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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Eran pocas las cosas que podían hacer que un joven tranquilo se aventurase en un país vecino, y una de ellas era la curiosidad. Había en la nación de la tormenta un famoso “grupo teatral” con una historia tan larga como misteriosa: existían abundantes registros que le mencionaban desde hace más de ciento diez y ocho años, pero a su vez todos eran superficiales y ninguno hacia descripción alguna de su organización o historia internas.

Como es natural, alrededor de dicha compañía se formó un halo de misterio, una especie de mitología repleta de historias tan fantásticas como inverosímiles. Semejante fama se debió mayormente al testimonio de viajeros, cronistas y escritores asiduos a lo “sobrenatural”. De tal suerte, Kazuma se topó con un relato tan misterioso que le fue imposible el quedar indiferente. Se trataba de un supuesto hecho real: el diario de un famoso investigador cultural que estaba tras la verdad detrás de un numero titulado fantasmagoría. Las entradas del diario relatan cómo se fue encontrando con sucesos inquietantes, hasta que en cierto punto se detienen por completo, dejando en el aire la unión de las conjeturas que le permitirían encontrar una respuesta; siendo lo más misterioso de todo, sus últimas anotaciones:

El mayor de mis temores no es cruzar al otro lado para develar la verdad, sino el sí podré regresar con ella…

«Que misterioso destino el de nuestro protagonista», pensó Kazuma mientras terminaba de leer el diario por octava vez.

Se movía en una carreta con dirección a la capital de la nación de la tormenta, lugar donde había vivido y desaparecido Gakuto Isekamoto, autor del diario. Además, por primera vez en diez años aquella famosa agrupación reaparecía en sus calles; repentina y discretamente, como solía hacerlo. El velo de Amanozako se llamaba, y dejaba a su paso un oscuro rastro de rumores y legendas.
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#2
A Karamaru le gustaba decir que era de familia normal, humilde sí, con algunas limitaciones, también, pero su familia era demasiado grande como para ser homogénea. Eran varios los parientes que andaban en negocios de moral cuestionable, y más de uno que se metía en algunos asuntos turbios de los que era mejor no enterarse. Pero ahora el Yamanaka era shinobi, un sinónimo de guardia de seguridad personal para estos locos que conocían los bajos fondos del país. Y como era su familia no podía darles la espalda por más chiflados que estuvieran.

Con el llamado de una carta Karamaru partió a su pueblo para juntarse con su tío y varias damas de avanzada edad de la familia. Una oportunidad de ese trucho negocio de adivinar el futuro surgió en Shinogi-To, esa era toda su información, y allí tenía que estar él para que si la gente se entera que los están estafando y se enojan lo manden al frente a mostrar su placa.

Todo sea por la guita, la buena plata, que esos choris no se van comprar solos, Además, anda vos a intentar mantener una familia de siete pibes con un trabajito de campo.

Los números de hijos variaban con cada mujer, pero todas con esa voz de anciana justificaban sus acciones. Varias de ellas incluso creían que de verdad tenían poderes sobrenaturales.

Al amejin le pagaban el viaje, no tenía que caminar ni un metro, le daban comida a más no poder porque el negocio juntaba un buen dinero, y lo único que tenía que hacer era quedarse sentado detrás de sus tías todo el día. Porque claro, cualquier tonto que vaya a buscar que le lean el futuro es lo suficientemente tonto como para creer que eso siquiera existe.
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#3
El velo de Amanozako se encontraba en Shinogi-To y todos lo sabían, aunque no hubiese ni un solo afiche ni la más mínima fanfarria. La noticia de su presencia corría rápidamente por las calles y se arremolinaba en los bares; en donde quienes sabían de su existencia intercambiaban “discretamente” historias y anécdotas supuestas.

