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Los puños del samurai apretaban con fuerza. El hombre estaba enfureciéndose poco a poco, y eso que se consideraba alguien con bastante temple. Poco a poco comenzaba a temblar ante aquél osado shinobi, que no hacía más que cagarse encima de todo el —a su juicio demasiado— respeto que se le estaba dando por no ser ejecutado inmediatamente. Y entonces ocurrió: Sasaki Reiji le lanzó una pequeña llave a los pies. Una llave del mismo calabozo donde estaba encerrado.
— ¿¡A Yuuna!? —exclamó, agachándose ipso facto para recoger el objeto—. ¿¡Yuuna te ha dado esto!? ¡Maldita mocosa insolente! ¿Alguien la ayudó a escapar de Palacio?
Ignorando a Reiji, el samurai echó a correr por el pasillo.
— ¡Mierda, mierda, Koichi-dono tiene que enterarse de esto! ¡Mocosa traidora!
¡PLAF!
Hubo un golpe seco. Un segundo después, el samurai cruzó por delante de la puerta de la celda volando. Unos pasos de gigante hicieron retumbar el suelo.
— Me dijeron que una buena comilona venía bien para un paseo nocturno, pero yo es que no soy mucho de trasnochar. —Katsudon. Era la voz de Katsudon. Sonó enérgica y saludable. Katsudon estaba bien. Al menos por dentro, porque la verdad es que la imagen externa era algo lamentable. El hombre se asomó a las rejas y esbozó una sonrisa con un par de dientes menos. Tenía un moretón enorme en el ojo izquierdo y medio cuerpo vendado. Claro, a uno no se le cae un edificio encima todos los días—. Además, el plato estaba tan bueno que quería repetir. Pero ya veo que tú te has acabado el tuyo... a tu manera. —Señaló la comida desperdiciada de Reiji, tirada en el suelo de cualquier manera—. Se te oía desde mi celda, chico. Creo que deberías calmarte un poco y leer mejor la situación. Y a propósito de la llave... —Echó un vistazo al cuerpo del soldado, empotrado contra la pared del fondo. Se rascó la nuca y se encogió de hombros.
Katsudon agarró un par de barrotes con las manos desnudas y, simplemente, tiró de ellos en direcciones opuestas. Los cilindros de acero se doblaron y se abrieron, dejando un espacio libre maravilloso para que Reiji saliera.
El gigante se llevó ambas manos a la espalda del cinturón y le lanzó dos objetos a Reiji lanzándoselos con suavidad al pecho para que los cogiera al vuelo.
Sus dos espadas.
— Sabes, creo que aquí hay dos bandos, y aunque no suelo meterme donde no me llaman, me gustaría estar en el que nos dio la llave y no en el que nos encerró en una celda —dijo. Observó el pasillo. Al fondo, el corredor giraba a la izquierda y seguía recto hasta unas escaleras—. Deberíamos buscar a nuestro amigo el silencioso y a Yuuna-kun. Averigüemos qué está pasando aquí.
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Era cuando se ponía a prueba su temple, cuando se sabia lo bueno o malo que era un acero. El de aquel samurái estaba empezando a quebrarse rápidamente con cada improperio que salia de mi boca. Y eso que era la primera vez que me visitaba.
Eso duró hasta que le arrojé la llave. Fue entonces cuando sus nervios terminaron de explotar.
— ¿¡A Yuuna!? —Me encogí de hombro, yo no tenia ni idea, eso había dicho su compi de antes—. ¿¡Yuuna te ha dado esto!? ¡Maldita mocosa insolente! ¿Alguien la ayudó a escapar de Palacio?
Eso es. Mataos entre vosotros. No sabía si la llave procedía de ella o era otra mentira, pero al parecer me había servido para sembrar el caos. Punto para mí.
— ¡Mierda, mierda, Koichi-dono tiene que enterarse de esto! ¡Mocosa traidora!
¡PLAF!
Mi cara cambió cuando vi al samurái volando por delante de la celda tras escuchar un golpe seco.
¿Que estaba pasando?¿Que tenia tanta fuerza para hacer volar así a un guerrero preparado?
No tardé mucho en averiguarlo.
— Me dijeron que una buena comilona venía bien para un paseo nocturno, pero yo es que no soy mucho de trasnochar.
Katsudon. El mismísimo katsudon. Por su voz parecía estar bien, aunque por fuera era todo un desastre. Vendas, moratones, dientes de menos. ¿Era todo a causa del derrumbe o le habrían torturado como sugirió el samurái aquel?
— Además, el plato estaba tan bueno que quería repetir. Pero ya veo que tú te has acabado el tuyo... a tu manera.
