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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Datsue caminaba por las calles de Shinogi-to como si la inclemente lluvia que caía sobre él fuesen pétalos de rosa que le daban la bienvenida. Cada paso que daba, parecía significar uno menos hacia su objetivo. Además, se había peinado para la ocasión: aparte de su habitual moño, ahora añadía dos trenzas que nacían a ambos lados del flequillo y formaban un arco por el lateral de la cabeza hasta caer sobre sus hombros. En definitiva, Datsue parecía decidido y seguro.

Nada más lejos de la realidad.

El Uchiha estaba más perdido que un Uzureño en combate. La túnica que vestía, de un azul oscuro, dejaba pasar la humedad a través de la tela, haciendo que las ráfagas de viento le resultasen mucho más cortantes. Si había perdido el tiempo peinándose, era porque no tenía ni idea de adonde ir. Y si no tenía ni idea de adonde ir, era por culpa de…

… Kunie. Esa malnacida. ¿Cómo se atreve a dejarme plantado?

Sus esperanzas para cumplir el objetivo que se había impuesto pasaban por ella. Kunie tenía los contactos; los puntos de encuentro; las zonas seguras para alojarse o huir. Ella lo tenía todo, y sin eso, Datsue se sentía tan vulnerable e indefenso como un shinobi infiltrado en Aldea enemiga. O como un Uzureño en comb… ¡Ahí está!

Los pasos de Datsue chapotearon sobre el empedrado suelo de Shinogi-to. Había encontrado un pequeño establecimiento de souvenirs. Atravesó las cortinas y localizó con la mirada lo que tanto anhelaba: un sombrero con forma cónica, hecho de paja, también llamado kasa. Ya que iba a sufrir aquella molesta lluvia durante un tiempo, que menos que comprar un buen sombrero bajo el que protegerse.

Se adelantó a una mocosa que parecía llevar algo hacia el mostrador y se plantó frente al tendero.

¿A cuánto están esos sombreros? —preguntó, listo para ponerse a negociar.
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#2
-¡No tan rápido, socio! ¿Acaso no has visto la fila?

Una voz áspera como una pieza de cuero curtido sorprendería al joven extranjero; justo después notaría una mano pequeña pero férrea le agarraba del hombro derecho. Ambas, voz y mano, provenían de la chica a la que había sobrepasado en su camino hacia el tendero. Era un poco más alta que él, de piel muy morena -casi café- y pelo rubio platino que había sido rasurado por completo en el lateral izquierdo de la cabeza pero crecía largo y liso en el resto. Los ojos de la muchacha eran de un tono azul muy claro, casi gris, como la escarcha que se forma entre los adoquines por las mañanas de Invierno... Y que, sin embargo, irradiaban una fuerza notable hasta por el observador menos avispado.

-Mira, colega, no sé de dónde eres, pero si hay algo que se respeta en esta ciudad es la fila -añadió, y curvó sus labios en una mueca que hizo retorcerse la cicatriz que los cruzaba de forma macabra-.

Aquella chica era, claro está, Yotsuki Anzu. La kunoichi había vuelto unos días a Shinogi-To para visitar a su padre; llevaba por eso una capa bajo el brazo izquierdo, de color azul marino y pulcramente doblada. Ella vestía con una gruesa chaqueta de manga larga, que llevaba abierta por completo, y bajo ella se podía intuir una camiseta típica ninja de color negro. Completaban su indumentaria pantalones largos de color ocre y botas para protegerse de la lluvia. Además, llevaba un kasa de paja -sujeto a su cuello con un cordel- como el que aquel extranjero quería comprar.

