Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
13/01/2018, 05:23 (Última modificación: 13/01/2018, 05:29 por Uchiha Datsue.)
Zaide asintió. Al parecer Datsue era de esos tipos que metían la pata cada vez que hablaba, así que lo mejor sería que fuese directo al grano y no se anduviese por las ramas. Seguidamente, la kunoichi le respondió a su pregunta de por qué ahora sí cooperaba. Días atrás, ella había tratado de echarle un pulso. ¿Cómo sabría él que no le engañaba y le mandaba a los hermanos equivocados?, le había dicho, casi riéndose de forma burlona. ¿O a los que se chivarían a la Villa?
Sin embargo, en aquellos días, algo debió cambiar su manera de pensar.
—Porque si mintiera no te diría, ”mira que te estoy mintiendo”.
Zaide asintió, como dándole la razón. En realidad, de hacerlo, y por contradictorio que pudiese sonar, sí le hubiese dicho que estaba mintiendo. No con palabras, pero sí con gestos. Con el timbre de su voz. Con su mirada… Pocos ninjas tenían la destreza de engañar a Zaide con el Sharingan activado, y Koko, desde luego, no era uno de ellos. Seguidamente, Koko hizo referencia a que Zaide podía meterse en la cabeza de ella, y que prefería evitarse ese disgusto.
—Chica lista, chica lista —la alabó Zaide—. Has hecho bien, sin duda. Pronto se resolverá todo, ya verás —le guiñó un ojo y desapareció de su vista.
Al rato, vio a Datsue maniatado siendo cargado en el hombro por Zaide. Se lo llevaban.
• • •
Datsue estaba lejos de pasar por su mejor momento. Débil, resfriado, sucio como nunca lo había estado y hecho polvo mentalmente. No sabía cuántos días había pasado allí —seguramente muy pocos— pero ya le estaban pasando factura a todos los niveles. Le dolían las muñecas —con heridas por estar colgando de las esposas durante tanto tiempo— y notaba que le faltaba el aire. Nunca había llevado bien el hecho de sentirse encerrado, y ahora que vivía lo que era ser un preso… se le hacía insoportable.
Soltado de las cadenas, Zaide le amarró las muñecas con unas cuerdas, previa amenaza de cortarle las manos como se le ocurriese liberarse con alguna técnica. Respecto al Sharingan, por otra parte, le retó a usarlo, bravucón. Obviamente, Datsue no hizo ni una cosa ni otra.
Lo que pasaría a continuación fue de lo más extraño. Era todo como un sueño, como si no lo estuviese viviendo en realidad. Zaide le acompañó hasta la salida de la cueva, donde gracias a una improvisada ducha con un canalón logró quitarse toda la mugre y peste de encima. Zaide le permitió desellar su mochila, donde tenía guardada su ropa —pues todavía seguía vestido con la de Kuma— y ponerse al fin algo limpio y fresco. Luego, le invitó a sardinas, las cuales, esta vez sí, le llenaron el estómago.
Datsue comía con lágrimas de felicidad, aunque sin poderse quitar la angustia de lo que pasaría a continuación. ¿Por qué, de pronto, le trataban tan bien? ¿Qué había pasado todo aquel tiempo? Estaba a punto de descubrirlo.
—Hay cinco días a pie de aquí a Uzu —habló Zaide, y Datsue tuvo la imperiosa necesidad de parar de comer. ¿Era lo que creía que era?—. Pero por aire… Creo que podremos reducirlo a tres, ¿huh? Sí… Eso le dará a Nagisa más tiempo… Sí. Te explico: tu parte en esta historia es la de mensajero. —Lo que alguien más vanidoso lo hubiese tomado como una afrenta, Datsue lo tomó como un regalo caído del cielo. ¡Mensajero era precisamente lo que quería ser! Ni el héroe que rescataba a la princesa, ni el fiel amado que se sacrificaba por su querida. No, él prefería vivir. Había tratado de ser un héroe con Koko y, a la vista estaba, no era lo suyo—. Irás a la Aldea, y le dirás a Sakamoto Nagisa que Koko está secuestrada.
Datsue asentía una y otra vez a velocidad vertiginosa, sin creerse todavía que aquella pesadilla estuviese a punto de terminar. Al menos… para él.
—Solo a ella, ¿huh?
—Solo a ella —corroboró Datsue.
