Tanto Datsue como Nabi se prepararon tras la colocación de la Uzumaki del grupo. Ella también hizo el Sello de la Confrontación antes de poder hacer nada más. Vio como Datsue activaba el Sharingan, pero ella ya no se quedaría atrás... No.

Su cuerpo se recubrió de una capa de chakra eléctrico, sintiéndose mucho más rápida, mucho más... viva. ¿Así se sentía cuando la estuvo practicando? No, con su hermano todo había sido distinto, no se sentía tan plena que en aquel momento.

Los gritos de ánimo hicieron que se sintiese capaz de todo. Puede que acabase enterrada aquel día, pero al menos no podría decir que no lo intentó.

Miró a Datsue y señaló el muro que Nabi había creado, luego hizo otra seña para decir que fueran ambos a por él, señalando primero a Datsue, luego a ella y por último a Nabi, añadiendo una última para hacer que su mano, abierta, impactase con la otra, cerrada en un puño.

Y comenzó a correr para rodear el muro que separaba a Nabi de los otros dos, a una distancia prudente por lo que pudiera sorprenderla ahí detrás.

«¿Qué demonios?» A Datsue casi se le cae la mandíbula al suelo cuando una capa de chakra eléctrico recubrió el cuerpo de Eri. Todavía no sabía para que servía, pero no le importaba. Era una auténtica chulada. Y no debía ser meramente estética, pues las reservas de chakra de la kunoichi bajaron de golpe.

En aquel momento, lo supo: quería aquella técnica. Había sido amor a primera vista. «Ah, lástima que no usara sellos… ¡Así no sé cómo copiarla!»

Nabi, por otra parte, había usado una técnica defensiva que él ya conocía muy bien. Simplemente para esconderse. Quizá, ¿para sumergirse bajo tierra con el Moguragakure no Jutsu? Había aprendido aquella técnica hacía nada, y era un auténtico as para cualquier estrategia.

El Uchiha vio el plan ofrecido por Eri y levantó el pulgar, conforme. Arrancó a correr al mismo tiempo que ella, llegando hasta el otro lado —aunque también dándose unos cuatro metros de seguridad entre él y el nacimiento del muro—.

Cuando sus ojos viesen lo que estaba ocurriendo, actuaría.

Sabía perfectamente que cierto Uchiha desconfiado hijo de un chacal al que le había enseñado las bases mismas de la razón de existencia del mundo y de los shinobi, el Doton, iba a intentar sortear el muro para venir a por mí. Con lo cual, tanto yo como otro yo, ambos con garras y colmillos salimos por su lado del muro, rápidamente corrigiendo nuestra trayectoria al ver que se había acercado más de lo esperado.

Al parecer ni siquiera había perdido un segundo con Eri, lo cual era insultante para la pobre Uzumaki. Tanto mi yo de mi como mi yo que no era yo pero era físicamente igual que yo, nos lanzamos a destripar al Uchiha con nuestras garras. Uno por la derecha y otro por la izquierda, ambos a exactamente la misma velocidad, lo cual solo podía añadir desconcierto.

Si el primer ataque conectaba iríamos a por un segundo, retirarse no era una opción.

Cuando ambos dieron la vuelta al muro, dos Nabi —que reconoció como Nabi y Stuffy transformado— con aspecto asalvajado se lanzaron directamente a por Datsue sin ningún tipo de espera ni de sorpresa, así que Eri no dudó en actuar: rápidamente escaló el muro que el Inuzuka había creado con anterioridad y saltó lo máximo que pudo para crear una serie de senbon hechos puramente de chakra eléctrico.

«¡Ahora!»

Sin ningún miramiento, los lanzó encima de ambos chicos, sin importarle a quien iba a dar.

Aunque esperaba poder alcanzar a Datsue.

Y qué narices, a Nabi también.

«¿Qué coño…?» No, no era Nabi. Ni Stuffy. Lo que le preocupó a Datsue fue la sombra que subía por el muro a una velocidad vertiginosa. ¿Desde cuando Eri era tan rápida? Sin tiempo para pensar en ello, juntó las manos mientras daba un pequeño salto hacia atrás, retrasando el inminente ataque de equipo Inuzuka, y…

Nabi y Stuffy le alcanzaron con sus garras.

¿O no?

Sí, habían golpeado algo. Y sí, ese algo había caído al suelo. Pero se trataba de un tronco. La típica estrategia del Kawarimi. Y con sorpresita, además.

—¡BAM!






El sello explosivo dejado en el tronco estalló al comando del Uchiha, que a ocho metros de allí —en frente al muro y Eri—, formaba el sello de la Serpiente.

—¡YEEEEEEHAAAAAAA! —exclamó, victorioso. Porque les había dado… ¿verdad? Y de paso evadido la ofensiva de Eri. Menudo arsenal tenía la condenada. Le estaba sorprendiendo a base de bien.

