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Aunque me moría de ganas de replicarle, ni siquiera encontré un ápice de nada para rebatir la jodida realidad. Hasta yo podía verla. Si era verdad lo que Daigo decía, aquella oferta era de lo más suculenta y, obviamente no iba a ser rechazada por todo un mercenario como era el Uchiha que teníamos delante. Los motivos del kusajin eran nobles, pero estúpidos. Estaba cambiando su vida por la mía, literalmente.
«¡Mierda!»
Me maldecía una y otra vez a la par que apretaba mis puños aún inmovilizados por los putos grilletes supresores de chakra, hasta el punto de que los nudillos adquirieron un punto blanquecino. Por su parte, Daigo seguía explicando su versión para hacerla lo más creíble posible. Para convencer a nuestro captor de que aquello le iba a reportar unas buenas ganancias. Porque de eso se trataba desde un buen principio, de llenarse los bolsillos de sucios ryos.
— En resumidas cuentas le tocaste los putos cojones al puto gobierno del País del Viento. Hostia puta
De haber podido le hubiese aplaudido la cara. Seguro que cuando se enteró la Morikage se puso contentísima. Pero el daño estaba hecho y la decisión probablemente tomada.
— ¿Qué va a ser pues? ¿Vas a vender a este infeliz? ¿Qué pasará entonces conmigo?
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A Zaide se le escapó una carcajada.
—Tú… ¿jodiste a Nathifa?
Seguramente Daigo no lo supiese, pero Zaide había estado en aquella prisión. Tirado en una celda mugrienta, como preso. Por meses. Fue allí donde se desintoxicó del omoide. Escondido y olvidado, hasta que Dragón Rojo dio con él. Hasta que Kaido dio con él.
Conocía bastante bien lo que Nathifa tramaba. No había que ser un genio, después de todo. El sello maldito que había elaborado solo podía significar una cosa, y la guerra en la que estaba metida ahora lo demostraba: quería un ejército de criminales. A su completo mando. Y era una mujer con el suficiente orgullo y odio como para pagar por la cabeza de alguien que había ayudado a escapar a uno de sus presos.
La cuestión era, ¿seguiría viva cuando llegasen allí? Y, ¿realmente podría malgastar el dinero en un momento como aquel?
—Supongo que merece la pena intentarlo —respondió a Yota. Después de todo el trabajo que le habían dado, irse con las manos vacías era un insulto—. Respecto a qué pasará contigo… Bueno, he aquí la cuestión. Vosotros los kusajines no dejasteis de recordarme el monstruo que soy en esta última semana. Y estoy pensando, si soy cómo decís que soy, ¿no debería entregar a Daigo, cobrar la pasta, y simplemente tirar tu cadáver a un foso, Yota?
Miró a Yota. Luego a Daigo. Por primera vez estaban colaborando con él. Dándole opciones. Quizá… ¿Quizá debería contarles lo que verdaderamente quería sacar de ellos? ¿Quizá le diesen alguna buena idea, como con el País del Viento? Supuso que no le haría daño intentarlo. Después de todo, Kintsugi se iba a enterar de su segunda demanda muy pronto. Y esta vez, con algo más en juego que dos de sus peones.
—Dejadme que os saque de un error, kusajines. Yo no he pedido sesenta mil jodidos ryōs para comprarme una mansión y meterme hasta el culo de omoide. He pedido sesenta mil para poder seguir en el tablero. ¿Entendéis lo que os digo?
Oh, sí, había logrado la caída de unos cuántos Daimyōs. Pero, ¿de qué había servido? La Espiral había conseguido su República, sí. Probablemente había acelerado el proceso, pero, en palabras de Hanabi, iba a llegar igualmente. En su momento no había querido darle crédito. Ahora, no le quedaba más remedio que admitir su error. ¿Respecto al resto de países? Salvo por el Viento, los sucesores habían cogido el sombrero, nada o poco impresionados por su amenaza.
Necesitaba dinero para seguir en la lucha. También para cambiar de táctica. Simplemente asesinar a los Daimyōs no servía de nada si no estaba respaldado por algo más.
—¿Queréis saber qué planeo? ¿Lo que de verdad tramo? Voy a mandarle un mensaje a Kintsugi. Una petición, no para mí, sino para el País del Bosque. Dicha petición contendrá una amenaza. Una lo suficientemente gorda como para que se le corte la carcajada que seguramente le provoquen las líneas anteriores. Vosotros solo fuisteis una prueba. Si pagaba, volveríais a vuestras villas y Kintsugi comprobaría que cumplo con mi palabra. Si no lo hacía, uno de vosotros llevaría la cabeza del otro hasta la villa y Kintsugi comprobaría… que cumplo con mi palabra.
