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Karma cumplió con éxito su primera tarea: bajar el nido del hombro de la Uzukage. Los polluelos, sin plumaje y ciegos, no hacían más que piar, como si se diesen cuenta de que algo iba mal.
Karma estaba a punto de dejarlos en el suelo cuando…
¡Pouk, pouk! ¡Sriii! Un pájaro gorjeando en lo alto del cielo, que caía en picado sobre la kunoichi. Por suerte para ella, no se trataba de un águila, sino de una ave muy pequeña, de apenas treinta centímetros de largo. De plumaje negro, pico amarillo anaranjado y ojos completamente negros salvo por el borde, como si tuviesen un anillo naranja rodeándolos. El ave, pese a ser poca cosa, trató de herirla con sus zarpas y picotearla.
No tardó demasiado en recibir ayuda: otro pájaro, de parecido tamaño y plumaje marrón, más oscuro en el pecho y con tonalidades más grises hacia abajo. Tanto su pico como su anillo ocular eran marrones, y con la misma determinación que la otra ave, atacó a Karma.
Karma temía resbalar y romperse el cuello en la caída, pero la muchacha fue capaz de llevar a cabo la tarea sin verse sometida a una situación desagradable. No obstante, los problemas la estaban esperando abajo, en el suelo, a pesar de que estos eran alados. Ni siquiera gozó de tiempo suficiente para dejar reposar el nido sobre el pavimento de la isla artificial.
Los progenitores de los polluelos habían vuelto, más que dispuestos a proteger a sus retoños. Primero uno, luego otro. No eran aves amenazantes, en absoluto, pero Karma tenía las manos ocupadas y un arañazo en los ojos podía dejarla tuerta. El instinto la llevó a soltar el nido y cubrirse la cara, además de intentar apartar a los pájaros con las manos.
—¡Fuera, fuera! —exclamó la joven, llevada por el pánico—. ¡Dejadme en paz, no iba a hacerle nada a vuestros polluelos!
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El forcejeo contra los pájaros —cabe decir que eran una pareja de mirlos— provocó la caída del nido junto a sus polluelos. Uno de ellos rebotó y cayó fuera de éste; el otro, quedó enterrado bajo el propio nido, que en la caída se había dado la vuelta.
El mirlo hembra —la de plumaje marrón claro— descendió rápidamente al suelo, yendo a preocuparse por sus crías. El macho también, pero se quedó encarando a Karma, adelantando y retrasando su posición con saltitos pequeños, mientras no paraba de batir las alas y de gorjear amenazadoramente. Amenazar —para su desgracia— era lo único que podía hacer ante una depredadora tan grande.
Pese al follón que se había montado, al menos ahora Karma tenía vía libre para la limpieza.
La fémina suspiró. Habría preferido dejar el nido con delicadeza en el suelo, pero los propios creadores de este se lo habían impedido. Irónico, desde luego, pero eran animales, al fin y al cabo. Mientras los pájaros se ocupaban de sus crías la kunoichi podía ponerse manos a la obra con la limpieza. Le llevaría más de cinco minutos, claramente, así que cuanto antes comenzase, mejor.
«Espero que me dejen en paz si no me acerco mucho a ellos...», pensó a la par que observaba de reojo al mirlo que la "vigilaba". Con paño húmedo en mano y el cubo lleno de agua cerca, la joven dedicó su atención a la pintada del "MataNinjas".
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Decidida, y dejando de lado a los mirlos, la kunoichi se puso manos a la obra. Llenado el caldero de agua, y humedecido el trapo, se dispuso a ir a por la tarea más complicada: eliminar el grafiti que algún listillo había hecho.
Su mano limpiaba el estropicio con movimientos en semicírculo, de izquierda a derecha o viceversa. Era como ese surrealista entrenamiento que a veces hacían los protagonistas de una película de acción, en la que después, por arte de magia, parecían ser todos unos expertos en taijutsu.
No parecía ser el caso de Karma, que lo único que conseguía era cansar el brazo y tener que cambiar el paño de una mano a otra. Pronto se dio cuenta, incluso, que no conseguiría eliminar la pintada: aquel grafiti no se iría con simple agua. Por mucho que le pasase el trapo empapado, el spray no desaparecía de la piedra.
Karma frotó y frotó hasta que ambas extremidades superiores le ardieron, pero fue inútil. La dichosa pintada debía de haber sido hecha con algún tipo de tinta resistente al agua. La joven lamentó no haber traído consigo algún tipo de producto de limpieza. «Me he confiado demasiado al pensar que con agua iba a ser suficiente... ¿ahora qué hago? ¿Cómo puedo quitarla?».
Quedó pensativa durante unos momentos, pero no logró alcanzar conclusión alguna. Volvió a suspirar y optó por desviar sus esfuerzos hacia el musgo y la demás mugre de procedencia natural que estropeaba la figura de Shiona-sama.
