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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
Datsue no escuchaba ni le importaba otra cosa que los huesos de aquel tipo cediendo bajo la fuerza de los suyos. No hasta que alguien le empujó, tirándolo al suelo y evitando que su cabeza siguiese subiendo y bajando como un pájaro carpintero.

Fue entonces cuando se dio cuenta que estaba temblando. Sus manos, sudadas, palpitaban al son de su corazón, terriblemente agitado. ¿Qué demonios le había pasado? Nunca se había considerado un chico violento. Es más, siempre prefería evitar a toda costa cualquier pelea. Odiaba que le pegasen en la cara, cierto, pero nunca se había puesto así.

¿Había sido entonces, quizá, por el miedo a morir en aquel callejón de mala muerte? El miedo cambia a las personas, recordó. Eso era lo que solían decir los viejos curtidos en mil batallas. A él el miedo lo había paralizado en varias ocasiones, como en la escaramuza que había sufrido junto a Kunie. Sim embargo, ahora que empezaba a asimilar aquella sensación, el miedo a la muerte le mostraba como realmente era: un superviviente.

Ni héroe, ni justo, ni bondadoso. Sólo un tipo que apreciaba tanto su vida como para segar cualquier alma que tratase de arrebatársela. En un mundo como aquel, ¿quién podría culparle por ello?

De pronto, su cerebro se conectó de vuelta a la realidad y trató de escuchar lo que le decían. Anzu llevaba hablando un buen rato, pero sólo pudo captar sus últimas palabas.

-Putos yonquis -escupió, con desprecio-. Ahora entiendo que nos haya costado tanto tumbarlo... Y también que me atacara. Es un adicto al omoide -de repente su rostro se iluminó, como si acabase de recordar algo muy importante-. Lo cual, por otra parte, no puede ser mejor noticia. Estamos cerca.

No puede ser mejor noticia —repitió, como un robot—. ¡¿No puede ser mejor noticia!? —exclamó, anonadado—. ¿Pero a dónde cojones me estás llevando?

En realidad, todo aquello no tendría que sorprenderle. Ya desde el principio, el Uchiha había tenido meridianamente claro que tendría que negociar con personas dedicada a la droga para sacar rentabilidad a su pequeño truco del Henge no Jutsu Invertido. Pero ahora que se enfrentaba a la realidad la situación le estaba superando. Por no decir que estaba acojonado.

¿Y qué demonios es eso del omoide? —exigió saber.
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#32
El silencio reinó en el callejón. Anzu respiraba todavía entrecortadamente, y con ambas manos se palpaba el cuerpo y la ropa, intentando averiguar si tenía alguna herida -tal y como Hida la había enseñado-. Su compañero Uchiha, sin embargo... Estaba allí de pie, en su corta estatura y modesta complexión física, con la mirada perdida en el cuerpo inerte del adicto y la cara manchada de su sangre. Las sombras del callejón evocaban un aura siniestra alrededor del joven gennin; más que un niño, parecía un pequeño demonio. Anzu no pudo evitar sentir cierto miedo ante semejante imagen, aunque apenas fue consciente de ello se esforzó por enterrarlo en lo más profundo de su corazón.

Luego Datsue despertó de su trance, y empezó a gritar como un auténtico loco. La Yotsuki tuvo que abalanzarse sobre él y taparle la boca con ambas manos para evitar que llamase la atención.

-¡Cállate! -susurró, con un grito ahogado-. Claro que es una buena noticia, ¡estúpido! ¿Te crees que vas a colocarle un maletín lleno de billetes a un jodido alfarero?

La kunoichi empezó a caminar en círculos, más rápido conforme aumentaba su nerviosismo. No podía dejar de mirar al asaltante, con la cara destrozada, y pensar en qué lío se estaban metiendo. Nadie podía odiar más a esa gente que ella, pero al fin y al cabo, ¿qué iban a hacer dos jóvenes como ellos? Y con una fortuna en efectivo. ¿Qué vamos a decir, que nos hemos encontrado el maletín en un cubo de basura? Por momentos, todo se venía abajo en la cabeza de Anzu.

-¿Y qué demonios es eso del omoide?

Las palabras del Uchiha la sacaron de sus pensamientos. Le dirigió una mirada cargada de desesperanza.

