Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La mirada que Hauru le mandó le hizo dudar, tenía miedo, lo había notado y aquel chico tenía miedo, tanto o como él y no sabía si eso era buena señal, tenía que confiar en él, al fin y a cabo no tenía otra salida, pero, ¿cómo hacerlo cuando no mostraba seguridad a la hora de enfrentar aquello? —Ya te lo diré. Por lo pronto, sígueme. ¿Puedes correr?
Riko asintió firmemente, aunque en realidad no estaba seguro del todo.
—Sí, creo que sí. — Terminó por confirmar.
No estaba del todo seguro de que aquel chico tuviera un plan de escape, de hecho no sabía nada de él, solamente que quería ayudarlo, o al menos eso parecía. Esperó a ver los movimientos del chico y le seguiría a la velocidad que le permitieran sus piernas.
Mientras tanto, el genin trataba de hacer memoria, ese nombre lo tenía en la cabeza antes, pero seguía sin recordar por qué.
—Vale. Primero que nada, déjate un bunshin en la celda. Está atardeciendo y con tanto árbol poco se va a notar que no tiene sombra, al menos hasta que mi padre vuelva. Eso nos dará un poco de tiempo —advirtió, alejándose de la celda y mirando a su retaguardia, para vigilar los moros—. venga, no tenemos todo el día. Pon el señuelo y sígueme.
10/10/2018, 10:44 (Última modificación: 10/10/2018, 10:44 por Riko.)
—Vale. Primero que nada, déjate un bunshin en la celda. Está atardeciendo y con tanto árbol poco se va a notar que no tiene sombra, al menos hasta que mi padre vuelva. Eso nos dará un poco de tiempo. Venga, no tenemos todo el día. Pon el señuelo y sígueme.
Aquella era una muy buena idea, sin duda, y no se le había ocurrido, por lo que en su mente se vio dándose un golpecito en la cabeza. Se dio la vuelta, realizó los sellos pertinentes y dejó un Bunshin en donde debería estar él, y volvió con Hauru.
—Está listo, vámonos.
La prisa se apoderaba de Riko, lo único que quería era salir de allí cuanto antes, y si para ello tenía que ayudar a aquel chico a eliminar la maldición, lo haría, todo por poder volver a casa sano y salvo.
Hasta ese preciso instante en el que Riko tuvo que seguir el rastro de Hauru, no se habría podido imaginar lo rápido y ágil que era su salvador. Primero, que parecía correr casi a cuatro patas —sus manos no llegaban a tocar el suelo, sin embargo— y tenía una capacidad casi que innata de moverse a través de los bambúes, que tupidos, yacían muy cerca el uno del otro. Riko sin embargo sentía la imperiosa necesidad de reducir la velocidad con cada encontronazo que tuviera con uno de estos caños, que con el velo de la noche cubriéndoles del cabo a rabo, era bastante difícil verlos.
Tras severos minutos de un trayecto tortuoso, Hauru se detuvo en una encrucijada. Frente a ellos, una enorme caverna de roca caliza.
Hauru le hizo una seña, en silencio, y le pidió entrar.
Ambos echaron a correr y rápidamente quedó claro que Riko no podría seguir el ritmo del chico que le estaba ayudando a salir de allí, que demostraba tener una velocidad y unos reflejos innatos a la hora de manejarse por aquel lugar, evitando todos y cada uno de los bambúes.
«¡Joder!»
El genin de vez en cuando se chocaba contra alguno, dándose golpes que, en un futuro seguro que le dejaban moratones, pero aquello no podía ser impedimento para que siguiera con su trayecto, hasta que, por fin, se detuvieron frente a una caverna de roca caliza, que el Kaguya admiró mientras trataba de recobrar todo el aliento que le era posible, pero rápidamente Hauru le hizo una seña para que entrara.
—Detrás de ti. — Susurró el uzunés, que aún no confiaba en aquel chico como para aventurarse en la caverna delante suya.
—No es tonto, el chiquillo —dijo, cuando Riko le pidió que fuera él el primero en entrar—. cuidado con donde pisas, pon tu mano en mi hombro.
