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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
Tras las puertas que parecían dar a las cocinas de la posada, un hombre se afanaba con algo que tenía sobre la encimera. Algo que Ayame no llegó a ver. Sin embargo, al escuchar el repiqueo del timbre dejó lo que estaba haciendo, se lavó las manos en la pila más cercana que tenía y tras secarse con un trapo de cocina salió al recibidor. Pese a su afán por limpiarse, seguía manchado de harina hasta los codos. Era un hombre adulto, bastante mayor y entrado en carnes. Cubría su cabeza con un pañuelo blanco.

—¡Hooombre! Ya me temía que fuera a hacer pizza sólo para mí. Mira que últimamente estaba viniendo bastante gente, pero me han dejado colgado hoy, precisamente, de todos los días. —Chasqueó la lengua, con fastidio, y Ayame ladeó la cabeza ligeramente.

«¿Eso quiere decir que somos sus únicos clientes?» Se preguntó, ciertamente extrañada.

—Pues mira, me parece que os vais a hinchar, porque había hecho para al menos diez personas, y ya casi están todas en los hornos. Y mañana ya no está buena... Para tirarla...

Daruu, terroríficamente serio, se acercó al mostrador y apoyó ambas manos en él. Ayame casi se asustó al verle de aquella manera.

—No se preocupe. No le decepcionaré —pronunció.

—Esto... sí. Vale —respondió el encargado de la posada; seguramente, igual de sorprendido que la propia Ayame—. Bueno, supongo que querréis habitación también, ¿no? He pensado muchas veces hacerlo diferente, pero de momento la cena se sirve para los que se hospedan —explicó—. Son 40 ryou la noche, por persona. La cena va incluída en el precio. Y el desayuno. Importamos unos bollitos de vainilla de una pastelería de Amegakure que están...

Ni siquiera le dejó terminar de hablar. Kōri había dejado las monedas sobre la barra de la recepción en un movimiento casi imperceptible. Sus ojos, igual de gélidos que antes, despedían un brillo especial.

—Hecho.

«Y seguramente se esté quedando con las ganas de preguntar si no puede sustituir la cena por el desayuno.» Pensó Ayame, mirándolo con suspicacia.

El encargado les tendió la llave de la habitación, y con un gesto de su brazo les instó a que les siguiera. Los condujo hacia la escalinata del fondo del salón y ascendieron hasta el primer piso, donde les esperaba un largo pasillo iluminado por velas y con varias puertas a ambos lados. Se detuvo precisamente frente a la primera que quedaba a mano derecha.

—Esta es vuestra habitación. Sentíos libres de acomodaros todo lo que gustéis. La cena estará a partir de las diez en el comedor. Ya sabéis, abajo, la puerta de la derecha.

—Gracias, allí estaremos —respondió Kōri, con una ligera inclinación de cabeza.

—¡Muchas gracias, señor! —coreó Ayame.

El interior de la habitación era igual de acogedor que el resto del lugar. Una serie de mesitas con diversos floreros, algún que otro espejo y otro cuadro de un paisaje nevado que debía corresponder a alguna estampa de Yukio conformaban el mobiliario. Tres futones los aguardaban dispuestos en el fondo de la habitación, juntos pero lo suficientemente separados entre sí para dejarles cierto espacio personal. Kōri no tardó en dejar su mochila de viaje a los pies del futón que quedaban en medio de los otros dos. A mano derecha, una puerta se abría a un pequeño y discreto cuarto de baño con un retrete, un lavabo con un espejo encima y una ducha.

—Ah... Espero que haya agua caliente —suspiró Ayame.

—Cuando estéis listos podemos bajar a cenar —dijo Kōri.
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#32
Probablemente al escuchar la mínima mención de los bollitos de vainilla de Kiroe, el hermano de Ayame ya había depositado las monedas necesarias para la estancia del trío sobre el mostrador. El encargado les tendió una pequeña llave de bronce, y con un gesto, les apremió para que le siguieran.

«¿P... pero y la cena?»

Daruu hinchó los mofletes y se cruzó de brazos. Malhumorado, acompañó a su equipo y al posadero al piso de arriba por unas escaleras que crujían terriblemente a cada paso, como una rata a la que le pisan la cola. Allá les esperaba un pasillo iluminado por velas, con sendas filas de puertas paralelas. El posadero les guió a la primera que quedaba a su derecha:

—Esta es vuestra habitación. Sentíos libres de acomodaros todo lo que gustéis. La cena estará a partir de las diez en el comedor. Ya sabéis, abajo, la puerta de la derecha.

—Gracias, allí estaremos —respondió Kōri, con una ligera inclinación de cabeza.

—¡Muchas gracias, señor! —coreó Ayame.


—G... gracias —contestó Daruu.

«¿¡Las diez!? ¡Quedan veinte minutos para las diez!», pensó, echando un vistazo al reloj de pared colgado al fondo de la habitación, detrás de los tres futones donde iban a dormir. Kori dejó su mochila de viaje a los pies del central. Daruu fue hacia el de la derecha, y depositó el suyo allí. Justo al lado, a unos pasos, estaba la puerta que daba al cuarto de baño.

—Ah... Espero que haya agua caliente —suspiró Ayame.

—¿Crees que habrá agua caliente en un lugar tan frío como este? Yo me contentaría con que estuviese templada o no muy fría, la verdad —dijo Daruu, encogiéndose de hombros—. Aunque la calefacción es buena. Menudo cambio con fuera. —Se dirigió detrás de los futones, donde habían tres discretas ventanas tapadas por cortinillas verdes opacas. Retiró una de ellas y limpió el vaho del cristal con la mano, observando el exterior con curiosidad—. Y los cristales son súper aislantes. No se cuela nada de frío.

—Cuando estéis listos podemos bajar a cenar —dijo Kōri.

—Aún quedan veinte minutos. Por mucho que me duela, y créeme, Kori-sensei, me duele —dijo, inclinándose levemente y llevándose la mano al corazón—, es mejor si no presionamos al cocinero. Tenía pinta de saber lo que hace, y puedo esperar un poco si voy a probar una delicatessen.

Balanceó los brazos hacia atrás y hacia adelante y se sentó sobre el futón.