-Omoide, tío. Es una resina que se saca de no sé qué planta y se convierte en una pasta azul. Cuando te pones de omoide, puedes volver a vivir un recuerdo, por lejano que sea, como si fuese la primera vez. También dicen que la música que escuchas mientras estás... ya sabes, 'viajando', ayuda a que las alucinaciones sean más fuertes. Por eso los yonquis de omoide acaban con los oídos reventados -ella nunca lo había probado, evidentemente, pero no era raro ver de vez en cuando a un adicto al omoide, y tarde o temprano todos los jóvenes de aquella zona de la ciudad sabían lo suficiente sobre la droga como para dar una pequeña charla sobre sus efectos-. Por eso la llaman así. 'Recuerdos'.

-Todo el mundo sabe que es un lujo para ricos, porque la venden a precio de oro. Pero al final, ricos o pobres, todos acaban fatal de la sesera. Como ese tío al que has dejado seco.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

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#33
Así que he dejado KO a un borracho, como quien dice.

Los ojos de Datsue, todavía teñidos de rojo por el sharingan, observaron la cara destrozada del drogadicto por primera vez. Era un amasijo de carne y sangre, de huesos rotos e hinchazones. Ni siquiera se le veían los ojos.

De pronto la comida se le subió a la garganta, sufrió una arcada y vomitó. Suerte tuvo de no echársela encima, doblando justo en el último momento el cuerpo para vomitar sobre una esquina del callejón. Se apoyó con las manos en la pared, temblando y con el cuerpo empapado en un incómodo sudor frío. Tuvo más arcadas, aún con el estómago vacío, como si su cuerpo necesitase expulsar hasta la última gota de bilis.

Luego escupió, se limpió los labios con la manga y volvió a escupir.

Puta mierda… —Escupió de nuevo. Luego levantó la cabeza y miró a Anzu. En aquel momento, debía estar dando la imagen más patética del mundo—. Si lo hubiese sabido, no le hubiese dejado así, joder. No sé qué me ha pasado… —Entonces volvió a mirar el cuerpo inerte del drogadicto, aunque sin atreverse a fijar la mirada en su rostro destrozado—. No debería dejarle ahí…
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#34
Lo siguiente fue un espectáculo cómico y desagradable a partes iguales: Datsue echando hasta la primera leche que mamó recién nacido. Anzu esperó a que su compañero terminara de ensuciar la callejuela con sus fluídos estomacales, de brazos cruzados, e intentando no prestar mucha atención al hedor a vómito. Después de un rato, el Uchiha se incorporó.

Si lo hubiese sabido, no le hubiese dejado así, joder. No sé qué me ha pasado… —Entonces el chico volvió a mirar el cuerpo inerte del drogadicto—. No debería dejarle ahí…

¡Ah, entonces la próxima vez que me asalte un pirado con mono tendré que arreglármelas yo sola! Me dejas más tranquila, muchísimas gracias, Datsue-san —replicó, mordaz, la Yotsuki; el respeto, e incluso miedo, que había sentido hacia su compañero de Villa se esfumaba rápidamente—. Hay que joderse...

Venga, tío, tenemos que seguir. ¿Qué demonios te pasa? ¿Quieres llevártelo a casa y hacerle un caldo calentito? Mi padre siempre dice que eso cura todos los males. Aunque, la verdad, no creo que pensara en alguien con la cara hecha mierda.

Queriendo dar por zanjado el desagradable asunto, la Yotsuki se limitó a no volver a mirar al drogadicto inconsciente y encaminarse hacia el final del callejón. Estaban cerca de su destino, y la creencia de que todo aquello fuese una buena idea se estaba diluyendo como una mancha de tinta bajo la lluvia.
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#35
Datsue apretó los puños, furioso, al oír las palabras de Anzu. Lo peor de todo era que eso mismo habría dicho él a alguien que estuviese actuando como él en aquel instante. Aquel tipo había intentado matar a Anzu. Colocado o no, no había justificación posible. ¿Por qué se comportaba así, entonces?

¿Desde cuándo me he vuelto tan imbécil?

Chasqueó la lengua, irritado consigo mismo. Se acercó al cuerpo inerte del drogadicto y le agarró por los sobacos, arrastrándolo hasta la pared. Así al menos no estaría tirado en medio de la calle, y la pared le resguardaría de parte de la lluvia.

Con eso bastará —dijo, más para sí mismo que para Anzu.

