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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
Aupado por los vítores de victoria y la proclamación por parte de Tachibana como ganador definitivo, Kaido le sonrió al público como debiéndose a ellos e inyectó la euforia un galantería. Nadie podía decir que el Tiburón no era bueno dando espectáculos. Después le arrancó al Sargento el tajo de billetes sin mediar palabra alguna, y en silencio, le torció los ojos a Calabaza una última vez antes de ser el primero en abandonar el asqueroso agujero de combates ilegales y sumergirse en la nocturnidad del verdadero corazón de Club de la Trucha.

* * *

Para hombres como ellos dos, la noche era una fiel compañera. Les protegía de los ojos curiosos, y les daba la soledad que a veces imperaba como una necesidad en sus oscuros corazones. Por esa razón, no fue extraño que se encontraran ahí en el epicentro del que llamaban el callejón de la decadencia donde una calle descuidada, maloliente a orina y con apenas un par de farolas haciendo el trabajo de otras diez descompuestas. La figura de un hombre azul emergió de las sombras, de pronto, con una botella en la mano y cubierto por su capa de viaje con mirada irrisoria y tratando de sopesar el frío de las noches de Tanzaku con un ron especial bien caliente y seco que tomaba de a pequeños sorbos, cada tanto.

—Marrajo nunca se equivoca —soltó con voz de discordia, viendo la pasta azul—. estas puestísimo en esa mierda. ¿Ya te gastaste todos los pavos, no?

Un fajo de billetes voló entonces, repentinamente, hasta los pies de calabaza. El mismo fajo que Tachibana le había dado como cuota de su avasallante victoria sobre su jodido saco de boxeo.

»Toma, tu primer sueldo.
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#17
Calabaza dio un respingo de sorpresa cuando vio a aquel tipo aparecer de entre las sombras como un maldito espectro que fuese a castigarle por los pecados de su anterior vida. La primera reacción fue por supuesto esconder su preciado alijo, devolviéndolo al bolsillo descosido de su sucio pantalón, del cual había salido. Sus ojos negros y ojerosos otearon a la figura embozada que se la acercaba, con el terror patente de quien no conoce las intenciones del otro. Este miedo se vio acentuado, incluso, cuando la luz de una farola distante iluminó el rostro del tipo; era Kaido, el Tiburón.

«¿Viene a terminar lo que ha empezado? ¿O a llevarme preso a Amegakure, como un puto trofeo?»

Cuando el amejin se cercioró en voz alta sobre la evidente adicción de Calabaza al omoide, éste se encogió como un niño al que estuvieran reprendiendo. Todavía no sabía si Kaido iba a continuar pegándole, o si de verdad quería capturarle para llevarlo a Amegakure... O a Uzushiogakure. Su paranoya fue tal que apenas pudo mascullar una respuesta temerosa, pronunciada entre dientes con la tonada de quien pregunta pero no desea conocer.

¿Qué... Qué quieres de mí?

De repente, el color verde inundó su mirada. Calabaza se revolvió, asustado, pero enseguida se dio cuenta de que lo que acababa de bañarle no era una ensalada de hostias propinada por un tipo azul y musculoso, sino una lluvia de billetes verdes y recién recolectados. Del productor al consumidor. El joven yonqui hizo amago de ponerse a recogerlos con toda la rapidez que le permitían sus manos; una cantidad de dinero como aquella le aseguraba su particular sustento durante varias noches. Sin embargo, las palabras del Tiburón le detuvieron.

Calabaza alzó la mirada, desconfiado y temeroso, buscando la de Kaido.

¿S... Sueldo... Por qué? —hizo amago de incorporarse. Ninguna presa se quedaba en el suelo cuando intuía el aliento del cazador en su nuca—. ¿Quién... Quién eres? Yo... Yo no soy nadie, no tengo nada, ¿qué quieres de mí?
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#18
Un cazador, sin embargo, no se inmutaba cuando su presa daba señales de lucha. En cuanto Akame se levantó del suelo, Kaido dio un par de pasos para recortar el cordón de seguridad reflejado en una distancia de tres metros que les separaba al uno del otro y se detuvo en cuánto lo hubiera creído conveniente. Dio un sorbo a su ron añejo y sonrió con gracia ante el comentario de Calabaza.

