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El primer viaje transcurrió sin inconveniente alguno, salvo por el obvio malestar que le generaba aquella tarea a la pelirroja. Aquel trayecto tortuoso iba a convertirse en la calle de la amargura a transitar durante el resto del día para la joven kunoichi. ¿El peso del conocimiento iba a a vencerla? Estaba por verse, pues cómo suele decir aquella regla de la vida: si algo puede salir mal, va a salir mal.
Es así que cuando regresara a la Academia de las Olas con la primera tanda de libros, la mujer que le recibió en primera instancia estaba nuevamente parada en la entrada, aunque esta vez lucía mucho más impaciente. Incluso, se le escuchaba taconear de forma nerviosa mientras agitaba con su mano una larga regla de madera de un lado a otro. Sus fieros ojos se clavarían en la niña en cuanto esta se acercase nuevamente.
—¿Se puede saber porqué la demora? Pregunté por ti para ver cuantos libros habías traído ya y me encuentro que no habías traído nada aún. Tuve que retirarme de mi puesto para vigilar que en verdad volvieses y no te hubieses escaqueado del trabajo— la miró de arriba a abajo. —Me parece que no te estás tomando esto con la seriedad que se debe, ¿quieres manchar tu historial en tu primera misión? Los atrasos son problemáticos, pues tenemos una hora para dejar de atender al público y no podemos dejar que te quedes hasta muy tarde ordenando las cosas.
»Si vas a tardarte dos horas por cada tres cajas pues mejor renuncia de una vez y buscaremos a alguien más que complete la misión.
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No sabía si le costaba más subir la carreta vacía hasta el valle de los ricachones de la villa o ir tirando de ella para que no la atropellara al ganar velocidad al bajar la calle, pero lo cierto es que aquella misión empezaba a tenerla hasta las narices -Seguro que hay una manera aún más absurda de desperdiciar mis cualidades como kunoichi, simplemente es que no soy lo suficiente …imaginativa - dijo la última palabra con esfuerzo, subiendo la carreta hasta la entrada.
Nada más acercarse, podía ver a sus sensei con la actitud típica que adoptaba cuando iba a regañarla, podía ser una kunoichi novata y recién graduada, pero a aquella mujer la conocía ya mejor que a ella misma, no es que pudiera hacer nada para evitarla y tampoco iba a mejorar nada hacerlo, así que al menos se preparó para lo que ya sabía que le iba a decir. Suspiró, contando hasta diez, luego hasta 20 mentalmente y como aquel silencio empezaba a ser demasiado incómodo, decidió hablar antes de llegar a cuarenta o cincuenta. - El cliente estaba un poco mal de los nervios, su mayordomo me ha explicado amablemente la situación de su familia. Pienso acabar esta misión aunque acabe a media noche, se lo prometo. - respondió con su aplomo característico.
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—Inmiscuirte en los asuntos de los clientes no es parte del trabajo. Que no se te haga costumbre— refunfuñó y se dio la vuelta.
Ahora tenía la carta libre para llevar los primeros libros a la biblioteca, aunque durante el trayecto notaría que no estaba sola. ¿Quién estaba ahí? Escuchaba risitas o pasos pequeños de alguien correteando. Era muy sospechoso y fácilmente dirías que era algún alumno travieso que se había escapado de su dormitorio. ¿Iba a ignorarlos y continuaría con su labor? Era la mejor opción, pero todos sabemos que las cosas simples no son tan sencillas.
Los contratiempos que la Sarutobi estaba sufriendo en aquella misión tan sencilla estaban por alcanzar cotas poco vistas antes.
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“ Esta señora no es más siesa porque no ha nacido antes” refunfuñó mentalmente la pelirroja ante el tajante comentario de su maestra. Desde luego para ser su primera misión no estaba resultando un éxito precisamente. “ Si ese niño se mantiene encerrado en el cuarto el resto del día tal vez hasta consiga hacerlo a tiempo” se dijo la kunoichi intentando animarse a si misma mientras avanzaba con su carretilla hasta la biblioteca.
Mientras avanzaba por los pasillos escuchó el típico sigilo agudo y en formación de un estudiante de la academia. Con un poco más de entrenamiento serían capaces de no llamar la atención en la calle más transitada de la ciudad más ruidosa. Lanzó una pequeña carcajada ante su propia broma. Ella también era incapaz de quedarse dentro de su cuarto cuando estaba interna, por lo que simplemente dijo al aire - La sensei no tendrá tantos miramientos como yo si os escucha fuera de vuestro cuarto. - indicó con un tono conciliador pero alto antes de seguir hacia la biblioteca.