Sin necesidad de más palabras, shinobi y kunoichi siguieron su camino, y aunque el Uchiha no quiso mirar atrás, no pudo evitar preguntarse si aquel hombre sobreviviría o, por el contrario, se convertiría en su primera víctima. Su primer asesinato.

Pues menuda mierda de asesinato. Aquella historia no valía ni para ser contada en el peor antro de todo Onindo. No había épica, ni tensión, ni espectacularidad… Sólo un drogadicto muerto a cabezazos en un callejón oscuro de Shinogi-to, tirado como carroña entre los meados de la calle, esperando a que algún buitre se acercase a por los despojos.

Era mejor no seguir pensando en ello.

¿Falta mucho? —preguntó, con el habitual color negro de vuelta en sus ojos. Todavía no estaba acostumbrado al consumo de chakra que requería su dojutsu.
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#36
Sus ojos se han vuelto... ¿rojos?

A causa de la frenética acción en la que se habían visto envueltos, Anzu no había tenido lugar para fijarse en que los ojos de su acompañante se habían vuelto de un tono rojo como la sangre. No pudo evitar preguntarse a qué se debía aquello, y si era lo que parecía: la manifestación física de una ira ciega que había poseído al Uchiha. De repente, no pudo contener el temor a los demonios que ensombrecieron el semblante de Datsue durante unos instantes.

La Yotsuki agitó la cabeza con rabia, queriendo espantar aquellos pensamientos. Se forzó también en no pensar en aquel hombre con la cara destrozada, cuando el Uchiha lo dejó —no sin esfuerzo— recostado sobre la pared del callejón. Si así te sientes mejor... Anzu siempre había creído firmemente que un ninja tenía que ser tan duro como la piedra y nunca empequeñecerse cuando afrontara las consecuencias de sus actos. Pero, visto en primera persona, era más difícil de lo que ella habría sido capaz de imaginar.

Cuando por fin reanudaron la marcha, el ritmo fue considerablemente más lento, porque a medida que se internaban más y más en aquel barrio, Anzu se encontraba más perdida. Como casi todo el mundo en Shinogi-To, sabía dónde ubicar aquella zona si le daban un mapa. Localizar un punto concreto, era otro cantar.

Andaron durante un buen rato, bajo la lluvia que se intensificaba por momentos, hasta que al fin, tras una esquina, la Yotsuki intuyó el reflejo de las características luces del local. Si no recuerdo mal, Yamazaki-san siempre decía que este sitio se llamaba... Una chapa blanca, que hacía las veces de cartel, le dio la razón; sobre la misma, tubos fluorescentes de neón azul formaban los kanjis que daban nombre al lugar.

"Oyume"

Aquí estamos, socio. Y ahora, ¿qué? ¿Tienes los billetes? ¿Crees que nos dejarán entrar? ¿Nadie va a sospechar de dos adolescentes queriendo comprar un jodido cargamento de omoide?

No eran preguntas banales. Aunque la calle estaba desierta, en la puerta del local se intuía una ranura horizontal, a una altura que sería razonable para cualquier adulto, por la que —probablemente— un portero examinaría a los clientes.
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#37
La primera pregunta que respondió Datsue fue al tema económico. Apoyó la pequeña mochila que llevaba a las espaldas en el suelo, rebuscó un poco en ella y sacó un fajo de hojas secas atados con un cordel. Se levantó, colocó el fajo entre el mentón y el pecho y realizó unos sellos. Nada más tocar de nuevo las hojas, éstas se transformaron en un fajo de billetes.

Diez mil ryos —indicó, colocando el fajo transformado en un bolsillo interior de su túnica. Luego se agachó, quitó otro fajo de la mochila y repitió el proceso, escondiendo los billetes transformados en otro bolsillo interior—. Y otros diez mil…

Veinte mil ryos en total. Era una buena cifra, una cifra que el Uchiha podría haber aumentado de haber querido. Sin embargo, cada objeto transformado requería de emisión constante de su chakra para no perder la falsa imagen. El problema real no era el consumo de chakra, sino la concentración necesaria para emitir el chakra justo a cada fajo. Con la capacidad mental actual de Datsue, aquel era su máximo.

