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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1

Este post está ambientado antes de la semifinal del torneo; es decir, antes de mi combate con Juro

El pulso terminó por traicionarla. La pluma tembló inevitablemente en su mano, y las últimas palabras terminaron dibujadas entre líneas débiles y temblorosas.

Ayame suspiró, mordiéndose con fuerza el labio inferior para no romper a llorar allí mismo. Ya estaba hecho. No había vuelta atrás. Una lágrima rebelde recorrió su mejilla al momento de doblar el pergamino y terminó impactando contra su propia firma, emborronándola más si cabía. Con el corazón hecho pedazos, dejó la nota de manera que quedara bien visible en la única mesa de la habitación del hotel. Con todo hecho, se anudó una simple cinta de tela en torno a la frente en sustitución de su bandana ninja, se arrebujó bien en su capa de viaje y se echó al hombro la mochila que ya se había ocupado de llenar con varias mudas de ropa, sus escasos ahorros y algo de comida que había tomado prestada de la nevera de la habitación.

«Espero que Kōri no se enfade por haber cogido sus bollitos de vainilla.» No pudo evitar pensar, y se sintió infinitamente estúpida al instante.

Claro que se iba a enfadar. Iba a enfadarlos a todos. Pero no precisamente por los bollitos. Sólo esperaba que algún día pudieran perdonarla.

«Papá, hermano:»

La visita a Daruu en el hospital había sido tan sólo el detonante de todo aquello. Aquella misma noche, aprovechando que todo el mundo estaba durmiendo, decidió terminar con todo aquello de una buena vez. No podía perder el tiempo. Abrió la ventana y, tras asegurarse de que no había nadie a la vista, saltó a la rama de un árbol cercano y desde aquel cayó al suelo con las rodillas flexionadas.

Al mirar al cielo, se dio cuenta de que era una noche de luna llena. Al menos, la oscuridad no sería un problema.

«...Sé que habéis tratado de ocultármelo todo este tiempo, pero he descubierto la verdad...»

Ayame echó a caminar, con las palabras escritas aún dándole vueltas en la cabeza. Cientos de veces había pensado una solución al quebradero de cabeza que la atormentaba día y noche. No, la destrucción de Kusagakure no se había debido a que hubieran fallado al intentar controlar a un repentinamente aparecido Kyūbi. Había sido ella. O, más bien, le habían hecho hacerlo sin ser siquiera consciente de ella.

«...Soy un monstruo... No quiero, ni puedo permitir, que vuelvan a utilizarme como una marioneta en contra de mi voluntad. Y la única solución que se me ocurre es esta...»

Quizás debería haber hablado con Yui-sama primero. O con su familia. Quizás incluso con Daruu... Pero tenía miedo. Miedo de lo que pasaría después de que supieran que ella ya sabía la verdad sobre aquella fatídica noche.

No. Que desapareciera el jinchūriki de Amegakure era lo mejor que podía pasar. Ya no habría un bijū en ninguna aldea. Todo volvería al equilibrio y ninguna aldea desaparecería de la noche a la mañana. Y fuera de Amegakure, donde no gozaban de tanta vigilancia como dentro de los muros de la aldea, era la mejor oportunidad que podría tener jamás para desvanecerse.

«¿Y que pasará cuando renazca otro bijū como ya lo hizo Kokuō?» Le susurró una maliciosa vocecilla en su cabeza, pero Ayame sacudió la cabeza para apartar aquellos sentimientos.

Se negaba a pensar en todo lo que dejaba atrás. Se negaba a pensar en su hogar, en su padre, en su hermano, en su tío, en su promesa de entrenarla en las artes Hōzuki; en los pocos amigos que había ido haciendo desde que se había graduado como genin... En Daruu... Daruu... No. Debía seguir avanzando como un pelele sin vida para no ponerse a pensar. Porque si lo hacía se derrumbaría de manera instantánea. Por eso tenía que seguir avanzando, evitar los lugares más transitados incluso a aquellas altas horas de la noche y salir de los Dojos del Combatiente para no volver a aparecer nunca jamás. Ni siquiera los guardias samurais supondrían un problema, pues tenían permiso para recorrer y entrenar en el País del Fuego durante su estancia allí. ¿Y después? ¿Qué haría después? Con la comida y el poco dinero que tenía encima podría alejarse durante varias jornadas lo suficiente como para que le perdieran el rastro. Y después... Después... Quién sabe. Quizás encontrara trabajo en algún pueblo o ciudad para poder sustentarse la vida. Quizás debiera dedicarse a una vida de peregrinaje y soledad en una montaña aislada del resto del mundo.

«Por favor, no me busquéis. Sé y comprendo que estaréis terriblemente enfadados y decepcionados conmigo... Tan solo espero que algún día podáis perdonarme.

Os quiero...

Ayame.»
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#2
El viento bramaba. Removía el cabello de la kunoichi que atravesaba la pradera con el único destino el huir de su origen. Cargaba apenas unas cuantas provisiones. De no haber habido viento, se hubiera oído el traqueteo de la mochila y el sordo sonido de las suelas de sus zapatos rozando la hierba. Pero hacía mucho viento. El viento bramaba.

El viento bramaba. Agitaba violentamente las briznas del limpio pasto a su paso. Ondeaba las hojas, afiladas como agujas, y dibujaba patrones que quizás a Ayame le parecieran familiares. Las olas de un lago bravío en medio de una tormenta, quizá. Y quizás aquél quizá no volvería a cruzar por delante de sus pupilas, si es que realmente pensaba abandonar su otrora original procedencia. Quizás también, si la muchacha hubiera cerrado los ojos, habría podido evitar observar el fenómeno y esquivar el ataque de nostalgia. Eso, por su puesto, si no hubiera habido viento. Pero hacía mucho viento. El viento bramaba.

El viento bramaba. Hacía temblar las ventanas, y los suelos, y rozar las maderas por sus juntas. Tal vez, si no hubiera habido viento, los dos hombres que plácidamente descansaban en sus respectivas camas de aquella habitación se habrían dado cuenta de que algo les faltaba. Que la luna había abandonado el firmamento que era su familia y que partía hacia una tierra lejana cuya identidad ni siquiera ella misma conocía. Pero hacía mucho viento. El viento bramaba.

