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16/04/2019, 23:14
(Última modificación: 17/04/2019, 00:06 por Inuzuka Etsu. Editado 1 vez en total.)
Dicen las leyendas, que cuando el frío sopla bajo, vuela un grajo del carajo.
O algo parecido, la culpa de seguro no era de ese pobre trovador disléxico a la entrada de Taikarune. El hombre lo daba todo, se desvivía por su labor. Tocaba un desconchado ukelele color celeste, y vestía un roído y rasgado kimono azul sin decoración alguna. La única salvedad era ese obi negro que llevaba, y que apenas cumplía su función. Las uñas las tenía largas como un águila, aunque no podía compararse a semejante animal. El pobre tenía las uñas llenas de moho, así como quebradas por algunos lados. Un rostro y una constitución que claramente daban a entender que el hombre vivía en la mas absoluta miseria, escuálido y delgado como un hombre que apenas conoce la comida. Sus ojos eran los de un hombre que pese a todo, y contra todo pronóstico... al menos era feliz. Hacía lo que le gustaba, entretenía a la gente.
Pobre iluso... del aire no se vive.
Quizás por compasión, o meramente por altruismo, algunas personas le dejaban alguna moneda en el cesto de mimbre que tenía a los pies. Pero, en su mayoría estaban allí tan solo para reírse de sus disparatadas sandeces. Si bien no merecía el titulo, era alabado por muchos con el sobre nombre de payaso.
No, obviamente, las mofas y burlas no faltaban por esos lares.
En un día tan seco como un marido viendo la final de las Shinobiolimpiadas, y con un calor semejante al de un chancletazo por parte de una madre, Etsu había terminado encontrando al hombre en una de las calles derivadas a la principal de la ciudad. Quizás, solo quizás, era de los pocos que no lo miraban ni con ganas de burlarse ni con pena...
Quería ayudarlo, pero no sabía cómo hacerlo. Quería ser el mejor shinobi de todos los tiempos. El mejor en todos los sentidos. Era imposible que dejase de lado éste tipo de situaciones.
—Maldita sea... ¿qué podríamos hacer, Akane?
El huskie enorme que había a su lado miró al chico de rastas, torció la cabeza ladeandola, y no soltó prenda. Al menos no pareció hacerlo, pero si que había hablado con el Inuzuka.
—¡Tsk! —chasqueó la lengua —pero no puedo hacer eso... el dinero solo le valdría para vivir un poco mas. Pero lo gastaría en cualquier momento, y seguiría estando en las mismas... ¿no crees?
—¿Ababaur? —preguntó el can.
El chico se posicionó de cuclillas, aún algo alejado de la trama principal. Alzó la diestra, señalando al gentío —el problema en realidad no es ese hombre, el problema son ellos —aseguraba, indicando a los que se burlaban del pobre hombre —en una sociedad con humanos como esos, no merece ni la pena esforzarse por ser el mejor shinobi. Porque para cuando cometas un fallo, estarán ahí para burlarse y reírse, sin importar todos tus esfuerzos previos...
»No es que los odie... pero, me resulta difícil entenderlos... es complicado entender a las personas, incluso siendo una...
El Inzuka cesó en su gesto anterior, bajando la mano. Resopló, algo decepcionado.
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Taikarune era famosa por el museo armamentístico instalado en el antiguo castillo del Señor Feudal del País del Fuego. O, al menos, eso era lo que había oído, y eso fue lo que la motivó a querer viajar hasta tan lejos. Sin embargo, conforme se acercaba, a Ayame le sorprendió aún más la morfología de aquella curiosa ciudad, cuyas casas, pequeñas y tradicionales, se erigían sobre un enorme risco con forma de arco que comunicaba el mar con el acantilado.
«Increíble...» Se maravillaba, boquiabierta ante la espectacularidad de aquel paisaje.
Ayame se había detenido un momento para echar mano de una botella de agua y darle varios tientos. El verano comenzaba a arreciar, y el calor cada vez era más asfixiante e insoportable.
—Agh... se ha calentado... —murmuró, con el asco grabado en su gesto.
Fue entonces cuando lo oyó. Unas notas delicadas en el aire y murmullos y risas. Ayame se volvió, curiosa, y no tardó mucho en encontrar el origen de aquel sonido. Cerca de la entrada de la ciudad, un hombre vestido con ropas harapientas y cuerpo sumido en la más absoluta podredumbre, tocaba un curioso instrumento similar a una guitarra pero de menor tamaño. El hombre cantaba; pero la gente, lejos de sentir admiración por él... se reían. Y es que, en los versos que el pobre mendigo soltaba al aire, el orden de las palabras muchas veces parecía tomar un rumbo completamente aleatorio. Ayame llegó a escuchar cosas como "en mosca cerrada no entran bocas", o "a dentado regalado no le mires el caballo".
