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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El del cigarro suspiró pesadamente y se despegó de la pared.

—No hagas nada raro, ¿vale? —con eso dicho simplemente se retiró al interior de la residencia.

Mientras tanto, el rebelde decidió no indagar más en el asunto y regresó a su lugar, apoyándose nuevamente contra la pared dejando que su compañero se encargase del asunto.

Datsue desde su ubicación podría ver perfectamente que los cocodrilos iban y venían, algunos subían sobre las dos féminas y otros sobre el cocodrilo más grande pero uno bastante pequeño se alzó levemente, mirando en dirección al Uchiha. Permaneció inmóvil unos momentos y las dos rubias no parecieron notar esto, pero si le permitieron que hiciera lo que se le antojase, después de todo, esos animales estaban bien adiestrador y no saldrían de los límites de la residencia sin autorización.

Pero… ¿Cómo reaccionaría el Uchiha al tener aquella cría de cocodrilo tan cerca y mirándole fijamente?

—Ni se te ocurra escaparte —le advirtió el guardia, obviamente al animal que lo miró tan solo un instante para luego regresarse al desconocido.
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Datsue emitió un suspiro de alivio cuando uno de los guardias finalmente accedió a sus pretensiones.

No hagas nada raro, ¿vale?

El Uchiha asintió, cuadrándose. Además, ¿qué cosa rara iba a hacer? «Estos tíos… tratan a los que no son de la familia como si fuésemos de una aldea extranjera y no… compatriotas». Siempre le había llamado la atención aquella seguridad enfermiza por la mansión. ¿De verdad hacían falta dos guardias custodiando la entrada dentro de la propia Villa? Al Uchiha le parecía un despilfarro de recursos, claro que, de tener el poder económico de ellos, él estaría despilfarrándolo en muchas más cosas.

En cierto momento dado, notó la mirada directa de uno de esos animales de grandes dientes y forma reptil. Uno de los pequeños, al menos, aunque no pudo evitar tragar saliva y volver a cambiar el peso del cuerpo de una pierna a otra. «Con el Saimingan debería poder dejarlo durmiendo…», pensó, y aquello hizo tranquilizarle. Tanto, que a punto estuvo de echarle la lengua en gesto burlón.

Luego recordó que por cosas así era que siempre la cagaba con los Sakamoto, y se contuvo.
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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El animal no emitía ningún sonido, el guardia dejó de prestarle atención y las dos féminas estaban muy entretenidas con las demás crías como para preocuparse de aquel que se había ido. Además, es normal para aquel clan ver lagartos deambulando libremente ya sea por los jardines o por los pasillos.

Sin embargo, el pequeño había decidido acercarse más, traspasar el límite de los jardines pero solo para poder olisquear los pies del Uchiha y de todas formas, el guardia podría levantarlo fácilmente y llevarlo de vuelta al interior, así que no le prestó atención.

La cría no hacía absolutamente nada extraño, simplemente lo olía, daba vueltas en círculo y una que otra vez por un fallo de cálculos rozó con su escamoso ser al chico. Pero todo lo hacía con movimientos lentos por lo que no debería de asustar a nadie. ¿Verdad?

Luego de varias vueltas el animal alzó una vez más la vista intentando mirar el rostro del desconocido, sin éxito alguno pero por lo menos hizo el intento. Luego de unos instantes, avanzó… apoyó sus pequeñas patitas sobre los pies de Datsue y pareció dispuesto a seguir avanzando, como si pretendiese escalarlo y…

—¿No es tierno? —afirmó una amistosa voz femenina.

Si el shinobi alzaba la vista vería perfectamente a esa mujer que más de una vez apareció en sus sueños, aquella a quien conoció gracias al pervertido de su amigo el acosador.

Aquella era Nagisa, la única chuunin en todo el clan Sakamoto, la mujer de cabellos largos y celestes, con un cuerpo voluptuoso con un generoso busto y caderas sumamente anchas. Era un poco más alta que el Uchiha pero era fácil sacar la conclusión de que le llevaba varios años de diferencia. A pesar de ello, al igual que Noemi mientras ejerció como kunoichi, esta mujer iba con un yukata corto y sin mangas, cuya falda tenía un pequeño recorte en un lateral.