Más que una advertencia, era una información verídica. Y es que, los primeros pasos que les obligaron a atravesar el umbral de oscuridad que de ceñía hacia el interior de la cueva daba miedo de cojones. No saber en dónde ibas a poner el pie, o las manos; ni de cómo guiarte por el camino correcto. Hauru por suerte tenía una excelente vista en lugares oscuros —Riko pudo ver como los ojos de su guía se alumbraron con un tono amarillento y antinatural, habilidad innata que había logrado desarrollar para tener una visión similar a la de los canes en ambientes como aquel— así que no le fue difícil serpentear entre los escombros para dar finalmente con otro pequeño acceso, entre un derrumbe preponderante, que daba hasta un claro ahora sí iluminado por un par de antorchas.
Y lo que aquel fuego vívido iluminaba era...
—¿Te resulta familiar?
Un camino repleto de huesos férreos aunque desgastados con el paso de los años, que emergían desde las profundidades de la piedra que componía el interior de la caverna. Sin ninguna estructura fija, tan sólo docenas de picos para nada uniformes que estaban allí por estar.
—No es tonto, el chiquillo. cuidado con donde pisas, pon tu mano en mi hombro.
En esta ocasión Riko sí hizo caso a su guía en su fuga y le puso la mano diestra sobre el hombro y, al adentrarse en la caverna, trató de seguir el ritmo de Hauru, aunque tardaba unas décimas de segundo de más en apoyar del todo su pie en el suelo, cerciorándose de que era seguro plantarlo allí.
Desde luego, si hubiera tenido que deambular por aquella cueva él solo no habría salido de allí nunca, apenas se podía ver más allá de tus narices, como para saber qué caminos escoger para caminar por allí dentro pero, al contrario que él, Hauru se guiaba perfectamente, con un brillo en sus ojos que le daban un aspecto más animal parecía ver en la oscuridad. No tardaron demasiado en llegar a un lugar que, a pesar de ser la primera vez que visitaba, le resultaba extrañamente familiar.
—¿Te resulta familiar?
Riko se había soltado del hombro del chico y se había acercado a una de las estructuras que sobresalían del suelo y lo palpó.
—¿Éstos son...? — Sus palabras no salían de su garganta. —¿Qué sitio es éste?
—Uno de sus tantos refugios. Éste fue el último en el que estuvo antes de mudarse a una nueva locación, de la que informa sólo cuando la Tribu debe presentar su tributo. Sólo mi padre conoce adonde está ahora, pero escuché hace un par de días que viajábamos a los Arrozales del Silencio, así que creo que es allá.
—Uno de sus tantos refugios. Éste fue el último en el que estuvo antes de mudarse a una nueva locación, de la que informa sólo cuando la Tribu debe presentar su tributo. Sólo mi padre conoce adonde está ahora, pero escuché hace un par de días que viajábamos a los Arrozales del Silencio, así que creo que es allá.
Riko estaba mirando la estampa, palpando uno de los picos de hueso que salían del suelo tratando de imaginar qué había sido aquel lugar antes de ser el refugio del loco que les había puesto la maldición a aquellas personas para que cazaran a los de su estirpe y, en cierto momento retiró la mano molesto.
—¿Y qué se supone que debemos hacer? ¿Vamos a los Arrozales del Silencio, esos? ¿Y luego qué? — El pelinegro parecía visiblemente molesto. —¿Matamos al hombre que os puso esa maldición? No lo sé, el resto de tu pueblo no tardará en darse cuenta de que he desaparecido, si no se han dado cuenta ya, y en cuanto lo hagan, sabrán que has sido tú quien me ha ayudado. ¿Cuánto tardarían en darnos caza? — El chico negó con la cabeza. —Deberíamos intentar huir.
Vale, Riko tenía voz propia. Más pronto que tarde, le hizo saber a Hauru que su plan no era del todo fiable. Que prevalecía primero el bienestar de ellos dos por sobre el bien común. Claro que él, Riko, no era un Roehuesos.
¿Cómo iba a sentir lo mismo que él?
Hauru escupió al suelo. O a los huesos. Era difícil saberlo.