El viento bramaba. Pero él estaba allí, dispuesto como una ficha de ajedrez que se movía en el momento justo para rematar una partida. Inamovible, como una estatua de mármol, pero relajado como acostumbraba a estarlo. El viento bramaba. Pero él estaba allí.

El viento bramaba. Bramaba para todos, menos para él, que se había dado cuenta de que había una oportunidad más.

Karoi levantó su mano impidiendo el paso. Ayame no se había dado cuenta de su presencia, como si hubiera estado agazapado entre los arbustos. Pero la hierba sólo medía unos centímetros.

Pero bueno, ¿a dónde vas con todo eso, pequeñaja?
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#3
La sensación de que todos los elementos estaban de su parte en aquella noche crucial no tardó en irse al garete. La agradable brisa que acariciaba de manera normal la llanura de los Dojos del Combatiente se convirtió de un momento a otro en un vendaval que la sacudía con fiereza a cada paso que daba. Pero aquello no era suficiente para que cejara en su propósito. Aunque de manera más lenta, siguió adelante, zancada a zancada, luchando contra la fuerza del viento que revolvía sus cabellos y zarandeaba su cuerpo en pos de dificultarle el movimiento.

«La luna está conmigo... pero el viento está en mi contra.» Llegó a pensar, cuando se vio obligada a cruzar los brazos por delante del rostro.

Agachó la mirada y sobre la hierba vio que el viento bailaba una danza que hacía ondular su superficie como si fuera un océano de hierba.

«Como si fueran las aguas del Gran Lago de Amegakure en uno de esos días tormentosos...» Una dolorosa punzada atravesó su ya maltrecho corazón. Si hacía lo que estaba a punto de hacer, jamás volvería a ver aquellas aguas. Jamás volvería a disfrutar de la lluvia acariciando su rostro día sí y día también. ¿De verdad deb...?

Ayame sacudió la cabeza y reanudó la marcha. Era como si el aire estuviese intentando convencerla de que diera media vuelta y abandonara aquella alocada empresa mandándole mensajes de nostalgia y añoranza. Pero debía mantenerse firme. Debía hacer de tripas corazón y armarse del poco coraje que le quedaba...

Ya tendría tiempo después para derrumbarse y llorar. No podía permitirse el lujo de pensar en las consecuencias de sus actos ahora.

—Pero bueno, ¿a dónde vas con todo eso, pequeñaja?

Aquella voz conocida, acompañada de aquella coletilla conocida, logró sobresaltarla. Había estado tan inmersa en sus pensamientos que no se había dado cuenta de la figura que parecía esperarla en mitad del camino. ¿Qué hacía allí en mitad de la noche?

—T... tío Karoi... —balbuceó, con el corazón prácticamente en la garganta. El hombre había alzado el brazo, y Ayame supo de inmediato que no la dejaría marchar así como así. Tragó saliva. Pocas habían sido las veces que había visto a su tío, pero nunca antes le había parecido tan recto, tan... imponente. ¿O era una sugestión por la tensión de aquella fatídica noche?

Sin embargo, había algo que estaba claro. Aunque aquel hombre había sido parte de su sufrimiento actual por haber sellado al Gobi en su interior, pasara lo que pasara no podía contar la verdad. Si no, podía dar por perdido su objetivo desde aquel mismo momento.

—Y... yo... voy a salir varios días del valle para entrenar. Lo siento, sé que esperabas que lo hiciera antes, pero aún no he terminado de dominar el Mizu Fūsen no Jutsu... —se obligó a sonreír, pero fue incapaz de mantenerle el contacto visual directo y terminó por hundir la mirada en la tierra—. Pero, ¿qué estás haciendo tú aquí a estas horas de la madrugada?

Ahora que lo pensaba, ni siquiera sabía dónde se hospedaba su tío. Estaba segura de no haberle visto por el El Patito Frito.
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#4
—Y... yo... voy a salir varios días del valle para entrenar. Lo siento, sé que esperabas que lo hiciera antes, pero aún no he terminado de dominar el Mizu Fūsen no Jutsu... —Subyugó una sonrisa y la ató a su rostro. Pero a simple vista estaba claro que la sonrisa no quería estar allí. Bajó la mirada y la enterró, profunda— Pero, ¿qué estás haciendo tú aquí a estas horas de la madrugada?

Karoi se cruzó de brazos y torció el gesto con una mueca de escaso convencimiento.

—Veamos... —indagó Karoi—. Sales en mitad de la noche, sola... Con equipaje. Cuando nadie te ve, sin pedir permiso. ¿Y tú te vas a ir a entrenar varios días?

»¡Ay, pero qué loca estás! —Karoi avanzó rápidamente y rodeó a su sobrina en un abrazo—. Si necesitabas ayuda sólo tenías que pedírmelo.

Se separó de ella y echó a caminar hacia adelante.

—Vamos, vayamos al lago. Te enseñaré más sobre esa técnica. Esperaba que aprendieras más por ti misma, pero te voy a echar un cable —dijo—. La verdad es que odiaría verte perder. Y así puedo ver la cara que se le queda a tu padre cuando vea la técnica contra tu oponente.
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#5
Su tío se cruzó de brazos, y cuando Ayame se atrevió a alzar de nuevo la mirada hacia él comprobó que había torcido el gesto en una mueca. No le había convencido.

<<Oh, oh...>>> Ayame tensó los hombros.

—Veamos... —comenzó a husmear—. Sales en mitad de la noche, sola... Con equipaje. Cuando nadie te ve, sin pedir permiso. ¿Y tú te vas a ir a entrenar varios días?

—Yo... yo... —balbuceó Ayame, estremeciéndose por la presión de la mentira. Había vuelto a desviar la mirada, y en un gesto inconsciente se ajustó la cinta de tela sobre la frente—. No quería preocupar a mi padre y a mi hermano... Se pondrían demasiado pesados si se me ocurría hacerlo durante el día, así que... les he dejado una nota... —aquellas últimas dos palabras sonaron ahogadas en sus labios.

—¡Ay, pero qué loca estás! —exclamó Karoi, y Ayame cerró los ojos con fuerza antes de darse cuenta de que no era una reprimenda. Había estado esperando que su tío descubriera su farsa en cualquier momento, pero en lugar de ello había avanzado hacia ella y la había estrechado en un abrazo. La muchacha creyó sentir que su corazón se desgajaba un poquito más—. Si necesitabas ayuda sólo tenías que pedírmelo.