Aquella resultaba ser una temporada baja para los artistas informales, y este conocimiento se desplazaba con la velocidad de huida de una rata pulgosa. La mayoría de los taumaturgos callejeros preferían tomarse unas vacaciones ante la caída abismal de sus ingresos: las personas solo estaban interesadas en la misteriosa agrupación, de manera que el dinero y el tiempo confluían al propósito de hacerse con unas entradas. Sin embargo, había gente con el valor o la desesperación suficiente como para hacerse pasar por miembros oficiales; y siendo que poco se sabía de quienes integraban el grupo verdadero, era normal que muchos fuesen los incautos que dejasen sus ahorros en manos de los estafadores.
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#4
Asentados ya en Shinogi-To, vaya a saber alguien en dónde, Karamaru ya empezaba a disfrutar de su festín. Estaba en un local pequeño y oscuro, iluminado por unas pocas velas. Ese era el lugar en el que una de las damas había decidido asentarse. Una vela fuera indicaba el lugar, un espacio de pocos metros cuadrados solo decorado con dos sillas y una mesa. En esta se encontraban desde cartas con dibujos raros hasta una bola de cristal. Porque si iban a vender el cuento, mejor hacerlo completo.

La verdad vieja, que se pasaron con la pizza, está para chuparse los dedos esto.

El amejin estaba sentado unos pocos metros, comiendo a dos manos casi hasta ansioso de saber que tipo de comida le seguiría a la pizza. La señora lo ignoraba, pero aun así él debía de llevar la placa de Amegakure bien visible, y quedarse callado cuando los clientes pasaban. Que por suerte para él, mala fortuna para la dama, los clientes se hacían de rogar. A lo largo de las horas eran muy pocas las personas que decidían adentrarse en aquel antro, y menos aún las que duraban más de unos pocos minutos allí.

Estos pequeños locales se repetían por varios lados cercanos de aquella parte de la ciudad, casi colocados con algún plan anticipado por la cautela que se tomaba su tío al armarlos. Ese mismo hombre que pasado el tiempo pasaba a buscar a Karamaru para ponerlo de guardia comilón de otra señora. No podía decir si hacía bien su trabajo, pero de lo que estaba muy seguro es que iba a volver a Amegakure con unos cuántos kilos de más encima.
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#5
Resultaba irónico que en una ciudad con tan frecuentes lluvias hubiese una sequía de clientes; pero así era: resultaba una mala temporada para quienes se dedicaban a elaborar y vender ilusiones. Aun así, la diosa de la lluvia no abandonaba del todo a sus hijos.

¡Pero que chubasco tan repentino, el viento es una locura! —exclamo una voz femenina con un acento extranjero.

Un pequeño grupo de jóvenes empapados ingresaron en el local para refugiarse de una tormenta que les había tomado por sorpresa. Era fácil ver, por su aspecto y forma de hablar, que era unos turistas, de aquellos que llevan buen dinero encima.

Mira allá, parece que es una adivina —señalo una de las muchachas, emocionada y seducida por el ambiente oscuro y exótico de la localidad.

Espera… —la silencio uno de sus acompañantes—. No tenemos tiempo de estar gastando nuestro dinero en místicos de callejón. Recuerda: vinimos a ver El velo de Amanozako.

Es cierto; ¡pero miren! —agrego una chica algo más joven—. Tienen a un ninja guardándoles, ¿Por qué tendrían uno si no fuesen los de Amanozako que necesitan protección?

Una voz de duda recorría aquel grupo de seis viajeros. Y era que el pez estaba cerca del anzuelo, pero estaba dudoso sobre tomar la carnada.
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#6
Oh, Amanozako es lo oigo, pues claro, si es que de hace días sabía de ustedes seis.

Karamaru había dejado su aperitivo de lado, y su tía ya había comenzado a hablar. Pocos segundos habían pasado desde que el grupo había entrado al local y la vieja ya estaba en plan de mística. Al principio el shinobi se preocupo, vio tantas personas que pensó que venían problemas pero al escucharlos hablar se permitió relajarse un poco.

