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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
Apenas hacía un par de días que se había graduado como shinobi, y ahora la placa de Amegakure descansaba orgullosa atornillada a una cinta de tela negra en su frente. Daruu sonreía como un tonto, apoyado en una barandilla de un piso muy alto, de una torre muy alta que le había estado acompañando durante unos años de la vida que se le habían hecho agridulces, pero que al fin y al cabo configuraban lo que ahora era. Un ninja. Como papá había querido.

Por eso sonreía como un tonto, y por eso se dejaba acariciar por la lluvia mientras observaba la Villa Oculta como si el mero hecho de vigilarla desde cierta altura la hiciera más suya. Sólo era un genin, pero al fin y al cabo ahora estaba a cargo de proteger aquél enorme amasijo de calles y luces de neón que llamaba hogar, y a toda la gente que quería —y que no quería tanto— que vivía allí. Se sorprendió imaginando cada pequeña historia, cada pequeño relato que debía de poseer en su interior cada habitante. Sintió un repentino mareo: demasiada conjetura, demasiado perdido.

Se perdía. Solía perderse en sus cavilaciones cada vez más, encerrado en un pequeño mundo que había construido para evadirse de otros pensamientos más oscuros, nefastos e improductivos del pasado. En una ocasión, casi se le quema la pizza en el horno por perderse demasiado hacia dentro. Y eso, viniendo de Daruu, casi fue un sacrilegio.

Suspiró y dejó caer su peso sobre la baranda. Entonces empezó a silbar una cancioncilla que no sabía dónde había oído.
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#2
Era un día bonito. Todo lo bonito que se puede ser en una aldea que está sometida las veinticuatro horas del día a un inclemente aguacero.

Quizás fuera el hecho de que adoraba la lluvia. Quizás fuera un efecto amplificado por la placa de metal que había obtenido hacía un par de días y que ahora llevaba orgullosa sobre la frente. Quizás fuera simplemente el granizado de sandía que degustaba tranquilamente apoyada en la barandilla de su terraza. Quizás fuera el hecho de que aquel día era su decimocuarto cumpleaños.

Fuera lo que fuese, para Ayame era un día precioso.

Paseando tranquilamente entre las calles de Amegakure, podía sentir la suave caricia de la lluvia sobre su rostro. La gente la miraba al pasar, seguramente por el hecho de que no llevaba paraguas ni hacía ningún tipo de amago por cubrirse de la tormenta. En aquel momento ni siquiera lo pensaba, pero era muy probable que le cayera una buena regañina en cuanto llegara a casa.

«A esta aldea le falta verde...» Pensó, nostálgica. Sus ojos estaban cansados de ver asfalto, ladrillos y cemento por doquier. Amegakure era una ciudad gris sin más vida que la de los ciudadanos que circulaban por sus calles. Por eso, no era de extrañar que su lugar favorito se encontrara más allá, en el extenso lago que rodeaba la villa y donde un denso bosque había conseguido sobrevivir a la ciudad. Su pequeño y gran rincón personal.

Sus pasos la llevaron de manera inconsciente al Torreón de la Academia, y Ayame se detuvo bruscamente para contemplarla. ¿Había sido la rutina la que la había llevado allí? Torció el gesto, con un repentino sentimiento de inquietud aleteando en su pecho. Debería alejarse antes de que se diera la casualidad de que el grupo de abusones rondara cerca de allí y la vieran. Pero al sentimiento de inquietud le superaba el de una extraña nostalgia que se había apoderado de ella. Quizás fue aquel sentimiento lo que la impulsó a entrar en el edificio de piedra. Subió en el renqueante ascensor propulsado por energía hidráulica hasta uno de los pisos más altos y salió al exterior de una amplia terraza que se abría a la aldea.

Sin embargo, se detuvo bruscamente cuando escuchó un suave silbido que provenía desde la barandilla del fondo. No se esperaba encontrarse a nadie allí. Y mucho menos esperaba encontrarse a aquel chico de cabellos oscuros y revueltos hacia el lado derecho de su cabeza que silbaba una cancioncilla que ella no conocía. Le estaba dando la espalda, mirando hacia la aldea, y a juzgar por su actitud distraída, no había notado su presencia.

