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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—O, sencillamente, estáis obviando los detalles de una historia enterrada bajo la tierra que ahora mismo estáis pisando —dijo alguien, a quien ninguno de los dos había oído siquiera acercarse. La voz, familiar para Riko, aunque no para Ikari—. Kaguya Riko. Nos volvemos a ver.

Era Kaido. Umikiba Kaido.
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—O, sencillamente, estáis obviando los detalles de una historia enterrada bajo la tierra que ahora mismo estáis pisando

Aquella voz les sacó a los dos de sus cábalas, interrumpiendo aquella situación y creando en Riko una extraña sensación de familiaridad, sensación que se vio afirmada cuando clavó su mirada en el cuerpo azulado que se había aproximado hasta ellos sigiloso, Kaido, aquel chico que había conocido justo antes de que toda aquella aventura comenzara.

Kaguya Riko. Nos volvemos a ver.

El pelinegro asintió, aunque no sabía si alegrarse por la presencia del escualo o desconfiar un poco.

¿Y cuáles son esos detalles que se nos escapan, Umikiba Kaido?
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Ikari torció el gesto y encorvó todo su cuerpo como un gato asustadizo. Enseñó los colmillos, alzó las uñas y gruñió muy fuerte.

—¡¿Pero qué fenómeno es ese?! ¿le conoces?

Visto lo visto, de que Riko respondió haciendo referencia al nombre de aquel desconocido; tuvo que suponer que sí. Ikari se vio entonces asediada y un tanto comprometida, estaba sola con Riko, su secuestrado, y temía ahora perderlo para siempre.

—Jinmaro murió oficialmente hace séis décadas, pero la realidad es que eligió fingir su muerte para cortar de raíz los lazos que le unían a este pueblucho de mierda y así poder usar sus últimos años de vida para encontrar una cura. ¿No te lo dijo, su madre? él padecía de una enfermedad degenerativa mortal. Una deficiencia ósea que le dejaría inválido con el tiempo, postrado en una cama como un jodido vegetal.

—Qué coño dices. Ese hombre está sano. Es un ninja hábil, se mueve como le da la gana.

—Esa es la cuestión. Durante su peregrinación al País de la Tormenta, lo consiguió. La cura.
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—Jinmaro murió oficialmente hace séis décadas, pero la realidad es que eligió fingir su muerte para cortar de raíz los lazos que le unían a este pueblucho de mierda y así poder usar sus últimos años de vida para encontrar una cura. ¿No te lo dijo, su madre? él padecía de una enfermedad degenerativa mortal. Una deficiencia ósea que le dejaría inválido con el tiempo, postrado en una cama como un jodido vegetal.

Riko quedó pensativo por un instante, sí, era cierto que la mujer lo había mencionado, pero no se le había ocurrido que ese pudiera haber sido el motivo por el que hubiera fingido su muerte.

—Qué coño dices. Ese hombre está sano. Es un ninja hábil, se mueve como le da la gana.

—Esa es la cuestión. Durante su peregrinación al País de la Tormenta, lo consiguió. La cura.

Riko entonces alzó las manos, pidiendo que pararan de hablar un segundo, tratando de asimilar las cosas un poco.

¿Y cómo encajas tú en todo esto Kaido? ¿Cómo sabes eso?

Sin duda era raro que alguien ajeno a todo aquel tema supiera tantos detalles de Jinmaro.

Y la cura imagino que será el sello que tiene la tribu de Ikari. — Asumió el joven, quizás dando por hecho muchas cosas, pero era lo que más le cuadraba.
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—Te dije que estaba de camino a una misión. Es ésta —respondió, confirmando su motivo para estar ahí, en ese instante—. y no, Riko. Sigues sin prestar atención. La cura, mi buen amigo...

... eres .
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Te dije que estaba de camino a una misión. Es ésta y no, Riko. Sigues sin prestar atención. La cura, mi buen amigo...

... eres .


El rostro de Riko se congeló, quedando en shock mirando a su interlocutor, se se acercaban a él se darían cuenta de que ni si quiera respiraba, tratando de procesar la información aunque en el fondo de su ser, lo sabía, pero no quería creerlo.

Pe-Pero... — Empezó. —¿Y qué se supone que debemos hacer? Si me necesita a mi para no morir, lo único que hay que hacer es que no me ponga las manos encima... ¿no? — Preguntó nervioso, mirando por su propio pellejo. —El resto vendrá solo.

Se trató de convencer a sí mismo, aunque sabía que la maldición que caía sobre la tribu de Ikari no acabaría a no ser que acabaran de una vez por todas con el hombre.
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El gyojin, con rostro cansado, negó con la cabeza.

—No lo entiendes. Cuando digo , realmente quiero decir, vosotros. Los Kaguya. Los miembros de su mismo clan. Y da la casualidad de que ese hijo de perra tiene a uno de nuestros ninja capturado según lo que hemos podido averiguar. En principio, tú vendrías siendo como la cereza arriba del pastel. Un postre.

Kaido torció la vista, que ahora lucía irremediablemente severa, y apuntó directamente a la Inuzuka. Ésta se retrajo aún más, en el ínterin de que las ideas se engranaban una a una, haciéndole entender su posición precaria.

