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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#76
Las palabras de Datsue estaban cargadas de razón. No por el hecho de que Anzu creyese que de verdad no se atrevería a dañar a un compañero de Aldea —el Uchiha había demostrado que no tenía reparos en utilizar a cualquiera para su propio beneficio—, sino porque estaba intacta. Como si tuviera que comprobarlo, se palpó el pecho, aun sin apartar la mirada del muchacho. «Nada. Todo está bien, todo está bien, sólo tienes que salir de aquí...»

Relajó imperceptiblemente su postura marcial.

Venga, joder, haz algo. Muévete, ¡quiero salir de aquí! —se arrancó, de repente.

Lo cierto era que la inacción de Datsue la estaba poniendo cada vez más nerviosa. Se sentía como si el Uchiha supiera algo que ella ignoraba, porque lo veía más tranquilo de lo que debería. Mucho más. Incapaz de entender la situación, Anzu llegaba a las únicas conclusiones de las que era capaz.

Desesperada, recorrió otra vez el pasillo y abrió la puerta contraria a la que le había mostrado aquella horrible visión.
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#77
A Anzu pareció servirle las excusas de Datsue, relajando el gesto. Lo cierto era que no tenía sentido alguno lo que ella acababa de decirle. ¿Qué había visto como él la asesinaba? No tenía ni pies ni cabeza.

Nada en aquel pasillo lo tenía, en realidad.

Venga, joder, haz algo. Muévete, ¡quiero salir de aquí!

¿Y qué mierdas puedo hacer yo? Suficiente había hecho con no haberse meado todavía encima. O cagado. O ambas cosas.

Por el momento, lo único que pudo hacer fue seguir a su compañera por el pasillo, toscamente iluminado por una lámpara en el techo, llegando hasta el recibidor donde momentos antes había estado el gorila con cara de malas pulgas. La mesa, junto a la silla, estaban vacías.

La puerta que supuestamente conducía al exterior estaba cerrada, al igual que la mirilla rectangular por la que habían sido observados antes de entrar en aquella locura. Sin embargo, los ojos de Datsue captaron un cambio. Arriba, encima de la puerta, había un mensaje con letras de color caqui grabado en la pared:

«Me abro como cualquier puerta, aunque no soy una puerta cualquiera.»

Me abro como cualquier puerta… ¿aunque no soy una puerta cualquiera? —Sacudió la cabeza, confuso—. ¿Has visto eso, Anzu? —preguntó, antes de que esta abriese la puerta.

Pero no, Anzu no lo había visto. Porque, frente a ella, el mensaje que percibían sus ojos era muy distinto. Incluso sus letras eran de color distinto:

«Ya sabes cómo termina.»

A la porra. ¡Ya estoy harto de toda esta mierda! —Se adelantó a Anzu y abrió la puerta de un tirón, con la misma esperanza de encontrarse con el exterior como cuando abría el regalo de cumpleaños de sus padres y esperaba encontrarse con lo que había pedido. Es decir: nulas—. ¡HI-JO DE PUTA! —exclamó, sin decírselo a nadie en concreto.

Frente a él, el mismo pasillo de siempre. O no…

Algo había cambiado. La luz que desprendía la lámpara del techo, al fondo del pasillo, era distinta. Emitía un tono azul oscuro, y bajo su haz de luz, algo parecía flotar en el aire. Una... daga.

Datsue se dejó caer de rodillas, con los brazos colgando a ambos brazos de su cuerpo y la mirada perdida.

Solo quiero irme a casa... —murmuró, con la voz a punto de quebrársele.
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#78
¿Me abro como cualquier puerta, aunque no soy una puerta cualquiera?

La voz de Datsue la sacó de su ensimismamiento. Anzu se había quedado parada frente a la puerta, tiesa como una estaca. Sus ojos estaban fijos en algún punto del marco superior.

¿Has visto eso, Anzu?

No lo había visto. Lívida como un cadáver, no podía apartar la mirada de aquellas letras que enunciaban su muerte. Mientras, Datsue echaba abajo la puerta de una patada, sólo para revelar un pasillo idéntico al anterior... ¿Idéntico? No. Era más lóbrego, y al final del mismo, una afilada hoja de acero esperaba en volandas a su portador. Anzu abrió tanto los ojos que estuvieron apunto de salirse de sus órbitas.