«¿Se está tomando ciertas licencias artísticas o... es disléxico?» Se preguntó, ladeando ligeramente la cabeza.
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El hombre de peculiar talento continuó su odisea. Combatiendo contra mar, montaña, sol y tormenta. Nada parecía poder abatirlo, pues a cada burla que escuchaba, parecía agrandarle el ego. El hombre le ponía hasta más entusiasmo, cual fuego que es avivado a base de combustible. Para bien o para mal —mas bien para lo segundo—, el individuo había adquirido una ingente cantidad de público. Ya pudiese estar ahí el mismo diablo, que su objetivo estaba más que cumplido.
—¿Crees que si le regalamos un nuevo instrumento... al menos estaríamos haciendo algo bueno? —preguntó a su hermano.
—Wuruuuuuuwu
—Tío... —hizo un inciso el Inuzuka de rastas —cada vez hablas más raro, te lo digo en serio...
»Pero razón no te falta en lo que dices... puede que entrometerse sea como firmar una nota de suicidio. Ir contra todos no es siempre buena idea, a menos que tengas la certeza de que podrás contra todos. Pero no se puede ir contra el aquelarre sin tener agua bendita... hay que entrenar mas. Mucho mas.
El Inuzuka se dispuso a continuar con su camino, debía buscar qué hacer en lo que el abuelo terminaba sus negocios por la ciudad. El anciano había venido a promover aún mas la creciente fama del dojo familiar, y lo había arrastrado. Pero bueno, toda experiencia suma. Eso era algo que tenía bien claro el rastas, de toda situación se podía sacar algo positivo.
Para cuando se reincorporó, pudo observar que el gentío era atosigador. Era imposible moverse demasiado del sitio sin tropezar con dos o tres personas. El circo en que se había convertido esa calle rozaba lo demencial, y más aún teniendo en cuenta que no era en pos de donar dinero a ese pobre artista callejero. Pronto, la situación se vio un poco... diferente.
El pobre diablo paró de tocar, y dejó caer un profundo suspiro. Algunos se rieron nuevamente, afirmando que el hombre ya se había cansado de hacer el payaso. Eso entre los comentarios mas suaves. EL hombre agarró con fuerza el instrumento, y lo estrelló contra el suelo.
¡CRUUUUSHH!
Trozos de astillas saltaron en todas direcciones, acompañados de una estruendosa y desafinada nota final. Nunca mejor dicho. El hombre, con los ojos inyectados en sangre, y lo que restaba del ukelele partido en la diestra señaló con el destrozado instrumento a su alrededor —¡SOVOTROS! ¡HIENAS DE UN HIJO! ¡LOS YO SOY TONTOS, NO SOVOTROS! ¡JAJAJAJA!
Pareciendo un demente, el hombre tomó la cesta y tiró hacia un lado el trozo de madera —ukelele— para sentarse a un lado. Los aplausos comenzaron a resonar, seguidos por mas burlas y acosos al pobre diablo.
«¡Y UNA MIERDA!»
Prefería ser molido a palos que dejar a una persona ser destrozada de esa manera. El Inuzuka empujó a varias personas, y sin importarle a éste quién fuese ese hombre, o cuán loco estuviese, se plantó en lo que aún conservaban como "escenario del loco".
—¡VERGÜENZA DEBERÍA DAROS! ¡REÍRSE ASÍ DE UNA PERSONA NO ESTÁ BIEN! ¡EL ES MAS VALIENTE QUE TODOS VOSOTROS JUNTOS! —sentenció el rastas, con los puños cerrados y gritando a toda voz al gentío.
Obviamente, las miradas se hincaron sobre éste. Bueno, las miradas y lo que no eran miradas. Antes lo fue el artista, y ahora era el Inuzuka, la dirección de las burlas y las mofas tan solo tomó otro objetivo. Que si iba a casarse con ese mendigo, que si su novio iba a ir algún día a hacerse la manicura...
«Mierda de sociedad...»
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Lejos de amedrentarse con las burlas ajenas, el peculiar músico continuó su labor. De hecho estas parecían estar alimentando el fuego de sus canciones, de su orgullo, de su satisfacción. Aquello era lo que llevaba a Ayame a pensar que de verdad aquellos fallos eran parte del espectáculo; de hecho, la gente se congregaba a su alrededor en mayor abundancia. Hasta el punto que se hacía incluso difícil moverse con libertad.
Pero entonces, de repente, el músico dejó de tocar su peculiar instrumento. Soltó un suspiro pausado mientras varias personas clamaban, riéndose a mandíbula batiente, que ya debía de haberse cansado de hacer el idiota. Entonces levantó el instrumento y...