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De pronto el sonido de los paso se detuvo ante la "provocación" de la kunoichi. Mientras ella se encaminaba a la biblioteca, notaría unos pelos saltones similares a la cresta de una cacatúa en color castaño que se asomaban desde uno de los pasillos, sólo para que luego el dueño de tan peculiares cabellos saltara delante de ella. Tenía los ojos negruzcos y el cuerpo lleno de raspones. No medía más del metro con treinta y cinco, pudiendo estimar de esta manera su edad en unos nueve años aproximadamente.
Vestía con una camisa blanca de manga corta y pantalón corto azulado, ambos dejando a la vista numerosas curitas por raspones. Destacaba por llevar una pechera y hombreras de cartón atadas a manera de placas con algo de lana, imitando una armadura samurai.
—Valientes palabras para alguien que ha invadido el territorio de la resistencia— Alzó el dedo de forma dramática y señaló a la kunoichi con el dedo. —¿Qué haces aquí? No eres de los profesores, pero tienes bandana— Se cruzó de brazos. —Nos dijeron que no podíamos usar la biblioteca por remodelación, y sospechosamente tú te diriges hasta ahí.
De pronto, la otra risa resonó tras la espalda de la kunoichi. Si volteaba a ver, de otra de las intersecciones se asomó un niño de complexión similar al otro. Tenía unos intensos ojos violeta y cejas pobladas, además de ser de piel ligeramente bronceada. Llevaba una camisa de manga larga negra con una de manga roja encima, mientras en la parte baja portaba bermudas amarillas. Quizás lo que mejor le coronaba, era utilizar un kabuto de samurai con un tridente de detalle, obviamente también hecho con cajas de cartón. Lo único que no era de juguete, era el bokken en su cintura.
—Una aceptada. Quizás tú puedas serme útil...— Dijo con sonrisa socarrona.
Por increíble que parezca, ambos chiquillos parecían estar tomándose muy en serio la situación.
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Suspiró tras la bronca que había recibido, tal vez aquella mujer pensaba que ella pretendía llevarse tres días haciendo aquel muermo de misión, llevando una carretilla de arriba abajo de la aldea, con todo lo que tenía que entrenar y la utilizaban para acarrear libros. Ni se imaginaba que las distracciones parecían que no iban a terminar por lo pronto, esta vez en forma de dos escolares con demasiado tiempo libre.
-La kunoichi no pudo evitar cierta risa ante la contestación del pequeño estudiante que se presentaba ante ella, era demasiado joven para que ella lo recordara de su estancia en la academia de las olas, pero la actitud y el aspecto le trajeron muchos recuerdos de aquella época. Tuvo que reprimir el impulso de agarrar aquella cresta con las manos para ver como se mantenía en el aire. -¿La resistencia? Por supuesto, eso quiere decir que este cargamento de libros llegará perfectamente a salvo a la biblioteca ¿No es así? - preguntó con una sonrisa, siendo lo más diplomática posible ante aquellos niños.
Se giró cuando otro niño apareció en la escena, enarcando una ceja para mirarlo - ¿Aceptada?¿Útil?- preguntó en un tono bastante menos amigable, con un deje amenazante en si mismo a pesar de la sonrisa que mantenía en el rostro. - Tengo que llevar esta carretilla con libros a la biblioteca unas ocho veces. Ahora no tengo tiempo para pararme con vosotros.- explicó con intención de empezar a andar por el pasillo de nuevo " Si me siguen molestando voy a acabar con esta misión el mes que viene" pensó abatida esperando que aquellos niños encontraran otra distracción.
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—Bien— sonrió el de la caja de cartón en la cabeza, ensombreciendo su mirar. —Bien, bien— asentía con la cabeza cada que pronunciaba aquello. —Veo que ambos hemos caído en desgracia. Pero, podemos echarnos una mano— desenvainó su espada de madera, alzándola para apuntar a la kunoichi. —Soy Ishida Kagemaru, Señor de los Dormitorios del Ala Estey líder fundador de la Resistencia— Se detuvo unos instantes, para luego observar a su colega y apuntarle con los labios para que continuara con su juego.
—¡Ah sí!— El de las hombreras imitó la postura base de combate de taijutsu, con fallos obviamente. —Y yo soy Shima Mihara, lugarteniente.
