Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Con la primavera ya en el aire, Eri había decidido salir de Uzushiogakure con el fin de dejar de pensar y darse un tiempo antes del Torneo de los Dojos. Se había apuntado para querer demostrar algo, pero, tras un tiempo pensando, todavía no había encontrado la respuesta a: ¿qué era ese algo?
¿Qué es lo que quería demostrar?
Se encaminó a la Villa de las Aguas Termales con el pensamiento de despejarse allí, pero el viaje iba a ser largo, y la noche acudió a ella llegando a los Arrozales del Silencio.
La pelirroja nunca había estado allí, es más; ni si quiera se había detenido a pensar qué era aquel lugar más allá de campos repletos de plantas y arrozales. Pero al verse de vuelta a oscuras buscando pasar la noche en algún lugar cómodo, no pudo más que buscar un hostal cercano a aquel lugar. Para su suerte, no necesitó más de veinte minutos para encontrar un pequeño hostalillo de paso, con algunas habitaciones libres y ganas de llevarse unos ryos.
Rentó una pequeña habitación y se despojó de todo aquello innecesario quedándose únicamente en túnica con el cabello ligeramente recogido. La noche era agradable así que, con algo de ánimo, salió al pequeño balcón y se apoyó en la baranda de madera.
Deshizo el sello y sacó de la palma de su mano una pequeña flauta, y con la suave melodía del viento, comenzó a tocar unas notas de forma improvisada.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
—Los Sagisō siempre deben de estar orgullosos de ser de Kusagakure no Sato. Siempre deben mostrar su linaje y tenerlo en algo.
—Sí, madre.
—Sin embargo... Sería prudente estar de incógnito. Especialmente si vas en calidad de negocios.
—Entiendo.
—Eres fuerte, Ran-chan. Pero nunca está de más tener cuidado.
Ranko descendió de la estación de tren con dos bultos atados sobre su mochila. Con un posible torneo inter-aldea en el horizonte, y apenas a sabiendas de la situación entre Kusagakure y las otras aldeas, Ranko se había ofrecido para hacer un par de encomiendas a nombre de su padre. "El viaje me hará bien. Siempre hace bien explorar."
Ya oscurecía, y la primera parada de su misión de entrega era, de hecho, no muy lejos de allí, en los arrozales. Pero podía esperar hasta el día siguiente. Fue al primer hostal que encontró, pues no quería liarse mucho buscando, y rentó un cuarto. Dejó su mochila acomodada y los dos bultos, perfectamente empacados y atados, depositados con cuidado al lado de su mochila, en el suelo. Se sentó en la cama. No se sentía, pero había algo que le provocaba un ligero pesar. No se había dado tiempo (o no había querido darse tiempo) para una introspectiva. ¿Qué era aquello? Llevaba las ropas ya características de ella: sus pantalones de combate, su blusa sin mangas, su obi. Sólo se había quitado sus zapatos y sus guardabrazos. Y su bandana ninja estaba oculta, guardada en su portaobjetos, el cual seguía abrochado a su cadera.
"Incógnito" suspiró para sí.
De la nada, algo le llegó.
"¿Música? Es... ¿una flauta?"
Era una melodía bonita, sencilla, como quien toca algo sin pensar y sin planear. ¿De dónde venía? Ranko se levantó, curiosa, y dio un breve paseo por su habitación hasta descubrir que el sonido provenía de afuera, del cuarto de al lado. Una chispa de emoción saltó en su pecho. Recuerdos del valle de Unraikyo, en donde la música le llevó a conocer a King Rōga, o de Yachi, donde le llevó a encontrarse con Aotsuki Ayame. ¿Era en realidad tan mágica la música? Sin pensarlo más fue a su mochila y buscó su flauta shakuhachi y fue hacia el balcón. No salió, no obstante, sólo abrió la puerta. Luego apoyó la espalda contra la pared.
"¿Qué tal que es solamente una persona practicando? Tal vez no quiere que nadie la moleste. Tal vez quiere escuchar su música en solitario. Y si voy de metiche... Tal vez acabe molestándose." Ranko bajó la flauta. Aspiró profundamente.
