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Ayame, desolada, acompañaba a la lluvia con sus lágrimas. Un silencio cargado de ruido, el de las gotas chocando contra el cemento y contra la superficie del lago. Un silencio tranquilo. Sin gritos. Sin sangre. La kunoichi se dio cuenta de que estaba atardeciendo. El sol se asomaba entre las nubes, más allá de la aldea, al oeste.
Poco a poco, la lluvia dejó de caer. La tormenta daba un descanso, y Amegakure formaba una silueta ominosa en el horizonte.
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27/09/2018, 00:03
(Última modificación: 27/09/2018, 00:20 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Segundos? ¿Minutos? ¿Horas? Ayame no podía saberlo, pero tampoco le importaba. Se dejaba mojar por la lluvia, que acompañaba sus lágrimas como una vieja compañera. Trataba de concentrarse en las gotas, de no ponerse a pensar... Porque si pensaba, las imágenes de Daruu ensangrentado y con las cuencas de los ojos vacías volvían a su cabeza. Pero era del todo inútil. Seguían reflejándose en su subconsciente por mucho que tratara de huir de ellas y apartarlas.
Al final terminó por sacudir la cabeza y reincorporarse con suma lentitud, apoyando primero las manos y después impulsándose con las rodillas para sostenerse de pie. Y aún necesitó de varios segundos para no volver a caer cuando sintió una nueva arcada. Lenta y sombría, Ayame dejó atrás la plataforma y echó a caminar por las aguas del lago de Amegakure de camino a la entrada de la aldea. En aquella ocasión ni siquiera saludó a los guardias que había allí, se sentía demasiado mal como para hacerlo sin vomitarles encima.
Y así, frotándose los ojos en un vano intento de quitarse las lágrimas de encima, Ayame se encaminó hacia su casa con la firme convicción de que aquella noche no probaría bocado.
«Mal augurio...» Se dijo para sí, al darse cuenta de que había dejado de llover y que las nubes aclaraban sobre la aldea.
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Y sin embargo, a mitad de camino, tras cruzar un penumbroso callejón, Ayame escuchó una voz familiar que venía de él.
—Está bien. —Era la voz de Amedama Daruu. Al parecer conversaba con alguien más—. Pero debemos hacerlo más tarde. De noche. Yui es un hueso duro de roer. Si queremos matarla...
—¡Ssssssh! Calla, idiota, ¿no ves que puede oirnos alguien? —A Ayame le dio un vuelco al corazón. Conocía aquella voz. Algo dentro de ella sabía quién era, aunque no terminaba de ubicarla.
—Perdón, perdón. Es que estoy nervioso. Tanto tiempo planeando esto... Tantos secretos guardados...
—Imagino que habrá sido difícil, ¿eh? Tu madre era buena oliendo clavos sueltos.
—No habría podido sospechar de su hijito. Afortunadamente, esto está por terminar. Una vez acabemos con todo, podremos salir del agujero. Ah, hablando de secretos. ¿A que no sabes el paripé que me he montado para reducir aún más las sospechas?
»Ando saliendo con el mismísimo tesorito de Yui. Con el alien, tío, ¿te lo puedes creer?
El otro muchacho rió estridentemente.
—Venga va, hombre. ¡No me jodas! ¿Con el alien? ¡Jajaja! ¿Cómo eres capaz tronco? Si tú mismo le pusiste el mote!
Ahora sabía quien era. Uno de los chicos que la acosaban en la academia. Uno de ellos, imposible saber cual.
—Cómo os pasásteis tronco. ¿Ves? Yo no hice mucho ruido y ahora estoy bien colocado.
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Pero a mitad de camino de llegar a su casa, Ayame escuchó una voz familiar tras su espalda.
—Está bien.
«¿Daruu-kun?» Pensó, sobresaltada. Se dio la vuelta, con las energías súbitamente recargadas. La voz provenía de un callejón que acababa de sobrepasar y avanzó hacia allí con el corazón acelerado. Después de lo que acababa de sufrir, lo que más le apetecía en aquellos momentos era abrazarle, perderse en sus ojos violetas y refugiarse en su pecho como solía hacer. Pero entonces...
—Pero debemos hacerlo más tarde. De noche. Yui es un hueso duro de roer. Si queremos matarla...
«¿Eh...?» Ayame se detuvo en seco, confundida, y se apoyó en la pared para escuchar mejor. ¿Matar a la Arashikage? Tenía que haberlo entendido mal.
