, dándose la vuelta para desaparecer de la escena.
Ayame volvió a sentarse con suma lentitud, sus ojos perdiéndose en las aguas del estanque. Las aves acuáticas habían volado. Cerró los ojos, y se dejó hundir. Poco a poco sus cabellos se volvieron albos. Y cuando volvió a abrirlos, sus iris volvían a ser aguamarina.
Daruu terminaría por encontrar a Kōri en la pastelería de su madre. Sin faltarse a sí mismo, El Hielo había pedido un plato rebosante de bollitos de vainilla y ahora los degustaba lentamente, saboreándolos con sumo gusto mientras la mirada de sus ojos gélidos se perdían, pensativos, más allá de la cristalera del escaparate.
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—Pues yo creo que ya sé por qué le ha llamado Shanise —teorizaba Kiroe, a propósito hablando con voz más alta cuando pasaba cerca de Kōri con las bandejas de café y pasteles. Dato curioso: en ningún momento se ha dicho que Kōri comunicó esta información a la madre de Daruu. Ella, simplemente, lo sabía. A veces, podía resultar terrorífico. Si a Kōri se lo parecía, no daba señales de ello—. Va a contar con él como próximo Arashikage. ¡Que lo sé yo! ¡Daruu está destinado a serlo! Ya lo visteis gritar en el torneo: ¡Yo seré la Tormenta! —imitó de forma no muy convincente, con el puño cerrado.
Los clientes de la cafetería o bien se lo tomaban a risa, o consideraban una ofensa su ego desmedido, pero en cualquiera de los casos evitaban establecer contacto visual con ella. Por norma general, no es recomendable enemistarse con quien puede convertir tu café del tiempo en un café aguado porque ah, me lo has pedido del tiempo, y está lloviendo, ¿no lo ves?
Entretanto, detrás de la montaña de bollitos de vainilla hizo acto de aparición una pequeña figura de pelo corto y de color rojo borgoña. Unos ojos rosados que observaban a Kōri con curiosidad y miedo al mismo tiempo.
—¿Ganó el combate? —preguntó de pronto—. ¿Mi hermano ganó?
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Kōri no miraba a Kiroe directamente, pero sí que podía sentir su presencia. Cómo para no hacerlo.
—Pues yo creo que ya sé por qué le ha llamado Shanise.
Cuando quería, la pastelera podía ser tan silenciosa como un copo de nieve, no en vano había pertenecido al escuadrón de inteligencia y espionaje. Sin embargo, en aquellos instantes, parecía que había decidido recabar la información de otra manera mucho menos sutil:
—Va a contar con él como próximo Arashikage. ¡Que lo sé yo! ¡Daruu está destinado a serlo! Ya lo visteis gritar en el torneo: ¡Yo seré la Tormenta!
Kiroe iba de aquí para allá, exclamando a los cuatro vientos sus sospechas sobre por qué Daruu había sido citado por Hōzuki Shanise. Y aumentaba aún más el volumen de su voz cuando pasaba cerca de su mesa, como si estuviese esperando que Kōri confirmara sus ideas. El Hielo no lo hizo. Pero a cambio se llevaba también las miradas recelosas del resto de clientes. Todos allí sabían que él había sido el sensei del Hyūga. Todos allí sabían que Kōri debía ser el que mejor manejara aquella información. Y, precisamente por eso, él callaba. Extendió una mano hacia la bandeja de los deliciosos bollitos de vainilla, pero justo entonces una cabecita apareció junto a él.
—¿Ganó el combate? —preguntó la pequeña Chiiro—. ¿Mi hermano ganó?
Kōri se quedó mirándola durante unos largos instantes que se hicieron eternos. Al final, apartó sus ojos gélidos de ella y se llevó el bollo a la boca.
—Sí. Ganó —respondió, antes de asestar el primer bocado.
Kōri se había visto superado por su alumno de la noche a la mañana, sin tan siquiera haberlo visto venir. No era rabia, ni orgullo lo que sentía. ¿Pero entonces por qué tenía aquella angustia en su pecho?