Si Ayame decidiera abandonar el lugar, él ni siquiera se daría cuenta de que había estado alguna vez allí. SIn embargo.

—¿Durru-san? —era su vecino, y él era una de las pocas personas que la había tratado de una forma cercana las pocas veces que habían intercambiado palabra. No sería cortés por su parte desaparecer así como así.
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#3
De pronto, entre el continuo pesar lloroso de la lluvia rompió el silencio que dejaba su canción una dulce vocecilla que conocía. Al mismo tiempo, su canción cesó, revelando otro tipo de silencio. Daruu dio un respingo al tiempo que dejaba de silbar, y abrió los ojos, sorprendido. No esperaba encontrarse alguien allí. Mucho menos a alguien conocido. Mucho menos a su vecina y antigua compañera de clase. ¿Habría aprobado el examen? ¿Qué tal le habría ido? De pronto, Daruu se había dado cuenta de muchas cosas.

De pronto, se había dado cuenta de que no había intercambiado más que un par de palabras con ella. De pronto, se había dado cuenta de que quizás eso había sido algo grosero, ¡si ni siquiera se sabía su nombre! De pronto, se había dado cuenta de que había estado tan concentrado en honrar a su padre que no había hecho amigos. De pronto, se había dado cuenta de que la jinchuriki de la aldea no le parecía un guardián, si no una persona agradable, simpática, y, por qué no, bonita.

De pronto, algo en su interior se había dado cuenta de que aquella muchacha le gustaba. Pero él no lo sabía.

Se dio la vuelta, curioso, y se apoyó esta vez con la espalda en la barandilla. Le dedicó una sonrisa amable a Ayame.

Me llamo Daruu, Ayame-san —corrigió—. Lo siento, hemos hablado muy poco durante el curso. No me caes mal, lo digo por si acaso. Es que estaba intentando aprobar por todos los medios.

Se encogió de hombros, y algo se iluminó en su rostro cuando vio que Ayame tenía la bandana de Amegakure también atada a la frente.

¡Tú también has aprobado! —Señaló la placa metálica desde su posición—. Felicidades.

Como ya he dicho, Ayame era la vecina de Daruu. Era una muchacha bajita y delgada, de piel pálida y el pelo negro como el carbón. Tenía dos ojos muy grandes y de un precioso color avellana. Siempre tímida, caminaba como un cervatillo inquieto, y a veces había que esforzarse para oír su vocecilla infantil. Con todo esto, ahora que la miraba con detenimiento, era hermosa.
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#4
El silbido cesó repentinamente ante su llamada y los oídos de Ayame se vieron de nuevo inundados de la propia canción de la lluvia.

Él se giró hacia ella, y por la expresión de su rostro era evidente que, como ella, no esperaba encontrarse con nadie en la terraza. Apenas habían pasado un par de días desde el examen de graduación de los genin, por lo que la Torre de la Academia estaba inusualmente vacía. Ambos debían haber pensado lo mismo, y ambos se habían llevado la misma sorpresa.

—Ah, es cierto, Daruu-san. Perdona —se disculpó ante su metedura de pata, con una sonrisa abochornada.

Su vecino era un muchacho de su misma edad. Atractivo, de cabellos oscuros como el tizón que se le erizaban en la parte derecha de su cabeza y con unos ojos del color del chocolate. El aspecto de Daruu seguía siendo el mismo de siempre. Seguía siendo el mismo chico que estaba acostumbrada a ver desde la lejanía en su clase. Pero ahora había algo más en él. Su vecino de la infancia tambirñén llevaba una placa metálica anudada en torno a la frente.

Se le aceleró el corazón, sin saber muy bien por qué.

Y entonces llegó hasta ella su voz, suave y discreta.

—S... Sí... —resondió, tímida. Al principio sus labios se curvaron en una sonrisa, ahora sincera, pero entonces se llevó las manos bruscamente hacia la frente, asegurándose de que la bandana siguiera en su sitio—. Gracias y... felicidades a ti también. Ya veo que también aprobaste el examen.

