Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Era un bonito día en Uzushiogakure. Era un día más bonito aún para Sarutobi Hanabi. Tras la firma de la Alianza de los Tres Grandes, estaba más que pletórico. Ni siquiera había tenido que volver a echar mano de esas dichosas pastillas. Llevaba al menos una semana sin ojeras. ¡Una semana!«Eso es un récord», se dijo.
Pero para quien el día sería más bonito sería para uno de sus chicos. Claro que, aún no lo sabía.
Hanabi paseaba por las calles de su aldea. Una vez más, despertaba miradas aquí y allá. Él lo notaba. Le querían. Le querían más que nunca. Para qué negarlo, él mismo estaba empezando a quererse más por primera vez desde que se había puesto el gorro. Él, Hanabi, había firmado la Alianza de los Tres Grandes en nombre de Uzushiogakure. ¡Una Alianza! La aldea estaba orgullosa de él. Su familia estaba orgullosa de él. Sus amigos estaban orgullosos de él. Y Shiona, en alguna parte, estaba orgullosa de él. Tenía que estarlo.
Quizás había retrasado demasiado la visita, pero Hanabi estaba seguro de que la sorpresa sería mayor si se respetaban algunos plazos. Se plantó delante de la puerta de la casa de Uchiha Datsue y...
Era un día bonito en Uzushiogakure no Sato. O eso, diría la mayoría, mas no Uchiha Datsue. Para Datsue, era un día extraño. Un día en el que lo inhabitual comenzaba a sentirse normal. Un día sin las pesadillas de Shukaku. Un día en el que recién se despertaba de una noche reparadora, dormida del tirón. Un día sin ver a sus seres queridos morir. También otro día sin su Hermano. También otro día despertándose sin nadie al lado al que abrazar. Ni dar un beso de buenos días. Un día…
Un día de mierda, vaya.
Datsue se levantó como cada mañana, dándose una buena ducha. Antes, no solía lavarse recién levantado, dejándolo más bien para la noche. Tras los continuos sudores que Shukaku despertaba en él por más de un año, había cogido aquella costumbre, y todavía no la había perdido.
Luego daba de comer a Datsuse, y se hacía un pequeño desayuno: tostadas; zumo; y un batido de leche de soja, copos de avena, plátano y yogur natural.
—¡Hora de dar un paseo, Datsuse!
Datsuse ladró con alegría, meneando la cola de un lado a otro y corriendo hasta la puerta. El Uchiha acostumbraba a aprovechar aquellos paseos matinales para correr por la playa, tal y como acostumbraba a hacer su Hermano para mantenerse en forma. Lo había hecho todos y cada uno de los días desde su muerte, salvo cuando se encontraba fuera por misión, en una especie de obligación moral. A veces, tenía momentos de alegría, imaginándose lo orgulloso que se sentiría Akame si viese su constancia. Otras muchas, simplemente se hundía más en la espiral de depresión, al no ser capaz de dejar de pensar en él un solo día.
Había tantas cosas de las que quería hablarle…
Tantas cosas que…
Toc, toc.
Extrañado, fue abrir la puerta, ya vestido con su habitual ropa de correr: camiseta de manga corta, roja oscura; y pantalón negro que terminaba por debajo de las rodillas.
—¡Ha-Hanabi-sama! —exclamó, incrédulo, al ver al mismísimo Uzukage plantado en la puerta de su apartamento—. Qué… ¡Qué sorpresa!
Datsuse, pletórico por recibir una nueva visita —últimamente era un aburrimiento tremendo estar con su dueño—, ladró y se puso de pie, apoyando las dos patas delanteras en las piernas de Hanabi.
—¡Datsuse! Ven aquí, ¡ven! No ves que es Uzukage-sama, ¿hombre? —El Uchiha terminó por cogerlo en brazos—. ¿Q-quiere pasar, Hanabi-sama? —preguntó, intrigado por la visita. ¿Es que había hecho algo malo? Repasó mentalmente el último mes. No, que él supiese no la había vuelto a cagar con nadie…
Miró con el rabillo del ojo la cocina y el salón… «Mierda…». Estaba hecho un desastre. Como siempre.
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Hanabi fue recibido por un sorprendido Datsue que... ¿Vestía ropa de deporte?