Lo que ustedes buscan, aquí lo encontraran, porque yo me preparé para este momento. Los conozco, no a ustedes como personas, sino sus almas. ¿Creen que fue una coincidencia que hayan venido a mi mesa? ¿Cuestiones del azar? Esta señora no es una cualquier mística de callejón.— clavó su mirada, imponente e intimidadora, en los ojos del que la había criticado.

El amejin no tenía ni idea quienes eran esos, no tenía idea de que locuras estaba diciendo su tía, no tenía idea de que era ese Velo de Amanozako. Pero les había visto cara de buena gente, y eso le agradaba. Si no había problemas en el horizonte significaba que podía seguir a lo suyo. Volvió a tomar la comida, se recostó en su asiento, pero aún mantuvo una mirada seria al grupo. Ya que lo habían mencionado y lo tenían en cuenta que mejor que mostrarse un poco como el tipo duro del lugar.

«Pobres salames...» se compadeció.
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#7
La anciana hablo y el grupo de jóvenes escucho con la atención de los fascinados, hasta el punto de que su escepticismo comenzaba a disiparse. Menear un poco la carnada había funcionado, puesto que una de las muchachas se acercó con la curiosidad de quien ha mordido el anzuelo.

Me gustaría que me dijera mi suerte —pidió la jovencita, ya libre de aprensiones y con altas expectativas.

La petición era vaga; pero era eso mismo lo que le daba a la anciana casi infinitas posibilidades para responder de forma ambigua o sentenciosa. Por supuesto, de entre las innumerables opciones debía de escoger las más adecuadas, aquellas que se ajustaran a la información que percibía: las maneras, la forma de hablar, de moverse, su grupo de acompañantes y otros muchos datos. Era aquel trabajo detectivesco y de improvisación lo que diferenciaba a los estafadores mediocres de los verdaderos profesionales.

Sus compañeros se quedaron cerca, atentos a lo que estaba a punto de acontecer.
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#8
«Me gustaría que me dijera mi suerte... es obvio mina, va a ser horrible, te van a cagar unos cuantos mangos para decirte un par de boludeces»

Karamaru empezaba ya a contener la risa mientras habría su primer paquete de unos bollos que aún estaban calentitos. Trataba de mantenerse un poco en su rol de guardia de seguridad pero ya estaba mucho más distendido. Su tía, por otro lado, se tomaba las cosas con gran seriedad. O eso aparentaba.

Ordenó algunas cosas que parecían joyas y talismanes en la mesa, solo para dar la impresión de que estaba con mucho movimiento de clientes, y con el mismo silencio pidió la mano de la joven.

Noto.... uf, jovencita, noto muchas cosas. Tu alma es realmente muy comunicativa, es bastante raro encontrar almas que se abran tanto a nosotros cuerpos mortales. Un futuro incierto, claro está, porque alguien de estas características tiene un gran poder para cambiar las cosas a su favor. Porque el destino nos regula, sí, pero depende de nosotros sacarle provecho.

La anciana hizo una pausa larga y Karamaru se acomodó en su silla haciendo un ruido exagerado para que todos desvíen la mirada y recuerden que seguía presente. Solamente para divertirse de los tontos.

Está en ti misma sacarle provecho a ese destino, para bien... o para mal. Pero si te puedo asegurar, que con esa personalidad tan vivaz, te puedes sentir dichosa de poseer siquiera el poder de dirigir las cosas para donde tú quieras. Y eso mi niña, es la mayor de las suertes.

Otra vez el silencio. La vieja quedó agarrando la mano de la muchacha, clavándole sus ojos verde claro en la mirada, para ver si el negocio continuaba, para ella no acababa más que de empezar porque mientras más durara y más tiempo pasara más dinero cobraría. Después de todo, quién se animaría a no pagar cuando hay un shinobi de Amegakure de habilidades desconocidas presente.
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#9
La muchacha abrió los ojos como platos ante lo prodigioso que se le presentaba aquella fortuna.

