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— Karamaru, del clan Habaki.— se apresuró en contestar, esta vez sin problemas de dar su nombre verdadero. Tenía que decir un nombre y no hubiese estado cómodo mintiendo tras la sorpresiva hospitalidad de Po.— Con permiso.
Tomó una de las sillas que rodeaban la mesa de la cocina y se sentó en ella. Parecía un lugar acogedor, un hogar hecho y derecho, y aunque la cocina le gustaba tenía curiosidad por saber que había en el resto de habitaciones. ¿Cómo es la casa de una loca? era la pregunta del millón.
El cambio de rumbo que había, sin embargo, también hizo que el cenobita cambiase de opinión, o por lo menos empezase el proceso. No sentía que fuese una loca, una persona con problemas mentales, sino más bien una persona frustrada y depresiva, con sueños rotos y perdidos.
— Disculpa que te pregunte, yo sé que tal vez no es el mejor tema pero...— trataba de elegir las palabras cuidadosamente, hablando pausado, para no volver a cambiar la actitud de la mujer.
— …siendo una persona curiosa, y siendo un tema reciente...… ¿Qué harás con el uzujin? ¿Lo tienes decidido?
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
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La mujer le dedicó una inclinación de cabeza cargada de amabilidad, como si acabasen de conocerse fruto de una simple invitación a tomar el té y no de un ataque y secuestro deliberado. Luego, Pō colocó la tetera y un par de tazas con sendos platitos en una bandeja de madera que sacó de uno de los cajones del mueble bajo la encimera, y llevó todo a la mesa. Con un gesto de su mano derecha, pidió a Karamaru que se sentara en una de las sillas frente a la suya, que era la que parecía más usada.
Ya estaba la Takigure sirviendo la primera taza cuando el amejin le preguntó acerca de la suerte que le tenía reservada a Uchiha Akame. Ella pareció quedarse congelada un momento, y las manos le temblaron de forma que derramó parte del té.
—Lo siento —se disculpó casi al momento, y el monje pudo notar la tensión en su voz.
Sin mirar en ningún momento a Karamaru, la mujer se puso en pie y tomó un paño de tela que había colgado en la pared, junto al fregadero. Con movimientos tensos, limpió el té que había derramado sobre la mesa y luego volvió a sentarse. Cuando habló, todavía tenía el paño mojado entre las manos, y le daba vueltas y más vueltas con gesto nervioso.
—El... El uzujin... El jōnin —dijo finalmente—. Él... Yo... No, no puedo dejarle ir. No puedo soltarle. Seguro que querrá vengarse.
Mirada baja, Pō parecía realmente nerviosa.
—Tengo... Yo... No... No sé lo que tengo que hacer.
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Sorpresa fue lo que se llevó Karamaru como respuesta. Sus opciones parecían oscilar entre matarlo y liberarlo, pero la mujer se las arregló para sacarse una tercera opción de la manga: la indecisión. El calvo lo sintió claro cuando su voz cambió, y fue obvio cuando el nerviosismo la llevo a tirar la bebida.
El calvo estuvo lejos de ayudarla a limpiar, la miraba detenidamente, casi estudiándola y analizándola. Se daba cuenta ahora que la decisión que había mostrado antes, como ambos shinobi podían suponer, no era más que una simple máscara.
— ¿Nunca has matado? Tengo que decir que es algo de la profesión, y no te debería de temblar el pulso si quieres ser una kunoichi como la que quieres ser. Y si te soy sincero, yo tampoco he tenido la oportunidad de acabar con la vida de una persona— tenía que seguir dándole la derecha y embadurnándola con palabras antes de llevarla por el camino que él quería.
— Nadie tiene que morir hoy. Todo cometemos errores, todos hacemos cosas para cumplir nuestros objetivos. Con las palabras correctas Akame lo entenderá, es un jounin después de todo.
Esperaba que lo hiciera, porque lo último que le faltaba al calvo era ser testigo de una pelea a muerte. Y sobraba saber que la mujer no tenía siquiera chances probablemente. Pero el uzujin tenía que entender que el conflicto no era el camino, aunque Karamaru tuviera que hacerle entender eso con un discurso alargado.
—Una buena charla, no como la anterior, puede dar resultados fructíferos. Como dije, un error lo comete cualquiera. Ya demostraste tu punto, ahora es momento de seguir adelante. ¿No te parece?
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Pō temblaba. Temblaba como un flan. La planificación y decisión que habían exhibido sus previas acciones parecía haberse esfumado de repente, al ser cuestionada sobre el futuro de su ahora único prisionero. Podía suponerse que la mujer nunca se había imaginado aquel escenario —uno en el que su plan salía "demasiado" bien— y por tanto, no lo había contemplado en sus planes.