—¡Ssssssh! Calla, idiota, ¿no ves que puede oirnos alguien? —No estaba solo y aquella voz le daba muy malas vibraciones, pero no terminaba de ubicarla entre sus recuerdos.
—Perdón, perdón. Es que estoy nervioso. Tanto tiempo planeando esto... Tantos secretos guardados...
—Imagino que habrá sido difícil, ¿eh? Tu madre era buena oliendo clavos sueltos.
—No habría podido sospechar de su hijito. Afortunadamente, esto está por terminar. Una vez acabemos con todo, podremos salir del agujero. Ah, hablando de secretos. ¿A que no sabes el paripé que me he montado para reducir aún más las sospechas? Ando saliendo con el mismísimo tesorito de Yui. Con el alien, tío, ¿te lo puedes creer?
El mundo se convulsionó a su alrededor. La mano de Ayame tembló violentamente.
«¿Con el... alien...?» Repitió para sus adentros. Le habría gustado autoconvencerse de que había vuelto a escuchar mal, pero entonces el otro chico soltó una estridente carcajada.
—Venga va, hombre. ¡No me jodas! ¿Con el alien? ¡Jajaja! ¿Cómo eres capaz tronco? Si tú mismo le pusiste el mote!
Una nueva puñalada contra su ya herido espíritu y su corazón chilló de dolor al resquebrajarse en su pecho. Fue entonces terminó de reconocer la voz que acompañaba a su pareja: Daruu estaba con uno de los chavales que la habían estado acosando en la academia cuando era pequeña. ¡Y él estaba con ellos! Ayame se tapó la boca con ambas manos, tratando de contener un sollozo.
«¡No! ¡Espera! ¡No tiene sentido!» Se dijo, sacudiendo la cabeza. ¡Nada de aquello tenía sentido! ¿Cómo iba a estar Daruu con esos chicos? ¡El Daruu que ella conocía detestaba la crueldad por encima de todo! Habían formado equipo juntos, habían realizado un montón de misiones como el Equipo Kori, habían compartido muchos momentos juntos... Le dijo que la quería por lo que era... ¡El Daruu que ella conocía no habría hecho algo así! ¿Si no, qué razón iba a tener para arriesgar su vida en Uzushiogakure para salvarla? Además, ¿qué era eso de que iba a matar a la Arashikage?
Todo aquello no tenía sentido. No era más que una farsa. Tenía que serlo.
No podía ser su Daruu.
No podía ser...
Porque si lo era... Lo habría perdido todo.
Ayame cerró los ojos durante un instante y unas últimas lágrimas rodaron por sus mejillas antes de que su cuerpo se volviera líquido y cayera con suavidad sobre el suelo. Desde ahí, se movería lentamente, adentrándose en el callejón para poder ver y escuchar lo que estaba ocurriendo de verdad ahí dentro. Camuflada como estaba, pasaría desapercibida a ojos ajenos: no sería más que un charco mezclado entre tantos otros.
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Daruu entrecerró los ojos y dejó de reír. Le hizo una señal con la mano a su compañero.
— Vete, Hōka. Está aquí. Me ocuparé de ella —susurró.
— ¿Qué? Mierda, joder. Asegúrate de no matarla.
— ¡Ya lo sé! ¡Vete!
El aludido formuló un sello del Carnero y desapareció sin dejar rastro. Una ligera brisa removió el pelo de Daruu, quien se dio la vuelta con una media sonrisa.
— ¿No te han dicho que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas, alien? —Pisó con fuerza el suelo, y condujo una corriente eléctrica por los charcos, conectando con Ayame, quien sufrió una terrible descarga y recuperó la forma corpórea.
»Tenías que meter tus putos morros. No podías quedarte quietecita ni un momento, ¿eh? Todo habría sido más fácil. —Daruu chasqueó la lengua y se encogió de hombros— . Fíjate. Todo lo que tuve que sufrir para recuperar nuestro querido bijuu allá en Uzushiogakure, de mano de aquellas ratas, para que ahora desperdicies esta nueva oportunidad de seguir siendo el contenedor de ese monstruo.
«Ese sucio niñato... ¡Mátalo!»
«Me da igual lo que hagas con mi poder, tómalo todo. ¡SÓLO QUIERO VERLO MUERTO!»
— ¿Y qué vas a hacer ahora, alien? —Daruu rio, ensañándose— . Si no pudiste ni aprobar el examen de genin sin mi ayuda. ¿Quien eres sino una inútil? ¿Qué eres sino un trasto inútil? ¿Qué? —Dio un paso hacia adelante.