Se me llanaron tanto los ojos de lágrimas que la vista se volvió borrosa. Y no fue por la comida que había desperdiciado.
— Se te oía desde mi celda, chico. Creo que deberías calmarte un poco y leer mejor la situación. Y a propósito de la llave...
Me sentí un poco avergonzado. Esperaba que no hubiera escuchado eso de que solo comería algo que cocinara él.
Katsudon abrió la celda como si los barrotes fueran de cartón. ¿Si podía hacer eso, por que había esperado a la llave?
Katsudon lanzó dos objetos suavemente hacía mi. Mis ojos los reconocieron al instante. Eran mis dos espadas, que cogí al vuelo.
Salí de la celda por el hueco que Katsudon había abierto, lo abracé y lloré.
— ¿Si estabas tan cerca por que no has dicho nada? Pensé que los samuráis te harían... Él dijo que te harían decir la verdad y creía que...
— Sabes, creo que aquí hay dos bandos, y aunque no suelo meterme donde no me llaman, me gustaría estar en el que nos dio la llave y no en el que nos encerró en una celda
Me aparté de Katsudon y me sequé las lágrimas con la manga del pijama mientras le escuchaba.
— Deberíamos buscar a nuestro amigo el silencioso y a Yuuna-kun. Averigüemos qué está pasando aquí.
— ¿Estas seguro? Fue el silencioso quién nos guío hasta aquel lugar donde nos atacaron, y el samurái que nos encerró dijo que no querían enemistarse con uzushio, siempre y cuando uzushio no quisiera hacerles nada. Y si...¿Solo hay un bando que busca una excusa para ejecutarnos?
Al fin y al cabo, con lo que acababa de hacer Katsudon, ahora si habíamos sido los primeros en atacarlos. Bueno, mentira, por que aquél samurái me había golpeado varias veces.
De cualquier modo seguiría a Katsudon.
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Pero Katsudon decidió dedicarle un momento a su confundido compañero. Se dio la vuelta, se arrodilló frente a él y puso sus dos enormes manos sobre sus hombros.
—Escucha un momento. Estoy seguro de que aprendes después de cada entrenamiento, después de cada pelea. Con la gente es igual. Aprendes a escuchar más allá de las palabras. A interpretar el tono, el lenguaje corporal —dijo—. Cierra los ojos, y cierra tu corazón al dolor y al desengaño. Piensa, piensa, piensa. Recuerda. Recuerda cómo ha sido viajar con Yuuna. ¿De verdad crees que esa muchacha quería traicionarnos? Recuerda el encuentro con el bi... con Gyūki. Recuerda cómo se trataban entre ellos. La confianza que él depositó en ti. Y cómo parecía confiar en Yuuna también.
»Y luego cuando llegamos aquí. Los samurái del puente nos trataron estupendamente. Y aunque nuestro amigo el soso nos trató con bastante indiferencia durante el camino a la posada, Yuuna se refirió a él por su nombre. Además, igual solo le caímos gordos cuando decidimos bromear con él. —Katsudon se rascó la nuca y volvió a levantarse—. Sea como sea, tendrás que admitir que es sospechoso que un guardia te encierre, otro te dé una llave para salir de esa misma celda y un tercero se escandalice y se ponga maldecir a grito pelado a la misma persona que anda dando órdenes al primero y llamándole por su nombre de pila como si lo conociese de toda la vida. —Se dio la vuelta—. Escucha. Muchos de estos hombres sólo siguen órdenes. Algunos tendrán familia, y no seguirlas sería condenarlas a todas a la muerte o al exilio. Viví eso muy de cerca cuando Uzumaki Zoku estuvo en el poder.
»No se lo tengas en cuenta. Yo no tuve intención de oponerme a Zoku hasta que Hanabi-kun dio el paso por mi. Y quizás Yuuna sea esa valiente está vez. Pero hay una cosa, Reiji-kun, que es la que más me mosquea de todas.
»Hemos estado hipervigilados desde que pusimos pies en Sanrō-yama. No nos han quitado el ojo de encima. Y sin embargo, en la posada nos atacaron unos ninjas que NADIE había visto entrar. Los mismos ninjas que intentaron matarnos en el barco. A los tres. A Yuuna también. Los hombres de Kurama.
»Creo que está vez tendremos que mojarnos hasta el cuello en el fango, Reiji-kun. Aquí hay un asunto muy turbio.