—Siempre me ha gustado Yukio. No especialmente por la nieve, sino... por la arquitectura. Las casitas pequeñas, las farolas, los puentes. Coladragón también es parecido. A veces, vivir en una gran ciudad como Amegakure, o aún peor, Shinogi-to, puede ser agobiante. A mí que me gusta la tranquilidad...
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#33
—¿Crees que habrá agua caliente en un lugar tan frío como este? Yo me contentaría con que estuviese templada o no muy fría, la verdad —respondió Daruu, encogiéndose de hombros, y Ayame torció el gesto en un mohín.

—Precisamente, como este lugar es TAN frío, esperaba que tuviesen medidas para contrarrestarlo.

—Aunque la calefacción es buena. Menudo cambio con fuera. —Daruu se dirigió detrás de los futones, donde había tres discretas ventanas tapadas por cortinillas verdes opacas. Retiró una de ellas y limpió el vaho del cristal con la mano, observando el exterior con curiosidad—. Y los cristales son súper aislantes. No se cuela nada de frío.

—Eso es verdad. Qué alivio —dijo Ayame, con un ligero estremecimiento. La ducha no sabía cómo estaría de temperatura, pero al menos podían contar con la seguridad de que esa noche no pasarían frío.

Menos mal que no habían tenido que acampar a la intemperie...

—Cuando estéis listos podemos bajar a cenar —dijo Kōri.

—Aún quedan veinte minutos. Por mucho que me duela, y créeme, Kōri-sensei, me duele —respondió Daruu, inclinándose levemente y llevándose la mano al corazón en un gesto de lo más melodramático—, es mejor si no presionamos al cocinero. Tenía pinta de saber lo que hace, y puedo esperar un poco si voy a probar una delicatessen.

Daruu se sentó sobre su futón, y Ayame hizo lo mismo sobre la cama que le habían dejado, a la izquierda de su hermano. Cruzada de piernas y sujetándose los tobillos con las manos, dejó que Daruu siguiera hablando:

—Siempre me ha gustado Yukio. No especialmente por la nieve, sino... por la arquitectura. Las casitas pequeñas, las farolas, los puentes. Coladragón también es parecido. A veces, vivir en una gran ciudad como Amegakure, o aún peor, Shinogi-to, puede ser agobiante. A mí que me gusta la tranquilidad...

—Yo... nunca había visto la nieve. No tanta, quiero decir —confesó, después de que Kōri le dirigiera una breve mirada—. En Amegakure faltan árboles, falta naturaleza... Entre tanto rascacielos, asfalto y luces de neón siento que me asfixio, la verdad.

Ayame se dejó caer sobre su futón, cansada del traqueteo del carromato, y los minutos fueron pasando de forma inexorable. Después de lo que casi se le antojó una eternidad, su hermano se levantó de su sitio y se dirigió a la puerta.

—Deberíamos ir bajando. Ya son más de las diez y media —informó.

—¡Sí! Tengo hambre... —Ayame se reincorporó de un salto y se dirigió con Daruu a la puerta de la habitación.

Los tres bajaron la escalinata y tras girar a la izquierda entraron en el comedor. Varias mesas con cuatro sillas cada una llenaban el lugar. Tomaron asiento alrededor de la primera mesa que vieron.
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#34
—Yo... nunca había visto la nieve. No tanta, quiero decir —confesó, después de que Kōri le dirigiera una breve mirada—. En Amegakure faltan árboles, falta naturaleza... Entre tanto rascacielos, asfalto y luces de neón siento que me asfixio, la verdad.


Daruu se echó hacia atrás, brazos flexionados detrás de la cabeza. Suspiró.

—Ya, a mí también me pasa —contestó—. Mi madre tiene una cabaña en Yachi, ¿sabes? A veces me voy para allá unos días, entreno en silencio... Está bien. Pero cuando pasas un tiempo te aburres enseguida. Supongo que hay que elegir entre unas u otras desventajas.

Cerró los ojos y dejó que un pequeño alivio se apropiase de su espalda, por una vez. Le palpitaba, la espalda y el trasero también, de tanto traqueteo. Gimoteó un poco y se colocó todo lo a gusto que pudo...

...pero cuando vio que faltaban dos minutos para las diez, la hora a la que ya les podían servir la cena, al ver que nadie se movía del sitio, Daruu ya se había plantado en la puerta, y daba pequeños golpecitos con la planta del pie en el suelo con impaciencia.

—Vamos, vamos, que se va a enfriar. —Por supuesto que esto era materialmente imposible, pero él a la suya—. Bueno, yo voy bajando —dijo, sin esperar a recibir una respuesta por parte de su compañera y su sensei, y abrió la puerta, desapareciendo en cuestión de un segundo.

Bajó las escaleras, ágil pero consciente de no armar un escándalo, y se sentó en la primera mesa que había disponible, osea, la primera que había nada más bajar. Al final sí que había venido más gente: un grupo de hombres encapuchados de aspecto misterioso, cada uno de los tres con la túnica de un color distinto: rojo, verde, azul; y una señora mayor vestida de rosa y con gafas de media luna, que había sentado a un precioso y regordete gato persa de color marrón anaranjado en la silla que quedaba a su izquierda.

Daruu y el gato se miraron fijamente. El gato abrió los ojos verdes y le observó con curiosidad. El Hyuuga se deleitó con aquellas pupilas rasgadas durante el tiempo suficiente para no darse cuenta de que Ayame y Kori ya se habían sentado. Dio un respingo.

—¡Ay, qué susto!

Dirigió la mirada de nuevo al minino. La abuelita lo estaba acariciando, y el gato no hacía ningún tipo de asco, pero tenía una cara de mala hostia que era para retratarla.

—Ay, mi chiquitín... —dijo—. Ya sé que te gusta la lasaña de Buitonin-san, pero hoy hay pizza...

Daruu se levantó corriendo y dio un golpe en la mesa con ambas manos, con los ojos muy abiertos. Avergonzado, volvió a sentarse y se tapó la cara con las manos, apoyando los codos en la mesa.

—Lo siento, lo siento mucho, no sé qué me ha pasado...