Intercambió el peso de una pierna a otra, sin saber muy bien cómo continuar. Aunque Daruu le caía bien, aunqur eran vecinos de la infancia, apenas habían intercambiado unas pocas palabras a lo largo de los años. Y ahora se encontraba con que no sabía cómo debía tratar con él.

—Y... ¿qué haces por aquí, Daruu-san? —intervino, con cierta torpeza.

Y al instante se sintió estúpida.
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#5
Lo había visto varias veces. Ese gesto que hacía con la bandana, sólo que antes había llevado sencillas vendas de tela. Quizás temiera que se le soltase, ¿pero por qué? Daruu giró la cabeza, confundido, perdido en aquella sencilla manía suya, tanto que casi se le olvida que le estaba hablando. La muchacha le felicitó también haber aprobado el examen.

Gracias, gracias. —Cerró los ojos y sonrió con sinceridad—. La verdad es que no sé por qué le tenía tanto miedo. Al final me resultó bastante fácil. Mi padre me enseñó bien.

La luz habitual en los ojos de Daruu titiló unos instantes, como si una sombra de sabor amargo hubiese acabado de cruzar por delante suya. De todos modos sólo fue un momento, y luego volvió a sonreír de nuevo con la misma jovialidad con la que siempre trataba a Ayame.

La chica preguntó qué le traía por allí.

¿Y qué haces tú por aquí? —respondió, sin pensar. No era una respuesta arisca, sino una juguetona. Puso los brazos detrás de la espalda y comenzó a caminar sin un rumbo determinado por la terraza de la torre—. Lo mismo que yo, supongo. Por nostalgia, por costumbre, o por yo qué se. Me apetecía subir aquí, y me he quedado empanado mirando la aldea desde aquí arriba. Hay una buena vista, ¿sabes? ¡Mira!

Se dio la vuelta, se dirigió a la baranda y se apoyó en ella, como esperando que Ayame hiciera lo mismo. Quizás podría empezar a hacer amigos ahora que había aprobado.

Ahora que había aprobado...

Ahora que...

¿Ahora qué?
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#6
Ayame no pudo evitar reírse entre dientes. El miedo al examen de genin era algo que estaba generalizado entre los alumnos, y no era para menos. Cada uno tendría sus razones para querer superarla, pero aquella prueba era la brecha que separaba el tener que quedarse un año más en aquella academia o comenzar a vivir la vida ninja que todos anhelaban. Para ella misma era la brecha que separaba esa misma vida o el tener que soportar un año más de constante miedo y tristeza. Ahora que se había graduado se sentía libre como un pájaro, aunque el temor a encontrarse con alguno de aquellos abusones seguía instalado en su corazón.

Se sobresaltó cuando Daruu respondió a su pregunta con la misma pregunta. Por un momento se quedó cortada, preguntándose con qué intenciones había soltado aquella respuesta, pero su cuerpo se relajó cuando continuó hablando. Sus motivos para encontrarse allí eran muy similares a los suyos, desde luego.

Ayame se acercó con cautela a la barandilla cuando la invitó a acercarse. No quiso pensar en lo fácil que sería empujarla desde la espalda y hacerla caer al vacío, pero aún así se le encogió el estómago al verse a varias decenas del suelo sin más protección que aquel pasamanos. Aunque no podía restarle atención, y se quedó boquiabierta cuando se atrevió a mirar más allá de la cortina de lluvia que caía impunemente sobre la aldea. Una incontable cantidad de rascacielos de diferentes alturas constituían el paisaje de Amegakure. Los edificios más bajos dejaban ver más allá, y entre medias de algunos alcanzó a ver algún resquicio del Gran Lago que les rodeaba. Pero aún así...

—Es todo muy gris... —murmuró, torciendo ligeramente el gesto. Giró el rostro, y sus ojos comenzaron a buscar algo trazando un recorrido por las concurridas calles—. ¡Mira! ¡Allí está nuestra casa! —señaló un punto en la lejanía.