—Es curioso, Calabaza, porque eso es justo lo que estoy buscando. A un don nadie. Para los forajidos como tú y como yo, esa es una característica vital y esencial si queremos sobrevivir en este mundo —primera condición cumplida, pasemos a la segunda—. y sí que tienes algo, compañero. Algo muy importante para nuestra misión aquí en Tanzaku. Información, amigo, información. Ahí, en tu cabeza. Pero de eso hablaremos luego —el gyojin tiró la botella y dejó caer su culo al suelo—. a partir de hoy trabajas para mí. ¿Está claro? no le debes una puta mierda a ese Sargento de los huevos. Entiendo que te urge la necesidad de abastecer tus putos gustos pero hay maneras más provechosas de hacerlo que dejándote golpear como un imbécil todas las noches para ganarte un par de monedas. Conmigo no te hará falta, salvo que otros tendrán que ser el saco de boxeo por ti.

»¿Estamos?
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#19
«¿Esto... es en serio?»

Ni en sus más alocadas ideas Calabaza habría podido jamás imaginar lo que el Goyjin iba a proponerle. En un primer vistazo, había que admitir que tenía sentido. «¿Información?», bueno, sí, aquel muchacho adicto al omoide llevaba meses viviendo en los bajos fondos de Tanzaku Gai. Había aprendido a moverse por las calles sin llamar la atención, sabía quiénes eran los que mandaban en según qué zonas, conocía los puntos calientes de distribución de drogas e incluso algunos de los sicarios más famosos de la capital había llegado a insultarle alguna vez.

«¿Cien... Me ha dado cien ryos?» La paga parecía buenísima; al menos para alguien con los esquemas tan trastocados como aquel chico. Lo que ganaba en El Club de la Trucha dejándose golpear como un saco de arena apenas le alcanzaba para rellenar su calabaza de sake de mala calidad y pillarse medio gramo de omoide. Con cien ryos la noche, sería capaz de tirarse mucho más y de permitirse ese sake que servían en botella roja con un lazo junto al tapón. Sus ojos se iluminaron con la vana codicia del patético rata de calle que no tenía otra cosa en la vida más que rebañar las pocas migajas que otros más afortunados le dejaban.

¿Nuestra misión? —preguntó, sagaz—. ¿Qué... Qué misión?

Cuando Kaido se dejó caer de culo al suelo, en clara muestra de gesto de confianza, Calabaza frunció el ceño con desconfianza renovada. El Tiburón seguía siendo un amejin, ¿no? ¿Cómo podía fiarse de él? «Mejor seguirle el rollo, por ahora... Si no me ha descubierto todavía, e intento resistirme y se monta una pelea, lo hará entonces...» El yonqui se dejó caer, resbalando su espalda por la pared que le servía de apoyo, hasta quedar sentado frente a Kaido.

¿Y qué... Qué quieres que haga?

La mano derecha empezaba a temblarle violentamente; esa siempre era la peor. Calabaza trató de detenerla agarrándola con su zurda, como si de una rata extremadamente nerviosa se tratase.
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#20
—Te dije que de eso hablaríamos luego —sentenció, con la cautela a la que se debía el tiburón. Que le hubiera contratado sin entrevista previa no quería decir que se iba a descojonar a soltar sus planes durante su estadía temporal en Tanzaku a diestra y siniestra. Debía ser cuidadoso con qué contaba, cuándo lo contaba; y a quién lo hacía. Y ese quién que ahora suponía ser Calabaza, no le conocía para nada. ¿O sí?

Ahora que no estaban con el furor del combate, y apenas un par de pasos les separaban, Kaido tuvo un vistazo mucho más oportuno del rostro de drogadicto. Era difícil ver a través de de la sucia musaraña de pelos azabache y la oscuridad desde luego que no ayudaba, pero el cabeza de dragón tuvo la repentina sensación que te aborda cuando crees sentirte familiarizado hacia un rostro. Aquél, deformado por lo que parecía ser una enorme quemadura como la que vestía también media cara de un hombre llamado Soroku, tenía ciertos aspectos —minucios y que para nada podrían decirle con certeza de que se trataba de Uchiha Akame—. que se le antojaban conocidos. Arrugó los ojos y trató de vislumbrar un recuerdo que le sacara la duda, aunque de más está decir que no tuvo éxito.