«¡¡Buitonin!! ¡¡BUITONIN!! ¡¡ES EL FAMOSO CHEF DE PIZZAS BUITONIN-SAMA-DONO!! ¡Dicen que introdujo la pizza en el País de la Tormenta! ¿Pero cómo? ¿¡Qué hace aquí!? ¿Por qué regenta una posada tan al norte?»

Un chico joven, pelirrojo y escuálido que no habían visto antes se acercó a la mesa y depositó una bandeja con una pizza carbonara de tamaño gigantesco que hizo que algo dentro de Daruu despertase con el hambre de un dios antiguo y poderoso, ansioso por un sacrificio. Y ese sacrificio era redondo y con mucho queso.

—Queh aprovecheh —dijo, con una voz que parecía sacada de un peluche en una juguetería—. Zih quierehn máh, zolo tieneh queh pedihlah.

Se alejó, patizambo.

«Bendito Amenokami, gracias por darme la oportunidad de probar este manjar»
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#35
Como un reloj en marcha, Daruu salió de la habitación a toda prisa a las diez en punto. Y para cuando Ayame y Kōri quisieron seguirle, el muchacho se había esfumado por las escaleras.

—Vaya... sí que debe tener hambre... —comentó Ayame para sí.

Los dos hermanos bajaron las escaleras y giraron inmediatamente a la izquierda. El comedor se abrió ante ellos, un espacio amplio, con varias mesas con cuatro sillas cada una llenándolo. Daruu ya estaba sentado en la primera mesa accesible, y Ayame y Kōri no tardaron en acompañarle.

—Al final parece que no estamos solos —les comentó Ayame, bajando la voz. Aunque sus ojos curiosos se paseaban por todo el comedor. Cerca de ellos, una anciana acariciaba un precioso gato persa de color canela y, en otra mesa, tres hombres ocultaban sus rostros bajo tres túnicas de diferente color: rojo, verde y azul—. ¿Por qué se tapan la cara dentro de una posada?

—Ayame, sé discreta —la advirtió Kōri, y Ayame se volvió inmediatamente al frente, roja como un tomate.

—L... lo siento, Kōri...-sensei.

—Ay, mi chiquitín... —escuchó la voz de la anciana a sus espaldas, seguramente dirigiéndose a su gato—. Ya sé que te gusta la lasaña de Buitonin-san, pero hoy hay pizza...

—¿Qué es una las...? —comenzó a preguntar Ayame, pero fue incapaz de terminar.

Daruu había pegado un sonoro golpe en la mesa, y Ayame se encogió sobre sí misma en un acto reflejo. Muy poco le había faltado para licuar su cuerpo...

—¿Qué ocurre, Daruu-kun? —preguntó Kōri.

Su compañero se había quedado lívido, con los ojos abiertos como platos. Y Ayame por un momento temió que hubiera sucedido algo con los hombres encapuchados. Sin embargo, enseguida volvió a sentarse tapándose el rostro con ambas manos.

—Lo siento, lo siento mucho, no sé qué me ha pasado...

Ayame ladeó ligeramente la cabeza, pero antes de que pudiera hacer cualquier pregunta, un joven pelirrojo y delgado como un palo se acercó a la mesa y dejó una bandeja con una masa circular, aplanada y con una salsa blanquecina, rebosante de queso, por encima de la cual asomaban trocitos de bacon y...

«Champiñón...» Pensó, torciendo el gesto ligeramente.

—Queh aprovecheh —dijo el chico, con una extraña voz que parecía sacada de un peluche en una juguetería—. Zih quierehn máh, zolo tieneh queh pedihlah.

Se alejó, patizambo, y Ayame volvió a centrar su atención en lo que se suponía que era la pizza. Un delicioso aroma no tardó en acariciar su nariz, seductor. Y, sin embargo...

—¿Te pasa algo, Ayame?

—Yo... esto... no... —balbuceaba, cada vez más y más roja. Las orejas le ardían y por un momento un doloroso nudo atenazó su garganta. Tuvo que tragar saliva para deshacerlo—. Yo... No sé como se come esto...
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#36
Cuando Ayame inquirió sobre los encapuchados, uno de ellos giró el rostro con cara de malos amigos. Daruu bajó la mirada y se puso la mano en la frente. Pero qué canteo.

Aunque sí es cierto que era sospechoso. Daruu los miró varias veces de reojo, pero sólo parecían estar jugando a la cartas.

···

Daruu se frotó las manos y se relamió sin mostrar ningún reparo por ser indiscreto, e inmediatamente y sin que nadie se lo pidiera cogió un cuchillo y comenzó a partir la pizza por la mitad.

—¿Te pasa algo, Ayame?

—Yo... esto... no... —balbuceaba, cada vez más y más roja. Las orejas le ardían y por un momento un doloroso nudo atenazó su garganta. Tuvo que tragar saliva para deshacerlo—. Yo... No sé como se come esto...


«Es verdad, me contó que nunca había probado una. Y va a probar primero una pizza del gran Buitonin, ¡madre mía, qué suerte!»

—Es muy fácil, sólo tienes que partirla en ocho trozos, ¿ves? Así —explicó, mientras volvía a partirla por la mitad, y luego hacía otros dos cortes más pasando por el centro—. La masa es de pan, no es como una tarta. La puedes coger desde debajo, con cuidado de no quemarte y la... ¡muerdes!

Le pegó un bocado, y, extasiado, se dejó caer hacia atrás en el respaldo mientras una bomba de queso y nata estallaba en el interior de su boca como un pequeño trozo de paraíso, como un big bang que había creado un universo de placer en todas y cada una de sus papilas gustativas.

—¡De... deli... ciosa!
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#37
—Es muy fácil, sólo tienes que partirla en ocho trozos —le explicó Daruu, que ya había partido la pizza por la mitad con la ayuda de un cuchillo, y ahora volvía a repetir el proceso para crear cuatro cuartos—. ¿Ves? Así. La masa es de pan, no es como una tarta. La puedes coger desde debajo, con cuidado de no quemarte y la... ¡muerdes!

Ayame torció el gesto, no demasiado convencida con la explicación. No estaba acostumbrada a comer cosas con las manos. Sin embargo, Kōri se adelantó y tomó otra porción de la pizza. Se la llevó a la boca, y sin un ápice de expresión de gusto o disgusto en su rostro, siguió masticando en silencio.