El primero volvió a envainar su espada y caminó hasta la pelirroja, haciendo una reverencia rápida con efecto melodramático.
—Aceptada, creo que tú puedes ser nuestra última esperanza— Le miraba serio. —Recientemente, uno de mis subordinados fue enviado a detención por supuestamente robar el cuaderno de notas del profesor. Sin embargo, creemos que los verdaderos culpables son los matones de los Dormitorios del Ala Oeste. Mañana hay un partido importante de pelota, y aquel al que castigaron era mi mejor jugador. Tenemos una rivalidad importante con ellos, pues se creen superiores al tener un año más en la academia que nosotros, así que creo que lo hicieron para quitar de en medio a mi as bajo la manga— Se agachó hasta quedar de rodillas del suelo, suplicante. —Nosotros no podemos vagar libremente en los dormitorios de los de mayor año, pero tú que tienes permiso para andar por la Academia ahora quizás puedas ir y recuperarlo para que vean que mi amigo es inocente— alzó su mirar. —Ellos tienen clase extra de Taijutsu esta misma tarde porque sé que reprobaron el curso pasado, es la última oportunidad— Se levantó. —¿Dijiste que tenías que venir unas ocho veces cargando libros? Si me ayudas, será esta la última. ¡Movilizaré a todas mis tropas para que carguen las cosas por ti! No podemos andar en zonas prohibidas del internado y por ende no es posible invadir territorio enemigo, pero sí que podemos pedir permiso para salir al menos un par de horas por no sé que tontería de recreación. ¡Tienes mi palabra de que cumpliré mi promesa!
—¡Kagemaru-sama nunca jura en vano!— Intentó el otro convencerla.
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Si la pelirroja tuviera algunos minutos más de tiempo para pensar o algo más de imaginación es muy probable que se le ocurriera una escena más surrealista que la que estaba viviendo. Su sensei siempre le había dicho que tenía que estar preparada para cualquier cosa durante sus misiones, pero dudaba mucho que el “cualquier cosa” de aquel hombre se estuviera refiriendo a algo como aquello. La actitud de aquellos mocosos la estaba poniendo realmente de bastante mal humor ¿Qué se creían que era ella?¿Una pieza de uno de sus rocambolescos juegos de niños? Tal vez por eso la actitud suplicando de uno de ellos la dejó levemente perpleja al principio, en su mundo de colores fosforitos aquello debía ser realmente importante si estaba dispuesto a pedírselo de aquella manera.
La petición sin embargo era una locura, no había excusa posible para que una kunoichi hecha y derecha como ella paseara por las habitaciones de unos menores buscando un cuaderno. Cargar ocho veces esa maldita carretilla por aquella maldita calle tampoco parecía una solución. Se mordió el labio pensativa mirando alternativamente a aquellos dos niños - ¿Y cómo van a ayudarme un par de críos a llevar media biblioteca de un lado a otro de la aldea?¿Y si el cuaderno no está en la sala de los mayores?- preguntó Hikaru entrando casi sin pretenderlo en aquel juego de niños. Tal vez una travesura más en aquella academia no haría daño a nadie si además arreglaba una injusticia…
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—Mi ejército no se limita a Mihara y yo— infló el pecho cómo palomo. —¡Tendrás a toda la cuadrilla de mi salón a tu disposición!— Dijo emocionado, aunque luego su se vio interrumpido cuando el otro mocoso le tapó la boca.
—Mi señor, si alza la voz descubrirán que estamos en zona prohibida. No deberíamos quedarnos acá, la coordinadora de disciplina debe estar por volver para el conteo de la tarde— Le soltó.
—Uff, cierto— Se reacomodó la caja en la cabeza. —No nos queda más tiempo ni opciones. El cuaderno tiene que estar ahí, no veo en qué otro lugar pudiesen esconderlo. Aceptada, cuento contigo para la misión. Imagino que conoces la ubicación de los dormitorios, pues tu también fuiste interna. Te estaré esperando con las buenas nuevas—. Hizo una leve reverencia.
Antes de siquiera poder darle tiempo a reprochar, ambos chicos se echaron a correr a través de los pasillos por dónde llegaron, dando por sentado que la Sarutobi cumpliría su parte del trato sin confirmar que hubiese aceptado las condiciones. ¿Qué haría ahora? Simplemente se quedó ahí, sola, con su carretilla con cajas.