Respecto a lo segundo… Podríamos usar un Henge, ¿no? O me vas a decir que tú también te graduaste sin saber usarlo —inquirió, recordando el caso de Ayame.
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#38
Anzu asistió, perpleja, a un espectáculo digno de elogio; como si Datsue se hubiese convertido en cierta figura de un folclore lejano, convirtió con el sólo toque de sus manos, un fajo de hojas resecas en billetes de color verdoso. Sin pedir permiso, la Yotsuki cogió uno de los fajos de ryos falsos y se lo pasó por la nariz, aspirando con fuerza. Es una copia perfecta, o al menos lo parece. Incluso huele a imprenta... No me extraña que no enseñen esta técnica en la Academia. Un escuadrón de ninjas capaces de hacer esto podrían desestabilizar una ciudad entera. ¿Cómo habría aprendido aquel Uchiha semejante técnica? No era más que un gennin, así que no podía ser difícil. Pero, aun así, Anzu nunca había visto algo como eso.

¿Dónde demonios has aprendido a hacer eso? Dudo que tu sensei te lo haya enseñado, y más si te conoce la mitad de lo que te conozco yo. Que es bastante poco —apostilló la chica.

Sea como fuese, ya tenían el 'dinero'. Ahora sólo faltaba conseguir que no los echaran a patadas nada más intentar entrar —y Datsue, otra vez, tenía la solución—. Fue algo tan básico que Anzu apretó los dientes, furiosa. Henge no Jutsu, maldita sea. ¿¡Cómo no se me ha ocurrido a mí antes!? Las palabras de su compañero no hicieron otra cosa que acrecentar la frustración; se sentía como una estúpida.

Cállate, listillo, o te prometo que te salto los dientes de un puñetazo —respondió la kunoichi, entre dientes.

Hizo una sencilla secuencia de sellos y con un característico 'puf' y una nube de humo, Anzu se transformó en una versión mayor de sí misma. O, al menos, en lo que ella creía que era. No guardaba muchos recuerdos de su madre, pero había recogido los pocos que tenía para adoptar la apariencia de Yotsuki Anzu: era alta, atlética, de piel café y pelo casi blanco que le caía hasta media espalda en una cola de caballo lisa y bien arreglada. Vestía con sencillez ropas típicas de los ninjas, y calzaba sandalias del mismo estilo. No llevaba bandana ninguna, eso sí, y tampoco portaobjetos. Parecía una mujer guerrera, aunque no exhibía cicatrices de ningún tipo; tampoco tatuajes. Sus ojos, dorados como la miel, eran vivaces y esperaban impacientes a que Datsue completase su propio disfraz.

Listo. Tú hablas, socio —ordenó, con una voz audiblemente más grave y adulta que la suya.
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#39
Datsue hizo oídos sordos a la pregunta de Anzu. No, por supuesto que no la había aprendido de ningún sensei. Aquella técnica era de su propia cosecha. Un jutsu que había desarrollado, única y exclusivamente, para aquello. Aunque el Uchiha ya empezaba a verle otros usos…

Sin embargo, sí respondió a la segunda duda de la kunoichi: tenían que entrar camuflando su imagen con un Henge no Jutsu. A no ser, claro, que ella no supiese hacerlo.

Cállate, listillo, o te prometo que te salto los dientes de un puñetazo —respondió la kunoichi entre dientes.

Datsue levantó las manos, como inocente. Definitivamente, aquella chica tenía el genio de un perro rabioso. Después, la chica procedió a realizar su Henge, transformándose en alguien mayor a ella, aunque con un visible parecido. Quizá fuese la imagen que Anzu creía llegar a formar cuando creciese, si bien el Uchiha pensaba que era demasiado optimista. Además, se había quitado las cicatrices. Con el carácter que tiene mejor me ahorro el comentario.

Listo. Tú hablas, socio —ordenó, con una voz audiblemente más grave y adulta que la suya.

El Uchiha suspiró, realizó la misma secuencia de sellos que la kunoichi y una nube de humo le cubrió, arrastrada rápidamente por una corriente de aire. En su lugar, Anzu ya no vería en él al chico menudo y pequeño de hacía unos instantes, sino a un hombre. Un hombre con la cabellera larga y seca como la paja, recogidas en unas trenzas que le llegaban hasta la parte alta de la espalda, estando los laterales de la cabeza y la nuca rasurados. Además, lucía una barba espesa y descuidada, de tonos más oscuros que el cabello, que le dotaban de una imagen agresiva.