¡CRUUUUSHH!
Ayame pegó un bote en el sitio cuando el instrumento se estrelló contra el suelo, quedando como un pobre amasijo de madera y cuerdas enredadas que entonaron una última nota antes de expirar.
— ¡SOVOTROS! ¡HIENAS DE UN HIJO! —aulló enloquecido, con los ojos inyectados en sangre y señalándolos con el astillado cadáver—. ¡LOS YO SOY TONTOS, NO SOVOTROS! ¡JAJAJAJA!
Pero en lugar de bajarle los humos a la multitud, lo único que recibió en respuesta fueron más burlas e insultos. Y de un momento a otro, alguien se abrió paso entre la multitud e invadió el escenario del músico. Era un chico con rastas, con una brillante bandana de shinobi de Kusagakure en su brazo.
— ¡VERGÜENZA DEBERÍA DAROS! ¡REÍRSE ASÍ DE UNA PERSONA NO ESTÁ BIEN! ¡EL ES MAS VALIENTE QUE TODOS VOSOTROS JUNTOS!
Y entonces el foco de los insultos se volvió contra él. Ayame, que se había ido moviendo hacia los linderos de la multitud, se llevó una mano al pecho, sin saber muy bien cómo actuar. ¿Qué podía hacer? No estaba bien que se burlaran de aquel mendigo de aquella forma, y mucho menos por su problema en el habla. ¿Pero cómo iba a enfrentarse a una multitud así? Tampoco podía ponerse a atacar a civiles así como así, ¡ella era una kunoichi! Al final, tras varios segundos de incertidumbre, juntó las manos en tres sellos consecutivos e inspiró profundamente. Alzó la cabeza, y de sus labios brotó un chorro de agua a presión que pasó por encima del gentío, regándolos con gotas de lluvia que cayeron con pesadez sobre sus cabezas y sus hombros.
— ¡Aquí no hay nada que ver ya! —exclamó, haciendo acopio de una valentía que estaba muy lejos de sentir y que se manifestó en sus piernas temblorosas—. ¡Marcháos antes de que llame a las autoridades de Taikarune!
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La situación empeoraba por segundos. Pese a que el chico portaba en su brazo una reluciente bandana, y mostraba decisión en sus palabras, no surtían efecto alguno en la multitud. Etsu aguardaba, manteniendo la compostura tanto como podía, con los puños cerrados y una mirada iracunda. Deseaba que todo cesase, que dejaran ya de lado ésta broma pesada sobre el pobre hombre, y que se dedicasen a sus quehaceres...
De pronto, un haz de esperanza surcó el cielo. Un chorro de agua salió disparado desde un extremo al otro de la calle, mojando a muchos de paso, pero sin dañar a nadie.
«¿Qué coño?»
Los civiles comenzaron a blasfemar, algunos incluso salieron despavoridos, como si jamás hubiesen estado bajo la lluvia. Entre gritos y vociferios, una voz destacó con potencia e inclemencia. Se trataba de una chica con un tatuaje en la frente, de pelos azabache ondulados, y que sin titubear anunció que si no se iban acudirían las autoridades de Taikarune. La chica parecía una heroína de verdad, de esas que se ven en los cómic.
«Menos mal que entre tanto imbécil hay gente buena...»
Pero era más que eso... mucho más. Su cara le sonaba, mucho, muchísimo. Demasiado.
El rastas quedó mirando por un instante a la chica, sin saber qué decir. Es mas, quedó con una extraña mueca de incertidumbre, intentaba descifrar de qué le sonaba la cara de esa chica. No podía ser de revistas de salseo, porque no le gustaban; no podía ser de series de ninjanovelas, porque tampoco le iban demasiado; no podía ser algo referente al mundo de la moda, porque ni asomaba por esos lares... entonces, ¿de qué era? le daba vueltas y vueltas al asunto, y esos segundos parecieron décadas de investigación para el shinobi.
—¡NOÑIS! ¡QUE ME NEGOCIO EL FASTEDIEIS! —reclamó el hombre, llevándose las manos a la cabeza.
Etsu volvió la mirada hacia el vagabundo, aun mas intrigado —¿q-que...? —pero no podía dejar de lado la actuación de la chica, así pues volvió su mirada de nuevo a ésta —muchas gracias por la ayuda, la cosa se me estaba yendo de las manos.
El hombre que tenian al lado hizo un gesto con la mano diestra, gesticulando un par de veces ante su cuello en horizontal, como indicando a alguien que cortase. Éste gesto pasó desapercibido para el Inuzuka, que en ese instante miraba a la chica. Aunque no tardó demasiado en volver la mirada hacia el hombre, tenía curiosidad...