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La kunoichi aún estaba digiriendo aquel giro de los acontecimientos cuando los muchachos desaparecieron, dejándola con la palabra en la boca. Si la academia cerraba no podría entregar las cajas igualmente, y explicarle a aquel energúmeno que tendría que dejar las cajas para mañana simplemente le sentaba como una patada en el riñón, posiblemente sería menos dolorosa esa patada en el riñón.
- Tal vez sea la kunoichi más joven en morir- Suspiró al pensar en lo que podría hacerle su sensei si la atrapaban en los cuartos de los alumnos de la Academia de las Olas mientras debería hacer la misión.
Rápidamente llevó la carretilla hasta la biblioteca, dejando allí los libros y se dirigió a la habitación que le habían indicado aquellos dos pequeños, intentando no pensar en la cantidad de veces que había cometido alguna travesura en aquellos pasillos, aunque tuvo que sonreír al pensar que no recordaba haber llegado al nivel de aquel par de monstruitos.
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La kunoichi encontraría una puerta familiar, ¿cuanto tiempo estuvo ella dentro de esas paredes? ¿Cuantas anécdotas ya venturas contadas? Sin embargo, la situación en esos momentos se había vuelto irreal. La puerta de los dormitorios de los chicos, tan prohibido como amenazante. Quién iba a decir que para cumplir una misión, tendría que infringir algunas reglas. Ahí en lo que parecía ser un juego de niños, iba a poner a prueba sus habilidades de sigilo e infiltración. Vaya manera de aplicar el conocimiento ninja.
Cuando finalmente abriese la puerta, se toparía con un gran cuarto pintado de color lila claro. Era amplio, ocupado con al menos diez literas dobles, algunas más ordenadas que otras cabe decir. Cada una estaba separada por al menos dos metros de espacio, con sus respectivas mesitas de noche cada uno. Cada una poseía tres gavetas, con algunos objetos varios sobre ellos. Al fondo del salón, había un inmenso armario de cuatro puertas con el símbolo de la espiral decorándolo en color carmesí vivo.
En el otro extremo, era posible apreciar un baúl de madera con detalles metálicos oscuros, a la par de una zapatera amplia totalmente vacía.
Tal y cómo Kagemaru indicó, todos los niños de ese sitio estaban afuera en sus prácticas, aunque no era seguro cuanto tiempo tendría para buscar el mentado cuaderno.
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Se sentía tremendamente enredada por aquellos malditos niños y sus fantasías, tal vez aquellas paredes la hacían comportarse otra vez como una cría. Ahora al menos podría demostrarse que ya no lo era, ahora era una kunoichi graduada y podía considerar aquello su primera misión de infiltración… o al menos la última de sus travesuras en aquella academia.
Con paso seguro se dirigió hacia el dormitorio por los desérticos pasillos ¿Quién iba a decirle que algún día se alegraría de las extensas clases? Su determinación iba aumentando conforme avanzaba por los pasillos vacíos, al fin y al cabo, infiltrarse en la academia era como infiltrarse en su propia casa.
Aunque su arrojo se cayó de golpe a sus pies al encontrarse delante de la habitación de los niños. Aquello siempre había sido un terreno vetado y los rumores decían que la habitación estaba llena de basura y ropa sucia, tremendamente desordenada y con un fuerte olor que solo podían aguantar los que vivían allí. Moviendo suavemente la cabeza se dirigió al interior sin pensárselo más, encontrándose con un cuarto bastante más habitable que lo que pintaban sus compañeras. Casi con alivio dedicó solo un segundo a mirar a su alrededor y buscar posibles escondites - Si yo fuera un niñatillo que ha robado un cuaderno al profesor ¿Dónde lo escondería?- Se preguntó descartando los lugares que estuvieran claramente a la vista. Decidió apostar por el baúl, dirigiéndose hacia él rápidamente, buscaría en el interior y de estar lo suficientemente desordenado no tendría que molestarse ni en dejar las cosas como estaban, si no era así, intentaría hacerlo con cuidado pero sin perder tiempo innecesariamente.
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Algunos dicen que los niños son simples, cuando en realidad la astucia de los pequeñajos puede llegar a ser muy elevada cuando se trata de montar travesuras. El lugar del escondrijo no debía ser demasiado obvio ni demasiado inteligente, que no eran ni tan tontos ni tan listos. Además, no estaba lidiando con mocosos cualquiera, sino con estudiantes de la Academia de las Olas. De una u otra forma, la aventura iba a resultar ser mucho más complicada de lo que imaginaba.
