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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
Ayame y Blame avanzaron con una rapidez enorme, la cola se le había hecho pequeña al albino. Ya apenas estaban a uno diez puestos de la entrada, casi sería hasta peligroso adelantarse mas de esa manera. Pero sería genial ese tipo de adrenalina, ¿no?

Al mirar a su lado, no observó la misma reacción en la chica. Ayame criticó casi a susurro la acción tan denigrante que acababan de hacer, dejando por perdido el propósito de sus acciones. Blame sin embargo no se iba a dar por abatido, habían sido unas risas... La chica incluso se tapó los ojos, repitiéndose a sí misma que ésto no había estado bien.

El chico la tomó por un moflete, sin pretensión de hacerle daño. Jaló de éste levemente, llamando de ésta peculiar manera su atención. Casi al instante le soltaría el moflete, cuando ésta la observase, vería su sonrisa.

Venga ya... casi hemos llegado! ¿Ves?— Anunció, señalando la puerta del castillo.

La entrada al museo estaba mas que próxima, no tardarían ni cinco minutos en entrar. ¿Estarían allí los familiares de la pobre chica?

Los encontrasen o no, al menos se estaba divirtiendo un buen rato. Éste tipo de situaciones no suelen repetirse en demasiadas ocasiones, por lo que disfrutar era la mejor opción. Ésta chica casi parecía creerse lo de parecer inocente, carecer de maldad... Vaya, que casi parecía no sentir su verdadera naturaleza, la humana, el odio y la destrucción.

"Bueno... espero que dentro también encontremos diversión..."

Poco a poco, el par de shinobis terminarían por acercarse a la entrada, donde un par de guardias pedían 150 ryos por la entrada. Sin duda, éste era un gran negocio, ni se le venía a la mente qué cantidad de dinero llegarían a sacar en un día. Era realmente escalofriante... éste tipo de gente si que eran auténticos ejemplos de humanos. Sacando provecho al mismo aire que respiran.

Bueno, parece que ya nos toca.

Sin demasiados ánimos, el chico entregó el dinero de la entrada al guardia, y éste le puso una pequeña pulsera de tela.
#17
Entonces sintió un tirón a la altura del moflete. Ayame se quejó con un débil gimoteo, aunque se había visto más sorprendida que dolorida en realidad. Poco le faltó para hacer que su cabeza estallara en agua, y casi de inmediato agradeció para sus adentros el no haber seguido aquel primitivo impulso. No quería siquiera imaginar el caos que cundiría si las personas que se encontraban a su alrededor veían de repente como a una muchacha le estallaba cabeza sin explicación aparente.

Pero Blame no parecía nada afligido. De hecho, parecía que incluso se estaba divirtiendo. ¿Pero qué le pasaba por la cabeza a aquel shinobi de Kusagakure?

—Sí... y menos mal —susurró, con un suspiro.

Y, finalmente, llegaron a las mismas puertas de la entrada. Ayame ya había sacado un pequeño monedero de color azul de uno de los bolsillos de su pantalón y le dio los 150 ryos al guardia que vendía las entradas. O, mejor dicho, las pulseras de tela que actuaban a modo de entrada.

—Jo... yo quería una azul —se le escapó en un murmullo, de una manera mucho más infantil de lo que originalmente pretendía. Casi al instante se mordió la lengua, avergonzada, pero ya era demasiado tarde. Los guardias se reían a su espalda.

Entraron en el castillo, y Ayame se vio sobrecogida al encontrarse en un pulcro vestíbulo de techos altísimos y abovedados sostenidos por columnas de mármol con motivos dorados. A ambos lados había múltiples puertas, todas ellas cerradas a cal y canto. Sólo al final del vestíbulo se encontraba la única entrada abierta. Dos portones de madera situados en lo alto de una escalinata cuyos pasamanos, también dorados, brillaban casi con luz propia.

