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Los días se hacían largos y desgastantes. Cada zona era igual a otra que ya había cruzado con anterioridad, cada espacio era una copia idéntica de otro por el cual ya había pasado. Se limitó a pensar que caminar en círculos no aplicaba en su caso, ya que sentía que solo se movía en figuras retorcidas y confusas. El frondoso dosel hacía difícil el orientarse utilizando el sol y el permanente verde circundante comenzaba a ser perturbador.
—Creo que estoy perdido —admitió ya demasiado tarde, ya cuando llevaba dos días vagando por El paraje del bambú—. Sería genial tener una brújula o que Momo estuviera aquí, su olfato podría guiarme. —Luego del altercado en la zona fronteriza se vio despojado de su caballo, por lo que el camino de vuelta a su país tendría que ser a pie.
Al principio creyó que sería sencillo; solo caminar hacia el sur hasta llegar al país de la espiral. Pero en su camino se encontró con un impresionante bosque. Había un camino que señalaba la dirección para rodearlo, pero la belleza natural de aquel paraje le hizo adentrarse en el mismo. Fue tarde cuando se dio cuenta de que estaba desorientado. Decidió acampar y esperar la mañana siguiente para seguir el rastro del sol matutino, pero aquella frondosidad parecía querer negarle esa oportunidad.
—Esto será más difícil de lo que pensé —aún mantenía su habitual calma, pero la situación estaba lejos de gustarle—. Esto de perderme apesta… Digo el ambiente es muy agradable y los brotes de bambú no están tan mal como alimento, pero tengo que regresar a casa.
Se encontraba en la parte donde la vegetación era más densa, provocando que el lugar se comportara como una gran jaula natural. La parte alta era tan tupida que ocultaba, parcialmente, el sol durante el día y las estrellas durante la noche.
—Un lugar ideal para un ermitaño que no quiere ser encontrado —admitió luego de volver a caminar por unas horas—. Todo un inconveniente para un extranjero que solo quiere cruzar el bosque e irse.
Aquel día había caminado mucho y como en todos los anteriores no obtuvo resultados. Definitivamente se encontraba preocupado por su situación, pues aunque sabía que el riesgo de morir era poco, quedarse viviendo allí no era una opción. Aunque en retrospectiva, vivir en un lugar solitario y pacífico era mejor que tener que sobrevivir en las calles.
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16/02/2016, 17:32
(Última modificación: 17/02/2016, 12:20 por Uchiha Akame.)
Debía ser más de mediodía cuando un olor delicioso llegó hasta el gennin de Uzu. Era intenso, con aromas de fuertes especias, y parecía provenir de no muy lejos al Este. Si el chico de pelo blanco lo seguía, sorteando las gruesas y altas cañas de bambú que crecían por todas partes, llegaría por fin a la linde de un sendero. Se trataba de un camino de tierra, claramente marcado, que venía del Noroeste y se dirigía hacia el Sur.
Si seguía su olfato, no tardaría en encontrar a los responsables de aquel delicioso aroma. Junto al sendero, en un pequeño claro natural entre los bambúes, ardía una débil hoguera alimentada por trozos de bambú resecos. Sobre el fuego había una cazuela metálica, y en esta, el guiso cuyo olor había traído al gennin de Uzu. Junto a la hoguera estaba sentado un hombre, que por su apariencia debía rondar la treintena -piel café, ojos oscuros y bandana de Takigakure en el cinturón-. Por su chaleco militar, cualquier persona enterada de los rangos shinobi podría deducir que se trataba, mínimo, de un chuunin.
El tipo estaba absorto en su labor de cocinero, y removía el guiso con experimentada paciencia, y de vez en cuando rebuscaba algún ingrediente en la mochila que descansaba a su lado, sobre la tierra. Mientras, silbaba una rítmica cancioncilla, tarareando algunos versos cuando llegaba a las partes que más le gustaban.
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Aquel día se despertó sintiéndose cansado y sediento, tal como lo había hecho el día anterior y el que fue antes de ese. Por suerte su última caminata le llevó a toparse con una fuente que manaba de un grupo de rocas. El agua era fría, prístina y de flujo abundante, por lo que resultaba todo un alivio para él. Haciendo uso de sus habilidades manuales y de una gruesa rama de bambú, pudo improvisar una serie de vasos que uso para almacenar el vital líquido. El refugio que había utilizado era un pequeño círculo en donde los delgados árboles crecían en espiral y uno sobre otro formando una especie de choza cónica, un lugar cerrado y cómodo en su opinión.
