25/06/2020, 22:42
El capitán Tamashi, de la honorable Guardia de Honor del Valle de los Dojos, era un hombre curtido en mil batallas, un veterano de guerra. Eso le gustaba decir a él, o a sus amigotes, pero la descripción más acertada en este caso concreto es que se trataba de un hombre curtido en mil tabernas, un veterano de peleas de bar.
El viajero más avezado, que pasa por frecuencia por los Dojos, habrá deducido de esa afirmación que era mucho más poderoso, sin embargo, que un veterano de peleas de taberna cualquiera. Por el Valle pasaban muchos guerreros, de mil orígenes distintos, y de mil niveles diferentes de destreza, con ganas de pelear. A veces había que separarlos.
El capitán Tamashi era un experto en saber cuándo separar a dos contrincantes en un tatami. Pero que le aspasen en ese preciso instante si tenía alguna idea de apagar fuegos. Por eso, a su lado, estaba Pink.
El capitán Tamashi era un experto bebedor de sake, y probablemente llevaba un par de chupitos de más. Eso dedujo él, aunque Pink se encargaba de llevarlo por la vereda correcta. Porque juraría que el fuego se acababa de apagar solo. ¡Y eso no podía ser!
¡Eso no podía ser, pese a la fría y tranquila mirada de Pink!
Irrumpió en Nantōnoya prácticamente de un salto.
—¡Pero bueno, qué pasa aquí! —exclamó—. Pero bueno. Qué pijama tan ridículo, chico. —Estaba mirando a Datsue, y concretamente a su gorrito de tanuki.
Tras él entró una mujer de treinta y tantos, vestida casi por completo de negro y cuyos rasgos más distintivos eran su cabello ondulado de color púrpura pálido, casi blanco, y una marca en la mejilla derecha, marcada al hierro candente con el símbolo de Amegakure... y tachada por una cicatriz provocada por un corte posterior.
—Fūka Hōin. Interesante. ¿Teníais planeado este espectáculo de fuegos artificiales o se os ha caído una cerilla en una caja de sellos explosivos?
—¿Fuck a qué?
Pink suspiró, negando con la cabeza.
—¿Qué ha pasado aquí?
A nadie se le pasó por alto que el hombre, un samurai con hakama verde pálido, un kasa y barba rala de tres días, mantenía una mano firmemente agarrada en torno a la vaina de su katana.
El viajero más avezado, que pasa por frecuencia por los Dojos, habrá deducido de esa afirmación que era mucho más poderoso, sin embargo, que un veterano de peleas de taberna cualquiera. Por el Valle pasaban muchos guerreros, de mil orígenes distintos, y de mil niveles diferentes de destreza, con ganas de pelear. A veces había que separarlos.
El capitán Tamashi era un experto en saber cuándo separar a dos contrincantes en un tatami. Pero que le aspasen en ese preciso instante si tenía alguna idea de apagar fuegos. Por eso, a su lado, estaba Pink.
El capitán Tamashi era un experto bebedor de sake, y probablemente llevaba un par de chupitos de más. Eso dedujo él, aunque Pink se encargaba de llevarlo por la vereda correcta. Porque juraría que el fuego se acababa de apagar solo. ¡Y eso no podía ser!
¡Eso no podía ser, pese a la fría y tranquila mirada de Pink!
Irrumpió en Nantōnoya prácticamente de un salto.
—¡Pero bueno, qué pasa aquí! —exclamó—. Pero bueno. Qué pijama tan ridículo, chico. —Estaba mirando a Datsue, y concretamente a su gorrito de tanuki.
Tras él entró una mujer de treinta y tantos, vestida casi por completo de negro y cuyos rasgos más distintivos eran su cabello ondulado de color púrpura pálido, casi blanco, y una marca en la mejilla derecha, marcada al hierro candente con el símbolo de Amegakure... y tachada por una cicatriz provocada por un corte posterior.
—Fūka Hōin. Interesante. ¿Teníais planeado este espectáculo de fuegos artificiales o se os ha caído una cerilla en una caja de sellos explosivos?
—¿Fuck a qué?
Pink suspiró, negando con la cabeza.
—¿Qué ha pasado aquí?
A nadie se le pasó por alto que el hombre, un samurai con hakama verde pálido, un kasa y barba rala de tres días, mantenía una mano firmemente agarrada en torno a la vaina de su katana.
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