Así que, si no conocía al hombre, tendrían que trabajar en eso ahora.

—¿Cuál es tu verdadero nombre? —le exigió, como alguien que sabe que Marrajo, por ejemplo, era sólo un mote para mantenerse seguro ahí afuera, en las calles.
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#21
Calabaza le aguantó la mirada al Tiburón de Amegakure en aquella cercanía, por primera vez en toda la noche, tal vez en un arranque nostálgico de su antiguo temple. Los ojos cerúleos de Kaido parecían examinarle con detalle, y por un momento el muchacho temió que él hubiese reconocido a la persona que creía que habitaba tras esa piel arrugada por el fuego. ¡Cuánto le hubiera gustado decirle que se equivocaba! Que Uchiha Akame había muerto, en efecto, y que ni todas las técnicas más poderosas del mundo podrían cambiar eso. O así lo creía el joven.

Cuando finalmente el escualo abrió la boca, fue para disparar una pregunta que voló como un dardo envenenado hacia el yonqui. Éste se revolvió, inquieto, incapaz de disimular la incomodidad que le producía semejante cuestión. Desvió entonces sí, sus ojos azabaches hacia algún punto del suelo del callejón, entre sus manos que jugueteaban, nerviosas, con el chivato de magia azul.

Me puedes decir Calabaza —respondió finalmente—. Aquí todo el mundo me llama así. Calabaza es quien soy... Antes, no tiene importancia —adelantó, antes de que Kaido pudiera hacer alguna pregunta sobre la evidente falsedad de aquel apodo como nombre verdadero—. Cometí errores, perdí todo. Ahora sólo me queda... La magia azul.

Sus ojos brillaron como dos centellas cuando sus labios mencionaron al omoide. Aquello que le ayudaba a volver atrás en el tiempo, al lugar allí donde había sido feliz. Entonces el yonqui alzó la vista otra vez.

¿Cuál es el tuyo? —replicó, «Umikiba Kaido.»
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#22
«Cobarde»

Eso era lo que decían sus ojos, aunque no lo verbalizó en voz alta. Pero Akame sintió la presencia de Kaido juzgando su temor, avergonzando sus miedos. Era curioso, porque en las raíces que entrelazaban aquella historia existía un punto conexo que resultaba incluso premeditado, y es que ambos vivían ahora una vida nueva habiendo fingido sus muertes. Uno, sin embargo, trataba de rehuir de su pasado. El otro, lo abrazaba con el recelo de quien sabe esa parte tan suya que no era de hombres tratar de olvidarlo.

—Para poder ser alguien más en su totalidad, Calabaza, tienes que aceptar tu pasado. No tratar de enterrarlo como si se tratase de un pequeño trapo sucio que te avergüence. Un día te darás cuenta de ello y me vas a decir tu puto nombre, además de contarme tu verdadera historia. De cómo llegaste a... ésto —le soltó con filosofía impropia de su persona mientras presenciaba las secuelas del omoide y del abandono personal al que se había sometido Calabaza—. ¿el mío? llámame Kaido, tu nuevo jefe.

»Dime, Calabaza
—se removió la capa de viaje y descubrió sus brazos. Se señaló el tatuaje del izquierdo. El Dragón tribal de tintos negros y rojizo que envolvía su antebrazo y amenazaba, con las fauces en pleno abiertas, a sus enemigos. La Marca del Dragón—. ¿sabes qué es ésto?

«No se te ocurra decirme que es un "tatuaje", que te reviento, muchacho. Te reviento.»
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#23
Calabaza habría querido soltar una pedorreta bien sonora ante la lección de filosofía —muy acertada, por otra parte— del ninja azul. Para él había quedado tan claro que todas aquellas frases biensonantes, todas aquellas reglas y normas que regían el mundo, eran tan solo una patraña creada para embaucar a tontos como Uchiha Akame. Un ardid para mantener a los buenos shinobi bien ocupados y diligentes, siempre dispuestos a la tarea, hasta que llegase el día en el que tuvieran que ser reemplazados. Luego, la cadena de montaje que eran las Villas pondrían a otros en su lugar, a los que despojarían de su vida y de sus sueños, de sus sentimientos y de sus amigos, conocidos, amantes y familias. Para usarlos en su propio beneficio, para exprimirlos hasta que ya no quedara una sola gota en sus espíritus marchitos y entonces arrojarlos al tacho de la basura, junto a sus predecesores.