—¿Lo juras? —Los ojos de Zaide se iluminaron por el Sharingan. Entonces, le envolvió el dedo meñique con el suyo propio.
—L-lo juro.
—¿Juras que no contarás nada de lo acontecido aquí hasta que el secuestro haya finalizado? ¿Juras que solo se lo contarás a Sakamoto Nagisa y nadie más? ¿Lo juras por tu vida?
Aquello empezaba a parecerse demasiado a sus conversaciones con Zoku, siempre tan empeñado en juramentos sobre la lealtad.
—Lo juro, lo juro. Sí, todo.
Entonces, se percató. Un hilo rojo, entrelazando los meñiques de ambos Uchiha. Segundos después, desapareció.
—Incúmplelo, y morirás. Me da que eres bueno en fuuinjutsu, no creo que te tenga que explicar…
«¡OH, MIERDA! ¿¡Por qué coño siempre me pasan a mí estas cosas!?». Zaide se levantó.
—Vamos, el tiempo apremia. Te contaré el resto que tienes que decirle mientras vamos afuera. Espabila.
• • •
No había pasado más de una hora cuando Koko vio regresar a Zaide. Parecía que iba directo a las escaleras, pero al verla, cambió de idea y se acercó a su celda.
—Te has portado bien… —dijo, asintiendo para sí—. Si hay algo que te haga sobrellevar mejor estos días… Pídelo.
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Zaide la alabó y poco después se llevó a Datsue. Pareció entender que Koko ya no tenía ninguna excusa para ir y mentirle vilmente en la cara y no era para menos, ya había padecido de primera mano todo lo que aquellos bandidos podían hacerle y no le hacía ninguna gracia. Aunque Yume había sido todo un alivio para ella luego de que dejase de gruñirle cada vez que la veía por casi matar al Uchiha.
Pero ella seguía encerrada, medianamente libre de deambular cuanto quisiera en la celda pero la puerta seguía cerrada, así que libre como tal no era.
Treinta minutos habrían pasado que la Kageyama ya se estaba aburriendo hasta el punto en que creyó factible el echarse a dormir un momento sobre la manta que le habían permitido tener, al menos era mullida a comparación del frío suelo.
Entonces, el bandido regresó, dándole cierto privilegio que no tenía ni que pensarse dos veces.
Se levantó lentamente, le miró seriamente y finalmente, habló.
—¿Me puedo dar una ducha? —eso definitivamente era lo que le haría el día, y si le dejaban hacerlo el resto de días mejor aún. No le agradaba para nada estarse toda sudada y mugrosa.
Dígase una cosa de Uchiha Datsue: nunca había pensado que le gustaría tanto volar.
Sí, volar. Porque eso es lo que precisamente estaba haciendo, montando en una enorme ave de plumas blancas —en la parte inferior— y negras —en la parte superior—. Su cabeza, en cambio, era gris, coronada por una doble cresta. Tenía los ojos rojos, la cola blanca y negra, y Datsue creía intuir que era un águila. ¿De qué tipo? No tenía ni idea. Lo único que sabía era que, cuando Zaide la había invocado, la había llamado Hāpī.
Envuelto en una manta, Datsue aflojó un poco las manos, que ya le dolían de haberlas mantenido tan tensas durante tanto tiempo. Zaide le había advertido que tuviese cuidado de no arrancarle ninguna pluma, pero claro, eso era sencillo de decir en el suelo, y no a cientos de metros sobre él.
Según le había dicho, el águila le dejaría en plena madrugada sobre el Bosque de la Hoja, teniendo que recorrer él el trayecto que quedaba a pie.
• • •
Zaide frunció los labios al oír su petición. Desde luego, era algo fácil de cumplir. Aunque… ¿estaba segura que quería hacerlo?
—Puedes —respondió Zaide, encogiéndose de hombros—. Pero… ¿quieres? —preguntó, con mirada inquisitiva. Había introducido la llave en el cerrojo de su celda, pero todavía no la había abierto, aguardando su respuesta—. No te daré la espalda, ni cerraré los ojos. Eso tenlo claro.
Por muy bien que se encontrase, no pensaba dar una oportunidad a aquella cría para escapar. Solo lograría cansarle y ralentizar su recuperación.
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No, no le gustaba para nada la idea de tenerlo a aquel tipo mirándola desnuda de forma constante en lo que terminaba de asearse así que claro, pronto se buscó alguna buena excusa, que curiosamente tenía una perfecta en la espalda.