—Perdona, pero... ¿de qué hablabas? ¿qué negocio estropeamos? —preguntó el rastas.
—Mísa cosas... misa cosas... ni soca... jajaja... —el hombre se veía mas tenso que antes, tanto que se le comenzaba a entender aún menos.
El gentío que había alrededor comenzaba a desaparecer poco a poco, gran parte de esa reunión se había disuelto como por arte de magia, o de agua.
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La acción de Ayame sembró algo más de caos entre la multitud. Como civiles que eran, noo eran muchos los que habían visto en acción de las artes shinobi, y varias de aquellas personas salieron corriendo cuando la ira de Amenokami cayó sobre ellos como una inofensiva lluvia que debió ser interpretada como un peligroso ataque contra ellos. Otras, por el contrario, optaron por maldecir y gritar. Afortunadamente, la calma no tardó en regresar, tal y como debía ser.
—¡NOÑIS! ¡QUE ME NEGOCIO EL FASTEDIEIS! —bramaba el pobre músico, que en aquellos instantes se llevaba las manos a la cabeza.
Y Ayame parpadeó varias veces, notablemente confundida. ¿Acaso había hecho mal metiéndose?
—Muchas gracias por la ayuda, la cosa se me estaba yendo de las manos —la voz del shinobi que había saltado a su defensa en primer lugar la sobresaltó, pero Ayame se volvió enseguida hacia él con una afable sonrisa.
—No hay de qué, compañero —respondió, aunque enseguida contrajo el gesto en una mueca de incomodidad—. Aunque algo me dice que a él no le ha hecho mucha gracia...
El de Kusagakure se volvió hacia el pobre artista callejero.
—Perdona, pero... ¿de qué hablabas? ¿qué negocio estropeamos?
—Mísa cosas... misa cosas... ni soca... jajaja... —balbuceó, de forma tan nerviosa que resultaba casi imposible entenderle.
—¿Tus cosas? Ah... tu guitarrita... —dijo Ayame, apenada, contemplando los restos del instrumento que pendían inertes de la mano del hombre.
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23/04/2019, 21:23
(Última modificación: 23/04/2019, 21:41 por Inuzuka Etsu. Editado 1 vez en total.)
La kunoichi amablemente quitó mérito a su acción, denotando una gran humildad. Aunque no pudo evitar restarle importancia al alarmante quejido del vagabundo, el cuál contradictoriamente parecía enfadado de que le hubiesen ayudado. Sendos shinobis, confundidos ante la reacción del hombre, quedaron mirando al susodicho. No entendían nada, al menos Etsu no entendía una mierda...
Preguntó, porque preguntando siempre se llega hasta el lugar que se desea, o hasta algún lugar al menos. Sin embargo, el hombre pareció recular. En ésta ocasión, no se quejaba de la meritada actuación de los shinobis, si no que titubeó de manera casi incomprensible, agarrándose a que eran cosas suyas como si fuese un clavo ardiendo. El Inuzuka arqueó una ceja en lo que miraba a la kunoichi, ¿ella entendía algo?
Ésta achacó que lo de sus cosas se venía refiriendo a lo de su instrumento musical. Etsu volvió la mirada hacia el hombre, y éste otro llevó su mirada hacia su instrumento. Bueno, lo que quedaba de él...
—Oh... si, rocla, rocla... —sentenció el hombre, que poco tardó en mirar a su alrededor, nervioso como una bruja en mitad de una iglesia.
Etsu miró a Akane, y éste miró al Inuzuka.
—Si tu lo dices...
El chico presentía que algo no iba bien, y casi nunca fallaba con su instinto. Pero bueno, si algo podían hacer por el hombre era facilitarle el comprarse otro instrumento. El dinero era algo que sobraba en la familia Inuzuka. Sin demora, el chico comenzó a buscar en su bolsillo el monedero. Entre tanto, el hombre explotó. No literalmente.
—Ir yo tengo que ya me... ciasgra, ciasgra.... exclamó el hombre, en lo que intentaba irse.
Pero Etsu alzó la mano, intentando retenerlo por un instante en lo que buscaba su monedero —un momento, un momento... quiero darte algo, solo dame un segundo —reclamó el chico, pero pese a buscarlo entre tanto con su diestra, no daba con él.
«La madre que me trajo... ¿dónde lo he guardado?»
Palpó e inspeccionó todos sus bolsillos, en lo que a regañadientes el vagabundo insistía en que debía irse. De pronto, un grito resurgió de entre las personas que ya estaba por irse. De esas que previamente habían conformado el bullicio, de esas personas que medio empapadas había optado por dejar estar la situación.