—No, yo... —comenzó a decir, con un hilo de voz, pero su tío se había separado de ella y había comenzado a caminar en otra dirección.

—Vamos, vayamos al lago. Te enseñaré más sobre esa técnica. Esperaba que aprendieras más por ti misma, pero te voy a echar un cable.

—N...

—La verdad es que odiaría verte perder. Y así puedo ver la cara que se le queda a tu padre cuando vea la técnica contra tu oponente.

—¡No! —Ayame ahogó una exclamación y retrocedió un único paso. Había terminado gritando sin darse cuenta. En un futil intento por arreglarlo, esbozó una sonrisa que sintió extraña en sus labios—. Te lo agradezco pero no... no es necesario, de verdad, tío. La técnica ya casi está dominada... Sólo necesito unos intentos más... Y prefiero hacerlo por mi cuenta, de verdad.

De entre todas las personas en el mundo, ¿por qué había tenido que toparse precisamente con Karoi? Sólo hacía las cosas más difíciles...

Tenía que largarse de allí cuanto antes.
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#6
—No quería preocupar a mi padre y a mi hermano... Se pondrían demasiado pesados si se me ocurría hacerlo durante el día, así que... les he dejado una nota...

Karoi torció el gesto, nada convencido de las intenciones de Ayame. ¿Por qué aquella actitud tan hostil hacia él? Le temblaba todo el cuerpo, como un flan. Tras negarse varias veces, fabricó de nuevo una tonta excusa:

—Te lo agradezco pero no... no es necesario, de verdad, tío. La técnica ya casi está dominada... Sólo necesito unos intentos más... Y prefiero hacerlo por mi cuenta, de verdad.

Karoi se cruzó de brazos y dio un largo y tendido suspiro.

—Está bien, está bien... —dijo el hombre, pero añadió—: Pero la salida y sus alrededores están vigiladas por los hombres de Noka por las noches —aseguró—. Por mucho que pretendas evitar a tu padre y a tu hermano, no podrás pasar por delante de ellos. No lo permitirán...

Sonrió. Era una de esas sonrisas cálidas que había acostumbrado a ver aquellos días.

—Y sin embargo, sé que es importante para ti, y de todos modos yo iba a salir a hacer unas cosas... Así que, ¿qué te parece si te acompaño? Tengo acreditación para salir. Si vas conmigo, no te pasará nada. Luego quedamos a alguna hora en algún sitio, y te recojo para volver. Así podrás volver a entrar, y Zetsuo no se enterará de nada.

Le guiñó un ojo y echó a caminar.

—¿Vamos allá, pequeñaja?
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#7
Otra vez se había cruzado de brazos... Otra vez ese suspiro...

¿Durante cuánto tiempo sería capaz de aguantar aquella tensión?

—Está bien, está bien... —dijo el hombre y Ayame tuvo que reprimir un suspiro de alivio. Sin embargo, aquella victoria había sido demasiado fácil. Y de eso se dio cuenta cuando continuó hablando—: Pero la salida y sus alrededores están vigiladas por los hombres de Noka por las noches. Por mucho que pretendas evitar a tu padre y a tu hermano, no podrás pasar por delante de ellos. No lo permitirán...

—Creía que, siendo participantes del torneo, podíamos salir y entrar del valle cuando quisiéramos... —se le escapó. Aquella declaración había caído sobre Ayame como un jarro de agua fría para su determinación de escapar de allí sin levantar ninguna sospecha.

Y cuando estaba comenzando a asustarse ante la perspectiva de haber topado con un callejón sin salida, Karoi le sonrió con aquella calidez tan familiar y acogedora que en aquellos instantes no hacía más que partirle el corazón en mil pedacitos.

—Y, sin embargo, sé que es importante para ti, y de todos modos yo iba a salir a hacer unas cosas... Así que, ¿qué te parece si te acompaño? Tengo acreditación para salir. Si vas conmigo, no te pasará nada. Luego quedamos a alguna hora en algún sitio, y te recojo para volver. Así podrás volver a entrar, y Zetsuo no se enterará de nada.

Ayame agachó la cabeza, aún reticente ante la idea. ¿Por qué Karoi ponía tanto empeño en acompañarla? De todas maneras, pronto descubrió que no sólo se encontraba en un callejón sin salida, sino que además tenía los colmillos del depredador justo a su espalda: no tenía manera de negarse al ofrecimiento de su tío sin resultar fatalmente sospechosa, ni tenía manera de escapar de los Dojos del Combatiente sin su presencia.

—¿Vamos allá, pequeñaja? —le guiñó un ojo, y Ayame terminó por asentir de mala gana.

Echó a caminar tras sus pasos como un cervatillo que sigue al rey del bosque. Sin embargo, pronto reparó en algo que había dicho Karoi minutos atrás y la curiosidad pudo con ella:

—¿Qué son exactamente esas cosas que tienes que hacer fuera del valle a estas horas de la noche, tío Karoi?
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#8
Ayame asintió de mala gana y le siguió como quien es incapaz de rechazar a alguien a quien le tiene gran estima. Eso es precisamente lo que él esperaba que hiciera, de modo que estaba contento. Todo iba a la perfección. Suspiró y caminó a su lado. Seguramente la muchacha pensase que su intención era la de acompañarla en una noche tan oscura. Eso es lo que el instinto le diría. Porque el miedo la traicionaría, el miedo la paralizaría si osaba separarse de la cálida presencia de su tío.

Y él lo sabía.

—¿Qué son exactamente esas cosas que tienes que hacer fuera del valle a estas horas de la noche, tío Karoi?

Soltó una risilla amable.

—Ay, Ayame, qué inocente que eres —contestó su tío—. ¿Qué crees que es lo que un ninja haría a estas horas de la noche? Es una misión, por supuesto. De parte directa de la Arashikage.

Tío y sobrina se sumieron en silencio. El viento bramaba.

El viento bramaba. Si no hubiera habido viento, y si el valle no hubiera sido tan oscuro por la noche, Ayame podría haberse dado cuenta de que Karoi actuaba y hablaba con un nerviosismo poco habitual en él. Pero hacía mucho viento. Removía los cabellos de los familiares y aminoraba su marcha. Empujaba al samurái que se les acercó, y casi vuela el papel acreditado de Karoi para abandonar el valle. Se filtraba y agitaba las copas de los árboles que la pequeña y el mayor cruzaron, y movían las olas del lago en el que Karoi se detuvo, que rompían a su vez con la orilla con una furia que recordaba a otras tierras.