Como venía siendo habitual en él, se había transformado en su padre. Por supuesto, no era una copia exacta. Le faltaban las cicatrices, los tatuajes que había intuido ver en su último encuentro y, seguramente, algún que otro detalle. Pero para ocultar su identidad, le bastaba y le sobraba. Además, si Haskoz se ganaba algún problema por su culpa, mejor. Se lo tenía merecido.

¿Podrás llevar el peso de la negociación ahí dentro? —preguntó, con una voz más grave y profunda.

Datsue estaba manteniendo, como quien dice, tres Henges al mismo tiempo. Si aun por encima tenía que negociar, su cabeza estallaría por la presión. Literalmente.
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#40
Eeeeh, sí, claro, claro —contestó la kunoichi, sin mucha convicción. Lo más sensato hubiese sido decirle la verdad a su compañero —que no tenía ni idea de negociar ni regatear, al contrario que él— y dejarle cargar con el peso de la jugada. Pero Anzu era una chica orgullosa, a la que le gustaba demostrar de qué era capaz y ganarse respeto y admiración allá donde fuese. Quería convertirse en una gran ninja y ser reconocida en Takigakure. ¿Cómo voy a conseguirlo si me acojono ahora? Hizo acopio de valentía, y salió del callejón.

El local estaba ubicado al otro lado de la calzada. La calle estaba bastante mal iluminada —casi exclusivamente por el letrero de neón— y, a simple vista, desierta. Esperando que Datsue la siguiese, Anzu se acercó a la pesada puerta de metal y golpeó un par de veces con los nudillos.

Trató de disimular un largo suspiro que escapó de sus labios. Estaba a punto de hacer una verdadera locura, pero, ¿acaso no era esa la vida del ninja? Ser valiente y nunca amedrentarse.

Apenas unos instantes después —que a la chica se le hicieron eternos—, la placa rectangular que hacía las veces de mirilla se corrió hacia un lado con un susurro metálico. Dos ojos, oscuros y fijos, asomaron por el hueco. Recorrieron de arriba a abajo, primero, a la Yotsuki, y al Uchiha después. Se mantuvieron fijos, como dos carbones apagados, en la falsa apariencia de Datsue...

Por las tetas de Amaterasu...

Pese al grosor de la puerta, ambos gennin pudieron escuchar con total claridad la maldición que masculló el portero. El visor se cerró bruscamente, y al sordo golpetazo de la placa volviendo a su lugar, le acompañaron crujidos y chirridos de bisagras. Momentos después, la puerta estaba abierta de par en par, y un tipo extremadamente grande les indicaba que pasaran.

Adentro.

Anzu obedeció casi de forma automática, intentando aparentar seguridad. La puerta daba a una pequeña salita, una suerte de recibidor, cuyo mobiliario lo componían únicamente una mesa de madera vieja, con un par de botellas de cerveza de arroz y un dango a medio comer, y una silla que debía servir de asiento al gigantesco guardián. Debido a su tamaño, no era difícil suponer que tenía que sentarse en la silla para poner mirar correctamente a través del visor.

El gorila les indicó que continuaran por una puerta, metálica también, al otro lado de la habitación. Anzu no dudó un instante, y nada más abrirla, le llegó el característico olor dulzón del omoide refinado. Casi se mareó en aquel preciso momento, sólo del aroma. La puerta daba a un estrecho pasillo, y éste, a la sala principal del local.

La estancia estaba casi en penumbra; iluminada sólo por lámparas de tonos azules que colgaban del techo, emitiendo una cantidad curiosamente escasa de luz. Era bastante amplia, con mesas, sillas y sofás por aquí y por allá, distribuidos de forma aparentemente caótica. Franqueaban la estancia dos barras de madera, idénticas en aspecto y disposición, tras las cuales había un camarero idéntico a su homónimo. ¿Gemelos? Si no lo son, poco les falta. No había mucha gente en la barra, sino que el grueso de los clientes se ubicaba en la zona de sofás, recostados en diversas formas. Algunos parecían simplemente un poco idos, mientras que otros tenían los ojos en blanco y sólo de vez en cuando algún espasmo involuntario delataba que estaban vivos. En las mesitas bajas, por todo el local, no era raro ver cuencos de cristal, pequeños en tamaño, que contenían una sustancia viscosa y azul. Junto al cuenco, una cucharilla de plata más pequeña de lo normal.