«Tengo hambre —su estómago estaba rugiendo como siempre que lo hacía en las mañanas—. Espero encontrar algo más que retoños de bambú para comer.»
Partió con sus armas listas y con la esperanza de encontrarse con algún animalito que tuviera suficiente carne en los huesos como para llenarle la panza. Habían pasado tres horas y era más de medio día cuando por fin dio con un rastro. Las huellas eran pequeñas y difíciles de seguir, pero definitivamente eran recientes.
Al final encontró lo que buscaba: Se trataba de un pequeño mapache que recorría el suelo del bosque. En un principio se emocionó, pues aunque decían que la carne de aquellos animales era terrible, la oportunidad de comer algo más sustancioso lo hacía salivar.
«Parece que busca algo —inquirió al ver cómo el animal olisqueaba el aire—. Quizás deba esperar, quizás si lo sigo me lleve a donde hay otros alimentos —dedujo, entendiendo que ser paciente bien podría recompensarlo—, digo… Después de todos los mapaches no pueden sobrevivir de solo bambú… Creo.»
La persecución fue difícil y dolorosa: El pequeño animal se escurría por lugares estrechos y poco adecuados para alguien con un cuerpo más grande que el suyo. Su velocidad resultaba extenuante, pero jamás se detenía. Era como si su sentido del olfato le estuviera llamando con una fuerza demencial.
—¡Ay! —Gritó, cuando, por el cansancio, sus piernas cedieron y se fue de boca contra el suelo—. Genial, no solo me caí, si no que también perdí el desayuno.
Pero en el transcurso de perder su alimento encontró algo más. Mientras se limpiaba la tierra del rostro cayó en cuenta de que se encontraba en un sitio diferente al que había estado en los últimos días. Era un camino de tierra, bastante claro y con evidencias de transito frecuente. Por fin podría regresar a su hogar, al menos luego de llenar aquel estómago que se retorcía por el hambre.
—¿Qué es eso? —Se preguntó al sentir como un fuerte olor picoso acariciaba su olfato—. Definitivamente es comida —dedujo mientras su barriga parecía rogarle que fuera en dirección al aroma—. Seguramente hay un pueblo cerca, y al parecer tienen buena comida.
Decidió seguir su nariz hasta donde la esencia condimentada le guiase. Esta no le llevó hasta ningún pueblo, puesto que lo único que encontró fue más tramos de sendero y un claro a un lado del mismo. Al acercarse más pudo notar que había una pequeña fogata, sobre la cual colgaba una olla en la que con toda seguridad estaba el estafado cuyo olor le arrastró hasta allí.
Pero como era de esperarse, la comida no estaba sola.
«¡Huy! Esto podría ser malo —pensó al observar al sujeto de piel oscura que silbaba mientras cocinaba—. Por su apariencia diría que tiene unos treinta años y por lo que veo es un ninja de Takigakure, de más rango que yo por si fuera poco.»
El joven de ojos grises mantenía su distancia y observaba desde un lugar seguro. Aunque para un Chuunin como aquel no sería muy difícil el detectar su presencia entre los arbustos. Tampoco es como si su cabellera blanca no resaltará contra el verde del follaje, quizás reaccionara en cuanto se diera cuenta. El sujeto parecía estar concentrado sólo en que aquel guiso no se le pasara de punto. Pero luego de los acontecimientos en la frontera, consideraba como muy probable que enviaran a alguien por quien había causado tanto alboroto.
«Tengo mucha hambre, pero si resulta ser alguien que está tras de mí… Dudo que pueda escapar si es un Chunnin.»
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Pese a los temores del chico de blanca cabellera, no sería aquel chuunin cocinero el que se diese cuenta de su presencia. Allí, agazapado entre unas ramas de bajas de bambú, el chico de Uzugakure no vio llegar a la tercera persona en escena. Encaramada a un tronco de bambú, unos cuantos metros por encima de la cabeza del muchacho, una kunoichi le observaba atentamente con sus ojos del color de la escarcha. Era muy morena, hasta tal punto de que su piel casi tenía el color del café, y contrastaba con su pelo blanco -igual que el del shinobi-. Parece totalmente perdido, está claro que no es de por aquí... ¿De qué tendrá miedo? A juzgar por su bandana, es un gennin de Uzugakure. ¿Qué hace tan lejos de su Aldea, y solo?