—¿Y si te quedas con la cadena en mano? Vas a saber que sigo ahí sin necesidad de mirarme —respondió casi desesperada, mientras intentaba dar con algún eslabón de la cadena que tenía en la espalda.
Zaide se rascó la barbilla, pensativo. No es que la idea de Koko no fuese buena, pero había conocido a demasiados hombres —y mujeres— capaces de dejarte KO con un golpe bien dado por la espalda, sin necesidad de chakra.
No, definitivamente no iba a pasar.
—No es factible —respondió finalmente—. Por otra parte —agregó—, ya te he visto en situaciones más… embarazosas. —Sí, se refería al recuerdo en el que lo había hecho con aquel crío de nariz torcida. El tal Akame—. Pero tú dirás —dijo, con la llave todavía en la cerradura.
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Zaide, que ya había intuido su respuesta desde el principio, extrajo la llave de la puerta sin abrirla. Koko prefería seguir sucia a que él la viese desnuda, y no la culpaba por ello. Aunque sí le parecía una…
... lástima.
—El regalo te lo daré cuando salgas de aquí.
Sin agregar nada más, se fue.
• • •
Dos días más tarde…
Datsue corría por las Planicies del Silencio a un trote normal, como alguien que se hubiese levantado por la mañana a calentar un poco y no como si la vida de una compañera estuviese en juego, dependiendo su salvación directamente de si llegaba a tiempo o no. El motivo de tanta tranquilidad era sencillo. El primer día, tras el águila dejarle al amparo de la noche en una pequeña explanada del Bosque de la Hoja, había corrido como si un bijuu le persiguiese a escasos centímetros de la espalda. El resultado fue que se agotó al poco, quedándose sin aire y teniendo que parar a descansar por un buen rato hasta recobrar el aliento.
Por eso, aquel día iba a probar una táctica diferente. Correría más despacio, pero mantendría el ritmo y haría menos descansos, combinados con un par de sprints finales con el Sunshin no Jutsu. Esperaba, así, cumplir con su parte.
Mientras tanto, su cabeza no paraba de pensar. ¿Había hecho bien en abandonar a Koko? ¿Qué había pasado con Katame? ¿Y Yume? La había oído despedirse de Koko, y le había pillado la bandana de ella. ¿Acaso se había ido? Y, lo más importante, ¿qué había sido de Kuma?
Él era, sin ninguna duda, su máxima preocupación.
• • •
El día estaba pasado con lentitud para ella, con su habitual pescado de comida, su jarra de agua, y el silencio como acompañante. Dos días más llevaba encerrada, y la mugre y suciedad, por mucho que tratase de evitarlo, se iba acumulando en ella. En su ropa. En su piel. En sus cabellos. E incluso debajo de las uñas. Pronto, sin embargo, se le añadió otra preocupación: el pequeño balde que le había dejado Zaide para hacer sus necesidades estaba llegando a su límite, y como no empezase a buscarle un desalojo, iba a empezar a desbordarse.
Oyó pasos de Zaide que provenían de arriba, del pasillo, pero no llegó a bajar.
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Claro que no se lo iba a dar, ella le había dicho que se lo dejarían cuando saliera, y así como lo dijo la dueña, el mensajero también lo dijo. Hecho que la molestaba pero no se le ocurrió nada mejor que pedir…
…hasta que dos días pasaron.
La suciedad se había acumulado en todo su cuerpo, sentía el cabello grasoso, enredado y maltratado, la piel sudada y pegajosa, los pies cubiertos de una espesa capa de mugre y los ojos con bastantes restos de lagañas resecas que sin agua le resultaría molesto y puede que hasta doloroso quitarse. Pero por si fuera poco, lo que más claro dejaba el nivel de suciedad que cargaba encima… las uñas, negras justo en la zona que no estaba pegada al resto de la piel y dicho sea de paso, estaban algo más crecidas de la cuenta.
A diferencia de muchas otras mujeres, Kageyama Koko siempre prefirió tener uñas lo más cortas posibles para evitar que estas se quiebren y enganchen en cualquier cosa. De vez en cuando se las dejaba crecer un poco más si es que le anticipaban que tendría que participar de alguna fiesta o evento formal, simplemente para mantener la presencia de cualquier otra Sakamoto. Pero estando prisionera no tenía chiste tenerlas crecidas.
