17/02/2020, 03:17
(Última modificación: 17/02/2020, 04:25 por Uchiha Datsue. Editado 2 veces en total.)
Ryū se perdió en los ojos de Kaido, en sus palabras, mientras respiraba entrecortadamente. Estaba fallando, estaba fallando, estaba fallando… y los Ryūtōs dependían de él. Le observaban. Le esperaban. Más presión, más presión, más presión…
Pero no podía. Por mucha fuerza que imprimiese a su agarre, por mucho que tirase, ya no podía.
—Yo… Ya no puedo… —Fue la primera vez. La primera vez que Kaido le vio así, y la primera vez que a Ryū le sucedió. Una nota de impotencia. La mirada gacha. Sus hombros derrumbados. Estaba derrotado. Se sintió derrotado—. Ya no puedo.
—No, claro que ya no puedes. Porque ya no queda nada en ti.
Sintió un extraño picazón en los ojos. ¿Acaso estaba…? ¿¡Acaso estaba…!?
Fue un chispazo de la nada. Un súbito calor que Ryū sintió desde lo más profundo de su ser. Días, semanas, meses más tarde, jamás encontraría una explicación de qué fue lo que la hizo surgir. Fue una furia repentina e incomprensible, que amenazó con abrasarle por dentro. La reconoció en seguida. Hacía muchos años que no la sentía, pero la recordaba muy bien.
Descargó un tremendo puñetazo sobre el hielo, justo encima de Jujunna.
—Mira bien. —Sí, quizá lo que antes despertaba rabia en él ya no le producía más que indiferencia. Pero dejar la personalidad de Ryū atrás, esa que había forjado y pulido por años, no significaba que también tuviese que olvidarse de su pasado más reciente. Y Kaido tenía razón, en los últimos años, otras cosas habían nacido en él—. ¡Mira bien!
Y otro puñetazo. Y otro. ¡Pam! ¡PAM! ¡PAM! ¡¡¡PAAAAAMMMM!!!
El hielo se agrietó. La sangre resbaló por sus nudillos, se coló entre las grietas y humedeció la hoja del mandoble. Y entonces, Jujunna vio. Y entonces, Kaido vio junto a ella. A través de ella. Pues el cuerpo de Jujunna se convirtió entonces en un espejo, el reflejo del alma de Ryū. Y en ella se pudo ver a decenas de hombres y mujeres con armaduras de samurái siendo cercenados por una hoja ondulante. Y en ella se pudo ver a un hombre siendo machacado a golpes hasta que su cuerpo no fue más que un amasijo de carne y huesos rotos. Un hombre que a Kaido le sonó. Le sonaba de verlo en los recuerdos de Muñeca, justo cuando revivió sus últimas emociones.
Ryū aprisionó la empuñadura del mandoble con una mano y el ricasso con la otra. Aunque ahora no parecía que quisiese empuñarla, sino más bien ahogarla.
—¡¡¡MIRA BIEN HE DICHO!!!
Y en ella se pudo ver una mujer de cabellos rizados, ahogándose en su propia sangre. Y en ella se pudo ver una niña muy morena, que gritaba: papá, papá, ¡papá, ¿por qué…?! Y que moría…
… y que moría…
… y que moría… aplastada por un martillo más grande que su propio cuerpo.
Y en ella, se pudo ver… Se pudo ver a Masumi. Ardiendo. Ardiendo… Ardiendo.
—¡¡¡GGGGGGRRRRRRROOOOOOAAAARRRRR!!!
Fuego. En su máxima expresión. En su más puro significado. Las llamas envolvieron la hoja del mandoble como una vieja amante reencontrándose con su amado. La abrazó. La besó. Las llamas se colaron por cada recoveco, encontrando fisuras en el hielo que antes ni estaban. Y con cada centímetro recorrido, su pasión crecía. El fuego empezó a desorbitarse, a derramarse como una olla a presión bullendo sin control. El fuego ascendió hasta la falsa guarda, creció salvaje y caótica hasta la empuñadura, y envolvió los brazos de Ryū como dos fauces hambrientas.
No, no de Ryū. Él ya no era ese. Él era…
¡¡¡Cccccrrrrrrrrrssssssssssssssssssttttt!!!
… él era el Heraldo del Dragón. Él era Ryūnosuke.
Movió los brazos, y la espada trazó un arco hacia arriba, cortando y derritiendo el hielo a su paso como mantequilla fundida. El fuego fue más allá. Mucho más allá. Cortó en una línea recta todo lo que había a su paso: el frío suelo, el techo, la puerta a sus espaldas, el pasillo, el pilar del otro lado.
Los orbes verdes de Ryūnosuke reflejaban las llamas, y se pararon en Kaido. Le observaban… ¿hambriento?