Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Uchiha Datsue, de Takigakure —se presentó el muchacho, extendiendo la mano—. Un placer.
-¡Vaya, qué educado! Se nota que eres un shinobi, ¿os enseñan bien allí, hija? -respondió el herrero, estrechando la mano de Datsue con la suya propia haciendo gala de la naturalidad de quien está acostumbrado a su lesión-. Kajiya Hiroshi, Datsue-san. El placer es mío. Venga, entrad, ¡seguro que tenéis toda clase de historias que contar!
El robusto artesano por fin se apartó de la puerta, cediéndoles el paso. Anzu entró sin pensarlo dos veces, aspirando el olor a madera vieja, herramientas polvorientas, metal, carbón y brasas. La herrería era una estancia bastante modesta y, a juzgar por la capa de polvo que se acumulaba por doquier, inútil. Hacía mucho ya que Hiroshi no podía forjar ni un simple clavo, y eso se notaba; todo parecía viejo, ruinoso y en desuso. Una lámpara de aceite muy rudimentaria colgaba junto a la puerta, ofreciendo la única y tenue iluminación de la que gozaba la estancia.
Anzu echó un vistazo a las polvorientas herramientas de su padre con una mirada cargada de tristeza y resentimiento. ¿Debería sentirme agradecida? Al fin y al cabo, si papá pudiera seguir usando esas tenazas, yo nunca habría dejado de ser una niña tonta y débil... Era la primera vez que entraba allí desde que, hace casi un año, su padre la enviase con Yotsuki Hida a la Aldea Oculta de la Cascada para entrenarse en las artes ninja y conseguir una profesión bien remunerada... O eso había creído. Lo cierto era que la cartera de Anzu estaba en ese momento tan llena de telarañas como el viejo fuelle de Hiroshi.
-¡Ah! Te he traído esto, papá. Es un regalo, me han dicho que este Invierno está siendo muy frío, y ya es hora de que jubiles tu viejo capote -la chica le tendió a su padre la capa de viaje doblada que llevaba bajo el brazo-.
Una sonrisa de auténtico orgullo se dibujó en el rostro del artesano, que cogió la capa entre agradecimientos y amago de lágrimas. Luego les invitó a pasar a la casa mientras un suave aroma a especias se filtraba en la estancia a través de una puerta entreabierta en el otro lado de la misma.
El resto de la vivienda era tan austera como daba a entender el taller de herrería; las paredes eran viejas y llenas de manchas de humedad, sólo había un par de habitaciones, un baño y una 'sala de estar-cocina-todo-lo-demás'. Varias lámparas ubicadas estratégicamente ofrecían iluminación a la salita donde, sobre un fogón, se cocía un suculento estofado. Anzu recorrió la casa durante unos minutos, ajena a todo lo demás, pasando la mano suavemente por el canto de la puerta de su cuarto, aspirando el característico olor a humedad que salía del baño y, en definitiva, reuniéndose con sus memorias.
-Bienvenido a mi casa, Datsue-san -exclamó el herrero- No es mucho, pero nos... Me las apaño.
Hiroshi hablaba mientras con un cazo metálico daba vueltas al estofado, añadiendo de vez en cuando una pizca de sal o un poco más de alguna especia común. Lo cierto es que olía bastante bien, pese a que los utensilios -y la propia cocina- parecían tan precarios que no se pudiera ni freír un huevo.
-Espero que te guste el estofado de cerdo, Datsue-san. ¡Voy a poner todo mi esmero en él, como agradecimiento por que hayas acompañado a mi pequeña hasta aquí! Sé que tiene mucho genio, pero aunque no lo parezca, es una niña muy sensible. La noche antes de mudarse a Takigakure, se pasó un montón de horas llorando en su habitación... ¡Qué suerte que haya hecho amigos tan pronto! -pese a su aspecto demacrado y triste, parecía como si la mera visión de su hija, y la creencia de que estaba feliz en su nueva vida, le hubieran rejuvenecido diez años-. ¡Pero qué modales tengo! Siéntate chico, siéntate. La cena tardará apenas unos minutos. Y bueno, cuéntame, ¿cómo os conocísteis? ¿Habéis hecho alguna misión juntos ya? ¿Os habéis enfrentado a algún sanguinario criminal?
Todo en aquel sitio olía a viejo, a polvo, como si nadie hubiese empleado las herramientas esparcidas por la herrería en un buen tiempo. Sin embargo, no se atrevió a confirmar sus sospechas. Quizá más tarde, dependiendo de como fuese la cena.
La casa era también austera, más incluso que la de Datsue, con las paredes manchadas por la humedad y sin ningún tipo de adorno mencionable. Estando Anzu distraída, y para evitar un silencio incómodo, aprovechó para intentar resolver una duda que llevaba corroyéndole desde hacía un tiempo.