El balde —en el que había estado descargándose en el sentido literal de la palabra— ya estaba a punto de desbordarse, y no solo eso, la peste de sus propios despojos estaba empezando a irritarla demasiado.
Si Zaide decidía ir a comprobar como estaba sobrellevando la situación, vería que la rubia estaba tumbada sobre la manta, en posición fetal y hurgándose las uñas con una expresión maniática, incluso podría notar alguna que otra vena hinchada en el cuello y frente de la kunoichi.
Ya se estaba volviendo loca de no poder asearse, y para colmo tener que aguantarse la peste de su propia mierda…
…cuando lo escuchó, a la lejanía.
—¿Zaide? —esperó un momento tras llamarle y alzó la mirada, por si llegaba a ver al contrario—. ¡Zaide! —llamó algo frustrada.
Como no le escuchase se resignaría y volvería a tumbar para seguir hurgándose las uñas en un intento estúpido por librarse de la suciedad que se le había quedado pegada allí. Dicho sea de paso, estaba tumbada dándole la espalda al balde. Eso de convivir con sus propios desechos no le hacía ninguna gracia.
Dígase una cosa de Uchiha Zaide: no es de los que atienden las llamadas de sus rehenes.
Pero aquella chica había aguantado y vivido de todo, y ni una sola vez se había quejado. Ni la había oído gritar, ni chillar, ni lloriquear. Había resistido todo aquello con un estoicismo —o quizá, simplemente, con resignación— que no había visto en nadie. Y Uchiha Zaide había secuestrado a muchos.
Por eso, cuando la oyó gritar su nombre, hizo una excepción a la regla.
—¿Qué? —preguntó, mientras se rascaba las partes. Sí, acababa de levantarse. Tenía un pantalón de pijama, una sudadera gorda y gruesa, y un gorro de lana negra en la cabeza.
• • •
¿Qué estaría haciendo en aquellos instantes Koko? ¿Estaría a salvo? ¿La dejarían en paz? Sabía que la kunoichi soportaba bien la soledad, pero lo que le preocupaba era que, precisamente, se la privasen. «Tenía que haber matado a Kuma…»
Visto en retrospectiva, su decisión le parecía de lo más idiota. ¿Por qué había tenido piedad con un tipo como aquel? ¿Por qué no haberle matado? En aquel momento, había pensado que, si le cazaban como infiltrado, al menos no tendría las manos manchadas con sangre de ninguno de ellos. Algo que quizá le serviría para que se apiadasen de él. Pero como a Koko le pasase algo por aquella decisión…
Apretó los dientes, mientras aceleraba el ritmo.
Sus pensamientos volaron entones hacia Akame. Hacia su Hermano. ¿Qué pensaría él? ¿Qué opinaría cuando descubriese que había abandonado a su novia junto al menos un psicópata y dos violadores? ¿Entendería sus razones? ¿Sería capaz de perdonarle?
El Uchiha, por ruin y mezquino que fuese ahora pensarlo, tenía una conversación pendiente con su Hermano al respecto de su noviazgo. No sabía como abordar el tema, y por eso todavía no se lo había comentado, pero queriendo lo mejor para él como quería… No creía que Koko le conviniese como relación seria. De hecho, no creía que le conviniese ninguna relación seria. No en aquella etapa de su vida. Tenía sus razones para opinar así, claro, pero cualquiera se lo decía ahora.
No, era una conversación que quedaría enterrada en su cabeza... para siempre.
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De alguna manera u otra logró llamar la atención del Uchiha y casi de forma instantánea se levantó, a medias porque terminó sentada sobre su manta.
—¿Podrías vaciar mi balde? —preguntó con una sonrisita nerviosa en el rostro.
Considerando lo que estaba pidiendo, ni siquiera suponía que el contrario fuese a cumplirle tan ínfimo deseo, es más, se estaba haciendo a la idea de que ni siquiera le respondería y se iría sin más de la escena, dejándola completamente sola allí, acompañada de su siempre leal balde.
13/01/2018, 07:24 (Última modificación: 13/01/2018, 07:25 por Uchiha Datsue.)
Zaide fue tan conciso como contundente.
—No. —¿Limpiarle las mierdas? Todavía no había caído tan bajo—. Pero puedes hacerlo tú.
Desapareció de su vista por unos minutos, pero al cabo de un rato regresó con las llaves en mano. Abrió la puerta de su celda y se hizo a un lado.
—Venga. Píllalo. Y sin hacer ninguna tontería, ¿huh?