—¿Ma... Matado? —titubeó—. No, yo... Yo nunca he matado a nadie.
Aquello último lo dijo con un deje de rabia contenida, de frustración. Como si en el fondo lamentase no haberlo hecho, o no haber sido capaz. Dejó el paño de tela sobre la mesa y tomó su taza de té con ambas manos, tratando de beber un sorbo; mas su pobre pulso, presa de los nervios, se lo impidió. Y casi volvió a derramar un poco de la bebida.
Cuando Karamaru le aseguró que el desenlace de todo aquello no tenía por qué ser sangriento, la mujer alzó los ojos. Estaban al borde de romper a llorar, y parecían gritar pidiendo auxilio. Una ayuda que ahora el amejin le prometía.
—¿De... De verdad lo crees? ¿Me perdonaría? —no parecía muy convencida—. Yo... Yo no quiero matarle. No quiero matarle... —repitió, con un hilo de voz—. No puedo matar a nadie.
Como si acabara de darse cuenta de que para cumplir su sueño de ser ninja tenía que ser capaz de asesinar a otras personas, Pō rompió a llorar desconsoladamente. Se llevó ambas manos a la cara, tapándosela con gran vergüenza, mientras sollozaba quedamente.
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La mirada que le daba a aquella triste y pobre mujer no era más que la de pena. En el momento Karamaru no podía hacer más que pensar qué era de su vida, si vivía sola, si tenía familia, amigos, trabajo, diversión. Pero lo que más llenaba la cabeza del monje es qué sería de su vida después de todo esa situación.
— ¿Tú crees que un orgulloso shinobi de Uzushio se delataría? Lo acabas de aprisionar, tú, a un jounin de Uzushio. Nunca se lo va a decir a nadie.— hablaba entre risas, con una gran sonrisa en el rostro tratando de contagiar un poco la actitud positiva.
— ¿Y cuál es la otra opción? Matarte. Pero si lo hace yo sería testigo, y si intenta lo mismo conmigo.... bueno, no creo que se juegue a una guerra solo por esto. Tanto contra Amegakure como contra Takigakure.
No era la primera vez, pero el calvo no tenía ni puta idea de lo que estaba diciendo. Lo primero que sonase bonito y coherente salía de su boca, en ningún momento se paró a pensar si esas eran las dos únicas posibilidades o si incluso de tomarlas seguirían ese camino. Pero su parla improvisada ya le había servido en otras ocasiones.
— Parece que el mejor camino es claro. Su orgullo le impedirá decir sinceramente que tu actuación para capturarnos fue buena, pero ese mismo orgullo te está haciendo el favor de tampoco decírselo a otras personas. ¿Por qué no vamos? Que el pobre ya espero lo suficiente.
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Contra todo pronóstico que pudiera haber hecho Akame —hipotéticamente, ya que él no era testigo de la conversación—, Karamaru sí que tenía una respuesta perfectamente válida para las dudas de la mujer de pelo azul. Mientras el monje hablaba, Pō le escuchaba con gran atención y el nerviosismo que la atenazaba parecía remitir por momentos.
Cuando el calvo terminó su discurso, Pō se quedó un largo momento en silencio. Tenía la mirada baja y apretaba la taza con ambas manos; no había que ser especialmente perspicaz para darse cuenta de que las palabras del amejin le habían calado hondo, y probablemente estaba debatiéndose consigo misma.
—Tienes razón, Karamaru-san —dijo, al fin, mientras se ponía en pie—. Debo ser valiente... Y hacer lo correcto.
La mujer salió entonces de la cocina —indicando al joven genin que la acompañase— y recorrió el corto pasillo hasta la habitación del fondo. Luego tomó el pomo de la puerta con una mano, y lo giró.
El sonido de la puerta al abrirse alertó al Uchiha, que alzó la cabeza y clavó sus ojos en la figura regordeta que se recortó en la entrada del zulo. «Si tan sólo pudiera usar mi Sharingan, le haría cortarse su propio cuello a esta desgraciada...»
Para sorpresa del jōnin, Takigure Pō se acercó con pasos nerviosos y sacó una pequeña llave de su bolsillo. Rodeó la silla con visible desconfianza y, tras dirigirle una última mirada a Karamaru, abrió las esposas que suprimían el chakra de Akame.
«¿Qué cojones...?»
Luego sacó el mismo kunai que había usado para liberar al de la Lluvia y cortó las cuerdas que mantenían sujetos los brazos del Uchiha. Después, las de las piernas. Incrédulo, Akame se puso en pie mientras trataba de desentumecerse... Había pasado demasiado tiempo allí, atado.
