Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Había algo bueno de tener el Sharingan activado: y es que veía volar las mentiras como luciérnagas en la noche. Él apodaba a aquella habilidad como el Reflejo del Alma, pues era en los ojos, precisamente, dónde más señales percibía de una mentira. ¿Y no decían que los ojos eran el reflejo del alma?
Por desgracia, cuando Kaido le aseguró que tendría que olvidarse de ella, no vio más que sinceridad. Ni una media mentira para que dejase de dar por culo, ni uno de esos comentarios que uno decía por decir, sin realmente pensar en ello. No, lo que reflejaban sus ojos era puro convencimiento.
Su primera emoción fue la del enfado. Su segunda…
—Te agradezco la sinceridad. —La segunda era agradecimiento. No había nada en aquel mundo más valioso que la sinceridad. Quizá por eso Datsue se sentía tan pobre—. Pero creo que no lo comprendes del todo. ¿De verdad crees que quiero todo esto? ¿De verdad crees que no quiero olvidarla?
Entonces recordó una historia que Kaido le había contado hace tiempo, antes de embarcarse hacia Isla Monotonía. Según sus palabras, había oído que su madre se había tirado a un místico tritón. Más allá de la fábula —o no, viendo su aspecto jamás pondría las manos en el fuego por nada—, aquella historia denotaba algo. Primero, que no conocía a su padre. Segundo, que probablemente a su madre tampoco.
—¿Conociste a tus padres, Kaido? ¿Tienes familia? ¿Has querido alguna vez a alguien? Y no me refiero como amigo… sino como algo más.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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—Te agradezco la sinceridad. Pero creo que no lo comprendes del todo. ¿De verdad crees que quiero todo esto? ¿De verdad crees que no quiero olvidarla?
Kaido alzó los hombros, indeciso. Datsue no se había enfrascado en aquella seguidilla de venganzas porque le saliera de los cojones, o le pareciera una jugarreta divertida. No. Lo había hecho porque no tenía más opción que la de descargar su frustración con quienes le era accesible identificar a Amegakure como un conjunto.
Él, Ayame, Daruu. Y uno no se vengaba si estaba dispuesto a olvidar algo. Así que no, creía que no quería olvidarse de Aiko, aunque no tuvo tiempo de decirlo en voz alta.
—¿Conociste a tus padres, Kaido? ¿Tienes familia? ¿Has querido alguna vez a alguien? Y no me refiero como amigo… sino como algo más.
—No —respondió tan tajante que incluso parecía mentira. De que a pesar de que el uzujin tenía un acceso fidedigno al reflejo más puro de su alma, no encontró en aquella respuesta ni un ápice de disconformidad. Era la negativa más tajante y despreocupada que podría haber recibido él, Datsue, alguna vez—. y soy un jodido afortunado por ello. Por eso de no tener vínculos que me aten a nada ni a nadie. Eso lo hace todo indudablemente más sencillo, sobre todo en un mundo tan podrido como el nuestro —quizás Datsue habría pensado que con aquel tópico le iba a ablandar el corazón. Conseguir una debilidad en el pétreo músculo bombeante del tiburón que ahora parecía ser más de roca que de tejido. Sin embargo, era todo lo contrario. Ya no era una cuestión de mentir o ser sincero. Ni siquiera se trataba de que la voluntad de Kaido fuera extraordinaria. Sencillamente, esa era su verdad. La de ser un soldado en toda regla—. así que no, no busques en mí un reflejo; pues no sé lo que es amar a nadie. No voy a poder ponerme en tus zapatos. Lo siento.
Se disculpó. Y aquello, también había sido sincero.
Kaido negó. Negó con la contundencia y al mismo tiempo despreocupación con la que alguien responde azul ante la pregunta del color del cielo. El amejin, lejos de sentirse frustrado por no conocer el amor, se sentía afortunado por ello. Y lo cierto es que lo era.
Y ese, a su vez, era el problema que había intuido Datsue. La razón por la que le había hecho aquella pregunta. ¿Cómo iba a conseguir que empatizase con él, que se pusiese en su pellejo, si no conocía lo que era querer a alguien?