—Ya pensaré en ello más tarde... —se dijo en voz alta.
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16/05/2018, 16:53
(Última modificación: 16/05/2018, 17:22 por Uchiha Datsue.)
Entre los gorjeos de los mirlos y sus crías, la kunoichi decidió centrar sus esfuerzos en el musgo, impregnado en la base de la estatua. No en toda ella, dicho sea de paso, sino en el lado que estaba enfocado al Norte, el lateral izquierdo. Allí era donde más se concentraba y más afianzado estaba. No obstante, y pese a que al principio creyó que iba a sudar la gota gorda también para eliminar aquello, en cuanto le pilló el tranquillo fue coser y cantar.
Una vez eliminado, quedando limpio y reluciente, una nueva marca apareció —hasta entonces escondida bajo el propio musgo—. Una marca en forma de frase, imposible de limpiar, pues se había hecho tallando la propia piedra. Rayándola. Y la frase era…
En memoria de Uchiha Haskoz
¿Quién había escrito aquel mensaje? Por extraño que pudiese parecer, un amejin, animado por el mismo uzujin que había dejado caer ante su Uzukage que aquella estatua necesitaba una limpieza. Pero aquellos eran pormenores. Detalles que, lo más probable, Karma ni conocería ni estaría interesada en conocer.
Todavía le quedaba por limpiar los excrementos de los mirlos, distribuidos a lo largo del brazo derecho de la estatua.
Al principio el musgo se resistió de una forma similar al grafiti, lo que preocupó a Karma. Afortunadamente, sus esfuerzos terminaron dando fruto. Continuó trabajando, eliminando las plantillas poco a poco, a la par que silbaba una canción que recordaba de su infancia. Acabó dando con un hallazgo que no esperaba: una misteriosa dedicatoria rallada en la roca de la estatua.
«¿Uchiha Haskoz? ¿Qué tiene que ver con la Uzukage? Bueno, no es llamativa ni de mal gusto, a diferencia de la pintada, así que supongo que no pasa nada por dejarla aquí. Tampoco podría restaurar la roca aunque quisiese, a fin de cuentas», concluyó. Preguntaría a su sensei sobre el tal Haskoz si se acordaba. Mientras tanto, tenía una tarea entre manos.
Se alzó y retiró el sudor que reposaba sobre su frente. Estaba cansada; su respiración lo delataba. Vaya una paliza se estaba pegando, pero así era la vida del ninja, ¿no?
Le había llegado el turno a los excrementos de pájaro. Karma tomó el paño y el cubo y continuó con su tediosa tarea.
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¿Quién iba a decir que un ninja se dedicaría a limpiar excrementos de pájaro para ganarse el pan? Cuando el pueblo pensaba en un shinobi, se imaginaba a alguien corriendo peligrosas aventuras. Infiltrándose en mafias. Asesinando a tipos duros como el acero y mortíferos como la mordida de una serpiente.
Pero, a decir verdad, así eran los trabajos de la mayoría de genins recién salidos de la academia. Rescatar gatitos de un árbol; ayudar a hacer la compra a una anciana; y, sí, también, limpiar excrementos.
Pese a que en algunos de ellos, ya muy secos, tuvo que frotar con especial fuerza, al final consiguió dejar el brazo de la Uzukage limpio y reluciente. Tan solo quedaba darle un repaso al resto de la estatua, si quería, y ocuparse de la problemática pintada con spray.
Karma terminó maldiciendo a su figura —tan carente de fuerza— cuando algunas de las deposiciones aviares más duras se resistieron a ser retiradas del brazo derecho de Shiona.
Finalmente la fémina logró llevarse el gato al agua. El aspecto actual del monumento no tenía nada que ver con el anterior, ese que tenía cuando Karma acababa de llegar. Sin embargo la pelivioleta todavía no estaba satisfecha, motivo por el que se tomó la molestia de darle una ligera revisión al resto de la anatomía de la Uzukage con su paño húmedo. Karma era más implicada de lo que su actitud habitual tendía a delatar.
Acto seguido, agotada, optó tomarse un respiro. Se sentó a los pies de la estatua, apoyándose sobre la base de esta. De su mochila sacó una pequeña caja de madera amarronada que contenía un bentō compuesto por arroz hervido y carne sazonada. Lo degustó con palillos y lo acompañó con agua proveniente de una cantimplora.
—Lo siento mucho, Uzukage-sama —le dijo a Shiona con la mirada perdida en el horizonte—. La he limpiado lo mejor que he podido. Pensaré algo para quitarle esa pintada.
Una idea ya rondaba su joven mente, de hecho. Al acabar con su almuerzo, la kunoichi tomaría todas sus posesiones, las guardaría de vuelta en la mochila y —si no ocurría nada que se lo impidiese— volvería a aquella aldea cercana al lago, a la posada.