Puede que fuera un instinto básico. Pero, después de todo, el primer impulso que tenía cualquier persona que se dedicara a contemplar el paisaje desde una altura mínima era buscar su casa.

—Yo no tenía pensado venir, pero la rutina me debe haber traído hasta aquí... Y la nostalgia me ha acabado ganando —se rio entre dientes.
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#7
Aunque había tardado en aceptar su invitación, finalmente Ayame se había acercado y se había apoyado en la baranda junto a él. Daruu sonrió y se congratuló de tener un momento a solas con alguien que no fuera estrictamente profesional. Ahora que lo pensaba, había descuidado demasiado su juventud. Papá siempre decía que es tan importante un buen bíceps como un buen grupo de amigos que pueda cubrirte las espaldas. Sintió una punzada en el corazón cuando le vino a la mente ese recuerdo.

Ayame opinó que la aldea era demasiado gris, y Daruu estaba de acuerdo, aunque tenía algo que objetar. Después de asentir con una amplia sonrisa al primer impulso que tiene cualquier persona cuando observa su hogar desde lo alto, señaló a un pequeño rincón con sauces llorones, y dijo:

Excepto ese pequeño sitio, ¿lo ves? Ahí es donde mi padre entrenaba. A veces voy ahí cuando necesito respirar aire limpio —explicó. Una nueva punzada de dolor—. Y sí, nostalgia, supongo que a mí me pudo lo mismo...

Y aún le podía con otras cosas no tan agradables.
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#8
Daruu señaló un punto entre las intricadas calles de Amegakure, y Ayame siguió la dirección de su dedo con la mirada. Se trataba de un pequeño rincón, más o menos escondido, cerca de la orilla del Gran Lago de Amegakure. Podría pasar completamente desapercibido, podría ser un lugar más dentro de la aldea, pero había algo que llamaba verdaderamente la atención. Allí, sobreviviendo contra la dureza del asfalto, se alzaba un pequeño grupo de sauces llorones que parecían haber perdido el curso del agua donde deberían haber estado. Y era, casualmente, uno de los rincones favoritos de Ayame cuando necesitaba despejarse o entrenar.

Parpadeó, genuinamente sorprendida.

—¿Entrenab...? —comenzó a preguntar, pero se interrumpió a mitad de camino.

No recordaba con detalle a Hanaiko Danbaku, pese a que era su vecino. Si con Daruu apenas había cruzado palabra durante todo aquel tiempo, ni siquiera recordaba haberlo hecho con su padre. Ni siquiera era capaz de rememorar sus rasgos faciales. Tan sólo sabía que un día, no estaba muy segura de cuándo ocurrió, dejó de verle. Y lo peor era que hasta el momento no se había preguntado por qué. ¿Habría sufrido algún tipo de accidente que le dejara imposibilitado y no pudiera salir de casa? ¿Acaso se habrían divorciado los padres de Daruu?

¿O quizás...?

Le miró de reojo, tratando de ver más allá de la expresión de su rostro...
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#9
La pregunta de Ayame supuso una nueva punzada de dolor. Sumada a las otras dos, era un gran peso que le daba ganas de echarse al suelo, de encogerse sobre sí mismo, llorar e ignorar a la lluvia que caía a su enrededor, a su compañera de clase y a todo lo demás. Sin embargo, contra todo pronóstico, y pese a una sombra de dolor que se reflejó en una sonrisa taimada y unos ojos carentes de brillo, se limitó a suspirar y a apoyar la carga un poco más en la barandilla.

Sí, es un buen lugar... Aunque podría serlo cualquier otro. Sólo necesito entrenar un poco más, y yo también podré hacerme un lugar así —Sonrió, esta vez más abiertamente, y dejó que la enigmática frase encandilara la curiosidad de Ayame, como un buen chorro de combustible para la conversación.

Por supuesto, era una manera de desviar su atención de la muerte de su padre hacia otros temas más alegres.