Era demasiado. Ayame estaba soportando demasiado. Primero, todas aquellas horrorosas imágenes, los gritos... Y ahora, la misma persona por la que había suplicado que el Genjutsu cesara, la traicionaba de aquella manera. La muchacha comenzó a sentir un incómodo y familiar calor subiéndole por el cuello, nublándole la mente...
«¡¡MÁTALO!!»
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27/09/2018, 23:36
(Última modificación: 27/09/2018, 23:36 por Aotsuki Ayame.)
Se acercó de forma sigilosa, como una serpiente arrastrándose al acecho. Siempre silenciosa, siempre buscando no ser descubierta, mimetizándose con el resto del charcos de agua que alfombraban el asfalto. Y no había trampa ni cartón, allí estaba Amedama Daruu, hablando con aquel chico de cabellos rubios que le había hecho la vida imposible durante tantos años. Y cuando apenas se encontraba a unos metros de ellos, Daruu entrecerró los ojos y le hizo una señal al otro.
—Vete, Hōka. Está aquí. Me ocuparé de ella —susurró, y a Ayame sintió como si le hubieran echado un jarro de agua helada por encima.
¿De verdad la había descubierto?
—¿Qué? Mierda, joder. Asegúrate de no matarla.
—¡Ya lo sé! ¡Vete!
Hōka se escabulló como la rata que era, pero Ayame se quedó muy quieta en el sitio, con el corazón palpitándole con fuerza en el pecho. Quizás era sólo una trola. Daruu debía tener algún plan en mente para ganarse la confianza de Hōka para algo... O quizás no, pero no sabía dónde se encontraba exactamente... O quizás...
—¿No te han dicho que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas, alien?
El chico pisó con fuerza el suelo, y de su pie brotó una descarga eléctrica que se extendió por el suelo. Ayame ni siquiera pudo reaccionar a tiempo de que la electricidad recorriera todo su cuerpo e hiciera regresar su cuerpo de carne y hueso. Apoyada sobre sus rodillas y sus manos, Ayame jadeó, terriblemente dolorida y con algún que otro escalofrío.
«¿Raiton...?»
—Daruu... -kun... —Temblando, alzó la mirada hacia él. Hacia su Daruu. Hacia aquel muchacho de ojos violetas y cabellos oscuros que se despeinaban hacia un lado sin remedio. Se negaba a creerlo. Se negaba a creer que aquel Daruu fuera su Daruu. Sencillamente, no podía ser.
—Tenías que meter tus putos morros. No podías quedarte quietecita ni un momento, ¿eh? Todo habría sido más fácil —Daruu chasqueó la lengua y se encogió de hombros—. Fíjate. Todo lo que tuve que sufrir para recuperar nuestro querido bijuu allá en Uzushiogakure, de mano de aquellas ratas, para que ahora desperdicies esta nueva oportunidad de seguir siendo el contenedor de ese monstruo.
«Ese sucio niñato... ¡Mátalo!»
«Me da igual lo que hagas con mi poder, tómalo todo. ¡SÓLO QUIERO VERLO MUERTO!»
Ayame sacudió la cabeza y se llevó una mano a la frente, apartando de nuevo la voz del Gobi de su mente con un débil quejido. Reunió las escasas fuerzas que le restaban y se levantó.
—¿Y qué vas a hacer ahora, alien? —Daruu se rio, venenoso—. Si no pudiste ni aprobar el examen de genin sin mi ayuda. ¿Quien eres sino una inútil? ¿Qué eres sino un trasto inútil? ¿Qué? —Dio un paso hacia adelante, ella dio un paso hacia atrás en respuesta.
Ayame lloraba rota de pena. Respiraba de forma entrecortada mientras en su mente se arremolinaba un enjambre de sentimientos que no era capaz de manejar. Recordaba todos los momentos que había pasado con Daruu, desde las misiones a la romántica belleza del simple acto de compartir un batido; recordaba todo lo que habían vivido, todo lo que habían reído, todo lo que habían llorado, todo lo que habían discutido. Recordó cuando la salvó del veneno de las serpientes del laberinto, recordó cuando fue a buscarla a la guarida de los Kajitsu junto a su familia y sus amigos, recordó cuando perdió su Byakugan, recordó cuando ella misma estuvo dispuesta a correr detrás de Naia para cobrar la venganza, recordó la cara de terror de Daruu cuando la vio transformada en bijuu, recordó que la había salvado en Uzushiogakure y casi había perdido la vida en el proceso... Recordó las traumáticas escenas que había vivido hacía apenas unos minutos, cómo había suplicado y gritado por él. Y lloró las lágrimas más amargas que había llorado en su corta vida.