Eso era lo que opinaba Calabaza sobre todo aquello. Sin embargo, agradeció que Kaido se presentase por su nombre, por el simple hecho de que ayudaba a disipar las dudas de que el amejin estuviese allí con la intención de capturarle. ¿Por qué entonces habría dado su verdadera identidad? Sea como fuere, Calabaza estaba a punto de averiguar que, en realidad, El Tiburón ya no debía lealtad a la Lluvia... Sino a algo más.

Algo que Kaido le mostró al descubrir sus brazos, esos con los que le había golpeado brutalmente un rato antes, en El Club de la Trucha. El joven drogadicto recorrió la sinuosa figura de aquel dragón que parecía moverse bajo la piel del Gyojin. ¿Que si sabía lo que era? ¡Por todos los dioses! Aquel símbolo nunca se le olvidaría, no importaba cuánto whisky tomara. No por nada pertenecía a la banda de malnacidos que había asesinado a Koko. A Dragón Rojo. Incluso si aquella desgracia nunca hubiera ocurrido, la banda era famosa incluso en Tanzaku Gai; controlaban la distribución del omoide, del preciado omoide, y tenían fama de ser implacables. Brutales. Sanguinarios. Calabaza sólo había escuchado hablar de ellos de refilón, como si en realidad se tratasen de una leyenda negra de las calles que los camellos contaban a sus queridos yonquis antes de la hora de dormir. Y sin embargo, allí estaba. Un Dragón Rojo justo ante sus narices.

Y era nada menos que Umikiba Kaido.

El yonqui se pasó la lengua por los labios, resecos, con gesto nervioso. «¿Por qué cojones tiene Kaido ese tatuaje? ¿Un amejin en Dragón Rojo? Eso... Eso no puede ser...» Bajó la mirada, devolviéndola al chivato de magia azul con el que jugueteaban nerviosamente sus dedos desde hacía un rato.

Eres... Eres de ellos. Eres de Dragón Rojo —admitió, sin poder creerlo—. Pero, ¿cómo...?

Se mordió la lengua. Había estado a punto de cagarla. Hizo un aspaviento de yonqui y reformuló.

¿Qué quiere el d... El dragón de mí?

De repente, todo tenía un nuevo color. Porque allí, en Tanzaku Gai, ni siquiera el Dedo Amarillo se atrevería a tocar a un Dragón Rojo... Ni a sus amigos. Y a Akame le interesaba, le interesaba mucho, deshacerse de sus problemas monetarios con el Dedo Amarillo. Esbozando una mueca, siseó entre sus dientes tintados de azul.

Yo... Quiero algo a cambio. Un favor.
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#24
Ah, el cómo. El cómo era una historia interesantísima. Para otro momento, para otra ocasión. El bueno de Calabaza tendría que ser leal por un tiempo y demostrar su valía si quería conocerla algún día.

—Bien, Calabaza-kun, ¡bien! ya nos estamos entendiendo —dijo, casi complacido de que conociera el símbolo y temiera a la leyenda tras la figura de aquél tatuaje—. el dragón, nada. Ahora mismo eres comida de perro, así que no te regodees todavía. Lo que yo quiero de ti, sin embargo; son las experiencias de tu vida como un yonqui de Tanzaku gai. Porque eso es lo que eres ahora, ¿verdad? un yonqui que vive el día a día sólo por esa pequeña bolsita de mierda azul que tienes en tus manos. Tu adicción trae consigo una necesidad, y esa necesidad debe ser provista por alguien. Ese alguien, Calabaza, no somos nosotros. Tanzaku Gai no es aún nuestro territorio, pero lo será, muy pronto.

Sin embargo, Kaido tuvo que interrumpir su discurso y echarse a reír con desquicio cuando Calabaza hizo su primera solicitud. Expresa o no, y sin habérselo ganado.

—Te acabo de dar cien malditos ryo por adelantado ¿y te atreves a pedirme algo a cambio? ¿a cambio de qué pedazo de gilipollas? —le espetó, entre risas. Tenía suerte Calabaza de que Kaido era un tipo con buen sentido del humor—. ¿qué cojones quieres, eh?
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#25
«¿Mis... experiencias?»