—¡De... deli... ciosa! —gimió Daruu, que también había catado ya su preciado manjar.

Ayame alzó una mano, aún dubitativa. Colocó los dedos bajo la masa de pan con cuidado para no quemarse y alzó la porción con sumo cuidado. Cuando se la llevó a la boca y sintió el sabor del queso mezclado con la suavidad de la nata, algo se removió dentro de ella.

—¡Qué rica! —exclamó extasiada, cerrando los ojos con gusto—. Ni siquiera sabe el champiñón, ¡menos mal!

—Había pensado en aprovechar la cena para conocernos un poco mejor —intervino Kōri entonces, mientras tomaba una segunda porción de la pizza.

—¿A qué te refieres? —preguntó Ayame, extrañada, con el trozo de pizza en vilo a medio engullir. ¿Cómo iban a conocerse mejor si eran hermanos y vecinos?

—Los tres somos muy cercanos, pero al mismo tiempo sabemos muy poco de nosotros —explicó Kōri, como si le hubiese leído el pensamiento. Pegó un nuevo bocado, y aún se tomó varios segundos para masticar y tragar antes de continuar—. Cosas como qué os gusta, qué os disgusta, qué teméis, que sueños de futuro tenéis...

»¿Daruu-kun, empiezas?


Directo como una saeta.
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#38
Ayame cogió el trozo de pizza como si fuese el último trozo de comida sobre la faz de la Tierra. Se había tomado muy a pecho lo de tener cuidado para no quemarse. Resultaba incluso fatigoso verla meter la mano debajo de la masa y levantarla casi temblando.

—¡Qué rica! —dijo, finalmente, cuando probó bocado—. Ni siquiera sabe el champiñón, ¡menos mal!

—Las mías no están tan buenas como la de Buitonin-sama-dono... Este hombre es una leyenda, ¿sabéis? Pero aún así intento mejorarlas día a día —explicó—. Soy ninja, pero me encanta la cocina. No me importaría dejarlo algún día y montar mi propia pizzería.

—Había pensado en aprovechar la cena para conocernos un poco mejor —intervino Kori, cogiendo una segunda porción de pizza.

Daruu cogió otra también y le dio un bocado, quedando expectante y dejándole las preguntas a su compañera.

—Los tres somos muy cercanos, pero al mismo tiempo sabemos muy poco de nosotros —explicó Kōri, como si le hubiese leído el pensamiento. Pegó un nuevo bocado, y aún se tomó varios segundos para masticar y tragar antes de continuar—. Cosas como qué os gusta, qué os disgusta, qué teméis, que sueños de futuro tenéis...

»¿Daruu-kun, empiezas?



—Me fufta la piffa. —Tragó—. Aunque eso ya es evidente. Ya he contado que la cocina, también. No me gusta el pescado. Odio el pescado. Y no tengo ningún sueño.

Hizo una pausa.

—Vale, vale, ya me explico un poco más. A ver... Cosas que no me gusten. Mmh, no sé, mira, soy consciente de que ser ninja no va a ser un trabajo limpio toda la vida —dijo—, pero hay a quien le gusta hacer daño a los demás, le gusta matar, todo eso. A mí no me gusta. Tiene que hacerse, pero no debería ser algo placentero. ¿Se entiende? Ese tipo de gente me da asco.

»Y de verdad, no tengo ningún sueño. Vivir una vida normal, ya sea como ninja o ganándome la vida haciendo pizza o en la pastelería de mi madre. ¿Es... malo, no tener nada a lo que aspirar?
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#39
—Me fufta la piffa. —respondió él, con la boca llena de pizza, y Ayame no pudo evitar reírse. Kōri, para variar, seguía tan impertérrito como siempre—. Aunque eso ya es evidente. Ya he contado que la cocina, también. No me gusta el pescado. Odio el pescado. Y no tengo ningún sueño.

Hizo una breve pausa, pero después añadió más. Quizás al ser consciente de la mirada sorprendida que le habían dirigido sus compañeros:

—Vale, vale, ya me explico un poco más. A ver... Cosas que no me gusten. Mmh, no sé, mira, soy consciente de que ser ninja no va a ser un trabajo limpio toda la vida, pero hay a quien le gusta hacer daño a los demás, le gusta matar, todo eso. A mí no me gusta. Tiene que hacerse, pero no debería ser algo placentero. ¿Se entiende? Ese tipo de gente me da asco.

Kōri asintió, conforme con su explicación.

—Y de verdad, no tengo ningún sueño —añadió a continuación—. Vivir una vida normal, ya sea como ninja o ganándome la vida haciendo pizza o en la pastelería de mi madre. ¿Es... malo, no tener nada a lo que aspirar?

Ayame guardó silencio, no muy segura de lo que debía responder a aquella pregunta. Por suerte, su hermano tomó la iniciativa:

—En realidad, ya estás aspirando a algo, Daruu-kun. Estás aspirando a tener una vida normal, ya sea de una forma u otra. Sigue siendo un sueño, tan respetable como cualquier otro.

Cogió otro trozo de pizza, y Ayame se contuvo de hacer lo mismo pese a que sólo quedaban dos trozos más. Estaba esperando, con el corazón galopante y las orejas encendidas.

—¿Ayame?

«Lo sabía...»

—Yo... bueno... Me gusta bastante dibujar. No es algo a lo que me dedicaría de forma profesional, pero me gusta hacerlo como hobby en mis ratos libres. No me gusta... —Ayame se removió en su asiento, evitando el contacto visual tanto con Daruu como con Kōri. Inconscientemente, se reajustó la bandana sobre la frente—. No me gustan las personas que se aprovechan de la debilidad de otros... Los detesto —Añadió, con las mandíbulas apretadas. No dio más detalles al respecto, y no se dio cuenta de la penetrante mirada que le estaba dirigiendo Kōri en aquellos momentos hasta que no alzó la mirada para responder a las últimas preguntas, roja como un tomate—. Me da mucho miedo la oscuridad, desde pequeña. Y, sobre mis aspiraciones... —Se interrumpió, algo insegura. Pero respiró hondo y se obligó a terminar con aquello—. Quiero que mi padre me reconozca, que vea mi valía.