«Espero que tengan vinagre. Eso podría ser suficiente para eliminar el grafiti, si es que el niñato ese no lo ha escrito con Fūinjutsu o algo...».
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Al regresar a la aldea —como ya se había dicho, era un conjunto de no más de diez casas, desperdigadas en un claro artificial del bosque—, los pasos de la kunoichi la condujeron de nuevo a la posada donde se había quedado a dormir. Por el camino, no se había encontrado al chico, pero sí a un perro negro y pequeño que ahora se había encariñado con ella y no paraba de seguirla.
En la pared donde el jovenzuelo había hecho su travesura, ahora una señora lo limpiaba con un trapo empapado en agua espumosa. Karma la reconoció al instante: era la mujer que le había dado alojamiento. La dueña de la posada, una señora de unos sesenta años, de pelo blanco y no muy largo, con cierta chepa en la espalda y rostro arrugado.
—Maldito crío… —la oyó farfullar—. Siempre igual.
—Vamos, perrito, déjame tranquila... —repetía una y otra vez.
Al menos el animal de compañía no era agresivo, a diferencia de los pájaros. Al contrario, parecía haberle cogido cariño a la kunoichi. La muchacha, sin embargo, no estaba tan contenta con el hecho. No le gustaban los perros, era más una persona de gatos.
De vuelta a la posada, la kunoichi se topó con la dueña de la susodicha ocupándose de la pintada del infame MataNinjas. Comprendía la frustración de la señora a la perfección, pero aquella casualidad era beneficiosa para Karma. Se plantó a uno dos metros de ella, todavía incomodada por la presencia del can. Entonces se aclaró la voz.
—Disculpe, ¿podría prestarme un poco de lo que está utilizando para limpiar ese grafiti? —solicitó con respeto—. Soy una kunoichi a la que le han encargado limpiar la estatua de la Uzukage que está en el lago, pero el crío este la ha vandalizado, como su posada, y solo me he traído un cubo y un paño.
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La señora apenas se molestó en mirar a la chica cuando le habló, siguiendo con su tedioso trabajo. A decir verdad, pese a que Karma escogiese muy bien sus palabras, no era muy carismática, la pobre. No obstante, cuando mencionó que estaba de misión para limpiar la estatua de Shiona, y que el crío la había pintarrajeado, casi le da allí mismo un infarto.
—Ay, ay, ay, ay —empezó a decir, con las manos en el pecho, los ojos desencajados y visiblemente nerviosa—. ¡Ay, ay, ay, ay! Si decía yo que el chiquillo nos iba a traer problemas. ¡Si lo decía yo! —Una pausa, tan breve como la sensación que perdura de un beso en el cuello—. ¡Ay, ay, ay, ay! Por favor, no se lo tenga en cuenta. Es buen chico, se lo digo yo. Pero estas generaciones de hoy en día… ¡tienen la cabeza muy mal! ¡Muy mal!
La señora dejó el trapo en el cubo y se dirigió hacia la puerta de la posada.
—Ahora te preparo un caldero para ti, hija. Pero, por favor, no se lo tengas en cuenta. Es buen chico. Se lo digo yo —repetía sin cesar—. ¿Te preparo un bocadillo también? Debes estar hambrienta. Claro que sí. ¿De tortilla o de jamón?
A pesar de que la dueña del local no estaba prestando demasiada atención a Karma en primera instancia, tan pronto la muchacha desveló el motivo por el que estaba allí la situación pegó un vuelco más brusco que un carromato dando vueltas de campana. La genin quedó anonadada, sin saber muy bien lo que decir.
—N-No, gracias, ya he almorzado —respondió a lo del bocadillo—. Con el caldero es suficiente.
A lo que añadió:
—¿Tiene idea de por qué se hace llamar el "MataNinjas"?
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—¿Seguro, hija? —preguntó, visiblemente preocupada—. Se te ve en los huesos. ¡Deberías comer más! Un bocadillo con atún y tomate, ¿entonces? O un bocadillo con queso y chorizo, ¿qué me dices a eso? —Como la típica abuela que se preocupa por su nieta, la señora no paraba de ofrecerle más y más cosas a la kunoichi.
Mientras tanto, sin embargo, no permanecía ociosa. Medio llenó el caldero de Karma con agua del grifo, agregándole después un chorro de jabón y vinagre. Karma preguntó entonces por el motivo del apodo.
—Ay, hija, no me preguntes por eso —De pronto, el rostro de la anciana se había teñido por la tristeza más absoluta. Parecía a punto de llorar—. Su madre… en paz descanse…. murió por una de esas magias de ninja. Un ninja estaba pegándose con otro, ella pasaba por ahí y… Un accidente, hija, un accidente. Pero desde entonces el chiquillo la ha tomado con los shinobis.
Le devolvió el caldero.
—Pero de verdad que es buen chico, te lo digo yo —repitió por enésima vez.
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