—¿Sabe? Siempre me intrigó una cosa —confesó a Hiroshi—. ¿Por qué todos los herreros ponen el mismo precio a las armas? No importa a donde vaya: al País del Río, de la Tierra, de la Tormenta… Los kunais están a 250, los shurikens a 200… —A veces era frustrante. Además, eran las únicas personas que no cedían a sus regateos—. Y el Ninjatō a mil. A veces me desespera. Es como si todos os hubieseis puesto de acuerdo para fijar un precio —¿O habrá una mafia que esté detrás de todo esto?, aventuró el Uchiha—. ¿No cree que si alguien bajase el precio rompería el mercado? Yo iría de cabeza a comprarle, vaya.
Mientras no paraba de hablar y hablar, un característico olor empalagó su olfato. Oh, no… Tras la charla con Hiroshi sobre su pequeña inquietud, el artesano confirmó sus sospechas.
-Espero que te guste el estofado de cerdo, Datsue-san.
—Esto, yo…
-¡Voy a poner todo mi esmero en él, como agradecimiento por que hayas acompañado a mi pequeña hasta aquí! -continuó hablando, sin darle tiempo a responder-. Sé que tiene mucho genio, pero aunque no lo parezca, es una niña muy sensible. La noche antes de mudarse a Takigakure, se pasó un montón de horas llorando en su habitación... ¡Qué suerte que haya hecho amigos tan pronto!
La sola imagen de Anzu llorando como una niña pequeña hizo que se le olvidase el pequeño problemilla que tenía con el estofado, soltando una atronadora carcajada. Buscó con la mirada a la kunoichi, todavía conteniendo la risa, mientras seguía imaginando aquel rostro de fiera berreando como un bebé.
-¡Pero qué modales tengo! Siéntate chico, siéntate. La cena tardará apenas unos minutos. Y bueno, cuéntame, ¿cómo os conocísteis? ¿Habéis hecho alguna misión juntos ya? ¿Os habéis enfrentado a algún sanguinario criminal?
—Pues… nos conocimos hace muy poco, la verdad —reconoció, mientras tomaba asiento—. Todavía no nos dio tiempo a hacer ninguna misión juntos… Pero estoy seguro que la haremos —dijo, más por quedar bien que otra cosa—. Hiroshi… Esto… Respecto al estofado —Datsue nunca sabía como enfrentarse a aquello sin provocar un montón de carcajadas y miradas de incredulidad. Al final, optó por decirlo de sopetón: —. Soy alérgico a la carne.
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13/03/2016, 20:37 (Última modificación: 13/03/2016, 20:38 por Uchiha Akame.)
—¿Sabe? Siempre me intrigó una cosa. ¿Por qué todos los herreros ponen el mismo precio a las armas? No importa a donde vaya: al País del Río, de la Tierra, de la Tormenta… Los kunais están a 250, los shurikens a 200... Y el Ninjatō a mil. A veces me desespera. Es como si todos os hubieseis puesto de acuerdo para fijar un precio. ¿No cree que si alguien bajase el precio rompería el mercado? Yo iría de cabeza a comprarle, vaya.
Las inquietudes de Datsue arrancaron una sonrisa amarga al herrero. Vaya cómo hila el niño. ¡Pero si parece que tenga doce o trece años! ¿Cómo se le habrá ocurrido todo eso? Sin dejar de remover el estofado, Hiroshi meditó durante unos instantes la respuesta; no es que no la conociera, claro, sino que no estaba seguro de cuál sería la mejor forma de explicarlo para que el joven Uchiha le entendiese.
-Los herreros nos agrupamos en gremios, Datsue-san. Es una forma de... Organizar la profesión. Igual que los curtidores, los pescadores, los alfareros... Es el gremio de cada País el que fija los precios en su territorio, aunque al final es inevitable que todos los gremios se pongan más o menos de acuerdo. Así evitamos que alguien se pase de listo, que se salte las reglas -Hiroshi se masajeó el mentón con gesto reflexivo, y Datsue pudo ver de nuevo su mano mutilada-. Pero no te confundas, aunque el precio sea el mismo, hay maestros mejores que otros, ¡ja!
De repente el hombre calló, y su rostro antes rejuvenecido parecía ahora haber recuperado aquella sombra de cansancio y vejez. Como si un siniestro depredador planease sobre sus cabezas, a la espera de encontrar una presa desprevenida, la estancia quedó en silencio durante unos instantes. Hasta que un grito de exclamación rompió el hielo.
-¡Papá, te he oído! ¿¡Quieres dejar de contarle mis mierdas a la gente!?