¿Veían por dónde iba?
—Ahora bien. ¿Qué fuerza, qué puto peso tiene mi amenaza si los dos os marcháis con vida? Le dije que os mataría a los dos si no pagaba y al día siguiente se entera que ni uno ni otro. Me tomaría por un farolero. Para más descojone, en cuanto se entere por tu arañita que amenacé a Daigo con matarte si intentaba algo, justo un minuto antes de que se me tirase al cuello… Bueno, ya van dos amenazas no cumplidas, ¿huh? Así que, ¿por qué iba a cumplir la tercera?
Quedaría como un pusilánime. Llegados a aquel punto de la vida, su reputación e imagen le importaban una mierda. Pero si no podía infundir el suficiente respeto, jamás lograría su objetivo.
—Si te dejo vivir, Yota, Kintsugi se tomaría mi amenaza a la ligera. Y entonces… entonces el sacrificio de toda esa gente del Valle de los Dojos, esa que tanto os gusta recordarme a cada puto momento que abrís la jodida boca, habrá sido en vano.
»Y no pienso permitirlo. ¿Me oís? No. Pienso. Permitirlo.
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—Tú… ¿jodiste a Nathifa?
Menudo giro tan inesperado de los acontecimientos. Parecía una constante desde que nos cruzamos con zaide en el Valle del Fin. Lo cierto es que a tenor de su respuesta él también la conocía y la revelación de Daigo le había sorprendido. No sabría decir si a bien o a mal, simplemente parecía sorprendido, sin más. Al parecer aquella Prisión del Yermo era algo parecido a la casa de los horrores. Y el peliverde había cabreado a esos locos. Los había cabreado mucho.
. Respecto a qué pasará contigo… Bueno, he aquí la cuestión. Vosotros los kusajines no dejasteis de recordarme el monstruo que soy en esta última semana. Y estoy pensando, si soy cómo decís que soy, ¿no debería entregar a Daigo, cobrar la pasta, y simplemente tirar tu cadáver a un foso, Yota?
Tras la decisión de intentar lo de entregar a Daigo por un buen puñado, suculentos y sucios ryos quedaba por tomar la segunda decisión. ¿Qué pasaba conmigo? La realidad es que las cosas habían cambiado y ahora mi preocupacióne ra salir con vida de allí. Necesitaba llegar a un punto de negociación ahora que el Uchiha tenía algo a lo que agarrarse.
—Dejadme que os saque de un error, kusajines. Yo no he pedido sesenta mil jodidos ryōs para comprarme una mansión y meterme hasta el culo de omoide. He pedido sesenta mil para poder seguir en el tablero. ¿Entendéis lo que os digo?
«Lo primero puede llegar a colar, lo segundo a juzgar por tu aspecto de colgado mental...»
— ¿Entonces para qué necesitas el dinero? ¿Para comprar favores?
—¿Queréis saber qué planeo? ¿Lo que de verdad tramo? Voy a mandarle un mensaje a Kintsugi. Una petición, no para mí, sino para el País del Bosque. Dicha petición contendrá una amenaza. Una lo suficientemente gorda como para que se le corte la carcajada que seguramente le provoquen las líneas anteriores. Vosotros solo fuisteis una prueba. Si pagaba, volveríais a vuestras villas y Kintsugi comprobaría que cumplo con mi palabra. Si no lo hacía, uno de vosotros llevaría la cabeza del otro hasta la villa y Kintsugi comprobaría… que cumplo con mi palabra.
Negué con la cabeza.
— Te equivocas. Me dejes vivir o no, ya le ganaste una batalla. La de Daigo, concretamente. En cuanto lod ejes en manos de la tiparraca esa de la Prisión del Yermo apuesto a que acabaran con él. así que un kusajin estará muerto y tú habrás cobrado tu dinero
—Ahora bien. ¿Qué fuerza, qué puto peso tiene mi amenaza si los dos os marcháis con vida? Le dije que os mataría a los dos si no pagaba y al día siguiente se entera que ni uno ni otro. Me tomaría por un farolero. Para más descojone, en cuanto se entere por tu arañita que amenacé a Daigo con matarte si intentaba algo, justo un minuto antes de que se me tirase al cuello… Bueno, ya van dos amenazas no cumplidas, ¿huh? Así que, ¿por qué iba a cumplir la tercera?