Y no, en aquel establecimiento no había cola para el mostrador. De hecho, en la estancia sólo se encontraban Anzu, el extranjero, y el dependiente. Bueno, nadie dice que una fila no pueda estar compuesta sólo de una persona.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

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#3
Una voz áspera le sorprendió por las espaldas. ¿En serio las había pronunciado aquella niña que había confundido por mocosa? Ahora que la miraba, ni siquiera estaba seguro de que perteneciese al género femenino. Tanto la voz, como el rostro y el cuerpo le decían lo contrario. Pero ese pelo…

Tuvo que alzar la mirada para mirarla a los ojos. Eran de un azul claro, casi grises, pero que sobrecogían por la fuerza y determinación que irradiaban. En comparación, los ojos del Uchiha eran más intrascendentes, más desganados, aunque de cuando en cuando emitiesen un destello de astucia.

-Mira, colega, no sé de dónde eres, pero si hay algo que se respeta en esta ciudad es la fila -dijo, curvando sus labios en una mueca que hizo retorcerse la cicatriz que los cruzaba de forma macabra.

Entonces se dio cuenta que la mano de ella seguía posada sobre su hombro. No ejercía presión, pero incluso a través de la túnica notaba su fuerza. Esto me pasa por mis malos modales.

Soy del mismo lugar que tú —respondió, tras fijarse en la bandana que llevaba anudada al brazo. El hecho de ser compatriotas le tranquilizó—. Pase usted, señorita —añadió, haciendo un florido gesto con la mano para indicarle que pasase, como si aquella chica fuese toda una damisela.

Mejor confundirme pensando que es mujer en vez de hombre que al revés, pensó el Uchiha, que todavía no tenía muy claro el género de su interlocutora.
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#4
Anzu clavó sus ojos de escarcha en los de aquel chiquillo. No debía tener más de trece años, parecía sumamente perdido y aun así, había algo extraño en él. En su forma de expresarse, de hablar, de moverse. Es como si hubieran sellado a un treintañero en el cuerpo de un niño. La Yotsuki soltó su simbólica presa sobre el hombro de aquel muchacho una vez éste le cedió el turno; porque no fue eso lo que la sorprendió, sino el hecho de que él reconociese su bandana y asegurase que era "del mismo sitio". Anzu enarcó una ceja, escéptica.

-Ya, claro, y yo soy la furcia de Susanoo -replicó, mordaz, esbozando una sonrisa burlona-.

No es por que ella fuese así de desconfiada con los extraños -que lo era-, sino porque para alguien que tenía una visión tan marcial de lo que significaba ser ninja, el que un canijo como aquel chico quisiera adjudicarse el título era poco menos que cómico. De hecho, si uno se fijaba atentamente ahora que ambos estaban uno al lado del otro, no podían ser más distintos. El muchacho, bien peinado, de rostro joven pero maduro en su expresión, apariencia serena y educada. Anzu, dura como el hierro, con el cuerpo curtido por extenuantes lecciones y una fea cicatriz deformándole medio rostro.

A los pocos instantes, decidió no darle más vueltas. Pasó junto al muchacho para dejar la capa doblada sobre el mostrador. El tendero, que había asistido a la escena como observador silencioso, continuó con su mutis y simplemente se limitó a gesticular el precio alzando la mano derecha con dos dedos extendidos. Anzu metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta, sacando una vieja cartera; se le agrió el rostro al ver el dinero que llevaba encima, pero decidió que darle una pequeña alegría a su viejo padre, bien lo valía. Sacó cuatro billetes de cincuenta ryos y los dejó sobre el mostrador de madera pulida.

-Gracias, señorita -respondió el tendero después de tomar el dinero-.

Hecha la transacción, Anzu simplemente se puso la capa bajo el brazo, sin desdoblarla ni un poco, y dio media vuelta.

-Kajiya Anzu, de Takigakure -acompañó la presentación oral de una mano extendida a la espera de ser estrechada-.
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#5
-Ya, claro, y yo soy la furcia de Susanoo -replicó, mordaz, esbozando una sonrisa burlona-.

La cara que se le quedó a Datsue fue todo un poema. A medio camino entre la indignación y la rabia más absoluta. ¿Pero qué cojones…? ¿Me está llamando mentiroso?

Lo cierto es que lo era. Uno de los buenos, a su parecer. Molestarse porque te llamen algo que eres es estúpido, pero precisamente porque aquella vez había dicho la verdad, al Uchiha le había sentado como una patada en la entrepierna. En los huevos, para ser más exactos.