Anzu estaba apoyada en la pared junto a la puerta que daba a las habitaciones, brazos en cruz. Por el semblante molesto de su rostro, había oído la anécdota que Hiroshi le había contado a Datsue, y las consiguientes carcajadas de éste. Sin esperar a que el Uchiha hiciese lo propio, ella tomó una silla y se sentó a la mesa, impaciente.
-¿Falta mucho? Mi estómago va a empezar a devorar a otros órganos.
-Hiroshi… Esto… Respecto al estofado... Soy alérgico a la carne.
La conversación se detuvo un instante, en el que tanto Anzu como su padre miraron con incredulidad al joven Uchiha. Al final, la tensión desembocó de la forma más rocambolesca posible: la Yotsuki partiéndose de risa, alegando que 'claro, cómo no iba a estar así de canijo', y Hiroshi buscando como loco en el armario de madera apolillada algo que ofrecerle a su invitado.
Al final dio con los ingredientes suficientes para prepararle a Datsue un tazón de fideos con verduras y algo de pescado -además, en tiempo récord-. Anzu no hubiera permitido que la cena se retrasara mucho más; apenas Hiroshi puso los platos sobre la mesa, se lanzó en plancha. Como una bestia hambrienta, devoró su plato y dos más, mientras Hiroshi terminaba el suyo con satisfacción.
-Una pena... Está mal que lo diga yo, pero me ha salido coj... -carraspeó, fingiendo haberse atragantado- Muy bueno.
Que Datsue iba a provocar una retahíla de risas y carcajadas con su confesión por la alergia era algo que todo el mundo podía predecir. Sin embargo, no pudo evitar fruncir el ceño, molesto por la estridente risotada que laceraba sus oídos. Quiso protestar, pero a falta de una buena ocurrencia para cerrarle la boca optó por callar.
El padre de Anzu se adaptó a la situación rápidamente, preparando un tazón de fideos con verdura y algo de pescado. Mientras cocinaba, el Uchiha seguía dándole vueltas a la anterior respuesta del herrero. Al parecer, cada profesión estaba agrupada en gremios, quienes fijaban el precio de los productos. Supuso que era una manera de evitar la excesiva competencia. Si todo el mundo ponía el precio que quería, siempre podía existir algún listo que vendiese incluso por debajo del coste, para hacerse con el mercado y arruinar a la competencia. Después, con todo el mercado para él, pondría el precio que le diese la gana y se forraría.
Lo cierto es que era un tema muy interesante del que hablar con Hiroshi, pero lo primero era lo primero. Tenía que convencer a Anzu para que le ayudase con su cometido. La observó, comiendo de su plato como una bestia hambrienta que tuviese un pozo sin fondo por estómago.
Menos mal que no la tuve que invitar a comer...
-Una pena... Está mal que lo diga yo, pero me ha salido coj... -intervino Hiroshi, que carraspeó como si se hubiese atragantado- Muy bueno.
—Hmm… Esto también está muy bueno —aseguró, tras comerse el último trozo de pescado—. Muchas gracias por la comida, Hiroshi. En serio, estaba muy rica —dijo, nuevamente más por cumplir que porque le saliese del corazón.
»¿Siempre vivió aquí, Hiroshi? —preguntó, intrigado—. Es que Anzu no me cuenta nada sobre ella, ¿sabe? —comentó, echando una mirada de reojo a la kunoichi, que debía estar al borde de la protesta, teniendo en cuenta que se acababan de conocer—. Y me extraña que siendo usted de aquí, Anzu se haya ido a Takigakure en vez de Amegakure.
Más que extraño, para el Uchiha no tenía sentido alguno.
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Poco después los comensales terminaron con el austero festín. Anzu todavía rebañaba un poco de estofado, directamente de la olla, mientras Hiroshi y Datsue reposaban la comida como el resto de los mortales. El herrero, recostado en una de las viejas sillas de la habitación, agradeció el comentario de su invitado con una leve inclinación de cabeza.
-¿Siempre vivió aquí, Hiroshi? —preguntó el Uchiha—. Es que Anzu no me cuenta nada sobre ella, ¿sabe? —comentó, echando una mirada de reojo a la kunoichi—. Y me extraña que siendo usted de aquí, Anzu se haya ido a Takigakure en vez de Amegakure.
Las palabras de Datsue tuvieron un efecto de lo más palpable e instantáneo. Por una parte la chica le lanzó una mirada fulminante -me está vacilando el muy bocazas, ¡y en mi propia casa!-. Por la otra... Hiroshi trató de aparentar toda la normalidad de la que fue capaz. Carraspeó varias veces y se masajeó el mentón con su mano mutilada; parecía una costumbre muy arraigada que su lesión no había sido capaz de cambiar. Finalmente, habló con un cuidado impropio de él -al menos para lo que el gennin de Taki había podido ver-.
