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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
—¡Tú sí que vas a dormir, pedazo de monstruol!

—Monstruo... —Kokuo dejó escapar una seca carcajada—. Me pregunto quién es más monstruo entre las dos, Arashikage-sama.

—Daruu insistió en que el Gobi intentó embaucarle en varias ocasiones para hacerle creer que Ayame estaba muerta —habló Kiroe—. Por favor, no prestéis atención a nada de lo que diga, es una mentirosa, y además, nada de lo que hable debería cambiar nuestros planes. Si va a revertir el sello, Arashikage-sama, reviértalo, y nos preocuparemos de Ayame cuando haya recuperado su cuerpo.

—¿Mentirosa? Ni afirmé que la señorita estuviese muerta, ni he mentido en ningún momento, no me comparen con ustedes, humanos.

—Antes quiero saber una cosa —cortó Yui, con voz afilada—. ¿Fuiste tú el primero, Potrillo? —Yui dio un paso al frente y el Gobi volvió a devolverse, pero Zetsuo la mantenía firmemente inmovilizada. Maldito y debilucho cuerpo humano....—. [sub=mediumpurple]¿O el Kyūbi ya ha reclutado más bijūs en su ejército de pacotilla?

Pero Kokuo apretaba las mandíbulas, mostrando los dientes.

—¿De verdad cree que voy a responder a una pregunta así? ¿Por qué habría de hacerlo? ¿¿Con este humillante trato?? ¡¿EH?!

La puerta volvió a abrirse y el Gobi llegó a escuchar varios pares de pasos. Giró la cabeza como pudo, lo justo para ver por el rabillo del ojo a la mano derecha de la Arashikage acompañada por una anciana encorvada que caminaba ayudada por un bastón y un chiquillo escuchimizado cargado de nervios y con gafas rectangulares.

—Ayuda a Zetsuo a tranquilizar el bijuu, Chika.

La anciana comenzó a acercarse y Kokuo se revolvió con todas sus fuerzas. El golpeteo del bastón sobre las baldosas resonaba como las agujas de un reloj que SÓLO marcaba su condena.

—¡SUELTENME! ¡NO SE ATREVAN A PONERME SUS HUMANAS MANOS ENCIMA! ¡SE HACEN LLAMAR HUMANOS Y SON MÁS MONSTRUOS QUE CUALQUIERA DE NOSOTROS!

Pero cualquier acto de resistencia fue inútil. La anciana apoyó una de sus nudosas manos sobre su hombro y, un un simple sello después, se vio petrificada de los pies a la cabeza. Como pequeñas hormigas, una serie de indescifrables símbolos se extendieron sobre su piel, atándola, sometiéndola.

Y Aotsuki Zetsuo, habiéndose a salvo, se reincorporó con un extraño brillo en sus ojos aguamarina.
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#32
El interminable y tenso diálogo continuaba. Kokuo tenía casi más orgullo que Yui, cosa que resultaba peligrosa. En otro momento y en otro lugar, quizás la pastelera se hubiera apiadado de ella. Pero era el cuerpo su Ayame el que estaba ocupando, y las cosas debían ser así.

No obstante, cuando los recién llegados entraron en escena y el bijuu comenzó a chillar como un reo caminando a la guillotina, Kiroe no vio a una bestia, sino a una humana. Desafortunadamente para ella, era una kunoichi. La habían entrenado día tras día para no ceder ante esas cosas. Oh, muchas veces los enemigos de la aldea no se merecían el encierro. Esto era lo mismo.

Y aún así, apartó la mirada, incómoda, mordiéndose el labio.
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#33
¿Qué quién era más monstruo de los dos? Oh, en eso el Gobi la ganaba. ¡Había que tener unos huevos bien gordos para además decir que los humanos eran tan monstruos como ellos! Más después de arrasar una ciudad como ese malnacido había hecho. Ancianos, niños, bebés… En el Cementerio del Gobi había diez mil lápidas de gente inocente muerta por sus coces.

¿¡Cómo coño se podía ser tan cínico!?

Pero la culpa era suya. La culpa era suya por tratar de discutir con un monstruo como aquel. Con los demonios no se hablaba, se les encerraba entre rejas y se tiraba la llave al abismo del Yomi.

Y punto.

