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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
Mmh... —Hanabi bajó el rostro, y una vez más, volvió a acariciarse la barbilla—. ¿Podría ser? Podría ser. —¿Que apostaba todos sus ahorros? Entonces no podía ser, entonces lo era—. Eso explicaría por qué lo llevaba en la bota, con ella, ¿no?

»Bien, tendrás que explicárselo, claro —dijo—. Ella ya sabe que es inmortal, y que pierde la memoria cada vez que debía morir. No sabíamos inventarnos una falsedad que fuese más creíble que, bueno, una verdad increíble. —Se encogió de hombros—. Así que mejor que los tres guardemos el secreto y también cuidemos de ese retrato suyo. Si ella sabe de su importancia, procurará conservarlo.
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#32
Bien —asintió Datsue—. ¡Bien!

Ahora todo parecía muy sencillo. Las piezas encajaban, su plan estaba bien cimentado, y no parecía haber resquicio alguno que pudiese dinamitarlo. En realidad, sí los había, y a pares. Pero, por ahora, el Uchiha era ciego a ellos. En aquellos momentos, tan solo quería una cosa.

Verla.

Entonces… ¿Puedo ir ya a…? —El corazón empezó a bombearle como un potrillo encabritado. Estaba nervioso. Estaba emocionado. Estaba… pletórico.
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¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado



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#33
Hanabi asintió, lentamente, y se levantó, también lentamente, del sillón.

Si todo ha quedado claro, por supuesto que puedes. Podemos —recordó—. Te acompañaré hasta allí, claro. Luego os dejaré solos y confiaré en que nada explote —rio.

»Pero Datsue, ¿no quieres arreglarte un poco? —Le guiñó un ojo, y como si antes le hubiese leído el pensamiento le dijo—: ¿ni siquiera hacerte las trenzas?
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#34
¿Arreglarse? Se miró, y pronto recordó por qué antes se había querido cambiar. ¡Estaba hecho un desastre! No, no, no, no. Aquello no podía ser.

¡T-tiene usted razón, Hanabi-sama! ¡La primera impresión es la más importante! —exclamó con voz aguda. Se levantó de golpe—. Deme solo medio minutillo. ¡Estaré en menos de lo que un kusareño grita: me rrr…! —… rindo. Claro que el final de su frase se le murió en la boca, así como su sonrisa. Se enrojeció como un tomate—. E-esto... Quería decir que… E-esto… ¡V-vuelvo en seguida, Uzukage-sama!

¿Se ha mencionado que Datsue se sentía pletórico? Bien, pues se sentía tan bien, que se creía capaz de agilizar un poco las cosas. ¿Trenzas laterales? Para eso le vendría bien un clon. Que leches, le vendría bien dos, uno para cada lado. ¿Ropa? Desde luego, no podía ir en chándal. Otro clon para seleccionarla. ¿E iba a hacerle el feo a Hanabi de dejarle solo? No, no. Eso era inconcebible.

Al final, creó la nada desdeñable cifra de cuatro clones. Dos de ellos corrieron junto a él hasta el cuarto de baño. Otro se fue a la habitación. El último se quedó con Hanabi. Pronto se escucharon gritos desde el baño:

¡No, hombre, no! ¿Cómo vas a echarle el perfume de todos los días? Usa el de las ocasiones especiales, ¡no me seas rácano!

Perdón, perdón. Como ella siempre decía que le gustaba lo mismo este…

Pues para no hacernos el feo. ¿Cómo va a olerle lo mismo uno de quince ryōs a uno de cien?

Joder, ¿¡estás tonto!? ¡Échamelo a mí, payaso! ¿No ves que tú eres un clon? —Ahí iban un buen puñado de gotas desperdiciadas.

Mientras tanto, desde el otro lado de la vivienda, procedente de la habitación…

Eh, ¡Datsue! ¿Y si vas en yukata?

¡Hostia! —exclamó el clon que estaba con Hanabi, bien alto para que le oyese desde la cocina—. ¡Pues ese estaba bien guapo, ¿eh?! —Sabía a cuál se refería, pues tan solo tenía uno—. Pero hace mil que no lo pongo, tío. ¿Me seguirá sirviendo? ¿Y no será demasiado formal? —preguntó, con miedo.

Qué va, qué va. ¡Este está de puta madre, tío! ¡De puta madre!

El clon que estaba junto a Hanabi se alarmó por el vocabulario soez que estaba usando su otro yo. Carraspeó, buscando algún tema de conversación con el que entretenerle hasta que su original estuviese listo.