Tras unos instantes de silente observación, la chica decidió darle un pequeño susto al recién llegado. Una bromita inocente. Se dejó caer directamente tras el extraño, amortiguando el descenso con una suave flexión de rodillas. Sin darle tiempo a reaccionar, Anzu empujó al chico con todas sus fuerzas, intentando hacer que se desequilibrase y cayera hacia delante, abandonando la cobertura del arbusto.
-¡Vaya, acabo de conocer al peor espía del mundo! -bromeó entre carcajadas-. ¿Qué te pasa, colega? Se te ve hambriento, he podido escuchar los rugidos de tu tripa desde el quinto bambú.
-¡Anzu, te he dicho mil veces que seas amable con los ninjas de otras Aldeas! -la reprendió el chuunin cocinero, que se había puesto en pie y caminaba hacia ellos-. No tienes muy buen aspecto, chico, ¿podemos ayudarte en algo?
Yotsuki Hida tendió una mano amiga al gennin de Uzugakure para ayudarle a levantarse. Parecía un tipo simpático, aunque sus rasgos curtidos dejaban poco lugar a dudas sobre lo experimentado que era. Sus ojos, marrones y oscuros, examinaban al del Remolino con curiosidad.
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Se encontraba agazapado, esperando mientras pensaba en cómo abordar la situación. Había tantas incertidumbres que le costaba imaginarse algo en concreto. El sujeto podía ser alguien enviado a buscarle pero que se detuvo al ver como se perdía en el bosque, decidiendo esperar hasta que saliera. Por otra parte puede que no fuera tras él, pero aquello no significaba que fuera amistoso. Entre tantas dudas algo era seguro… Tenía hambre
«No se ve tan sospechoso —dijo, observándolo—, cosa que no podría decir de mi mismo. Digo si aparezco de repente, armado y acechante, podría causar una reacción agresiva… Creo que lo mejor es seguir mi camino y tratar de soportar el hambre.»
Pero no llegaría a realizar la silenciosa retirada que había planeado.
Cuando recién se estaba levantando para abandonar el sitio, pudo sentir como un par de manos le empujaban desde atrás. Mientras salía de entre los arbustos su mente solo podía imaginar que le habían atrapado. En ningún momento se había imaginado que pudieran emboscarlo de aquella manera.
—¡Vaya, acabo de conocer al peor espía del mundo! —dijo entre carcajadas—. ¿Qué te pasa, colega? Se te ve hambriento, he podido escuchar los rugidos de tu tripa desde el quinto bambú.
«¡Rayos! No pensé que hubieran dos —pensó mientras escuchaba la voz de quien le había empujado—. Si me muevo rápido puede que consiga largarme y perderles en el bosque... No, es demasiado arriesgado.»
La situación no pintaba bien; un sujeto a sus espaldas y otro al frente le indicaban que lograr huir sería poco probable. Aun así su rostro se mostraba sereno, pero con un leve rastro del hambre que pasaba. Pero todo cambió cuando aquel sujeto hablo. Reprendió a su colega que aparentemente se llamaba Anzu. Camino hacia donde estaba él con cierta seguridad que daba a entender que no se sentía amenazado. Cuando estuvo más cerca le tendió la mano mientras le preguntaba sobre su estado.
—Hum… —Se encontraba dudoso sobre si seguirles el juego, pero en aquella situación no veía otra opción—. Estoy bien… Bueno, mas o menos. Es que llevaba varios días perdido en el bosque y se me ha hecho difícil. —Admitió mientras le ayudaban a levantarse.
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-Estoy bien...Bueno, más o menos. Es que llevaba varios días perdido en el bosque y se me ha hecho difícil -admitió el muchacho, mientras Hida le ayudaba a levantarse.
-¿Perdido? Pero si no tienes más que seguir los caminos, ¿cómo has podido perderte? -replicó la kunoichi, con tono mordaz.
-No hagas caso a mi alumna, shinobi-kun -dijo rápidamente el jounin, restándole importancia a las palabras de Anzu con un gesto de su mano-. Es normal que los extranjeros no sepáis manejaros por estas tierras, para el ojo inexperto, ¡estos condenados bambúes son todos iguales!