¿Podrás ahora usar tu técnica interrogatoria, Zetsuo? —preguntó, algo más calmada, una vez Chika paralizó al Gobi con el fuuinjusu—. Solo quiero averiguar si el Kyuubi tiene más bijūs de su parte antes de revertir el sello. Tenemos que saber a lo que nos enfrentamos.

Tras un gesto de Chika, y el asentimiento de Yui, la anciana aprovechó la inmovilidad del cuerpo de Ayame para apartar un poco la tela y tener acceso a su espalda, donde estaba colocado el sello. Cuanto antes empezase con su estudio, mejor.



El joven con gafas pasó de puntillas, intentando no rozar a nadie ni hacer el mínimo ruido, hasta colocarse al lado de su maestra, papel y lápiz en mano. Él podía tener muchos defectos, pero si alguna virtud tenía, eso era en desencriptar y reventar sellados. Se llevó un dedo al puente de las gafas y las empujó hacia arriba, para luego posar sus ojos en el sello y…

Y entonces era donde se suponía dibujaría el contrasellado que le habían hecho. La más mínima modificación. Cualquier cambio o detalle que no debía estar ahí. El problema era que el sello estaba intacto. Como si, en realidad, no hubiesen revertido nada.

Miró a Chika, que tenía el rostro pálido. Luego a Yui. Luego rápidamente al suelo mientras daba un paso hacia atrás.

Yui-sama… —Chika había trabajado los suficientes años con Yui para saber que mejor no andarse con rodeos—. Trabajaré las veinticuatro horas del día para tratar de revertir el sellado, pero… Le seré franca. No me esperaba esto. La probabilidad de que lo consiga es baja.

¿Muy poca probabilidad, decía? ¡Que no le hiciesen reír! ¡Ahora mismo tenían un 0,00% de posibilidades! ¡Aquello no era romper el sellado que un monstruo sin cerebro había puesto a su Jinchuuriki! ¡Aquello era revertir el propio sello que los mismísimos maestros y grandes ancianos de las Tres Villas habían ideado para ella! ¡No había forma! ¡No había manera! ¡No otra que no fuese arrancarle el bijuu y volvérselo a sellar! ¡Aunque quizá ni con esas! «Joder, joder, joder. Que no me pregunten. Que no me pregunten. Dios, dios, dios, dios. ¡Si ya sabía yo que había una razón por la que hoy no llueve, joder!»
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#34
—¿Podrás ahora usar tu técnica interrogatoria, Zetsuo? —preguntó Yui, algo más calmada—. Solo quiero averiguar si el Kyuubi tiene más bijūs de su parte antes de revertir el sello. Tenemos que saber a lo que nos enfrentamos.

—No será necesario —respondió él, pese al gutural gruñido que le dedicó Kokuō—. Ya lo confesó en el País del Agua: al parecer, aparte del Kyūbi y del Gobi no hay más Bijū liberados... por ahora. Pero no cabe duda de que los buscarán para revertir también sus sellados. Y también manifestó su arrepentimiento por no haberse unido a su causa... —añadió, con los ojos entrecerrados.

—Ojalá no hubiera intentado esconderme en el País del Agua... —farfulló Kokuō, vibrando de rabia contenida en aquella parálisis—. Ojalá hubiera hecho caso a la señorita y hubiera regresado... ¡¡¡PARA REDUCIRLOS A CENIZAS A TODOS!!!!

Mientras tanto, la anciana había descubierto la espalda del Gobi y el chico de las gafas se paseó a su alrededor con papel y lápiz en mano. Y, tras varios minutos de investigación que se antojaron eternos, el chico se quedó pálido e intercambió una significativa mirada con la anciana.

—Yui-sama… —habló Chika, mientras el muchacho retrocedía. Y Zetsuo tuvo un muy mal presentimiento—. Trabajaré las veinticuatro horas del día para tratar de revertir el sellado, pero… Le seré franca. No me esperaba esto. La probabilidad de que lo consiga es baja.

—¿Cómo que la probabilidad es "baja"? —preguntó el médico, que se crispaba a cada momento que pasaba—. ¡EXPLÍCATE! ¡¿Qué cojones significa eso?!