-¡Ja! No me extraña, mi pequeña puede ser una persona difícil de sondear -la aludida protestó enérgicamente, pero su padre no cambió lo más mínimo aquel tono meticuloso, midiendo cada palabra- Sí, tienes razón, es un detalle curioso. La verdad es que podría haberse ido a Amegakure de quererlo, de hecho, mi esposa sirvió y... murió en la Lluvia.
Hiroshi se rascó detrás de su oreja derecha con el pulgar sano, en un gesto automático, instintivo. Cada frase, cada palabra, cada sílaba parecía cargada de un significado que al Uchiha se le escapaba. Anzu jugueteaba distraídamente con su cuchara, pero si el chico se fijaba, vería que sus nudillos estaban firmemente apretados. La incomodaba aquel tema.
-Un antiguo cliente y amigo mío es jounin en la Cascada, así que le pedí que hiciera todo lo posible por que Anzu se graduase allí en este mismo año. Y así fue -sonrió, como quien sonríe aliviado al pasar un mal trago- Le debemos mucho a Hida-dono.
A la mierda, no voy a esperar más.
-¡Bueno, papá, creo que tenemos que irnos!
Anzu se puso en pie de repente, con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. Hiroshi le lanzó una mirada cargada de escepticismo. ¿Qué pensaba hacer su hija en una ciudad como aquella, y a altas horas de la noche? Un interrogante razonable para cualquier padre. Curvó sus labios en una pregunta que no llegó a formular; como si se hubiera dado cuenta de un detalle tremendamente obvio que había pasado por alto, el herrero simplemente asintió y empezó a recoger la mesa.
-Las damas primero -Anzu hizo un gesto exageradamente dramático que pretendía señalarle a su compañero el camino hacia la puerta-.
Ups… Tema espinoso, pensó Datsue al oír que la madre de Anzu había muerto al servicio de Amegakure. De hecho, pese a que padre e hija parecían tranquilos, la tensión se coló en la casa de Hiroshi como una serpiente venenosa.
Las explicaciones del herrero no terminaron por convencerle. Seguía sin entender porqué no había ido a Amegakure. Si la madre había servido a la Aldea de la Lluvia, ¿por qué la hija se había ido a otra? ¿Es que no conocían a ninguna compañera de la difunta madre sin tener que recurrir a un cliente extranjero?
Las preguntas se agolpaban en su cabeza, y la mente imaginativa del Uchiha les buscaba una respuesta cada vez más fantasiosa. De pronto, la cicatriz de Anzu y la amputación en la mano del padre le parecieron mucho más siniestras. ¿Quizá…?
-¡Bueno, papá, creo que tenemos que irnos!
La súbita exclamación de Anzu rompió el hilo de sus pensamientos.
-Las damas primero -dijo Anzu, ya de pie, haciendo un gesto exageradamente dramático que pretendía señalar a su compañero el camino hacia la puerta.
—Ja… ja… —dijo Datsue, imitando una risa falsa ante la broma de la kunoichi—. Ha sido un placer, Hiroshi. Espero que volvamos a encontrarnos algún día. —Otra vez, lo decía más por quedar bien que porque lo desease. Aunque tenía que reconocer que no le había caído mal aquel hombre. Mejor que la mayoría, de hecho. Un tipo tranquilo, que no agobiaba con preguntas incómodas o irrelevantes ni aburría con viejos cuentos.
Ya de camino al exterior, Datsue pensaba como plantearle el asunto a Anzu. Porque estaba claro que la chica se había apresurado tanto en salir de casa para saber lo que se traía entre manos. Eso, o ha quedado hasta los huevos de mí. Cosa que tampoco sería de extrañar.
—Un buen tipo, tu padre —dijo, ya saliendo por la puerta. Quizá por primera vez en mucho tiempo, había dicho un cumplido en el que realmente creía.
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14/03/2016, 11:40 (Última modificación: 14/03/2016, 11:40 por Uchiha Akame.)
-¡El placer ha sido mío, Datsue-san! Vuelve cuando quieras, aquí tendré una buena ración de fideos para recibirte -contestó el herrero, entre amigables risas-.
-Un buen tipo, tu padre -dijo el Uchiha, ya saliendo por la puerta-.
Anzu le siguió, cerrando la pesada puerta de la herrería tras de sí y poniéndose de nuevo su sombrero de paja sobre la cabeza. Era completamente de noche, por lo que la calle estaba envuelta en un abrazo de sombras y oscuridad que sólo algunas farolas distribuídas en esquinas y portales mantenían a raya. Seguía lloviendo, aunque con la misma tenue intensidad de antes -era más una fina capa de agua que un aguacero torrencial-.