—Bueno, ya estamos aquí, Ayame. Te dejo en el lago, seguro que te vendrá bien una masa de agua muy grande, ¿eh? —dijo su tío—. Pero antes, deja que... que te de algo. Te vendrá bien.

Karoi sacó de su bolsa una pequeña píldora de color amarronado. Era esférica, y desde allí le llegó el olor a frutas.

—Si te cansas, te tomas esto y estarás al cien por cien en un p... periquete. —Se acercó a Ayame...

Se acercó...

Cuando estaba a apenas un metro, sacó un kunai de su manga derecha y...




























···
















El viento bramaba. Si no hubiera habido viento, Karoi habría escuchado los pasos del hombre que les había estado siguiendo el rastro. Si no hubiera habido viento, habría sentido el movimiento entre los arbustos que avecinó su muerte.

Pero tenía la katana clavada ya en el centro del pecho. Y el hombre que le había matado era...

—Tú, maldito hijo de puta... Sabía que irías a por mi hija... —rugió Zetsuo, emanando ira en el mero susurro que siseó antes de sacar la katana del pecho de Karoi y patearlo para que se hundiera en el lago.

...

El cuerpo del caballito de mar explotó en una nube de humo, y reveló que el falso Karoi era en realidad un hombre con barba de tres días, rala, y gafas cuadradas. Portaba atada a la cintura una máscara de morena.

—¡Ayame! ¡Necesito una explicación! —Zetsuo, ido de sí, se dio la vuelta y se agachó frente a ella, agarrándola por los hombros y agitándola. Estaba...

...estaba llorando.
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#9
Karoi soltó una risilla, a modo de respuesta.

—Ay, Ayame, qué inocente que eres —le dijo su tío, y Ayame ladeó la cabeza hacia él—. ¿Qué crees que es lo que un ninja haría a estas horas de la noche? Es una misión, por supuesto. De parte directa de la Arashikage.

«¿Una misión en mitad de la noche? ¿De parte directa de Yui...? ¿Fuera de los dominios de Amegakure...? ... ¿En plena celebración del Torneo de los Dojos?» Había algo en sus palabras que no terminaba de cuadrar en su cabeza, pero cuando estuvo a punto de preguntar al respecto el viento volvió a levantarse contra ella, arrancándole las palabras de la boca y obligándola a encorvarse y cruzar los brazos delante del rostro para seguir caminando.

De todas maneras, si su tío no quería contarle nada al respecto o si era información confidencial de la misma Arashikage, no lograría sonsacarle nada al respecto. Y tampoco debería importarle demasiado, puesto que en pocas horas habría cortado todos y cada uno de los lazos que la unían a los que la rodeaban... Tan solo tendría que seguir a su tío hasta las afueras de los dojos, dejar que la acompañara a un punto donde acordarían reunirse cuando terminara con su supuesto entrenamiento y, simplemente, no aparecer nunca más por allí.

Era todo muy fácil. Quizás demasiado. Pero Ayame estaba tan concentrada en su objetivo como para darse cuenta de ello.

Y así, tío y sobrina continuaron su camino hostigados por el incesante viento que no dejaba de bramar en sus oídos y de empujarles atrás, como si tratara de hacerles abandonar su campaña.

«El viento está en mi contra...» Se repitió, una vez más. «Pero la luna...» La luna no estaba, comprobó enseguida, horrorizada. El viento no sólo los empujaba a ellos. Había empujado también a las nubes, que cubrían ahora el cielo y habían sumido el valle en una terrorífica oscuridad.

Ayame se pegó aún más al cuerpo de Karoi.

En cuestión de minutos llegaron al límite del valle. El samurai que vigilaba la salida les salió al paso y el viento estuvo a punto de arrancarle de las manos a Karoi el papel que los acreditaba a entrar y salir del lugar cuando así lo desearan. Y cuando al fin se despidieron del guardia y salieron al exterior, Ayame sintió su pecho súbitamente más pesado. Como si tuviera una piedra por corazón.

«Aún no puedo derrumbarme... Sólo un poco más...» Tenía la victoria al alcance de la mano, y tuvo que hacer un soberano esfuerzo por no mirar atrás una última vez mientras atravesaban los bosques perseguidos por los aullidos del viento, que parecía lamentar su partida.

El bosque se abrió pasado un tiempo, y Ayame se sintió aún peor cuando observó como sus aguas rompían contra la orilla con una furia que le llevó a recuerdos lejanos, en una tierra que ya debía ser lejana para ella.

—Bueno, ya estamos aquí, Ayame. Te dejo en el lago, seguro que te vendrá bien una masa de agua muy grande, ¿eh? —dijo su tío repentinamente, sacándola de sus pensamientos.

—S... sí... Este lugar será perfecto —se obligó a responder, sobreponiéndose al doloroso nudo que atenazaba su garganta.

—Pero antes, deja que... que te dé algo. Te vendrá bien.

Ante su sorpresa, Karoi sacó de su bolsa una especie de canica de color pardo. Casi inmediatamente, un atractivo olor a frutas le llegó hasta la nariz.

—Si te cansas, te tomas esto y estarás al cien por cien en un p... periquete.

¿Por qué tartamudeaba de aquella forma? Nunca había visto tartamudear a Karoi.

Se acercó a ella para darle la extraña píldora.

Y a partir de entonces, todo el mundo se puso patas arriba demasiado deprisa como para poder asimilarlo.

El viento volvió a aullar. Cara a cara con Karoi, de su mano derecha surgió el inconfundible silbido del metal desenvainándose. El traicionero kunai destelló en la oscuridad de la noche, y los arbustos se agitaron violentamente. Ayame quiso gritar, apartarse de la trayectoria del arma, licuar su cuerpo para evitar un daño mortal, pero la traición había sido tan imprevista y rápida que fue incapaz de reaccionar a tiempo. Sus ojos contemplaron sin comprender el baile del metal dirigido hacia ella y entonces una sombra surgió entre los dos y atravesó el pecho de su tío de parte a parte como si fuera de mantequilla en lugar de carne y huesos.

—Tú, maldito hijo de puta... Sabía que irías a por mi hija...