—Os lo dije... —Kokuō se rio entre dientes. Pero no era una risa alegre, sino cargada de sorna y amargura—. Nunca dije que la señorita había muerto. Lo que le dije a su hijo, señora —añadió, refiriéndose directamente a Kiroe—, era que se olvidara de ella porque no iba a volver. Porque no hay manera de que vuelva.

»Va siendo hora de que lo acepten: yo soy ahora la Jinchūriki, y la señorita ahora es el Bijū.


—Esto debe ser una broma. ¡DEBE SER UNA JODIDA BROMA! —bramó Zetsuo.
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#35
Baja. La probabilidad era baja. No, lo que estaba pasando es que la abuela no tenía ovarios de decir la puta verdad.

Lo que estás diciendo es que no puedes revertirlo —sentenció Kiroe.

Kokuo confirmó la sentencia, y Zetsuo montó en cólera. No obstante Kiroe levantó una de sus manos y se adelantó un paso.

»Lo que voy a decir no va a gustar a nadie, pero...

»¿Y esos Uzumaki de Uzushio? En Fūinjutsu... no tienen rival. Sé que el horno no está para bollos
—Os juro por las nalgas de la Arashikage que el juego de palabras no fue a propósito—, pero si no nos queda más remedio...
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#36
A Yui podían haberle dado un puñetazo en la boca, y le hubiese dolido menos. Había dado por hecho que reverterían el sello. Quizá no hoy, ni mañana, pero tras días de duro estudio y trabajo, romperían el contrasellado. El problema era, precisamente, que no había contrasellado alguno que romper.

Chika no lo había dicho a la ligera. De haber cualquier otro sello dibujado en la espalda de Ayame, lo estudiaría durante días, buscando la forma de romperlo. Pero el sello que ella llevaba no tenía falta de estudiarlo, porque ya lo conocía. Era el resultado de cuando los más grandes genios de las tres Villa se juntaban para hacer algo único. Era el mejor fuuinjutsu conocido que se había creado en la historia, a prueba de bombas. ¿Cómo iba ella a lograr revertirlo?

Desvió la mirada a Zetsuo, sin decir nada. No tenía nada que explicarle, por mucho que le diese pena que su hija estuviese en aquella situación. Probabilidad baja significaba eso, baja. Sus mejores años ya habían pasado y aunque intentaría por todos los medios buscar una solución, dudaba que la fuese a conseguir. Y Tensai… Giró la cabeza hacia el chico con gafas, escondido en un rincón, tratando de pasar desapercibido. Aquel chico era un prodigio, pero todavía le quedaban un par de años para madurar lo suficiente como para dar frutos.

¿Y esos Uzumaki de Uzushio? En Fūinjutsu... no tienen rival. Sé que el horno no está para bollos, pero si no nos queda más remedio...

Kiroe tenía razón en una cosa: el horno no estaba para bollos.

¿Quieres que pida ayuda a los que secuestraron a tu hijo y a Ayame? —preguntó con voz crispada, sin dar crédito a lo que oía.

Shanise, en cambio, entornó los ojos. Aquella era una semilla que…

Basta —hizo un ademán con la mano, como cortando el viento con ella—. No me creo que mi mayor experta en fuuinjutsu vaya a rendirse a los cinco minutos de ver un sello. Quiero a todo el equipo trabajando las veinticuatro horas del día para buscarle una solución. ¡Mientras tanto…! —miró a Shanise—. Llevaos al Gobi a dónde pertenece… —sus ojos centellearon hacia la cara contraída de Ayame. No, del Gobi.

»¡Al calabozo!

… que podía terminar germinando. Pero Shanise sabía que no ahora. No en medio de la tormenta. Con delicadeza, tomó el cuerpo de Ayame, todavía paralizado por el sello maldito, para llevarla hasta su celda.

Chika hizo una reverencia con la cabeza y se alejó a paso lento, apoyándose con su bastón. Tensai, que tenía la cara iluminada como si le hubiese tocado la lotería, se dobló hasta casi rozar el suelo con la frente, manos pegadas a la cintura, y se alejó cojeando —le había dado un tirón por tan súbita reverencia— sin creerse la suerte de haber salido con vida de allí.

Yui se giró hacia el ventanal, donde el cielo seguía negándose a llover.