-Es valiente. No ha sido fácil para nosotros después de que mi madre...
Torció los labios en una mueca de rabia. Era evidente que aquella chica no podía -o no quería- hablar abiertamente de aquel tema; ¿y cómo culparla? Al fin y al cabo, sólo era una niña. Sacudió la cabeza, enérgica, como si quisiera apartar esos pensamientos con aquel gesto tan suyo. Luego volvió a fijarse en su compañero Uchiha, y lo hizo con una mirada tan dura como el acero forjado de un ninjatō. Una mirada que parecía querer decir 'basta'.
La chica empezó a caminar calle abajo, a paso tranquilo, esperando que su colega de profesión la siguiera. No tenía un rumbo concreto; y justamente pensaba ponerle remedio.
-Bueno, qué. ¿Vas a contarme ya esa mierda o no? Como después de tanta expectación me salgas con alguna tontería, te juro que...
Anzu cortó la frase a medio camino. Era más que evidente que el tema de su madre le afectaba más a ella que a su padre, o al menos lo exteriorizaba más. Cada gesto, cada mirada… todo en su lenguaje corporal indicaban que no quería seguir hablando del tema. Captado el mensaje, el Uchiha se propuso no echar más sal en la herida en lo que quedaba del día.
-Bueno, qué. ¿Vas a contarme ya esa mierda o no? Como después de tanta expectación me salgas con alguna tontería, te juro que...
—¿Crees que me he recorrido medio Ōnindo por una tontería? —la interrumpió, molesto—. He venido a Shinogi-to por una muy buena razón. Por dos muy buenas razones, más bien.
El Uchiha se detuvo, colocándose el kasa que hasta el momento colgaba tras su espalda. Luego, tras mirar a izquierda y derecha y comprobar que no había nadie, introdujo una mano bajo su capa de viaje.
—La primera —continuó, mientras rebuscaba con la diestra en un bolsillo interior de su túnica—, es que quería estar lejos de mi hogar. Para que no llegasen a salpicarme los problemas en casa. La segunda, porque Shinogi-to es famosa por tener las mayores bandas criminales de todo Ōnindo. ¿Y por qué me interesan las bandas criminales? —preguntó de forma retórica—. Pues porque planeo darles el mayor golpe que han visto en sus puñeteras vidas.
Al fin, Datsue encontró lo que buscaba. Sacó un papelito, blanco por ambos lados, del tamaño de un billete.
—Y todo gracias a esto —dijo, con adoración, mostrándole el papel como si en vez de una simple hoja fuese el mayor tesoro del mundo.
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—¿Crees que me he recorrido medio Ōnindo por una tontería? —la interrumpió el Uchiha, molesto—. He venido a Shinogi-to por una muy buena razón. Por dos muy buenas razones, más bien.
Aunque siguió caminando, la Yotsuki aminoró el paso. Quería escuchar con toda su atención cada palabra que saliera de la boca de Datsue. Intuía que, efectivamente, lo que quiera que fuese que iba a contarle, sería interesante. Si aquel chico hacía algo bien, era desde luego eso; hablar. De modo que simplemente se arregló un momento el kasa, que se le había escurrido hacia atrás, y siguió andando sin apartar la vista de su compañero shinobi.
—La primera —continuó Datsue, mientras rebuscaba con la diestra en un bolsillo interior de su túnica—, [color=khaki]es que quería estar lejos de mi hogar. Para que no llegasen a salpicarme los problemas en casa.
Oh, venga, ¡sáltate los preliminares melodramáticos y ve al grano de una vez! Qué manía tiene la gente de contarle sus mierdas al primero que conocen. ¿Es que esta gente no tiene amigos?
-La segunda... -¡Vamos, aquí viene lo bueno! ¿Será un viaje a lejanas tierras orientales? ¿Una técnica secreta? ¿Un artefacto milenario? ¿Un oscuro secreto de su antiguo linaj...?- porque Shinogi-to es famosa por tener las mayores bandas criminales de todo Ōnindo. ¿Y por qué me interesan las bandas criminales? Pues porque planeo darles el mayor golpe que han visto en sus puñeteras vidas.
A la kunoichi casi le da un infarto allí mismo. Tuvo un espasmo tan fuerte que se atragantó con su propia saliva, encorvándose y golpeándose en el pecho en un espectáculo ligeramente ridículo -aunque a aquellas horas de la noche, ya no hubiese casi nadie en la calle para verlo-. Le llevó varios minutos recobrar la normalidad, y cuando lo hizo, a la sorpresa le siguió la risa. Fue una risa seca, burlona... Y extremadamente breve. Anzu no era la chica más lista del mundo, pero tampoco había que serlo para leer lo que Datsue tenía pintado en la cara. ¿Va en serio...?