—Vaya, Datsue, ¿te vas a entrenar tan temprano? ¡Qué alegría, veo que te estás apli...! ¡Oh, oh! ¡Uo! —Le sorprendió el perro, claro. Datsue no tenía la pinta de ser tan amante de los animales como para tener una mascota. El hombre se agachó y acarició al animal afablemente—. ¡Tranquilo, tranquilo! No lo cojas, me gustan los perros. Oye, ¿le has puesto a tu perro Datsuse? —Era tan... tan... tan Datsue.
—¿Q-quiere pasar, Hanabi-sama? —preguntó Datsue, evidentemente preocupado por ver por dónde se había roto el saco de las Intrépidas Peripecias de Uchiha Datsue esta vez. Pero Hanabi no había ido hasta allí para eso.
—Si me concedes un buen rato para hablar en serio sobre un... asunto, pasaré. ¿Podemos hablar, Datsue?
—Oh, no, no —negó, sin coger el perro por petición de Hanabi—. La responsabilidad del nombre corresponde a Eri y Nabi, cuando me lo regalaron por mi ascenso. —De ser por él, le hubiese puesto Matakanes, o algún nombre del estilo, agresivo y molón a partes iguales.
Lo cierto era que había terminado cogiéndole cariño. Tenía sus partes malas, claro, la sangría que provocaba en su bolsillo un animal tan pequeño era alucinante. Vacunas, peluquero —oh, sí, a Datsuse le encantaba ir al peluquero a ponerse mono—, comida… El malnacido no quería comer otra cosa que no fuese el pienso más caro de la tienda. «Un sibarita, es lo que es». Pero al menos le hacía compañía. Y, en aquellos tiempos, se notaba y mucho.
—Claro, pase… —¿Algo serio? Datsue todavía seguía dándole vueltas a lo que podía ser. ¿Alguna jugarreta del pasado? ¿Su pequeño compromiso con Soroku, famoso herrero portador del Estandarte del Hierro? ¿Y si no, qué?—. Ehm… Disculpe el desorden. Normalmente suele estar más… ehm… presentable.
Hanabi accedió a un comedor-salón, con el fregadero —a la izquierda—, lleno de una pila de platos sin lavar. La mesa estaba algo más presentable, con cuatro sillas alrededor —dos a cada lado—, y el salón…
Bueno, digamos que el salón, compuesto por un sofá grande y otro pequeño, una mesita circular y una pequeña televisión al frente, podía estar más limpia. Polvo acumulado en la estantería, bolsas de snacks vacías, alguna zapatilla y calcetín suelto tirado de cualquier manera...
El Uchiha corrió a abrir las cortinas del gran ventanal para que al menos entrase algo de luz.
—Por favor, siéntese —pidió, ofreciéndole una silla junto a la mesa de la cocina—. ¿Quiere tomar algo? Té rojo, té blanco, té verde… —empezó a sugerir, sin saber muy bien qué era lo que solía tomar.
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Hanabi entró en el recibidor, y nada más poner un pie dentro y echar una ojeada supo, más o menos, en qué estado se encontraría el resto de la casa. El hogar de Datsue parecía una tienda de curiosidades de uno de esos cantamañanas de Tanzaku Gai: ropa, cachibaches y utensilios de todo tipo tirados por ahí de cualquier manera.
—Ehm… Disculpe el desorden. Normalmente suele estar más… ehm… presentable.
—No lo... no lo dudo, Datsue-kun —contestó Hanabi, mientras apartaba con el pie una zapatilla de estar por casa, que había perdido a su pareja en algún momento de su complicada vida con el Uchiha.
Datsue le guió a través del pasillo, hasta un salón comedor que hacía las veces de cocina. A la izquierda había el equivalente de un banquete para diez de vajilla sin fregar —sin duda, sostuvo Hanabi, más bien el muchacho llevaba diez días acumulando platos él solo—, y a la derecha una mesa; lo más destacable era que estaba algo ordenada.
El resto del salón no es que fuese a mejorar la imagen que Hanabi se estaba creando de las costumbres organizativas de Uchiha Datsue, quien por cierto le ofreció una silla. Hanabi la tomó encantado y se sentó, echando un vistazo más, y preguntándose...
—Por las tetas de Amaterasu, chico —dijo—. Me pregunto cómo habría reaccionado Shiona-sama a esto si estuviera viva para contarlo. Probablemente le habría dado un ictus, o algo.
»¿Eh? ¡Ah, sí, sí! ¿Un té rojo, quizás? —Hanabi sonrió, sincero. No quería ofenderle, por supuesto. Pero es que...
Al final el té blanco y verde iban a caducársele. Datsue no era mucho de té, y los tenía más que nada para los invitados, pero estos siempre terminaban por pedirle el rojo. Hacía no tanto, Eri y Nabi lo mismo.