La pareja no podía ser más distinta: Anzu era vivaz, joven y un poco maleducada. Hida, su maestro, destacaba en cambio por su madurez y la cortesía típica de un veterano. Una vez hubo ayudado al gennin de Uzu a ponerse en pie, le invitó a que los acompañara hasta la fogata en la que estaba cocinando aquel estofado de delicioso aroma. Anzu y el jounin hicieron lo propio, sentándose alrededor del fuego a la espera de que el chico les acompañase.
-Bueno y, ¿qué hace un tío de Uzu tan lejos de su Aldea? -preguntó la chica, con los ojos brillantes fijos en el guiso-. ¡Menos mal que nos has encontrado! A este paso habrías vuelto al Remolino en un cajón de pino.
Anzu se echó a reír. Junto a ella, el jounin removía el asado con un cazo metálico, probando de vez en cuando un sorbito del caldo para verificar que todo iba bien. Entre tanto, parecía tan interesado como su alumna en conversar con el extranjero. Al fin y al cabo, con la paz, no se veían muchos shinobi de otras Aldeas por allí.
-¡Ah, qué maleducado soy! Disculpa mis modales. Me llamo Yotsuki Hida, y ella es mi alumna, Kajiya Anzu -dijo de repente el jounin, abarcando con un gesto de su brazo diestro a la chica y a sí mismo-. ¿Cómo te llamas, shinobi de Uzushio?
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—¿Perdido? Pero si no tienes más que seguir los caminos, ¿cómo has podido perderte? —replicó la kunoichi, con tono mordaz.
—Sí, perdido como cuando estás en un lugar confuso y desconocido y además no encuentras los caminos. —Contestó, con una calma que era más bien molesta, mientras se levantaba.
Aquel sujeto aseguraba que quien le había asustado era su alumna. Lo cual tomó un poco por sorpresa al Ishimura, puesto que en nada se parecía a una chica, al menos de lejos. Su complexión y su musculatura le daban un aspecto duro y poco delicado. De alguna forma le recordaba a alguien que había conocido hace mucho; una chiquilla revoltosa, aventurera e irreverente. Que por mera casualidad resultaba ser la mano dura de la zona en que vivía, haciendo lo que le viniera en gana… Al menos hasta el día que halló la horma de su zapato en Kazuma.
Le invitaron a sentarse alrededor de la fogata y esperar por aquella comida que prometía estar lista pronto. Al parecer no tenían problema en que les acompañase y ninguno se mostraba alerta ni con la guardia en alto. Supuso que probablemente solo se trataría de un sensei y un genin en algún viaje de entrenamiento o de misión.
—Bueno y, ¿qué hace un tío de Uzu tan lejos de su Aldea? –Preguntó, mientras mantenía su mirada fija en la cacerola y no en la persona a la cual le estaba hablando—. ¡Menos mal que nos has encontrado! A este paso habrías vuelto al Remolino en un cajón de pino.
«No entiendo lo del cajon de pino… Pero quizás se refiera a un ataúd o algo así —se dijo a sí mismo—. Ciertamente es una suerte que aquel mapache siguiera el olor de su comida y me sacara del bosque, aunque tampoco creo que hubiera muerto por algo así…»
Mientras el estofado seguía cocinándose, ambos ninjas de Takigakure parecían estar interesados en conversar con el peliblanco. Le parecía un poco incomodo tanta amabilidad espontánea, aunque tampoco es que estuvieran en guerra y hubiera necesidad de ser hostiles. Quizás solo fuera el estrés de estar metido tanto tiempo en el bosque… Quizás ya había comenzado a pensar como un ermitaño.
—Es un gusto y una fortuna el conocerlos, gente de Taki. Mi nombre es Ishimura Kazuma —Le respondió con cortesía en cuanto el shinobi se presentó como Yotsuki Hida—. Estaba de viaje y bueno… Pensé que sería agradable sumergirse en un bosque tan llamativo, pero termine desorientandome y perdiéndome. —Fue lo que respondió a la pregunta del porqué estaba ahí hecha por Kajiya Anzu.
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El sensei asintió, complacido, cuando por fin Kazuma bajó la guardia y accedió a presentarse -de forma muy cortés, además-. Estaba claro que ninguno de los ninjas de Takigakure estaba allí de misión, ni buscando problemas, y en tiempos de paz nunca estaba de más echar una mano a un compañero de profesión.