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Chiiro sonrió de oreja a oreja. Parece que aquello la dejó satisfecha, y excusándose rápidamente siguió a su madre para seguir ayudándola con las tareas de la cafetería.
—Mi hijo va a ser un buen Kage, sí señor —Continuaba parloteando Kiroe, aunque fue interrumpida de golpe.
—¿Qué clase de espectáculo estás montando aquí, mamá? —La cafetería quedó en completo silencio. Uno de los clientes pagó apresuradamente a la dueña y salió del local susurrando un "buenas, buenas, hasta luego, gracias" escuetamente a Daruu para que se apartara y le dejase salir. Otra comenzó a beber a toda velocidad un café y a ponerse toda roja porque evidentemente estaba demasiado caliente—. ¿No puedes dejar de husmear en todo lo que hago a diario por una vez?
—¡No me hables así, Da...!
—¡No hablé con Shanise-sama de eso! ¿Vale? —mintió—. Y ahora, más vale que me dejes hablar con Kōri-sensei a solas y te ocupes de tu cafetería, que veo que tienes bastante trabajo.
—Lo siento. —Kiroe ensombreció la mirada y, visiblemente ofendida, siguió con la tarea. Chiiro se mantuvo casi pegada a su cintura, observando a Daruu discretamente de lejos.
Daruu se sentó frente a Kōri y, sin pedir permiso, cogió un bollito de vainilla y le dio un buen bocado.
—A veces es insufrible. No hace más que meterme en compromisos y en problemas de todo tipo. ¿Le has contado tú que me llamó al despacho, sensei? —preguntó, señalándole con el bollito.
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Chiiro pareció verse satisfecha con la respuesta del albino. Con una sonrisa de oreja a oreja, la chiquilla enseguida abandonó su mesa para seguir ayudando a su madre adoptiva con la pastelería. Kōri había vuelto a echar mano de un pastelito cuando Kiroe volvió a las suyas, pero su verborrea se vio repentinamente interrumpida con la inesperada llegada de Daruu.
—¿Qué clase de espectáculo estás montando aquí, mamá?
La continua animosidad del local se vio congelado de repente. Todos enmudecieron como si acabaran de ver entrar a un fantasma. De un momento a otro, uno de los clientes pagó a toda prisa a Kiroe y salió de la cafetería como si la vida le fuera en ello, y otra mujer comenzó a beberse su café a toda velocidad. Debía de estar abrasándose en el proceso, a juzgar por el color de su rostro. Daruu le recriminó a Kiroe su particular cotilleo y, después de pedirle (o exigirle) hablar con El Hielo a solas, se acercó a su mesa.
—A veces es insufrible —le dijo, echando mano de uno de sus bollitos de vainilla sin ningún tipo de permiso—. No hace más que meterme en compromisos y en problemas de todo tipo. ¿Le has contado tú que me llamó al despacho, sensei?
—Eso es mío —replicó Kōri, aunque no hizo ningún intento por quitárselo de las manos—. Y no, yo no le he dicho nada sobre eso. De hecho, iba a preguntarte si se lo habías dicho tú.
Era de sobras conocido que Kiroe tenía una peculiar habilidad para enterarse de todo lo que se estaba cociendo a su alrededor. Sin embargo, uno nunca terminaba de acostumbrarse. ¿Acaso ningún secreto quedaba a salvo de aquella pastelera?
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15/02/2022, 18:51
(Última modificación: 15/02/2022, 18:54 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
—¿Yo? —dijo Daruu, tras darle otro bocado al bollito—. No le diría a mi madre algo antes de tiempo nunca en la vida. Ya ves cómo se pone. —Señaló a sus espaldas, pero ahora Kiroe, huraña, secaba unas tazas de café recién sacadas del lavavajillas, aún húmedas—. No tengo ni idea de cómo se ha enterado, la verdad.
»Kōri-sensei —murmuró, al cabo de unos segundos—. Sí que me propuso tomar el sombrero.
Mantuvo la mirada fija con su maestro. No quería decepcionarlo, y por eso dudó en contar el resultado de aquella breve reunión con Shanise.
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