Mientras tanto, la moza compraba la capa al tendero por un precio de 200 ryōs. Datsue alzó una ceja al oír la cantidad. A su parecer, un poco inflada, pero reprimió su vena regateadora y cerró la boca. Dígase una cosa de Uchiha Datsue: es rencoroso.

Hecha la transacción, Datsue creyó que al fin llegaba su turno cuando la chica se le presentó:

-Kajiya Anzu, de Takigakure.

Su mano se estrechó con la suya en un gesto automático.

Uchiha Datsue, de… —Entonces, en vez de repetir lo mismo, abrió la túnica, dejando a la vista una yukata de colores parecidos. Su mano se perdió bajo el portaobjetos que portaba en la cadera, sacando un par de segundos después su bandana ninja, que dejó a la vista de Anzu—. Así que la furcia de Susanoo, ¿eh? Espero que al menos pague bien —terminó diciendo, esbozando una sonrisa socarrona.
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#6
La risa burlona que había salido de sus labios momentos antes se heló en diferido cuando el tal Datsue se apartó ligeramente la túnica... Para mostrar una bandana de Takigakure idéntica a la suya. Anzu se quedó boquiabierta unos instantes, sin saber exactamente qué decir; el niño la había dejado en evidencia, y punto. Estrechó con firmeza la mano del Uchiha y le cedió el turno frente al mostrador.

Maldito cuerpoescombro, ¿cómo cojones habrá aprobado el examen de graduación? Si parece un palillo, ¡hay que joderse!

Sin embargo, no se fue. Espero junto a la puerta de la tienda, paciente, con la mirada perdida en la calle. Afuera llovía en cantidad, y aunque ya estaba bien entrada la tarde, se podía ver actividad por los alrededores. Los autóctonos estaban acostumbrados a las inclemencias del tiempo, pero a Anzu, después de pasar casi un año en Takigakure, aquello le parecía la mayor mierda de Onindo. Joder, hay que tener ganas para vivir aquí. Aunque supongo que es cuestión de acostumbrarse, y tampoco es que yo sea la más indicada para hablar... Caviló en silencio hasta que su supuesto compañero de Takigakure hubo finalizado sus negocios en aquel comercio.

Como una loba esperando a cazar algún cervatillo desorientado, Anzu aguardó pacientemente a que el Uchiha se acercase a la puerta. Era el único punto de salida. Por fuerza iba a tener que pasar por allí.

-Acogedor, ¿eh, socio? -interpeló a Datsue-. Igualito que el País del Río, ¡ja! Si no fuese por Amegakure, este sitio sería el culo de Onindo. ¿Qué razones puede tener alguien para venir desde allí hasta aquí? -Deben ser condenadamente buenas, socio.-.

Anzu se llevó una mano a la cintura, ajustándose el portaobjetos con pose marcial. Sin embargo, sonreía; estaba en su hábitat, en su medio natural -al que despreciaba profundamente-.
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#7
Cincuenta ryōs —repitió el tendero ante la incredulidad de Datsue.

¿Cincuenta ryōs? ¿Por cuatro tallos mal colocados? —preguntó con voz aguda—. Debe estar de broma.

Cuatro tallos mal… —el tendero parecía al borde de un ataque al corazón—. ¡Me ofende, señor! Estos sombreros están elaborados por el mejor de los artesanos. ¡Tallo a tallo! ¡Centímetro a centímetro!

Sí, sí, sí —Datsue le daba la razón como a un loco—. Por supuesto, ¡y con paja secada al fuego del Amateratsu! ¿¡Que le parece esa?!¿Timarme a mí? Lo que me faltaba…. Cuéntele ese farol a otro, anda, y deme ese sombrero por veinte ryōs.