Sin embargo, el detalle más curioso era, sin duda, el último en percibirse. A la kunoichi le llevó unos instantes darse cuenta de que al fondo de la sala, en un hueco entre un par de mesas y más sillas, un grupo de música tocaba una melodía suave, muy relajante, casi monocorde. Era un sonido sutil y muy fino, que se te metía en la cabeza sin que te dieses cuenta.

Este sitio me da un mal rollo... —susurró Anzu a su compañero—. ¿Y ahora qué?
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#41
Joder… Ya no… Ya no quiero.

El Uchiha estaba a punto de dar media vuelta e irse cagando leches. Tenía el pulso a mil por hora, la boca seca por los nervios y no paraba de decirse que aquello no era una buena idea. Tanta preparación, tanta planificación… y ni siquiera sabía dónde se estaba metiendo.

No… A la mierda todo. Se acabó. Yo me piro a casa…

Entonces se imaginó la cara de sus padres, decepcionados, al ver que volvía con las manos vacías. Contentos, porque volvía a salvo, pero sobre todo tratando de disimular su decepción.

No. No podía enfrentarse a eso.

Tragó saliva y esperó, hasta que la rendija de la puerta se abrió.

Por las tetas de Amaterasu...

¿¡Qué…!? ¿Ya nos han descubierto?

Sin embargo, el hombre que había tras la puerta les mandó pasar. El Uchiha no sabía si sentirse aliviado o decepcionado. Haciendo acopio del poco valor que le quedaba, terminó por seguir a Anzu, casi sin fijarse en el interior de la estancia. Estaba demasiado nervioso. No paraba de pensar qué si tenía que enfrentarse al gorila que se hacía pasar por hombre, probablemente moriría aplastado bajo sus puños. Era demasiado grande. Demasiado bestia.

Para empeorar las cosas les indicó que pasasen por un estrecho pasillo. Tan estrecho que no habría escapatoria posible si el gorila les cortaba el paso a la vuelta. Casi al instante, percibió un olor dulzón. Un olor demasiado profundo y empalagoso como para no vomitar en aquel instante del asco. Sin embargo, reprimió las arcadas y continuó hasta una nueva sala, de una escasa luz ambiental azulada.

Este sitio me da un mal rollo... —susurró Anzu—. ¿Y ahora qué?

Joder, y a mí.

Aquel era el típico lugar prohibido para cualquier niño de su edad, aún siendo ninja. Datsue no sabía qué le daba más miedo: si las dos barras idénticas a cada lado, con idéntico camarero tras cada una de ellas; si las personas que permanecían sentadas, con cuencos de cristal en sus mesas, algunos vacíos y otros todavía con restos de polvo azul; o si el pequeño grupo musical que había al frente, cuya música llegaba a sus oídos como el sonido de un arroyo lejano.

No te vayas a cagar ahora —espetó a Anzu, como si la sola idea de que la chica tuviese miedo le diese asco.

Por supuesto, él estaba igual de cagado. Pero si algo sabía de aquella chica es que tenía orgullo. Él no lo tenía, así que no podía valerse de él para superar su miedo. Lo único que podía hacer era fingir, cosa que solía dársele bien, y esperar a que Anzu le echase más pelotas que él.

Diría que hay que ir a por uno de los camareros… —susurró—. ¿Pero por qué cojones hay dos? Es como si fuesen barras distintas… Como si sólo una fuese la correcta.

O quizá estaba desvariando. Quizá entre el olor, la presión y los Henges empezaba a pensar demasiado. Quizá ambos camareros sirviesen para lo mismo. Quizá, quizá, quizá. ¡Siempre quizá, joder! ¡Quiero certeza, no probabilidades, hostia…!
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#42
No te vayas a cagar ahora

Si Datsue lo pretendía, lo consiguió. Aquella puya rozó el punto más débil de Anzu de forma bastante directa, creando una hemorragia de orgullo que le insufló la suficiente determinación como para no quedarse paralizada allí en medio. La chica apretó los puños, los dientes y cada músculo de su —en apariencia adulto— cuerpo. Firme como una estaca, dedicó un vistazo rápido al local y, con sencilla arbitrariedad, decidió que era mejor probar suerte en la barra de la derecha. Así se lo indicó al Uchiha con un gesto de cabeza.

Lo mismo nos da. Venga, y mantén esa bolsa sujeta como si de verdad llevase tropecientosmil ryos.