El baúl estaba lleno de cuadernos y pergaminos, además de algunos estuches con útiles escolares. Cada uno tenía indicado el nombre de su respectivo propietario. Estaba desordenado, puesto que algunos parecían ir en orden alfabético, pero de cuando en vez alguno no respetaba su lugar. Los pergaminos si que estaban desperdigados, aunque algunos directamente no contenían nada. También había algunas armas de juguete hechas de madera. En fin, dependía de ella si decidía buscar entre todos los escritos.
El problema radicaba, en que justo en esos momentos escuchó un par de voces provenientes del corredor, acompañados de fuertes pisadas, indicando que venían corriendo. Hablaban casi a gritos, por lo que era difícil no entender lo que decían.
—¡Maldito Kozuki! No lo golpeé porque el profesor estaba viendo, ¿cómo se atreve a tirarme el jugo en la camisa?
—Ya cálmate. Luego se las verá con nosotros. Cámbiate la ropa cómo dijo sensei y volvamos luego al campo de entrenamiento.
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No podía negar que aquella situación era bastante más entretenida que el resto de su día. Cargar con libros una y otra vez por la misma calle desde luego era la antítesis de lo que ella hubiera esperado para su primera misión. “ Según esos críos era un cuaderno, así que puedo obviar los malditos pergaminos" pensó para si misma mientras ojeaba alguno de los cuadernos que no respetaban el orden alfabético.
Se movió silenciosamente por la habitación “El zapatero está vacío porque están todos fuera, no me resulta sospechoso y lo más rápido de mirar serían las literas...” Se interrumpió a si misma los pensamientos cuando escuchó voces en el pasillo, seguido del inconfundible sonido de pisadas dirigiéndose hacia allí. Sintió como en su pecho estallaba la adrenalina ante la posibilidad de que la atraparan ¿Qué podía decir si lo hacían? Bastante pocas excusas se le ocurrían. Tampoco había encontrado aún el libro, por lo que la única opción era esconderse. Según la conversación aquellos críos buscarían una muda por lo que los armarios estaban descartados.
No estaba especialmente preparada para una intrusión de ese tipo y el cuarto pese a ser grande no ofrecía demasiados escondites. Visualizó el número de camas durante un instante. “ Dos voces, más de veinte camas, no es mala proporción” se dijo antes de descolchar una de las desordenadas. Todo lo rápido que pudo, realizó los sellos y de un salto se colocó en el techo. - Kakuremino no Jutsu - pronunció muy bajo mientras una nube de humo cubría su posición antes de que la colcha la ocultara a simple vista de aquellos niños.
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Más pronto que tarde, la puerta se abrió y dos chiquillos entraron en escena con ropas deportivas. Uno era regordete, tenía la cara cubierta de curitas y los ojos pequeños. Parecía tener el ceño perpetuamente fruncido y cara de pocos amigos. El típico matón de escuela vaya. El otro era más delgado pero no más agradable en aspecto. Tenía dos sientes saltones cómo un roedor, y las orejas un poco puntiagudas cómo si fuera un duende. Era más alto, además de que se le veía una mancha naranja en la camisa. Ambos parecían rondar ya los diez años y el metro cuarenta con algunos centímetros encima.
—Ese papanatas me las va a pagar, ¡me las va a pagar!— el dientes largos caminaba con los puños apretados hasta el armario. —Voy a ayudarle a que se le caigan esos dientes de leche que tiene flojos, ¡a puñetazos!
El otro se había quedado vigilando en la puerta, pero ninguno de los dos prestó atención a que faltaba una de las sábanas, ya que era un detalle que no les atañía en lo absoluto.
—Deja de quejarte y apúrate. Además, es mejor no pelearnos entre nosotros, que mañana es el partido final y tenemos que darle su merecido a Kagemaru y su séquito de medio metros—. Bufó recostado en el marco de la entrada del dormitorio.
—Ese partido ya está resuelto— Dijo mientras sacaba una playera del armario y se la colocaba. —Por algo inculpamos al delantero por el robo del cuaderno. ¡Estará en detención hasta que confiese donde está el cuaderno! Mientras lo tengamos acá escondido no van a quitarle la sanción— Rió mientras pasaba nuevamente por debajo de dónde se hallaba la kunoichi escondida. —Así que creo que puedo darme el lujo de darle una paliza a Kozuki— le dio un pequeño puñetazo al gordo.
—Lo que tú digas...— rodó los ojos.
Luego de eso, ambos niños abandonaron la habitación.
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