Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Eri la vio allí: la sirena se había convertido en un pájaro acuático, aguardándola con el sello del tigre, mirando hacia ella. Su puño se quedó volando cuando un proyectil de agua salió despedida contra ella, que recibió en un vano intento de cubrirse con sus manos, jutándolas delante de sí misma.
—¡Aah! —chilló mientras era arrastrada, sin dejar de mantener sus manos unidas, hasta que se deshizo el agua que la arrolló.
Y, mientras caía, Ayame podría ver el sello del carnero realizado por las manos de Eri, la cual se envolvió en más rayos, esta vez negros; que se fusionaron con los que ya la rodeaban. De ellos, dos panteras eléctricas surgieron en dirección a Ayame a toda velocidad.
- PV:
75/270
– - 60 PV
- CK:
59/260
– - 90 CK (Raiton: Kuropansa x2) ( (Divide, Raiton no Yoroi)
- Hitai-ate [De diadema]
- Sakura no Tanken [Sellada en la palma de la mano izquierda]
- Gin [Sellada en la palma de la mano derecha]
- Chūgata Makimono [Sellado en la muñeca izquierda]
- Chaleco militar [0/5]
- Portaobjetos básico [7/10] [En la parte posterior de su obi]
La bala de cañón impactó contra el cuerpo de Eri y volvió a hacerla atravesar la capa de niebla para devolverla contra el suelo.
«Es hora de terminar con esto.» Se dijo Ayame, entrelazando las manos en el sello del Tigre.
Desde su posición no podía verlo, pero Eri debía haber caído al suelo junto a la bala de agua, que se habría desparramado por debajo de ella al impactar. Y la kunoichi pensaba aprovechar esa situación: desde aquel mismo charco de agua, bajo el cuerpo de la Uzumaki, surgió repentinamente un taladro de agua que buscó terminar con el combate de una vez por todas.
Pero al mismo tiempo dos criaturas surgieron de la misma niebla que Ayame había estado utilizando de pantalla entre ambas y que se había vuelto inesperadamente en su contra: dos panteras negras envueltas en rayos se abalanzaron sobre ella, y Ayame batió sus alas con desesperación para evitarlas. La primera pasó a escasos centímetros de ella, pero no pudo hacer nada por la segunda, que la atrapó entre sus fauces y garras. Ayame gritó de dolor al sentir la electricidad clavando sus colmillos en ella. Las alas se deshicieron inevitablemente tras su espalda, y la muchacha se vio atrapada por la gravedad y también atravesó la capa de niebla hacia el suelo.
Dos personas en la grada de Amegakure se alzaron en sus asientos, visiblemente preocupadas.
«Maldito... Raiton...» Maldijo Ayame para sus adentros, reincorporándose a duras penas, entre continuos escalofríos.
Pero... ¿qué había sido de Eri? ¿Había conseguido acabar con el combate? Entre esforzados resuellos, Ayame volvió a cantar para verla mientras una renovada capa de chakra blanquecino la envolvía como una capa protectora, y se preparó para lo que podría venir.
PV:
148/260
–
-112 PV
– (72 PV por pantera + 50% por Suika no Jutsu) CK:
Eri caía, sin poder ver con claridad si su técnica había dado en el blanco, para ella solo quedó el impacto de su espalda contra el suelo, empapado bajo ella. Al segundo que quiso levantarse el agua que actuaba de cama se movió bajo ella, y un taladro la perforó desde abajo, haciendo que chillara su último aliento, que murió en su garganta.
Levantó la mano, haciendo el sello de la confrontación, a medias, muriendo, al igual que su grito, en su pecho. Sus ojos se cerraron y la Uzumaki, dando por concluido el combate, perdió el conocimiento, con las alas de Ayame y el sello del tigre como última imagen en su mente.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Y allí la vio, inerte en el suelo tras haber recibido el último ataque de Ayame.
—Se acabó... —suspiró.
Y la niebla a su alrededor se deshizo entre delicados jirones que terminaron evaporándose en el aire. El público contuvo el aliento durante los instantes que tardó la neblina en deshacerse, pero cuando lo hizo y quedó a la vista la Uzujin tirada en el suelo y la Amejin, agotada pero de pie, prorrumpieron en gritos, vítores y aplausos que provenían sobre todo de las gradas de Amegakure.
—¡¡¡PERO NO HEMOS VISTO NADAAAAA!!!
Chilló alguien entre el público. Ayame no le hizo ningún caso y se acercó a trompicones hacia Eri. Exhausta, se dejó caer de rodillas junto a ella y, tras comprobar que no estaba herida de gravedad, entrelazó sus dedos índice y corazón con los de ella en el Sello de la Reconciliación.
—Lo siento, Eri... Pero esa capa de rayos tuya me ha dado mucho miedo —se excusó, con una sonrisa nerviosa.
Era bien consciente de que, de no ser por la niebla que había utilizado como escudo y su propia ecolocalización, lo habría tenido realmente difícil contra la Uzujin. Y ella ya había perdido en la primera ronda, no podía permitirse caer una segunda vez si quería defender su orgullo como kunoichi.
Pero aquella vez no estaban ni su padre ni su hermano para verla alzarse con la victoria.
Ayame se quedó junto a su oponente y amiga hasta que vinieron los médicos encargados de la salud de los participantes y se la llevaron.
—¿Puedes levantarte? —Uno de los médicos se había dirigido hacia ella.
Ayame se estremeció, aún dolorida por la descarga eléctrica, pero sacudió la cabeza.
—S... sí... Estoy bien.
Pero el hombre la ayudó a levantarse, tomándola con delicadeza por debajo del brazo y comenzó a arrastrarla de camino a la enfermería. Entonces un copo de nieve pasó frente a sus ojos, danzando en el aire, y Ayame levantó la cabeza. Fue entonces cuando los vio: Aotsuki Zetsuo aplaudía henchido de orgullo desde las gradas acompañado por la sombra blanca de su hermano. Kōri seguía tan inexpresivo como siempre, pero ella sabía ver más allá de su máscara de permafrost. Y Ayame parpadeó, confundida. ¿Habían venido a verla? ¿Después de que les dijera de aquella manera que no lo hicieran? Pero la mirada de su padre parecía hablar por sí misma:
«¿Desde cuándo me das órdenes, niña?»
Y a Ayame se le llenaron los ojos de lágrimas. De felicidad.