—Dame una buena razón —siseó, letal como una serpiente venenosa, mientras miraba de soslayo a Karamaru— para no matarte aquí mismo.
Pō palideció, y sus ojos buscaron a Karamaru, implorantes.
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Las palabras de la mujer tardaron en salir, una tardanza que al calvo se le hizo eterna. Se sentía inseguro de si podía llegar a buen puerto en aquella negociación y no cambio aún con la respuesta esperada. Se encontraba sentado en esa silla en silencio, tratando de mostrar la mayor calma posible conteniendo los nervios en su interior. Se sentía como una olla con agua hirviendo negada a dejar caer la tapa.
— Bien— fue lo único que pudo articular sin que la voz se le volviese temblorosa.
Se levantó de su asiento tras el paso de Po y la siguió un metro por detrás con el mismo silencio que hubo en la cocina hacia segundos. Se detuvo apenas pasar la puerta y ver al uzujin. No hizo ningún gesto, no se movió, no habló. Esperó a que la mujer hiciera su trabajo y que el Uchiha se librara de sus ataduras esperando que no pasara lo peor.
«Espero que esto funcione»
— Porque yo te lo pido.— el calvo se acercó con una decisión forzada al lado de la muchacha y la rodeó con su brazo poniendo la mano en su hombro.
— Tuvimos una bu-buena charla, llegamos a la co-conclusión que no era obligatorio que nada malo pa-pasase en esta casa. E-esperamos que pienses i-igual.
No quería hablar demasiado para mantenerse en el papel, pero no había podido ser. Sus últimas palabras marcaron los nervios y la inseguridad que tenía e insistía con la mirada, a cómo podía, que el Uchiha lo diese la derecha en la conversación.
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El silencio inundó por momentos la parca estancia. Akame todavía tenía varios moratones por la cara y el labio partido le sangraba a ratos, pero por lo demás parecía en buena forma. Sus ojos penetrantes taladraban a partes iguales a la regordeta señora —que pese a claramente no tener entrenamiento ninja, sí que había hecho gala de un más que decente gancho de derecha— y a Karamaru; que se había posicionado a favor de ésta.
Al cabo de unos momentos que a todos los presentes se le hicieron eternos, el Uchiha se limitó a suspirar. No iba a matar a nadie allí, ni tampoco —probablemente— ese día. Y, había que afrontarlo, Mori no Kuni no era su jurisdicción. Si quería conseguir algo sería, como mucho, a través del primer shinobi de Kusa que se encontrase. «¿Y contarle lo sucedido a un kusajin? ¡Ni en broma!» Con el Examen de Chuunin a la vuelta de la esquina, celebrándose en Uzushiogakure, Akame no quería por nada del mundo tener una anécdota suya sobre haber sido cazado cagándose encima por una civil, rulando de boca en boca.
—Está bien —dijo, cruzándose de brazos y mirando con dureza, alternativamente, a Karamaru y a Pō—. Pero tengo dos exigencias. La primera, no hablaremos de lo que ha sucedido hoy... Con nadie.
Dejó que sus palabras calasen en la pareja.
—Y segunda... ¿Alguno de los dos puede explicarme a qué demonios ha venido todo esto? ¿Qué coño era ese rollo de la Aldea Oculta de la Cascada?
Pō bajó la vista, taciturna.
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Fueron unos pocos segundos de tensión, pero finalmente Karamaru se pudo relajar al ver que el Uchiha no le jugaba en contra y que lo esperado terminado dando resultado. El siguiente paso era largarse de ese lugar y probablemente no volver al dominio del zorro eterno por una buena larga temporada.
¿Alguno de los dos puede explicarme a qué demonios ha venido todo esto? ¿Qué coño era ese rollo de la Aldea Oculta de la Cascada?
El monje se encogió de hombros sin saber qué responder ante el silencio de la mujer. Ya de por sí ese mismo día había escuchado sobre esta por primera vez y menos iba a estar en condiciones de dar una explicación.
— No me mires a mí, ni puta idea de qué va el tema sobre esa aldea. Seguro que ella puede darte, darnos, una explicación.
Se cruzó de brazos y desplazó su mirada a Po esperando que hablara. Los momentos de agresividad ya habían pasado y tampoco estaba mal compartir unas palabras entre los tres, siempre y cuando la falsa kunoichi estuviese dispuesta a hablar.
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Takigure Pō apretó los puños y alzó la mirada. En sus ojos claros no había más que frustración y decisión al mismo tiempo, clavándose como dos estacas en aquellos dos del Uchiha que la juzgaban sin saber.