Bueno, ¿y qué tal todo, Hanabi-sama? —Por los Dioses, ¿se podía ser más genérico e insulso? En aquel preciso momento, su original corría desde el cuarto de baño hasta la habitación, atravesando media casa al estar en lados opuestos. Sintió una súbita subida de chakra, en una clara señal de que dos Kages Bunshin habían desaparecido—. He oído que últimamente está entrenando con Eri —ella misma se lo había contado—. Si en algún momento ella no puede por lo que sea, o quiere cambiar por un día de pareja de baile, sabe que aquí me tiene. Para un combate amistoso o lo que sea.

Y ahí volvía Datsue, el original. Se había hecho un moño en la parte posterior de la cabeza, así como dos trenzas mohicanas a cada lado de la sien. También se había colocado el pendiente en la oreja derecha. Y se había perfumado. Y se había vestido con una yukata de color azul pálido, un haori abierto y fino de un verde oscuro y un obi muy sencillo del mismo color.

Chasqueó los dedos, y el resto de clones desapareció.

¡Listo!

Datsuse, que se había vuelto loco siguiendo a tanto clon, se quedó a su lado meneando la cola y con ojitos felices. Porque, aquella era la hora de su paseo… ¿verdad? ¿Por qué iba a estar tan contento Datsue sino? Sí, tenía que ser eso. Seguro...
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#35
Lo que presenció Hanabi a continuación fue algo que un kage jamás esperaría presenciar en su vida. Datsue volvió de inmediato al comportamiento excéntrico que había adquirido en cuanto le había dicho que Aiko seguía viva, montando un circo de Kage Bunshins en su casa que era para verlo. Lo que ocurrió allí es que Datsue se puso a hablar consigo mismo, en voz alta. Un diálogo entre clones que, Hanabi se tuvo que recordar, en realidad era un monólogo, porque todos eran él mismo. Pero es que encima el tío dejó un clon para que charlara con él.

Hanabi, por supuesto, estaba muy atento a la conversación. Y se reía, vaya que si se reía.

Pero el clon que estaba a su lado carraspeó para llamar su atención.

Bueno, ¿y qué tal todo, Hanabi-sama? He oído que últimamente está entrenando con Eri. Si en algún momento ella no puede por lo que sea, o quiere cambiar por un día de pareja de baile, sabe que aquí me tiene. Para un combate amistoso o lo que sea.


Oh, sí, ando enseñándole algunas cosillas. Y Datsue —dijo, haciendo una enigmática pausa. Se crujió los nudillos, y... Oh, sí, OH SÍ.

El salón comenzó a temblar. Tazas de té que habían degustado temblaron en los platos y ya no es que Datsuse fuese a ladrar, es que los perros de medio vecindario habían comenzado a aullar. La sonrisa del Uzukage de pronto le pareció poco amable, más bien una mueca ansiosa.

Oh, no sabéis lo feliz que hacéis a este Uzukage. Hace TANTO que no peleo en serio. Y tú eres mi ninja más fuerte. Estaré e n c a n t a d o.

Mierda. ¿Lo había vuelto a hacer? Lo había vuelto a hacer. Hanabi se relajó y volvió a encerrar a la bestia que era su chakra muy adentro. Se levantó y se dirigió al Datsue real, que acababa de llegar. Si los clones habían desaparecido por el chasquido de sus dedos o por lo abrumador que era el chakra de Hanabi, nadie lo sabría.

Bueno, bueno, bueno... vamos para allá, ¿eh? —dijo, avergonzado, y le dio dos palmaditas en el hombro a Datsue antes de dirigirse a la puerta de la calle por sus propios pies—. Tráete al perrete, hombre. Pobrecillo, mira qué cara te pone.
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#36
«Oh, mierda… ¡Oh, mierda!» Datsue salió de la habitación a trompicones. ¿Se había colado un bijū en su casa? Pero, ¿cuándo? ¿Cómo? ¿Yui lo había puesto en Aiko como trampa? ¡Esa zorra! ¡Esa…!

Oh… —allí solo estaba Hanabi y su clon, que al desaparecer, le hizo comprender. No, aquella monstruosidad de chakra, que tan solo había sentido una vez, frente a Kokuō, no venía de ningún bijū. Venía de su propio Uzukage.

Si lo de antes le había hecho replantearse seriamente lo infravalorado que tenía a su Uzukage, ahora empezaba a pensar que, quizá, lo que pasaba era que de verdad tenía a un bijū dentro. ¿Acaso era posible para una persona acumular semejante chakra? Semejante… ¿poder? Datsue trató de imaginárselo, pero era como pensar en algo infinito. Llegaba un punto en que su mente decía: hasta aquí puedo llegar.