—Osea, que pretendes que abandone a mi familia. ¿Y luego qué? ¿así les pago, luego de haberme protegido durante todos estos años? ¡¿así les pago, por conseguirme un Tótem, por conseguirte; para no ser víctima de la maldición cada que pierda los estribos?! —algo en él empezó a cambiar. Porque comenzó a cabalgar la ira, y ésta a consumirle de tal forma que ciertos rasgos de su cuerpo fueron cambiando. Los colmillos le crecieron más de lo normal, algunos huesos parecían tan tensos que Riko creyó que se le iban a atrofiar. Su respiración agitada, cabalgando a paso acelerado—. no tienes ni idea de lo que es estar maldito. Ni tú, ni nadie. Así que entiende una cosa, no te liberé para dejarte huir. Lo hice porque solo tú puedes acabar con esta pesadilla, pues el creador de este sello es un Kaguya. Necesito que me digas todos los secretos de tu clan, tus fortalezas y debilidades. Y luego iré yo a matar a ese hijo de puta yo mismo.
La reacción de Hauru le hizo saber inmediatamente que no había hecho del todo bien en explicar su punto de vista, quizás lo que él pensaba no tenía nada que ver con lo que hacía el muchacho y por eso, cuando éste escupió al suelo, se quedó callado y sus músculos se tensaron, fruto de la situación que se acababa de crear.
—Osea, que pretendes que abandone a mi familia. ¿Y luego qué? ¿así les pago, luego de haberme protegido durante todos estos años? ¡¿así les pago, por conseguirme un Tótem, por conseguirte; para no ser víctima de la maldición cada que pierda los estribos?!
Y entonces lo recordó, ya sabía por qué le sonaba su nombre, Yaban le había mencionado cuando le emboscaron, era él el motivo por el que le habían llevado allí, para ser su Tótem, y la sangre se le congeló en el cuerpo, sus ojos se clavaron en el muchacho y vio cómo su cuerpo cambiaba, sus colmillos se agrandaban y parecía que iba a aumentar de tamaño o algo por el estilo.
«¡Tengo que salir de aquí!»
—. no tienes ni idea de lo que es estar maldito. Ni tú, ni nadie. Así que entiende una cosa, no te liberé para dejarte huir. Lo hice porque solo tú puedes acabar con esta pesadilla, pues el creador de este sello es un Kaguya. Necesito que me digas todos los secretos de tu clan, tus fortalezas y debilidades. Y luego iré yo a matar a ese hijo de puta yo mismo.
Y lo que se congeló entonces fue su respiración, alguien de su mismo clan era el causante de todo aquel problema, alguien que compartía genes con él era el responsable de que dieran caza a gente de su mismo clan, y aquello le enfureció, y a la vez, la situación en la que se encontraba le obligaba a tratar de mantener la calma, y de tranquilizar a Hauru, aunque sabía que no tenía palabras para conseguirlo.
—No... No puedo. — Su corazón iba a mil por hora, sabía que aquella no era la respuesta que el chico buscaba. —No puedo porque no conozco los secretos de mi clan, donde crecí habían pasado varias generaciones sin nadie que manifestara mis poderes, prácticamente estaban olvidados... no... no puedo ayudarte de esa manera. — Explicó el joven, esperando que Hauru no decidiera matarlo allí mismo.
El Kaguya percibió, casi al unísono de que rebatía su respuesta, de que Hauru había dejado de escuchar luego de aquel fatídico no puedo. Los ojos del joven Inuzuka se volvieron vidriosos, y algo en su pecho comenzó a brillar a la par de que esos rasgos que ya bien conocía Riko fueron haciéndose cada vez más evidentes. La espalda de Hauru se atrofió y una especie de joroba emergió de ella. Sus codos se alzaron, para luego obligarlo a ponerse en cuatro patas.
Babeaba de la rabia, a borbotones.
—Cómo qu- quee... cómo que no conoces tuss..... tuuuuuus habilidades. Tú... tú, te voy a matar. Tótem... necesito un tótem..
Lo que fuera que estaba poseyendo a Hauru, ahora le obligaba a avanzar. Muy lentamente, a paso tambaleante como el de un cervatillo recién nacido.
La respuesta del chico no tardó en hacerse esperar, de hecho, prácticamente no había dejado que Riko terminara de explicarse antes de que su cuerpo siguiera con su cambio hacia algo que, sin duda tenía un aspecto amenazador, demasiado amenazador incluso.