Desde luego, el Kaido que tenía ante él no se parecía nada al que Akame hubiese conocido en vida. No sólo era constatativamente más fuerte, sino que tenía un aire de madurez, de veteranía; algo que el Gyojin impulsivo de antaño no había vestido nunca. Conforme el Tiburón hablaba, a Calabaza le iba quedando más claro su papel en todo aquel juego —el de servir de informante y mapa del tesoro para Dragón Rojo—. «El dragón quiere poner sus garras sobre Tanzaku Gai... Pero no pueden hacerlo a ciegas», entendió el muchacho, en un inesperado alarde de lucidez. Sin quererlo, un yonqui de mierda al que todos vapuleaban en su barrio y del que se reían a gusto cada ciertas noches en El Club de la Trucha iba a ser el arma de Dragón Rojo para hacerse con los bajos fondos de la ciudad. ¡Era un plan brillante!

Luego llegó el tema peliagudo. Por un momento Calabaza temió haber pecado de atrevido y provocado la ira de Kaido —que podría, sin lugar a dudas, arrancarle la cabeza allí mismo de quererlo—, pero las risas de éste le aflojaron la tensión. Con gesto nervioso y tonada indecisa, Calabaza se explicó.

Debo... Algo de dinero a una gente. Gente peligrosa... —se arrepintió de haber dicho eso casi al momento, y por una simple razón. Kaido era peligroso. Dragón Rojo era peligroso. A la gente peligrosa no solía gustarle que les dijeran que había otra gente peligrosa, como si eso implicara que ellos no lo eran tanto—. A una gente... Eh... Yo... Ellos son los que... Mueven la magia azul aquí.

Y, al instante, una bombilla se encendió en la cabeza greñosa y sucia de aquel jovencito. Una bombilla cubierta de polvo, desgastada y vieja, que llevaba mucho tiempo en desuso; pero que parecía, todavía, ser capaz de iluminar los pensamientos de su dueño. Calabaza miró de reojo a Kaido, como un niño a punto de sugerir una travesura especialmente malvada.

El Dedo Amarillo. Así se llaman... Ellos c... c... Controlan toda la venta. Ellos mandan en este barrio —y agregó, envalentonado—. ¿Q... Quieres mis experiencias? Pues ahí te va la primera, el Dedo Amarillo son unos hijos de puta avariciosos... Desde hace semanas que vienen subiendo el precio casi a diario...

Instintivamente, sus ojos se desviaron hacia la bolsita de omoide. La apretó con fuerza. No veía el momento de tirarse.
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#26
Debo... Algo de dinero a una gente. Gente peligrosa... —contó Calabaza, con la elocuencia de un perezoso entre titubeantes parafraseos—. A una gente... Eh... Yo... Ellos son los que... Mueven la magia azul aquí.

Bingo. Justo la información que estaba buscando.

El Dedo Amarillo. Así se llaman. Ellos c... c... Controlan toda la venta. Ellos mandan en este barrio. ¿Q... Quieres mis experiencias? Pues ahí te va la primera, el Dedo Amarillo son unos hijos de puta avariciosos... Desde hace semanas que vienen subiendo el precio casi a diario...

Kaido se mantuvo impertérrito ante la información, analizándola en el proceso. Lo primero que pensó fue en qué clase de nombre de mierda era ese. Según él, uno demasiado estúpido para una supuesta mafia. Lo segundo, pues que a Money no le iba a hacer mucha gracia que unos tipos que se hacían llamar El Dedo Amarillo le ganasen partida en una de las capitales más grandes de todo Oonindo, con lo cuál, iba a dar mayor protagonismo a sus intenciones de dominar la zona.

—¿y quiéres tú algo de las mías? —respondió con elocuencia—. en este negocio si no eres avaricioso, alguien siempre te gana la partida. Tampoco me extraña que teniendo el jodido mercado totalmente monopolizado no se puedan permitir el gusto de aumentar las tarifas cada que les sople el culo. Por eso la competencia es necesaria, mi buen Calabaza. Por eso vamos a entrar fuerte en esta ciudad y a ganarnos una cuota parte de la jodida Capital —Kaido se levantó del suelo y se sacudió los pantalones, visualizando de reojo las manos del yonqui que se movían incómodas alrededor de la bolsita—. continuemos esta fructífera charla en algún otro lado donde no me vaya a coger gangrena en los cojones. Vamos.