—¿Nunca te lo has planteado, verdad? —dijo, casi masticando las palabras, mientras temblaba.
Akame arqueó una ceja, confundido. El silencio volvió a envolver a los dos personajes hasta que ella se dio cuenta de que el jōnin no iba a contestar.
—No, ¿por qué ibas a hacerlo? —respondió ella misma—. ¿Por qué ibas a preguntarte cómo es estar en nuestro lugar? En el de los que no sabemos hacer magia, ni andar sigilosamente en la oscuridad, ni usar un arma. Los que no somos ninjas —pese a que sus palabras recriminaban algo profundo y cruel, su tono de voz era pausado, casi melancólico—. No somos más que ovejas en este gigantesco corral, ovejas asustadas que deberían rezar cada noche por que no aparezca el lobo.
»Durante toda mi vida yo he sido una oveja. Antes pensaba que los ninjas érais los lobos... Pero ahora lo sé. Sé que no, que sois los pastores.
Lágrimas saltaron por sus ojos y rodaron, cuesta abajo, por sus mejillas.
—Después de perder a mi marido y a mis hijos, me juré a mí misma que yo me convertiría en una pastora... —confesó—. Lo intenté, bien saben los dioses que lo intenté, pero fui rechazada todas y cada una de las veces. Por ser demasiado gorda, demasiado vieja, demasiado tonta. Así que tenía que probarme... Tenía que probarme a mí misma que podía ser una pastora tan buena como cualquier otro.
El Uchiha escuchó con atención aquel relato, entre todavía enfadado y con ganas de empapelar a aquella mujer, y sorprendido. No había mucha gente en Oonindo con el coraje suficiente para hacer lo que ella había hecho; «bien dicen que una madre es capaz de todo por sus hijos...»
—Está bien, está bien —contestó Akame tras unos tensos segundos de silencio—. Una historia muy bonita, sí, todo lo que tú quieras —dijo, restándole importancia al relato que, sin embargo, sí que le había calado hondo—. Pero no puedes ir por ahí atacando a la gente. Y menos a dos shinobi. Has tenido suerte por esta vez, mujer, pero la próxima...
—No habrá próxima, shinobi-san —le cortó Pō—. Ahora que has accedido a entrenarme, ¡estoy mucho más cerca de lograr mis objetivos! ¡De convertirme en una kunoichi de verdad!
«Por todos los dioses, ¡menuda lata! ¡Si yo sólo le dije que sí para que me soltara!»
El jōnin suspiró, resignado.
—¿Y por qué no se lo pides a tu buen amigo, Karamaru-san? Parece que habéis hecho buenas migas, ¿eh? —disparó Akame, pretendiendo endosarle aquel marrón al bueno de Karamaru.
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La historia de vida de aquella mujer era conmovedora, pero estaba muy claro que no pensaba con claridad. Esa idea de ovejas, lobos y pastores que ni siquiera terminaba de comprender le parecía bastante errada pero la sensibilidad de la situación le impedían decirlo.
«Nunca me pensé sobre empezar a ser shinobi de más grande.... ¿Se podrá?» pensaba mientras hablaba su compañero.
Reaccionó tarde ante la avivada del Uchiha. Estaba concentrado hablando consigo mismo y de repente le pasó todo el problema de Po a él. Titubeó, miró a ambos, y se tomó su tiempo para evitar tartamudear.
— Soy un gennin— respondió envalentonado por su argumento— No tengo el rango, ni por lo tanto el conocimiento y capacidad como para entrenar a alguien. Los chuunin y los jounin son los que tienen ese trabajo, y obviamente por tu rango eres de los más cualificados.
Calló con una sonrisa picarona en su rostro. Alzó las cejas, casi desafiando con su postura al uzujin para que entre en un juego verbal para ver quien se tenía que encargar del quilombo.
— Además, seguramente el Uzukage sea mucho más permisivo con este tema que Yui. No sé que tanto la conoces pero bueno.... por lo que me dicen tiene un carácter fuerte.
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Akame chasqueó la lengua con visible molestia cuando el amejin le rebatió fácilmente sus pobres argumentos; a las palabras de Karamaru había poco que decir, sin embargo, porque la evidente diferencia de rangos entre ambos lo hacía todo mucho más difícil para el Uchiha. Así pues, el jōnin se mantuvo en silencio durante unos momentos, con los brazos cruzados.
Parecía estar debatiéndose si debía entrenar o no a aquella mujer... Pero no, no era eso lo que estaba pensando.