¿¡Veinte…!? —La vena de la frente del tendero empezó a hincharse de forma alarmante—. ¡Imposible! No hombre no, ¡eso es un atraco! Que yo también necesito comer, oiga usted…

Que le tratasen de usted teniendo doce años mal contados era, cuanto menos, extraño. Pero en plena negociación, cuando el espíritu de las señoras feriantes inundaba su cuerpo, aquellos detalles no eran más que minucias para él.

Dejémoslo en 25, pues —Datsue extendió la mano y le entregó cinco monedas de cinco. Nada más dejarlas caer sobre la palma del tendero, supo que había ganado. El hombre protestó, pidió un precio mayor, se quejó y finalmente lloriqueó con las pérdidas que estaba sufriendo con aquella venta. No le sirvió de nada. Cuando uno acepta el dinero de otro ya no hay nada que hacer. El peso de aquellas monedas sobre su mano era demasiado tentador como para dejarlas escapar.

Contento por su pequeña victoria —y más sabiendo que probablemente sería la última aquel día—, se colocó el kasa sobre la cabeza y se volteó para irse.

Vaya…

Para su sorpresa, Anzu seguía allí.

-Acogedor, ¿eh, socio? -interpeló a Datsue-. Igualito que el País del Río, ¡ja! Si no fuese por Amegakure, este sitio sería el culo de Onindo. ¿Qué razones puede tener alguien para venir desde allí hasta aquí?

¡Puaj! Ni idea —dijo, empatizando con su manera de pensar—. Un poco de lluvia está bien, ¿pero esto? Qué horror… —Tras haberle devuelto aquella puya sobre su procedencia, al Uchiha ya no le caía tan mal. Aunque de ahí a que me caiga bien, hay un paso. O dos. Pero debe haber una buena razón —aseguró—. ¿Por qué sino estarías aquí?
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#8
La discusión entre el Uchiha y el tendero se podía escuchar casi desde la calle. Anzu prestaba atención, curiosa, a la manera en la que el chico daba la vuelta a las palabras y mareaba la perdiz para, en definitiva, terminar pagando un precio ridículamente bajo por el kasa. Viendo aquello, ella se sentía estúpidamente prima por haber desembolsado sin rechistar la mitad de sus ahorros en una capa de viaje, por buena que fuese su manufactura. La escena constituyó una razón de más para indagar un poco más en quién era Uchiha Datsue.

-¡Puaj! Ni idea. Un poco de lluvia está bien, ¿pero esto? Qué horror... -contestó el muchacho-. Pero debe de haber una buena razón. ¿Por qué si no estarías aquí?

-La hay, de hecho. Estoy aquí de visita, para ver a mi padre, concre... -la Yotsuki se paró en seco-. ¡Eh! ¡He sido yo la que ha preguntado primero!

Anzu no era diestra en los juegos de palabras, e incluso un truco tan simple como aquel bastaba para confundirla. Se sintió por momentos extremadamente vulnerable -cosa que odiaba-, y cruzando los brazos adoptó una pose perceptiblemente agresiva. Apretó los puños con fuerza, pegados a su gruesa chaqueta de Invierno, y tuvo que recordarse a sí misma con ímpetu que Datsue era su compañero de Aldea para no darle un puñetazo en la nariz.

-Mira, socio, si hay algo que he aprendido en este año, es que en Takigakure damos la vida por nuestros colegas de profesión -confesó, apretando los dientes-. Es compañero... Es compañero...

Trató de evocar el rostro severo de su maestro, Yotsuki Hida, y las estrictas enseñanzas sobre patriotismo, compañerismo, y muchas otras cosas que también acababan en '-ismo'. Cuando vio el rostro del jounin con claridad, fijó aquella imagen en su mente. Extraño o no, la ayudaba a concentrarse y no perder los estribos.

-Así que... -su tono parecía más relajado-. No he podido evitar fijarme en que estás perdido. Y, como compañeros de Aldea, tengo la obligación de ofrecerte mi inestimable ayuda. ¿Entiendes, socio?
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#9
Datsue enseñó las palmas de las manos, en señal de rendición, cuando Anzu protestó por haberla confundido con sus palabras. Aunque no pudo evitar que se le escapase una pequeña sonrisa. Así que a ver a su padre… Eso quiere decir… Eso quería decir que aquella chica conocía los barrios de Shinogi-to. Quizá no tan a conciencia como Kunie, pero a caballo regalado…

-Mira, socio, si hay algo que he aprendido en este año, es que en Takigakure damos la vida por nuestros colegas de profesión —le confesó de pronto.