Claro que no lo había visto. Había sido incapaz de verlo durante todo el rato. Aquello no era algún tipo de magia misteriosa; era un poder mucho más tangible. La Yotsuki se acercó a la puerta y pasó la mano derecha por el marco metálico. Sus movimientos eran calmados, apáticos, casi desprovistos de toda clase de ánimo; porque estaba empezando a entender. Cuanto más entendía, mejor se sentía. Dejó de notar el ardiente rugido de la ira en su estómago, y los pensamientos confusos que revoloteaban dentro de su cabeza como un enjambre de murciélagos empezaron a calmarse. Lo había entendido.

Sólo le quedaba una duda. «¿Será ese tuerto cabrón? ¿O el famoso 'Haskoz'?» ¿Acaso tenía importancia? Uno de aquellos hombres —o, tal vez, ambos—, que a su lado eran poco menos que semidioses, había decidido que ella iba a morir. No era una premonición, ni siquiera una amenaza: era un hecho. La gente con tanto poder como Katame y Haskoz simplemente podía hacer que las cosas pasaran.

De repente sus dedos tocaron algo duro y frío, y ella se sobresaltó. Sumida en la clarividencia, había recorrido otra vez el funesto pasillo y ahora sujetaba la daga entre sus manos. Se giró hacia su compañero de Aldea, agarrando el cuchillo por la hoja y ofreciéndoselo en un gesto desprovisto de humanidad.

Hazlo, es la única manera. Quien quiera que sea que nos está haciendo esto, no se contentará hasta que me mates.

¿Por qué se entregaba a los brazos de la muerte? «¿Acaso tiene sentido resistirse? Si no lo hace, moriremos los dos.» En su cabeza, la voz de Yotsuki Hida resonaba con fuerza, pero de sus labios escapó con la suavidad de un murmullo.

Un ninja debe tener un código.
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#79
Los ojos de Datsue, empañados por el terror, estaban perdidos en la daga suspendida en el aire. ¿Por qué estaba pasando todo aquello? El pasillo interminable, el mensaje de la puerta… ¿Acaso era una trampa de Katame? ¿Una especie de fuuinjutsu para evitar que los enemigos escapasen? Y el pasillo… ¡El pasillo!

Datsue abrió los ojos, atónito. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? El pasillo era distinto. Cuando Anzu y él habían entrado por primera vez en el local, lo primero que había era una pequeña habitación, una especie de recibidor ocupado por un enorme grandullón. Luego, otra puerta, que conectaba al pasillo y a la sala principal. Pero lo que tenía ante sí estaba mal hecho. Entre el recibidor y el pasillo no había ninguna puerta, sino que ésta se encontraba al final del mismo.

¿Un Genjutsu, entonces? Los pasos de Anzu resonaron en el suelo hasta tomar la daga, mientras la mente del Uchiha seguía muy lejos de allí, perdida en sus elucubraciones. ¿Un Genjutsu de Katame? ¿O del gorila? ¿Pero entonces por qué está mal hecho el pasillo? Chasqueó la lengua. El quién no importaba, solo cómo librarse de la ilusión.

Sus ojos se tiñeron de sangre y dos aspas adornaron las pupilas. Nada pareció cambiar… hasta que sus orbes rojizos se posaron en el suelo. Había otro mensaje. Un mensaje que solo su Sharingan pudo leer:

«Mi llave se usa como cualquier otra. Primero hacia adentro, luego hacia un lado. ¿La cerradura? Ya la estás viendo.»

Anzu se plantó frente a él y apuntó con la empuñadura al rostro del Uchiha, todavía de rodillas.

Hazlo, es la única manera. Quien quiera que sea que nos está haciendo esto, no se contentará hasta que me mates.

Las palabras se aglomeraron en la garganta de Datsue y terminaron por no salir. Pese a que ella no se lo viese, la kunoichi tenía una cerradura de un rojo brillante tatuada en el pecho. El Uchiha tuvo que hacer de tripas corazón para no soltar una carcajada. El acertijo era tan obvio que hasta era insultante.

Su diestra, temblorosa, trazó un arco hacia la daga y la tomó.

Un ninja debe tener un código.

Sus palabras rechinaron en los oídos de Datsue como el arañazo en una pizarra. Sintió una quemazón en la palma de la mano derecha. ¿Un efecto del Genjutsu? ¿O acaso eran remordimientos por haber tomado la daga sin siquiera dudar?