—¿Qué puedo hacer por uno de los hermanos del desierto? —preguntó amablemente mientras se agachaba delante de Datsue solo para tomar al animalito y cargarlo como si fuese un bebé común y corriente.

Curiosamente el cocodrilo simplemente se dedicó a mirar fijamente al shinobi, usando sus patas delanteras para sostenerse del pecho de la mujer.
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«Noo… No te acerques más. No. ¡No, no! Fuera, ¡fuera!». Por mucho que tratase de gritarle telepáticamente, el animal no parecía entenderle. O, si lo hacía, se lo estaba pasando en grande poniéndole de los nervios. Nunca le habían gustado los cocodrilos en fotos o documentales, y ahora que los veía en persona, menos.

La cría de cocodrilo incluso se animó a subirse a su pie y tratar de trepar por él, y el Uchiha tuvo que contenerse de sacudir la pierna para catapultarlo al otro lado de la muralla. Mucho se temía que si lo hacía, se podía ir olvidando de su audiencia con Nagisa, y la vida de Koko estaba en juego.

Y hablando de Nagisa, allí estaba al fin. Era la Chūnin que Datsue había contemplado en alguna fotografía sacada a hurtadillas por Hozuki Chokichi. Se había quedado prendado nada más verla, y ahora que la veía en persona…

… todavía más. Era todo su tipo, como se solía decir.

«Céntrate».

¿Eh? —Nagisa acababa de preguntarle si el cocodrilo le parecía tierno—. Sí, sí. Toda una monada«¿Tierno? ¿¡Tierno!? Tierno es un gato. O un perrillo. No… eso». Pues, verás, necesitaría… —se aclaró la garganta—. Necesitaría hablar contigo en privado, por favor. Es importante.
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—Oh… —en señal de sorpresa—. Usualmente hay al menos una cita antes de una propuesta así pero que va.

Con cierta alegría la fémina se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el interior de la mansión.

—Ven —le indicó sin molestarse en dar la vuelta y comprobar donde estaba el shinobi.

El cocodrilo por su parte se había girado para poder apoyar su hocico sobre el hombro de la mujer y así poder ver fijamente al chico. Parecía haberle cogido cierto interés por algún extraño motivo. Pero pronto Noemi y Maki vieron a Nagisa pasar con el animal. Estuvieron a punto de llamarla cuando la de ojos verdes vio la silueta de aquel chico… ese de cabellos oscuros que… bueno, su hasta el momento notable alegría se esfumó para dar lugar a la ira.

Un enojo que rápidamente canalizaría en forma de un apretón algo exagerado para la pobre cría de cocodrilo que había estado abrazando. Este pobre animal empezó a retorcerse y se hubiese quejado de no ser porque le estaban aplastando demasiado fuerte, hasta que la criada acudió al rescate.

—Ya Noemi-sama, le hace daño —dijo arrebatándole al animal que había empezado a temblar violentamente.

La Sakamoto no dijo absolutamente nada, pero miró con mucho odio a Datsue que debería ya de estar en el interior de la mansión siguiendo a Nagisa.

Unos minutos más tarde, aquel trío tan peculiar habría llegado a la habitación de la mujer, quien tomó asiento en la única cama allí presente. La habitación no tenía nada realmente llamativo, tenía un armario bastante grande, unos libreros, un escritorio, un par de lámparas y una mesa adicional con un espejo delante. Había varias sillas y un par de baúles, además de una puerta que daba a un baño y una puerta extra que daba a un pequeño balcón.

—¿Y bien? ¿qué necesitas? —dijo esbozando una sonrisa cautivadora.

El cocodrilo —de nuevo— se había girado sobre la kunoichi para poder tener en vista directa al Uchiha.
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El Uchiha estaba agotado, cansado tanto física como mentalmente. Había tenido una de las peores semanas de su vida con diferencia, y lo único que quería era echarse en la cama a dormir y olvidarse de todo. Sin embargo, y pese a ello, la kunoichi logró sonrojarle al malinterpretar sus palabras.