—Por las tetas de Amaterasu, chico. —Por un momento, la mirada de Datsue se desenfocó. Aquella expresión era tan de su Hermano…—. Me pregunto cómo habría reaccionado Shiona-sama a esto si estuviera viva para contarlo. Probablemente le habría dado un ictus, o algo.
Datsue se rascó la nuca mientras esbozaba una sonrisa de circunstancias.
—¿Tanto le gustaba el orden? —preguntó, interesado, mientras echaba agua a la tetera y la ponía a hervir—. Estoy pensando en mudarme, ¿sabe? Este apartamento estaba bien para un Genin recién salido de la Academia, pero ahora… —Ahora se le quedaba pequeño. Y siempre que quería montar una pequeña reunión o fiesta allí, los vecinos se quejaban por oír ruidos a las tantas de la madrugada—. Estoy mirando casas cerca de la playa, con un pequeño jardín para Datsuse. —Para algo había estado ahorrando todo aquel tiempo, ¿no? Claro que todavía quería su velero, y le hubiese gustado una mansión como la de los Sakamoto, con piscina y una persona que le limpiase y ordenase la casa de semana en semana. Pero había que ser realistas: el sueldo de un Jōnin daba para lo que daba—. Estoy esperando a encontrar… la oferta adecuada.
El Uchiha colocó dos tacitas en la mesa, una con té rojo, y otra con té blanco —para él—, y sirvió de la tetera.
—¿Azúcar? —preguntó, antes de sentarse en frente, todavía nervioso por descubrir qué había traído a Hanabi hasta allí.
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—¿Que si le gustaba? ¿Que si le gustaba? —repitió Hanabi—. Es como preguntarle a un Akimichi que si le gusta comer. Si veía un lápiz torcido encima de la mesa, lo giraba para ponerlo recto. Si te presentabas con la ropa arrugada en el despacho, curiosamente ese día estaba de peor humor. ¡Mira! Un día nos envió a una misión que consistía en... ¡consistía en pintar un pilar del parque de color rojo sólo porque al lado opuesto había otro que estaba pintado de otro color! Se ve que pasó por ahí y le molestó... —relató Hanabi.
—Estoy pensando en mudarme, ¿sabe? Este apartamento estaba bien para un Genin recién salido de la Academia, pero ahora… Estoy mirando casas cerca de la playa, con un pequeño jardín para Datsuse. Estoy esperando a encontrar… la oferta adecuada.
Hanabi miró a su alrededor. A él no le parecía una casa pequeña para nada, y menos para una persona soltera y con un perro. Claro que...
—¿Azúcar? —preguntó Datsue.
—Oh, sí, por favor. Dos cucharadas —le contestó—. Pues está bien eso, porque... la casa se va a quedar un poco pequeña para una pareja y un perro. ¿Sabes? —Sonrió. Miró a Datsue a los ojos. Se deleitó en su reacción.
¡Qué curioso! Nunca había tenido a Shiona como una obsesiva por el orden o la simetría. ¿Cómo hubiese reaccionado, de haber entrado ella en su piso? ¿Qué habría hecho, de haber tenido como jinchuuriki a alguien como él? ¿Habría manejado su burla a Yui y sus disputas con los amejines de la misma forma que Hanabi? El Uchiha se lo preguntaba a veces, pero era algo que nunca descubriría.
Por desgracia, Izanami tenía la manía de llevarse a los mejores de Uzu los primeros.
El Uchiha sacó un tarro de azúcar del armario de la cocina y echó dos cucharadas a Hanabi y una para él. Empezó a remover su té con una cucharilla, formando un remolino blanco en la superficie hasta que…
—Pues está bien eso, porque... la casa se va a quedar un poco pequeña para una pareja y un perro. ¿Sabes?
… la cuchara se le cayó de las manos, produciendo un sonido metálico contra la tacita. Por un momento, se quedó grogui, como un luchador que acaba de recibir un puñetazo en la sien y se tambalea sobre el tatami.
—¿A qué se refiere con…? —preguntó, con voz temblorosa por la emoción y el miedo. Emoción, por intuir la respuesta más obvia. Miedo, porque al final no fuese así y llevarse el enésimo chasco. Incluso Datsuse había alzado la cabeza y se mantenía completamente inmóvil, consciente de que algo importante le pasaba a su amo—. Ha-hanabi-sama… No me diga que… ¿¡No me diga qué…!? —se levantó, con el corazón en un puño y las pupilas palpitándole. Sintió como una corriente nacía de su pecho y recorría todo su cuerpo, erizándole el vello.