Frunció el ceño y entrecerró los ojos.

¿Un código? Te tenía por alguien que no creía en esas chorradas —dijo con voz estridente, echando la cabeza hacia atrás y enseñando los dientes. Estaba harto de toda esa mierda que le habían inculcado desde niño. De toda esa basura que él había creído y hasta amado para que, un día, descubrir que todo era una farsa. Recordaba muy bien aquel día. Lo acababa de revivir con el omoide—. El código es un fardo con el que algunos ninjas deciden cargar. Y el honor, la mentira que se dicen para que les pese menos. —Se levantó.

»Deberías librarte de esa mierda, o vas a terminar con la espalda más encorvada que el jodido Kenzou. —Escupió a un lado al pronunciar aquel nombre.

Un líquido rojizo resbaló por sus labios. Era su sangre. Se acababa de morder la lengua.

¡Agh! ¡Mierda, tampoco! ¡Joder, PUTA MIERDA! Ni el Sharingan, ni el dolor. ¿Cómo cojones salgo de la ilusión? ¿En serio tengo que matarla? Pero, espera… Todavía queda otra opción. ¡El ejecutor del Genjutsu! Eso es. La otra forma es que él lo pare. Ya sea provocándole daño o que lo detenga de forma voluntaria… Pero, ¿cómo consigo eso? El objetivo del Genjutsu es que la mate, eso está claro. Eso, o que ella me mate a mí…

Casi como si el destino quisiese burlarse de él, tras aquellos últimos pensamientos un nuevo mensaje apareció tras su espalda, en la pequeña porción de pared que había sobre la puerta. Anzu pudo leerlo perfectamente:

«¿Vas a permitir que lo haga de nuevo?»

Entonces, ¿así de fácil? —preguntó Datsue, con los dientes empapados en sangre. Todavía le ardía la lengua por el mordisco—. ¿Serás la heroína de la historia y te sacrificarás por mí?

La lámpara que pendía bajo el techo empezó a balancearse…
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#80
Anzu no apartó la mirada de su compañero Uchiha cuando este, todavía de rodillas sobre el suelo y con los ojos inyectados en sangre por aquel Doujutsu tan raro, tomó el acero. Sus miradas se encontraron, carmesí una, gris la otra. Sin embargo, Anzu no le miraba a él; estaba absorta en sus pensamientos, con aquella penetrante inexpresividad pintada en el rostro. Firme y erguida, parecía un animal dispuesto a recibir la estocada de gracia.

Pero... ¿Era realmente lo que iba a suceder? No, ya lo creo que no. Porque dígase una cosa de Yotsuki Anzu: es una chica con recursos.

Al principio pensó que eran imaginaciones suyas, provocadas por estrés, confusión y agotamiento. Todos esos estados pueden inducir falsas percepciones a un ninja. Pero, cuando Datsue tomó el cuchillo entre sus manos, ella lo sintió de nuevo. Estaba ahí. Probablemente había estado ahí todo el rato, riéndose de ellos, intentando volverles locos hasta conseguir que el Uchiha la asesinara.

¿Quién? ¿Por qué? ¿Cómo? Preguntas que no tenían relevancia en ese momento. Lo único que contaba, que podía separar la vida y la muerte, era un segundo. Un sólo segundo, porque su maestro un día le explicó que todos los enemigos son más vulnerables justo en el momento en que creen que ya han ganado. Y Anzu había encontrado ese segundo. Estaba ahí, justo cuando los dedos de Datsue se cerraron en torno al puño de aquella siniestra daga.

«Te tengo, hijoputa.»

De repente, la Yotsuki giró noventa grados hacia su derecha y subió el codo a la altura del pecho, agarrándose el puño con el brazo libre con gesto técnico. Con un súbito estallido, una capa azulada de electricidad envolvió su brazo por completo, y Anzu se lanzó a la carga hacia el lado contrario al que estaba Datsue, soltando un alarido de rabia. Ni siquiera sabía a quién estaba atacando, sólo que era extremadamente ruidoso. Podría haber oído su respiración desde la Ribera del Norte.
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#81
¿Un código? Te tenía por… —No pudo terminar la frase—. ¿¡Qué cojones…!?