Como sacada de una pesadilla, aquella voz que despedía tanta ira contenida se le antojó terriblemente familiar. Pero, aunque oía las palabras pronunciadas, era como si fuera incapaz de comprenderlas. Se había tapado los labios, sin poder apartar la mirada de su tío e incapaz de comprender cómo aquel hombre, que había aparecido de la nada prometiéndole entrenarla en las artes de los Hōzuki, que se había mostrado tan cálido y paternal hacia ella; había intentado traicionarla y había terminado muerto.

Zetsuo sacó el filo de la katana del cuerpo del traidor y de una patada lo hundió en las aguas del lago. Justo en ese momento, el cuerpo de su tío estalló en una voluta de humo, y aquel hombre dejó de ser Karoi para ser un simple desconocido con gafas cuadradas, una barba de tres días que cubría sus mejillas...

Y una máscara que representaba el rostro de una morena atada a la cintura. ¿Por qué aquel hombre que había tratado de matarla tenía una máscara tan similar a la de Karoi? Se había transformado en su tío, por lo que era evidente que lo conocía. Pero...

—¡Ayame! ¡Necesito una explicación! —volvió a rugir la voz familiar; sin embargo, Ayame seguía con la mirada clavada en el hombre de la máscara de morena. Su cuerpo temblaba con violencia.

Sólo cuando sintió unas manos cerrándose sobre su hombros y agitarla con brusquedad pareció despertar momentáneamente. Ayame se encontró con los ojos aguamarina de Zetsuo y se sorprendió al ver, quizás por primera vez en su vida, estaba llorando.

—Papá... —balbuceó, e incapaz de contenerse por más tiempo, rompió a sollozar, aterrorizada—. Q... ¿Qué haces... aquí?

Difícil. Aquello era demasiado difícil. Dejar una nota y abandonar el lugar sin ser vista por nadie habría sido lo más fácil, ¿pero cómo iba a encarar ahora a su padre?

Sus ojos se desviaron inevitablemente a las aguas del lago. Quizás podría convertirse en agua para escapar del agarre de su padre y esconderse en el lago y...
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#10
Zetsuo leyó a través de la mente de su hija como nunca antes había deseado hacerlo, y detectó enseguida qué era lo que tenía pensado hacer. Extendió una mano, creando una barrera imaginaria entre ella y el lago, y casi se podría decir que la propia presencia del hombre forzó a la muchacha a mirarle a los ojos. Unos ojos que, Ayame comprendió, contenían ira, pero que sobretodo, reflejaban preocupación y miedo. Miedo. Un tono de color que la paleta de Zetsuo jamás había contenido.

—Ayame —repitió Zetsuo—. Podríamos tener enemigos por todas partes. Y como acabas de ver, tenemos enemigos entre nuestra propia aldea. En tu propio clan. —Su voz era imponente y dura como siempre, pero también emanaba tranquilidad, toda la que Zetsuo podía sacar de aquella situación—. ¿A dónde ibas a ir? ¿Con quién ibas a ir? ¿Crees que puedes valerte por ti sola?

Hizo una pausa y dio un largo y tendido suspiro.

—Decías en la nota que no te volverán a usar en contra de tu voluntad. ¿Qué crees que estaba pasando aquí? —señaló tras de sí, al cadáver del hombre que flotaba en el río—. ¿Qué crees que pasaría si alguien más descubre que eres una jinchuuriki?

Dio un paso adelante.

—¿Es que no piensas en lo que podría pasarte, niña?
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#11
Pero antes de que pudiera hacer cualquiera de aquellas pequeñas tonterías que había pensado que podría hacer, el brazo de su padre se interpuso como una impenetrable barrera entre ella y las aguas del lago. Aún temblando como una hoja de otoño, una inexplicable fuerza le llevó a apartar la mirada de su posible vía de escape para volverla hacia la imponente y sombría figura de Zetsuo. Allí, plantado frente a ella, el médico parecía la viva representación de lo que debía ser un líder, un Kage, y Ayame se sintió instantáneamente tremendamente pequeña e indefensa. Como un pequeño gorrión bajo la cerniente sombra de las alas de un águila.

Sin embargo, cuando se cruzó con los profundos ojos de su padre le sorprendió descubrir un matiz que nunca antes había visto ahí, una pequeña fractura en aquella máscara de adustez que derramaba de lo que parecía...

¿Miedo? ¿Preocupación? ¿Zetsuo era capaz de sentir aquellas cosas?

—Ayame —repitió; y aunque su voz seguía poseyendo aquel tono duro que le caracterizaba, Ayame percibió una pizca de calma—. Podríamos tener enemigos por todas partes. Y como acabas de ver, tenemos enemigos entre nuestra propia aldea. En tu propio clan. ¿A dónde ibas a ir? ¿Con quién ibas a ir? ¿Crees que puedes valerte por ti sola?

Ayame se mordió el labio inferior, incapaz de responder a eso, y Zetsuo dio un largo y tendido suspiro.

—Decías en la nota que no te volverán a usar en contra de tu voluntad. ¿Qué crees que estaba pasando aquí? —señaló tras de sí, y Ayame se vio obligada a mirar de nuevo el cadáver del hombre que flotaba en el río. El cadáver del hombre que había creído ser su tío... El cadáver del hombre que le había sonreído de aquella forma tan cálida y la había abrazado... El cadáver del hombre que había tratado de...—. ¿Qué crees que pasaría si alguien más descubre que eres una jinchuuriki?

Ayame hundió la mirada en la tierra ante aquella última palabra. La palabra maldita. La palabra tabú.

Ni siquiera percibió que Zetsuo se había acercado más a ella. Y, si lo había hecho, lo había ignorado.

—¿Es que no piensas en lo que podría pasarte, niña?

—Yo... no lo sé... —respondió al cabo de varios segundos, con un ahogado hilo de voz. Ni siquiera apretando los puños era incapaz de contener el temblor que sacudía todo su cuerpo como un furioso terremoto. Había cerrado los ojos, en un vano intento de que las lágrimas no la traicionaran. Pero todo fue inútil. Toda su determinación se había derrumbado como un castillo de naipes frente a la presencia de Zetsuo.

Y entonces comprendió que, precisamente por eso, no había querido enfrentarse cara a cara con él.