Necesitaba oírlo. Necesitaba oírlo de los labios de Hanabi.
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Bien. Entiendan que era un momento crítico en la casa de Uchiha Datsue. Hanabi intuía, bueno, más bien sabía, que la reacción de su jounin a la noticia podía ser del todo imprevisible. Se sintió incómodo, sentado en aquella butaca, como un animal pequeño que se expone a salir del nido y a que su depredador se lance en picado a él. ¿Quizás se lanzase a abrazarle, tumbando el sofá hacia atrás? Él no estaba para esas reacciones ahora mismo. ¿Quizás utilizaría el chakra para subirse literalmente por las paredes?
Oh, pero cómo hacer sufrir más a aquél muchacho. Pobrecillo.
—Tal y como te dije, mi querido Datsue —silabeó lentamente—, si prometías ser mi ninja, y hacer cosas por mi, yo haría cosas por ti. No fue fácil, sin duda alguna, pero...
»Conseguí que Amekoro Yui entregase a Watasashi Aiko, sí. Peroporfavoresperaquetengocosasque...
—Tal y como te dije, mi querido Datsue, si prometías ser mi ninja, y hacer cosas por mi, yo haría cosas por ti.
Bam… bam. Bam… bam El corazón de Datsue, encogido como un perrillo apaleado que ve a un humano ofreciéndole comida.
—No fue fácil, sin duda alguna, pero...
¡Bam, bam! ¡Bam, bam! ¡Bam, bam! Sentía las palpitaciones en los oídos.
—Conseguí que Amekoro Yui entregase a Watasashi Aiko, ¡sbam, bam!Espe...¡BAM, BAM!Tengoque...¡BAM, BAM! Cosasqu...¡BAM, BAM, BAM!
—¡¡No me lo creo!! —estalló, levantándose de golpe. La silla salió se estrelló contra la cocina—. ¡¡¡No me lo creo!!! —exclamó de nuevo, con voz aguda, su rostro en una mezcla de estupefacción y principio de carcajada tonta.
Datsuse había empezado a ladrar.
—¿Es en…? ¿¡Es en serio!? No, no, no, no, no… Sí, sí, sí, sí,sí, SÍ, JODER, SÍ. —Datsue tensó todos y cada uno de sus músculos y movió violentamente el puño diestro, como si quisiese golpear a alguien en la boca del estómago con toda la fuerza del mundo—. ¡SÍ! —Y otro puñetazo al aire—. ¡SÍ! —Y otro más, esta vez con ambos puños, y toda esa tensión se vio descargada en una larga carcajada estridente y caótica:—. ¡Uuuuuujujujujojojojojajaaaaaaa!
Se sentía como si se hubiese tragado de una sentada una botella entera de sake. Borracho. Estúpidamente feliz. Mareado incluso. No sabía ni lo que hacía. De pronto, se encontraba abriendo la ventana del salón y gritando como un loco:
—¡¡¡¿Habéis oído eso?!!!! —preguntaba al cielo. A nadie y a Uzu al mismo tiempo—. ¡¡¡YEEEEEEEEEEEEEEEEEEEHHHAAAAAAAAAAA!!!
«¡OH, SÍ! ¡OH, SÍ! ¡OH, SÍ!» Datsuse había saltado hacia él y ahora ambos bailaban dando vueltas a su alrededor. Que el perro no saliese despedido por la ventana cuando el Uchiha le soltó fue cosa de un milagro.
—¡Pues claro que soy su ninja, Hanabi, joder! ¡La duda ofende! —exclamó, radiante, golpeándose el pecho con una mano. Si no sabía lo que hacía, menos lo que decía—. Oh, ¡tenía que haberme visto el otro día! ¡Me encontré con un amejin, ¿sabe?! ¡Me estuvo provocando todo el tiempo, casi parecía que buscase que yo saltase! ¡Pero se topó con un profesional! —Oh, ¡vaya si lo había hecho!—. ¡Un profesional es lo que fui! ¡Le dije: shinobi-kun, que tenga usted una buena tarde! ¡Y me fui sin mirar atrás!
Sí, estaba muy orgulloso de sí mismo.