Hubo un momento en que creyó que le iba a pegar a él. Luego, cuando la vio embistiendo al vacío con el codo alzado, creyó que simplemente se había vuelto loca. ¿Pero acaso los mejores ninjas no tenían algo de locura?

Cuando la kunoichi pasó por debajo de la bailarina luz azul irradiada por una lámpara en movimiento, algo puso oposición al ataque de Anzu. Si es que la fuerza ejercida por un saco de harina al ser atravesado por una lanza se le podía llamar oposición.

El portón metálico se abrió de un golpe, la luz de la lámpara perdió su tonalidad azul y el exterior cobró forma tras el umbral del pasillo. Un hombre se retorcía en el suelo de la calle, tan oscura y vacía como minutos atrás.

Pu-ta… zorra —balbuceó. Pese a estar tirado, se le veía una persona alta. Debía medir al menos dos metros, aunque fuese tan delgado como un palillo. Vestía ropas ostentosas y sus ojos, más oscuros que una noche sin luna, miraban entrecerrados a la responsable de su dolor. A Anzu.

Uh…

Te precipitaste.

Dos siluetas surgieron entre la oscuridad. Una era alta, ancha, con los brazos tan robustos como las raíces del Árbol Sagrado. Un hombre de ropa sencilla y pelo oscuro, muy corto. La otra, en cambio, pertenecía a la silueta propia de una mujer. Más pequeña, de ojos morados y cabello azul, recogido en una única trenza que le llegaba hasta las caderas. Vestía una camisa oscura que apenas le cubría medio torso, y unos shorts vaqueros que apenas le cubrían el culo. Datsue, que ya estaba en el umbral de la puerta junto a Anzu, se preguntó cómo demonios era posible que no estuviese muriéndose de frío en una noche como aquella. O se lo preguntaría, de no tener cosas más importantes en las que pensar.

Tenía tantas ganas de ver el resultado final… —Plantó un pie en el suelo, apoyó las manos sobre la rodilla y se levantó con esfuerzo. Más que dolido, parecía triste.

Tres —dijo el fortachón.

¿Cómo dices?

Es la tercera vez que alguien escapa de tu Genjutsu. Tres.

¿Acaso te lo he preguntado?

No.

Tras aquella hilarante conversación, la mujer dio tres pasos y se plantó frente al recién levantado. Apenas le llegaba por el pecho.

Estaba siendo divertido… ¿Por qué siempre me dejas a medias? —El hombre no tuvo oportunidad de réplica. Los ojos violetas de ella ya estaban fijos en Anzu—. ¿Dónde está? —Miró a Datsue—. ¿Dónde está Haskoz?
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#82
Anzu soltó una bocanada de aire purificador cuando sintió como su codo envuelto en chakra Raiton golpeó un cuerpo sólido con la fuerza de una lanza divina esgrimida por un dios del rayo —o eso le parecía a ella—. Cuando a su alrededor el Genjutsu empezó a desmoronarse, sintió como el pecho se le abría y sus pulmones se llenaban del aire frío de la noche. Era como si hubiera salido, tras mucho pelear, de un pozo estrecho y lóbrego en el que había estado atrapada durante días. Sintió la lluvia mojándole el rostro y su pelo rubio platino empapado, la ropa calándola hasta los huesos. Y se alegró como nunca.

Luego oyó una voz que farfullaba, y volvió a la realidad. En efecto, estaba en la misma calle, y ante ella un tipo tan largo y delgado como una brizna de hierba yacía tendido, agarrándose el pecho con una mano. De entre las sombras emergieron dos figuras más, y por su conversación Anzu pudo deducir que había golpeado —acertadamente— al ejecutor de la ilusión. Se relamió de satisfacción.

Puto aficionado... —masculló la kunoichi, enbravecida por su gesta—. Venga, cagón, levántate para que pueda partirte esos dientes de jirafa que tienes.

Parece una locura, ¿verdad? Palabras vacías dichas por una joven y temeraria gennin. Pero Anzu era mucho más que eso: ella era persistente como la marea, rabiosa como una bestia y su ira ardía como el fuego de Amaterasu. En ese momento, se sentía tan humillada, tan arrastrada y tan furiosa que era incapaz de razonar. Sólo quería coger al larguilucho y moler su cara a puñetazos hasta que nadie le reconociese nunca más.

¿Dónde está? ¿Dónde está Haskoz?