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—Escucha un momento. Estoy seguro de que aprendes después de cada entrenamiento, después de cada pelea. Con la gente es igual. Aprendes a escuchar más allá de las palabras. A interpretar el tono, el lenguaje corporal —dijo—. Cierra los ojos, y cierra tu corazón al dolor y al desengaño. Piensa, piensa, piensa. Recuerda. Recuerda cómo ha sido viajar con Yuuna. ¿De verdad crees que esa muchacha quería traicionarnos? Recuerda el encuentro con el bi... con Gyūki. Recuerda cómo se trataban entre ellos. La confianza que él depositó en ti. Y cómo parecía confiar en Yuuna también.
Le hice caso. Cerré los ojos y recordé. El viaje había sido... Desastroso. Si. Bastante desastroso. Sin embargo había sido divertido. El entrenamiento con Yuuna había sido divertido. Las canciones pirata, el encuentro con Gyūki.
Me había dejado poseer por la ira y el odio, dejando el razonamiento a un lado, olvidando todo mi entrenamiento, olvidando todo en general. Y eso me había cegado.
Por que en mis recuerdos, Yuuna había tenido varias ocasiones para terminar con nuestras vidas, y sin embargo, no lo había hecho.
Que idiota había sido.
»Y luego cuando llegamos aquí. Los samurái del puente nos trataron estupendamente. Y aunque nuestro amigo el soso nos trató con bastante indiferencia durante el camino a la posada, Yuuna se refirió a él por su nombre. Además, igual solo le caímos gordos cuando decidimos bromear con él. —Katsudon se rascó la nuca y volvió a levantarse—. Sea como sea, tendrás que admitir que es sospechoso que un guardia te encierre, otro te dé una llave para salir de esa misma celda y un tercero se escandalice y se ponga maldecir a grito pelado a la misma persona que anda dando órdenes al primero y llamándole por su nombre de pila como si lo conociese de toda la vida.
Si, claro, tenía razón. Pero era obvio que yo no me había fijado en esos detalles. Había estado ocupado maldiciendo y odiando a todo el mundo que se llamara a si mismo samurái.
—Escucha. Muchos de estos hombres sólo siguen órdenes. Algunos tendrán familia, y no seguirlas sería condenarlas a todas a la muerte o al exilio. Viví eso muy de cerca cuando Uzumaki Zoku estuvo en el poder.
»No se lo tengas en cuenta. Yo no tuve intención de oponerme a Zoku hasta que Hanabi-kun dio el paso por mi. Y quizás Yuuna sea esa valiente está vez. Pero hay una cosa, Reiji-kun, que es la que más me mosquea de todas.
»Hemos estado hipervigilados desde que pusimos pies en Sanrō-yama. No nos han quitado el ojo de encima. Y sin embargo, en la posada nos atacaron unos ninjas que NADIE había visto entrar. Los mismos ninjas que intentaron matarnos en el barco. A los tres. A Yuuna también. Los hombres de Kurama.
Si, eso también me había mosqueado a mi al principio. ¿Como era posible que, tras la muerte de su líder a manos de esos ninjas, no hubieran aumentado la seguridad? Sobretodo con el odio que parecían sentir por todo aquel que portara una bandana.
»Creo que está vez tendremos que mojarnos hasta el cuello en el fango, Reiji-kun. Aquí hay un asunto muy turbio.
Aún tenía dudas, pero asentí. Si Katsudon quería hundirse en el fango, yo buceria si hacia falta.
—Tienes razón, todavía tengo dudas, y aún estoy un poco confuso con todo esto, pero quizás Yuuna pueda terminar de explicarnos todo.
Si. Yuuna era la pieza clave. Tenía que contarnos que pasaba allí.
—Y ya que hablas de fango... Mi ropa quedo hecha un desastre y el resto hundida bajo los cimientos de la posada... Y no tengo un obi al que atar las espadas ahora mismo...¿Te importa si le robo la ropa al samurái que has noqueado? Quizás incluso nos viene bien que me disfrace de él y te "escolte".
Era una idea loca, como todas las que había tenido durante él viaje. Pero ese era el Reiji que Katsudon conocía. ¿No?
—También puedo ser él peor samurái de todo Oonido.
Sonreí después de muchos tiempo sin hacerlo. Y antes de que Katsudon dijera nada...
—Sin cantar, no te preocupes.
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Katsudon tuvo que reprimir la risa. Se volteó para ver de nuevo a su subordinado, hinchó el pecho orgulloso y le dio un par de palmaditas en el hombro. Aunque viniendo de Katsudon, cuyas manos parecían excavadoras, casi le hizo algo de daño.