Datsue estaba a punto de, entre balbuceos, sacarla de su error cuando le invitó a pasar.

«¿E-en serio?». Sin saber por qué, el Uchiha se encontró a sí mismo esbozando una sonrisa bobalicona. «Así que si de verdad hubiese venido a por una cita… ¿me la hubiese dado? Joder, ¡pues está bien saberlo!». De camino, y sin poder borrar la sonrisa de su rostro, cruzó la mirada con Noemi. Levantó una mano para saludarla, pero la dejó a medio camino cuando distinguió su mirada iracunda en ella. En su lugar, aceleró el paso tras Nagisa, buscando desaparecer de su vista cuanto antes, no fuese a ser y salía de allí con un ojo hinchado. O algo peor.

Una vez dentro —Datsue reconocía parte del interior de aquella mansión de la fiesta con Nabi y el resto—, la kunoichi le condujo hasta su habitación. «Va, venga, céntrate», se dijo, cuando cerró la puerta tras de sí. La mirada fija e inquietante del cocodrilo no ayudaba, eso desde luego.

¿Y bien? ¿qué necesitas?

Verás, yo… Nada —se sinceró—. Es Koko quien necesita tu ayuda —dijo con voz grave—. Voy a contártelo todo, pero por favor, debes escuchar toda la historia antes de decir o hacer nada. Por favor... —dijo, suplicante.
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El chico afirmó que ella tenía que callarse hasta escuchar todo el relato, logrando así despejar todo tipo de duda en la peli-celeste que por un instante supuso que podría salirse con la suya, claro que antes de ello hubiese soltado a la cría o algo así.

El caso era que no pasaría absolutamente nada así que suspiró pesadamente y se acomodó mejor, cruzándose de piernas sobre el colchón y depositando al animal sobre ellas para luego acariciarlo lentamente.

—Te escucho —dijo seriamente.

El cocodrilo de todas maneras seguía mirando a Datsue, aunque ahora se lo veía algo adormilado, se ve que estaba cómodo sobre las piernas de la peli-celeste.
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Datsue procedió a contarle con pelos y señales toda la aventura que Koko y él habían vivido tras su vuelta de la misión. Una historia que, si aquello terminaba con final feliz, no se cansaría de repetir una y otra vez para fanfarronear, aunque adornando algunas cosas y, por supuesto, dándose muchos más méritos de los que realmente tuvo.

Así pues, le contó cómo habían sido interceptados por Kuma y Katame. Cómo habían secuestrado a Koko, mientras él se quedaba luchando contra Kuma. Cómo le había vencido en combate, interrogado hasta conseguir sonsacarle lo que quería y encerrado en unas telas de sellado. Le contó que se había infiltrado en la cueva, que apunto había estado de rescatar a Koko, pero que había tenido que quitarse el disfraz al ver que Katame quería violar a su hermana. Perdió, y le dejó caer que, muy posiblemente, aquel cabrón había conseguido su propósito. Luego, empezó a narrarle cómo había despertado en una celda, cómo Koko había insistido en que huyese y cómo, finalmente, habían terminado los dos apresados en distintas habitaciones.

El Uchiha lo decía todo de carrerilla, sabiendo que, si cometía el error de detenerse en algún punto, le costaría horrores retomar el hilo. Le contó que Zaide —el líder de la banda—, le había mandado a pedirle un rescate por su hermana. Solo a ella, pues no quería ver a más involucrados. Le contó que creía que Yume se había ido, y que tampoco había visto ni rastro de Kuma o Katame en los últimos días.

Me dio este mapa —dijo, sacando de su bolsillo un papel arrugado. Era un mapa físico bastante preciso del País de la Tierra—. Me dijo que el intercambio se produciría aquí —dijo, señalando lo que parecía un espacio muy abierto y llano—. Que no quería trucos o la mataba, y que demandaba diez mil ryōs, todo en metálico.

Con la boca seca y casi sin aire, el Uchiha se permitió respirar por unos momentos. Nunca había estado en una situación tan crítica, salvo en la insuperable ocasión, claro estaba, de Los Hilos del Mundo. De haber sido considerado una misión, aquello sería de rango B, como poco.