—Yo... sólo soy una jinchūriki para vosotros... —gimió, y entonces extendió las palmas de sus manos frente a sus ojos—. Soy un... ¡un monstruo! Cuando me sellaron el bijū de niña me dijeron que lo hacían para proteger a mis seres queridos, ¡no para mancharme las manos de la sangre de miles de inocentes sin ni siquiera saber de ello! Llevo meses sin poder dormir, las visiones de lo ocurrido en Kusagakure me acosaban cada noche, y ahora que conozco la verdad soy incapaz de conciliar el sueño pensando en todas esas personas que...

»Por eso pensé en una solución... algo que pudiera hacer para remediar lo que hice... Pero no puedo devolver la vida a los muertos. Sólo puedo evitar que volviera a suceder... Por eso... Por eso decidí marcharme... Porque no soy lo suficientemente valiente para hacer desaparecer el bijū de la otra forma que se me ocurrió...

Lloraba. Lloraba como hasta el momento no lo había hecho. Se tapó el rostro, profundamente avergonzada y terminó por caer de rodillas al suelo.

—No... no quiero... que vuelvan a utilizarme para una matanza así... No puedo llevar esta carga sobre mis hombros... ¿Por qué tuve que ser yo? ¿Por qué...? ¿Por qué dejaste que Yui hiciera esto conmigo, papá...?
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—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
#12
—Yo... no lo sé... —contestó una Ayame derrumbada después de pensar unos segundos. Zetsuo cerró los ojos y suspiró. Dio un paso para acercarse a su hija y colocó una mano en su hombro, un gesto que no acostumbraba a hacer.

Pero el cuerpecito de Ayame estaba lleno de dudas, y no pudo más. Explotó. Zetsuo retiró la mano de su hombro, dio un paso atrás y la observó severamente mientras intervino en su monólogo.

—Yo... sólo soy una jinchūriki para vosotros... Soy un... ¡un monstruo! Cuando me sellaron el bijū de niña me dijeron que lo hacían para proteger a mis seres queridos, ¡no para mancharme las manos de la sangre de miles de inocentes sin ni siquiera saber de ello! Llevo meses sin poder dormir, las visiones de lo ocurrido en Kusagakure me acosaban cada noche, y ahora que conozco la verdad soy incapaz de conciliar el sueño pensando en todas esas personas que...

Zetsuo había dejado de mirarla. Miraba a los pies de su hija, y había apretado y relajado los dedos de la mano derecha en varias ocasiones. Los cerraba con fuerza... Los abría. Los cerraba. Los abría, y balanceaba hacia adelante y hacia atrás, alternándolos, sus dedos.

»Por eso pensé en una solución... algo que pudiera hacer para remediar lo que hice... Pero no puedo devolver la vida a los muertos. Sólo puedo evitar que volviera a suceder... Por eso... Por eso decidí marcharme... Porque no soy lo suficientemente valiente para hacer desaparecer el bijū de la otra forma que se me ocurrió...

—Nada. —Como una gota que cae del techo en un día de lluvia, única pista de la tormenta que sucede fuera, Zetsuo reveló esa palabra, y sus dedos volvieron a cerrarse y abrirse.

—No... no quiero... que vuelvan a utilizarme para una matanza así... No puedo llevar esta carga sobre mis hombros... ¿Por qué tuve que ser yo? ¿Por qué...? ¿Por qué dejaste que Yui hiciera esto conmigo, papá...?

—¡Tú... no hiciste nada!

Zetsuo levantó la mano y propinó un fuerte tortazo con la mano abierta a la cara de Ayame, de derecha a izquierda.

—¡Levántate! —ordenó, y la intimidada Ayame no tendría más remedio que hacerlo—. ¡Mírame a los ojos! ¡La frente bien alta! —la cogió de la barbilla y levantó su mirada—. ¡Cierra ese entrecejo, grúñeme lo que quieras, pero con la frente bien alta!

»¡Esa espalda, enderezada! ¡Los hombros, arriba también! ¡Mírame y escúchame bien!

El cuerpo de Zetsuo estaba tensado y sus ojos brillaban con la emoción y con la ira.

—¡Ahora y siempre! ¡Eres una Aotsuki, eres sangre de mi sangre! ¡Eres mi hija! Nadie ni nada va a cambiar eso.

Se dio la vuelta y observó con melancolía la superficie del lago.

—No quería que sellaran a ese monstruo dentro de ti, y no quería que te utilizasen para destruir aquella endemoniada aldea. ¡Cojones! Que no se te ocurra pensar lo contrario, joder.

Dio una fuerte patada en tierra, liberando la ira que su postura no dejaba entrever.

—Pero eso no es suficiente para que un shinobi se atreva a rechazar la orden de un superior. No será ni la primera, ni la última vez que tus manos se manchen de sangre. Si yo fuera Yui, ni siquiera habría hecho lo que hizo. Y ella será la que entienda las consecuencias de sus actos, y la que las pague.

Se giró y encaró de nuevo a su hija.

—Y sin embargo, ningún Aotsuki, ni tú, ni yo, le hemos hecho nada a Kusagakure. La decisión ha sido de Yui, y ella es quien tiene las manos manchadas de sangre. Pues un líder tiene que dar las órdenes y hacerse respetar, pero también cargar sobre sus hombros la responsabilidad de dichas órdenes. Nosotros somos sus brazos y sus piernas, ¡pero jamás su conciencia!

»Me partí la espalda diseñando el sello que te mantuvo a salvo y me partí la espalda diseñando la ilusión que te haría olvidar y te mantendría alejada de todo esto. Ahora veo que no fue suficiente.

Se acercó a su hija un paso y levantó la mano, pero en lugar de darle un golpe más, se reprimió y dejó escapar un suspiro rápido.

—Jamás vuelvas a pensar que no eres más para mi que una cárcel para monstruos —insistió—. ¿Crees que tu hermano y yo somos unos extraños? La familia... La familia es lo más importante en este mundo.
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#13
—¡Tú... no hiciste nada!

Ni siquiera lo vio venir. La bofetada le cruzó el rostro de derecha a izquierda y restalló en el silencio de la noche como un latigazo. Con un gemido, Ayame tuvo que apoyar una mano en tierra para no acabar cayendo sobre ella.

—¡Levántate! —ordenó la imperiosa voz de su padre.

Y aunque le costó unos segundos comprender aquella simple palabra, la misma fuerza que la había empujado antes a mirar a Zetsuo a los ojos, ahora la obligó a levantarse mientras seguía frotándose la mejilla con una mano. No era el primer golpe que recibía de su padre. Habían sido innumerables las ocasiones que había entrenado con él y siempre había recibido alguno que otro.

