—Vuelvo al vuelo— recogió su sombrero y se lo ajustó. —¡Pero recuerda que ese hijo de puta es mío!— señaló al Kage Bunshin con el dedo para luego llevarse los dedos a la boca y chiflar cómo si llamara a alguien.

Afuera, un relincho potente pareció contestar a la llamada. Bandō despareció de la vista de todos, mientras algunos seguían conmocionados y otros lloraban. De ellos, principalmente el señor Hayashi resollaba a través de sus minúsculos ojitos, incapaz de comprender aún las razones de toda aquella mentira.

El Yotsuki se acercó a él con las cejas arqueadas, pues sabía que ese hombre se estaba haciendo mucho daño al atestiguar todo lo que estaba ocurriendo.

—Venga conmigo— le tomó del brazo. —No está ni física ni emocionalmente bien, vamos a su casa, al hotel o a donde sea para descansar, pero deje el resto en nuestras manos— sonreía, aunque su mirar denotaba pesar.

El hombre no pareció oponer resistencia, pues aunque quería hablar con Asobu y exigirle explicaciones, también temía escuchar la verdad.

—Los demás, ayuden a llevar a la mesera también. Datsue— Pasó sus ojos por él. —O clon, o lo que seas. Trataré de no tardarme demasiado y volver cuanto antes— la sonrisa se había borrado de sus labios, por primera vez en todo aquel desastre. "Estas personas no se merecían algo como esto."

Asobu se mantuvo estoico ante las palabras del Uchiha, limitándose a suspirar forzosamente.

—Leéme la cabeza, mátame, me da bastante igual lo que hagas conmigo—. aquella resignación era más por la desesperación de tener que esperar para que por fin se dignara a actuar. Estaba muy condicionado en esos momentos.

La única opción realmente viable para él era escabullirse, pero el robo se le complicaría, punto. No existían otros caminos, pues que si huía y regresaba con las manos vacías, seguramente iba a terminar ejecutado de todas formas. En tal caso, si iba a morir, le gustaría al menos hundir un poco al amo. Aunque seguramente, no podría hablar aunque quisiera.

Cuando Roga estaba a medio camino del hotel, vio a Datsue —el original—, haciendo el camino contrario: se dirigía a la casa del doctor, a averiguar qué coño estaba pasando por él mismo.

Mientras tanto, el clon miró con escepticismo a Asobu.

—Si te da igual morir, ¿para qué vives?

En cuanto se topó a este otro Uchiha, no dudó en captar su atención, pues al menos los demás clones no parecían compartir información entre sí.

—¡Datsue! O bueno, clon, o... mierda. ¡Ya no sé ni quién es el real! ¿Eres tú o eres otro condenado bunshin?— Se llevó las manos a al cintura y ladeó la cabeza con el ceño fruncido.

—Ya no sé que me marea más— dijo el señor mientras se sujetaba la cabeza y se tambaleaba.

De vuelta a la casa del doctor, Asobu bufó ante la interrogante, pues dudaba enormemente que pudiera entender su situación, además que no era algo que fuese realmente de la incumbencia de ese par de mocosos.

—¿Por qué te interesa?— Respondió cortante.

Datsue se detuvo al oír a Roga llamándole.

—¿Acaso no se nota? —respondió a la pregunta—. Soy Datsue, ¡el Auténtico, joder! ¡El Inimitable! ¡El Incomparable! —Esperaba haber dejado claro que no era ningún sucio clon—. ¿Qué coño está pasando? No dejo de recibir información inconexa de mis clones.




El clon se encogió de hombros.

—Curiosidad. Si aprecias tan poco tu vida que te da igual morir… No sé ni para qué te molestas en seguir respirando.

—Sí, supongo que sólo el original es tan irresponsable para mandar clones en lugar de ver por sí mismo que es lo que estaba ocurriendo— se cruzó de brazos. —Cómo sea, tu clon usó... ¿un sello maldito?, para retener al falso enfermero, mientras ricitos de oro el vaquero a ido por unas esposas supresoras de chakra para intentar retener al princeso y luego así poder interrogarlo. Yo estoy llevando al doctor a descansar, aún no se ha recuperado del todo de su síncope y no está en condiciones de nada, además que el bruto de Bandō noqueó a la mesera para evitar que ayudase a Asobu, pues entró en un shock emocional tan fuerte que no piensa bien.


No se sorprendió para nada del razonamiento del Uchiha, pues era una respuesta simplona sacada de una mente aún más simplista.

—Soy un ave enjaulada— Se limitó a responder.

Mientras siguiese en esa jaula, no le importaba lo que le sucediese. Pero si fuese libre, quizás la cosa cambiaría.