Pero no fue la única. Esa chica solo fue la que alarmó a todos e instó en buscar entre sus pertenencias.
—¡MI CARTERA! ¡AL LADRÓN!
—¡MI DINEROOOO!
—¿¡ALGUIEN ME ROBÓ EL BOLSO!?
Entre otras... la alarma estalló, y el pánico cundió. De hecho, tanto fue así que algunos empezaron hasta a acusarse entre ellos, sin siquiera tener evidencias de ello. Etsu quedó perplejo ante la situación, sin saber qué decir... aún intentaba en un vano intento buscar su cartera, pero era una lucha perdida.
—¿Qué coño...? —aún era temprano para blasfemar, se contuvo un poco.
Si Ayame se comprobaba, podría corroborar que hasta a ella le habían tomado el pelo. Su cartera tampoco estaría entre sus pertenencias.
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—Oh... si, rocla, rocla... —balbuceó el hombre.
Pero aquel extraño comportamiento comenzaba a olerle a chamusquina a Ayame, que alzó una ceja sin poder evitarlo. El hombre no dejaba de mirar a su alrededor, terriblemente nervioso. Y, mientras tanto, el shinobi de Kusagakure, junto a ella, rebuscaba algo en sus bolsillos. Una acción que no pasó desapercibida al músico, y que le alteró aún más.
—Ir yo tengo que ya me... ciasgra, ciasgra....
—Un momento, un momento... quiero darte algo, solo dame un segundo —le pidió el chico, que no parecía encontrar lo que con tanto afán estaba buscando.
Y, al parecer, no era él único.
—¡MI CARTERA! ¡AL LADRÓN!
—¡MI DINEROOOO!
—¿¡ALGUIEN ME ROBÓ EL BOLSO!?
—Oh, no... —Fue una reacción instantánea, Ayame se llevó la mano al portaobjetos que llevaba tras la cintura. Su rostro palideció en cuestión de segundos—. ¡Oh, no! ¡Nos ha engañado! ¡Eh, tú! ¡Vuelve aquí!
Sin ni siquiera intercambiar una palabra con el de Kusagakure, Ayame echó a correr tras la estela del difamado músico... ahora timador y ladrón.
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Etsu no quiso pensar que pudiese ser cosa del músico, pero a decir verdad... habían ciertas sospechas sobre él, y sobre sus últimas acciones y palabras. Era un gran sospechoso, aunque tampoco podían achacarle los hurtos, puesto que había estado allí en mitad de todo el jaleo, todo el tiempo. Era imposible que hubiese sido él, ¿no?
La chica no tardó en buscar entre sus pertenencias también, topando con la no demasiado grata sorpresa. Su tez palideció al instante, tanto o más que la de Etsu. Pero ella no titubeó un solo segundo, sin mirar otras posibilidades, lanzó su acusación al vagabundo. EL hombre, que había intentado sesgar algo de distancia, trazó un respingo a la par que alzaba ambas manos. Quedó quieto, no se atrevió a moverse más de lo que había hecho hasta el momento, que en realidad tampoco habían sido mas de un par de metros.
—¡Yo... icenteno soy! ¡Lo roju! —inquirió con temblorosa voz.
Pero la chica tenía clara su acusación, Etsu... aún dudaba un poco, no entendía cómo podría haberlo hecho. Además, había robado hasta a shinobis. El tipo debía ser realmente diestro, un verdadero ladrón de guante blanco.
«Pero él no se movió... estuvo en ese escenario —por llamarlo de alguna manera— todo el tiempo...»
El Inuzuka no se retiró demasiado, aunque aún pensaba en cómo, no iba a dejar a un sospechoso tan nervioso irse de buenas. Aunque fuese inocente, tal y como decía, algo había de saber. De lo contrario, ¿a qué venían esos nervios y manera de actuar? ¿a qué venía tanta prisa por irse?
Algo escondía.
—¿Ababaur?
Etsu miró a Akane, y chasqueó los dedos —eso tiene bastante sentido, hermano... bastante sentido —confirmó el rastas, para poco después buscar de nuevo con su mirada al indigente —tío, vamos a hacerlo por las buenas. Sabemos que algo tienes que ver tú con todo ésto, así que... facilitanos el trabajo, y dinos. ¿Quienes son tus cómplices?
»Tú eras solo el cebo, ¿verdad?.
El hombre no pudo disimular demasaido otro respingo, lo habían calado... o no. Ante la acusación, el hombre entrecruzó varias veces los brazos, alarmado. El sudor frío resbalaba por su sien, y su mirada a cada escasos segundos se perdía entre los pequeños grupos de personas que aún persistían en la zona. Esos grupos de personas que en su mayoría se peleaban, reclamando sus pertenencias y acusándose los unos a los otros.