—¡Bureimu-san, mira esto! —Ayame se había desviado repentinamente, y ahora se encontraba frente a lo que parecía ser una espada que medía casi lo que su acompañante y ella juntos. Su filo, aunque desgastado por el paso del tiempo, seguía pulcro y brillante. Aunque se adivinaban algunas manchas de sangre seca en ella—. "Ōken es la espada más grande jamás empuñada por uno de los más famosos samurais del País del Hierro..." ¡Es increíble! ¿Cómo puede alguien levantar algo así? ¡Y manejarlo!
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#18
La chica parecía aliviada tras escuchar al albino decir que las bromas de mal gusto se habían acabado. Quizás era cierto, o simplemente se había metido demasiado en su papel de chica inocente... Que gran artista del engaño era esta chica, una auténtica kunoichi, reina del engaño y la mentira. Era imposible que una chica de esa edad fuese tan... tan... tan como ella.

El albino encogió de hombros, así como alzó las manos en una muca de desdén.

Todo lo bueno suele terminar mas bien pronto que tarde...que se le va a hacer...

Pagada la entrada, a ambos le obsequiaron con una pulsera de color. Fuere por A o por B, la chica se quejó levemente, casi en un susurro. Al parecer, tenía una cierta afinidad al color azul, color que complementaba la mayor parte de su vestuario a decir verdad.

Hizo caso omiso a ésto, pues ni tan siquiera debía haber sido escuchado. Se limitó a entrar, casi a la par de la kunoichi.

El lugar que se anteponía a los chicos pasó de parecer un antiguo castillo estropeado a verse un iluminado y cuidado centro de visitas. Un abovedado techo, columnas de mármol, numerosos escaparates bien cuidados... el sitio era fascinante. Para rematar, estaba hasta los topes de armamento de todo tipo. Habían desde viejas reliquias que ni tan siquiera llegarían a haberse usado en guerras hasta las espadas de los mejores shinobis y samurais. Al albino le brillaban los ojos. Mil y un arma para aniquilar a todo humano frente a él.

Waaaaoh!— Se le escapó al chico.

Sin embargo, no fue lo único que se le escapó. La kunoichi de Ame se había escabullido, y eso que no había pasado ni un solo minuto de haber entrado al museo. La chica sin embargo no se había ido a propósito, simplemente algo había llamado su atención.

No había sido poca cosa lo que había llamado la atención de la joven, se trataba de una espada con forma de katana, pero de un tamaño digno de cualquier gigante. Esa espada no la podría manejar el chico ni con ambas manos, era realmente sobrecogedora... el terror de cualquier espadachín.

Como un niño chico, el albino se abalanzó sobre el escaparate, acercándose todo lo que pudo y mas.

Ostras! La espada de un gigante! COMO MOLA!

No tardó demasiado en dirigirse al siguiente escaparate, donde se exponía una daga realmente fina, al parecer se usaban como armas en misiones de sigilo gracias a su minúsculo tamaño.

Y la espada de un enano! Ostras! COMO MOLA!— Vociferó eufórico, al menos esa fue la impresión que daría.

Para él todo estaba encuadrado en "espada", ya fuese para hombres grandes, ágiles, pequeños, diestros, zurdos... para todos había algo, pero habían de llamarse solo espadas.
#19
Off: Siento muchísimo el retraso, estoy en proceso con el máster y casi no tengo tiempo de nada últimamente >.<

Blame no tardó en reunirse con ella e, igual de maravillado, no dudó en lanzarse prácticamente contra los escaparates de vidrio. Ayame alzó las manos, ligeramente alarmada.

—C... ¡Cuidado, Blame-san! —exclamó. ¿Y si con su entusiasmo derribaba las vidrieras? ¿Y si estaban protegidas por algún tipo de alarma que protegiera el arma?

Por suerte, el estridente sonido de la sirena que esperaba no llegó a producirse. Ayame se relajó un tanto, y sonrió ampliamente ante la afirmación de su acompañante de que aquella era la espada de un gigante. De hecho, enseguida salió disparado hacia el siguiente arma que se mostraba de exposición: una daga de minúsculo tamaño. Perfecto para un...