-Te entiendo, Kazuma-kun, lo cierto es que la belleza de estos bambúes puede ser un tanto peligrosa para los extranjeros. ¿Sabías que uno de estos troncos, correctamente afilado, puede convertirse en un arma letal? Sólo tienes que saber escoger bien el grosor y la dureza del bambú, que viene determinada por el color de la corteza. Cuanto más brillante sea el verde, más dura es -agregó el Yotsuki ante la mirada fija de su alumna.
Hida tenía aquellos puntos de vez en cuando, en los que soltaba una perla de sabiduría para quien estuviera cerca y tuviera el buen juicio de prestarle atención. Anzu se había sorprendido a sí misma conociendo detalles -en apariencia insignificantes- que más temprano que tarde le habían servido bien en alguna ocasión. Para ser tan joven, Hida-sensei parece una jodida enciclopedia. ¿Cómo demonios sabrá tantas cosas acerca de tantos sitios?
-Oye, Kazuma-san... -preguntó la kunoichi con cierta timidez, como si no supiera exactamente si debía hablar o no-. ¿Crees que los cerezos en flor seguirán siendo tan bellos esta Primavera?
La pregunta seguramente cogería por sorpresa a los dos shinobi. Anzu podía parecer una chica dura y férrea como el acero -de hecho, lo era-, pero también tenía su corazoncito. La imagen de los cerezos en flor, aquel aroma y su brillo rosado, era uno de los recuerdos más felices que tenía de su infancia. Su madre la había llevado, con tan sólo tres años, al florecimiento de aquellos árboles en el País de la Espiral. Desde aquel día, Anzu supo que no había en el mundo cosa más bella, y ahora que era kunoichi y tenía cierta libertad -más filosófica que económica, la verdad- para moverse por Onindo, pensaba volver para recordarlo.
-¿Qué? -añadió, molesta, ante la sonrisa que se le había dibujado a Hida en el rostro-. Todos tenemos nuestras mierdas, ¿¡vale!?
-Claro, claro, Anzu-chan... Tranquila, fiera -respondió el otro, sin dejar de sonreír.
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El sujeto llamado Hida se mostraba bastante amable y comprensivo, dando a entender que solo estaban buscando algo de conversación. Aquel shinobi demostraba tener grandes conocimientos sobre el bosque y las cualidades del bambú. Aquello hizo recordar a Kazuma las historias sobre los ninjas de Takigakure y su asombrosa capacidad para desplazarse por los follajes más densos, manteniendo siempre un perfecto sentido de la orientación en los más laberínticos bosques.
—Tiene razón —admitió—, el bambú tiene muchos usos gracias a las particularidades de la planta… Recuerdo haber leído en alguna ocasión que mediante un tratamiento con fuego en la parte interior de los tallos, se puede conseguir que la parte externa se haga mucho más dura y que el borde se vuelva mucho más afilado.
Guardó silencio por un momento, puesto que sentía que había hablado demasiado. Pero es que cuando se trataba de algo relacionado con las armas perdía la cabeza. De hecho ni siquiera recordaba de qué trataba el dichoso libro, que era sobre las propiedades del bambú, solo sabía que enseñaba cómo construir armas y trampas con el uso de aquella planta.
—Oye, Kazuma-san... ¿Crees que los cerezos en flor seguirán siendo tan bellos esta primavera?
La pregunta tomo un poco por sorpresa al Ishimura, pues con lo poco de lo que había visto de la actitud de la chica, no se esperaba que estuviera interesada en algo “bello” como los cerezos. Luego de unos instantes supuso que era algo normal, ya que la gente jamás es únicamente lo que aparenta ser en la superficie. “La verdadera forma del alma suele ser algo escondido y que solo puede ser visto con en el reflejo de emociones y actitudes muy sutiles”, solía decir su maestro. Se preguntaba cómo se vería su alma… Curiosamente Bohimei le ofreció la respuesta en muchas ocasiones, pero aseguraba poder dársela sólo a través de lo que ella reflejaba… Cosa que le causaba cierto temor.
—Los cerezos, por supuesto… —dijo sonriendo como si acabara de recordar que ya estaban en época de flor—. Si, este año deben estar tan increíbles como siempre, después de todo su florecer es considerada la principal belleza estacional de nuestro país… De hecho, espero poder llegar a tiempo para celebrar el Hanami.
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19/02/2016, 16:51
(Última modificación: 19/02/2016, 16:51 por Uchiha Akame.)