—¡Roju lo! ¡roju lo! ¡se no nada yo! —insistía el hombre —¡Ancremé!
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25/04/2019, 21:50
(Última modificación: 25/04/2019, 21:50 por Aotsuki Ayame.)
Pero la persecución terminó tan pronto como había empezado. El músico se quedó inmóvil en el sitio, con las manos levantadas en un gesto conciliador que poco convenció a la kunoichi.
—¡Yo... icenteno soy! ¡Lo roju!
—¡Sí, claro, entonces nuestras pertenencias han desaparecido por arte de chakra! —exclamó Ayame, recortando la escasa distancia que los separaba. El enojo que sentía era claramente palpable, tanto en sus chispeantes ojos como en su lenguaje corporal.
El Kusajin no tardó en unirse a ella.
—Tío, vamos a hacerlo por las buenas. Sabemos que algo tienes que ver tú con todo ésto, así que... facilitanos el trabajo, y dinos. ¿Quienes son tus cómplices? Tú eras solo el cebo, ¿verdad?
El hombre volvió a pegar un respingo. Era evidente que le acababan de pillar con el carrito de los helados. Era evidente que él no había sido el responsable directo de los robos, pero que estaba compinchado con alguien con las manos demasiado largas mientras él se encargaba de distraerlos con su peculiar música era más que evidente. ¡Por eso ni siquiera le importaba que le insultaran y se rieran de él!
—¡Roju lo! ¡roju lo! ¡se no nada yo! —insistía el hombre—. ¡Ancremé!
Y a Ayame se le acababa la paciencia.
—Mira, nos vas a decir quién es el ladrón al que estabas ayudando, o si no —añadió, en voz más baja—, toda esta gente sabrá que has tenido algo que ver. Y no creo que les haga ninguna gracia... Así que ya estás cantando.
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Se podía ver a leguas que la kunoichi estaba notoriamente enfadada. Lo decía su lenguaje corporal, así como el fuego del averno que relucía en sus acusadores ojos. No tenía dudas, y no era el único conforme pasaban los segundos. El hombre no hacía mas que delatarse a sí mismo, como un ladrón primerizo al que pillan los de seguridad. Tan solo le faltaba derrumbarse ante la presión, y ponerse a llorar o algo similar. Pero el hombre insistía, se aferraba a que él no había hecho nada.
La chica insistió, sus pertenencias no habían desaparecido por arte de magia, o de chakra. En ese mismo instante, Etsu intentó dar una opción de rendición al vagabundo, brindándole la oportunidad de confesar y devolver las pertenencias ajenas. Pero nuevamente el músico negó tener algo que ver con el suceso. El de rastas tomó aire, y lo dejó escapar en un tendido suspiro de desdén. Ya tenían bien claro, que aunque no hubiese robado directamente, sabía quienes eran los culpables. Pero el hombre insistía en su inocencia...
¿Qué podían hacer?
Con la escasa distancia que los separaba como herramienta principal, Ayame inquirió que delatase al ladrón, o de lo contrario desvelarían al músico como cómplice de los robos ante el enfurecido gentío. No hacía falta mas que mirar un poco alrededor. Todos blandían una iracunda e irracional saña contra el más cercano, acusándolo del robo e incluso llegando a las manos. Todo era un caos, y eso que no estaban focalizados en una sola persona.
¿Se imaginan el posible resultado? Exacto, no saldría vivo de allí sin devolver las cosas, las tuviese o no.
—N-no... ¡no nada sé! —negó por tercera ocasión, cual Judas.
—¡Basta ya! Sabemos que has tenido algo que ver, y que encubres a alguien —sentenció el genin —me importa una mierda el dinero que tenía, pero no pienso pasar por alto a toda la gente que has fastidiado.
—En-en sirio, no-
—¡OÍDME TODOS! ¡ÉSTE HOM- —cortó el Inuzuka.
—¡N-no! ¡réhabla! ¡réhabla! —apresuró el músico a cortar al chico.
Algunas miradas se clavarían sobre ellos, pero en realidad todos tenían sospechosos, o incluso peleas. La atención sobre el grupo fue efímera, aunque intensa. Por suerte o por desgracia, no fue a parar a más. El vagabundo aún miraba entre el público de vez en cuando, pero ahora que estaba entre la espada y la pared, no le quedaban opciones...
—H-ha dosi... ha dosi... —los orbes del hombre se iluminaron, tanto o mas como los de un bebé al recibir el primer guantazo tras nacer —Hamurana Ino... ha dosi ella... —y el hombre estalló a llorar.
«Ostras... tío... tío...»