—No, no lo sientas —dijo, alicaído, mientras se le caían los hombros—. En realidad, te envidio, Kaido. Eres todo lo que yo siempre quise ser. —No exageraba. Estaba siendo más sincero que nunca—. Nadie sabe esto, ni siquiera mis compañeros de Aldea, pero hace mucho tiempo, conocí a alguien…
Sus recuerdos se perdieron en otro tiempo, en otro lugar. En la orilla norteña de una pequeña ribera. En una figura olvidada. Borrada.
»Se convirtió en más que una amiga. Se convirtió en mi socia. —Su timbre tomó un cariz trascendental al pronunciar la última palabra—. Me la arrebataron —Los ojos de Datsue, en Kaido…—. La borraron de la faz de Oonindo —… y a su vez, muy lejos de allí—. Eso me rompió por dentro. Más que cualquier otra cosa —Más que descubrir que su madre se tiraba a un ribereño del Sur. Más que descubrir que su padre no era su padre—. Y para protegerme, decidí arrancarme el corazón. No volver a preocuparme nunca más por nadie.
Esbozó una sonrisa triste.
—Creí mi propia mentira por un largo tiempo. Pero al final, parece que seguía siendo el mismo ingenuo de siempre.
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El Tiburón alzó los brazos, reflexivo. No sabía si sentir pena por Datsue, pero la realidad es que nunca le había oído hablar con tanta sinceridad como en ese preciso instante. No era el tono afable y ponzoñoso que tanto le caracterizaba. Por el contrario, por primera vez, quizás, oía su voz real. Al verdadero Uchiha Datsue.
—Está bien, a veces nos hace falta tropezar dos veces con la misma piedra para entender que esa es nuestra mayor debilidad —dijo—. está en ti no dejar que esa jodida piedra se convierta en tu obsesión, y te lleve a un final inminente. ¿Entiendes lo que te estoy queriendo decir con ésto, verdad?
»No dejes que Aiko se convierta en tu némesis, o las cosas se van a poner muy feas. Para todos.
Sí, lo entendía, claro que lo entendía. Las cosas ya se habían puesto feas, y, si seguía por el mismo camino, tan solo escalarían más y más.
Por el momento, tenía a Daruu. Pero, si este le fallaba… ¿Qué pensaba hacer? ¿De verdad tendría los huevos de infiltrarse por él mismo y rescatarla? Porque, de ser así, las cosas se pondrían más que feas.
Suspiró. Iban a tener que descartar a Kaido para el plan de rescate —días más tarde, descubriría que en realidad tendría que descartarlos a todos—, pero al menos había cumplido su promesa a Daruu. Se había reconciliado. O, al menos, hecho las paces. Nada como unos buenos puñetazos para desahogarse combinados con una charla más sincera de lo habitual para rematar.
¿Conseguiría lo mismo con Ayame?
—No, las venganzas se han acabado, Kaido. Me degradaron de Jōnin a Genin por ello. No me he quedado con ganas de más —suspiró—. Pero me subestimas. Y creo que te subestimas a ti también. No somos meros Genins. Y tengo la sensación, la intuición, de que lo descubriremos muy pronto. Y cuando llegue ese momento, sabremos quién tenía razón.
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No, las venganzas se han acabado, Kaido. Me degradaron de Jōnin a Genin por ello. No me he quedado con ganas de más —suspiró—. Pero me subestimas. Y creo que te subestimas a ti también. No somos meros Genins. Y tengo la sensación, la intuición, de que lo descubriremos muy pronto. Y cuando llegue ese momento, sabremos quién tenía razón.
—Pues, de corazón, espero que no la tengas —sentenció. Segundos después, se aproximo a su rival y le extendió la mano—. ¿acabamos éste combate en el Chunin, qué te parece?
Datsue extendió a su vez el brazo, pero le tomó del antebrazo y no la mano. Un antiguo saludo que acostumbraba a hacer con su Hermano. Una muestra de camaradería, y de desconfianza al mismo tiempo. Antiguamente, cuando Oonindo estaba sumido en la guerra más absoluta, algunos líderes y diplomáticos se saludaban así con sus adversarios cuando trataban de alcanzar algún tipo de tratado. ¿El motivo? Asegurarse que no llevaban cuchillas o dagas ocultas bajo la manga.
—Que así sea, Kaido de Amegakure.
El Uchiha dio por finalizado su reconciliación, y, tras un sello de mano, desapareció en una nube de humo. Atrás dejaba el shamisen roto, y, quizá, también una amistad dañada.
Con los tiburones nunca se sabía.
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