El tipo seguía erre que erre con su teoría. Probablemente no iba a sacarle de allí, pero tenía que intentarlo. Esa y no otra era la mejor solución que llegaba a vislumbrar en aquel momento, salir con vida y que no fuese demasiado tarde para poner remedio a todo ese follón que se estaba cocinando a fuego lento.
— Porque no eres un sádico. No sé qué te empujó a ti y a Dragón Rojo a hacer los que hicisteis en el valle de los Dojos pero si me quisieras muerto ya me habrías rebanado el cuello
—Si te dejo vivir, Yota, Kintsugi se tomaría mi amenaza a la ligera. Y entonces… entonces el sacrificio de toda esa gente del Valle de los Dojos, esa que tanto os gusta recordarme a cada puto momento que abrís la jodida boca, habrá sido en vano.
»Y no pienso permitirlo. ¿Me oís? No. Pienso. Permitirlo.
«Y dale»
— Te lo vuelvo a repetir. Daigo está sentenciado en cuanto hagas el intercambio con Nathifa. Lo sabes tu, lo sabe Daigo y lo sé incluso yo que ni conozco a la tal Nathifa. No sé porque ha entregado su vida por la suya pero ya que te está ofreciendo tu ansiado dinero, dale este caprichito. Si quieres tómatelo como su última voluntad. Sigues ganando tú y no Kintsugi
¿Sería suficiente? Esperaba y deseaba que sí. También esperaba que mi compañero supiese leer mi verdadera intención y me ayudase a convencer a zaide de que debía salir con vida.
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Daigo agachó la mirada y calló mientras escuchaba tanto a Zaide como a Yota. Escuchaba con atención todo lo que decían y prestaba una especial atención a la manera en la que lo decían. Ya sabía desde el momento en el que le había hecho su oferta a Zaide que la información que le dio era un arma de doble filo, pues ahora existía la posibilidad de que ninguno de los dos saliese vivo de esta.
«Te arrepientes de lo que sucedió ¿verdad?» En cierto modo lo entendía. Él también se arrepentía de varias cosas en su vida. «Es una lástima que eso no sea suficiente para cambiar las cosas».
Ahora tenía que jugar muy bien y con mucho cuidado sus cartas si quería que todo saliese como él quería, así que se tomó un segundo de más para escoger las palabras que utilizaría, pero sobre todo, cómo las diría.
— Pero entonces no tendrías ningún mensaje que mandarle a Kintsugi ¿verdad? Yota volvería con vida sin realmente ningún mensaje y yo solo sería entregado al viento. No tendría el mismo impacto.
Odiaba estar hablándole desde el suelo, pero tal y como estaba no tenía de otra. Ni siquiera podía pegarse a la pared para estar medianamente erguido.
— No recuerdo haberte dicho nada sobre el torneo, por cierto, pero quiero dejar algo claro: no te odio. —Y no es que lo haya intentado poco. Simplemente era la clase de persona a la que le costaba mucho odiar a alguien más—. Odio lo que hiciste, y lo que estás haciendo también. Parece que estás intentando hacer lo que te parece correcto, has cometido un error y ahora solo puedes seguir adelante para que haya valido la pena.
El Daigo que medía sus palabras se había ido tan rápido como llegó, pues el chico parecía simplemente estar diciendo lo que pensaba.
— Una amiga una vez me dijo que nunca me disculpase por lo que hago, y ahora creo que la entiendo. Parece ambos vivís de la misma manera. Siguiendo adelante sin detenerse, porque si te detienes y te arrepientes, todo habrá sido en vano. —Continuaba hablando, incluso si lo intentaban interrumpir. Daigo estaba diciendo las que podrían en cualquier momento ser sus últimas palabras—. Eso no significa que tengas que cometer locuras cada vez mayores para que la anterior haya valido la pena. Todavía puedes hacer las cosas bien.
Le sonreía. Realmente creía en lo que decía y no parecía dudarlo en lo absoluto. Pensaba que Zaide todavía estaba a tiempo de cambiar, pero de lo contrario...
— Pero si necesitas un mensaje para Kintsugi-sama... —Estiró ambos brazos hacia él—. Mi brazo derecho debería ser suficiente. Tendrás tu dinero por entregarme y un mensaje para Kintsugi. No te tomarán a la ligera. —Entonces miró a Yota, también sonriéndole como si le dijera "todo va a estar bien"—. Y yo podré morir sabiendo que mi amigo vivirá.