Pero recordó... Y entonces se dio cuenta de algo.
«¡¡MÁTALO!!»
El fuego se encendió en su pecho como una cerilla y se extendió por sus extremidades tan rápido como un incendio en un bosque. El enjambre de su mente se agitó aún más y Ayame exhaló un quejido, con el rostro contraído en un profundo gesto de sufrimiento. Se llevó las manos al pecho, tratando de contenerlo. Y entonces...
Sonrió.
—Soy Aotsuki Ayame... —formuló, alzando de nuevo los ojos hacia él, desafiante—. Miembro del clan Hōzuki. Kunoichi de Amegakure y guardiana del bijuu de cinco colas. —Pero la cosa no terminaba ahí en aquella ocasión. Dejó caer el brazo y avanzó hasta que su rostro quedó a escasos centímetros de el de Daruu—. Soy amiga de Umikiba Kaido y de Manase Mogura. Soy la novia de Amedama Daruu. Soy la hermana de Aotsuki Kōri y...
»Tu hija.
Ayame entrecerró los ojos.
—No vas a inutilizar mis sentimientos, papá.
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28/09/2018, 00:01
(Última modificación: 28/09/2018, 00:01 por Amedama Daruu.)
La sonrisa de Daruu se curvó por completo, dibujando un sentimiento de profunda satisfacción.
—Bien hecho, hija.
De nuevo, Ayame perdió la capacidad de respirar. El aire de su alrededor se volvió denso como la espesa miel de abeja, y la realidad comenzó a resquebrajarse, hecha una vidriera de los múltiples tonos de azul, gris y púrpura de Amegakure, y de los naranjas, rosados y rojizos de aquel atardecer. Las piezas giraban a su alrededor, y alrededor del falso Daruu como si les envolviese un huracán. Poco a poco, sólo quedó la oscuridad y ellos. Y pronto, la propia imagen de su pareja se fue haciendo añicos como lo había hecho el entorno. Ayame, en una oscuridad en la que su cuerpo, iluminado por completo de forma irreal, no podía mover los brazos ni las piernas. En el horizonte, vislumbró una luz. Una luz que se hizo más grande, y más grande, hasta envolverlo todo, hasta envolverla a ella, hasta devorarla...
Volvió a respirar. La lluvia le envolvía. Las olas en el lago subían al hormigón, llegaban a sus tobillos y los lamían con delicadeza. Volvía a estar en la plataforma del lago, con su padre delante, todavía con las palmas de las manos unidas. Tenía los ojos cerrados, fruto de la concentración que logró semejante Genjutsu. Un Genjutsu que fingió acabar y que continuó sin que Ayame lo advirtiese. La obra de Aotsuki Zetsuo, quien ahora abría los ojos y la observaba con aquella sonrisa de satisfacción con la que se había despedido el falso Daruu.
—Nadie habría podido hacerle algo así a su propia hija sin dejar a lado los sentimientos. Los sentimientos nos hacen débiles. Por eso, debemos aprender a suprimirlos cuando es necesario, apagar la luz para que no se aprovechen de ellos. Esa era la lección. —Zetsuo suspiró y se llevó una mano a la frente—. La aprendisteis ambos. Hace tiempo. No obstante os empeñáis en no estar de acuerdo con mis palabras exactas, porque vuestras mentes son tan simples que no son capaces de entender una puta metáfora, coño. Es un resumen simple de una idea compleja. ¡Bah! Sois de lo que no hay.
»Supongo que ahora estarás enfadada conmigo. Y eso significaría que no sabes ver más allá. Si no hubiera hecho esto, no habría podido comprobar hasta dónde llegaba tu determinación.
»Por mi parte, estás preparada para volver a salir de la aldea. Pero Arashikage-sama tendrá que decidir.
Se dio la vuelta y dio un largo, largo y sostenido suspiro. Había sido una mañana muy larga.
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Daruu dibujó una amplia sonrisa en su rostro, y Ayame no pudo menos que rezar a Amenokami (aunque no la estuviera amparando en aquellos momentos) y a todos los dioses habidos y por haber que no se hubiera equivocado en su suposición. Porque, de haberlo hecho, habría acabado de hacer hecho el mayor ridículo en la historia de Oonindo.
—Bien hecho, hija —dijo, y su voz se transformó repentinamente en la de su padre.