La Yotsuki caminó por el lugar, atrayendo algunas miradas indiscretas; sin duda su madre había sido una mujer atractiva. No bella, ni delicada, pero desde luego, atractiva. ¿O acaso Anzu la recordaba idealizada, a través de la mirada de una niña, y la embellecía en su Henge?

Al llegar a la barra, la kunoichi se dio cuenta de que no había taburetes donde sentarse. Le pareció, simplemente, raro. Optó por apoyarse sobre el metal pulido con una pose que intentaba transmitir un aire de tía dura; pese a todo, temblaba. Uno de los camareros se le acercó y pudo entonces fijarse en sus rasgos: era de estatura media, delgado y piel pálida. Su expresión parecía una lápida de mármol, tan impasible que no traslucía ni un ápice de emoción. Tenía el pelo negro y los ojos color avellana, y escudriñaban a la kunoichi con absoluta fijeza.

Sin decir palabra, el tipo sacó un pequeño cuenco de cristal de debajo de la mesa y lo puso sobre la barra. En uno de los múltiples bolsillos de su yukata halló un saquito blanco, lo abrió, y vertió un poco de pasta azul y viscosa sobre el recipiente. Luego, sus ojos volvieron a fijarse en los de la Yotsuki. Parecía evidente que esperaba algo.

¿Qué...?
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#43
El Uchiha se llevó una mano al pecho, justo donde en un bolsillo interior de su yukata —de su yukata aumentada por el Henge— guardaba el aparente dinero. Anzu tenía razón. Se suponía que llevaba miles de ryos encima.

Sin ganas de discutir, acompañó a Anzu a una de las barras. En cierta parte, ella tenía razón. Aunque aquellas dos barras sirviesen para propósitos distintos, no tenían forma de averiguar previamente qué función cumplía cada una. Tanto daba cuál escogiesen.

Sin embargo, en lugar de acodarse a la barra como Anzu, optó por permanecer en un segundo plano, ligeramente retrasado. El camarero, con un semblante más frío si cabe que el amigo de Ayame que había visto en el Puente Tenchi, le sirvió un cuenco de cristal. Bueno, quizá más frío no, pero sí más inexpresivo. ¿Qué cojones se supone que tenemos que hacer ahora…?

… Mierda. El camarero había vertido sobre el cuenco un poco de la famosa pasta azul. Estaba claro lo que esperaba de ella: drogarse. Aunque, ¿cómo? ¿Esta mierda se fuma, se esnifa o se mete directamente en vena? Datsue no tenía ni idea, pero en realidad no debería importar. Ellos habían venido para hacer negocios, no para drogarse.

Miró a Anzu, esperando que sacase al camarero de su confusión. Él estaba demasiado cagado como para decir nada. Sin embargo, la kunoichi parecía tener la mente en blanco. Joder… ¡Se suponía que ibas a negociar tú!, quiso gritarle. En su lugar, tragó saliva. Vale. Vale, vale, vale. Venga, échale huevos. No hay otra. Joder. No hay otra.

Se adelantó un paso e intentó adoptar la actitud más fría y seria de la que fue capaz:

Hemos venido a por mucho más.

Seco, conciso y al grano. Era la única forma de no demostrar su ignorancia sobre las arenas en las que se estaban moviendo.
[Imagen: ksQJqx9.png]

¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

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#44
Anzu tuvo que reprimir un suspiro de sincero alivio cuando oyó como Datsue se ponía a su lado y tomaba las riendas de una situación que, como un caballo encabritado con una domadora novata, se le escapaba de las manos a ella. Venga, joder, se supone que tú eres el listillo y hablador y todo eso. Claro que, ahora no se trataba de regatear con ningún comerciante de tres al cuarto.

El camarero no mudó su expresión ni un instante ante las palabras del Uchiha. Sólo sus ojos se movieron, y fue para observar de arriba a abajo al hombre: fornido, peinado de mercenario y barba a juego. Ahora que me fijo, ¿de dónde habrá sacado la idea? Su Henge tiene todo lo necesario para encajar en un sitio como este. Los chicos estaban a punto de averiguar hasta qué punto.

¡Que una rata me arranque los huevos si este no es el mismísimo Haskoz!

Un vozarrón retumbó en el local, alzándose como un trueno furioso por encima de la música ambiente y las conversaciones susurradas de algún grupo de clientes. Anzu fue la primera en reaccionar, aunque sólo lo hizo cuando se dio cuenta de que quien quiera que fuese el dueño de aquel huracán vocal, se estaba refiriendo a ellos. O, al menos, a uno de ellos.