—Tiene razón —admitió Kazuma—, el bambú tiene muchos usos gracias a las particularidades de la planta… Recuerdo haber leído en alguna ocasión que mediante un tratamiento con fuego en la parte interior de los tallos, se puede conseguir que la parte externa se haga mucho más dura y que el borde se vuelva mucho más afilado.
Hida asintió, complacido, sin apartar la vista del suculento estofado.
-Vaya, Kazuma-kun, parece que estás bien informado. En efecto, la conseguir la dureza y consistencia necesaria, se debe templar el bambú a fuego lento -corroboró el jounin con satisfacción-. Una vez conocí a un shinobi cuya única arma era una lanza de bambú extremadamente afilada, e incluso tuve ocasión de verle combatir. Os sorprendería la efectividad de aquel artilugio.
La kunoichi, por su parte, se había evadido ya de la charla sobre armas de bambú. Su mente volaba lejos de allí, hacia el Sur, queriendo alcanzar los bosques de cerezos en flor y quedarse dormida una vez más en los brazos de su madre. Luego el amargo sabor de la realidad la depositó de nuevo en el suelo. Ese recuerdo nunca volvería a hacerse realidad. Anzu sacudió la cabeza, como si quisiera borrar de un plumazo aquellos pensamientos, y para distraerse decidió seguir dando un poco más de cuerda al gennin de Uzushiogakure.
-¿Hanami? ¿Qué es eso, algún tipo de fiesta?
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Por un instante Kazuma se perdió en el cuento de aquel sujeto. Le hablo sobre un ninja cuya única arma era una lanza de bambú en extremo afilada. Aquellas eran el tipo de cosas que a Kazuma le encantaba ver: Armas extrañas y poderosas, siendo usadas por expertos en su correcto manejo. En su mente deseaba encontrar a alguien similar y medir sus fuerzas en combate singular.
Aquella chica de piel oscura también se encontraba allí, pero parecía no tener interés alguno en conversaciones sobre armas. En cambio, demostraba estar mucho más interesada en cuestiones referentes a los cerezos.
—¿Hanami? ¿Qué es eso, algún tipo de fiesta?
—Es algo así como un festival que consiste en contemplar los cerezos en flor —le aseguro—. La gente suele vestir ropas tradicionales, para ir a donde florecen los árboles y tener un día de campo mientras los aprecian y conversan bajo su sombra.
El Ishimura no era alguien a quien le interesan mucho los eventos sociales, pero el observar los cerezos en flor era una de sus actividades favoritas. Beber té mientras descansas a la sombra de uno de esos hermoso árboles le parecía agradable. A pesar de su ocupada agenda de viajes y deberes, siempre encontraba tiempo para ir al gran jardín de los cerezos y pasar un buen rato con Naomi y su maestro.
—Por cierto —ya había respondido varias preguntas, por lo que sentía que ahora le tocaba formular algunas— ¿Que les ha traído a un lugar como este?
La curiosidad no era lo que motivaba las preguntas del peliblanco… En realidad solo estaba buscando algo que hacer mientras esperaba que la comida estuviera lista. Quizás al conversar pudiera ignorar parcialmente los retorcijones de su estómago.
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21/02/2016, 14:30
(Última modificación: 21/02/2016, 14:30 por Uchiha Akame.)
Mientras Kazuma relataba en qué consistía la tradición del Hanami, Anzu no hacía más que asentir con gesto ausente. Su imaginación estaba en aquel momento muy lejos de allí, hacia el Sureste, en las lejanas tierras de la Espiral. Se imaginaba a sí misma tumbada sobre la fresca hierba, bajo la sombra de un cerezo y el Sol de Primavera. Casi podía oler el suave aroma de la flor, sentir la brisa en su piel...
-¡Pues esto ya está! Menuda pinta tiene -las palabras de Hida la sacaron de sus pensamientos, y compuso una mueca de desagrado-.
El sensei tomó dos cuencos metálicos de su mochila y, con cuidado, los llenó hasta el borde de jugoso estofado. Le ofreció uno a Kazuma primero, y a su alumna después. Sacó tambien dos pares de cubiertos e hizo lo mismo. Anzu tomó su cuenco sin pensárselo, y se lo puso en el regazo, sobre las piernas cruzadas.