¡Muchas gracias a Nao por el sensual avatar y a Ranko por la pedazo de firma!
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Tras mi speech fue el momento de escuchar al peliverde y ver qué tenía que decir y qué contestar ante el aparente ultimátum de Zaide. No estaba siendo fácil pero él parecía estar completamente sereno aun a sabiendas de que pasase lo que pasase, él en concreto estaba jodido hasta las trancas. Igual era eso lo que le mantenía sereno, saber que su destino estaba sellado y simplemente trabajaba para salvarme el culo o al menos a intentarlo, pero un criminal como el que teníamos en frente no iba a poner las cosas sencillas, ni muchísimo menos.
«Maldita sea, claro que no podría mandarle el puto mensaje pero no le cabrees»
Fruto del nerviosismo que recorría cada rincón de mi cuerpo tuve que ceder a la súplica de mis piernas y caí al suelo, sentándome directamente con el culo, sin que nada amortiguase el impacto. Seguía escuchando al kusajin que estaba comprando muchos boletos para que Zaide perdiese los estribos y acabase con ambos en cualquier momento, pero el tipo siguió y siguió y nadie hizo un vago intento por detener su discurso, al contrario. Con la cabeza escondida entre mis rodillas sacaba un ojo para mirar a Daigo y escuchar el final de su discurso.
Mi brazo derecho debería ser suficiente. Tendrás tu dinero por entregarme y un mensaje para Kintsugi. No te tomarán a la ligera.
El muy cabrón soltó la bomba y me miró. Quizás para asegurarse de que había captado su locura.
Y yo podré morir sabiendo que mi amigo vivirá.
— ¡Y una mierda! — dije sacando mi cabeza de entre mis rodillas — Que se saque sus ryos con la perra esa del desierto, es o mismo que matarte, pero encima se va a llenar el bolsillo. Eso bastará para que Kintsugi no le tome a la ligera
Volví a esconder la cabeza, tratando de lidiar con aquel torrente de emociones para sacarla una segunda vez, esta vez mirando a Zaide.
— Pero hagas lo que hagas, hazlo pronto. Acabemos con esta mierda de una puñetera vez
Estaba agotado. Literalmente aquella sensación me estaba matando por dentro y os nervios iban haciendo su particular procesión que cada minuto que pasaba resultaba más complicado de gestionar. Necesitaba una decisión y si esa decisión era terminar con mi vida que así fuese y si tenía que hacer de mensajero de las malas noticias, pues que así fuese también.
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Tenía que concedérselo: Daigo estaba hecho de otra pasta. Cada vez que creía tenerle calado, cada vez que su Sharingan ponía un nuevo límite a su espíritu, el chico se venía arriba y arrasaba con todo ello como un tsunami. Parecía que no le importase su vida una mierda, pero no era así: tenía tan claro su objetivo que todo lo demás eran detalles menores. ¿Su libertad? Tonterías. ¿Su brazo? Una molestia. ¿Su vida? Una puta moneda de cambio.
Aquel chico solo sabía ir all-in. Apostaba a que en una partida de póker no tardaría ni dos rondas en ser desplumado. Redoblaba la apuesta a que de haberse encontrado en el mismo lado del campo de batalla, hubiesen luchado a muerte el uno por el otro.
Pero no lo estaban, y nunca lo estarían.
—Muy bien —dijo, tras seguramente más de un minuto en silencio, reflexionando sobre lo que ambos le habían dicho. Empuñó un hacha—. Me he decidido.
Y estampó el filo del hacha…
… en el brazo de Yota.
Lo cierto es que no llegó a cercenárselo. El tajo fue lo suficientemente grande para abrirle una buena brecha, no obstante, y Zaide utilizó la bandana del kusajin para hacerle de venda temporal, anudándoselo con fuerza.
La necesitaría después.
Tomó una pluma, un bote con tinta y extendió un pergamino en blanco sobre la mesa en la que había estado Daigo hacía unos días. Sin hacer caso a las posibles quejas de Daigo y Yota, empezó a escribir. Una carta de amor. O algo parecido. Cuando terminó, le arrancó la bandana a Yota, tan ensangrentada que la tela ya no era verde, sino de un rojo oscuro. Usó la bandana para atar el pergamino enrollado, a modo de hilo.
—Haced las maletas, niños. Nos vamos de vacaciones al desierto…
»Los tres.