¡Hay que tener agallas para asomar la jeta por aquí después de lo que hiciste, maldito tarado hijo de perra!

Era un hombre, casi tan alto como Datsue e igual de fornido. Vestía con ropa cara, de colores negros, marrones y rojos; pero su actitud no era en absoluto nobiliaria. Anzu recordó lo que su padre siempre le había dicho acerca de ello.

"Aléjate de las personas que visten como ricos pero se comportan como pobres."

Sin embargo, lo más llamativo era su rostro: curtido, con una gran cicatriz que le marcaba la cara de arriba a abajo y un parche negro sobre el ojo derecho. Decir que era pelirrojo no hacía suficiente justicia: aquel tipo tenía una melena corta del color de la sangre, y una barba recortada tanto igual. Pese a la cantidad de insultos que salían de la boca de aquel hombre, su tono no parecía indicar que fuese de malas. Se acercó a Datsue y, golpeándole en el hombro, le tendió una mano.

¡Que mi santa madre me dé un puñetazo si estoy dormido! Nunca creí que volvería a ver esa cara de bastardo.

Anzu, sin entender absolutamente nada, decidió guardar silencio. Luego cayó en la cuenta de que seguía temblando, y trató de recuperar su pose de tipa dura. Mientras, el apático camarero seguía mirándola con fijeza. El cuenco de cristal descansaba sobre la barra de metal pulido.
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#45
¡Que una rata me arranque los huevos si este no es el mismísimo Haskoz!

Datsue tuvo un escalofrío, un terrible y horripilante escalofrío, como si hubiese sentido la mirada mortal de Izanami clavada en su nuca. No… Dime que no es verdad. Por favor. Dime que he escuchado mal... Con la misma lentitud que las agujas de un reloj, el cuello de Datsue fue girando poco a poco, temiendo con lo que se iba a encontrar.

No... No, no, no, no, no. Alguien se acercaba a él. Un tipo fornido, casi tan alto como la figura de su padre. Vestía con ropa cara, y un parche ocultaba uno de sus ojos. ¡NO, JODER, NO!

¡Hay que tener agallas para asomar la jeta por aquí después de lo que hiciste, maldito tarado hijo de perra!

Datsue se quedó en blanco. ¿Lo que hice? Yo… ¡Abortar, joder, abortar! Ni el dinero, ni el golpe… A la mierda todo. Lo único que le importaba era salvar su pellejo y salir de allí. Ojalá pudiese intercambiarse con el tío al que había dejado inconsciente. Ahora que lo veía desde aquella posición, ya no le daba tanta pena. El tío debía estar dormido, tranquilo y sin preocupaciones. Toda una suerte, vaya. Se había llevado una pequeña golpiza, cierto, pero la única diferencia con Datsue era que él todavía no lo había llevado... Todavía.

¡Que mi santa madre me dé un puñetazo si estoy dormido! Nunca creí que volvería a ver esa cara de bastardo.

Tenía que decir algo. Tenía que decir algo o la máscara que llevaba se haría añicos en aquel instante. ¿Pero qué diría su padre en una situación como aquella? Ahora que lo pensaba, no conocía una mierda a su padre. Apenas había tenido un encuentro con él, y los recuerdos de cuando era más pequeño se podían reducir a uno —y ni tan siquiera sabía si era real o soñado—. Sus padres tampoco le habían dado demasiada información. Al parecer, no lo conocían mejor que él.

Vale, piensa. Con los pocos datos que tengo, debería… ¡Agh! No hay tiempo, joder. No pienses, ¡sólo actúa!

Ni yo tu cara de perro apaleado —respondió, estrechándole la mano y dibujando un amago de sonrisa.

¿No pienses…? ¿¡NO PIENSES!? Joder, ¡me he pasado tres pueblos! ¿Y si no le gusta que se metan con su físico? Mierda, joder, mierda. Aunque es un tipo duro... A los tipos duros les gusta hablar así, ¿no? Igual no me pasé tanto. Igual... Joder... Datuse no paraba de observar la cara de aquel hombre, buscando cualquier reacción a su broma. Lo cierto es que sí que tenía la cara de un perro apaleado: desfigurado por una cicatriz que le cruzaba de arriba abajo, con un parche en el ojo derecho y una barba tan roja como la sangre. La típica imagen de un santo, vaya.
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