Aquella voz femenina la obligó a apartar sus ojos grises —que ahora casi echaban chispas— del ilusionista, y fijarlos en la mujer que había aparecido en escena. Anzu la examinó de arriba abajo, y luego respondió entre dientes.

¿Y cómo quieres que lo sepa, joder? Ni siquiera sabía quién era ese tal Haskoz hasta hace una hora, cuando mi inteligentísimo compañero, el Genio de Takigakure, decidió que era apropiado suplantar la identidad de un Uchiha demoníaco para intentar pegársela a otro Uchiha demoníaco que además controla parte de los bajos fondos de este estercolero que llamamos ciudad. Por lo que a mí respecta, se pueden ir al infierno, ellos, vosotros, y todos los cabrones que os dedicáis a joder la marrana por diversión.

Le salió tan de corrido que no pudo evitar palidecer un poco... Seguramente, porque acababa de vomitar toda la bilis que había acumulado estando encerrada en el Genjutsu. También notó que le temblaban las piernas.
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#83
Datsue compuso una mueca de dolor que fue en aumento con cada palabra que Anzu soltaba, hasta quedar totalmente encogido, con los ojos casi cerrados por completo y un dedo levantando, como si pidiese el turno de palabra.

No se lo dieron.

El hombre fortachón, por otro lado, parecía murmurar algo en voz baja.

Vaya, vaya. Una chica con pelotas —respondió la mujer—. Me gusta.

¿Pelotas, dices? —intervino el ilusionista—. Cómo no va a tenerlas… ¡Si parece un jodido tío! —Miró a Anzu y esbozó una sonrisa perversa—. ¿También tienes polla ahí abajo?

¡Cuatro! —lo gritó tan repentinamente que pareció responder a la pregunta de su compañero. Miraba a Anzu, tan serio como siempre aunque con cierto reflejo en los ojos de… ¿miedo?

Ya estamos otra vez… ¿¡Qué pasa con el cuatro!?

Ha dicho cien palabras. —Señalaba a Anzu—. 223 vocales y 274 consonantes. 223 más 274 son 497, y entre el número de palabras da 4’97.

La culpa es mía por preguntar…

El cuatro es el número de la muerte —continuó el fortachón—, y está acompañado del nueve, que es el del dolor. Y para finalizar el siete, el número completo. Siete son los colores del prisma; siete las notas musicales; y en otros tiempos, en otra época, siete eran los días de la semana —retrocedió un paso—. Es un mal augurio.

El alto soltó una carcajada.

Anda, no me jodas. Deja de…

Tac. El filo de un kunai atravesando la sien del ilusionista. Era sorprendente lo artificial que sonó, como el de una flecha al dar en la diana.

¡BOOM! El sello explosivo pegado al mango del kunai estalló, provocando una poderosa explosión que arrojó a mujer y hombre de espaldas al suelo y generando una corriente de aire que casi tira a los jóvenes Takigureños. Del ilusionista... Apenas quedaba alguna parte de su cuerpo que se le reconociese.

Repentinamente, una figura apareció ante Uchiha y Yotsuki. Una mujer, de cabellos largos y rubios y una incipiente barriga, propia de una embarazada.

¿Dónde está tu padre?

Una risa femenina e infantil respondió por él, tras la extensa nube de humo que se había generado por la explosión.

¡La furcia de Haskoz! —La voz de la chica sonó alta y clara tras la humareda. Más que dolida o triste por la muerte de su compañero, parecía alegre. Incluso eufórica—. ¿Y decías que era un mal augurio? ¡Pero si estamos de enhorabuena!

Los ojos de la ofendida, de un azul eléctrico, miró a Datsue un último momento antes de darle la espalda:

Tenéis que iros. ¡Ya!
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#84
Todo ocurrió tan rápido que Anzu no tuvo siquiera tiempo de asimilarlo hasta que descansó apoyada en la fría pared de un edificio. La lluvia caía incesantemente sobre su cabeza, empapándola por completo, y sus ojos estaban fijos en un charco nada destacable que se había formado frente a sus pies.

Trató de pensar. Recordaba haber golpeado a aquel larguilucho ilusionista. Una mujer bastante extravagante les había hecho preguntas sobre el famoso Haskoz, que parecía estar perseguido por media ciudad. El tipo más ancho no paraba de decir cosas sobre números y supersticiones religiosas. Entonces...