— Te dejaría cantar si no tuvieramos que ser algo discretos —dijo con una sonrisa—. En cuanto a tu ropa, bueno... no creo que la de nuestro amigo el samurai nos venga a ninguno de los dos. Y no nos queremos arriesgar a que se despierte. Lo ideal sería que buscásemos tu equipamiento también. Te traje las espadas únicamente porque te oí gritarle a nuestro amigo el dormidito. —Señaló al samurai, que estaba tumbado en el suelo boca abajo con el culo en pompa. No era una posición muy digna—. Hagámoslo rápido y luego salgamos de aquí lo más discretamente posible.
» ¿Sabes usar el Henge no Jutsu, verdad?
No, no sabía usarlo. Así que un rato después, Reiji caminaba simulando ser un prisionero al lado de un Katsudon transformado en uno de los samurai de rango alto. Ahora mismo subían la escalera que llevaba al portón de hierro de la prisión.
— Recuerda: si nos interceptan, deja que hable yo. Se supone que eres un prisionero.
Katsudon abrió el portón empujándolo con su mano de aparentemente un tamaño normal, pero lo hizo con tanta facilidad como lo habría hecho un hombre de su tamaño. Les recibió el frío clima del País del Hierro. Estaba nevando, y la noche apenas había comenzado a entrar. El viento había comenzado a levantarse y lo que antes era un poco de fresco ahora les hacía tiritar. Caminaron pesadamente sobre la nieve, apenas tres minutos, entre los pocos trabajadores que cerraban sus puestos y tiendas. Y entonces, sucedió lo inevitable: alguien les detuvo.
— Eh... general, disculpe, pero... ¿a dónde se lleva a ese prisionero? Koichi-sama ordenó expresamente que...
— Soldado, Koichi acaba de ordenarme que le lleve al prisionero para hablar con él.
— ¿Está seguro? Koichi dijo que...
— ¿¡Quieres acompañarme a preguntárselo tú mismo, zoquete!? —abroncó Katsudon, cruzándose de brazos. Algo le dijo a Reiji que se lo estaba pasando bien—. ¿Acaso has olvidado cual es tu posición?
— No, mi general, lo sie...
— ¡Ni lo siento ni lo sienta! ¡Venga, coño, que hace frío hoy y tenemos prisa!
— S... sí, señor, ya me... ya... —El soldado, prácticamente, salió corriendo patizambo librándose de la espesa nieve a medida que daba saltitos. Katsudon rio por lo bajo, tiró del brazo de Reiji y le instó a continuar, esta vez con algo más de brío.
Giraron a la derecha por un callejón. Lo recorrieron cuan largo era y el hombretón se asomó al final cerciorándose de que no había nadie al otro lado. Le hizo una seña a Reiji y señaló al frente. Un pequeño riachuelo separaba Sanrō-yama de un espeso bosque de pinos. Habían conseguido salir de la ciudad.
— Vamos, saltemos al otro lado y alejémonos un poco de la ciudad. Tenemos que pensar muy bien cual va a ser nuestro próximo movimiento, o más bien deducir qué esperaba Yuuna de nosotros. Si tiene algún topo entre los guardias debería estar vigilando quién entra y sale de prisión, pero de momento no nos han parado. —Katsudon saltó al otro lado y se perdió entre los troncos de los árboles.
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— Te dejaría cantar si no tuvieramos que ser algo discretos —Eso no es lo que dijo en la posada, no quiso escuchar la canción del té—. En cuanto a tu ropa, bueno... no creo que la de nuestro amigo el samurai nos venga a ninguno de los dos. Y no nos queremos arriesgar a que se despierte. Lo ideal sería que buscásemos tu equipamiento también. Te traje las espadas únicamente porque te oí gritarle a nuestro amigo el dormidito. —En realidad le había gritado primero a Mudito, pero igual Katsudon estaba demasiado ocupado con la comida—. Hagámoslo rápido y luego salgamos de aquí lo más discretamente posible.
Si, mejor. Prefería mi ropa que la de prisionero, la verdad.
» ¿Sabes usar el Henge no Jutsu, verdad?
Pensaba que Katsudon me conocía un poquito mejor, pero al parecer no. Me reí como si me hubiera contado un chiste buenísimo y luego le conteste seriamente.
— No. No se utilizar ningún ninjutsu que requiera del uso de sellos. Te llevaste al peor subordinado posible para una misión de infiltración.
Así pues, y dado que yo no podía usar el Henge, le toco a Katsudon hacer el papel de peor samurái de Oonido, sin cantar, y a mí el de prisionero. Así que fue él quien cargó mis espadas en su nuevo uniforme de general samurái. No era normal un prisionero armado.
— Recuerda: si nos interceptan, deja que hable yo. Se supone que eres un prisionero.
Asentí con la cabeza y seguí a Katsudon a través del portón. El frió era peor fuera que dentro, y mas con esa ropa que consistía tan solo en un grisáceo pijama.