¿Qué vas a hacer? —preguntó. Ahora que toda la responsabilidad del rescate de Koko no recaía enteramente sobre sus hombros, se sentía algo… liberado.
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El Uchiha procedió a contarle todo el relato pero se podría dar cuenta fácilmente por las facciones de la chuunin que no estaba pillando la mitad de las cosas, salvo lo del mapa y el dinero que exigían por el rescate de su hermana.

Cosa que le molestaba y bastante.

—¿¡Sólo diez mil!? ¡Las Sakamoto valemos mucho más, cuarenta mil mínimo! —bramó a todo pulmón alzándose y básicamente arrojando sobre el shinobi que tenía delante el cocodrilo.

Pobre de él si no atrapaba al pequeño.

Aun así, hecha una furia, la de cabellos celestes se dirigió a uno de sus baúles, rebuscó entre sus cosas y sacó una bolsa repleta de dinero con una etiqueta pegada en el nudo que decía claramente ”10.000”. Incluso habían otros más allí adentro pero la kunoichi precavida tomó a Datsue por el brazo y básicamente lo obligó a salir de la habitación, después de todo, era suya, un lugar completamente privado.

—Se va a enterar de lo que puede hacer una puta Sakamoto —refunfuñó, dejando libre al chico una vez que cerró la puerta de la habitación a cal y canto.

Rápidamente la kuoichi se dirigiría al lugar indicado por el mapa, manteniendo buena velocidad ya que su capacidad aeróbica así se lo permitía. Ya se encargaría de dar explicaciones a los demás en la aldea, de momento lo que más importancia tenía para ella era el dejarle en claro al tal Zaide el grave error que había cometido.

Y… El cocodrilo simplemente miraba a Datsue, sin hacer nada.
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El Uchiha se quedó sin habla al descubrir que, lo que parecía molestarle más a Nagisa, fuese precisamente el poco valor que aquel cabrón le había dado a su hermana. En todo caso, ¡debería haberse alegrado por poder ahorrarse unas pelas! Eso, al menos, pensaba el Uchiha. La kunoichi tomó de un baúl una bolsa repleta de dinero, recordándole a la que había usado en su aventura junto a Akame en el Molino Rojo, en Tanzaku Gai, para saldar su Marca del Hierro. Aquella cantidad había sido, ni más ni menos, la utilizada en la timba.

Entonces, sin querer más explicaciones, Nagisa fue directa a la puerta.

¡E-espera, Nagisa! —Se arrepintió en el momento de hacerlo. Había estado dándole vueltas todo aquel tiempo, y aunque sabía que era lo que debía hacer, le apetecía tanto como un amejin el desierto. Pero se lo debía a Koko—. Hay algo más que no te conté... Conozco una técnica de fuuinjutsu, que con el mero hecho de tocar a alguien dejo en ella una marca de rastreo. Justo antes de que Koko fuese secuestrada, se la coloqué en la palma de la mano sin que nadie se diese cuenta. Ni siquiera ella —le reveló—. Si el rescate se torciese… Si algo saliese mal… Sería capaz de localizarla al instante con mi brújula. Localizar en qué dirección está. Es por esto que creo que…

Suspiró. De verdad que no le apetecía nada hacer el viaje de vuelta y arriesgarse de nuevo ante aquellos hombres.

Que debería ir contigo.
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Nagisa estuvo a punto de salir corriendo rumbo a las puertas de la aldea, cuando Datsue volvió a interrumpirla para darle una explicación adicional sobre una técnica suya que… siendo sincera, resultaba bastante práctica así que no tardó demasiado en acceder.

—Bien, pero haces lo que te diga sin chistar, ¿entendido? —le dijo severa, después de todo, tenía la placa de todo chuunin amarrada a una correa en el brazo izquierdo, indudablemente era un superior.

Si el chico la seguía, primero podría librarse de la cría dejándola en cualquier pasillo o en el jardín de los Sakamoto y justo a las afueras de la aldea vería a la kunoichi realizar unos sellos para invocar a…

…un cocodrilo, del tamaño de un oso adulto.

—Sube —indicó haciendo exactamente lo mismo.