Y antes de que pudiera decir nada más, el aire se volvió tan espeso como el agua. Ayame se llevó las manos a la garganta, incapaz de respirar, y su alrededor comenzó a resquebrajarse. El suelo, los edificios, el atardecer, todo se rompió en miles de fragmentos azules, grises, púrpuras, naranjas, rosados y rojizos que comenzaron a girar en un caótico torbellino. Ayame entrecerró los ojos, mareada y con aquel sentimiento de asfixia ardiendo en su pecho. Al final sólo quedaron ella y el falso Daruu suspendidos en una insondable oscuridad. Él terminó por fragmentarse del mismo modo, piezas de un puzzle inconexo que terminaron por perderse en la oscuridad para dejarla completamente sola y, nuevamente, paralizada.
«¿Y ahora qué? ¿Va a usar la oscuridad?» No pudo evitar pensar, con lágrimas de terror en los ojos.
Pero entonces vio una luz en el horizonte. Apenas una luciérnaga que se fue haciendo más y más grande hasta convertirse en un sol que la abrazó, la envolvió, la cegó, la engulló...
La luz desapareció y Ayame tomó una gran bocanada de aire. Resolló mientras su cuerpo volvía a recibir el oxígeno perdido, y entonces se dio cuenta de que la lluvia volvía a bañarla. Miró a su alrededor, desorientada después de tantos cambios, y se sorprendió aún más al descubrir que seguían plantados en la misma plataforma en la que habían empezado el entrenamiento. Delante de ella estaba su padre, con las palmas de sus manos aún unidas y los ojos cerrados en un profundo gesto de concentración mientras terminaba de cerrar la puerta de la ilusión.
Porque todo había sido una ilusión, comprendió Ayame enseguida, incluso cuando creía que ya había terminado... ella nunca había abandonado la plataforma.
Se estremeció sin poder evitarlo. Por muchas veces que se enfrentara a él, nunca terminaba de acostumbrarse a la maestría que podía llegar a demostrar Zetsuo con las ilusiones.
Su padre abrió los ojos y le dedicó aquella sonrisa que ella ya había visto justo antes de que todo se desmoronara.
—Nadie habría podido hacerle algo así a su propia hija sin dejar a lado los sentimientos. Los sentimientos nos hacen débiles. Por eso, debemos aprender a suprimirlos cuando es necesario, apagar la luz para que no se aprovechen de ellos. Esa era la lección —Zetsuo suspiró y se llevó una mano a la frente—. La aprendisteis ambos. Hace tiempo. No obstante os empeñáis en no estar de acuerdo con mis palabras exactas, porque vuestras mentes son tan simples que no son capaces de entender una puta metáfora, coño. Es un resumen simple de una idea compleja. ¡Bah! Sois de lo que no hay.
Ayame se encogió sobre sí misma, sin saber muy bien si debía sentirse halagada o regañada.
—Supongo que ahora estarás enfadada conmigo. Y eso significaría que no sabes ver más allá. Si no hubiera hecho esto, no habría podido comprobar hasta dónde llegaba tu determinación —continuó, y ella no pudo evitar contraer el gesto—. Por mi parte, estás preparada para volver a salir de la aldea. Pero Arashikage-sama tendrá que decidir.
«Salir de la aldea...» Suspiró para sí, paladeando cada palabra. Inevitablemente, sus ojos volvieron a los árboles que la esperaban en la otra orilla del lago, pero enseguida se llevó una mano a la frente con un quejido de malestar.
—No estoy enfadada... creo —dijo, con un ligero temblor en su voz. De tan confundida que estaba, le costó varios segundos expresarse, y cuando lo hizo lo hizo a trompicones—. Es sólo que... que... hoy ha sido... demasiado para mí —se confesó, avergonzada.
Primero aquellas traumáticas imágenes que sabía que le costarían más de una pesadilla en las próximas noches, ¿de verdad había sido necesario enseñarle algo así? Después el sentimiento de creerse abandonada en un momento de máxima debilidad, cuando más le necesitaba... Y por último la falsa traición de Daruu, una traición a la aldea y a ella misma; jugando con sus sentimientos, usando las palabras que sabía que más la herirían, utilizando su maltrecho pasado para machacarla... ¿Qué habría pasado si no hubiera sabido leer entre líneas en el último momento? ¿Qué habría pasado si hubiera terminado de creer que lo que le estaba pasando era de verdad?