Luego gritó. En su mente, claro, no tendría el valor de molestar a más de un huésped.
"¡RANKO DECIDIDA!"
Llevó la flauta a sus labios y comenzó a tocar algo, siguiendo la pauta de la música que venía del balcón a la derecha del suyo. Ranko intentaba darle una melodía secundaria a la de su desconocido hermano de flauta. A pesar de seguir ella dentro de la habitación, esperaba que lo que estaba tocando llegase a su vecino. Y esperaba que no se molestase...
La de cabellos como la sangre se sobresaltó de pronto al escuchar una melodía ajena a la suya, haciendo que algunas notas no sonasen del todo acorde a su idea de improvisación. No la escuchaba del todo nítida, pero sabía que alguien estaba tocando a su vez con ella. ¿Sería alguno de los huéspedes que se encontraban hospedados al igual que ella en aquel hostal?
Sus dedos se destensaron. No tendría por qué alarmarse, ¿no? ¿Qué peligro había en que dos músicos tocasen a la vez con el mismo instrumento? La música llamaba a todo el mundo, e, incluso, los músicos cedían a ella como si fuese miel.
Volvió a posar los labios en el instrumento y dejó salir aire mientras volvía a vibrar el aire, la melodía de Eri se acompasó de nuevo con la del desconocido, que lo acompañaba, de cerca, como si quisiera tocar su mano y pasear juntas. La melodía era suave, y, aunque ni Eri ni su compañero flautista se habían dado cuenta, algún que otro transeúnte se había parado a escuchar.
«¿Se sabrá alguna canción que yo conozca?» Se preguntó, cambiando la melodía a otra que no era improvisada, sino una canción infantil, de cuna, que había escuchado cantar a su madre en Uzushiogakure y que decían que se transmitía a través de la canción, sin escrito, solo por la melodía y la memoria.
Quizá...
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
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—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
"Losabíalosabía. Lomolestéaaaaaaaah" pensó Ranko, con un dejo de desesperación.
Mas cuando estaba a punto de dejar de tocar, tomar sus cosas y desaparecer del mundo por la vergüenza de haber interrumpido a un músico, las notas que venían del cuarto de al lado respondieron. Se entrelazaron con las que ella hacía, y pronto Ranko imaginó dos mariposas volando grácilmente en un campo de flores, a veces al unísono, a veces a un destiempo perfecto, siempre en armonía.
La Kusajin sintió un cambio en la suave melodía. La siguiente tonada tenía más confianza. Ranko no reconocería la tonada, pues había tenido crianza diferente, aunque sí pensó que era más que improvisación. Bajó la intensidad de sus soplidos para darle más espacio a la melodía de su vecino. Después de unos momentos de disfrutar la música del flautista de al lado, Ranko volvió a tocar, intentando tomar las últimas notas que había escuchado y hacerlas suyas, de ambos, hacer una transición hacia una melodía que ella conocía: una más alegre, más stacatto, ligeramente más viva, como dos gazapos saltando y danzando en primavera.
"Será como una conversación. Flautista-san me acaba de contar algo suave y calmado, como un niño antes de dormir. Yo le diré lo mucho que me gusta moverme."
Si Flautista-san respondía de la misma manera, Ranko bajaría el volumen de su melodía. Sería como si cada quien tuviese algo que decirle al otro.
No tuvo suerte con su compañero —o compañera— flautista, sin embargo, no se vino abajo, pues la acompañó con suaves notas y una voz más baja que la que ella entonaba, hasta que, al final, su compañero volvió a tocar, haciendo una improvisación con las últimas notas de aquella pequeña nana, convirtiéndolo en algo nuevo, algo suyo.
No tardó en darle más vida a aquella canción de cuna, pasando a una melodía mucho más alegre y vivaracha, con movimiento. Música que se bailaría en una festividad, donde los jóvenes irían de un lado a otro robando bailes y moviendo las piernas al compás de la melodía. Eri tomó el relevo y fue ella la que tomó la segunda voz, tocando algunas notas que el otro flautista tocaba, dándole énfasis en las más altas y dejando más espacio en las bajas.
«Seguro que ha ido a muchas fiestas, parece que le gusta la música movida... Yo en cambio siempre he ido a melodías más tristes.»