Una vez que se sentó sobre el lomo del animal, esperó pacientemente a que el Uchiha hiciera lo mismo. Después de todo, no tenían tiempo para perder y cuanto antes se fueran al lugar que el mapa indicaba mejor.
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Nagisa aceptó su propuesta de forma mucho más fácil de lo que había pensado. Datsue emitió un suspiro. Por un momento, había tenido las esperanzas de que se negaría. De que no creyese necesaria su ayuda. El Uchiha —pese a que nunca lo reconocería—, no le hubiese replicado ni tratado de convencerla. Hubiese asentido con rapidez, deseado buena suerte y visto partir por las puertas de la Aldea. Con el corazón en un puño y preocupado por Koko, sí, pero a salvo en su casa.

Por supuesto —dijo, cuando Nagisa le pidió que aceptara lo que dijese sin rechistar. Datsue nunca había sido de los problemáticos en aceptar órdenes de un superior. Al menos, no abiertamente. Otra cosa era que luego, cuando se creía en la más absoluta intimidad y privacidad, hiciese lo que le diese la gana. Nada que ver con los amejines, al parecer. Su Hermano le había contado cada historia…

Pero su mente tuvo que volver pronto a la realidad, y de qué forma, cuando la kunoichi invocó a un jodido cocodrilo cuando salieron de la Villa. Y no uno de los pequeños, como acababa de avistar, sino uno tremendamente enorme. Tenía el tamaño de un oso, solo que mucho más largo y —a ojos del Uchiha— amenazante.

¿Q-que me suba a…? —Datsue retrocedió de forma inconsciente un paso—. ¿No hay otra forma de…? —Chasqueó la lengua. Cada segundo perdido era un segundo más que Koko convivía con aquellos malnacidos—. Está bien, está bien.

Sin fiarse ni un pelo de aquel animal, pegó un salto para auparse en su larga espalda, sentándose cerca de Nagisa y tratando de amarrarse a las escamas. Aquello, además de peligroso, le parecía la mar de incómodo. Nada que ver con una buena silla de montar o, cómo hacia poco había comprobado, las suaves plumas de un águila.
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En palabras sencillas Nagisa dedicó una mirada fulminante al genin que acababa de afirmar que acataría sus órdenes, para inmediatamente protestar al respecto. Por suerte no insistió más y subió al cocodrilo. Al verle sentado sobre el escamoso ser le dio un par de palmadas en el lomo y el animal empezó a moverse.

—Al país de la tierra, no te desvíes —le dijo al animal que no emitió ningún sonido ni se movió para indicar que entendió, simplemente siguió su camino.

La kunoichi siquiera estaba de humor para ponerse a hablar como usualmente haría, ni siquiera para preguntar por qué diablos lo habían mandado a él siendo bastante más valioso para la aldea que Koko. Pero había otra cosa que le estaba molestando demasiado.

—¿Y por qué mierda yo en lugar de cualquier otro? —cuestionó, indudablemente de mal humor.
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Datsue alzó una ceja, sorprendido, cuando la Chūnin simplemente le indicó al cocodrilo que se dirigían al País de la Tierra. ¿Es que acaso aquél animal razonaba lo suficiente como para comprender aquella orden? No sabía por qué, lo ponía en duda, pero el cocodrilo pareció entenderlo —o, al menos, entendió que debía moverse—, porque de pronto empezó a reptar de forma asombrosamente rápida por el camino que conducía al norte.

El Uchiha tuvo que redoblar sus esfuerzos en agarrarse a las malditas escamas, mientras sentía como alguna de ellas se le clavaban en el culo por el movimiento. No, definitivamente no le gustaba montar en aquellas bestias.

Nagisa, ajena a sus problemas, preguntó por qué había sido precisamente ella la elegida.

C-creo que eso fue cosa d-de tu hermana —respondió, entre balbuceos, porque todavía no le daba pillado el truco a montar a aquella bestia. Sentía que al menor descuido saldría catapultado hacia un lado.