No me sorprendió que nevera, si que la noche estuviera empezando a asomarse. Por que esto último era una jodida ventaja. El frió era lo peor, pero una vez a salvo podría vestirme y seria menos horrible.
Caminamos como mejor supimos a través de la nieve hasta que sucedió lo que tenía que suceder y un samurái nos paró. Hice caso a katsudon y solo agache la cabeza mientras el hablaba.
— Eh... general, disculpe, pero... ¿a dónde se lleva a ese prisionero? Koichi-sama ordenó expresamente que...
— Soldado, Koichi acaba de ordenarme que le lleve al prisionero para hablar con él.
— ¿Está seguro? Koichi dijo que...
— ¿¡Quieres acompañarme a preguntárselo tú mismo, zoquete!? —abroncó Katsudon, cruzándose de brazos. Algo le dijo a Reiji que se lo estaba pasando bien—. ¿Acaso has olvidado cual es tu posición?
— No, mi general, lo sie...
— ¡Ni lo siento ni lo sienta! ¡Venga, coño, que hace frío hoy y tenemos prisa!
— S... sí, señor, ya me... ya...
El samurái huyó con el rabo entre las piernas y nosotros continuamos nuestro camino. Katsudon estaba haciendo bien su papel de peor samurái de Oonido, eso se lo tenia que conceder.
Tras un par de giros más y al final de un callejón que entre el frio y la nieve se me hizo eterno, apareció la salida. O mejor dicho, la entrada al bosque. El único sitio que había en los alrededores para escondernos.
— Vamos, saltemos al otro lado y alejémonos un poco de la ciudad. Tenemos que pensar muy bien cual va a ser nuestro próximo movimiento, o más bien deducir qué esperaba Yuuna de nosotros. Si tiene algún topo entre los guardias debería estar vigilando quién entra y sale de prisión, pero de momento no nos han parado.
Seguí a Katsudon entre los arboles. El henge no, pero hacer el mono si que se me daba bien. Mas o menos.
— Mi madre dijo que en los bosques de este país había tigres blancos que se camuflaban con la nieve. Habrá que tener cuidado, aunque seguro que son menos peligrosos que un samurái cabreado por que se le escapan los prisioneros...
» Y hablando de eso y de Yuuna... Digamos que tu subordinado ha metido un poco la pata hasta el fondo y no era fango, aunque si marrón. Ese samurái que has noqueado despertará y sabe que fue Yuuna la que nos liberó. Quizás debimos aprovechar el disfraz para ir a buscarla en vez de huir y salvar nuestros culos.
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18/12/2019, 21:00
(Última modificación: 18/12/2019, 23:16 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Y así, haciendo el mono los protagonistas de nuestra escabrosa historia saltaron por las ramas de los árboles hasta alejarse a una prudencial distancia de Sanrō-yama. Katsudon hizo una seña a Reiji y ambos aterrizaron en un claro nevado. El Sol estaba poniéndose y cada vez hacía más frío, a pesar de las gruesas capas de viaje que ambos habían traído y que por suerte habían recuperado antes de salir de prisión.
Katsudon no había contestado a Reiji inmediatamente, sino que en lugar de eso espero al momento en el que ambos pararon la marcha y pudo deshacer la técnica de transformación.
—Está claro que has metido la pata, pero para no meterla más de una vez, lo mejor es que a partir de ahora meditemos mucho las cosas, aunque eso signifique salvar nuestros culos primero y preocuparnos por los demás después —dijo—. A nosotros nos puede pasar algo peor que a Yuuna. Al fin y al cabo, ella es la hija de la líder. Tendrá mayor oportunidad de que le sean perdonadas las pequeñas insubordinaciones. Pero nosotros estamos muy lejos de Uzushio.
»Lo que quiero decir, Reiji-kun, es que si de verdad sintieran que tienen que matarnos, lo harían, y le explicarían a Hanabi que nunca llegamos a Sanrō-yama.
De pronto, un matorral al otro lado se agitó. Un débil susurro en las hojas. El hombretón levantó la mano pidiendo silencio y sacó un kunai del portaobjetos.
—¿N... no será... uno de esos tigres blancos? —preguntó en un susurro.
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Tras un rato saltando de rama en rama y agitando la nieve que reposaba tranquilamente en los arboles, nos habíamos alejado lo suficiente de la ciudad corrupta de los samuráis como para permitirnos el lujo de parar en lo que parecía un claro.
Pese a haber recuperado nuestras ropas de nieve e invierno, nuestros cuerpos no estaban acostumbrados a aquel frío y se notaba.
Fue entonces y solo entonces cuando Katsudon me contestó.