Le indicó a Koko que caminase delante de él, y la condujo por el mismo recorrido que ya había hecho una vez: directo a la cascada. Una vez llegado —Koko reconoció en seguida la improvisada ducha donde se había lavado una vez—, Zaide le indicó que arrojase el contenido al vacío y limpiase el balde como buenamente pudiese. Tenía que tener cuidado, sin embargo, porque el suelo terminaba justo antes de la cascada —había como metro y medio de distancia, como poco—, y cualquier resbalón podría resultar fatal.
Si miraba abajo, la humedad y el agua saltando le impedirían distinguir el fondo.
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La expresión de Koko lo decía todo, desilusión total.
Pero rápidamente el Uchiha le hizo dibujar una expresión de alegría absoluta al escuchar lo siguiente. No solo podría librarse de la peste del balde, sino que podría saciar mínimamente su extravagante necesidad de limpiar algo de vez en cuando así que sin chistar ni nada semejante, se levantó de un salto y tomó el balde con el cuidado necesario para no tirar nada del contenido donde no debiera.
Felizmente, casi tanto como para ponerse a cantar —no lo hizo, pero poco le faltó— se encaminó hasta la cascada donde alguna vez había tenido el privilegio de darse duchas de agua helada haciendo que la kunoichi mirase con anhelo. Lástima que quien la vigilaba era un tío que seguramente disfrutaría de las vistas más que ella.
De cualquier forma, la kunoichi hizo caso a las indicaciones y pronto ya se encontraba prácticamente colgada con la ayuda de un brazo para no caer. Estiró la mano con el balde firmemente agarrado y dejó que el agua hiciera lo que tuviese que hacer, ayudándola girando el balde lentamente hasta que supuso estaría limpio.
Una vez hecho, se regresaría hasta Zaide por si este decidía darle alguna otra orden o simplemente la mandaría de vuelta a su celda.
—Ya —aclaró felizmente con su balde ahora limpio entre manos.
—Tch, tch, tch… Eso no. —Fue lo único que oyó Koko, unos rápidos chasquidos con la lengua, antes de sentir un tirón de su camiseta para evitar que se columpiase al borde del acantilado.
Ni loco Zaide iba a permitir que se pusiese en riesgo de semejante manera. No dudaba de las capacidades de la kunoichi para no caer, pero no tanto de su estabilidad emocional. Había visto a rehenes tratar de suicidarse por cosas parecidas a las que ella había sufrido, aunque de forma más prolongada en el tiempo. No obstante, no merecía la pena arriesgarse.
—Si no llegas de pie usa el agua del suelo. —Y es que en el suelo había un charquito de agua de al menos cinco centímetros de profundidad. Podría vaciar el contenido al fondo del acantilado, y limpiarlo levemente con aquella agua. Si quería limpiarlo por completo, sin embargo, iba a tener que ensuciarse las manos.
Una vez terminado —y no, Zaide iba aceptar que se colgase del acantilado de ningún modo—, la llevó de vuelta a su celda, cerrando con llave al marcharse.
• • •
Un día después…
Un día más había pasado, y con él, uno menos de su particular cuenta atrás. Datsue terminó de zamparse la última sardina que Zaide le había puesto en las provisiones, chupándose los dedos para aprovechar hasta la última gota de grasa, para luego dar un pequeño sorbo a la cantimplora.
«Ya casi estoy…»
Ahora llegaba lo más difícil: convencer a los Sakamoto para que le dejasen hablar con Nagisa. Pero antes, un pequeño obstáculo con el que no había contado, nada más llegar a las puertas de su preciosa Villa.
—¡Uchiha Datsue! —gritó el Chunin que guardaba la entrada, mientras iba pasando páginas de una libretilla que tenía en la mano—. ¡Ya empezábamos a preocuparnos! ¿Complicaciones en la misión?
Datsue se rascó la nuca, mientras emitía un suave silbido.
—No imaginas cuanto, camarada, no imaginas cuanto…
—Pero completada con éxito, imagino, ¿eh? Eres un Hermano del Desierto, después de todo. —Por suerte, aquél era uno de los que veía bien que tuviese un bijuu en su estómago. No siempre era así, por desgracia. El Chunin repasó algo en el papel—. ¿Y tu compañera, Koko?
—Pues… Dijo que se le había presentado una oportunidad única que no podía desaprovechar.
—¿Cómo es eso? —preguntó la segunda Chunin, una mujer que pasaba la veintena.