¿Ah, sí? Yo todavía no lo he aprendido, quiso decirle. En su lugar, asintió con la cabeza.

Totalmente de acuerdo.

-Así que... -su tono parecía más relajado-. No he podido evitar fijarme en que estás perdido. Y, como compañeros de Aldea, tengo la obligación de ofrecerte mi inestimable ayuda. ¿Entiendes, socio?

Datsue alzó una ceja. ¿Hablaba en serio? ¿Se podía tener tan mala suerte para después, de golpe y porrazo, ser bendecido por la fortuna? Aunque la buena suerte con Kunie se acabó en un suspiro…

Claro que lo entiendo —aseguró, dejando que su mirada se perdiese en el cielo encapotado. Luego la volvió a mirar, y sus ojos emitieron un breve destello analítico. Su cabello, femenino pero agresivo. Sus rasgos, de todo menos femeninos. Su cicatriz, que cruzaba sus labios hasta el mentón. Todo en ella le indicaba que estaba más preparado que él para lo que tenía pensado hacer. Más incluso que Kunie, que por el contrario había demostrado que las apariencias engañan. ¿Se prestaría realmente a ayudarle cuando supiese lo que planeaba? ¿O sólo era palabrería barata? Tanteémosla un poco. Pero no creo que tú entiendas la magnitud de tus palabras —continuó al fin, tratando de picarla en el orgullo—. Lo que vengo a hacer aquí dista mucho de una visita paternal… Si no quieres que te salpique con los problemas que estoy a punto de atraer, será mejor que dejes esa cortesía para otro.
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#10
Brazos en cruz y pose marcial, Anzu esperó pacientemente a que el Uchiha hiciera su petición formal de ayuda; porque, evidentemente, la necesitaba. Cualquiera que supiese lo bastante poco del País de la Tormenta como para no tomar la precaución de viajar con un buen sombrero o paraguas, la necesitaba. Y, a juzgar por su mirada, Datsue más que nadie. Su complexión escueta y delgada empeoraba la situación, o al menos así lo creía la Yotsuki -por evidentes razones-, el chico no tenía pinta de poder ganarle una pelea ni al ratero de la más baja jerarquía criminal de la ciudad.

-Claro que lo entiendo -contestó el Uchiha, para luego darle una larga mirada de arriba a abajo-. Pero no creo que tú entiendas la magnitud de tus palabras. Lo que vengo a hacer aquí dista mucho de una visita paternal… Si no quieres que te salpique con los problemas que estoy a punto de atraer, será mejor que dejes esa cortesía para otro.

Es compañero, es compañero...

La Yotsuki repitió aquel mantra pacífico dentro de su cabeza. ¿Aquel esmirriado se permitía el lujo de darse aires? Juzgando por cómo trató al tendero creía que sólo lo hacía por ahorrarse unos ryos. Pero no, el muy engreído es, en realidad, así de chulo. Apretó más los puños.

-¡A otro perro con ese hueso! -contestó con una risa socarrona-. Socio, si hay alguien que conoce bien los problemas de esta cloaca, soy yo. Así que, te sugiero que si de verdad piensas meterte en líos, me supliques protección antes de que alguien te parta un par de huesos.

Aunque su tono era burlón, escondía un verdadero interés por aquellos 'problemas' que Datsue había mencionado. En parte era una atención artificial, fabricada hábilmente por las palabras del jovencito Uchiha -que habían dado, quizás sin quererlo, donde a la Yotsuki más le dolía-, pero por otra parte... Anzu simplemente era incapaz de resistir la tentación de participar en una prometedora correría. Las aventuras la atraían como un imán a un trozo de magnetita.
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#11
-¡A otro perro con ese hueso! -contestó con una risa socarrona-. Socio, si hay alguien que conoce bien los problemas de esta cloaca, soy yo. Así que, te sugiero que si de verdad piensas meterte en líos, me supliques protección antes de que alguien te parta un par de huesos.