Los dos.

En cuanto Datsue hizo el sello supe la que se nos venía encima, aprovechando el impulso de la carrera empujé a Stuffy-yo a un lado. Por suerte, no ofreció resistencia y rodó por el suelo unos metros hasta volver a ponerse a cuatro patas.

No solo tuvo que soportar una explosión brutal y antireglamentaria de Datsue, si no que sentí como se me clavaban unas agujas en la espalda. Al girarme vi a Eri apuntandome con toda su maldad, envuelta en una capa de electricidad. ¿Cuantas traiciones podía haber en un solo combate?

Stuffy no perdió un segundo y en cuanto recuperó el olor de Datsue se lanzó a por él, mientras el Uchiha celebraba la victoria. Unos segundos más tarde, le seguiría yo. De momento, Datsue seguía siendo la principal amenaza, habría que desgastarle antes de poder despedazarlo, pero cosas que pasan.

Ahora tenía a Stuffy por delante, Eri a un lado y el muro a la espalda, yo le flanquearía por el lado que quedaba. Si la Uzumaki no estaba totalmente ahogada en su odio hacia mi persona, totalmente injustificado, aprovecharía la oportunidad para debilitar a Datsue. Y si no, pues esta pelea estaba amañada desde el principio por el odio y la envidia de mis compañeros hacia mi superioridad.

Aquello no había resultado como lo había planeado, pues Datsue siempre tenía un as bajo la manga. Maldijo al ver como Nabi ahora se encontraba en desventaja contra el Uchiha, lanzándose contra él junto con Stuffy que había podido evitar el golpe, ¿o había sido Nabi quién lo había hecho?

Aun así, no se iba a dar por vencida, así que cuando cayó recobró la marcha hacia ellos, dirigiéndose hacia el Uchiha mientras hacía una cadena de sellos. Una vez cerca de ellos, lanzaría a Datsue unas tres bolas completamente hechas del elemento eléctrico.

Era curiosa, la técnica de Nabi. Transformar a su perro en sí mismo, transfiriéndole su capacidad de luchar cuerpo a cuerpo, en una copia idéntica a la vista de cualquier mortal. Tanto era así, que uno podía pensar que se trataba de un simple Kage Bunshin, y que Stuffy había, simplemente, desaparecido.

Claro que, como el Uchiha ya se encargaba de recordarles a todos, él no era ningún mortal. No, había tres cosas que delataban la identidad de Stuffy. La primera, el amor. Sí, el amor que Nabi le profesaba, y que le hizo empujarle para no comerse la explosión que él sí recibió. La segunda, el chakra. La diferencia que había entre uno y otro era más del doble. La tercera, el poder que irradiaba cada uno, también muy distinto.

Por eso, cuando el Nabi asalvajado se lanzó a por él, supo que en realidad era Stuffy. Sus miradas se cruzaron en aquel instante, y Stuffy… se dio cuenta. Fue un momento trascendental, aquel. Casi divino. Stuffy comprendió que estaba en el bando equivocado. Comprendió que Datsue era el Amo de las Bestias. Que él, y no Nabi, era a quien debía lealtad. Que Datsue era su Dios, y Stuffy, un ferviente creyente.

Así que, cuando ambos estaban a punto de flanquear al Uchiha, Stuffy cambió súbitamente de rumbo y…





… se tiró contra Nabi. Al jodido cuello, a morderle donde pudiese y arrancarle lo que haciese falta. Tal era su devoción.

Ah, ¿se mencionó ya que los ojos de Datsue habían cambiado? ¿Que en ellos relucían ahora su Mangekyō Sharingan? Insignificante detalle.

Eri, por otra parte, no había permanecido ociosa. Imbuida en aquella capa eléctrica, y con una velocidad demencial, había bajado del muro y ejecutado una serie de sellos. Era rápida, condenadamente rápida, pero en cuanto a la velocidad para formar los sellos, el Uchiha todavía iba el primero.

Respondió al Raiton de la Uzumaki con su propio Suiton, sabiéndose vencedor de aquel choque. Luchar con el Sharingan era como jugar con las cartas marcadas, siempre ibas sobre seguro.

—¡Suiton, Suikōdan no Jutsu! —gritó, y un gigantesco tiburón de agua salió despedido de su boca, tragándose las esferas y electrificándose en el proceso. El mini-Kaido se dirigió hacia Eri, siguiendo las órdenes de Datsue, que la apuntaban con una mano, atento para cambiar su dirección cuando esta tratase de evadirlo.