Pō se cuadró en el sitio, como si así pudiera parecer más apta, o dispuesta, para el entrenamiento.
—¡Jōnin-sensei! ¡Le prometo que trabajaré muy duro, no le decepcionaré! —exclamó, con los ojos cargados de confianza—. Si hay que tener un propósito para ser ninja, yo le aseguro que el mío... Me llena de determinación.
No hacía falta ser clarividente para ver que Pō no mentía. Estaba realmente decidida a convertirse en una kunoichi y la pérdida de su familia la espoleaba, como a un caballo de carreras, a galopar sin descanso hacia aquella noble meta.
—Karamaru-san —dijo finalmente Akame, todavía con los brazos cruzados y la vista hacia el suelo—. ¿Nos darías un poco de privacidad? —entonces, el jōnin miró hacia la puerta de la habitación.
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El calvo había terminado satisfechos con sus palabras y una sonrisa picarona se mostraría en su rostro durante un buen rato. La mujer no le caía mal, incluso con el tiempo y las palabras había aprendido a tomarle compasión y compresión. Sin embargo, sus acciones previas y unos cuantos problemas en cuánto a ideas y mentalidad lo tiraban para atrás al monje de cualquier posible relación futura.
El silenció no se rompió, para Karamaru, con la voz femenina. Fueron las palabras del Uchiha las que lo hicieron en un pedido de lo menos esperado. Por lo poco que lo conocía sentía que iba a recibir una nueva refutación o una devastante negación para Po. Nada de eso pasó.
— Si, claro, cómo no.— contestó manteniendo esa sonrisa pícara.
Cerró la puerta tras de sí volviendo al pasillo. Se quedó a unos pocos metros apoyado sobre una de las paredes y llevando la mirada de una punta a la otra del lugar.
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Forzando una sonrisa tan poco conseguida como la pintura de un aficionado sin materiales apropiados, Akame esperó a que el bueno de Karamaru saliera de la habitación. «El bueno de Karamaru», se repitió. «Es demasiado cándido, demasiado inocente. En menudo lío me ha metido...» La puerta se cerró entonces con un sonoro portazo, y desde fuera el amejin podría oír el inconfundible sonido de un cerrojo siendo bloqueado.
Sólo entonces, el Uchiha se volvió hacia Pō, que ya en ese momento parecía haber entendido que allí no iba a tener lugar ningún entrenamiento ninja. La mujer temblaba de pies a cabeza sin poder separar la mirada de aquellos dos ojos, rojos como ascuas, que la taladraban en la súbita oscuridad del zulo.
— Ahora, mujer... Muéstrame tu dolor...
Pasó un buen rato hasta que el chasquido del cerrojo al abrirse sobresaltara a Karamaru. La puerta del zulo que había hecho las veces de prisión para ellos dos se abrió, y Akame salió por ella, cerrándola de nuevo tras de sí.
— Ya está —aseguró, suspirando—. Salgamos de aquí, Karamaru-san.
Akame recorrería el largo pasillo hasta la puerta que parecía dar a la calle; tras mirar por el ojo de la misma, la abriría e indicaría al de Ame que le siguiera.
Ambos ninjas se darían cuenta de que estaban —como ya podían haber intuído— dentro de una vivienda normal y corriente. Al salir se toparían con el rellano de aquel piso y sendos tramos de escaleras que bajaban y subían. Akame comenzó a descender, y tras bajar dos pisos llegarían al portal que daba a la calle. Afuera ya estaba empezando a atardecer.
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Después de tanta charla y movimiento, sumado a que venían de un combate, el momento de calma y silencio se le hizo extrañamente largo e incómodo al calvo. Se sentía fuera de lugar en aquella casa ajena y aprovechaba la paz para pensar y preguntarse a si mismo cosas. La principal, cómo los había llevado la mujer a los dos sin que nadie pudiese verlo.
Finalmente, y por fortuna de las preguntas sin respuestas, el Uchiha terminó por salir de la habitación que los mantuvo captivo hacia el pasillo. Bastante firme dedicó unas breves palabras, claramente sin ganas de contar lo sucedido, y siguió caminando con intenciones de irse para volver. Karamaru tampoco lo haría, pero había algo que le sabía mal, un algo que había generado la charla en la cocina y esa compasión que se había generado.
— Esta bien, paso a saludar y vamos. Que tampoco quiero ser descortés y maleducado.— respondió cuando Akame ya había abierto la puerta de salida.
Dio media vuelta y retorno por el pasillo para volver a entrar una última vez a la habitación y ver por última vez, si tenía suerte, a la mujer de la inexistente Takigakure.
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