Entonces sí, tomó el trozo de pizza y se lo llevó a la boca, queriendo refugiarse en el sabor del queso. Se había formado un denso silencio entre los tres de repente. Un silencio que le ponía los pelos de punta. Ni siquiera se atrevía a alzar la mirada para comprobar cuál había sido la reacción de sus dos compañeros.
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#40
—En realidad, ya estás aspirando a algo, Daruu-kun. Estás aspirando a tener una vida normal, ya sea de una forma u otra. Sigue siendo un sueño, tan respetable como cualquier otro.

Daruu se sonrojó y bajó la mirada. Dejó su trozo de pizza en la mesa, levantó la mano y se miró la palma, con un atisbo de duda en los ojos. «Estoy aspirando a tener una vida normal...»

No era suficiente. A su alrededor, decenas de compañeros ilusionados con ser el mejor jounin de la aldea, ser el siguiente Arashikage, conseguir dinero para su familia...

Volvió a coger la pizza que había dejado en la mesa, y con un nudo en la garganta, le dio un bocado.


—¿Ayame?

«Veamos qué es lo que tiene que decir ella...»

—Yo... bueno... Me gusta bastante dibujar. No es algo a lo que me dedicaría de forma profesional, pero me gusta hacerlo como hobby en mis ratos libres. No me gusta... —Ayame se removió en su asiento, evitando el contacto visual tanto con Daruu como con Kōri. Inconscientemente, se reajustó la bandana sobre la frente—. No me gustan las personas que se aprovechan de la debilidad de otros... Los detesto —Añadió, con las mandíbulas apretadas. No dio más detalles al respecto, y no se dio cuenta de la penetrante mirada que le estaba dirigiendo Kōri en aquellos momentos hasta que no alzó la mirada para responder a las últimas preguntas, roja como un tomate—. Me da mucho miedo la oscuridad, desde pequeña. Y, sobre mis aspiraciones... —Se interrumpió, algo insegura. Pero respiró hondo y se obligó a terminar con aquello—. Quiero que mi padre me reconozca, que vea mi valía.


Daruu tragó saliva y observó sus ojos.

Esos ojos. De nuevo esos ojos.

«Ella también...»

Daruu dejó el trozo de pizza en la mesa, retiró la silla despacio, y se levantó lentamente. «Ella también tiene algo que perseguir.»

—No... no tengo más hambre. Disculpadme, pero creo que voy a irme a la cama —dijo—. Mañana va a ser un día muy largo...

Se alejó de la mesa y subió los escalones, al principio despacio, después más deprisa...
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#41
El sibilante sonido de una silla desplazándose le hizo alzar la mirada. Daruu se había levantado, dejando la porción de pizza a medio comer en su plato.

—No... no tengo más hambre —dijo, ante la inquisitva mirada de Ayame y Kōri—. Disculpadme, pero creo que voy a irme a la cama. Mañana va a ser un día muy largo...

Y, antes de que cualquiera de los dos restantes pudiera decir o hacer algo al respecto, Daruu salió del comedor. El sonido de sus pisadas se alejó conforme subía los escalones que habrían de conducirle hasta la habitación. Ayame hizo el amago de levantarse para seguirle, pero Kōri negó con la cabeza.

—He... ¿He dicho algo malo...? —preguntó Ayame, con un nudo en la garganta.

—No. No lo has hecho. Algo debe estar reconcomiéndole por dentro. Será mejor que le dejemos un tiempo a solas.

Ayame hundió los hombros, impotente. Debía de ser algo verdaderamente malo para él si le había hecho dejar la pizza a medio comer. Y aunque su hermano le había afirmado que la extraña reacción de Daruu no había tenido que ver con sus palabras, no pudo evitar dejar de darle vueltas al asunto mientras masticaba con lentitud el último trozo de pizza que quedaba.

No tardaron más de diez minutos en terminar de cenar y levantarse de sus asientos. En completo silencio, subieron las escaleras. Sólo cuando llegaron al final de las mismas y se encontraron con Daruu, recordaron que era Kōri quien tenía las llaves de la habitación. Él se adelantó para abrir la puerta y les cedió paso con un gesto de su brazo. Ayame, que no sabía muy bien qué debía decir o cómo debía comportarse, decidió dejar espacio personal a su compañero. Se cambió de ropa en el cuarto de baño, se puso el pijama y, sin quitarse la bandana de la frente, se metió en su futón, tumbada hacia el lado izquierdo dándoles la espalda a sus dos compañeros y tapada prácticamente hasta el cuello.

—Buenas noches —dijo, con un hilo de voz.

—Buenas noches —respondió Kōri, a su lado.
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#42
Daruu subió al piso superior y se acercó a la puerta de la habitación. Puso la mano en el picaporte, lo accionó, y... Claro. La puerta estaba cerrada. Exhaló con rabia y levantó el puño, a punto de golpear la madera, pero en el último momento se contuvo. Tomó aire, y lo dejó escapar lentamente por la boca.

«Jeh. ¿En qué estabas pensando? Kori-sensei tiene la llave.»

Se retiró a la pared de enfrente y se sentó, abatido.

«Si tan sólo tuviera un motivo para que mi voz sonase como la de ella cuando dijo aquello...»

«Quiero que mi padre me reconozca, que vea mi valía.»

Lo más seguro es que hubiese sido de forma inconsciente, pero Ayame tenía los puños cerrados de pura rabia. Los ojos de avellana, bonitos, dulces, chisporroteaban con una energía difícil de descifrar, pero que parecían gritar "lo haré" con todas sus fuerzas.

Daruu se miró la palma de la mano.

«Yo no tengo nada por lo que decir "lo haré" de esa forma. Y...»

¿Qué ella aquello que sentía? ¿Aquella cosa que le quemaba por dentro?


···


Tras lo que había parecido una eternidad, sus compañeros aparecieron por el hueco de la escalera. Daruu ni siquiera les dirigió la mirada: estaba demasiado avergonzado, y la situación lo hacía aún peor. Por suerte, ellos tampoco le dijeron nada, y se limitaron a abrir la puerta. Daruu se levantó y pasó frente a Kori. Aguardó a que Ayame saliera del baño y se cambió. Se fue directo a su cama.

Suspiró.

—Buenas noches —dijo Ayame.

—Buenas noches —respondió Kori-sensei.