Miró a Ayame y la contempló con ojos solicitantes, como esperando su inevitable intervención, y le plantó una sonrisa amistosa. De cerca, la chica le pareció incluso más bonita que antes. Aquellos ojos marrones destacaban sobre una piel blanca, casi sin color. Pero ahora que la observaba mejor, no era el único accidente que manchaba la nieve de su rostro: tenía una constelación de pequeñas pequitas en la mejilla que le parecieron adorables.

No pudo evitar ruborizarse un poco, y desvió la mirada azorado.
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#10
Una sombra cruzó momentáneamente los ojos de Daruu, como un cúmulo de nubes tapando el sol, y su brillo se apagó. Ayame ladeó ligeramente la cabeza, preguntándose qué habría causado aquel cambio. Sin embargo, contra todo pronóstico, su compañero terminó por suspirar y apoyar el peso de su cuerpo en la barandilla, dibujando una serena sonrisa en su rostro.

—¿Que podrías hacerte un lugar así? —le había costado algunos segundos comprender sus palabras, y ni siquiera fue capaz de descubrir el verdadero significado tras ellas cuando le hizo aquella pregunta. Ayame volvió a dirigir su mirada hacia el pequeño claro en la orilla del lago. A simple vista no había nada que resaltara de verdad, tan solo eran un cúmulo de sauces que crecían junto a las aguas. Terminó por torcer el gesto, ligeramente contrariada por no saber resolver el acertijo—. ¿A qué te refier...?

Volvió el rostro hacia él, y sus palabras quedaron atragantadas en su garganta. Bajo la intensa lluvia de Amegakure, Ayame se había topado con una sonrisa amistosa que provocó un extraño cosquilleo en su pecho. Algunos mechones de pelo, vencidos por el agua, habían comenzado a caer sobre aquellos ojos oscuros que la miraban con una intensidad que no supo cómo interpretar. No se había dado cuenta hasta aquel momento de lo cerca que estaba de Daruu, e instantáneamente sintió la sangre agolpándose en su rostro de golpe. Carraspeó, nerviosa sin saber muy bien por qué, y, al mismo tiempo que él, volvió a desviar la mirada bruscamente hacia su rincón personal en el Gran Lago. En un acto inconsciente, se llevó una mano a la frente para ajustarse la bandana.

«¿Qué me pasa?»
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#11
Orgulloso de haber despertado la curiosidad de Ayame, pero avergonzado por su repentino rubor, Daruu perdía de nuevo su mirada en la aldea de Amegakure. Estaba tan preocupado de que se le hubiera notado la vergüenza que no se dio cuenta de que a la muchacha le ocurrió precisamente lo mismo.

Tras unos segundos de incómodo silencio, un pacto implícito reanudó la conversación, y Daruu sonrió, señalando aquél pequeño rincón de la aldea lleno de verde y de sauces llorones, pegado a la orilla del lago, en una esquina de la villa.

Esos árboles los hizo mi padre. Los hizo, no los plantó. Ahora comprenderás lo que te digo, espera un momento —dijo, y se giró hacia ella. Le dio un par de toquecitos en el hombro para llamar su atención, y juntó las manos entrelazando sus dedos.

Se concentró, y con su chakra generó, poco a poco y pese a la mirada posiblemente incrédula de Ayame, el tallo verde de una flor fresca que acabaría convirtiéndose en un lirio azulado, morado y amarillo. Daruu se sonrojó, pero sin apartar los ojos de la muchacha le tendió la flor con delicadeza.

Pensé que era apropiado para ti. —Se encogió de hombros—. Tu nombre —aclaró.

También era bonita, como el lirio, pero eso no lo dijo en voz alta.
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#12
Pero Daruu no tardó en sonreír, y señaló de nuevo hacia el pequeño rincón, inusualmente verde dentro de una aldea de asfalto y lluvia, de los sauces llorones. Ayame volvió a seguir la dirección de su dedo, pero no podía esperarse lo que escucharía a continuación.

—C... ¿Cómo? —balbuceó, sobresaltada.