Sí, definitivamente soy así —dijo con fuerte asentimiento—. Siempre he creído que tengo la fuerza para cambiar el destino.

En realidad, no se estaba desarrollando ningún evento sobrenatural o extraordinario; pero la joven estaba tan genuinamente convencida que comenzaba a contagiar su emoción y necesidad de predicciones a sus compañeros de viaje, que ahora yacían más cercanos y atentos.

Por favor, continúe —dijo casi suplicante—. ¿Podría decirme que suerte tendré en el amor?
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#10
El amejin se contenía la risa- incrédulo ante los tontos- pero la vieja no lo hacia. Era una risa leve y amable que la produjo la pregunta de la joven. Los había podido enganchar en su sucio juego y eso la ponía contenta, seguramente se llevaría unos buenos cuantos ryos esa noche.

¿Si puedo? Claro que puedo, como ya te he dicho tienes la suerte de tener un alma muy comunicativa, puede que le agrade bastante. La cosa va tal que así por lo que me dice...— hizo una pausa, acomodó un par de cosas en la mesa que estaban por milímetros fuera de su lugar y prosiguió.

El amor está ahí fuera, pero invisible a los ojos. Las almas se entienden entre sí, y enamorados tienes a más de uno. Gente conocida, claro esta, aunque quienes específicamente me cuesta identificar. Pero tu suerte en el amor estará determinada, por tu gran capacidad, a que tanto abres las puertas de tu corazón a esas personas que te desean.

Segunda pausa. Miró al grupo, luego a la muchacha con una mirada pícara.

Siento más de una conexión en esta sala de hecho...

«Jajaja, que genia, que ganas de armar puterío en el grupo»

Puntos suspensiones, otra pausa más para generar tensión, nervios, para que se dirijan las miradas entre ellos. Si no había ninguno, quién iba a saber, ella estaba segura. Pero si lo había, su trabajo funcionaba de mil maravillas y los ryos se seguirían sumando.
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#11
La muchacha se giró un poco y arrojo una fugaz mirada a su grupo, para luego enderezarse con un tierno rubor. Mientras tanto, sus compañeros cuchicheaban atrapados ya por el ingenioso hechizo de la adivina.

Hay una teoría que dice que lo real es aquello que deseamos o permitimos experimentar como tal. En el caso de aquellos jóvenes, deseosos de experiencias nueva y trascendentes, lo místico formaba justa parte de la realidad, justo allí y justo en ese momento: el largo viaje, una ciudad exótica, la camaradería y la juventud exuberante. Todo aquello se transformaba en un potente combustible cuando las condiciones de la ilusión eran las idóneas, al punto de que una pequeña chispa o algunas palabras eran suficientes para iniciar la ignición de sus espíritus aventureros y crédulos… inocentes.

La chica pregunto hasta agotar casi todos los temas de su interés, que casualmente casi agotaban el dinero que llevaba consigo para sus actividades recreativas. Pero la ganancia no terminaría de fluir allí, puesto que en cuanto se levantó sus compañeros de empujaron y riñeron por ver quién sería el siguiente.

Cada cual alegaba tener preguntas de mayor importancia y necesidad; pero bastarían unas palabras de la sabia anciana para ordenarlos según “místicos” designios y que uno a uno pasasen frente a ella. De esta manera transcurrirían otras cinco agotadoras, largas y bien remuneradas sesiones. Y al final, solo quedaría cerrar el puesto y hacer el balance de las ganancias de un día fantástico para el negocio; siendo que, posiblemente, el único portento real era el cómo les había ido.
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#12

Perdón que me haya pasado las 72 horas, se me complica postear los fines de semana.