Cuando la velocidad cayó, Eri tomó de nuevo las riendas, aunque esta vez la melodía cambió a una más lenta, con más graves que agudos. No era un lamento, pero sí denotaba algo triste en contraste con la melodía vivaracha que el otro flautista le había demostrado, como el final de la adolescencia, como el golpe de la realidad.
Haría lo mismo, ella tocaría y esperaría al final para ver si su compañero llevaba el relevo.
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El corazón de Ranko se aceleró de la emoción. ¡Flautista-san le estaba respondiendo! ¿Debería de salir al balcón? No, sintió que aquella conexión había comenzado con música, y debía continuar con música, al menos por el momento.
Lo que Flautista-san le decía en ese momento era triste. No, melancólico. Sintió como si caminara por un bosque, lleno de árboles sin hojas, pero que de alguna manera tapan el sol con sus ramas torcidas. Sintió el aire frío de una mañana solitaria, mientras caminaba entre raíces negras y hojas otoñales, sin el ruido de las aves y los animales. Era hermoso, pero le hacía sentir levemente acongojada.
"No, no siento como si estuviese en ese bosque. Es como si de repente me hubiese dado cuenta de que estoy en ese bosque..."
Disfrutó de aquel sentimiento sombrío, pero bello, de Flautista-san, hasta que percibió que disminuía y le estaba dando pie para que contestara. Ranko se concentró en las últimas notas de su compañero músico y se acompasó a ellas para tocar su parte.
Su melodía fue más calmada que antes. Era relajada, tranquila como una mañana tardía en el bosque, como el viento que acabase de secar el rocío, como un día de té en medio del bosque, con aves cantando a la distancia. Era familiar y cálida, aunque no veloz. Era la familia de Ranko comiendo junta en el jardín.
Esperaba que Flautista-san comprendiera su mensaje. Al final, dejaría una nota larga, dándole pie a su compañero de continuar. A cada intercambio, Ranko se giraba más hacia la puerta, pero sin animarse de dar un paso fuera hacia el balcón.
Su decaída melodía la recordó a momentos oscuros en su corazón, sobre todo en el viaje emprendido esos días fríos de otoño e invierno en busca del muchacho de ojos rojos, pero sabía que simplemente era un recuerdo, algo que ya había vivido y que no tenía por qué experimentar de nuevo, así que, cuando fue disminuyendo, pensó que su compañero de música, a quien le gustaba las melodías más alegres —o eso aparentaba—, le deleitaría con algo más feliz que lo que ella tocaba.
Pero quien estaba detrás de las notas decidió ir por algo calmado, tranquilo, como si calmara la tristeza que asolaba su corazón tras lo tocado, y ella, de vez en cuando soltando notas que acompañan al músico, y seguramente él lo notase algo más vago que antes, solo por el hecho de que había logrado realmente relajarla, recordando tranquilas tardes en el jardín de su casa bien cuidado por su madre, con los pájaros piando y el sol acariciando su piel. Eran tiempos tranquilos, de paz, antes de todo el revuelo de convertirse en ninja.
De nuevo, el flautista desconocido dejó colgando la nota, y ella volvió a tomar las riendas con gusto. Aquella vez, tocó algo más alegre, como si de una gran fiesta se tratase, imaginando escenas de gente bailando alrededor de una hoguera al lado de la playa de Uzushiogakure, o incluso en el Festival de los Cerezos, eso sí que eran fiestas.
Se levantó de la alegría mientras tocaba y fue esa vez como, llevada por la inercia, se acercó al balcón casi contiguo, acercando la melodía y esperando escuchar la otra más cerca, fusionándolas y creando algo todavía por descubrir.
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Su flauta relajada de verano fue contestada por una alegre, muy movida, como un año nuevo con todo el pueblo.
"Parece que Flautista-san no es sólo melancolía. ¡Puede ser bastante animado!"