Eso es todo.
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#37
Pero lo único que recibieron por respuesta fue un silencio tan mudo como elocuente. La anciana callaba. El muchacho de las gafas callaba. Y Zetsuo palideció bruscamente al comprender lo que aquello quería decir. Apretó los puños, en un vano intento de contener los temblores que las sacudían, en un intento de contener las irrefrenable ganas que le habían entrado de golpear la pared más cercana.

—¿Y esos Uzumaki de Uzushio? —intervino Kiroe de repente—. En Fūinjutsu... no tienen rival. Sé que el horno no está para bollos, pero si no nos queda más remedio...

Zetsuo se volvió hacia ella, iracundo, pero antes de que pudiera siquiera la boca fue Yui la que, irritada, resumió sus pensamientos:

—¿Quieres que pida ayuda a los que secuestraron a tu hijo y a Ayame? Basta —añadió, cortando el aire con una de sus manos—. No me creo que mi mayor experta en fuuinjutsu vaya a rendirse a los cinco minutos de ver un sello. Quiero a todo el equipo trabajando las veinticuatro horas del día para buscarle una solución. ¡Mientras tanto…! —se volvió hacia Shanise—. Llevaos al Gobi a dónde pertenece… ¡Al calabozo!

Los ojos turquesa de Kokuō se crisparon una última vez mientras contemplaba impotente cómo Shanise se acercaba a ella, la cargaba en sus brazos y se la llevaba de camino a su nueva celda.

A su marcha la acompañaron la anciana Chika y su joven pupilo, que pasaron junto a un Zetsuo tan petrificado como si le hubiesen aplicado a él también el Sello de la Maldición Propia, incapaz de dar crédito a lo que estaba presenciando.

—Eso es todo —culminó Yui, volviéndose hacia el ventanal.

Tras aquello, tanto Zetsuo como Kiroe deberían haberse marchado por donde habían venido. Pero el médico no se movió. Era como si sus pies hubieran echado raíces en aquel mismo sitio. Y es que, aquellas últimas tres palabras de su mandataria habían sido como un puñetazo directo a su mandíbula.

—Eso... ¿es todo? —repitió, en un débil balbuceo.

Habían viajado durante incontables días sin apenas detenerse para descansar o comer. Habían sacrificado sus vidas luchando contra una bestia imbatible. Habían conseguido reducirla. Habían regresado a Amegakure con ella. Habían subido al despacho de la Arashikage, la kunoichi más fuerte de toda la aldea, con la esperanza de conseguir respuestas y de recuperar a su hija. Era la Arashikage, si ella misma no podía hacerlo debería tener los medios a su alcance para hacerlo...

Pero no sólo se marchaban con las manos vacías.

Le habían arrebatado a Ayame y la habían encerrado en un calabozo sin más explicaciones, sin más instrucciones...

Sin más esperanzas...
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#38
Aquella pregunta de Yui fue como una patada en la boca a su orgullo. Sí, Uzushiogakure secuestró a su hijo y a Ayame, sí, lo recordaba perfectamente. No obstante, había que saber cuándo depender incluso de un enemigo. Quizás, si tenían en cuenta que el mundo entero estaba ahora amenazado por el Kyuubi y sus Ocho Generales, podían conseguir que la Espiral les ayudase, aunque sólo fuese por estudiar la técnica de reversión del sello para utilizarla en su propio jinchuuriki, que sin duda estaría en el mismo peligro que Ayame.

No dijo nada, no obstante. Ahora le tocaba callar. Por todas las imprudencias cometidas.

Por eso, cuando Yui les despachó, Kiroe no dudó ni un sólo segundo en hacer una pequeña reverencia y pronunciar las palabras:

Entendido, Arashikage-sama. —...y en darse la vuelta, de camino a la puerta del despacho.
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#39
El despacho de Yui se quedó sumido en un silencio extraño, antinatural. Uno que muy pocas veces se daba. Y no era porque Yui no estuviese gritando, o descargando su furia sobre alguna mesa, pared, o lo que fuese que se le pusiese en medio.

No, era un silencio antinatural porque no se oía el característico repiqueteo de la lluvia contra el cristal. De algún modo, se había convertido en una música de fondo para aquel lugar. Era su eterna banda sonora, y algo muy grave tenía que estar pasando para que no se oyese.

No fue sino Yui, tras un largo rato, quien interrumpió aquel silencio opresivo.