«¿Duerme... con la bandana puesta?»

Daruu se giró, dándoles la espalda, y encogiéndose todo lo que pudo, tapándose hasta casi la frente. Aquella noche, no quería saber nada de nadie.


···


El olor del café recién hecho le despertó. Había cenado muy poco, y aunque el café no iba a proporcionarle la saciedad que necesitaba, sí que contribuyó a que le rugieran las tripas como a un león hambriento. «Ugh». Se levantó, restregándose los ojos. Ayame todavía estaba dormida, pero Kori estaba al fondo, despierto, sentado en una mesita al lado de una pequeña cocina en la que no había reparado antes.

Había un pequeño hornillo y una cafetera. Kori se había hecho café, pero si por sí sólo su nombre y su particular temperatura corporal no fuera suficiente para considerar al personaje una parodia, lo estaba bebiendo con hielo, en una copa ancha.

Daruu se dirigió a otra silla, la retiró, y se sentó frente a él.

—¿Te importa? —dijo, aunque ya daba igual.

Se tejió un tenso silencio que duró demasiado.

—Lo siento... Por mi actitud de ayer. Al ver cómo habló Ayame de su padre... sentí que si no tenía algo por lo que luchar, me quedaría atrás. —Se miró la palma de la mano y cerró el puño con fuerza—. Entonces sentí algo que no había sentido nunca. Sentí que no quería perder. Ante nadie. Que quería ser bueno. Que quería ser mejor.

Clavó sus ojos, blancos como la nieve, buscando el escarchado azul de Kori.

—Ayúdame, Kori-sensei. Ayúdame a ser fuerte. Y perdóname. Perdóname... por todo. Incluso... —Apartó la mirada, avergonzado—. ...no, por nada.
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#43
Kōri había sido el primero en despertarse. Con las primeras luces del alba, se había reincorporado en completo silencio y se había vestido sin que ninguno de sus dos acompañantes se percatara siquiera de la presencia del fantasma gélido. Sacó una pequeña cafetera, un hornillo portátil y un pequeño paquete de su bolsa de viaje. Enchufó el hornillo y colocó la cafetera sobre él. Llenó la parte inferior con agua del grifo y, tras desenvolver con cuidado el paquete, vertió algo de café sobre el filtro sin llegar a apelmazarlo. Volvió a enroscar la parte superior de la cafetera, pero dejó la tapa abierta, y entonces encendió el fuego. Kōri se apartó cierta distancia para alejarse del calor de la llama y entonces esperó hasta que el café subiera y empezara a salir el vapor. El olor del café inundó rápidamente la habitación. Sólo entonces apagó el fuego, y armado con un grueso trapo que había encontrado en el baño para evitar quemarse, sirvió el café en una copa ancha. Con un movimiento de su mano derecha creó tres cubitos de hielo y los dejó caer dentro. Mientras el café se enfriaba, tomó uno de los bollitos de vainilla de la bolsa que había sustraído de la mochila de Daruu y se lo llevó a la boca. Poco después de terminar el primero, sintió que uno de sus dos alumnos se había levantado y ahora se dirigía hacia su posición.

No le hacía falta girar la cabeza para saber de quién se trataba.

—¿Te importa? —escuchó la voz de Daruu, que se había sentado junto a él.

Kōri ni siquiera respondió. De todas maneras, su alumno ya se había sentado. Siguió en silencio, degustando su manjar, hasta que Daruu decidió volver a romper el silencio matutino.

—Lo siento... —dijo, y Kōri se volvió hacia él, interrogante. Aunque su rostro seguía reflejando la misma inexpresividad de siempre—. Por mi actitud de ayer. Al ver cómo habló Ayame de su padre... sentí que si no tenía algo por lo que luchar, me quedaría atrás. —El chico se miró la palma de la mano y cerró el puño con fuerza—. Entonces sentí algo que no había sentido nunca. Sentí que no quería perder. Ante nadie. Que quería ser bueno. Que quería ser mejor.

Daruu alzó la mirada, y sus iris perlados se encontraron con los gélidos iris del jonin.

—Ayúdame, Kōri-sensei. Ayúdame a ser fuerte. Y perdóname. Perdóname... por todo. Incluso... —Apartó la mirada, avergonzado—. ...no, por nada.

Kōri se mantuvo algunos segundos en silencio. Le pegó un nuevo bocado a su bollito de vainilla y después le pegó un sorbo a su café. La temperatura estaba perfecta. Entonces miró a Daruu de nuevo y después Ayame, que seguía durmiendo en su futón. Aunque...

—Os ayudaré. A los dos. Haré todo lo que esté en mi mano. En igualdad de condiciones, si es eso lo que temes, Daruu-kun —le dijo, volviéndose hacia él. Y entonces, aunque igual que desangelado que siempre, entrecerró ligeramente los ojos—. Es normal que sientas ese recelo, pero, como ninja y vuestro sensei, confío en mi capacidad para dejar los sentimientos a un lado.

»Sin embargo, debes tener cuidado con esa nueva aspiración tuya. El no querer perder puede llevar fácilmente al ansia de poder. Y ese ansia de poder puede llegar a convertirse en un arma de doble filo.
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Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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#44
Kori observó con perspicacia a Daruu, luego a Ayame.

—Os ayudaré. A los dos. Haré todo lo que esté en mi mano. En igualdad de condiciones, si es eso lo que temes, Daruu-kun —le dijo, volviéndose hacia él. Y entonces, aunque igual que desangelado que siempre, entrecerró ligeramente los ojos—. Es normal que sientas ese recelo, pero, como ninja y vuestro sensei, confío en mi capacidad para dejar los sentimientos a un lado.

Daruu levantó la mirada y la clavó en aquellos desangelados ojos de color azul claro, sinceramente sorprendido. «Ha leído a través de mi como un libro abierto. ¿Cómo?» A simple vista, Kori no parecía ser del tipo que se preocupa por los sentimientos de los demás, ni por los suyos. Pero Daruu acababa de descubrir que simplemente era la descripción perfecta de una puerta acorazada.

Guardaba cosas, pero las guardaba muy bien. La verdad, sentía una gran admiración por Kori. Siempre la había sentido. Tenía aspecto de ser alguien muy fuerte, y nunca perdía los estribos. Era...