Se llevó una mano a la mejilla derecha, palpándose algo caliente y espeso. Se limpió con los dedos y entonces recordó lo que había sucedido después; era sangre. Antes de darse cuenta, el tipo del Genjutsu había estallado en pedazos, regando la calle con sus restos. La explosión no había sido tan grande como para alcanzar a los jovenes gennin, pero a Anzu una pequeña víscera le había salpicado en el rostro. Desvió sus ojos del charco hasta aquella pequeña pulpa sanguiolienta que tenía entre los dedos. ¿Sería un trozo de estómago? ¿De brazo? ¿O tal vez su cerebro? La Yotsuki admiraba con perplejidad aquel moco rojo.

Joder.

También recordó la aparición de una misteriosa mujer, muy rubia, que parecía estar embarazada. Tenía algo, una especie de fuerza que no puede medirse ni calcularse, y que le otorgaba cierta autoridad. Cuando les dijo que se fueran de allí, Anzu no lo dudó, y como un autómata echó a correr, internándose en las sombras.

Ahora estaba allí, después de correr durante lo que le parecieron horas —en realidad habían sido poco menos de cinco minutos—. Recordó entonces que no había venido sola, sino con un Uchiha flacucho y charlatán. Sus ojos se movieron entonces del pequeño trozo de víscera, buscando a Datsue entre las sombras del callejón.
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#85
Cuando la chica de ojos bonitos les dijo que tenían que irse, a Datsue le faltó tiempo para correr. Pese a que salió escopetado sin pensárselo dos veces, no tardó en ser adelantado por Anzu, más rápida de lo que le había parecido en un primer momento.

La siguió con el pulmón saliéndole por la boca por las enrevesadas calles de Shinogi-to, con un único pensamiento en mente: Un paso más. Un paso más. Un paso más. Cuando creía que ya iba a parar, Anzu le sorprendía girando a izquierda o derecha. Parecía insaciable: siempre una calle más, siempre un cruce más.

Cuando estaba a punto de rendirse y parar —y lo había estado en al menos tres momentos a lo largo de la frenética huida—, Anzu se detuvo. Tras unos segundos, miró hacia atrás. Le miró.

Sí… tranquila. Sigo vivo —dijo con la voz entrecortada por la falta de aire. Tenía el cuerpo doblado en dos y las manos apoyadas en las rodillas, exhausto—. Pero gracias por preocuparte y dignarte a mirar atrás. Aunque fuese tras cinco minutos de una elogiable carrera y una más que elogiable huida, es un bonito detalle por tu parte.

¿Estaba siendo irónico? ¿Estaba irritado con ella? ¿O acaso tan solo estaba bromeando? Datsue no lo sabía. No sabía ni lo que decía. Lo único que sabía era que, de algún modo, permanecía con vida. Y eso, después de todo por lo que habían pasado, era un milagro.

Estamos vivos —dijo, como si poner voz a sus pensamientos fuese a reforzar su idea. A protegerla—. Joder… ¡Estamos vivos! —y, dicho aquello, se empezó a carcajear como un loco demente.
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#86
Anzu curvó los labios en una mueca de ira ante las descaradas palabras de su compañero Uchiha. Su cicatriz se retorció sin miramientos en una expresión incluso menos femenina que la que normalmente exhibía su rostro. Trató de contestar, probablemente con alguna amenaza acompañada del puño en ristre, pero estaba sin resuello. Lo único que pudo hacer la kunoichi fue abrir la boca para tomar otra bocanada de aire. Estaba exhausta, y notaba su corazón palpitar a mil por segundo.

«Demasiado para mí. Esto ha sido demasiado...»

Sin embargo, cuando escuchó la sincera declaración de Datsue, cuando la risa del chico inundó sus oídos, se sintió tremendamente afortunada. Estaban vivos, sí, y de una pieza. Habían caminado junto a un huracán —o varios— y habían salido indemnes. «Si es verdad que hay dioses allí arriba, ¡sois los putos amos! ¡Gracias, joder!» Anzu nunca había sido una persona especialmente creyente, ella prefería darle importancia a las cosas que pasaban en el mundo que podía tocar, ver y oír. Pero, si aquella noche de verdad terminaba con ellos dos sanos y salvos, eso sólo podía atribuirse a verdadero favor divino.