-Perdona, socio... Pero, ¿de qué puñetas me estás hablando?
Con la sorpresa, casi ni había visto lo que sujetaba el Uchiha: un papel blanco, apenas más grande que un billete de cincuenta ryos.
La chica se partió de risa ante su afirmación, como si él fuese un bufón que hubiese contado el mejor de sus chistes. ¿Por qué a la hora de la verdad nadie me toma en serio? Kunie había tenido la misma reacción, y el asunto empezaba a tocarle ya la moral.
-Perdona, socio... Pero, ¿de qué puñetas me estás hablando?
Datsue suspiró, sin permitir que la rabia se adueñase de su cuerpo. La necesito…
—De esto —dijo, deteniéndose, y extendiendo la mano para que se fijase en el papel.
Acto seguido, se llevó el papelito a la boca y lo sujetó con los labios. Realizó unos sellos, los mismos empleados para activar el Henge no Jutsu, y una pequeña humareda cubrió la hoja durante unos instantes.
—¿Te sigue haciendo gracia? —preguntó, ofreciéndole el papelito. Cuando lo cogiese, vería que ahora era un billete de 100 ryos—. Imagina cientos de papelitos rellenando un maletín… ¿Ves ahora de lo que te hablo?
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Cogió sin dudarlo una sola vez el papel que le ofrecía Datsue. Lo pasó entre sus dedos, lo tocó, lo olió. Parecía un billete, tenía el tacto de un billete, y hasta olía como un billete. Incrédula, Anzu tardó unos instantes en recomponerse. Aquel Uchiha acababa de convertir un simple papelucho en una réplica exacta por valor de cien ryos; ella no podía creerlo. Ante semejante perspectiva, ya no le parecía que Datsue fuese un criajo inconsciente que estaba a punto de meterse en la boca del lobo sin tener en cuenta lo afilados que estuvieran sus colmillos. Parecía tener, en efecto, un plan.
Sin embargo, había un detalle...
-¿Por qué me lo cuentas? -interrogó la chica, y casi al instante se dio cuenta de la estupidez de su pregunta-.
Era evidente. Datsue no conocía Shinogi-To, no tenía contacto ninguno que pudiera facilitarle un provechoso 'negocio', y seguramente ni tan siquiera sabría orientarse por la ciudad. De repente, Anzu vio lo evidente de su papel; eso la hizo temblar. Ella se jactaba de ser una kunoichi valiente, pero una cosa era rescatar gatitos y pegarse unas cuantas leches en los entrenamientos, y otra bien distinta...
Sin quererlo, se llevó la mano derecha a la boca. Sus dedos palparon de arriba a abajo la horrenda cicatriz que le desfiguraba el rostro; y recordó también la mano mutilada de su pobre padre. Fue entonces cuando entendió que tenía que aferrarse a ese recuerdo, hacerlo suyo, abrazarlo como si quisiera arrojarse a una hoguera, porque era precisamente ese fuego salvaje el que la alimentaba. La ira. La ira podía llegar a ser un potente combustible... Aunque, en aquel momento, Yotsuki Anzu sólo estaba empezando a experimentar sus primeros efectos. Apenas una niña traviesa que juega en la orilla de un océano.
-Vale -respondió, volviendo al mundo real, a ninguna proposición concreta-. Te ayudaré a joder bien a esos cabrones. Vamos, tenemos que buscar a alguien...
Reanudó la caminata, calle abajo, con paso firme. Si Datsue la seguía, no tardarían en internarse en un entramado de callejones que en nada se parecía al barrio de los artesanos donde vivía Hiroshi. Las callejuelas se volvían más estrechas, lóbregas y peligrosas, pero nada de eso parecía detener a la kunoichi de piel café. Estuvieron un buen rato dando vueltas, hasta que, al doblar una esquina...
-¡YAAAARG!
El grito rasgó el aire justo antes de que una figura, oculta entre las sombras del callejón, se abalanzase sobre Anzu. Era alta y, aunque delgada, no cabía duda que pertenecía a un hombre adulto. El desconocido dejó caer todo su peso sobre la chica, tumbándola en el acto gracias al factor sorpresa. Alzó el brazo derecho y, entre las sombras de la noche, Datsue creyó ver el brillo metálico de una hoja mohosa.
No hizo falta responder a su pregunta. Anzu se llevó las manos a la boca, como si de pronto hubiese comprendido qué papel jugaba ella en todo aquello. La continua seguridad que parecía exhibir la kunoichi pareció derrumbarse… sólo por un momento.
—Vale —respondió, volviendo a exhibir su acostumbrada determinación—. Te ayudaré a joder bien a esos cabrones. Vamos, tenemos que buscar a alguien...