El tiburón echó a andar, esperando que su nuevo súbdito le siguiera. Instintivamente, estaba ocupando el tiempo para entender qué tan profunda era la adicción del pordiosero y cuánto tardaría en pedirle permiso para consumir los pocos gramos que había comprado con su paga. Eso le daría cierta certeza de qué tanto podría inmiscuir su propia influencia en el hombre, lo que definiría lo útil que podría llegar a serle según fuera el caso.

—¿Cuánto? —preguntó.
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#27
El yonqui se mantuvo en su sitio, como un cachorrillo asustado que ve, piensa y calla. La actitud de Kaido cada vez le hacía pensar más en cómo podía un ninja de Amegakure estar metido en semejantes embrollos; pero, ¿acaso Calabaza tenía alguna alternativa? Debía seguir el juego. Si el Tiburón quería algo de él, lo mejor era averiguar exactamente el qué... Y luego podría escabullirse. Escapar, esconderse, como tanto había hecho en los últimos meses. Ocultarse entre la mugre y la oscuridad era la única habilidad de Calabaza; y era rematadamente bueno en eso.

«¿Dragón Rojo pretende quedarse con el negocio del omoide en Tanzaku? Eso... Eso suena a problemas» pensó rápidamente el yonqui. Su aguzado instinto de supervivencia, propio de las ratas callejeras, le decía que mezclarse en semejante asunto era, a todas luces, una mala idea. «Pero si Dragón Rojo es más fuerte que el Dedo Amarillo... Y yo soy amigo de ellos...» ¡Todos sus problemas monetarios se verían resueltos!

«Por el momento, cautela, Calabaza. Hay que volar bajo... Enterarse de todo... Y luego, luego desaparecer.»

Kaido se puso en pie y el joven yonqui le siguió. El Tiburón quiso saber, y ante su pregunta, mientras caminaban por los callejones olvidados de aquel barrio, Calabaza se encogió de hombros.

Lo que pueda pagar cada noche... Esta, gracias a ti... Será mágica —admitió, con una sonrisa azulada, mientras manoseaba su cargado chivato.

Los dos muchachos caminaron por los callejones mientras Calabaza guiaba a Kaido a un lugar más apropiado para tener semejantes conversaciones. Tras unos quince minutos en los que apenas se cruzaron con nadie por las calles sucias y mal iluminadas, el adicto se detuvo frente a la puerta de un local de mala muerte.

Aquí... Este bar... Este bar está de puta madre. Te dejan meterte en el baño... —terció, como si aquella característica fuese un plus de la repanocha—. Venga, vamos...

Cuando pasaron el umbral y la puerta de chapa negra junto a la que un gorila de al menos dos metros y ciento y pico kilos, barrigota prominente y mirada desconfiada montaba guardia, Calabaza saludó con un gesto desganado a la camarera.

Hola, Ime.

La tipa le devolvió un saludo escueto; parecía que no se alegraba de ver al joven yonqui, pero tampoco quería rechazarle o burlarse de él, como la mayoría de gente a la que Kaido había visto aquella noche. Era una mujer fuerte y alta, de brazos musculados repletos de tatuajes, cabeza rapada y varias argollas metálicas por toda la cara. El lugar en sí respondía al típico cliché de antro de barrio bajo; pequeño, sucio, pobremente amueblado y con unas tenues lámparas de aceite que iluminaban la estancia a duras penas.

Voy... Voy al baño, Kaido... —se excusó Calabaza—. Pídete algo de beber... Si quieres.
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#28
Así pues, aquél par tan extraño de transeúntes se dedicaron a recorrer las peores calles de Tanzaku Gai en la búsqueda de un tugurio más apropiado, a nivel de las calañas que pretendían continuar conversando. Fue Calabaza quien dirigió la expedición de forma digna de un lugareño, evadiendo callejones indeseados y tomando sólo las rutas más pertinentes que les llevaron, finalmente, hasta un bar de mala muerte.