Bueno, bueno, bueno... vamos para allá, ¿eh? —dijo, avergonzado, y le dio dos palmaditas en el hombro a Datsue antes de dirigirse a la puerta de la calle por sus propios pies—. Tráete al perrete, hombre. Pobrecillo, mira qué cara te pone.

Ehm… Sí… —Miró a Datsuse. La cara que le ponía ahora era de: sálvame de este monstruo. Como un flash, la conversación que tuvo su clon con Hanabi le invadió la mente. Oh, aquello era malo. Aquello era muy malo—. Esto, Hanabi-sama… Ehm… —cerró la puerta tras de sí, con Datsuse muy pegado a él, temblando—. Respecto al combate, yo estaré encantadísimo también. Sí, por supuesto… Aunque imagino que usted andará super ocupado, y yo entre las misiones y ahora Aiko…

Un momento. Le había dicho Hanabi de… ¿pelear en serio? «¡Marcha atrás! ¡Marcha atrás!»

¡Joe! Pues va a estar difícil encontrar un día que nos venga bien a los dos, ¿eh? Muy difícil, sí. Y mire que ganas me sobran. ¡Buah si me sobran! —Se le notaba que le sobraban una barbaridad, sí...—. Pero mucho me temo que va a estar complicado, sí… A ver si para unos días que tengamos libres, ya si eso…«¡Ya si eso para dentro de cincuenta años, sí!»
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#37
Abatido, Hanabi resopló y comenzó a caminar.

Oh, vamos... ¡no me dejes así! Al menos Eri-san no me dijo que no. ¿Vas a dejar que ella te gane, Datsue? —chantajeó—. Quiero probar hasta donde llega la fuerza que atisbé en el examen de chuunin.

Y así, Datsue y Hanabi se dirigieron a casa de Aiko, ante las ya no tan incrédulas miradas de los habitantes de Uzushiogakure que, para bien o para mal, ya se habían acostumbrado un poco a ver a Sarutobi Hanabi caminando como si nada por entre las callejuelas de la villa. Cruzaron una plaza con una fuente que Datsue no había visto jamás, dieron un par de giros y pasaron por detrás del Edificio del Uzukage. Justo un par de calles detrás, había otra plaza, con tres casitas pequeñas. Allí, brillando como un lucero a la luz del atardecer, estaba la casa blanca de Aiko, la del centro.

El Uzukage se adelantó y llamó a la puerta. Datsue estaba detrás de él cuando alguien la abrió desde dentro.

Aiko-san... sí. Sí, aquí está él. Por favor, ten paciencia, sé que es mucho que asimilar pero... Ya. Ya lo sé, pero él se muere de ganas por verte. No, yo no me puedo quedar. Vale, Aiko. Si tienes algún problema ya sabes dónde estoy.

Hanabi se dio la vuelta y caminó hacia Datsue.

Bueno, Datsue-kun. Ya sabes, tengo mucho trabajo. —Le guiñó un ojo. Y estalló en una nube de humo.

Y allí estaba ella. Watasashi Aiko, la mujer de la que se había enamorado perdidamente y que, para bien o para mal, había cambiado el destino de Oonindo. Estaba algo cambiada. El pelo había seguido creciendo dentro del sello, así que lo llevaba muy largo, por debajo de la espalda. Casi parecía mezclarse a la perfección con las Uzumaki de la villa. Vestía un vestido blanco, largo. No le pegaba para nada.

Pero era la ropa que le habían puesto en casa, claro.
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#38
¿Cómo? ¿Qué Eri se había enfrentado a él? ¡Eso no se lo había contado! Claro que Eri había progresado a pasos agigantados. En los últimos tiempos no se habían visto mucho. Habían tenido sus tiranteces, la mayoría provocadas, directa o indirectamente, por los amejines. Un día, se enteraba que Eri estaba criticando a su Hermano por su actuación en el Chunin. Al otro, que si no paraba de defender a los amejines. Y, con cada cosa, la tensión había ido en aumento. Nunca llegaron a tener una fuerte discusión —como sí lo habían tenido ella y Nabi—, pero, simplemente, se fueron distanciando.

Hasta que retomaron contacto recientemente, claro, cuando el Uchiha fue buen testigo de los enormes avances de su compañera. Todavía soñaba con la técnica eléctrica que la había rodeado en su combate. Eso, sumado a que ahora entrenaba y hasta luchaba de igual a igual contra Hanabi, era peligroso.

Peligroso para su reputación. ¿Y si la gente se empezaba a dar cuenta que el ninja verdaderamente fuerte en aquella Villa era Eri? Datsue era un charlatán, un vago, un egoísta, un avaro y un chico conflictivo. Todo el mundo lo sabía. Pero ahora, gracias a cierta corriente generada en parte por Hanabi, también le tomaban como uno de sus ninjas más fuertes. Esa era la única buena reputación que tenía.