-Toma, come tú primero Kazuma-kun. Sólo tengo dos cuencos -admitió el Yotsuki con una risilla nerviosa-. Pero tranquilo, hay estofado de sobra. Yo usaré el de mi querida y educada alumna, que no ha esperado ni a que nuestro invitado tenga su plato listo.
Parecía evidente que a Anzu le importaba bien poco, en aquel momento, seguir el protocolo correctamente. Apenas Hida estaba hablando, ella ya devoraba con ansia su estofado.
-Por cierto, ¿qué les ha traído a un lugar como este? -preguntó el de Uzushio.
-Hemos venido a entrenar -respondió casi al momento Anzu, con la boca llena de carne y guiso-. Hida-sensei dice que aquí el aire es más limpio que en los bosques de Taki y no sé qué cosas más...
El nombrado esbozó una mueca de desaprobación, estaba claro que no le gustaba que su alumna se tomase tan a tontería sus palabras. Sin embargo, no dijo nada, y prefirió conducir el tema por otros derroteros.
-Así es, Kazuma-kun. No hay nada como pasar unos días en el Paraje del Bambú para pulir las habilidades de un shinobi. Aquí entrenaban antaño los poderosos ninjas de Kusagakure, y se dice que los troncos de bambú todavía vibran con el chakra de todo tipo de técnicas secretas.
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A pesar de la respuesta de Kazuma, la jovencita se mostraba distante y pensativa, como si estuviera ansiando algo muy lejano o como si rozara recuerdos muy nostálgicos. Parecía ser un estado del cual era difícil sacarla, pero no demasiado difícil para el aviso de que la comida estaba lista. Si bien el gesto de su cara mostró que la interrupción de sus pensamientos fue molesta, no tardó mucho en tomar el cuenco que le habían ofrecido.
—No se preocupe —dijo Kazuma mientras recibía aquel cuenco humeante.
El estofado se vía espeso y bien condimentado, con un color naranja apetitoso y con un olor robusto. Mientras veía la superficie líquida de la tasa, el Ishimura recordó la comida de su guardiana. Naomi era una excelente cocinera y en consideración de él, sus platos caseros eran mejores que los platillos carísimos y extravagantes de los cocineros de la mansión. Siempre que se detenía a comer en sus viajes sentía como su apetito extrañaba las comidas de casa, sobre todo uno de sus favoritos; el pastel de carne y calabaza que siempre le preparaban al regresar de algún encargo en el exterior.
«Está muy bueno —pensó, mientras degustaba la primera cucharada—. Sabe distinto a otros guisos que he probado. Quizás sea porque cada región tiene distintas costumbres culinarias.»
—Hemos venido a entrenar —respondió casi al momento Anzu, con la boca llena de carne y guiso—. Hida-sensei dice que aquí el aire es más limpio que en los bosques de Taki y no sé qué cosas más...
El ninja de rango superior parecía no muy satisfecho con la respuesta de su alumna. Le explico que en aquel lugar el ambiente era mucho más limpio y que era ideal debido a la esencia remanente de los antiguos ninjas de Kusagakure y el chakra de sus técnicas secretas.
«Me recuerda un poco a Shiori-sensei, al menos en el aire de experiencia que porta —los comparo, pero resultaban ser nada similares—. Aunque dudo que ella eligiera un lugar de entrenamiento basada en creencias místicas y cosas similares.»
—Suena genial, me gustaría intentar hacer un viaje de entrenamiento con mi sensei algún día… —aseguró mientras hacía una pausa en su comer—. Digo, suelo viajar y combatir con regularidad, pero siempre por necesidad y jamás por cuestiones entrenamiento.
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22/02/2016, 20:54
(Última modificación: 22/02/2016, 20:54 por Uchiha Akame.)
—Suena genial, me gustaría intentar hacer un viaje de entrenamiento con mi sensei algún día… —aseguró Kazuma mientras hacía una pausa en su comer—. Digo, suelo viajar y combatir con regularidad, pero siempre por necesidad y jamás por cuestiones entrenamiento.
Anzu enarcó una ceja ante las palabras del chico, pero no dijo nada hasta que hubo despachado la última cucharada de guiso. Su maestro parecía hambriento y apenas ella terminó le quitó el cuenco de las manos con cierto infantilismo, a lo que ella replicó con una carcajada. El jounin se sirvió por fin tres cazos de suculento estofado y empezó a comerlo con avidez.