—Pero entonces, ¿es oficial? ¿No se pueden echar atrás? —Datsue no terminaba de decir una cosa y ya pasaba a la siguiente, incapaz de parar—. O es que… Oh, ¡por los huevos de Susano’o! ¿¡Qué la entregó!? ¿¡Eso quiere decir que ya está aquí!? ¿Verdad? ¿Verdad? ¡Tengo que ir a verla! —imploró—. Oh, mierda. Pero no se acordará de mí… —«¡Putada!»—. Y yo con estos pelos… ¡La primera impresión es lo que más cuenta! —¡Ni las trenzas se había hecho!—. Oh, no… Oh, no…
Datsue estaba al borde del colapso. No le vendría mal una de esas pastillas que a Hanabi tanto le gustaban.
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¿Movimientos bruscos que le hicieron encogerse? Check. ¿Malhabladurías varias? Check. ¿Risas histéricas? Check. ¿Gritos? Oh, doble check. Hanabi aguantó todas y cada una de las manifestaciones de alegría —según tu punto de vista, podías considerarlas o bien de eso o de demencia— de Datsue. Como si la Tormenta de Yui estuviera actuando, ignoró durante un largo rato, hasta que le fue oportuno intervenir. Había escuchado algo sobre un shinobi de Amegakure que intentó meter gresca; eso le interesaba, desde luego, pero dadas las circunstancias Datsue no iba a permitirle cambiar de asunto. Decidió dejarlo para otro momento.
—Datsue-kun —dijo, calmado, despacio—, me has prometido una taza de té. —Señaló a la cocina—. Sé que estás... pletórico. Pero no vas a ver a Aiko hasta que terminemos de hablar del cómo. De modo que te sugiero que te sientes conmigo tranquilamente. Antes de que acabe la tarde, podrás estar con ella. ¿Me harás este favor?
¡Por los Dioses! ¡¿Aquella tarde ya?! Pero, eso era…
Eso era…
—¡P-por supuesto! —exclamó, cogiendo la silla que había tirado al suelo y volviéndola a colocar en su sitio—. Faltaría más, Hanabi-sama.
Se sentó, e intentó mantenerse lo más quieto posible, descargando toda su energía en su pie derecho, cuyo talón subía y bajaba como un bailarín especialista en taconear.
—Dígame entonces —Datsue tuvo que hacer acopio de mucha fuerza de voluntad para cerrar la boca y dejarle hablar. Se acarició la barbilla. Luego se rascó la nuca. Y se pasó la mano por el pelo. Y se tiró del lóbulo de la oreja. Y se humedeció los labios. Y tomó su taza, dando un traguito. La dejó. Dio otro trago. La dejó de nuevo…
Dio otro trago.
En definitiva, era un manojo de nervios. Un perro hambriento que huele comida y cuyo dueño le ordena mantenerse sentado.
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Para su grata sorpresa, Datsue hizo caso a la primera y enseguida se propuso reestablecer el orden de su conversación anterior a la... agitación inesperada. Hanabi se sonrió. Por fin. Por fin iba a poder meter a aquél muchacho en vereda. Al final, Watasashi Aiko iba a ser la clave de todo. Si podía enderezarlo, hacer de él un ninja modélico, además de lo poderoso que ya era... Shiona-sama estaría orgullosa de él. Allá donde estuviera.
Y él se sentiría definitivamente Uzukage, y no un bombero extinguiendo tres incendios por semana.
Suspiró antes de continuar. Supo que iba a ser difícil.
—Bueno, Datsue. Hay varias cosas a considerar. La primera: Aiko formó parte del acuerdo para firmar la Alianza —señaló—: bueno, más bien un acuerdo previo entre Yui y yo. A cambio de revertir de nuevo el sellado de Ayame, ellos nos entregaban a Aiko.
»Bien. Ahora estamos en Alianza. Y así como Yui ha perdonado a Aiko... tú... tú debes de perdonar a Amekoro Yui. Sí, sí, ya sé, ya sé... Pero estuve con ella. No es tan terrible como dicen, créeme, sólo hay que tratarla con... cuidado.
»Y por supuesto, eso incluye a sus shinobi. Datsue, tus... Intrépidas travesuras contra ellos deben terminar. Sí o sí. Y repararás cuanto daño creas conveniente para tener buena relación con ellos. Ahora son Aliados. ¿Nos entendemos?
Y entonces, Hanabi tuvo un descuido nada casual. Si su chakra estuviera contenido en una tubería con agujeros, Hanabi habría soltado uno o dos tapones. Un inmenso torrente de energía sacudió a Datsue de arriba a abajo. Si bien su propio chakra era bastante fuerte como para resistir el embite al cincuenta porciento de la presencia de Hanabi, sería suficiente para darle un pequeño sobresalto.