Por los huesos de mi madre —masculló—. ¡Estamos vivos, socio! —exclamó, y echó a reír.

Las carcajadas de júbilo de los chicos inundaron el solitario callejón, elevándose por encima del repiqueteo de la lluvia y el silencio nocturno. Anzu se dio cuenta de que estaba empapada y, de repente, todo el frío que debía haber sentido a lo largo de la noche se le vino al cuerpo.

No entiendo nada de lo que ha pasado esta noche, y si me pongo a preguntar, nos llevamos hasta mañana. Supongo que tendrás donde alojarte, ¿no? —preguntó sin tapujos. Pese a que Datsue era, en buena parte, el culpable de todo lo que les había pasado aquella noche, Anzu había comprobado de primera mano cómo de perdido estaba en la ciudad. Y ella no era de las que dejaban tirado a un compañero shinobi.
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#87
No entiendo nada de lo que ha pasado esta noche, y si me pongo a preguntar, nos llevamos hasta mañana. —Datsue no podía estar más de acuerdo con aquella afirmación—. Supongo que tendrás donde alojarte, ¿no?

Se rascó la nuca.

Pues… De hecho sí, de hecho sí… —¿Cómo se llamaba? Era lo primero que había hecho al llegar a la ciudad, nada más ver la primera posada con la que se había topado—. En la posada Tres Mentiras, creo que se llamaba… ¿Sabes dónde está? Me harías un gran favor si me llevaras hasta allí… Ahora mismo ando más perdido que un Uzureño en combate, la verdad. Por todo el omoide y eso… —El omoide no tenía nada que ver, pero como tenía la costumbre de mentir, a veces lo hacía incluso sin necesidad alguna.
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#88
Pues… De hecho sí, de hecho sí…En la posada Tres Mentiras, creo que se llamaba… ¿Sabes dónde está? Me harías un gran favor si me llevaras hasta allí… Ahora mismo ando más perdido que un Uzureño en combate, la verdad. Por todo el omoide y eso…

No creo que haya nadie en esta ciudad que no haya oído hablar de las Tres Mentiras, socio —respondió Anzu al recuperar el aliento—. Te alojas en la posada más famosa de Shinogi-To, ya lo creo. Circulan todo tipo de historias sobre el origen de su nombre... Habría que ser sordo para no haber escuchado alguna de ellas.

La Yotsuki se pasó una mano por el pelo, empapado, y sin previo aviso empezó a andar entre las sombras del callejón. En aquel momento no sabía muy bien donde estaba, por lo que más que llevándole a su hostal, estaba buscando salir a alguna calle más ancha y reconocible para orientarse. Mientras caminaba empezó pensar en las múltiples historias que había oído sobre las Tres Mentiras.

Dicen que el dueño original fue un shinobi renegado de Amegakure, que huyó a Shinogi-To disfrazado de comerciante. Cuando los ninjas de la Lluvia llegaron a la ciudad en su busca, les contó tres mentiras tan convincentes que desde entonces nunca más han vuelto a preguntar por él —explicó Anzu, que hablaba mientras sus vivaces ojos se movían de un lado a otro en busca de alguna referencia—. También he oído que se llama así porque, en realidad su dueño no era un criminal, sino más bien un tanto ligero de cascos. Estando casado tuvo tres amantes, que al final lo delataron, y cuentan que al final lo mataron de una paliza que le dieron ellas y su mujer.

Los gennin salieron al fin a una calle más amplia, bien iluminada gracias a las farolas que estaban plantadas por aquí y por allá. Anzu sonrió al ver el cartel de una carnicería que conocía bastante bien. «¡Bingo! Está chupado, ahora sólo hay que seguir por aquí, doblar en la esquina del cuartel y seguir un par de calles más...» Estaba orientada.

Supongo que la mayoría son sólo chorradas, aquí la peña se aburre mucho —añadió antes de reanudar la marcha, quitándole importancia a las habladurías sobre las Tres Mentiras—. Oye...

» Vaya cogida lo de tu viejo, ¿eh? Bien callado que te lo tenías. Menuda bestia, ¿de dónde coño ha salido?
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#89
¿Un shinobi renegado de Ame…? Pero, ¡qué cojones le pasa a esta ciudad! Ya no estaba tan seguro de querer alojarse allí, aunque después de todo por lo que había pasado… ¿Acaso podían empeorar las cosas? El Uchiha lo dudaba bastante.