Datsue no tuvo tiempo ni a preguntar. La kunoichi se internó calle abajo, y el Uchiha no pudo hacer otra cosa que correr tras ella, antes de que desapareciese de su vista por una de las múltiples callejuelas que conformaban aquel laberinto de Shinogi-to.
A cada callejuela que dejaban atrás, se internaban en otra más estrecha y lúgubre, en donde parecían cocerse asuntos más malos que buenos. Sin embargo, Anzu parecía conocer los entresijos de aquellos barrios bajos mejor que la palma de su mano. No dudaba al torcer a izquierda o derecha. Sólo caminaba, rápida y decidida, como si pudiese hacer aquel recorrido con los ojos cerrados.
—Oye, ¿a dónde me estás…?
—¡YAAAARG!
El grito los sorprendió a ambos, como un par de gacelas al oír el rugido de un león a sus espaldas. El asaltante, por suerte, decidió abalanzarse sobre Anzu, y los ojos ahora teñidos de rojo de Datsue pudieron captar un brillo metálico en su diestra.
Tenía que actuar rápido...
… pero lo primero era lo primero. El Uchiha miró a un lado y a otro, asustado y temeroso de que entre las sombras del callejón hubiese escondida una segunda sorpresa. Así como el primer instinto de un noble caballero sería el de lanzarse de cabeza al rescate de la damisela, el del Uchiha era velar por su seguridad. Después de todo, él nunca se había considerado un príncipe azul.
Asegurada su integridad, trató de darle una patada a la muñeca diestra del hombre. Sin embargo, quizá ya fuese demasiado tarde. Por eso se lanzó encima de la espalda del asaltante, formando una especie de sándwich con él en medio, y clavando la punta del acero escondido en su antebrazo en la garganta de aquel desconocido que hacía peligrar su plan en Shinogi-to.
—¡Cuidado con lo que haces! —rugió Datsue, conteniendo a duras penas el deseo de enterrarle el kunai hasta la empuñadura.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
La Yotsuki se cubrió el torso por puro instinto nada más sentir el empuje de aquel tipo abalanzándose sobre ella. Cayó al suelo de espaldas, golpeándose con los adoquines que pavimentaban la calle; por suerte, pudo elevar ligeramente la cabeza para que ninguno le impactara en una zona sensible del cráneo. El asaltante forcejeó, frenético, cuando Anzu trató de agarrarle ambas muñecas. Pese a que no era corpulento, sino todo lo contrario, tenía una fuerza singular, alimentada por el ansia ciega que lo poseía. Más que una persona, parecía una bestia famélica y enloquecida.
-¡Puto... Cabrón... De... Los... Huevos!
Haciendo acopio de fuerza en una de sus piernas, y concentrando un poco de chakra para ayudarse, la kunoichi le propinó al tipo un rodillazo en las costillas que le hizo soltar un bufido ahogado. Pero ni por esas aflojó un momento el enloquecido forcejeo al que la sometía. ¡Datsue-san, me cago en todos los dioses de Onindo, haz algo de una puta vez!
El Uchiha parecía haber escuchado sus plegarias, porque llegó como la caballería y, de una patada, le quitó al asaltante el cuchillo herrumbroso con el que quería ensartar a la pobre Yotsuki. Casi de seguido se montó sobre el tipo, sacando un kunai de su portaobjetos y dándole buen uso; la escena pareció detenerse un momento cuando el acero de Datsue brilló en la oscuridad del callejón.
-¡Cuidado con lo que haces! -exclamó el Uchiha-.
¿Cuidado? ¿¡Cuidado!?
Anzu no esperó a tener una segunda oportunidad. Notando como por un momento su asaltante había cedido terreno, aprovechó la ocasión; cargó chakra en su brazo derecho y lanzó un furioso puñetazo directo a la cara del agresor. Notó crujir de huesos cuando sus nudillos golpearon al objetivo, aunque en la oscuridad casi total del callejón era imposible saber dónde exactamente había acertado. Lo que sí pudo comprobar con certeza, fue que el tipo reanudaba sus esfuerzos, agarrando la muñeca con la que Datsue sostenía el kunai -con inusitada firmeza- y echando la cabeza hacia atrás para intentar darle un cabezazo en plena nariz al joven Uchiha.
-¡Datsue-san, joder, quítamelo de encima! ¡Me estáis aplastando entre los dos!
Peleaban como críos: tirados sobre el suelo, a empujones, mordiscos y puñetazos sin ningún tipo de técnica. Pero no era ninguna pelea de críos. El acero que portaban Datsue y el hombre así lo atestiguaban.