Según las palabras de Daruu, había sido su padre quien había construido aquellos árboles. Por un momento, y extrañada ante el término que había utilizado, Ayame pensó que su compañero se habría equivocado al hablar. Que quizás su padre era jardinero y había sido él quien plantara aquellos sauces y por ello lo considerara su lugar favorito de entrenamiento. Pero era ella la que se equivocaba. Esos sauces no habían sido acompañantes silenciosos del entrenamiento del ninja, habían sido fruto de esos entrenamientos.

¿Pero cómo? Ayame terminó por torcer el gesto, incapaz de comprender lo que estaba tratando de transmitirle. Fue entonces cuando sintió dos golpecitos en el hombro que le hicieron dar un brinco, sobresaltada ante el inesperado contacto físico.

Daruu había juntado las manos, con los dedos entrelazados en un sello. Su rostro, antes afable, denotaba ahora una seriedad propia de la concentración en la que se había sumido. Ayame aguardó, impaciente pero silenciosa. Y cuando de la abertura de sus dos manos unidas surgió un gusano verde, se retiró un paso hacia atrás.

«Espera, eso no es...»

Le costó algunos segundos comprender que no era un gusano. Era un delicado tallo verde el que se abría paso hacia el cielo abierto. La planta crecía y crecía, retorciéndose sobre sí misma, hasta acabar en un pequeño capullo que se abrió con un elegante despliegue de sus tres pétalos azulados que terminaron doblándose hacia abajo doblegados por la fuerza de la gravedad.

Era un precioso lirio. Como el que le daba su nombre. Y Daruu se lo estaba ofreciendo.

—Yo... yo... —tartamudeaba. ¿Qué debía hacer? ¿Qué podía hacer? ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué su corazón latía de aquella manera tan desenfrenada? Ayame apoyó la mano en la barandilla, ligeramente mareada ante la situación. Nunca se había enfrentado a algo así, y era incapaz de saber cómo debía actuar. Con timidez, tomó el lirio con su mano libre y acarició con gesto distraído los pétalos. No había duda de que la planta era auténtica, la suavidad de sus pétalos lo confirmaba—. Gracias... Es precioso.

Se mantuvo algunos segundos en silencio, consciente de la atenta mirada de Daruu, mientras su cerebro luchaba por sacar algo inteligente a la luz.

—Entonces... ¿Esos sauces los hizo tu padre... igual que tú has hecho este lirio? ¡Es increíble! —exclamó, emocionada.
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#13
La reacción de Ayame fue del tipo exacto que estaba acostumbrado a ver. Recordaba perfectamente como, tiempo atrás, él había tenido la misma reacción, cuando su padre hizo crecer una casa entera bien decorada justo enfrente de sus incrédulos ojos. La muchacha abrió de par en par su expresión, en todos los sentidos, porque mirarle a la cara era como hojear un libro de letras grandes: ojos de par en par, boca abierta, aguantaba la respiración...

Ayame le dio las gracias por el regalo. Daruu le dedicó una sutil reverencia, deleitándose todo lo que pudo con el aplauso silencioso de su público unipersonal.

No hay de qué —le dijo.

La conversación quedó martilleada en la mesa de la ignominia durante unos instantes, pero Ayame sacó el clavo con una nueva pregunta antes de que el silencio se hiciese demasiado incómodo. Preguntó que si esos sauces los había hecho su padre, del mismo modo que él había hecho ese lirio, y aduló la habilidad tachándola de increíble.

Daruu asintió.

Aunque parezca impresionante, no es más que uno de muchos Kekkei Genkai, sólo que resulta muy versátil —explicó. Y poderoso: eso también lo sabía, pero le parecía una muestra de pedantería indicarlo—. Puedes transformar el chakra en agua, o en fuego, o en viento... Los que poseen el Mokuton pueden transformarlo en madera. Los hábiles, en vegetales con vida.

Suspiró y volvió a apoyarse en la barandilla.

Mi padre decía que era como cualquier arma, pero yo considero el Ninjutsu un tipo de arte, como la cocina. Arte, habilidad o artesanía, como quieras llamarlo. Sé que hay gente que opina que llamar arte a la cocina es pasarse de presuntuoso —rió—. Da igual: arma o arte, el caso es que si no aprendes a manejarte con ello resulta inútil. No hay nada impresionante que no requiera aprendizaje, cariño y dedicación.

