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« Mala idea, Juro »
Se dio cuenta mientras bajaba la calle y se topó con una enorme bifurcación en múltiples calles paralelas. Aún encabezonado con la idea de que podría llegar por sí mismo, tomo una calle al azar y continuó caminando, hasta que se dio cuenta de que esa no era la manera.
— Esto es una misión. Algo serio — se recordó así mismo. A diferencia de la otra, en esta no había tiempo libre y se estaba confiando —. Estoy de servicio.
Y con esa seguridad y ajustandose la mochila nuevamente, se subió al tejado de la primera casa con la que se encontró y recomenzó el camino, esta vez, hacia la zanja. Con un contacto visual claro, llegar no era muy dificil. Tuvo cuidado por donde pisaba para evitar tropezar, caerse, o vete tú a saber. Muchas desgracias podían pasarle a un ninja distraido.
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Una vez descubierto el secreto shinobi de saltar de techo en techo, Juro no tuvo problema en desplazarse hasta el borde de la villa, allí donde el ya conocido camino de tierra se encontraba de bruces con la zanja que delimitaba el lugar. Ahora solo se trataba de correr, de nuevo.
Llevaba cinco vueltas, vamos, que ya casi tenía seis y de seis a cien había nada, noventa y cuatro.
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Juro finalmente llegó hasta la zanja. No se molestó en memorizar el camino: no lo recordaría. Ahí entraba la función de la mochila, podría descansar y provisionarse ahí. Incluso si entraba en necesidades mayores, podía utilizar la zanja: Ahí no había nadie para verle.
Así que, con provisiones para trabajar durante un rato, Juro se puso en posición. Aunque antes no lo hubiese hecho, le dio por hacer unos pequeños estiramientos de piernas, lo justo para ir entrando en calor y evitar una lesión. Aunque después de todo eran ninjas y tenía que estar preparado para cualquier cosa.
En fin. Se preparó, y otra vez volvió a realizar, con algo de tedio pero tratando de mostrarse motivado, el mismo trayecto.
« Allá vamos. Me pregunto como estará el perro de la ventana »
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Poco a poco el genin se estaba volviendo un profesional del maratón, muy poco a poco, pero infinitamente más rápido de lo que hubiera tardado si hubiera seguido con misiones de rango D totalmente inocuas y fáciles.
Estiró y procedió a empezar a correr. Tardó un rato en llegar a la famosa ventana y supuso que el perro aparecería pero no lo hizo. Antes de que pudiese preguntarse qué pasaba con el perro, escuchó sus ladridos, pero no a través de la ventana, sino a su espalda. A un par de manzanas de él apareció el can corriendo a toda velocidad hacia él mientras enseñaba los dientes y le gruñía.
Estaba en su mano cómo reaccionar ante este giro argumental.
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Juro, ya en maratón, comenzó a hacer el recorrido con ganas y pasión. Se sentía un poco más agusto, y más cómodo ahora que sabía lo que tenía que hacer. Con suerte, haría cinco o diez más antes de necesitar descansar. Con suerte. Aún quedaba el desorbitado número de 100, pero tendría que ir poco a poco.
Sin embargo, cuando pasó por la ventana, se dio cuenta de que el perro faltaba.
« ¿Se habrá metido dentro de casa? »
Antes de poder pensarlo, escuchó un fuerte ladrido. Se giró justo a tiempo para ver al perro corriendo a toda velocidad hacia él, gruñendole, enseñándole los dientes.
Juro no perdió tiempo. Hizo lo único que pudo hacer. Mediante chakra, escaló el edificio de la ventana, en el que estaba justamente al lado, y subió hasta el tejado, con el corazón latiendole a mil por hora. Afortunadamente, esa era la úníca ventaja que tenía sobre el perro.
— Venga ya. No seas un mal perro — protestó Juro, al cruel animal que interrumpía su misión.
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El perro derrapó elegantemente al llegar donde debería estar Juro, que ya no estaba porque había escalado. Sin embargo, había algo que el shinobi no sabía y el perro sí, el dojo en el que confiaba para su protección tenía escaleras exteriores. Sí, una rara estructura arquitectonica que no se usaba desde hacía tiempo, pero aquel sitio tenía más años que Juro.
Así pues, el animal desapareció un instante y, como augurando que podría delatar su posición, dejó de ladrar. En unos instantes apareció por uno de los laterales del tejado, ladrando y gruñendo de nuevo como al principio al ver al moreno.