-No jodas, ¿y cómo entrenas entonces? ¿Haciendo sudokus? -replicó por fin la kunoichi-. Así que no entrena combatiendo... Joder, espero que en Uzu no sean todos iguales o las van a pasar canutas en el Torneo.
-Pues en Takigakure nos gusta combatir. Y a mí, especialmente -agregó Anzu, tocándose el pecho con un pulgar henchido de orgullo-. ¡Nada como una buena pelea para fortalecer cuerpo y mente!
Como enardecida por sus propias palabras, la chica se puso en pie de un salto y empezó a realizar combos simples, con el viento como único oponente. Se movía con agilidad, aunque para el ojo experto de Hida, todavía era torpe y sus golpes, imprecisos. El jounin clavó entonces sus ojos en Kazuma -más concretamente, en la espada que llevaba-.
-Bella espada. Incluso desde aquí puedo notar que la factura es muy cuidada, y las proporciones son las correctas. Si no es indiscreción... ¿Herencia familiar, o simplemente eres un shinobi con suerte, Kazuma-kun?
Nivel: 10
Exp: 396 puntos
Dinero: 1950 ryōs
· Fue 35
· Pod 30
· Res 30
· Int 50
· Agu 20
· Car 20
· Agi 20
· Vol 50
· Des 45
· Per 20
Se encontraba complacido o con el estómago lleno y calentito que viene a ser lo mismo. Ahora se sentía en mejores condiciones para charlar. La muchacha se terminó a prisa el cuenco y con la misma prisa su maestro lo tomó y procedió a servirse su porción. El sujeto comía con prisa mientras que su alumna se expresaba respecto a lo dicho por Kazuma.
—No jodas, ¿y cómo entrenas entonces? ¿Haciendo sudokus? —dijo, como si le pareciera inconcebible aquella situación.
—Me gustan los Sudokus —respondió calmadamente.
—Pues en Takigakure nos gusta combatir. Y a mí, especialmente —agregó Anzu, tocándose el pecho con un pulgar henchido de orgullo—. ¡Nada como una buena pelea para fortalecer cuerpo y mente!
La Kunoichi se mostraba enérgica y orgullosa, como si acabara de recordar lo grandioso que era ser un combatiente. Dio un brinco y comenzó a pelear contra el aire mismo, lanzando golpes fuertes y rápidos pero sin ningún objetivo en específico.
—Jejeje —El Ishimura no pudo contener una leve risilla sombría. De cierta manera le parecía simpática lo determinada y confiada que se mostraba, pero por otra parte también le parecía un poco triste el pensar en lo novicia e inocente que era.
«Todo es un desafío divertido hasta que te encuentras en una pelea de matar o morir —el pelo blanco vio reflejarse en la chica su misma manera de pensar al salir de la academia—. En aquellos días también pensaba que combatir y golpear a los abusivos era algo divertido… Hasta que descubrí el filo de Bohimei y me vi envuelto en peleas donde no sólo peligraba mi vida, sino que también la de otros a mi alrededor.»
Recordaba demasiado bien la primera vez que tuvo la obligación de quitar una vida… No, en realidad no se vio obligado… Tomó la decisión que mejor le parecía en aquel momento; acabar con aquella vida o permitir que la suya y la de otros más terminaran. A pesar de todo no se sentía culpable, pues ese era el camino que había escogido, pero de cierta manera si sentía su corazón un poco más pesado.
Mientras la chica seguía mostrando sus habilidades, el de Uzu lanzó una mirada gris y dura a Hida. Una mirada que para cualquiera con experiencia decía: “No se le puede culpar, pero un día tendrá que enfrentarse a la vida y darse cuenta de lo que es caminar al borde de aquel abismo mortal… Como todos los que hemos escogido este camino debemos hacer… como tu has hecho”. El experimentado Shinobi pareció entender lo que aquel mirar decía, como si le hubieran mirado así cientos de veces sus colegas, como si hubiera mirado así cientos de veces a quienes veía iniciar el camino del ninja.
Quizás notando lo sombría de la actitud del peliblanco, decidió cambiar el tema de conversación.
—Más que una herencia es parte misma de la familia, pues es uno de los pilares de su fundación —respondió él—. En cuanto a la suerte no estoy seguro… Bohimei es “literalmente” la parte más fuerte de mi, pero su mera existencia también representa un peso enorme sobre mi ser.
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