Recordaba las primeras sesiones de entrenamiento con su padre, cuando la Arashikage le impuso aquel castigo para endurecerla. En más de una ocasión había terminado desmayándose ante sus ilusiones o pataleando como una chiquilla, pero ahora que había logrado sobreponerse a ellas de alguna manera, no podía evitar seguir sintiéndose débil.
No pudo evitarlo, ni siquiera mordiéndose el labio inferior pudo evitarlo. Tenía los ojos tapados pero las lágrimas terminaron rodando por sus mejillas.
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Zetsuo se acercó lentamente a Ayame, con pasos cansados. Suspiró.
—Para recrear una mentira como la que te he enseñado hace falta vivir realidades mucho peores —aseveró. Se acercó a su hija y le puso la mano en la cabeza, cubriéndosela; le revolvió el pelo—. Daruu ha vivido en sus propias carnes algo similar —dijo, recordando lo sucedido con Naia—. Si hubieras estado despierta y te hubieses bloqueado, no hubieras podido hacer nada. Pero si consigues hacerte más fuerte... quizás puedas salvar una situación similar en el futuro.
»Parece imposible, pero puedes hacerte resistente. Algún día esta frustración será un combustible para saltar y salvar a alguien. O acabar con un enemigo antes que él acabe contigo. Suelta todas las que tienes y levanta la mirada orgullosa.
»Hoy has hecho progresos. Estoy orgulloso.
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Pudo escuchar a la perfección los pasos de Zetsuo acercándose a ella, y Ayame se afanó por limpiarse las lágrimas del rostro rápidamente. Él lanzó un largo suspiro cargado de cansancio.
—Para recrear una mentira como la que te he enseñado hace falta vivir realidades mucho peores —le explicó y entonces, para sorpresa de Ayame, le colocó la mano en la cabeza y revolvió sus empapados cabellos—. Daruu ha vivido en sus propias carnes algo similar —añadió, en una clara referencia a la escena con Naia, y Ayame apretó las mandíbulas.
—Lo sé... eso es lo que lo hacía aún peor... —confesó ella, con un hilo de voz. Porque durante la ilusión ella no estaba viendo solamente lo que estaba ocurriendo con Akame y Eri, su cabeza estaba yendo aún más allá, imaginando algo que sí había ocurrido de verdad.
—Si hubieras estado despierta y te hubieses bloqueado, no hubieras podido hacer nada. Pero si consigues hacerte más fuerte... quizás puedas salvar una situación similar en el futuro.
«Quise hacerlo, pero no me dejasteis.» Respondió en su fuero interno, apartando la mirada para que aquella frase no llegara a los ojos aguamarina de su padre. Además, había algo que ninguno de ellos sabía. Había algo que guardaba celosamente y no pensaba dar ninguna pista al respecto hasta que encontrara el momento idóneo.
—Parece imposible, pero puedes hacerte resistente —continuó él, y Ayame torció el gesto, no demasiado convencida. ¿De verdad alguien podía acostumbrarse a unas imágenes así?—. Algún día esta frustración será un combustible para saltar y salvar a alguien. O acabar con un enemigo antes que él acabe contigo. Suelta todas las que tienes y levanta la mirada orgullosa. Hoy has hecho progresos. Estoy orgulloso.
Ayame alzó la mirada hacia él. Seguía llorosa y temblorosa, pero se armó de valor, avanzó en un movimiento brusco y le abrazó con fuerza, hundiendo el rostro en su hombro.
—Gracias... por hacer esto por mí. —Después de la tortura que acababa de vivir, aquellas palabras sonaron realmente extrañas en sus labios, pero dentro de ella lo sentía de verdad.
Si hubiese sido más fuerte antes no habría caído ante las provocaciones de Uchiha Datsue, no habría perdido el control tantas veces, no habría puesto en peligro tantas y tantas vidas, ni habría roto la estabilidad del Pacto entre las tres aldeas... Era algo que no iba a perdonarse nunca, por muchos chalecos y placas plateadas que perdiera. No había manera de volver atrás en el tiempo, pero al menos se aseguraría de no seguir metiendo la pata de aquella manera tan torpe.
Se separó de Zetsuo y le dirigió una temblorosa sonrisa.
—Debo confesarte algo. No eres el único que me ha estado entrenando —dijo, entrelazando las manos en el sello del pájaro. Desde su propia espalda surgieron de repente dos fuentes de agua que agitaron sus cabellos oscuros, condensándose y agrupándose rápidamente, formando dos alas que se agitaron brevemente en el aire. Los pies de la kunoichi perdieron el contacto con el suelo, pero se quedó allí, simplemente flotando a escasos centímetros de la plataforma—. Su nombre empieza por K y termina por I. Y no, no es Kōri —rio.