Datsue soltó una carcajada. Demonios, aquella chica empezaba a caerle bien. Franca, directa y al grano. Justo las cualidades que valoraba de las personas. Justo lo contrario de mí.

Dudo que exista o vaya existir hombre o mujer en todo Ōnindo capaz de hacer tal cosa. Partirme un par de huesos, quiero decir.

Datsue lo dijo de forma tan espontánea y natural que no se paró a pensar en lo engreído y arrogante que podía sonar. Al menos para los que no conociesen su sobrenatural resistencia ósea, que era casi como decir todo el mundo.

Por otra parte, la kunoichi de Takigakure afirmaba conocer los barrios bajos de Shinogi-to, y no sólo eso, sino que aseguraba poder ofrecer protección. ¿Se podía tener mejor suerte?

Calma, chico… No te precipites. Recuerda lo que pasó con Kunie. Todo eran palabras bonitas, cero problemas… y después desapareció del mapa.

Hagamos una cosa —propuso el Uchiha—. ¿Qué te parece si me llevas a algún sitio bueno para comer? Algo tranquilo y barato. Sobre todo barato —se corrigió finalmente. Para qué engañarse, le preocupaba más la salud de su bolsillo que la de su estómago—. Yo invito —matizó, y en seguida se preguntó si aquellas palabras salían por primera vez de su boca. Probablemente... Pero esta chica puede ser la clave del éxito en mi alocada empresa. Tengo que embaucarla sea como sea. Y mientras llenamos el estómago te comento lo que tengo planeado.
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#12
La chica arqueó una ceja, entre escéptica y molesta, ante el comentario de Datsue. Definitivamente, este tío es un chulo de cuidado. Tienes suerte de que seamos de la misma Aldea, Uchiha-san, porque si no ya estaría haciéndome un collar con tus dientes. Así es: pese a todo, Anzu no estaba dispuesta a romper el estricto código de camaradería que le había inculcado a conciencia su maestro y mentor. Torció los labios en una sonrisa burlona que hizo retorcerse su cicatriz.

-¡Entonces, problema resuelto! Ve tranquilo y haz lo que tengas que hacer, porque partir huesos y amputar extremidades es casi una tradición aquí, y según tus palabras, te veo bastante tranquilo con eso. ¡Buena suerte!

Ni corta ni perezosa, Anzu se acomodó la capa de viaje doblada bajo el brazo, se caló bien el kasa de paja y salió a la calle. Llovía con menos intensidad que al llegar a la tienda; la cortina de agua había pasado a ser una fina capa de suaves gotas que humedecían el ambiente. Empezó a caminar calle abajo, en dirección a su casa, a paso tranquilo. Pese a que había dejado al Uchiha con la palabra en la boca, seguía interesada en 'eso' que había venido a hacer. ¿Por qué lo había dejado plantado entonces? Porque si hubiera seguido escuchando a aquel canijo hablarle como si fuese Senju Yubiwa, el Kawakage, habría tenido que romper con las enseñanzas de Hida y correrle a golpes. No quería hacer eso, de modo que esperaba meterle un poco de incertidumbre en el cuerpo al muchacho... ¿Funcionaría? En aquel momento, nadie más que el propio Datsue podía saberlo.

-Aserrín, aserrán, los maderos de... -cantaba mientras caminaba bajo la lluvia, con el oído atento por si escuchaba pasos a su espalda-.
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#13
La madre que le… ¿Acaba de dejarme con la palabra en la boca? Ni corta ni perezosa, Anzu se había colocado bien el kasa y marchaba calle abajo con absoluta indiferencia hacia sus problemas. La madre que le parió... ¡Lo ha hecho!