Datsue asintió ante las explicaciones que Roga le daba para rellenar los huecos y vacíos que no habían sido transmitidos por sus clones.

—Vale, ¡muy bien! Pues voy para allá. Asobu no se nos puede escapar ahora.

Y, dicho esto, retomó su carrera en dirección a la casa del doctor.




El Uchiha rio ante la respuesta.

—Y luego me llaman a mí melodramático —replicó—. Pues que mente más débil que tienes, la verdad. Un tío con dos cojones intentaría romper los barrotes de su propia jaula. Pero se ve que tú eres un mierdas. No te preocupes, pronto terminará tu espera.

«¡Vamos, coño! ¿Cuánto van a tardar en traer esas esposas?»

—Te alcanzaré en cuanto pueda— correspondió las aclaraciones y continuó su camino al hotel.


Asobu chasqueó la lengua, molesto. Le irritaba la verdad.

No es que tuviera miedo de romper la jaula, no, le aterraba. El problema no era tanto la jaula, sino el carcelero. Odiaba mucho la jaula, pero el pánico al guardia le abrumaba de tal manera, que era preferible morir ahí mismo que tener que encarar la furia del amo.

—Qué fácil es hablar desde la ignorancia.

Oh, si iban a empezar con el noble y bello arte del duelo de las réplicas, Datsue tenía para dar y repartir.

—Qué fácil es hablar desde el conformismo.

«Seis minutos… Que no te despiste, que en cuatro el efecto del fuuinjutsu se va. Como no lleguen a tiempo…»

—Para ser alguien que sólo tiene curiosidad, te lo has tomado muy a pecho— bufó.

Y pronto, para alivio del Uchiha y desgracia del farsante, el relincho y el galope en las afueras anunció el regreso del bandolero, siempre con sus pasos adornados con el sonido de las espuelas al andar.

—Las tengo— comentó mientras caminaba hasta el par mientras sostenía las esposas en lo alto de su mano derecha. —Aunque insisto en que no entiendo tu actuar. ¿Qué pretendes saber de él? Más fácil rajarlo y acabar con este asunto de raíz— se ajustó el ala del sombrero con la zurda.

—Para ser alguien que no tiene ganas ni de vivir, no callas ni debajo del agua.

Joder, ¡si es que tenía para dar y repartir! En el duelo de las réplicas cortas y sencillas, el Uchiha nunca se quedaba sin munición.

Lo que sí se iba a quedar era sin tiempo. Por suerte, Bandō llegó con las ansiadas esposas, justo en el momento oportuno.

—¿Rajarle? ¿Tú estás tonto? —le espetó, quizá más sincero de lo que debería—. ¿Y si no es la única raíz que hay que cortar? ¿Y si tiene compañeros? ¿O jefe? ¡El pueblo volvería a sufrir las consecuencias! —Y, lo que era más importante: su carrera por la pasta todavía no estaría a salvo—. ¿Estás seguro de que son esposas supresoras de chakra? ¿No serán una de esas defectuosas que has comprado en un Todo a cien ryos, ¿no?

—¡Cómo si te importara el pueblo! Sólo eres un maldito interesado, cómo todos los jodidos extranjeros. Además, dudo que alguien más esté con este papanatas, yo mismo estuve vigilando a este malnacido...— Observó a Asobu y este rápidamente desvió la mirada como apenas le era posible, incómodo.

Y sin querer, Datsue tocó una fibra sensible en Bandō.

—¿¡QUE DIJISTE PEINADO DE CEBOLLA MAL CORTADA!?— Espetó con furia mientras le señalaba. —¡Serás animal! ¿Cómo demonios te atreves a dudar de mí? Pocos en esta enorme caja de arena que tenemos por país tienen la mínima noción de armamentística que yo poseo, ¿y aún así pones en tela de juicio lo que te ofrezco? Yo mismo robé-,rob... adquirí estas piezas y te garantizo por sobre los cuatro dioses cardinales que son auténticas— Terminó de explotar ya con la cara roja y las pupilas contraídas. —¿Estabas urgido de ellas no? ¡ENTONCES NO ME VENGAS A CRITICAR!— Le tiró las esposas.

Asobu suspiró con pesadez. Sin duda cualquier cosa era mejor que soportar a semejante par de idiotas.

—En serio, alguien que me mate ya...

¿Ah, sí? ¿Lo había estado vigilando? ¡Pues no muy bien, visto lo visto! Al doctor casi lo había matado y con el bandido lo había conseguido. No obstante, si algo enfadó a aquel hombre, eso fue que se atreviese a dudar de las esposas que traía. Pareció como si hubiese insultado a su santa madre con un insulto imperdonable.