Al pobre Inuzuka le partía el corazón ver al hombre en esa condición, muy a pesar de su delito. Pero no podía hacer mucho por él, había sido él y no otro el que se había metido en esa situación. El hombre se agazapó, y terminó por clavar las rodillas en el suelo, tapándose el rostro con ambas manos en un vano intento de que los allí presentes no le viesen llorar.
—Ha dosi ella... —escupió de nuevo, y cortó para tomar aire entre sollozos —tenía... atení breham... loso riquea merco.
El hombre, impulsado seguramente por los nervios y el llanto, hablaba cada vez peor. Pero por lo poco que se podía entender, una mujer había tenido algo que ver, y ya tenían su nombre. Miró a la kunoichi —¿lo creemos?
—Ababauer —inquirió Akane, dando también su opinión.
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—N-no... ¡no nada sé! —insistía el músico, aunque saltaba a la legua que les estaba mintiendo vilmente.
—¡Basta ya! Sabemos que has tenido algo que ver, y que encubres a alguien —replicó el de Kusagakure—. Me importa una mierda el dinero que tenía, pero no pienso pasar por alto a toda la gente que has fastidiado.
Pero Ayame no compartía su opinión. Para nada. Esa cartera era muy importante para ella, e iba a recuperarla costase lo que costase.
—En-en sirio, no-
—¡OÍDME TODOS! ¡ÉSTE HOM-
—¡N-no! ¡réhabla! ¡réhabla! —El músico terminó por rendirse al verse ante las fauces del lobo, temeroso de lo que estaba por venir si no soltaba prenda—. H-ha dosi... ha dosi... Hamurana Ino... ha dosi ella... —confesó, antes de romper a llorar definitivamente y clavar las rodillas en el suelo mientras se tapaba el rostro con las manos.
Una amarga congoja se rompió en el pecho de Ayame al verle de aquella manera, tan aterrorizado como un chiquillo. Si debía ser sincera, no se sentía nada orgullosa presionando a aquel músico de aquella manera, pero no había visto otra opción. No si querían recuperar sus pertenencias.
—¿Lo creemos?
—¡Y yo qué sé! ¡Ni siquiera he entendido lo último que ha dicho! —estalló Ayame, con un aspaviento de los brazos.
—Ababauer —un extraño ladrido llamó su atención. Un husky siberiano en el que no había reparado hasta el momento les miraba con fijeza, sobre todo al de Kusagakure.
En cualquier otra ocasión, Ayame se habría deshecho con el animal, pero en aquellos instantes estaba demasiado tensa como para pensar en algo así siquiera.
—¿Dónde podemos encontrar a esa... Hanamura Ino? —inquirió.
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1/05/2019, 22:46
(Última modificación: 1/05/2019, 22:47 por Inuzuka Etsu.)
La chica, exaltada y furiosa, gritó a Etsu como si éste fuese el malo de la película. Sin embargo, la chica no parecía haber entendido la película... el rastas había intentado jugar a poli bueno, poli malo con el sospechoso. Pero se llevó el rapapolvo. No supo qué decir, o qué hacer en contestación para no liarla más. Etsu siempre la liaba hablando con personas, al menos con personas reales... cuando practicaba con el espejo, o lo intentaba con Akane disfrazado de humano, no lo hacía tan mal. Al menos eso creía.
«La hostia... ¿qué coño he hecho mal? En serio, no hay quien entienda a las personas...»
Akane sin embargo afirmaba que debían creerlo, que cada vez que se ponía nervioso hablaba peor, y si estaba tan nervioso como para llorar era sin duda verdad. Etsu llevó la vista hacia Akane, y terminó por aceptar con un par de movimientos de cabeza en vertical. Movimientos muy leves, pero que claramente daban a entender que estaba de a cuerdo con el can.
Ayame volvió a romper el leve silencio, ésta vez con una pregunta para el músico. Buscó que éste dijese donde podían encontrar a la mujer que había sido culpable del robo, cosa que llamó la atención de Etsu. Mas que por otra cosa, porque debía ser una de las personas que hubiesen por el lugar, puesto que les había robado a casi todos los allí presentes. El chico echó un vistazo alrededor, pero por desgracia no parecía haber nada demasiado sospechoso. Aunque con toda la que se estaba formando allí, era difícil sacar de contexto algún detalle como sospechoso...
Las peleas seguían, los vociferios aumentaban, y el jaleo allí formado terminó por llamar la atención de la guardia de la ciudad. Pronto, al menos una decena de soldados aparecieron desde ambas bocas de la calle, haciéndole encerrona a todos los ciudadanos que con más o menos derecho, armaban ese pequeño gran desastre y atentaban contra la tranquilidad de la ciudadela.
—Ella.. alle eneti... nau yojeria... —el hombre que a cada segundo hablaba peor, terminó por llorar de nuevo —me tamará... me tamará... —sentenció entre sollozos.