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Juro se sintió triunfante cuando el perro derrapó y detuvo su carrera al llegar a la esquina por donde había subido. Le miró durante unos segundos y se fue, incluso dejando de ladrar.
« Por un pelo... »
Decidió quedarse ahí un poco más, por si las moscas. Ese perro podría estar al acecho. Aunque claro, un animal no podría ser mas listo que él, por supuesto. Parecía muy salvaje. Seguramente sus dueños ni si quiera le daban de comer y por eso andaba de tan mal humor.
Hasta que escuchó los ladridos nuevamente, de la otra esquina del tejado. Había subido.
— VENGA YA. — ¿Cómo diablos había subido el perro?
El perro le mostró los dientes, amenazante.
Juro hizo lo único que se le ocurrió. Abrió su mochila y lanzó uno de sus paquetes hacia el perro. Este era un contenedor cilindrico mal cerrado, que al caer, explotó en una lluvia de patatas que aterrizaron justamente en frente del animal.
— Perrito bonito... perrito bonito... ¿Tienes hambre, verdad?
No iba a quedarse a que le respondiese. Si esa cosa se acercaba más e ignoraba el contenido, o cruzaba medio metro de distancia hacia él, saltaría del tejado y se daría a la fuga.
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Al principio el perro pensó que iba a sacar un arma por lo cual se tensó aún más, sin embargo, cuando su agudo olfato le infló de felicidad cuando las patatas explotaron y empezaron a caer del cielo. Pasó de modo destructor a modo cazador de palomas. Empezó a moverse y saltar para intentar coger las patatas antes de que tocasen el suelo, por nada, porque despues se puso a buscarlas por el suelo como si le fuera la vida en ello.
Se tiraría un buen rato olfateando el suelo incluso cuando se hubiese acabado el alimento, tardaría unos minutos, que si Juro no había aprovechado para correr...
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Cuando el perro perdió el interés en él y se centró en las patatas, suspiró de alivio. En su mochila, aún tenía algún que otro proyectil, aunque no sabía si al perro le interesarían unas galletas. Igualmente, no iba a preguntárselo. En cuanto se aseguró que estaba distraido, salió por piernas, saltando del tejado.
« Tengo que largarme de aquí antes de que vuelva a fijarse en mi »
Hizo lo único que se le ocurrió en un momento así: salir corriendo.
Pero... ¿A donde? ¿De verdad iba a llevar a un perro salvaje a la villa? Era peligroso y no sonaba demasiado profesional. Pero estaba tan desesperado. El problema es que podría atacar a cualquier civil que pasase por ahí. Era arriesgado.
« ¡El puente! »
Afortunadamente, recordó que el puente siempre estaba vigilado por guardias, de día y de noche. Puede que no fuese su labor, pero se dedicaban a ayudar a la gente de la villa después de todo.
Así pues, corrió aprovechando la ventaja, hacia el único lugar que sabía llegar ahora mismo: el puente, puesto que solo tenía que continuar corriendo como había hecho antes. Una vez pasado el edificio, en cuestión de minutos debería ser capaz de llegar hasta la edificación. Con suerte, el perro se olvidaría de él. Si no... esperaba que hubiese alguen para ayudarle.
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Dopado por la adrenalina del encuentro del que había conseguido salir vivo no tardó ni la mitad que la primera vez en llegar al puente. No había rastro del perro. Si se paraba solo el trajín de la villa le contestaría, la gente seguía a su bola y el único que parecía ser consciente del peligro era él.
Aunque si seguía dando vueltas a la villa volvería a encontrarse de nuevo con ese perro, en el mismo sitio en el que le había dejado, tal vez, podía ser.
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Juro logró escapar de la amenaza perruna de aquella criatura. Se sintió a salvo cuando llegó al puente y notó que nada le perseguía. Sin embargo, la amenaza seguía presente.
« Me perseguirá si vuelvo por ahí. No podré completar mi misión así »
Además, la cosa era peligrosa. Un perro salvaje suelto que pudiese atacar a cualquiera que fuese a pasar. Tenía que hacer algo cuanto antes. La violencia quedaba descartada. Ese perro quizá pudiera tener dueño. Y nadie vería bien que un genin usase técnicas contra un animal. Tendría que recurrir a otros medios.
Juro se acercaría al puente y buscaría a algun vigilante. Alguien autoritario que pudiese ayudarle. Y hablaría.