El cuchillo del malhechor voló por los aires, pero el recelo del Uchiha por matarle le brindaron al hombre la oportunidad de atraparle la muleca. Eso es lo que pasaba por ser bueno. Maldita manía mía… Soy demasiado bueno con la gente. Con Kunie le había pasado igual. No había sido capaz de rematar a un enemigo que trataba de matarles, y aquello casi le había costado un disgusto. Ahora le costó un cabezazo.
El Uchiha había recibido el golpe en plena mejilla, gracias a que en el último momento había volteado la cabeza. El golpe fue duro, seco, lo suficientemente fuerte como para partirle un hueso. Pero si de algo gozaba Datsue era de tener huesos fuertes. Eso, y que odiaba que le pegasen en la cara. Seguramente, lo que más odiaba en el mundo. Más incluso que perder una apuesta.
—¡Maldito…! —gritó, soltando el kunai y agarrándole la mano que le aprisionaba—. ¡Hijo de…! —Con la mano libre agarró su cuello, tratando de arrastrarlo hacia un lado para quitárselo de encima a Anzu—. ¡PUTA!
¡Crack!
La cabeza de Datsue era el martillo y el rostro de aquel demente el pobre yunque sobre el que trabajaba. Tac, tac, tac… Cinco, seis, siete. La percusión de sus cabezazos carecía de la técnica y destreza de un buen herrero, pero hasta Hiroshi estaría orgulloso de su esfuerzo.
—¡¿A mí me vas a dar en la cara?! —rugió, fuera de sí. Quería matarle. Quería aplastarle la cara contra el suelo y escuchar el sonido de sus huesos al partirse—. ¡¿A MÍ?!
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15/03/2016, 21:50 (Última modificación: 15/03/2016, 21:51 por Uchiha Akame.)
Anzu no podía ver ni siquiera el rostro del tipo que tenía subido encima, forcejeando ahora con Datsue. Notaba sus huesudas rodillas clavándosele en la pierna derecha, sus facciones desencajadas en frenesí, su cuerpo temblando como si estuviera a quince grados bajo cero. Fuera quien fuese, para ella sólo había un objetivo ahora; sacárselo de encima. Y a golpes, de ser posible.
Oyó un golpetazo brutal, seguido de un lamento que sin duda era de su compañero Uchiha. Aprovechando que ahora tenía ambas manos libres, la Yotsuki le propinó otro gancho de diestra a su agresor, y esta vez, sintió que había dado de lleno en la mandíbula. Lo estamos cosiendo a palos, y aun así el tío no cae. ¿Pero qué demonios significa esto? De repente Anzu notó como el peso de su asaltante era desplazado bruscamente y, al sentirse libre, su primer impulso fue ponerse de pie.
Desde su mejorada posición, pudo ver algo que nunca se habría esperado: el canijo Datsue, que no debía pesar más de cincuenta kilos, estaba fuera de sí. Totalmente preso de la ira, agarró por el cuello al tipo y empezó a darle cabezazos directamente en el rostro. Fue un espectáculo grotesco, un concierto de huesos crujiendo y el viscoso susurro de la sangre derramada.
-¡Vale, Datsue-san, ya vale! -le gritó la kunoichi, que había visto como el asaltante llevaba inconsciente desde el quinto cabezazo-. ¡Estáte quieto, joder, que te lo cargas!
Para Anzu, estaba muy claro. Una cosa era dar una paliza a algún maleante demasiado atrevido, y otra bien distinta matar a alguien. Aunque ella se había críado junto al peor barrio de Shinogi-To, Hida le había inculcado una valiosa lección; casi le pareció oír su voz.
"Un ninja siempre debe tener un código. Ayuda a mantener a raya todo lo malo que hay en nosotros."
Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia su compañero y de un empujón lo separó del cuerpo inerte de aquel extraño, que cayó pesadamente hacia la tenue luz que proyectaba una ventana cercana. Allí pudo verle la cara; o, más bien, lo que quedaba de ella. Datsue le había roto la nariz, los pómulos, la boca... Si antes ese tipo había parecido medianamente humano, ahora no se asemejaba más a una persona que a un ladrillo. Sobre todo por el color rojo.
-Joder... Qué puto susto. Me ha enganchado bien el cabrón -suspiró, aliviada, al ver que el asalto había terminado-.
El detalle más llamativo fueron, sin embargo, sus orejas. Estaban rojas, hinchadas, y al examinarlas más de cerca Anzu pudo ver como una costra de sangre negruzca y reseca cubría el pabellón exterior.
-Putos yonquis -escupió, con desprecio-. Ahora entiendo que nos haya costado tanto tumbarlo... Y también que me atacara. Es un adicto al omoide -de repente su rostro se iluminó, como si acabase de recordar algo muy importante-. Lo cual, por otra parte, no puede ser mejor noticia. Estamos cerca.