«Y otro más»

«Y otro boludo»

«Y dale que sigue la joda»

Uno a uno los ignorantes, inocentes e ingenuos jóvenes pasaron por la mesa de la tía del amejin. Palabras raras, afirmaciones vagas, predicciones ambiguas, juegos de cartas, bola de cristal, tirada de runas místicas. Había usado todas las opciones y probablemente tuviese la mayor cantidad de clientes que cualquier otra de las viejas. Para la muchachada pronto partió rumbo a otro destino, y solo volvieron a quedar la anciana, Karamaru y un nuevo y grande saco de monedas que ella agitaba contenta.

Pocos segundos después de que saliera el grupo entró su tío, cara seria y con decisión.

Pa' fuera enano— le ordenó.

Sabía lo que venía, contar dinero, separar ganancias. Su tío era inteligente, ordenaba el dinero de una en una entre las viejas y así se iba quedando con su parte. Lamentablemente para Karamaru, a él no le tocaba nada de nada, pero al menos había tenido un festín tan grande que había durado unos cuantas largas horas.

Tocaba esperar hasta el final del día, que seguramente terminaría en un hotel de menos cinco estrellas durmiendo en el piso, porque no se podía cortar con la racha después de un día bueno por más que significase dormir junto a las ratas. Pero hasta entonces el amejin tenía unas pocas horas para deambular por la ciudad que tenía pensado disfrutar en paz y tranquilo.
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#13
Shinogi-To era una ciudad hermosa, de una forma un tanto primitiva y lúgubre. Era normal que para un extranjero fuese un sitio extraño, pues los buenos lugares tenían el mismo aspecto de aquellos no tan buenos: edificios de piedra gris, con poco más que algunos anuncios simplones.

Aquel no sería un buen día para pasear, al menos para Karamaru: la calle estaba repleta de puesto de comida, frituras y chatarra en su mayoría. Aun así, los excitantes olores y las humaredas o vapores que se elevaban trémulos entre la llovizna hacían interesante estar allí, para quien tenía hambre y dinero para comer.

***

El día siguiente se repetiría la rutina, con la única diferencia de que ahora iría más gente que antes a consultar a la adivina: al parecer, aquellos primeros jóvenes tenían un círculo social amplio y bastante influencia en el mismo. Lo malo era que todos eran inocentes hijos de padres acomodados, lo bueno es que aquello representaba unas enormes ganancias para la señora abuela de Karamaru; quien entre sus clientes era conocida como la adivina procedente de Amanozako.

Y la monótona rutina se seguiría repitiendo hasta que el velo de Amanozako se fuera de la ciudad, hasta entonces tendrían que aprovechar la racha sin romperla…
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#14
Monedas en el bolsillo, y encima por las cuales no tenía que hacer nada para ganarlas, era sinónimo de sonrisa grande y estómago lleno. Porque el bueno de Karamaru, delgado como se veía, era una máquina de comer y con lo que le daban durante el día mientras miraba a tontos perder dinero no le alcanzaba. La noche se tenía que aprovechar, y si tenía tiempo libre lo iba a dedicar exactamente a lo mismo; comer.

Aquella noche el amejin recorrió varios locales con un poco de dinero que le había dado su tío, probó algunas delicias y porquerías por igual que hasta ese momento no había degustado y se termino por ir a aquel hotel de poca monta a dormir incómodo soñando en que tipo de comida le sorprendería al día siguiente. Seguramente más pizza, y más bollos, y seguro que alguna que otra cosa dulce caía.

Las risas crecían exponencialmente porque por arte de magia, como si las viejas los hubiesen invocado, los locales que estaban repartidos por la ciudad empezaron a tener un cliente tras otro. Algunas caras inocentes, otras no tantas, y allí donde esas estaban presentes era dónde él tenía que ir. Corriendo de aquí para allá de la mano de su tío. No comía mucho, no pasaba mucho tiempo en el mismo lugar. Era un poco cansador, sí, pero era tanto lo que se divertía con las divagaciones de las viejas que poco pensaba en el estado de sus piernas.