...guay.

Además, siempre había sentido una curiosidad innata por la persona en sí. El tío era frío, honraba a su nombre, pero es que despedía frío. ¿Cómo era posible? Se fijó en el bollito que Kori tenía en la mano. «Quizás le gustan tanto porque él mismo se parece al ingrediente secreto del bollo. Nunca lo había pensado, pero... Es que parece que tiene hasta sentido.»

»Sin embargo, debes tener cuidado con esa nueva aspiración tuya. El no querer perder puede llevar fácilmente al ansia de poder. Y ese ansia de poder puede llegar a convertirse en un arma de doble filo.

Daruu asintió, e hizo un ademán con la mano restándole importancia.

—El único motivo por el que quiero ser más fuerte es para poder hacer mejor mi trabajo y para sentirme realizado. Sé que suena extraño, pero lo he visto muchas veces, ¿no? Hay muchas filosofías que se basan en eso. ¡Cultivar el cuerpo y el espíritu! —Adoptó una extraña pose fruto de la combinación del kata típico de los Hyuuga y de estar sentado—. ¡Jeje!

De pronto, una bombilla se encendió dentro de su cabeza. Observó la bolsa de plástico verde de la mesa con los bollitos de vainilla, y luego giró la cabeza para ver su mochila, abierta.

Miró a Kori. Sus ojos no reflejaron nada. Daruu entrecerró los suyos.

—¡Eh, maldito ladrón, Kori-sensei! ¡Esos bollitos no son tuyos! ¡Es una adicción muy seria ya!

Dijo, levantándose de golpe y señalándole, furioso


···


Acabaron compartiendo la bolsa de bollitos entre los tres. Daruu todavía seguía hambriento, consecuencia de haberse dejado toda aquella pizza la noche anterior. «¡Pero qué idiota que fui, jo! Desprecié la obra del gran Buitonin... No me merezco vivir.»

Frenó en seco, y señaló con desgana una estrecha puerta roja. El edificio no tenía ventanas, como si fuese una especie de prisión. Por si no pudiera ser más misterioso, no era el escaparate de ningún mercader a simple vista, sólo había un letrero en la puerta que rezaba:

Kojiro-san


—Es aquí —dijo—. Tendréis, erh... No es mi intención hacer de líder y nada, pero la misión especificaba que yo me encargaría de comprarlo, así que... Tendréis que esperar aquí.

«Claro que... Mamá no me ha dejado los guantes. Supongo que aquí es donde encaja Kori en todo esto. ¿Lo tenía pensado desde el principio?»

—Necesitaré tu ayuda, Kori-sensei. Cuando salga de ahí con una caja, por favor, quiero que la cojas inmediatamente, ¿de acuerdo? Por favor. No podré sostenerla por mucho tiempo.

Hizo una pausa.

—¿Bien? Bien. Allá voy.

Toc, toc.


···


Si el edificio no tenía ventanas es porque no era una casa ni una tienda, sino una especie de huerto urbano gigantesco en un patio interior. Daruu estaba de pie frente a un señor mayor, bajito, con gafas y perilla. Se la acariciaba despacio con cara de no muy buenos amigos.

—Esto es menos que lo de la última vez, mocoso. ¿Me tomas el pelo?

—O lo tomas o lo dejas. Si he tenido que venir a buscar más fresas es porque las últimas estaban ya medio podridas.

—Bueno, ¿y qué si decido dejarlo? No te vendo las fresas y ya está. Además, cuando os las di estaban perfectamente.

¡Bah, venga, Kojiro! Sabes tan bien como nosotros que en esta variedad no se nota hasta prácticamente el final de la maduración. ¿Por quién me has tomado? Además, ¿recuerdas lo que pasó la última vez que le quisiste negar a mi madre un pedido? ¿Te lo recuerdo? Hemos tomado muchas molestias en venir hasta aquí. —Peligroso, entrecerró los ojos y dio un paso hacia adelante, quedándose prácticamente a un centímetro del viejo.

El anciano echó el brazo hacia atrás y lo propulsó hacia adelante. Daruu agarró la extremidad al vuelo, interpuso el pie, puso la otra mano detrás de la cabeza y... Tiró de la muñeca y empujó de la nuca, derribando al viejo en el suelo.

—Un mocoso. Por eso me has tomado. "Un mocoso que no se atrevería ni a imitar el diez por ciento de la personalidad de Kiroe". ¿Verdad? Esa es la cara que has puesto. Pues te diré lo que vas a hacer.

»Timaste a mi madre. —Se agachó frente a él y metió la mano en su portaobjetos. Sustrajo un kunai, y lo observó, casual, contemplando los reflejos de la luz en el filo—. De modo que nos debes una compensación. Me las vas a dar a mitad de precio, por las molestias. Y me vas a poner una caja bien grandota y bien llena. Y si vuelves a dárselas en mal estado, la próxima vez vendrá ella, y puede que lo pases muy, pero que muy mal...

—¿¡A la mitad!? ¡Tú estás lo... —Daruu le enseñó su propio reflejo en una de las caras del kunai—. ¡Vale, vale! Puto mocoso de mierda.

Daruu buscó en su bolsillo y le extendió unos billetes a Kojiro.

Kojiro se levantó, con dificultad, tomó el dinero que le ofrecía Daruu a regañadientes y se acercó a una de las plantas del fondo. Daruu, a sus espaldas, se limpió una gota de sudor que resbalaba por el lateral de su cabeza y guardó el kunai. «Por poco no consigo mantener el farol. Definitivamente a mi madre le sale mejor. No está bien extorsionar a la gente... Pero es que él siempre intenta timarnos. Y por muy buenas que sean las fresas shiroshimo, son extremadamente caras como para que encima el tío este te de las que ya están pasadas.»

El anciano se puso unos guantes, con cuidado, y acercó hacia sí una caja y un cuchillo. Procurando no acercar demasiado la cara, agarró una de las fresas, blanca como la nieve y con las hojas de un aspecto cristalizado como el hielo, y cortó el tallo, que sonó como si alguien rompiese una copa de vino contra el suelo. Los frutos despedían un vaho como el que saldría de una cámara de congelación.