2
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Y finalmente había llegado el momento. Fueron segundos de pausa bastante tensa en el que uno iba pensando en la multitud de cosas que podían suceder a partir de aquel entonces y, aunque deseaba que le hubiese convencido de que iba a salir ganando hiciese lo que hiciese conmigo, incluso si me dejaba salir de allí con vida, no esperaba que lo hiciese, al menos no de rositas. al mismo tiempo no dejaba de pensar en el hecho de que Kintsugi nos había vendido a nuestra suerte y, aunque pensaba que fue culpa nuestra por habernos topado con Uchiha Zaide seguía doliendo el pensar que éramos tan prescindibles.
Casi ni me percate de que zaide había empuñado el hacha el cual no tardó en clavar en mi puto brazo con un dolor desgarrador mientras la sangre empezaba a salir a borbotones.
— ¡¡JODER, ARRRRGH!!
Aunque quise insultarle y decirlo lo hijo de puta que estaba siendo ya ni me salía. Me había resignado por completo, simplemente allí seguía, sentado y, hasta cierto punto, resignado con mi destino. Seguía tomándose molestias en que no muriese, parando la hemorragia e indicando que nos íbamos de viaje. Los tres.
— Espera, ¿cómo que nos vamos todos al desierto? — dije mientras el tipo anudaba un pergamino a mi bandana ensangrentada — ¿qué haces con mi bandana? ¡devuelvemela, joder!
«¿Vas a enviarla a Kusagakure para hacerle creer a Kintsugi que me has matado?»
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Daigo tragó saliva y esperó con su brazo estirado durante más de un minuto completo. Estaba muy nervioso, sí. Mentiría si dijera lo contrario. Al fin y al cabo, era algo más que su vida lo que estaba en juego. Era la de su compañero. Aún así ni se inmutó cuando Yota se quejó. Sabía que aquello no le gustaba. A él tampoco, pero tenía que mostrar decisión.
Le mantuvo la mirada a Zaide cuando levantó su hacha, esperando al momento en el que le cercenase el brazo. Eso no iba a suceder.
— ¡NO, ESPERA!
¡Chof! El filo del hacha impactó directamente en el brazo de Yota, aunque no lo partió por la mitad.
— ¿Por qué?
El Uchiha le arrancó la bandana de la cabeza al Sasagani para atársela en la herida, parando temporalmente la hemorragia, antes de irse a escribir una carta. Mientras lo hacía, Daigo se acercó a su compañero sin saber bien qué decirle.
— ¿Estás...? —¿Bien? No. La respuesta era no—. Joder. Tranquilo, saldrás de esta.
Desde allí, no pudo hacer más que mirar a Zaide, pendiente de lo que iba a hacer. No había matado a Yota directamente, así que pensó que todavía había algo de esperanza, pero el comportamiento de Zaide lo confundía tanto que ya ni siquiera sabía qué esperarse.
Cuando Zaide les informó que se marcharían los tres al desierto, Daigo solo tenía una única pregunta que hacerle.
— ¿Para qué?
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Para venderle a Nathifa, claro, y porque había decidido que no iba a soltar a Yota tan pronto. Prefería dejar entrever a Kusagakure que el senjutsero había muerto a dejarle entrever que él era un pusilánime. Al menos, hasta que cumpliesen su petición. Y si no lo hacían, quizá fuese hora de acabar con su vida, después de todo. No era un carnicero para ir cortando brazos por ahí. No era su estilo. Pero de matar sabía un rato. De hecho, de haber realizado aquel secuestro hacía unos años, lo más probable es que Yota ya estuviese cenando con Izanami. Ahora, después del atentado de los Dojos…
… preferiría no volver a mancharse las manos de sangre. Aunque, ¿no era esa otra utopía? Otra mentira que se contaba para poder dormir mejor por las noches hasta que llegaba el día en que la verdad le golpeaba con la fuerza de una villa y la cara de un Daimyō. Y en esos momentos siempre reaccionaba igual. De la única forma que había aprendido. De la única forma que sabía.
Miró a Daigo. Se dio cuenta que todavía no le había respondido. Se dio cuenta que no le apetecía responderle. Invocó a sus aves. Dos para llevarles de viaje. Otra para hacer llegar a Kintsugi su carta ensangrentada.
Les quedaban varias noches sobrevolando el gélido cielo nocturno del Viento y dormitando a la sombra de cuevas para llegar a la Prisión del Yermo. Pero esa, es otra historia. Una que contaremos muy, muy pronto.
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