En cuánto atravesaron el umbral, el yonqui no perdió ni un sólo segundo para disculparse por un momento. Él y su mono tenían adicciones que resolver.

Kaido le arrojó una mirada intensa digna de un matón.

—Que aproveche —dijo, refiriéndose claramente a la deliciosa merienda que se iba a lanzar. Luego alzó la mano derecha y se la llevó con lentitud hasta los linderos de su boca, cerrando el puño en el proceso—. ah, y Calabaza —añadió con talante serio, esnifando profundamente las pequeñas manchas de sangre que aún tintaban sus nudillos y cuyo rastro pertenecía al propio Akame—. espero no estés pensando en huir de mí y escabullirte por una ventana. Porque adónde quiera que vayas, ten por seguro que te voy a encontrar.

Después de todo, cuando un Tiburón es dueño del aroma de tu sangre; sencillamente no tienes escapatoria. Así como no la tiene todo aquél que se inmiscuye con Dragón Rojo.
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#29
El joven Calabaza se limitó a asentir con expresión ausente, a aquellas alturas parecía más bien un cadáver andante que una persona. El mono se lo estaba comiendo, no hacía falta ser muy perceptivo para darse cuenta, y debía ponerle remedio. Sumergirse de nuevo en su propio mundo onírico cargado de recuerdos cuya evocación era lo que le hacía seguir vivo. Lo único que valía la pena en esta gris y triste realidad para el bueno de Calabaza. Así, su escuálida figura desapareció tras la mugrienta puerta del precario aseo.

Pasaron unos minutos.

¿Vas a pedir algo o sólo estás aquí para hacer bulto? —preguntó la camarera a Kaido, con voz monótona y cara de pocos amigos—. Tengo cerveza, sake, whisky...

Pidiera Kaido alguna bebida o no, el tiempo pasaría y pasaría sin detenerse. Media hora después, Calabaza aun no había salido del aseo.
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#30
Había que decir que cada proceso de drogadicción dependía de varios factores: uno de ellos era el tipo de droga —cuya presentación discernía el cómo ibas a consumirla, si bien inyectada, esnifada y/o otros métodos menos convencionales y agraciados de cara al público lector—. y de lo avivado que estuviera el organismo cuando el Omoide, en éste caso en particular; tocara techo y comenzara a hacer efecto en el individuo. Kaido intuía que para el mono tan evidente de Calabaza aquellos pocos gramos de pasta no iban a suponer un viaje demasiado trascendente si ya estaba más que acostumbrado a consumirla. Después de todo, no se tenía los dientes tan azules si apenas comenzabas el camino de la auto-destrucción que suponía meterse con la magia azul y era evidente que, mientras más buscases refugiarte en esa droga, ibas a acabar acumulando demasiado millaje como para poder volver a los recuerdos más lejanos y bonitos de tu existencia. Hasta que llega el día en el que sólo te queda un vacío de autoflagelación y la añoranza de momentos perdidos.

Por esa razón, Kaido esperó pacientemente. Porque respetaba el hecho de que alguien no pudiera dejar su pasado atrás, aún cuando a él se le había hecho endemoniadamente sencillo. No por mérito propio —aunque el gyojin no era consciente de ello—. sino gracias a la influencia de aquél poderoso Fūinjutsu que se escondía tras la fachada de un tatuaje de dragón que le tendía una mano cada vez que sus objetivos no estuvieran alineados con la organización. Una técnica sencillamente infalible si querías lograr un compromiso incuestionable y una lealtad absoluta.

¿Vas a pedir algo o sólo estás aquí para hacer bulto? —preguntó la camarera a Kaido, con voz monótona y cara de pocos amigos—. Tengo cerveza, sake, whisky...

—Sírvete dos whisky —pidió, finalmente.

Su chupito no duró demasiado, sin embargo, y el que había pedido para Calabaza seguía allí cogiendo frío. Y un whisky frío no era tan bueno como a las rocas.

«Como te hayas escapado, hijo de perra... ¡como te hayas escapado!» —tiró la silla hacia atrás y hizo el ademán de querer ir a echar una meada—. «por Ame no kami. Ya no se puede confiar en nadie hoy en día. Todos quieren aprender a las ostias. Y yo pensaba que ya era cosa mía.»

Acto seguido, fue a buscar a su jodida mascota.
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