¿Tenés idea qué es la verga esa que andan diciendo de Amanozanosequé?— llenó a preguntarle al mandamás de la operación en uno de sus recorridos.

Silencio fue la respuesta y eso podía significar muchas cosas. O que no era importante, o que era demasiado importante, o que al igual que él no tenía ni idea de qué se trataba. Pero la cuestión es que Karamaru debería pasar allí unas cuántas largas horas en la ciudad entre caminatas, malos sueños y mucha comida.
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#15
El clima resultaba una molestia para quien quisiera ir de aquí para allá, pues la lluvia era continua y el agua hacia que los callejones se llenaran de porquería. Las piernas de Karamaru no tendrían descanso hasta lo más lejano de la tarde, cuando el cielo se tornaba de un azul sumamente oscuro y las nubes plomizas prometían con continuar desangrándose sobre la tierra, al tiempo que rugían su ira sobre los mortales. Por suerte, el último de sus turnos de guardia comenzó antes que lo peor de una enorme tempestad se manifestara.

Un buen grupo de jóvenes estaba esperando a aquella especie de matrona que era la familiar de Karamaru. Como ya era costumbre, se disputaron los turnos de consultas. Aquella tarde prometía ser la de mayor ganancia hasta entonces. Y allí fue cuando el grupo de crédulos se retiró, justo antes de que se desatase una tormenta tan terrible que incluso las estructuras de piedra vibraban.

Buenas noches —dijo una voz repentina.

Se trataba de un hombre elegantemente vestido de terciopelo purpura, con un sombrero de copa y un bastón bastante llamativos y oscuros. Entro sin hacer más ruido además que el saludo inicial, y observo con atención el lugar; la gente también le observo seco y acomodado. Su mirada era una mescla de curiosidad y burla. Con paso refinado se acercó hasta donde estaba la anciana y extrajo de su chaqueta una pequeña bolsa repleta de monedas.

Quisiera el valor de esto en adivinaciones de mi porvenir —exigió, dejando caer el saco sobre la mesa.

***

Kazuma había pasado varios días averiguando sobre donde y cuando se presentaría el velo de Amanozako, pero la información era esquiva, y contradictoria cuando se dejaba hallar. De tanto preguntar, termino en un bar que solía ser frecuentado por un famoso mesmerista que parecía estar de vacaciones forzosas. Tanta era la necesidad de información que con pocos rodeos le abordo:

Buenas noches, ¿podría hacerle algunas preguntas?

Eso depende —pregunto el sujeto, sentado en una esquina a medio iluminar del bar—. ¿Tienes dinero suficiente para pagar la cantidad de cerveza que se requiere para tener mi atención?

El joven saco el dinero, y tanto la cerveza como las palabras comenzaron a fluir.

No doy clases de mesmerismo, ¡que te quede claro, muchacho!

No vengo a que me enseñe nada —respondió, sereno ante la evidente ebriedad de aquel hombre—. Solo quisiera información sobre el velo de Amanozako.

El hombre se hecho sobre la mesa y respondió con desden.

Si… los malditos de Amanozako; este negocio se va a pique cada vez que ellos están cerca… como si practicar las artes místicas y que te tomen enserio no fuera ya lo suficientemente difícil.

¿Por qué es tan difícil encontrar información de ellos? —se atrevió a preguntar—. Siendo tan “famosos” debería haber cientos de imitadores cerca, gente que pudiese guiarme hasta los verdaderos.

Naaaah, nadie sería tan estúpido como para competir contra el velo o para hacerse pasar por él.

¿Por qué? ¿Acaso es una violación a alguna especie de código de las artes “místicas”? —pregunto con cierta ironía, pues le había hecho gracia la afirmación.

El hombre rio amarga y burlonamente.

No..., es una violación al código de los que quieren vivir y morir en paz.

Entonces, ya no le pareció que fuese algo gracioso.
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