Pero el dolor de aquella bofetada iba mucho más allá de lo meramente físico. Le dolía en el pecho.

—¡Mírame a los ojos! ¡La frente bien alta! —haciendo caso omiso a sus imparables sollozos, Zetsuo la cogió de la barbilla y levantó su mirada. Los anegados ojos de Ayame, aterrorizados y derrumbados, se cruzaron con la dureza del aguamarina. Si algo no caracterizaba al médico era, precisamente, la compasión—. ¡Cierra ese entrecejo, grúñeme lo que quieras, pero con la frente bien alta!

Pero Ayame no tenía fuerzas para gruñir o revolverse. De haberlas tenido, le habría pegado un chillido a su padre para alejarlo de ella y aprovechar su aturdimiento para ocultarse en el lago.

—¡Esa espalda, enderezada! ¡Los hombros, arriba también! ¡Mírame y escúchame bien!

Quizás, es lo que debería haber hecho desde el principio. Pero...

—¡Ahora y siempre! ¡Eres una Aotsuki, eres sangre de mi sangre! ¡Eres mi hija! Nadie ni nada va a cambiar eso.

Ayame tuvo que reprimir un hipido y sus dedos se cerraron en torno a la tela que cubría su frente cuando una fuerte punzada atravesó de parte a parte su ya maltrecho corazón.

«Su hija... ¿Cómo me puede llamar siquiera Aotsuki si no soy capaz de descubrir mi...?»

—No quería que sellaran a ese monstruo dentro de ti, y no quería que te utilizasen para destruir aquella endemoniada aldea. ¡Cojones! Que no se te ocurra pensar lo contrario, joder —Zetsuo se había alejado momentáneamente de ella para descargar toda su rabia contenida en una patada contra el suelo—. Pero eso no es suficiente para que un shinobi se atreva a rechazar la orden de un superior. No será ni la primera, ni la última vez que tus manos se manchen de sangre. Si yo fuera Yui, ni siquiera habría hecho lo que hizo. Y ella será la que entienda las consecuencias de sus actos, y la que las pague.

Ayame volvió a encontrarse con los ojos de Zetsuo cuando este se giró de nuevo hacia ella.

—Y sin embargo, ningún Aotsuki, ni tú, ni yo, le hemos hecho nada a Kusagakure. La decisión ha sido de Yui, y ella es quien tiene las manos manchadas de sangre. Pues un líder tiene que dar las órdenes y hacerse respetar, pero también cargar sobre sus hombros la responsabilidad de dichas órdenes. Nosotros somos sus brazos y sus piernas, ¡pero jamás su conciencia!

»Me partí la espalda diseñando el sello que te mantuvo a salvo y me partí la espalda diseñando la ilusión que te haría olvidar y te mantendría alejada de todo esto. Ahora veo que no fue suficiente.


Ayame volvió a desviar la mirada, no convencida con las palabras del médico. Aquello explicaba por qué se habían empeñado tanto él y Kōri para engañarla al respecto de lo que sucedió en Kusagakure y hacerle creer la versión oficial que todos conocían. Pero no podía estar de acuerdo con respecto a la Arashikage. Sí, Ayame podía ser la mano ejecutora, pero también era ella la que había estado cargando con las pesadillas y ahora con el sentimiento de culpa.

Yui había ordenado la destrucción de Kusa. Pero habían sido las manos de Aotsuki Ayame las encargadas de llevar a cabo la ejecución de la orden.

Fue la sombra de un brazo alzándose lo que la sacó de sus pensamientos. Tan sumida se había quedado que no se había dado cuenta de que Zetsuo se había vuelto a acercar a ella. En un gesto reflejo, se encogió bruscamente sobre sí misma.

Pero el golpe nunca llegó

—Jamás vuelvas a pensar que no eres más para mi que una cárcel para monstruos —insistió—. ¿Crees que tu hermano y yo somos unos extraños? La familia... La familia es lo más importante en este mundo.

Ayame tuvo que inspirar hondo y tragar saliva un par de veces antes de que aquel doloroso nudo que se le había formado en la garganta le permitiese responder.

—Entonces... ¿qué debo hacer? —gimoteó, apretando sendos puños a los lados de su cuerpo—. ¿Quedarme... Quedarme en Amegakure obedeciendo las órdenes de Yui-sama cuando soy incapaz de mirarla a la cara después de lo que me ha obligado a hacer? ¿Y esperar a que decida volver a utilizarme como un arma de destrucción masiva en contra de mi voluntad? Yui está haciendo exactamente lo mismo que hicieron las Cinco Grandes Aldeas justo antes de ser destruídas. ¡Tú mismo me lo contaste!
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No respondo dudas por MP.
#14
Su hija inspiró hondo y tragó saliva un par de veces antes de responder. Zetsuo intentó recomponerse —todo lo que pudo—. Parece ser que uno de esos momentos que había estado esperando estaba a punto de llegar. El de convertir a su hija en una kunoichi adulta.

—Entonces... ¿qué debo hacer? ¿Quedarme... Quedarme en Amegakure obedeciendo las órdenes de Yui-sama cuando soy incapaz de mirarla a la cara después de lo que me ha obligado a hacer? ¿Y esperar a que decida volver a utilizarme como un arma de destrucción masiva en contra de mi voluntad? Yui está haciendo exactamente lo mismo que hicieron las Cinco Grandes Aldeas justo antes de ser destruídas. ¡Tú mismo me lo contaste!

Zetsuo dio un largo y tendido suspiro. Observó a Ayame con más que una brizna de cansancio reflejado en sus pupilas aguamarina, y se agachó, arrodillándose para quedar a su altura. Entonces, en un gesto que Ayame hacía mucho tiempo que no vivía, su padre la abrazó, la apretó bien fuerte y, por lo que parecía, no tenía intención de soltarla, ni siquiera cuando siguió insistiendo en su ideario:

—Quedarte con nosotros —dijo Zetsuo—. ¿Qué vas a hacer si no? Eres de nuestra familia, por mucho que te empeñes como una cría pequeña en ocultar nuestro orgullo. No te creas que no me he dado cuenta, maldita idiota.