— Disculpe, señor. Hay un perro salvaje suelto en un dojo situado en el extremo de la villa, a pocos minutos de aquí. Ha intentado atacarme, y podría ser un peligro para cualquiera que pase — diría Juro, con todo el respeto y la cortesía que podría hacer al referirse a un adulto, especialmente si este tenía más rango que él.
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9/10/2017, 20:18
(Última modificación: 9/10/2017, 20:18 por Inuzuka Nabi.)
Cuando llegó al puente pudo ver a dos chunins detrás de un mostrador cubierto que se encargaban de los permisos y otros papeleos de frontera y otro que se encontraba por fuera y se iba paseando por el puente y sus alrededores por si tenía que reaccionar ante algo sospechoso.
— Disculpe, señor. Hay un perro salvaje suelto en un dojo situado en el extremo de la villa, a pocos minutos de aquí. Ha intentado atacarme, y podría ser un peligro para cualquiera que pase —
El chunin miró su bandana y pensó que si un genin venía a decirle eso era porque el perro debía medir cinco o seis metros y tener varias cabezas, porque si no podría haberse ocupado él mismo.
— Está bien, ahora mismo voy. — hizo una seña a sus compañeros del mostrador — Chicos, ahora vuelvo que hay un codigo Inu de clase 3.
Ambos asintieron y uno de ellos saltó el mostrador para ponerse en el puente a patrullar mientras el que había hablado con Juro se iba por donde él había venido, saltando de tejado en tejado.
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Juro se dirigió a un pequeño mostrador cubierto donde había dos chunins, encargandose de permisos y papeleos. Probablemente estarían aburridos, pensó. Había otro patruyando la zona, silenciosamente.
— Está bien, ahora mismo voy.Chicos, ahora vuelvo que hay un codigo Inu de clase 3.
Juro se alivió al verlo. Puede que fuese exagerado, pero después de todo él era un genin, recien salido de la academia. Poseía habilidades para combatir, claro esta. Pero no iba a lanzar una técnica contra el animal, y mucho menos apuñalarlo. Cualquier jutsu contra un civil estaba prohibido, y eso incluía al reino animal. Era un peligro, pero podría tener dueño.
Definitivamente, alguien más experimentado sabría como actuar. Juro solo podía, o bien huir, o bien herirlo. Y ninguna era una opción válida ahí.
Juro se despidió con otra señal de respeto y se fue por donde había venido. Volvió a al edificio donde le había perseguido aquel animal, para comprobar que estaba a punto de ocurrir con el perro.
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Llegó a la casa donde anteriormente había sido acosado y casi violado por el perro y se encontró al chunin hablando con una típica señora mayor. El animal estaba al lado de la señora sentado y rascandose la oreja con la pata trasera mientras los humanos hablaban.
— Señora, tiene que pasear al perro con correa sino los niños se pueden asustar si pasan cerca. O el animal puede ocasionar cien problemas diferentes. Puede soltarlo en parques o casas, pero por la villa tenga más cuidado.
La señora mayor asentía, haciendo que se moviese el poco pelo que no llevaba recogido en un moño, que era más blanco que las nubes. Era bajita y abultada y vestía con un kimono de florecitas.
— Ay, hijo. Es que esta ancianita ya no tiene fuerza para retener animales con sus manos, además que mi Haiku nunca ha ladrado a ningún niño ni a hecho nada malo. ¿Has visto que se llama como los poemas? Es porque lo gané en un campeonato de Haikus y dije, pues ya tienes nombre para él, y eso que me ahorré. Porque lo peor de tener un animalito es decidirte a ponerle un nombre...
Le estaba soltando una al chunin que no tenía nombre, además, la anciana le estaba agarrando el brazo con una mano, asegurandose de que no se escapase.
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Juro se acercó a la casa, para ver un escenario un tanto subresalista. Aquella bestia en forma de perro estaba atado con una correa, cercano a una ancianita que parecía ser su dueña. El chunin, por otra parte, le estaba echando la bronca por dejar al perro suelto, mientras ella le contaba algo de un concurso de Haikus.
Juro, timidamente, dio un par de pasos para acercarse a la escena y observó al perro.
— Si... ese es el perro... — murmuró, casi avergonzado. Ahora parecía muy tranquilo, pero casi le mataba —. Veo que ya esta todo bien. Siento las molestias... y gracias.
Hizo una reverencia hacia el chunin, sin perder de vista al perro y su dueña. Si todo salía bien y nadie le hacía nada, podría retomar la carrera y continuar el número de vueltas.
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