Se llevó la flauta a los labios, pero no sopló. No todavía. Quiso disfrutar de la música, ser parte de aquella ilusión festiva. Se imaginó danzando en una tarde, entre conejos y amigos, o al menos aquellos a quienes había conocido. El chico de las rastas y su perro. El espadachín poeta. El músico electrizante. El chico rubio y su araña. La chica de la luna en la frente. El boludo. El boxeador. La temerosa chica rubia. La princesa de… No, no la princesa. La chica de los insectos.
Algo pequeñito se rompió dentro de Ranko, como una ventana que estuviese trabada con un palillo, pero que hubiese estado reticente de abrirse por mucho tiempo. Despegó la flauta de sus labios y suspiró lejos de ella. Flexionó la pierna, a punto de dar un paso hacia fuera de la ventana.
”¿No sería gracioso que al terminar me fuese sin palabra alguna? ¿Qué diría Flautista-san? ‘Creo que estuve tocando con un fantasma o un ángel’ tal vez. Sería como si la música en sí hubiese sido su amiga. Sólo la música. ¿Debería…?”
Regresó la flauta a sus labios, preparándose para tocar de nuevo.
”Debería.”
Cerró los ojos y salió al balcón.
La música que tocó a dueto con Flautista-san, en sincronía, casi como si hubiesen practicado por días, fue irrepetible. Su melodía expresaba que la fiesta continuaba por toda la tarde, hasta el ocaso, hasta que las estrellas se sumaban a las farolas y a las hogueras y a las sonrisas. Tal vez imaginaba todo y lo exageraba en su cabeza.
La otra persona terminó saliendo al balcón, junto a ella, y las melodías se entrelazaron creando un dueto que recordaría toda su vida, como si ambos flautistas estuvieran destinados a hacer música juntos, como si las flautas estuvieran emparentadas la una con la otra y conocieran su voz aun sin haberse visto en la vida, y en su actuación, Eri sonrió.
Quizá era la paz que llevaba buscando mucho tiempo.
Nunca había tenido esperanza en ser buena música, ni si quiera se lo tomaba en serio la mayoría de las veces, pero ahí estaba, proporcionándole la tranquilidad tan ansiada que buscaba. Las notas volaban de su instrumento hasta el de su acompañante y ambas jugaban en el aire hasta zambullirse en sus oídos.
Pero todo tenía un fin.
Pese a que estaría así probablemente toda la noche, sus pulmones demandaban descanso, y ella, decayendo junto a su melodía, con una nota grave, dio por finalizada su actuación.
Tomó con ambas manos su flauta y la observó con detenimiento. Estaba muy agradecida a sus padres por todo lo que habían hecho por ella, y esa flauta, aquel trozo de madera decorado con flores de cerezo, era el legado que le había dejado su padre.
Sonrió.
—Gracias por acompañarme esta noche —murmuró en la penumbra. No a la flauta, sino a su acompañante.
No esperaba una respuesta, solo necesitaba saber que él o ella sabía que estaba agradecida.
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¿Por qué otra razón tendría tal sentimiento en su pecho? ¿Por qué otra razón estaría rodeada de fuegos artificiales, y colores y hadas, o al menos se sentiría así? Nunca había tocado la flauta tanto (ni tan bien) como esa noche, y pensaba que tal vez nunca lo haría de nuevo. Y no importaría, pues aquella experiencia estaría grabada por siempre en su corazón.
Aquella melodía dual no se alzaría y explotaría como un cuento épico, sino que descendería elegantemente, como un búho regresando a su árbol al alba, después de una noche de surcar los vientos majestuosamente.
Hubo un momento de silencio durante el cual Ranko recuperó el aliento.
—Gracias por acompañarme esta noche.
La voz de Flautista-san la hizo aferrarse al momento. Era la confirmación de que existía, que aquella vivencia era real y no pura imaginación. Abrió los ojos y se viró brevemente hacia su derecha. Flautista-san era una chica pelirroja en túnica, un fantasma de fuego apenas cubierto por el manto de la noche. Tiempo después, Ranko pensaría que debía haber escrito tal descripción en un poema, o algo así.
Jugueteando la flauta entre sus manos, la Kusajin respondió.