»Quedarte en Amegakure, con tu otra familia —continuó—. ¿Qué vas a hacer si no? Hay mucha más gente que no sabe lo que Yui ha hecho y que sin duda, si se entera, lo reprochará. ¿Eso hará que todos quieran marcharse en masa? No. Sin duda, Yui vivirá tiempos difíciles, y Amenokami sabe qué pasará entonces. O se sobrepone a ello, o tendrá que enfrentarse a una retirada... pacífica o forzada.

Se apartó, finalizando al fin aquél frío, pero sin saber por qué, también cálido abrazo.

—Ser un shinobi no conlleva sólo acceder a participar en torneos y demás mamandurrias. A veces, hay que enfrentarse a la realidad. Pero nosotros le debemos fidelidad a Amegakure y a su gente además de a su líder. Y además...

Cerró los ojos y suspiró.

—Yui es una muchacha muy joven y llena de temperamento. Si me pides mi opinión, sólo vale como líder porque ha sido la única capaz de unirnos, por primera vez. Ha hecho muchas cosas bien. Pero todo el mundo comete errores. Yo los he cometido.

Levantó la mirada y la fijó más allá de Ayame.

—He cometido muchos. Y tú también los cometerás. ¿Qué harás, entonces? ¿Dejar de lado a tu familia?

Se levantó, y se dio la vuelta.

—No. Protegerás a tu familia, porque quieres lo mejor para ella. Lo sé. Porque eres una Aotsuki. Eres mi hija. Sangre de mi sangre.

»Así que espabila y sobreponte a esto, cojones. ¿Para qué te entreno todas las semanas si no?
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#15
Zetsuo respondió con un nuevo suspiro cargado de cansancio acumulado y cuando Ayame percibió que se movía hacia ella volvió a encogerse sobre sí misma, esperando una nueva bofetada sin saber por qué. Sin embargo, lo que ocurrió fue completamente lo opuesto. Su padre se agachó frente a ella hasta quedar a su misma altura y entonces hizo algo que Ayame no recordaba haber vivido nunca: la rodeó con sus brazos y la estrechó con fuerza contra él.

—Quedarte con nosotros —dijo Zetsuo, y la visión de una súbitamente paralizada Ayame se emborronó cuando sus ojos volvieron a inundarse inevitablemente. Trató de reprimirlo, pero sus hombros se sacudieron en un silencioso sollozo y entonces se aferró con fuerza a la túnica de su padre—. ¿Qué vas a hacer si no? Eres de nuestra familia, por mucho que te empeñes como una cría pequeña en ocultar nuestro orgullo. No te creas que no me he dado cuenta, maldita idiota.

Ayame cerró los ojos, terriblemente conmovida, pero eso no evitó que las lágrimas siguieran rodando por sus mejillas. Sin embargo, era un llanto muy diferente al anterior. Seguía sintiendo aquella amargura que apenas le dejaba respirar, pero ahora se había visto dulcificado por un delicado cosquilleo que aleteaba en su pecho.

—Quedarte en Amegakure, con tu otra familia —continuó Zetsuo—. ¿Qué vas a hacer si no? Hay mucha más gente que no sabe lo que Yui ha hecho y que sin duda, si se entera, lo reprochará. ¿Eso hará que todos quieran marcharse en masa? No. Sin duda, Yui vivirá tiempos difíciles, y Amenokami sabe qué pasará entonces. O se sobrepone a ello, o tendrá que enfrentarse a una retirada... pacífica o forzada.

Se separó de ella, y Ayame palideció terriblemente al interiorizar sus palabras. Había mucha gente que aún no sabía la verdad detrás de la destrucción de Kusagakure, ¿pero qué pasaría cuando lo descubrieran? ¿Qué pensarían de ella? ¿Pensarían que era un monstruo como ella misma lo había hecho? Y los que se sintieran tan indignados como ella por aquel método, ¿serían capaces de organizar una rebelión en contra de la Arashikage? ¿Y si se organizaba una nueva guerra civil por su culpa?

Se llevó una mano al pecho, donde su corazón no parecía querer darle una tregua.

¿Y Daruu? ¿Qué pasaría con Daruu si lo descubría...? ¿La odiaría? ¿Dejaría de ser su amigo?

—Ser un shinobi no conlleva sólo acceder a participar en torneos y demás mamandurrias. A veces, hay que enfrentarse a la realidad. Pero nosotros le debemos fidelidad a Amegakure y a su gente además de a su líder. Y además... —Zetsuo cerró los ojos, con un renovado suspiro—. —Yui es una muchacha muy joven y llena de temperamento. Si me pides mi opinión, sólo vale como líder porque ha sido la única capaz de unirnos, por primera vez. Ha hecho muchas cosas bien. Pero todo el mundo comete errores. Yo los he cometido. —alzó la mirada, y sus ojos se fijaron en un punto inexistente más allá de la presencia de su hija—. —He cometido muchos. Y tú también los cometerás. ¿Qué harás, entonces? ¿Dejar de lado a tu familia?

Ayame hundió la mirada en la tierra de nuevo. Precisamente, eso era lo que había estado a punto de hacer. Y si no hubiera aparecido Zetsuo a tiempo...

—No. Protegerás a tu familia, porque quieres lo mejor para ella —la voz atronadora de su padre interrumpió sus oscuros pensamientos. Ayame se esforzó por enjugarse las lágrimas con el dorso de la mano—. Lo sé. Porque eres una Aotsuki. Eres mi hija. Sangre de mi sangre.

«Tú serías mejor Arashikage que Yui.» Aquel pensamiento sonó aún más infantil en su mente de lo que lo había sentido en realidad.

—Así que espabila y sobreponte a esto, cojones —le espetó, pero Ayame dudaba que fuera capaz de sobreponerse al peso de la muerte de miles de personas que cargaba ahora en su espalda—. ¿Para qué te entreno todas las semanas si no?

—Para... ¿ganar el torneo...? —balbuceó, e de manera inmediata se sintió terriblemente estúpida—. Siento no haber podido dar todo de mí en las últimas semanas... —soltó, aunque no venía al caso.

Sin embargo, había aún cosas que le quemaban por dentro. Y aún se mordió el labio inferior y respiró hondo de nuevo.

—Tengo miedo... —suspiró, temblorosa—. Tengo miedo de que vuelva a pasar... Tengo miedo de que esta vez sea en Amegakure... Tengo miedo de haceros daño a vosotros... ¿Y si ocurre un accidente o...?
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—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.



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