—Está claro que has metido la pata, pero para no meterla más de una vez, lo mejor es que a partir de ahora meditemos mucho las cosas, aunque eso signifique salvar nuestros culos primero y preocuparnos por los demás después —Eso no se lo iba a discutir, el culito del peor pirata de los cuatrocientos ochenta y siete mares de Oonido era bien valioso—. A nosotros nos puede pasar algo peor que a Yuuna. Al fin y al cabo, ella es la hija de la líder. Tendrá mayor oportunidad de que le sean perdonadas las pequeñas insubordinaciones. Pero nosotros estamos muy lejos de Uzushio.
¿Pero estábamos seguros de que Yuuna era quien decía ser? Era posible que fuera la hija del antiguo lider, pero en mi cabeza daban vueltas telenovelas muy chungas entre las cuales, sopesaba la posibilidad de que la actual líder, no fuese su verdadera madre, si no una madrastra de esas crueles y despiadadas que odian a los hijos de sus parejas.
»Lo que quiero decir, Reiji-kun, es que si de verdad sintieran que tienen que matarnos, lo harían, y le explicarían a Hanabi que nunca llegamos a Sanrō-yama.
Si claro, pero esa idea no era nueva. Llevaba en mi cabeza desde que nos habían liberado. Quizás para tener más razones para matarnos. Por que, que yo muriera por el camino, con lo débil que era, Hanabi se lo creería seguro. Pero lo de Katsudon, lo dudaba. Muy buena debía ser la historia que se inventaran.
De pronto, un matorral al otro lado se agitó. Y Katsudon se alteró.
—¿N... no será... uno de esos tigres blancos?
—Venga hombre, pero si son como los tigres normales, pero blancos. Eres tres veces mas grande que ellos. Lo peor que podría pasar es que fuese un samurái cabreado
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¡Vaya! En un increíble e inesperado devenir de los acontecimientos, lo que abandonó el seto fue... ¡un samurái cabreado!
Katsudon infló el puño de inmediato con su extraña habilidad y dio un paso adelante, pero el guerrero del Hierro extendió ambas manos hacia adelante: no portaba la espada desenvainada. A decir verdad, había otro detalle importante. No llevaba el casco puesto.
Era un hombre cincuentón con una enorme cicatriz cruzándole el rostro, los cabellos negros como el tizón, ya invadidos por las canas, y los ojos de un color verde oscuro. Parecía todavía más viejo de lo que era con las arrugas que le provocaba la mueca de enfado.
—¡Idiotas! ¡Al caer la noche! ¡Al caer la noche! —dijo—. ¡Además...! ¿¡Tú estás chalado!? —añadió, refiriéndose a Reiji en particular—. ¿¡No podías esperar a averiguar lo que teníamos que decirte!? ¡Te di la llave para ayudarte a escapar, y tenías que montar todo ese espectáculo!
—Ya vale, Yamato —dijo una voz entre los árboles. Un instante después, Yuuna salió también de los matorrales sacudiéndose la ropa—. De todas maneras, no tenemos ninguna posibilidad.
—¡Yuuna-san! —exclamó Katsudon, deshaciendo su técnica de inmediato—. ¿Me puedes explicar de qué va todo esto? ¡Hemos tenido una relación excelente con el País del Hierro todos estos años! ¡También con Koichi-dono!
Yuuna asintió.
—Puede que antes. Pero la mujer que gobierna Sanrō-yama no es mi madre.
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A veces las palabras tienen mas poder del que uno desearía. Había cambiado el tigre blanco de Katsudon por un samurái enfadado, y pum, como por arte de magia, lo que había tras los setos era un samurái bastante cabreado.
Katsudon enseguida saco su brazo gigante a relucir, yo simplemente llevé la mano izquierda a empuñadura de la espada, listo para él combate.
Pero resultó que el tipo iba con la espada envainada y ademas, con el casco quitado. Era un hombre algo mayor, con el pelo negro como la noche, pero ya con las canas de la edad. Sus ojos eran verdes, mas oscuros que los mios. Pero el detalle mas llamativo era la cicatriz que le cruzaba la cara.
—¡Idiotas! ¡Al caer la noche! ¡Al caer la noche! —Menudo saludo, y ademas, desde las celdas no se veía la luz del sol, ¿Como cojones íbamos a saber cuando era de noche? ¿Por ciencia infusa?—. ¡Además...! ¿¡Tú estás chalado!? —Bueno, diagnósticado por un psicólogo no. Pero seguro que se estaba refiriendo a mi cagadita con la llave—. ¿¡No podías esperar a averiguar lo que teníamos que decirte!? ¡Te di la llave para ayudarte a escapar, y tenías que montar todo ese espectáculo!