¿Quieres decirme algo, Zetsuo? —preguntó, sin darse la vuelta.
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#40
Fue la voz de Yui, como un jarro de agua fría, la que le despertó.

—¿Quieres decirme algo, Zetsuo?

Zetsuo abrió la boca, pero las palabras murieron en su garganta. Y al final debió pensárselo mejor, porque terminó por cerrarla y apretar sendos puños.

—Nada, Arashikage-sama —respondió, con una sonada inclinación de cabeza.

Se reincorporó y giró sobre sus talones para dirigirse con paso firme a la puerta de salida, que le aguardaba apremiante. Sin embargo, sus pies se detuvieron titubeantes en el umbral.

—Manténganos avisados de cualquier novedad... por favor —suplicó, en última instancia, sin siquiera girarse.

Y se marchó. Sin más. Sin mirar atrás y con la sensación de que estaba abandonando a Ayame al dejar que la encerraran de aquella manera allí. Sola. Pero tenía que confiar en Yui, tenía que confiar en que encontrarían la solución. Porque lo harían. ¿Verdad?

Y mientras descendía encerrado en aquel armatoste de acero apretaba sendos puños con tal fuerza que los nudillos se le marcaron de blanco y la sangre goteó entre sus dedos.

«Mierda... ¡Mierda! ¡¡MIERDA!!»
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#41
En la salida, Zetsuo se cruzó con una Jōnin de mirada afilada y múltiples cicatrices poblando su piel. Su nombre era Kaguya Hageshi, y tenía un mensaje. Cuando cruzó el umbral del despacho, supo que la Arashikage no estaba de humor. No porque tuviese algún tipo de poder mental, o por nada que estuviese haciendo la propia Yui. Simplemente con ver el despacho le bastó: una mesa partida en una esquina, folios y pergaminos tirados por el suelo…

Maldita la hora que había elegido para informar.

Yui-sama —habló, haciendo una reverencia a su entrada—. Seguimos sin tener noticias de él. —Una breve pausa—. Hay que empezar a considerar la posibilidad de que…

Yui se dio la vuelta.

… Umikiba Kaido esté muerto. —Un escalofrío recorrió el cuerpo de Hageshi. Justo cuando lo había dicho…

… se oyó un repiqueteo en el cristal de la ventana.


• • •


La Villa estaba esperando el regreso de Aotsuki Ayame. La subcampeona del Torneo de los Dojos, su Jinchūriki. No era la primera vez que desaparecía, ni que era secuestrada, pero siempre se las había arreglado para regresar. En aquella ocasión, sin embargo, su vuelta no fue la esperada. Porque había vuelto de nuevo, sí, pero al mismo tiempo, nunca había estado tan lejos. Cuando Shanise la depositó sobre la cama del calabozo, todavía paralizada por el sello, se pudo ver. Sus ojos reflejaban ahora el alma de una bestia. Su voz, la furia de un bijū. Nada había en ella que recordase a la kunoichi que todos conocían, más allá del cascarón que ya no le pertenecía.

Su tímida sonrisa. Su entrañable inocencia. Su firme determinación a superarse. A no rendirse. A ayudar a los suyos. Todo ello había desaparecido. Amegakure había perdido a su luna…

… quizá para siempre.

Un escalofrió recorrió el cuerpo de Shanise. No tenía forma de comprobarlo, pero tuvo la sensación de que, allí afuera…


• • •


Kokuō había rechazado la propuesta de su hermano, dando la espalda a cualquier tipo de venganza. Más incluso, a cualquier tipo de confrontación. Había tratado de huir, de alejarse de los humanos y cualquier disputa que estos traían. ¿Qué crimen había cometido? Ninguno. ¿Qué violencia había ejercido, más allá de defenderse? Ninguna.

Había sido justo con el mundo, e injusticia era lo que había recibido. Para él, no habría ningún juicio. El mundo le condenaría de nuevo, no por ningún crimen, no por ningún acto, sino por el mero hecho de existir. Ni siquiera le dejarían hablar. Y si, de algún modo, lograba alzar la voz, dejarían de escuchar.

Su hermano le había permitido saborear otro tipo de libertad, pero los humanos, simplemente, le habían buscado otro tipo de celda. Oyó el característico chasquido de una cerradura al cerrarse, y entonces, lo sintió.

Sintió que, allá arriba, el cielo...




... había roto a llorar.
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