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Zetsuo quedó paralizado ante el abrazo de Ayame como si realmente fuese alérgico a una demostración de amor que fuera más allá de una palmadita en la espalda. Luchó contra el abrazo revolviéndose, aunque al final terminó por aceptarlo con los brazos caídos y un nuevo suspiro desganado.
—Gracias... por hacer esto por mí.
—No hay nada que agradecer. Era mi deber como padre y como jounin de Amegakure. Hice lo que debía de hacer. Eso es todo.
Ayame se separó de Zetsuo y le dedicó unas dubitativas palabras que le hicieron entrecerrar los ojos. Formuló el sello del Pájaro y... se convirtió en uno de ellos. Zetsuo alzó las cejas, sorprendido, y dio un paso atrás mientras su hija se elevaba.
Claro, cómo no. Ese entrometido.
—¡Eso significa que has estado destinando esfuerzos a este entrenamiento con otro distinto a mis espaldas! Maldita niña, siempre igual —se quejó bufando, pero sin embargo con una media sonrisa—. ¿De qué te iban a servir esas alas si no podías salir de la aldea? O es que acaso... ¿estabas planeando escaparte? —Sus ojos registraron la verdad y supieron que no. Suspiró y se llevó la mano a la frente—. Bien. Ahora baja aquí y vámonos a casa, estoy terriblemente cansado.
»Hasta ahora, esta era la prioridad. Pero más te vale que entrenes bien duro con tu hermano y con ese... Houzuki —dijo esta última palabra con un deje de desprecio—. Porque no soporto ver a ese Amedama paseándose por ahí con su placa de chuunin mientras tú sigues estancada bajo su sombra. ¿Entendido?
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(Última modificación: 28/09/2018, 15:41 por Aotsuki Ayame.)
La reacción que esperaba no tardó en hacerse presente. La sorpresa se dibujó en el imperturbable rostro de su padre y Ayame amplió aún más su sonrisa cuando le vio dar un paso atrás. ¡Había logrado impresionarle! Y eso era algo que no podía decirse todos los días.
—¡Eso significa que has estado destinando esfuerzos a este entrenamiento con otro distinto a mis espaldas!
—Bueno, yo prefiero decir que he repartido los esfuerzos para... avanzar más rápido —respondió ella, más seria que antes—. El tío me ha estado enseñando a utilizar mis habilidades como Hōzuki, es el único que puede hacerlo... Como tú eres el único que podía enseñarme a fortalecer mi voluntad... —terminó admitiendo, casi de mala gana.
Lo cierto era que a consecuencia de haber dividido de aquella manera su rendimiento, muchas veces había terminado mucho más cansada de lo recomendable. Y muchos de aquellos días de llegar tarde a sus entrenamientos o quedarse dormida sin querer o llegar a desmayarse se veían explicados por ello. Pero no se arrepentía de nada. Con tal de conseguir más poder y no depender del poder del bijuu, cualquier cosa sería válida. Incluso explotarse a sí misma hasta aquellos niveles.
—Maldita niña, siempre igual —bufó Zetsuo, aunque sus labios formularon una media sonrisa traicionera—. ¿De qué te iban a servir esas alas si no podías salir de la aldea? O es que acaso... ¿estabas planeando escaparte?
Sus ojos aguamarina la registraron sin piedad, y Ayame no hizo el amago de apartar la mirada en ningún momento. Sombría, aguantó el silencioso escrutinio. Si hubiera deseado escapar, ya lo habría hecho en una de aquellas ocasiones en las que la había dejado sola con sus pensamientos, como el día anterior sobre aquella misma plataforma. Habría sido tan fácil como simplemente haber desplegado las alas y volar hacia el bosque; pero era consciente de que no habría servido de nada. Sólo habría empeorado las cosas para ellas en el momento en el que, inequívocamente, la hubiesen atrapado de nuevo. La habrían encerrado de nuevo en su jaula, y quizás para siempre. No, esa técnica no había sido desarrollada para eso.
Convencido, Zetsuo terminó por suspirar y llevarse la mano a la frente.
—Bien. Ahora baja aquí y vámonos a casa, estoy terriblemente cansado.
Ayame obedeció y cuando las alas de agua se deshicieron y cayeron tras de sí como un nuevo charco de agua, la muchacha exhaló, fatigada.