Las fresas shiroshimo eran el ingrediente secreto de los bollitos de vainilla. Eran muy caras, pero tenían unas propiedades peculiares. MUY peculiares. Para empezar, tenían un sabor increíble. Tan increíble que no se podían comer si no era en cantidades minúsculas. Los bollitos, por ejemplo, las tenían ralladas en la crema de vainilla que tenían dentro, y era, desde luego, muy, muy poca ralladura de fresa. Prácticamente polvo. Esto era una ventaja, en verdad: una sola caja le podía durar a Kiroe unos meses. Eran increíblemente difíciles de manejar: siempre con unos guantes especiales, porque sólo tenerlas cerca ya era como tocar un cubito de hielo, y si las tocabas, en menos de cinco segundos se te había congelado la mano. Y por último, duraban meses sin estropearse, lo que en cierta medida... justificaba su precio. Pero no si te las daban al final de su ciclo porque no habías podido encasquetárselas a nadie más.

Kojiro colocó en la caja un buen puñado de fresas y tapó el recipiente con una tapa de madera. Con cuidado, y sin quitarse los guantes, la cogió y se dirigió hacia Daruu.

—Espera un momento. ¿Vas a transportarlo así, sin guantes? Chico, cuando des diez pasos, tus manos se habrán congelado por completo. ¡Incluso a través de la caja, estas fresas son muy peligrosas!

Daruu se quitó su capa de viaje y extendió las manos.

—Bah, con eso no te da nada más que hasta la puerta, quizás un poco más.

—Suficiente. Tengo a mi propia fresa shiroshimo humana esperándome ahí fuera. —Hizo un ademán a la puerta, sonriendo—. Vamos, que tenemos un largo viaje por delante.


···


Daruu abrió la puerta con un costado del cuerpo, jadeando y con las manos temblando de puro frío incluso debajo de la capa de viaje. Se acercó a Kori con rapidez —toda la que pudo, porque la caja pesaba un poco—, y le dio la caja a toda prisa.

Jadeó más fuerte y apoyó las manos en los muslos, frotándose para recuperar el calor. Las tenía entumecidas y rojas. Se las frotó una vez más y cogió la capa, que había caído al suelo. Se la echó por encima.

—¿Hora del viaje de vuelta, supongo? —Sonrió, e hizo el símbolo de OK con la mano derecha.
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#45
Tenía que dar las gracias a la facilidad que tenía para despertarse y a la sensibilidad de su oído. Si no fuera por ello, Ayame no habría sido capaz de escuchar toda la conversación que habían mantenido Daruu y su hermano y no habría podido enterarse de qué era lo que le estaba rondando la cabeza a su compañero de misión. Sin embargo, no dio muestras de haber estado espiando, mientras simulaba que seguía durmiendo. Trató por todos los medios de aparentar normalidad. Se levantó, dio los buenos días, desayunó con calma y después volvió a vestirse. Afortunadamente, la bandana había aguantado en su posición toda la noche (Ayame se la había apretado al máximo para garantizar que fuera así) por lo que su marca no había sido desvelada.

Tal y como habían planeado el día anterior, los tres salieron de la posada y, siguiendo los pasos de Daruu, se detuvieron frente a un edificio sin ventanas y con una puerta de color rojo sangre. El letrero sólo rezaba: "Kojiro-san".

—Es aquí —informó Daruu—. Tendréis, erh... No es mi intención hacer de líder y nada, pero la misión especificaba que yo me encargaría de comprarlo, así que... Tendréis que esperar aquí.

Kōri asintió, aunque Ayame se removió con cierta inquietud en su sitio. Sabía que eran las condiciones de la misión. Lo sabía de sobra, desde que se habían embarcado en aquel viaje. Pero no le gustaba aquel sitio. Todo le daba mala espina. Y odiaba quedarse de brazos cruzados sin hacer nada...

—Necesitaré tu ayuda, Kōri-sensei —añadió Daruu—. Cuando salga de ahí con una caja, por favor, quiero que la cojas inmediatamente, ¿de acuerdo? Por favor. No podré sostenerla por mucho tiempo.

—De acuerdo —asintió. Sin ninguna pregunta. Sin ningún pero. Sin nada.

—¿Bien? Bien. Allá voy.

Daruu entró en el edificio, y Kōri y Ayame se quedaron a solas. En silencio. Esperando. Ella cambió el peso de su cuerpo de una pierna a otra varias veces, inquieta, pensativa.

—No hagas ninguna tontería, Ayame. —La voz de su hermano la sobresaltó, como si hubiese leído a través de ella.

—P... ¡Pero todo es muy raro! ¿Por qué no podemos saber qué es ese ingrediente? ¿Por qué es todo tan misterioso? ¿Y si se trata de algo malo? ¡Mira ese edificio! Sin ventanas ni nada... ¿Y si ese ingrediente es una peligrosa droga?

Kōri abrió los ojos como platos.

—Estamos hablando de Kiroe, Ayame. Además, son órdenes de Arashikage-sama. Si existiera la mínima sospecha de que pudiera ser algo peligroso para la salud de los demás, no lo habría permitido.

—Supongo... —farfulló ella, no demasiado convencida. Pero aunque le pesara admitirlo, no podía hacer otra cosa que no fuera cumplir las órdenes dadas.

Estuvieron esperando un rato hasta que Daruu salió. Llevaba una caja en sus brazos, cubiertos por su capa, y se acercó a toda prisa a Kōri. Le pasó la caja como si fuera una bomba, jadeó y se frotó las manos en los muslos como si le escocieran. Kōri le miraba interrogante; pero, para sorpresa de Ayame, la caja no llegó a estallar ni nada parecido.

—¿Hora del viaje de vuelta, supongo?

—El atardecer. De mañana. Si vamos a pie, claro.

Y no les quedó otra que ir a pie. En aquella ocasión no tuvieron la suerte de encontrar a ningún amable señor que les transportara en un carro lleno de tomates. Así, enfundados en sus capas de viaje, y Kōri con la caja firmemente agarrada entre sus brazos, comenzaron una marcha que se alargaría durante un día y medio si no surgía ningún problema.

Ayame iba cabizbaja, con los brazos cruzados bajo el pecho y mirando de reojo de vez en cuando la caja que llevaba su hermano.
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