—Mejor preguntemos a la gente, Akane... cualquiera entiende a éste pobre diablo cuando habla así de nervioso...
—¡Gruuuf! —contestó el can. Estaba totalmente de acuerdo, no habían objeciones.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~
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—Ella.. alle eneti... nau yojeria... —balbuceaba el músico, de forma cada vez más incomprensible—. me tamará... me tamará...
—Mejor preguntemos a la gente, Akane... cualquiera entiende a éste pobre diablo cuando habla así de nervioso...
El perro ladró a modo de asentimiento, pero Ayame alzó una mano hacia ellos.
—Esperad, por favor. Creo que se está refiriendo a una joyería, deberíamos empezar por ahí. Además, no sabemos más que su nombre, ¡y ni siquiera podemos estar seguros de que lo haya pronunciado bien! Necesitamos su apariencia, una pista, algo... Pero, aparte de eso —añadió, volviéndose hacia el hombre—. ¿Por qué dices que te matará?
Desde luego, la actitud del pobre músico sólo estaba dejando clara una cosa: o bien estaba compinchado con aquella tal Hanamura Ino o bien estaba siendo forzado a colaborar bajo amenaza de muerte.
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Los protectores de la seguridad y el orden en la ciudad, como buenos e instruidos soldados, cortaron el problema a base de fuerza bruta. Aunque bueno, cabe destacar que solo en los mayoritarios casos en que las palabras habían llegado a las mano. Realmente, de otra manera habría sido imposible, puesto que cuando grupos de personas se hayan enfrascados en una pelea, pocos ojos u oídos tienes para más cosas a parte de para evitar terminar con un golpe. Fuere como fuere, los golpe volaban, literalmente.
Etsu quiso buscar alguna manera de encontrar a la mujer que resultaba ser dueña o trabajadora de una joyería y con un nombre parecido al facilitado por el disléxico, pero antes de que eso sucediese la chica lo alertó. Definió lo que mas o menos habían entendido, que debían buscar a una mujer y una joyería, pero destacó que realmente no podían buscar así tan al azar. No tenían ningún dato seguro, y además alertó a la chica un detalle que el Inuzuka realmente ni había tenido en cuenta, o no lo había llegado a entender. La amenaza de muerte que se cernía sobre los hombros del músico...
Ayame lanzó de nuevo una mirada al vagabundo, y le lanzó la pregunta sin dilación. Quería saber porqué sentenció el hombre que esa mujer le mataría. El hombre, mas tembloroso que un flan viajando en clase turista en un tren exprés de prueba, no soltó palabra. EL hombre se agazapó un poco, y terminó de rodillas sobre el suelo, llorando de nuevo. Se desató un poco el rasgado trozo de cuerda que hacía de obi en su indumentaria, y dejó deslizar sus ropas un poco bajando por su espalda. La espalda del hombre representaba una gran cantidad de golpes, moratones, e incluso bocados. Si, bocados, realmente de locos.
—Alle... alle... —pero el pobre no podía ni terminar esa frase, era totalmente incapaz.
El rostro del Inuzuka cambió por completo en ese mismo instante, su cordial y habitual sonrisa desapareció y su cejo se frunció de manera irremediable. De haber algo cerca para golpear, lo habría hecho de pura rabia. Pero no, tuvo que conformarse con cerrar los puños tan fuerte, que la propia presión de los mismos casi le hace sangrar.
—Chicos, márchense de aquí ahora mismo, éste no es lugar para... —un hombre les interrumpió, se trataba de uno de los soldados de la ciudad —¡Oh! perdonad, no había visto las bandanas... muchas gracias por la ayuda, señores. Pero tengan cuidado, al parecer hay por la zona un ladrón bien diestro. Estamos trabajando en solucionar la situación.
—Muchas gracias, señor.
El Inuzuka perdió por un instante esa tremenda frustración, esa rabia contenida que no podía dejar escapar por ningún lado... tuvo que sonreír de nuevo. Ante la peor de las situaciones, era la mejor solución, no mostrar lo jodido que de verdad estás. Etsu avanzó un paso, y sobre puso la mano en el hombro del vagabundo.
—Tranquilo, vamos a solucionar el problema. Esa mujer no va a seguir fastidiando a quien le da la gana, no pienso permitirlo.
Se giró hacia la chica, por su parte estaba más que decidido a gastar su tiempo en poner una solución a lo sucedido, así como a salvaguardar la vida de ese hombre poniendo a la ladrona bajo las inquebrantables garras de la justicia.
—¿Contamos con tu ayuda? Por cierto, mi nombre es Inuzuka Etsu —informó a Ayame.
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