Si algo sabíamos todos los que estábamos en ese estadio, es que Datsue era un cabrón con más ases en la manga que los que había en la baraja. Así que cuando Stuffy cambió de rumbo para dirigirse a mí, sorpresa no fue la palabra. Dolido. Primero porque Stuffy fuese tan desgraciado de dejarse controlar por la magia de Datsue, y, segundo, porque Datsue pensase siquiera que eso iba a ralentizarme.

Era yo, en forma y en estilo, sabía perfectamente como se iba a mover y qué paso iba a dar a continuación. Seguir la carrera no fue problema, aparté sus garras justo a tiempo para seguir corriendo, con Datsue dándome la espalda. Igual que yo se la iba a dar ahora a Stuffy, probablemente ganándome un buen ataque por la espalda.

Igual que se lo iba a ganar el Uchiha. Sin pensarmelo dos veces, bajé ambas garras en diagonal, buscando un doble arañazo en su espalda. Con suerte, eso soltaría el jutsu con el que controlaba a Stuffy, si no, estaba jodido de cojones.

Aquella pelea, desde el palco, podría resultar bastante entretenida de ver, pues no todos los días se intentan hacer batallas campales donde uno domina al resto. Uzumaki Ryuusuke lo observaba todo desde las gradas, con las manos encima de sus muslos y los ojos fijos en su hermana pequeña, cada vez más nervioso, pero a la par que crecían sus nervios, su fascinación tanto por ella como por sus compañeros crecía, admirando así a la nueva generación shinobi que relegaría a la suya en menos que cantaba un gallo.

Mientras Datsue se encargaba de, al parecer, modificar el rumbo de uno de los Nabi, ella se había dispuesto a cargar contra él, pero el condenado era rápido reaccionando, así, creó un tiburón gigante que engulló su técnica y que iba directamente a por ella. Si no reaccionaba pronto, terminaría por ser alcanzada, y no sentía que la suerte estuviese de su parte en ese momento...

Algo resonó en su interior, sus sentidos estaban más sincronizados que de costumbre, y pese al cansancio, una oleada de chakra retumbó en su interior e hizo que se lanzase a por Datsue, cuerpo a cuerpo, esquivando la técnica que iba a impactar contra ella gracias a aquel movimiento.

«¡Ahí... va!»

Posando sus dos manos contra el suelo del estadio, impulsó su cuerpo para intentar propinarle una patada a Datsue justo bajo su barbilla, a la par que Nabi intentaba atacarle por la espalda.

«¡¿Qué coño…?!» Si creía que antes Eri se movía rápido, ahora simplemente iba a la velocidad del rayo. Igual de eléctrica, igual de veloz, estando en un lugar en un parpadeo y en otro totalmente distinto al otro. Era casi como un Sunshin, pero sin necesidad de usar sellos.

Nabi, por otra parte, le atacó por la espalda. Un sándwich de manual. El Uchiha quiso bloquear el ataque de Eri cruzando las manos, pero el arañazo del Inuzuka le arrancó tal quejido que dejó los brazos blandos, y la patada se estrelló en su barbilla.

Abrazó aquel dolor, y se refugió todavía más en su Mangekyō. No iba a malgastar aquel poder a la primera de cambio. Aprovechando que Nabi había dejado descubierta su espalda con aquel ataque, Stuffy saltó a por él, mordiéndole en el gemelo y apresándoselo como una trampa para osos, sin intención de soltarle.

El Uchiha saltó hacia un lado, volviendo a crear ese triángulo imaginario entre los tres, aunque esta vez mucho más juntos. Tenía la boca ensangrentada, pero sonreía. Porque se había dado cuenta que, si quería ganar aquel combate…

… iba a tener que darlo todo.

Aquella batalla estaba yendo por derroteros que no hubiese deseado ni a mis peores enemigos. Desde luego, Datsue era una bestia. Muchos decían que eramos los Inuzuka los que habíamos traspasado el umbral entre humano y bestia, y que nuestro bestialismo nos acabaría deshumanizando. Me hubiera gustado ver a esas personas contemplando este combate.

El Uchiha no solo había poseído de forma poco honrosa a Stuffy, si no que tras encajar dos golpes, uno de Eri de frente y otro mio por la espalda, se apartó a un lado y nos miró sonriente. Parecía mucho mejor que la Uzumaki y yo de aquí a Kusagakure. Ella aún mantenía su capa de electricidad, pero parecía estar empezando a agotarse por el combate. Yo ya había recibido daños importantes y además tenía a un perro con mi forma pegado al tobillo.

Sin duda, lo de Stuffy era lo que más me tocaba la moral. Tenía que detener lo que quiera que estuviese haciendo Datsue cuanto antes y solo había una forma, atacando. Sin darle ningún margen a ninguno de mis contrincantes, saqué una bola de mi portaobjetos y la tiré con fuerza al centro de la formación.

— ¡ERI, CIERRA LOS OJOS! — grité a pleno pulmón.