—Le capturasteis hace un mes. Su nombre era Jibo.

—Mierda...
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—No lo entiendes. Cuando digo , realmente quiero decir, vosotros. Los Kaguya. Los miembros de su mismo clan. Y da la casualidad de que ese hijo de perra tiene a uno de nuestros ninja capturado según lo que hemos podido averiguar. En principio, tú vendrías siendo como la cereza arriba del pastel. Un postre.

Sí, era algo que Riko había intuido desde el primer momento, pero el ímpetu de salvarse a sí mismo, no le dejaba preocuparse por otra persona en aquellos momento, por eso trató de calmarse cuando Kaido se dirigió a Ikari, descubriendo que el ninja al que había capturado ya había sido apresado por el clan de los Inuzuka, igual que había pasado con él mismo.

—Mierda...

El pelinegro tomó aire.

Vale, la única solución entonces es rescatar a Jibo, ¿no? — Preguntó el Kaguya, con curiosidad de poder hablar con alguien más de su clan. —¿Sabes donde tenemos que ir a buscar? — Dijo mirando directamente a Kaido.
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Tras la interrogante de Riko, el silencio sepulcral les abrazó a los tres. Ikari quería salir corriendo. Se sabía en peligro, pero: ¿y qué de su gente? confiaban en ella para encontrar la verdad. Y ahora que tenía en sus manos la decisión de colaborar codo a codo con otros ninja para acabar con la maldición, ¿iba a dejarlos colgados?

Bufó y el aire condensado le acarició el rostro. Hacía frío, mucho frío.

—Ahora lo sé, pero no tengo por qué decíroslo. Menos a esta gentuza, que por cierto, tendrá que pagar por delito de secuestro forzado.

—Nunca nos pondréis en cautiverio, mojados de mierda.

La mano de Kaido se abalanzó pues hasta su espalda, donde una enorme arma con dientes aserrados como los suyos reposaba tranquilamente, hasta ahora. La tomó del mango e hizo el ademán de sacarla de su letargo, aunque... se contuvo durante un mísero segundo.

—Da gracias que no me han dado la orden de poneros a dormir, como a los chuchos que no diferencian de qué mano morder y de cuál no.
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El silencio hizo su acto de aparición, al menos durante unos instantes que a Riko se le hicieron eternos, escuchaba su saliva bajando por su garganta al tragar, tratando de solucionar la sequedad que se le había impuesto desde hacía un rato. Tenía la sensación de poder escuchar su sangre fluyendo por sus venas, todo hasta que Kaido decidió romper aquel silencio.

—Ahora lo sé, pero no tengo por qué decíroslo. Menos a esta gentuza, que por cierto, tendrá que pagar por delito de secuestro forzado.

—Nunca nos pondréis en cautiverio, mojados de mierda.

La tensión podía cortarse con un cuchillo y al parecer el escualo tuvo la idea de hacerlo, pues echó mano a su espada, dispuesto a desenvainar.

—Da gracias que no me han dado la orden de poneros a dormir, como a los chuchos que no diferencian de qué mano morder y de cuál no.

Riko trató de ponerse en medio, sin mucha seguridad en sí mismo y con la intención de calmar los ánimos.

Calma, por favor. — Empezó. —No ganamos nada matándonos los unos a los otros, podemos colaborar y así todos saldremos ganando, ¿no creéis que es mejor que pelear?

Se estaba dando cuenta que, para ser un ninja, confiaba demasiado en la paz e intentaba evitar los conflictos a toda costa y no sabía si aquello sería bueno para él.
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Entonces, cuando las miradas turbias de aquel par de shinobi estaban a punto de convertirse en un accionar letal para tratar de matarse el uno al otro; Kaguya Riko, en carácter de mediador, intervino. Se colocó en el medio de ambos y abogó por conversar las diferencias que pudieran tener, que combatir no era la mejor decisión ahora mismo. Puede que tuviese razón, pero ninguno de ellos la compartía. Kaido, porque tenía una importante misión entre manos. Recuperar a Jibo y entregar a quienes lo capturaron en primer lugar. Teniendo en cuenta que había sido la Tribu Roehuesos quienes le raptaron, ellos eran los que tenían que pagar. Jinmaro era sólo un marionetista que manejaba los hilos de sus chuchos encadenados a través de su propio sello. Ikari por su parte, no era como el resto de su manada. Ni como su padre. Ni como su hermano. No, ella realmente se creía un alma salvaje, y que no tenía que avergonzarse de sus pecados cuando estaban plenamente justificados si respondían a su más instintiva supervivencia. A la de ella y al resto de los suyos.

—Estos tipos te encierran por la fuerza, ¿y abogas por ellos? ¿pero es que estamos locos, o qué, Uzujin?

—No es como si tuvieramos opción, gamberro. Tenemos que sobrevivir. Y la única forma es haciendo lo que Jinmaro nos pide. ¡Necesita sacrificios, y sacrificio le damos! y a gracias a ello, podemos contener el instinto y no nos matamos entre nosotros. Es la única forma de mantener a raya a la Bestia interior.