—Gracias. Por invitarme —su voz era queda, pero clara, y no le costaría escucharla —. S-s… M-me llam-
Pero algo la interrumpió: algunos aplausos se escuchaban debajo de ellas. Al asomarse un poco, Ranko pudo ver más de trescientas personas que habían escuchado su interpretación (bueno, fue el impacto que tuvo la chica, pues en realidad eran como seis o siete personas nada más).
El color subió rápidamente a las mejillas de la kunoichi, quien no estaba preparada para tener más público que Flautista-san. Los nervios la llenaron por completo. Se congeló en el lugar, erguida como estatua, apretando su flauta casi hasta el punto de romperla.
—Gracias. Por invitarme —Su compañera no era otra que una chica de más o menos su edad, con la tez y el cabello oscuros. Su flauta residía en sus manos, siendo manoseada por su dueña que parecía algo nerviosa. Eri sonrió—. S-s… M-me llam-
Justo cuando iba a escuchar el nombre de la desconocida, aplausos inundaron sus oídos, y Eri, alarmada, se giró para comprobar que justo debajo del balcón donde ambas se encontraban unas siete personas aplaudiendo sin parar a ambas flautistas.
El aura de misterio que había querido crear Eri se deshizo por momentos, clonando el tono de piel con el de su cabello mientras se alejaba ligeramente de la baranda. Su compañera se quedó cual estatua al lado, no muy feliz con recibir tal obación.
—¡G-gracias! ¡S-son m-muy amables! —intentó hacer una reverencia, pero terminó por darse con la cabeza en la baranda—. Ay...
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La chica pelirroja parecía apenada por la audiencia, aunque de mucha menos manera que Ranko. Incluso les regaló una reverencia, aunque ésta fue a dar contra el barandal del balcón. El golpe sacó a la Kusajin de su parálisis, al menos por un momento.
—¡F-Flautista-san! ¿E-e-está bien?
Alguien de debajo soltó una risita, mientras otros se preocupaban por el golpe. Sin embargo, la pequeña multitud comenzaba dispersarse. Parecía que habían tomado aquella interpretación más como algo efímero e improvisado, y ahora se retiraban hacia sus destinos con un buen sabor de boca (¿o de oído?). Esto alivió bastante a la de la trenza, quien soltó un suspiro.
Se acercó a un lado del balcón y se asomó para intentar ver mejor que no hubiese problema con la chica.
Le sentó peor la risilla desde abajo, pero su preocupación la animó a asentir con la cabeza mientras se sobaba la zona adolorida. Se había puesto tan nerviosa que ahora estaba avergonzada por lo que había ocurrido, ¡y qué imagen estaba dando frente a la chica que había tocado junto a ella!
—¿S-se lastimó?
—E-estoy bien, perdona —le dijo a la chica, luego se giró a su público—. ¡N-no se preocupen, estoy bien! —calmó para aquellos preocupados por su estado.
Luego se giró a la castaña de nuevo, con su flauta en mano y un rubor en las mejillas a la par que un casi chichón saliendo de su frente.
—¡T-tocas muy bien! H-ha sido un placer, de verdad... —volvió a agradecer—. M-me llamo Eri.
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La pelirroja, de nombre Eri, decía que se encontraba bien, a pesar del chichón que amenazaba salir en su frente.
"Bueno… Si dice que está bien…"
La Kusajin le dedicó una pequeña reverencia (para no golpearse con la baranda).
—E-el gusto es totalmente mío, Eri-san. ¡Fue todo u-un honor tocar con usted! S-su música f-fue… Es hermosa. ¡Ah! Y-yo soy… Mi nombre es Ranko —se inclinó de nuevo. La flauta no dejaba de moverse entre las nerviosas manos de la kunoichi —. Sagisō Ranko.
Se sentía tan alegre de haber compartido lugar con tal persona, justo en ese momento.
—E-el gusto es totalmente mío, Eri-san. ¡Fue todo u-un honor tocar con usted! S-su música f-fue… Es hermosa. ¡Ah! Y-yo soy… Mi nombre es Ranko
—El gusto es mío, Ranko-san, gracias —agradeció la kunoichi del remolino—. Su música es tan viva que me ha alegrado en cierto modo, espero que este sentimiento me dure lo que me durará la memoria de haber tocado aquí contigo —se sinceró, llevándose la flauta al pecho.
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