Haskoz se encontraba desolado. La falsa sonrisa de Eri, sumada a sus sarcásticas palabras, le habían destrozado el corazón. Hubiese preferido que les hubiese gritado, pegado, insultado… Todo menos aquella falsa amabilidad que encubría un rencor mucho más profundo y oscuro que el corazón de Izanami.
Y todo había sido por su culpa.
Si él no hubiese insistido a Akame, si no hubiese llevado aquella botella con la que emborracharse… El Uchiha todavía tendría alguna posibilidad con su amor platónico. Ahora, solo quedaba el desconsuelo y el vómito… Mucho vómito.
No. Esto todavía no se ha acabado. Un destello de lucidez iluminó su mirada por unos instantes, con la misma determinación y convicción que cuando Izanagi fue a rescatar a su esposa al Yomi. No le había salido bien, pero incluso entre ninjas, a veces las cosas no se reducían a su probabilidad de éxito. A veces había que hacerlas sin más, a pesar de saber que la batalla estaba perdida de antemano.
Tenía que sacrificarse por el bien de su compadre.
De pronto, supo lo que tenía que hacer y cómo lo tenía que hacer. Los Dioses guiaban sus pasos —unos Dioses que, al parecer, habían bebido tanto como él—, tambaleantes e imprecisos, pero lo suficientemente cuidadosos como para evitar el charco
de amor de su compatriota y amigo.
En la mesa, junto a la cama, un libro. Abierto por la mitad. Todavía le quedaban bastantes páginas para llegar al final, y Haskoz sabía lo que hacer. Sacó un lápiz de un bolsillo de su pantalón —el mismo lápiz que había usado para ir tachando la lista de invitados de su misión— y abrió el libro por la última página. La última carilla estaba en blanco. El lugar perfecto para dejar su mensaje…
… su último adiós.
Querida Furukawa Eri,
………………………………..¿crees en el destino? Yo sí, pero me gusta pensar que no. Odio creer que alguien maneja mis pasos, mis acciones, o incluso mis pensamientos. Que alguien condicione lo que hago o lo que dejo de hacer, que me maneje como a un títere. Yo soy Uchiha Haskoz, escapé vivo y cuerdo del Bosque de Azur y
Ya se estaba enrollando. No, aquello no iba sobre él. Aquello iba sobre Akame. Tachó la última frase y prosiguió, tratando de mejorar su caligrafía. De lo contrario, dudaba que Eri entendiese una sola palabra de lo que allí ponía.
”…” Yo soy Uchiha Haskoz, escapé vivo y cuerdo del Bosque de Azur y
Pero sí me gusta creer en otro tipo de destinos. ¿Conoces la leyenda del Hilo Rojo del Destino? Se dice que todo Uzureño y toda Uzureña nace con un hilo rojo invisible atado en nuestro meñique. Un hilo que nos conecta con otra persona, nuestra alma gemela, nuestra media naranja
Haskoz tuvo una arcada. No, no era por los efectos del alcohol —o quizá en parte sí—, sino por la cursilería que de pronto le había invadido. Superado el momento, prosiguió, tachando las últimas palabras:
Un hilo que nos conecta con otra persona, nuestra alma gemela, nuestra media naranja y a la cual estamos predestinados a encontrarla, sin importar el tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper.
Te contaré un secreto. Un secreto que solo yo —y ahora tú— conoce. Yo puedo verlo. Mis ojos son los de Uchiha Hazama, capaces de distinguir la ilusión de la realidad, la mentira de la verdad, la
Otra vez hablando demasiado de ti mismo. ¡Contrólate, joder!
”…” la mentira de la verdad, la. Y hoy he visto el hilo en ti. Y he visto donde estaba atado el otro extremo. Hoy, más juntos que nunca, y al mismo tiempo con el hilo hecho un ovillo. Pero estoy convencido de que, con el tiempo, conseguiréis deshacer el nudo que hoy se formó.
Porque sí, Eri. Hoy pasó lo que crees que pasó. Quizá te levantaste al día siguiente pensando que todo fue una terrible pesadilla. Imaginaciones tuyas. Un macabro y maloliente Genjutsu.
Pues no. Lo que pasó pasó, y debes odiarnos por ello. Detestarnos. No volver a dirigirnos la palabra en tu vida. Nos lo merecemos. Es la mínima penitencia que debemos cumplir, vernos privados de ti.
Haskoz se rascó la nuca. Quizá algunos pensasen que aquellas últimas palabras no ayudasen en mucho a su camarada y amigo. Pero ninguno de ellos tenía la lucidez y clarividencia que el alcohol le proporcionaba. Porque ahora llegaba su turno: el turno del sacrificio.
Pero solo te pido una cosa. Concentra todo ese odio, todo ese rencor y culpa, en mí. Porque has de saber que he sido el único culpable y responsable de todo este infortunio. Yo le convencí para que bebiese más de la cuenta. No, convencer no es la palabra adecuada. Le obligué. Le chantajeé para que lo hiciese. Has de saber que soy la persona más mala y retorcida de este mundo, Eri. El mundo nunca ha visto un malo como yo, ni lo volverá a ver. Pero no es justo que un inocente cargue con mis culpas.
Así que por favor. Te lo suplico, si alguna vez te reíste con alguno de mis chistes en clase. Si te alegraste cuando nos perdimos aquella clase de Física por la bomba fétida —sí, fui yo—, o te sirvió de ayuda la copia del examen de Matemáticas que se distribuyó el día anterior al examen —sí, también fui yo—, por favor, hazlo por mí: perdónale.
PD: Y si en tu corazón todavía queda hueco para algo más, por favor, cuida de Akame mientras no esté (me voy de viaje un par de semanas). No es un chico con muchos amigos, te necesitará. Ha sufrido mucho.
PD2: Y si todavía quedase un huquecillo diminuto, y estás dispuesta, te invitaré a dangos la próxima vez que nos veamos por la Aldea ;.)
PD3: Visita también a Noemi. Sé que te echa de menos.
Dudó. Tenía la necesidad de decir algo más y no sabía por qué.
PD4: Riko debe morir pagar.
Escuchó pasos por las escaleras y se asustó. Eri subiendo fregona en mano. Definitivamente no había sido buena idea escribir aquello último. Tachó la última posdata lo mejor que pudo, cerró el libro y corrió junto a Akame, que yacía como un puerco en su propio lodazal.
—
Ugh… Vas a estar en deuda conmigo de por vida después de esto, mamonazo.
•••
Días más tarde, Haskoz no recordaría como había logrado la heroica hazaña de cargar con Akame por medio barrio hasta llegar a la casa de su compañero, evitando a los pocos transeúntes nocturnos y logrando, como un verdadero ninja, alcanzar su objetivo sin ser descubierto.
A decir verdad, poca cosa recordaría de aquella noche. Apenas pequeños fragmentos distorsionados aquí y allá, tan lejanos y borrosos como los recuerdos de un sueño antiguo. Tampoco hizo mucho esfuerzo por recordar. Era mejor olvidar y pasar página. Sus pasos: al Valle de los Dojos. Allí le conducía su destino. Allí comenzaría su leyenda...