Se dio cuenta de pronto de cuánto revelaba sobre sí mismo aquél pequeño discurso que acababa de dar. ¿Aprendizaje, cariño y dedicación? El Ninjutsu le gustaba porque era parecido a la cocina. Porque se trataba de experimentar. Hasta encontrar la forma, la textura, el sabor. La técnica, en ese caso.

Sonrió como un imbécil mientras deslizaba la mirada entre las torres de Amegakure y la hacía volar, sorteando la lluvia, surcando el viento y el polvo.
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#14
Daruu le dedicó una grácil reverencia ante el despliegue de su técnica, y Ayame no pudo evitar reírse por lo bajo. Aquello no impidió que la conversación se quedara congelada en el tiempo cuando ambos se sumergieron en un relajado silencio. Un silencio que Ayame no tardó en romper con aquella nueva pregunta adornada como exclamación.

Estaba en lo cierto. Las habilidades de Daruu eran propias de un Kekkei Genkai similar al que poseía su hermano. Sin embargo, al contrario que él, no era el hielo lo que controlaba, sino la madera. Y aún más lejos de eso, y lo que verdaderamente le maravilló, fue el hecho de que podía crear vida.

—Hala... —murmuró, extasiada ante sus palabras—. Crear vida de esa manera... ¡Es como si fueras un dios de las plantas! —se rio, alegremente.

No estaba segura hasta dónde llegaba el poder de su compañero, pero sólo había que mirar allá en el horizonte, contemplar los viejos sauces llorones bajo los que se había resguardado tantas veces sin saber que eran fruto de la técnica de otra persona, para imaginarse hasta dónde podría llegar Daruu si entrenaba su dominio sobre aquel Kekkei Genkai. Era, sin duda, algo maravilloso.

«¿Y yo? ¿Qué seré capaz de hacer yo?» Se preguntaba, mirándose las manos.

Daruu la sacó de sus pensamientos con un giro en la conversación. Hablaba del Ninjutsu como si fuera algo más que un arma, como si fuera arte en sí mismo. Ayame no pudo evitar torcer el gesto ante la comparativa con la cocina y el Ninjutsu, pero esperó hasta que su compañero terminó de hablar para intervenir ella.

—Bueno, con la diferencia de que con la cocina no matas a nadie, supongo —se rio, con cierto nerviosismo, pero un escalofrío había recorrido su espina dorsal como un calambre. Volvió a quedarse algunos segundos en silencio, aquella vez pensativa, pero entonces volvió a intervenir mirándole directamente—. ¿Por qué te hiciste ninja, Daruu-san?
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#15
Henchido de orgullo, los halagos y alabanzas de Ayame le hicieron sentir confiado y su vergüenza desapareció casi por completo. Se había cruzado de brazos y exhibía una sonrisa llena de satisfacción cuando terminó de equiparar el Ninjutsu con la cocina. Entonces, Ayame sostuvo que al menos con la cocina no se mataba a nadie.

Podría haber dicho muchas cosas. Que no aprendió Ninjutsu para matar a nadie, aunque a veces fuese necesario para defender a los tuyos, o a los intereses de tu aldea. Que se pueden hacer muchas cosas con el Ninjutsu por placer y no por necesidad, que la creación de una nueva técnica era una mezcla entre un rompecabezas y una elaboración culinaria...

Pero se decantó por la broma.

Bueno —se encogió de hombros—. Con un cuchillo de cortar jamón, puedes. O envenenando la comida. Conozco varias pizzerías que son tan malas que podrían matarte con su plato principal.

Rió, y la siguiente pregunta vino de improvisto.

Para cumplir la última voluntad de mi padre habría sido una respuesta muy precisa, pero habría que haber matizado un par de cosas. De todas maneras, no estaba preparado. Agachó la cabeza, y dijo, sombríamente:

Un hombre me enseñó Ninjutsu. Me gustó lo que vi, quise intentarlo. Le habría gustado.
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