—También me guiaste al sitio donde nos atacaron, tenía mis motivos para dudar.
Además, que yo era solo un ninja novato y al mismo tiempo, un novato de la vida.
—Ya vale, Yamato —Ah, la inconfundible voz de Yuuna. Ya iba siendo hora de que apareciera en escena—. De todas maneras, no tenemos ninguna posibilidad.
—¡Yuuna-san! —Katsudon deshizo su técnica y yo relaje mi postura, aunque no alejé mucho la mano de la empuñadura, no fuera a ser que...—. ¿Me puedes explicar de qué va todo esto? ¡Hemos tenido una relación excelente con el País del Hierro todos estos años! ¡También con Koichi-dono!
Pues si que nos encerraran por defenderlos de los hombres de Kurama era una "Excelente relación"...
—Puede que antes. Pero la mujer que gobierna Sanrō-yama no es mi madre.
!BOOOM! Mi teoría de la madrastra maligna empezaba a cobrar sentido. Quizás a parte del peor pirata, también debía convertirme en el peor novelista de Oonido. Me estaba ganando el titulo.
—Creo que, pese al temita de la llave que seguro me vas a recordar durante el resto de mis días, — Dije mirando al samurái cabreado y luego a Yuuna. —Nos merecemos una explicación un poquiiiiiito mas extensa que esa.
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Yamato se cruzó de brazos y desvió la mirada, arrugando el entrecejo.
—Koichi-dono siempre ha sido una mujer estricta —dijo—, como todos nosotros los samurái del Hierro. Es el clima, te templa. —Hizo una pausa para tomar aire. Cuando lo dejó escapar, produjo una gran nube de vaho—. Pero desde hace unas semanas está irreconocible. Muchos de nosotros habíamos empezado a sospechar que algo iba mal. ¿Pero qué podemos hacer? Seguía siendo Koichi-dono. Y ante todo, somos gente leal. —El samurái los miró—. Pero entonces vino Yuuna, a quien conocemos desde niñas. Vimos cómo la trató su madre. Vimos cómo la encerró.
»Eso nos ha hecho posicionarnos. Pero no somos tantos, ni estamos organizados. Muchos de los que sospechábamos que algo iba mal siguen dentro de Sanrō-yama. Con los yelmos puestos, no podemos reconocer con quién puede hablarse y con quien no.
—Además —añadió Yuuna, dando un paso al frente—, sigue siendo mi madre. Que esté irreconocible no significa que haya dejado de ser ella, y me niego a creer que no le ha pasado nada desde mi ausencia. De verdad, es muy raro —explicó, abriéndose de brazos—. Tampoco podemos hacer mucho, la mayoría sigue siendo leal, es normal... y ellos no tienen culpa de nada. —La muchacha bajó la mirada y se agarró un brazo con el otro. Yamato la miró de reojo y resopló, frustrado.
Katsudon se acarició la barbilla, pensativo.
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—Koichi-dono siempre ha sido una mujer estricta —Y todos los samuráis que había conocido hasta ahora.—, como todos nosotros los samurái del Hierro. Es el clima, te templa. —El clima, la educación, los prisioneros bocazas...—. Pero desde hace unas semanas está irreconocible. Muchos de nosotros habíamos empezado a sospechar que algo iba mal. ¿Pero qué podemos hacer? Seguía siendo Koichi-dono. Y ante todo, somos gente leal. —¿Seguro que era ella? acostumbrado a las habilidades ninja...—. Pero entonces vino Yuuna, a quien conocemos desde niñas. Vimos cómo la trató su madre. Vimos cómo la encerró.
»Eso nos ha hecho posicionarnos. Pero no somos tantos, ni estamos organizados. Muchos de los que sospechábamos que algo iba mal siguen dentro de Sanrō-yama. Con los yelmos puestos, no podemos reconocer con quién puede hablarse y con quien no.
¿Y que planean hacer entonces? ¿Huir a un lugar mejor? ¿Reclutar aliados en alguna parte? ¿Suicidarse en pos de intentarlo aún en inferioridad numérica?
—Además, sigue siendo mi madre. Que esté irreconocible no significa que haya dejado de ser ella, y me niego a creer que no le ha pasado nada desde mi ausencia. De verdad, es muy raro —Yo estaba empezando a sospechar que no era su madre, y tampoco su madrastra ni ninguna gilipollez—. Tampoco podemos hacer mucho, la mayoría sigue siendo leal, es normal... y ellos no tienen culpa de nada.
— Quizás tu Madre no es realmente tu Madre. Hay un par de técnicas ninjas que... Katsudon ¿Puedes hacer un Henge de Yuuna para que lo vean?