Siguió a Anzu por las calles, escuchando el resto de la explicación sobre el nombre de las Tres Mentiras. Eran dos explicaciones curiosas. El Uchiha siempre se sorprendía con las historias que había tras cada apodo. A veces simples, otras irónicas y, en ocasiones, con una pequeña historia como aquella. Y siempre, como denominador común, interesantes.

Sintiéndolo mucho por el dueño, prefiero la segunda opción —comentó, cuando salieron a una calle más amplia y mejor iluminada. Seguía resultando lóbrego, pero al menos uno podía ver a más de dos palmos de su posición, y eso siempre era de agradecer.

Oye... —Como el segundo anterior a una caída, Datsue ya sabía qué vendría a continuación: el dolor—. Vaya cogida lo de tu viejo, ¿eh? Bien callado que te lo tenías. Menuda bestia, ¿de dónde coño ha salido?

No es mi viejo —dijo, más cortante de lo que hubiese pretendido—. Alguien que te abandona al año de edad no puede considerarse así. Él solo es… Bueno, un tipo con el que comparto ciertos genes, supongo… —se sorprendió al pensar en él. Se sorprendió al preocuparse por él. ¿Estaría vivo? ¿Lo habría matado Katame? Chasqueó la lengua y frunció el ceño. Aquel canalla no se merecía que malgastase sus pensamientos en él—. La última vez hizo lo mismo —añadió, respondiendo a su pregunta—. Apareció y se esfumó a los pocos segundos. Aunque al menos aquella vez me dejó algo —sus dedos sacaron al exterior el collar que llevaba oculto bajo la yukata, un collar con una figura que representaba al Baku, una criatura mitológica con cabeza y melena de león, trompa y colmillos de elefante, cuerpo de caballo, piernas y pezuñas de tigre y cola de vaca. Era oscura como el ónice, salvo por sus ojos, rojos y con la forma del Sharingan—. Pensaba en venderlo. Seguro que me dan una pasta por esto. Todavía no sé porque lo mantengo…
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#90
Anzu echó a reír ante la contestación de su compañero Uchiha.

¿En serio? Te digo que las mujeres de Shinogi-To tenemos un caracter de mil demonios —admitió—. Aunque... Creo que tienes razón. Ser un traidor es lo peor que hay —escupió con desprecio para enfatizar la palabra 'traidor'.

Mientras caminaban, Datsue respondía de forma tajante a la pregunta de Anzu sobre su padre. O, sobre el hombre que según él, no merecía llamarse así. La Yotsuki no pudo evitar escuchar a su colega de Villa con una ceja enarcada de escepticismo y contrariedad. Ella tampoco guardaba apenas recuerdo alguno de su madre, pero por razones totalmente diferentes. Yotsuki Anzu —madre— había sido una valiente kunoichi de Amegakure, una luchadora nata, una guerrera sin par, que había muerto protegiendo a su Kage. Precisamente, de shinobis renegados que buscaban su muerte... Y que, al final, acabaron con la vida de la primera Anzu.

«Renegados...». Anzu escupió de nuevo.

Sin embargo, el Uchiha llamó su atención cuando sacó de debajo de sus ropas empapadas y todavía manchadas de vómito, una figurita de color azabache.

Pensaba en venderlo. Seguro que me dan una pasta por esto. Todavía no sé por qué lo mantengo...

Anzu se detuvo en seco, con la mirada gacha.

Lo mantienes porque es un regalo de tu padre. No sé qué clase de crimen ha cometido para que pienses así de él... Pero es el único padre que tendrás jamás —habló apresuradamente, como si no supiera exactamente qué palabras escoger y tuviese miedo de equivocarse—. Yo daría lo que fuera por tener algo que me recordase a mi madre.

Notó una punzada cerca del corazón, y echó a andar de nuevo. En poco llegarían a las Tres Mentiras, y al final de aquella noche tan extraña. A medida que se acercaban, Anzu rememoraba lo vivido: la estafa que Datsue quería llevar a cabo, la mirada amenazadora de Katame y Haskoz, el combate, la ilusión y aquel misterioso grupo. Como no, también a la mujer de cabellos rubios y ojos azules que les había salvado de quién sabe qué. «Haskoz... Parece mucho más que un padre sinvergüenza.»
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