Pero sí, él también se lo había preguntado. ¿Y qué otra explicación había que aquella? ¿Cómo iba el bandido a saber, sino, el nombre de ella? Koko debió elegirla por algún motivo… O quizá le habían hecho elegir. No lo sabía, había estado confinado con una mordaza los últimos días y apenas había logrado oír nada más allá de su propio gimoteo.


• • •


A la noche, a kilómetros de distancia…

Koko se había pasado el día entero sumida en la penumbra, sin nada con lo que entretenerse. Estaba hambrienta, porque Zaide se había ido por la mañana diciendo que tenía cosas de las que ocuparse, y no había vuelto en todo el día. Eso, suponía paz y tranquilidad para la kunoichi, pero también falta de alimento y agua.

Cuando creyó que la noche estaba llegando, sin embargo, oyó unos pasos. Habituada como estaba a ver poca cosa, la kunoichi había afinado su oído en aquella semana encerrada. Por eso, supo al instante que aquellos pasos no eran los del Uchiha. Los pasos de Zaide eran los de un zorro, tenían la suavidad de un gato, y la determinación de un león. Nunca un paso en falso, nunca un asomo de duda.

Aquellos pasos también tenían determinación, aunque de otro tipo. Eran las pisadas de un toro, siempre hacia adelante, sin vacilación. Pesadas, contundentes. Eran las pisadas de un oso. Las pisadas de…

Cuánto tiempo… —distinguió su sonrisa torcida tras los barrotes—, Sakamoto Koko.

Era Kuma.
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Una respuesta tan vaga como se hubiese esperado desde un principio. Y nada podría hacer para intentar quitarle información adicional al Uchiha, o al menos no le pareció necesario considerando que estaba su hermana en una situación de vida o muerte —probablemente—, cualquiera sea el caso, la kunoichi tenía solo una meta en ese preciso instante y nada la desconcentraría...

Salvo un genin que no parecía saber cómo acomodarse sobre el lomo de un cocodrilo que reptaba a gran velocidad. «Estos niñatos »pensó con bastante molestia.

—Agárrate de mí y deja de retorcerte —le dijo enderezando la espalda lo más posible para que tuviese fácil el deslizar los brazos por delante de su vientre.

A pesar de ello, el animal sobre el que viajaban no parecía alterado en lo más mínimo por lo que ocurría sobre él, como si el peso de ambos seres no le significase nada.


El aburrimiento de la Kageyama llegó hasta el punto en que rodar sobre la manta se le antojó sumamente divertido, lástima que cada dos vueltas llegaba hasta el otro lado de la celda y chocaba contra los barrotes o la pared. Eso sí, el balde se lo había dejado lo suficientemente lejos para no golpearlo por error.

Estaba hambrienta y deseando tener a su alcance un poco de agua que beber para solventar la molestia de la boca reseca, pero por mucho que intentara llamar al bandido este no respondió en ningún momento y pronto la pecosa decidió desistir.

No había nada que hacer, no tenía forma de escaparse de su celda y no había nada para beber ni comer. Y nada parecía indicar que eso fuese a cambiar.

Llegado cierto punto, la rubia decidió acomodarse una vez más sobre la manta para apreciar el techo nuevamente. Ya había encontrado todos y cada uno de los detalles que este ocultaba, desde las pequeñas marcas de alguno que otro golpe, hasta los rastros de insectos aplastados. Incluso algunas grietas por las que de vez en cuando una araña salía para llevarse alguna mosca atrapada en una tela de araña bastante delgada casi imperceptible, al menos para Koko quien vagamente veía algo con los ojos entrecerrados.

En eso, pudo escuchar unos ruidos de pasos, casi podía decirse que estaba feliz con eso, supuso al instante que Zaide regresó pero pronto esos ruidos se transformaron —o su mente los interpretó correctamente— provocando en ella cierta sensación de miedo. No era Zaide, pero tampoco podía ser Katame ni Yume…

«No me digas que es… »pensó horrorizada, justo antes de que aquella montaña apestosa apareció esbozando su retorcida sonrisa y la kunoichi no hizo más que alzar la vista para mirarle fijamente a la cara con miedo.

—Este… hola… —dijo temerosa.

Solo esperaba que se dignase a seguir las órdenes de su jefe por al menos una jodida vez en su existencia.
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