Quizás no estaba utilizando la misma técnica, pero la posibilidad de que hubieran sustituido a la madre de Yuuna era bastante alta, y eso explicaría prácticamente todo. Lo difícil iba a ser demostrárselo a los Samuráis, y encontrar a la verdadera. Si es que no estaba muerta...
—En el mundo ninja, cualquiera puede ser cualquiera. Menos yo, que no puedo hacer esas cosas por que soy... Especial.
Un inútil. Siempre lo había sido, y siempre lo seria. Cada paso que daba hacia delante, la vida parecía querer demostrarme que en realidad eran diez pasos hacia detrás.
—Pero si Kurama ha reunido ninjas, es probable que los suyos también puedan disfrazarse. Igual han capturado a tu madre y la han suplantado.
No me parecía correcto sugerir que quizás, y sabiendo quien era él enemigo, la probabilidad mas alta era que la hubiesen matado.
—Aunque me suene que quizás también pueda haber técnicas para lavar el cerebro. ¿A ti te suena Katsudon? Te veo mas puesto con el tema del ninjutsu.
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Pero cuando Reiji solicitó a Katsudon que ejecutase el Henge no Jutsu, Yuuna extendió los brazos enseñándoles las palmas de las manos.
—No será necesario.
—Conocemos a los ninjas, Reiji-san —dijo Yamato, dirigiéndose por primera vez a él por su nombre—. Nos hemos enfrentado a ellos más de una vez.
—Aunque me suene que quizás también pueda haber técnicas para lavar el cerebro. ¿A ti te suena Katsudon? Te veo mas puesto con el tema del ninjutsu.
—Es sin duda una posibilidad real —contestó el hombre.
—Es la que barajamos —dijo Yuuna—, pero por eso no podemos hacer nada.
—¿A qué te refieres?
—Como ya os hemos dicho, muchos de esos hombres harán cualquier cosa que diga Koichi-dono por pura lealtad, sobretodo porque, sea quien sea que la está manipulando está procurando ser totalmente fiel a la real —explicó Yamato—. Los que estamos más cercanos a ella lo notamos más, y aún así simplemente parece más... más... temperamental que de costumbre.
»Nos superan en número de diez a uno. Si entramos ahí, o morimos todos o causamos una masacre entre los nuestros. No podemos hacerlo.
Katsudon apretó los puños y bajó la mirada, visiblemente molesto.
—¿No hay nada... que podamos...?
—Hay una cosa.
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—Es sin duda una posibilidad real
En realidad, dijeran lo que dijeran aquellos samuráis, todas las posibilidades me parecían buenas. Igual que había ninjas que se especializaban en fuinjutsu o genjutsu, estaba seguro que también existía alguno especializado en técnicas de disfraz.
—Es la que barajamos —dijo Yuuna—, pero por eso no podemos hacer nada.
—¿A qué te refieres?
—Como ya os hemos dicho, muchos de esos hombres harán cualquier cosa que diga Koichi-dono por pura lealtad, sobretodo porque, sea quien sea que la está manipulando está procurando ser totalmente fiel a la real —explicó Yamato—. Los que estamos más cercanos a ella lo notamos más, y aún así simplemente parece más... más... temperamental que de costumbre.
»Nos superan en número de diez a uno. Si entramos ahí, o morimos todos o causamos una masacre entre los nuestros. No podemos hacerlo.
La cantidad importaba, pero no siempre. Había guerreros que valían por diez, y luego algunos que valian menos. Por ejemplo, yo era como medio ninja, pero como diez herreros.
—¿No hay nada... que podamos...?
—Hay una cosa.
—Y por la forma en la que lo dices, parece que no nos va a gustar. Pero venga, suéltalo
Luego ya sopesaria si la seguíamos o nos volvíamos para casa y dejábamos los problemas de los samuráis para los samuráis. Aunque igual le debía una por lo de la llave... Y ademas seguramente me toca obedecer a lo que decidiera Katsudon.
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Yuuna hizo descender su mirada a los pies de los dos ninjas del Remolino mientras su fiel samurái se mantenía al margen. Suspiró, exhalando una nube de vaho que rompió el silencio y camufló sus lágrimas.
—Siempre hemos solucionado nuestros asuntos internos por nosotros mismos, pero creo que este es un trabajo más apropiado para un shinobi —dijo—. Por desgracia, con vosotros dos no será suficiente, y no quiero poneros en peligro. —La chica clavó los ojos en Katsudon.
»Acogedme en Uzushiogakure, por favor. Quiero solicitar ayuda formalmente a Sarutobi Hanabi.
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