—Hasta ahora, esta era la prioridad. Pero más te vale que entrenes bien duro con tu hermano y con ese... Hōzuki —continuó Zetsuo, y la última palabra prácticamente la escupió con desprecio—. Porque no soporto ver a ese Amedama paseándose por ahí con su placa de chuunin mientras tú sigues estancada bajo su sombra. ¿Entendido?
Ella agachó la cabeza, agarrándose el brazo contrario.
—Yo tampoco lo soporto... —admitió, con un hilo de voz. Cada vez que lo recordaba era un nuevo pinchazo en el pecho. Se había vuelto a quedar atrás por culpa de su estupidez, tanto Kaido como Daruu habían conseguido ascender al rango medio mientras ella se había visto obligada a contemplar sus espaldas como un objetivo inalcanzable.
Nivel: 34
Exp: 152 puntos
Dinero: 2240 ryō
· Fue 40
· Pod 100
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· Agu 80
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· Vol 60
· Des 100
· Per 80
Zetsuo dio una palmada a su hija en la espalda y la instó a volver a casa con la cabeza.
—Venga, vayamos tirando —dijo—, o al final vamos a coger un catarro. —El hombre comenzó a caminar, saltando fuera de la plataforma—. Pues en fin, yo tampoco creo que Amedama se mereciese esa placa. Kaido sí, hizo un servicio ejemplar. ¿Pero Daruu? ¡Arriesgó vuestra vida! Un auténtico zoquete. Si no fuera por lo que él también pasó, le agarraría del cuello y...
Hizo un ademán nada agradable con ambas manos.
Nivel: 32
Exp: 71 puntos
Dinero: 4420 ryōs
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· Pod 80
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· Int 80
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· Car 50
· Agi 110
· Vol 60
· Des 60
· Per 100
28/09/2018, 16:46
(Última modificación: 28/09/2018, 16:46 por Aotsuki Ayame.)
Zetsuo le dio una suave palmada en la espalda, invitándola a volver a casa de una vez por todas.
—Venga, vayamos tirando —dijo—, o al final vamos a coger un catarro.
Ayame le siguió de cerca, saltando fuera de la plataforma y caminando sobre las aguas del lago hacia la puerta de entrada de la entrada. Durante un instante rememoró lo que le había costado en su día aprender a sostenerse sobre el agua con la mera ayuda de su chakra, y volvió a sorprenderse de lo natural que le parecía ahora hacerlo sin tan siquiera pensarlo.
—Pues en fin, yo tampoco creo que Amedama se mereciese esa placa —comentó Zetsuo de repente, sacándola de sus pensamientos—. Kaido sí, hizo un servicio ejemplar. ¿Pero Daruu? ¡Arriesgó vuestra vida! Un auténtico zoquete. Si no fuera por lo que él también pasó, le agarraría del cuello y... —El médico concluyó su amenaza con un gesto nada agradable con sus dos manos, y Ayame palideció al verlo.
—¡Eso no es cierto! —le rebatió, enojada—. ¡Ambos se merecen la placa! —«Y desde luego, mucho más que yo»—. Daruu-kun cometió un error, pero antes de eso sacó una buena nota en las dos primeras pruebas y después... cuando... cuando perdí el control... se abalanzó sobre mí para intentar llevarme a otro sitio donde no pudiera causar más problemas. ¡Que no funcionara su técnica no fue culpa suya, pero desde luego lo hizo lo mejor que fue capaz! Yo no puedo recordarlo... pero se supone que colaboró con los otros dos Uzujines para detenerme... —añadió, sombría, y apretó los puños junto a los costados—. A saber lo que me habría pasado de no haber estado él allí...
No podía dejar de darle vueltas a aquello. ¿De verdad la habrían secuestrado? ¿Eri?
Nivel: 34
Exp: 152 puntos
Dinero: 2240 ryō
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· Per 80
Si hubieran estado caminando sobre el hielo, se hubiera derretido ante los pasos de Zetsuo, que caminaba apretando los puños mientras su hija protestaba y protestaba. Cuando acabó, no tardó en intervenir de nuevo:
—Shanise habría enviado a alguien más capaz, eso es lo que habría pasado —dijo—. O quizás no, yo ya no sé qué tiene en la cabeza. ¡Se negó a que yo fuera a buscarte! Y sabe perfectamente que tengo unas excelentes habilidades de rastreo. —Orgulloso, hinchó el pecho y pasó a toda velocidad entre los dos guardias, sin miedo a que escucharan lo que prácticamente gritaba.
De fondo, las torres de la aldea se hicieron más grandes, y pronto les engulleron.
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