Aquello era inaudito: lo peor que podía sufrir un charlatán como él. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? De golpe y porrazo, sus posibilidades de éxito se habían esfumado, justo como había pasado con Kunie. Lo que los Dioses me dan con una mano, me la quitan con la otra. Menudos sinvergüenzas.

Se adelantó un paso y sintió el golpeteo de la lluvia sobre su sombrero de paja. De pronto, se sentía perdido, solo. Todavía puedo convencerla, se dijo. Era verdad, todavía la veía entre la cortina de lluvia, alejándose. Pero para hacerlo tendría que tragarse su orgullo y correr tras sus faldas como un perro apaleado, y dígase una cosa de Uchiha Datsue: es un chico orgu…

¡Espera! —gritó de pronto, mientras corría tras sus pasos—. Vale, tú ganas —declaró cuando llegó a su lado—. Te suplico que me ayudes —pidió, poniéndole ojitos—. Sin ti estaré más perdido que un Uzureño en combate —confesó, medio en broma.
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#14
-... San Juan.

Una sonrisa de pura satisfacción se dibujó en el rostro de la kunoichi, aunque en la calle no quedaba nadie más para verla. Era casi de noche, y en aquella ciudad eso sólo significaba un poco menos de luz ambiental. Anzu se detuvo.

-¡Espera!

El grito se oyó en toda la calle, prevaleciendo sin dificultad sobre el tenue murmullo de la lluvia. A la Yotsuki le supo a gloria; no porque fuese de esas personas que se regodean en cada victoria sobre los demás, sino porque a falta de haber podido coser a puñetazos al Uchiha, bien estaba ver que se tragaba sus palabras y volvía derrotado. Para Anzu era suficiente. Además, estaba deseando saber qué clase de problemas estaba buscando Datsue, y qué rol podría ella jugar en semejante asunto. Con fingida tranquilidad se detuvo y dio media vuelta, encarando a su compañero de Aldea.

-Vale, tú ganas —declaró cuando llegó a su lado—. Te suplico que me ayudes —pidió, poniéndole ojitos—. Sin ti estaré más perdido que un Uzureño en combate.

Anzu no pudo evitar soltar una carcajada ante la comparación que hacía el muchacho. Ella sólo había conocido a un ninja de Uzushiogakure -Ishimura Kazuma-, y aunque había aprendido mucho en su entrenamiento con él, no terminaba de caerle bien. Tan serio, tan estirado, tan 'soy demasiado guay para ti'... Parece como si después de graduarse le hubieran metido un palo por el culo. O quizás antes. Sea como fuese, el chiste había caído bien a la joven Yotsuki, que -repentinamente- cada vez tenía menos ganas de inflar a golpes a su compañero.

-Ahora sí hablamos el mismo idioma, socio -concedió, satisfecha-. Te ayudaré, por supuesto, porque yo soy una ninja como los dioses mandan. Venga, vamos a comer algo... Ya es casi la hora de cenar, y me está entrando la 'gusa'.

Reanudó su caminata, calle abajo, esperando que el Uchiha la acompañase. Andarían durante unos cinco minutos, bajo la fina cortina de lluvia que empapaba la ciudad, torciendo a la izquierda por aquella callejuela, doblando a la derecha en esta, pasando de largo una plaza en el centro de la cual se alzaba una estatua de hierro forjado que representaba a un ancestro del actual Daimyō...

Poco después, la Yotsuki se detuvo frente a la puerta de un establecimiento de dos pisos. Sobre la misma colgaba un desvencijado letrero de hierro, donde se leía unas palabras grabadas en el metal.

"Kajiya Hiroshi, herrero"

-Hogar, dulce hogar -dijo la chica con cierta ironía-.

Anzu tocó a la puerta con los nudillos, duros y marrones como granos de café; luego esperó. Casi al instante una voz respondió desde el interior, y se pudieron escuchar andares ruidosos, crujidos de madera vieja y chirridos metálicos.

-¡Ya voy, ya voy! ¿Anzu, hija mía, eres tú?