Chillé con todo mi ser, con todas las cosas que hicieran funcionar el sistema responsable del habla y de los sonidos guturales del cuerpo, sin mirar ni a Eri ni a Datsue. ¿Por qué? Porque si hacia contacto visual sospecharían. Y no estaba mintiendo porque no estaba afirmando nada, pero dar ordenes tampoco ha sido mi fuerte nunca, por eso esperaba que el tono y la canica fuesen suficiente distracción.

La sorpresa jugaría a mi favor, porque yo ya estaba aguantándome la respiración.

En cuanto la canica cayese al suelo una gran humareda nos devoraría a los cuatro. Stuffy tendría que salir, pues ese humo era del todo irrespirable y soltar mi gemelo. Cuando Eri y Datsue saliesen del humo verían que yo no salía, por lo menos, por ahora.

Aquello estaba yendo demasiado lejos pero sentir como lograba acertar un golpe la llenó de orgullo, sobre todo porque se sentía oxidada tras tanto tiempo sin un buen entrenamiento. No quería alzarse victoriosa, bueno, en parte sí quería, pero tampoco le importaba perder si reconocían que ella también era apta para el combate, aunque no tanto como ellos. Maldito Inuzuka, maldito Uchiha.

Datsue se alejó de ellos pero Nabi no pareció ponérselo fácil, pues tan pronto como chilló que cerrase los ojos, la kunoichi se giró hacia él, cerrándolos por instinto, por saber que algo podría ocurrirle. Aunque teniendo en cuenta que se encontraba en una batalla campal, seguramente se aprovecharían de ello. Así que tras hacerlo, simplemente corrió hacia atrás a toda prisa, alejándose de la posición de sus contrincantes y elaborando un nuevo plan para durar algo en el combate.

Retirándose detrás del muro que había creado Nabi.

El Uchiha, a lo largo de su vida como ninja, había usado dos métodos para enfrentarse a cualquier bolita de papel. La primera, si estas eran lanzadas al aire, era leer su kanji inscrito. Sí, así de fácil, así de sencillo. Los que confeccionaban aquellas armas querían asegurarse de que sus dueños supiesen para lo que servían, pero también, irónicamente, los enemigos a los que se enfrentaban.

La segunda, si estas eran lanzadas al suelo, sin tiempo de reacción, lo que hacía era…

Entrecerró los ojos apartando la mirada, se tapó los oídos y aguantó la respiración.

… era defenderse contra las tres posibilidades.

Resultó que Nabi mentía, y se trataba de la tercera. El Uchiha saltó hacia atrás, saliendo de la humareda, y así lo tuvo que hacer también Stuffy, pues al respirar el humo tosió y ya no fue capaz de mantener la mordida. «Bomba de humo, ¿hmm? Eso es una arma de doble filo, Nabi». Impedía a cualquiera ver lo que estabas haciendo, pero también sucedía a la inversa.

El Uchiha tomó una bolita de papel de su chaleco y la lanzó al aire, justo por encima de la bomba de humo, a unos seis metros de altura. En el proceso, volvió a saltar hacia atrás. Siempre había sido bueno para medir distancias, y aquella era segura.

El Uchiha formó el sello de Serpiente…

La bolita se colocó justo en el centro de la humareda, por encima…

Y…






Una explosión capaz de reventar a un Hozuki. Claro que Datsue la había hecho estallar muy arriba, para evitar posibles accidentes. Aunque… con una bomba de tal calibre…

Se llevó una Píldora de Soldado Superior a la boca y tragó saliva...

—N-nabi, ¿estás bien? —preguntó, con voz asustada—. ¡Eri, ayuda! ¡¡¡Creo que he reventado a Nabi!!!

Incluso Stuffy soltó un alarido preocupado.

En cuanto Stuffy soltase mi pata, me fundiría con la tierra, escondiéndome entre las entrañas de la madre tierra. En las profundidades, lo que mejor se siente son las vibraciones, así que cuando la explosión tuvo lugar, me enteré. Vamos, que tuve que esperar un ratejo a volver a sincronizarme del estruendo que formó el maldito sello explosivo.

Había un alguien oculto tras mi muro y dos alguienes mirando desde la lejanía, no era muy difícil saber quien era quien. Además, Stuffy iba a cuatro patas, mientras que la persona misteriosa que estaba a su lado inmóvil, no. Hasta yo era capaz de llegar a esos niveles. Dos manos con garras aparecerían para atrapar los pies del Uchiha, hundiéndolo a la altura del cuello.

Si la cosa salía bien, saldría de bajo tierra tras enterrarle y le amenazaría con mis garras.

— Suelta a Stuffy o te dejo una cicatriz fea de cojones en la cara, de esas que se cierran mal y quedan como si te hubieses pegado con celo la carne.