¿Tan rápido iba a perderla?

Está bien, Hanabi-sama. Sí… Por supuesto que tendremos ese combate. Faltaría más.«¡Y si hay que sacarse una bijuudama sellada para mantener el tipo, pues se saca y punto! ¡Cojones!», se espoleó, en un breve momento de orgullo.

En condiciones normales, Datsue no dejaría de pensar en ese prometido enfrentamiento. En los más y mejores entrenamientos que debía realizar a partir de ahora. En los nuevos y poderosos jutsus que debía aprender. A Nabi le había pedido que le enseñase sobre el Doton, ¿por qué no a Eri sobre el Raiton? Cada técnica que descubría de dicho elemento le enamoraba más y más. ¿Por qué no tratar de dominarlo? ¿Demasiado intrépido? Bueno, por algo le llamaban como le llamaban. ¡Hasta estaría pensando en preguntarle a Eri sobre las habilidades de Hanabi! Cualquier cosa para obtener una mínima ventaja antes de empezar el combate.

Pero aquellas, desde luego, no eran condiciones normales. Cuanto más caminaban por la Villa, más le costaba controlarse.

¿Falta mucho? —preguntó a Hanabi. No menos de diez veces—. ¿Y ahora? —volvía en seguida. No menos de otras quince.

Se mordía las uñas. Se retocaba el pelo. Inspiraba profundamente y dejaba escapar el aire con lentitud, en un vano intento por calmarse. Pensaba en qué decir cuando la viese. La primera impresión era tan importante… ¿Cuáles debían ser las primeras palabras que Aiko recordase escucharle? Debían estar a la altura, debían ser dignas de ser recordadas para la posteridad. Algo que la hiciese sonreír. Algo que la hiciese pensar: ¡qué majo es este chico! Pero, al mismo tiempo: ¡qué intrépido y qué guapo!

Se le ocurrían varios comienzos lo suficientemente potentes para pasar el listón. La cuestión era elegir cuál. En esas estaba, cuando al fin llegaron a la casa. Cada segundo que Hanabi le hizo aguardar fue una tortura eterna. Su corazón le amenazó con salírsele del pecho. Sus piernas le temblaban. Creía que iba a desfallecer. Y cuando al fin la vio…

Oh, cuando la vio. Fue como un sueño haciéndose realidad. Después de tanta lucha, después de tanto sufrimiento, ahí estaba ella, más radiante que nunca. Una flor silvestre a la que habían vestido como a una rosa. No, aquel vestido blanco no le pegaba nada. Ella era más salvaje, más gótica. Y aquel pelo largo a buen seguro pronto sería cortado, por considerarlo incómodo. Pero nadie en Oonindo podía decir que no le quedase bien.

Joder, es que fue verle, y Datsue sentir que se enamoraba de nuevo.

Sobra decir que se le olvidó todo lo que tenía preparado. Datsue rio, a carcajada limpia, felicidad pura desbordándole por cada poro de la piel. En un momento dado, se dio cuenta de que le caían lágrimas a borbotones. Lloraba y reía al mismo tiempo. Y la abrazaba. Y le decía cuánto la había echado de menos. Cuánto la había extrañado. Cuánto la quería.

Todo lo que quiso decirle en su momento y no pudo.

Aiko no sabía ni dónde meterse. Le habían dicho que tenía algo con aquel chico, claro. Pero es que ella ni se acordaba de eso. Es que ella ni le conocía, realmente. Cómo… ¿Cómo se hacía, en aquellos casos? ¿Qué se solía hacer? ¿Se intentaba volver a lo que era antes? ¿O se iba más despacio, y simplemente se reconocían, y a ver qué surgía de ahí? ¿Y si ahora no le gustaba? Estaba hecha un lío.

Había tantas expectativas, y tan distintas en cada uno, que aquello podía salir muy mal. Eso sí, Datsue sabía que se habían gustado en dos ocasiones —oh, porque no, aquella no era la primera vez que Aiko perdía la memoria una vez conoció al Intrépido—, y, por tanto, la lógica y la fe le aseguraban que podía ocurrir una tercera. La ciencia hasta le decía que era probable; los Dioses que estaban predestinados a ello, unidos por el hilo rojo del destino.

¿Qué podía salir mal, cuando tanto la ciencia como la fe llegaban a la misma conclusión?

Sin embargo, todavía era algo pronto para descubrir el resultado de tan soñado reencuentro. Solo había una cosa segura: Datsue dejaría grabado los detalles más importantes en ese diario que había empezado a escribir tras la muerte de su Hermano.
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