Su espalda se curvó formando una joroba y de repente se vio obligado a ponerse a cuatro patas, prácticamente parecía una de aquellas criaturas de los cuentos de terror, mitad hombre mitad bestia y el corazón del Kaguya no paraba de acelerarse.
—Cómo qu- quee... cómo que no conoces tuss..... tuuuuuus habilidades. Tú... tú, te voy a matar. Tótem... necesito un tótem..
Y comenzó a avanzar hacia él, muy despacio, ante lo que Riko puso las manos frente a él, con los brazos estirados en señal de que esperara.
—¡E-Espera! — Soltó un pequeño grito demasiado agudo, tanto que ni él mismo reconoció su voz. —¡Pregúntame lo que quieras saber! ¡Si puedo te contesto, de verdad! — Su cabeza trataba de pensar en mil formas de salir de aquello, y ninguna de ellas le terminaba de convencer. —¡Los tótem son vértebras de los Kaguya, ¿no?! Pu-Puedo darte una. — Exclamó en cuanto se le pasó aquello por la cabeza.
Quizás, si hubiese pensado en contar antes una mentira piadosa, él le habría escuchado.
Cuando aún era él, por supuesto. Pero algo ya hacía mella en su raciocinio. Hauru no oía. Sólo veía. Y no veía a Riko, sino que veía a una presa.
—¡¡¡TóTEEEEEEEEmmm!!!
Un sprint empoderado por los efectos del sello, que brillaba al ras de su cuello. Uno idéntico al que Yaban le mostró antes. Pero activo, y sin cábala que lo detuviera. El Inuzuka salió disparado hacia Riko, cabalgando los instintos más primitivos de una bestia. Y le fue a meter un garrazo digno de un oso más que de un humano en toda la cara. A matar.
Si su idea había sido buena o no era algo que no descubriría jamás, porque lo que sí que había sido con total seguridad era tardía, por lo que Hauru, o lo que quedaba de él, se lanzó al ataque mientras gritaba, con toda la intención de acabar con él con un garrazo en la cara.
«¡Mierda!»
Riko esquivó el golpe como pudo desplazándose hacia su derecha a la vez que de su cuerpo salían una innumerable cantidad de espículas de hueso que se clavarían en el costado de la bestia debido a la corta distancia que los separaba, y el Kaguya giró levemente su cuerpo para propiciarle unos tajos al chico.
Tras esto, esperó a ver cómo reaccionaba el chico un instante, y justo después, pensó en salir de allí corriendo, pero sabía que no duraría mucho en una persecución con aquella bestia.
—¡Toma! — Gritaría lanzándole una de sus vértebras, que se había extraído, esperando que por lo que fuera, aquello le calmara, aunque sin demasiadas confianzas depositadas en ello.
¤ Karamatsu no Mai ¤ Danza del Alerce - Tipo: Ofensivo/Defensivo - Rango: S - Requisitos: Kaguya 40 - Gastos: 48 CK (divide regen. de chakra) - Daños:
Daño/Defensa de 50 PV al recibir un Taijutsu
50 PV por golpe
- Efectos adicionales: - - Sellos: Ninguno - Velocidad: Rápida - Alcance y dimensiones: Cuerpo a cuerpo, las espículas miden 30 centímetros de largo.
La tercera de las cinco danzas del clan Kaguya.
El usuario hace crecer desde todo su cuerpo al unísono una gran cantidad de espículas óseas puntiagudas por todo su cuerpo. Cualquier ataque físico que se le intente hacer recibirá un potente contraataque que perforará y hará sangrar a la víctima. El hecho de que la técnica sea tan rápida, combinado con que la armadura ósea puede ser utilizada durante todo el tiempo necesario para atacar, además de defender, hace que el ejecutor sea prácticamente intocable a cortas distancias. Si un oponente se acerca demasiado, basta con girar rápidamente sobre sí mismo para alejarlo lleno de cortes.
Sin embargo, si el usuario recibe un golpe superior a 50 PV, la defensa se desbarata y debe pagar el coste energético si quiere mantener la técnica activa.