—¿Y sois tan estúpidos como para creer que no existen otros usarios versados del Fūinjutsu en Onindo? ¿que nadie es capaz de romper el sello maldito y daros vuestra libertad?

—El estúpido eres tú al pensar que no lo hemos intentado. Año tras año, día tras día. Y todo lo que conseguimos es un no por respuesta. Tampoco consiguen replicar la fórmula del Tótem. Ninguna réplica mantiene el sello dormido salvo los que confecciona Jinmaro.

—Entonces sólo hay que hacerle hablar. ¿Cuántos sois? ¿en total?

—Para luchar, pocos. Sólo tres tenemos el Tótem. Y bueno, el pánfilo este que me acompaña —miró a Riko—. sabe pelear.
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Desde luego que la intervención del pelinegro no parecía haber calmado los ánimos en absoluto, los otros dos parecían al borde de lanzarse al cuello del otro y aquella situación le crispaba un poco, estaba claro que no era lo mejor para nadie, pero ninguno excepto Riko parecía verlo.

—Estos tipos te encierran por la fuerza, ¿y abogas por ellos? ¿pero es que estamos locos, o qué, Uzujin?

El Kaguya estuvo a punto de contestar, y lo hubiera hecho de no ser por la rápida intervención de Ikari, que no dejaba de demostrar un carácter quizá demasiado fuerte, lo suficiente como para cabrear a un desconocido que ya te había amenazado con la espada, pero por suerte, en aquella ocasión, la sangre no llegó al río.

—Entonces sólo hay que hacerle hablar. ¿Cuántos sois? ¿en total?

—Para luchar, pocos. Sólo tres tenemos el Tótem. Y bueno, el pánfilo este que me acompaña sabe pelear.

No sabía si sentirse halagado o insultado por aquella frase de Ikari, pero sin duda, parecía que ahora todos tenían un objetivo común, y Riko tenía uno propio que era salvarse el culo, por lo que intentaría no molestar demasiado en la misión de Kaido, ayudaría sí, pero no se implicaría más de lo necesario en caso de tener que pelear.

¿Y qué se supone que vamos a hacer? ¿Esperar aquí al resto del clan de Ikari? — Sin duda la idea de ser más a la hora de la batalla le convencía mucho. —Ya que estamos, Kaido, podrías contarnos lo que sabes de Jinmaro, ahora que vamos a colaborar, ¿no?
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—Él y un par de sus subordinados están a medio día de caminata. Conozco el escondrijo de esas ratas. Así que os guío allí; con la condición de que: uno, me ayudáis a liberar a Jibo. Objetivo primordial. Mi camarada muere y tú y todos tus chucho-hermanos se van a la puta perrera. Y tú —miró a Riko—. bueno, caigamos en cuenta que a Yui-sama no le gustaría que un uzujin interviniese en mi jodida misión. Con los ánimos caldados que hay ahora entre nuestras aldeas, te haría bien que hable excelentemente de tu participación. Quizás eso ayude a restablecer las relaciones.
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Riko escuchó a Kaido, que sin duda tenía bien estudiada la situación, conocía la ubicación de los objetivos y el único motivo por el que podría necesitarles era porque no podría él solo contra todos los subordinados de Jinmaro y contra el propio Kaguya.

... Quizás eso ayude a restablecer las relaciones.

El uzujin asintió, sin duda era algo que sabía que beneficiaría a la aldea, por lo que la idea de poder participar y ayudar le llamaba demasiado la atención.

No hay nada que me gustaría más en estos momentos. — Afirmó el pelinegro. —Así que vamos para allá, hay que cumplir esta misión.

Y miró a Ikari, esperando su visto bueno, aunque sabía que no tenía demasiadas opciones aparte de acompañarles.
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Ikari, sin embargo ...

... era un pobre chucho acorralado. ¿Qué podía hacer? no es como si tuviera demasiado opción. Incluso el gamberro de Riko se había aliado con el otro ninja. Se podía mear en todo. ¡En todo y en todos!

La Inuzuka peló un colmillo y torció los ojos como una diva.

—Como queráis.

Y así fue. Como Umikiba Kaido quiso. Ni más, ni menos.

. . .

Horas más tarde, el pequeño ejército —compuesto por Kaido, Riko, Ikari, un Yaban casi recuperado y el propio Hauru; aunque éste último no parecía estar alistándose para luchar—. se concentraba a las afueras del campamento donde horas antes Riko había permanecido cautivo. La noche se saboreaba insípida, lúgubre y tenebrosa. Un par de antorchas le ayudaban a iluminarse a través de los frondosos bosques, pues bien ya era sabido por el Uzujin que la Tribu Roehuesos le había llevado hasta un punto cercano, o dentro del mismísimo corazón del Paraje del Bambú.

Una brisa fresca azotaba las altas cañas de cuatro metros, que apenas parecían moverse ante el imperioso susurro de Fuujin.

Kaido se acercó a Riko a paso de gigante.

—Si las cosas se ponen feas, y ellos tienen que caer; que así sea. ¿Lo entiendes, no?
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