—Vale, vale. Lo pillo —dijo Datsue, tomando las esposas y colocándoselas en las muñecas a Asobu. Apretadas, por si las moscas. Ahora, podía desactivar el sello maldito fácilmente de forma mental, o podía...

¡Bang!

Un sonoro puñetazo directo a la nariz.




Mientras tanto, Datsue —el de verdad—, acababa de llegar a la entrada de la consulta. No obstante, algo le había llamado la atención. Se acercó a él con pasos lentos.

—Vaya… ¿Serás tú el caballo de Bandō? —preguntó, esbozando una de esas sonrisas que derrochaban maldad por cada centímetro de piel.

Asobú calló al suelo, pero fue incapaz de recuperarse por el reverendo dolor en la nariz —Hijo de perra madre...— masculló.

—¡Oye al menos me hubieras dado el gusto a mí!— se quejó el bandido.


¿Alguna vez alguien mencionó que Bandō poseía un hermoso corcel negro? Unos cascos más anchos de lo normal, alto en su porte pero no exagerado, la espalda y su cuello le daban un toque elegante al galopar. Su crin parecía un tanto azulada y sus ojos eran penetrantes. Pues bien, el que dijo que eso era un corcel es que no tenía idea de que hablaba en esos instantes. No es que no fuese tan bello e imponente como se le describía, sino que el término más adecuado seria destrero. ¿Cuál era la diferencia? Más que una raza, se trataba del tipo de adiestramiento que recibía. ¿Entonces cuál era la raza? La complexión del animal era de por sí un poco rara: demasiado alto para esos cascos y demasiado pequeño para halar cosas. Conclusión: alguien tuvo la brillante idea de cruzar un shire con un mustang. Alguien que no sepa del tema, se sentirá en la luna y pasaría todo por alto. Alguien que supiera, se preguntaría para qué alguien querría semejante salvajada.

El caballo del bandolero respondía al nombre de Galante, pero ahí es donde terminaba su gallardía, siendo un animal con el carácter de los mil diablos. Independientemente de si fueses amable o tosco, tenías que entender cuál era tu lugar.

En el caso del Uchiha, este notaría que las orejas del caballo se fueron hacia atrás, pegándose a su cabeza. Le miraba fijamente, agitando la cola de forma tensa.

Datsue lanzó una mirada divertida a Bandō.

—¿Y quién dice que te lo quité? Vamos, ¡todo tuyo! —le animó. Y, como para demostrarle cómo se hacía, golpeó de nuevo a Asobu. Esta vez, aprovechando que estaba en el suelo, con una patada directa al estómago.

Y otra... por si no había quedado lo suficiente claro.

Y otra... Solo por si acaso.

¿El interrogatorio? Sabía que Asobu se negaría a hablar. Mejor no perder el tiempo y empezar directamente por los golpes.




—Shouu… Shoooouuu… Buen caballo, buen caballo —trató de calmarle Datsue, consciente de que aquel corcel era de sangre hirviente.

«Vamos, coño. Derrotaste a un jodido Uzukage. Un simple caballo no debería costarte tanto»

Se preparó. Tomó aire. Realizó unos sellos muy concretos y…

… pegó un gran salto, dando una voltereta por encima del caballo y apoyando una mano en su lomo. «¡Técnica sellada!», pensó, triunfal, para luego hacer fuerza con el brazo y dar una segunda pirueta para aterrizar a una distancia segura.

¿Qué lo de Asobu era más apremiante? «Nada hay más apremiante que los negocios, compañero».

—¡Ja! Te falta creatividad— El bandolero puso una mueca de felicidad, una muy torcida felicidad.

Caminó hasta el enfermero farsante y puso un pie sobre su cabeza. Luego lo pateó para dejarlo boca abajo y de inmediato le dio un pisotón en el centro de la columna, procediendo a limpiarse la suela del zapato con la camisa de Asobu con todo y espuela rasgándole la piel. Cambió de pierna y procedió a hacer lo mismo con su otra bota.

El enfermero no pudo sino crujir los dientes y gruñir con rabia, pues sabía que esos dos sólo lo estaban haciendo por la pura maldad de divertirse.

—...Me dan asco...— se encogió de dolor sobre sí.


Una marometa digna de los mejores circenses fue el medio con el cuál Datsue logró poner una mano encima del caballo. Sin embargo la bestia no iba a quedarse tranquila ante nadie que se atreviese a ponerle un dedo encima, no. Porque para cuando Datsue pegó semejante brinco, el caballo ya había levantado el pecho, inclinándose hacía atrás. Confuso, el animal intentó lanzar una única coz con ambas patas traseras.

Diese o no, el animal estaba perturbado, por lo que soltó un relincho fuerte mientras se daba la vuelta buscando al que osó irrumpir su momento de hacer nada.