Así que el plan de ofrecer la reversión del sello a cambio de Aiko había funcionado, tal y como, menos de un mes atrás, el propio Hanabi había previsto. «¡Menudo genio, joder!». Eso quería decir que también habían recuperado a Ayame. «Ains… Te dije que no durarías nada sin mi ayuda, Kokuō». Los bijūs daban miedo, sí, pero ante un equipo bien organizado de ninjas… no parecían poder hacerles frente.
—¿Yo a Yui? —se le escapó, incrédulo.
—Sí, sí, ya sé, ya sé... Pero estuve con ella. No es tan terrible como dicen, créeme, sólo hay que tratarla con... cuidado.
¿Con cuidado? Había que besar el suelo que pisaba, ¿o qué? ¡Pero si a Aiko la había matado por una tontería! ¡La había sumergido en el fondo de un lago y la había dejado allí para pudrirse por la eternidad! ¿Cómo iba a perdonarla? ¿Y a sus ninja? ¿Cómo iba a perdonar a Kaido? ¿Cómo a Daruu? ¿Cómo a…?
—¿Nos entendemos?
El Uchiha sintió una repentina tormenta de fuego que le hizo ahogar un grito y dar un salto en el sitio. Una tormenta de fuego que provenía de nada más y nada menos que Sarutobi Hanabi. Fue como… Como si el termostato de la ducha se hubiese roto, y todo el agua hirviente de la caldera saliese a presión, sin previo aviso, contra su cuerpo.
—¡Nosentendemosnosentendemos! —respondió rápidamente. Vaya, ¡ahora sí que se entendían! ¡Haber empezado por ahí!
Hanabi, el pálido Uzukage con eternas ojeras. A simple vista, no parecía gran cosa. Datsue nunca le había visto como un hombre de combate, propiamente dicho. Quizá, inconscientemente, le había infravalorado. Quizá, aquel día en que le había dicho que ni juntando todo su chakra con el de la difunta Shiona llegarían al nivel de Kokuō, había cometido el mayor error de cálculo de su vida.
Y, dígase una cosa de Uchiha Datsue: ha cometido muchos.
—Aliados… Vale —carraspeó, todavía con el corazón acelerado por lo ocurrido—. No le causaré más problemas, Hanabi-sama. Ya lo verá. Estaré a la altura de esa… alianza. —Por mucho que algunas cosas no le gustasen—. Quiere eso decir que ya han recuperado a Ayame, ¿no? ¿Se sabe algo más sobre los Generales? ¿Y Yubiwa?
Quería pasar cuanto antes a la parte de ver a Aiko, pero los Generales... Los Generales habían matado a su Hermano, indefenso y esposado en una celda. Quería saber más de ellos. Lo necesitaba.
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Hanabi le observó con calma. Datsue le había dicho muchas otras veces que estaría a la altura de lo que debía ser uno de sus ninjas, y creía que con aquél movimiento había acabado de ganárselo, pero el muchacho era impredecible. De todas formas, ¿qué otra alternativa le quedaba que confiar en los suyos? Al menos sí había demostrado en otras muchas ocasiones preocuparse de sus compañeros. Y eso era todo lo que importaba.
Esos vínculos atarían a Datsue a Uzushiogakure.
—¿Se sabe algo más sobre los Generales? ¿Y Yubiwa? —preguntó el Uchiha.
—De los Generales nada, por desgracia. —Suspiró. Odiaba reconocer que seguían siendo toda una incógnita—. Al menos con ese dichoso teléfono de los amejin, en cuanto alguien sepa algo lo podrá transmitir al resto. Respecto a Yubiwa... —Cerró los ojos un momento, y luego le miró. Aquella noche, estuvo a punto de irse con él. Eso todavía era una espinita clavada. Pero al menos le contó toda la verdad, y eso viniendo de Datsue era... decir mucho. Bueno, últimamente, se estaba portando. Sintió un poco de orgullo prudente—. Nada que no sepamos, tampoco. Lo hemos puesto en el Libro Bingo las tres aldeas, y Kenzou, por lo que sé, anda buscándolo desesperadamente. Fue su mano derecha. Es una traición bastante importante —señaló—. Oye, y a propósito de ese amejin que fue a buscar gresca contigo. ¿Quién era? Ese tipo de comportamientos son inaceptables. Tendré que informar a Yui para que se lo deje bien claro.