La puerta se abrió tímidamente, y las bisagras rechinaron con el sonido del óxido y la vejez. Los jóvenes pudieron ver al otro lado el rostro de un hombre, que sonrió de auténtico júbilo al ver a su hija.

-¡Anzu-chan, mi pequeña! ¡Oh, te he echado tanto de menos! -el herrero se abalanzó sobre su hija, rodeándola con ambos brazos y apretando tan fuerte como fue capaz. Datsue creyó ver cómo una lágrima de felicidad resbalaba por su mejilla-.

-¡Ay, papá, me estás estrujando! -protestó la kunoichi, pero no tardó en dejarse llevar por el abrazo paterno-.

Hiroshi era un hombre alto y de hombros fornidos, que sin embargo parecía estar encorvado continuamente. Su rostro transmitía una sensación de cansancio y tristeza -incluso cuando sonreía- que le hacía parecer mucho más viejo de lo que realmente era. También contribuían a ello las numerosas arrugas prematuras que surcaban su rostro, y la calva incipiente que ya empezaba a hacer estragos. Vestía con sencillez: un yukata marrón con obi rojo oscuro en la cintura. Sin embargo, el detalle más curioso que podría ver Datsue estaba en sus manos; le faltaban las dos primeras falanges de los cuatro dedos de la mano diestra. Sólo el pulgar estaba intacto.

-Me alegro tanto de verte... -padre e hija se separaron por fin-. ¿Quién es tu amiguito?
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#15
Anzu se carcajeó ante la broma de Datsue. Era normal, a todo el mundo le hacía gracia. Especialmente cuando empleaba a los Kusureños como centro de la mofa, tan odiados por la gente de Taki. Sin embargo, desde su desintegración por el ataque de un Bijuu, el Uchiha había decido traspasar la burla a los Uzureños, sin ningún motivo especial.

Quizá por la broma, quizá por la bajada de pantalones, Anzu aceptó que le acompañase a comer algo. Pasaron por varias calles, que el Uchiha intentó memorizar como si la habilidad para orientarse fuese lo suyo. Probablemente pudiese desandar el camino y regresar a la tienda, pero lo cierto era que estaba más perdido que un…

-Hogar, dulce hogar -dijo la chica de pronto, con una ironía que Datsue no captó.

Estaban frente a un edificio de dos pisos, cuyo desvencijado letrero indicaba que era una herrería. ¿La casa del padre? Datsue pensaba que lo estaba llevando a un restaurante, pero si la chica decidía invitarle a comer en su casa… no iba a ser él quien se negase. Nunca estaba de más ahorrar unas cuantas monedas.

Lo que pasó a continuación fue una escena de lo más entrañable, en la que padre e hija se reencontraban. Era lo mismo que tenía que sufrir Datsue cada vez que entraba en casa de sus padres, aunque tan sólo hubiese pasado un par de semanas sin verlos. Normalmente actuaba como Anzu, intentando desembarazarse del abrazo. Pero en aquel instante, a kilómetros de distancia de la Ribera del Norte y sin la garantía de si volvería a verlos, lo echó de menos. Tanto que hasta se le humedecieron los ojos cuando vio la lágrima de Hiroshi.

Datsue sacudió la cabeza. ¿Qué demonios me pasa? No es normal que me ponga así. Por culpa de la emoción, hasta aquel instante no se había fijado en la ausencia de dos dedos en la diestra del herrero. La visión le impresionó, aunque disimuló para no quedarse embobado mirando su mano y que le descubrieran haciéndolo.

¿Un accidente de trabajo…?, especuló el Uchiha.

Me alegro tanto de verte... -padre e hija se separaron por fin-. ¿Quién es tu amiguito?

Datsue carraspeó.

Uchiha Datsue, de Takigakure —se presentó, extendiendo la mano como si no supiese que le faltaban dos dedos. Lo mejor en aquellos casos, suponía, era actuar con normalidad—. Un placer.
[Imagen: ksQJqx9.png]

¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



Grupo 0:
Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80

Grupo 1:
Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80

Grupo 2:
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