—Rebajas —improvisó—. En esa tienda tan famosa de ropa en Yamiria.
—¿Koröshi?
—Esa misma.
—Ah, mujeres, ¿eh?
—¿Cómo que: mujeres? —le replicó la otra, con el ceño fruncido—. ¿Y a qué viene ese tonito?
—P-pero… Solo era un comentario por…
Visto el hueco, Datsue no dudó en aprovecharlo. Se coló en la Aldea mientras dejaba que aquellos dos se tirasen pullas el uno al otro. En realidad, todo el mundo sabía que se gustaban, salvo, probablemente, ellos dos.
Tras muchos minutos corriendo, el Uchiha llegó al fin a la mansión Sakamoto. Dobló su cuerpo en dos, mientras recobraba el aliento, y cuando al fin se creyó capaz de hilvanar dos palabras seguidas, habló con los guardias que siempre protegían la entrada.
—Necesito hablar con Sakamoto Nagisa, por favor…
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Algo se interpuso en su camino, algo evitó que se colgase y limpiase el balde como es debido… Algo la obligó a regresarse a tierra firme y ese algo no era nada más ni nada menos que… Zaide.
—Pero… —protestó al escuchar los motivos pero rápidamente suspiró resignada antes de vaciar el balde.
Luego lo enjuagó como vagamente podía, empleando las manos porque en el fondo de su ser no le producían asco esas cosas así que cuando el balde estuvo tan limpio como pudo dejarlo, pasó a hacer exactamente lo mismo con sus manos frotando y rascándolas, de esa manera incluso la suciedad que llevaba acumulada debajo de sus uñas también se había ido.
—Vale ya —dijo antes de que la guíen de nuevo a su celda. Donde por lo menos ya no la acompañaba la peste de sus propios desechos.
Sin nada más que hacer, se tiró sobre la manta a tratar de echarse una siesta.
En cuanto Datsue llegó a la residencia lo primero que vio fue a los dos guardias habituales, esos que siempre estaban de pie a cada lado del gran portón que daba con los jardines y que —hasta entonces— siempre había visto bien parados con la mirada en alto y sumamente firmes como si fuesen estatuas. Esta vez estaban algo más relajados.
Ambos estaban apoyados contra las paredes, el de la lanza estaba de brazos cruzados y el arma estaba apoyada en la pared a su lado. Estaba con la vista fija en el cielo mientras un cigarrillo se iba consumiendo lentamente en su boca.
El otro por su parte, de aspecto bastante más tosco por no decir rebelde, tenía las manos en la nuca y la planta de un pie apoyada en el mural. La mirada estaba fija en la vereda de delante. Miraba atentamente a cada persona que pasaba sin importarle si generaba incomodidad en alguno.
Las palabras del Uchiha fueron claras, y el rebelde pronto se despegó de la pared para acercarse al shinobi.
—¿Para qué la quieres? —preguntó algo brusco.
—¿No te estamos viendo muy seguido por aquí? —preguntó el otro, este con un tono neutro.
Datsue ya debería de estar acostumbrado a las preguntas de esos dos, pero es que estaban obligados a seguir ese accionar sin importar con quien hablasen aunque no necesariamente los ajenos al clan deban de saber tal cosa.
Aunque en los jardines, si el Uchiha prestaba un poco de atención podría ver la espalda de una chica a la que debería de reconocer perfectamente. De silueta bien definida, generosas proporciones y una extensa melena rubia. De las piernas no se podía apreciar nada, pero sí la carencia de uno de los brazos. A su lado se encontraba una criada y justo delante de ellas habían un cocodrilo enorme rodeado de otros mucho más pequeños.
Datsue abrió la boca para replicar con una de sus tantas historietas, pero entonces recordó lo que le había dicho Zaide y la cerró. Nada de liarse a inventar nada. Debía ser lo más directo y franco posible.
—Por favor, díganle que Uchiha Datsue está aquí… Es urgente.
Fue entonces cuando la reconoció, al otro lado del umbral, tan limpio y claro como un rayo en noche cerrada. Noemi, y a su lado… «¿Qué coño? ¿¡Un jodido cocodrilo!?»
Cambió el peso de una pierna a otra, incómodo. Lo último que necesitaba era que Noemi le viese y le echase algo en cara por lo de la última vez. O por no haber ido a intentar hablar con ella en todo aquel tiempo.
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