—¿Un enano? ¿De verdad? —le preguntó, toda inocencia. Buscó el cartel que identificaba aquella daga, y enseguida la sombra de la decepción cubrió sus iris—. "Chītanken. Daga empleada por un ladrón de nombre desconocido hace decenas de años y que se dice que hacía invisible a su portador..." ¡Aquí no pone nada de enanos! ¡Ni siquiera es una espada! ¡Me has mentido! —en un gesto de infantil irritación, Ayame torció el gesto en un puchero.

Aunque no le duró demasiado la indignación. Había reparado en la puerta abierta del piso superior y enseguida tironeó de la manga a Blame.

—¡Vamos allí, Blame-san!
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#20
Pese al entusiasmo de ambos, la chica no terminaba de perder las formalidades. Se alarmó de manera excesiva ante el brusco movimiento de Blame sobre la vidriera, pero por suerte no hubieron ni alarmas ni sandeces. Curioso sistema de seguridad, aunque cabía la posibilidad de que tan solo hubiesen tenido suerte. Por otro lado, la atención de los chicos se la llevó de calle la colección de espadas.

La opinión del Senju rivalizó con los datos que proporcionaban la pancarta de la "espada de enanos", no era para menos. La chica hasta pareció decepcionada, como una pequeña a la que un adulto decepcionaba sin mas. Ayame acusó a Blame de haberle mentido, relacionándolo con los datos del cartel.

El que lo haya escrito se ha equivocado! Obvio que es una katana de enanos!— Refutó el de Kusa.

Sin embargo, poco duraría la argumentación del chico. La kunoichi se había lanzado a descubrir lo que escondía el piso superior. Se había adelantado, y tiraba de Blame para que la siguiese. Mas curiosa que un gato, no podía contenerse.

Esto... si, vamos...

Sin oponer casi fuerza ante la solicitud de la chica, el albino siguió sin dejar distancias a su antagonista. No tardarían demasiado en ver el resto del museo si seguían a ese ritmo. Sin embargo, por ahora no había ni rastro de los familiares de la chica... cosa que le comenzaba a extrañar, puesto que se suponía que habían entrado por eso...



Nah, no pasa nada, a tu ritmo que tampoco hay prisas.
#21
Por suerte, Blame cedió con facilidad a su deseo, y Ayame salió prácticamente disparada hacia las escaleras. No tardó en subirlas más que unos pocos segundos, y terminó por atravesar el portón con la misma rapidez mientras esquivaba a las personas que pasaban por allí.

Tras la recepción se encontraron en una nueva sala, más fastuosa aún si cabía. La luz de las lámparas arrancaba cegadores destellos del dorado y los metales que inundaban la habitación. Más columnas de marmol sujetaban el alto techo abovedado y por doquier la exhibición se abría con diversas muestras de un poderío militar difícilmente abarcable por la imaginación.

—Vaya... —murmuró Ayame, fascinada.

Sin embargo, aquel lugar también estaba atestado de más personas como ellos. Se hacía muy difícil caminar en aquel lugar, y aún más difícil era acercarse a las vitrinas de exhibición. Sin embargo, obstinada como sólo ella podía ser, Ayame se acercó a la más cercana y se puso de puntillas tratando de ver algo. Tan sólo llegó a atisbar, entre las decenas de cabezas más altas que ella, un pedacito de lo que parecía ser un arco compuesto por cristales de hielo y superficie de zafiro.

—¡Jo! ¡Quiero verlo!

A unos pocos metros de ellos, una figura blanca como la nieve traspasó la puerta de la derecha...
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#22
La claridad de la habitación a la cual entraron era aun mayor, así como sus decoros estaban mas trabajados, y sus exposiciones eran aún mas numerosas. Había merecido la pena pasar a la siguiente sala, sin duda. El albino, entrecerró un poco los ojos, y terminó por ocultarse en la penumbra de su capucha. La claridad del sitio le destrozaba los ojos, cosas del albinismo y eso de tener las pestañas blancas...

Ayame no perdió tiempo, y se dirigió hacia una de las exposiciones que mas público atraía. Destacaba por un brillo singular, casi cristalino. Si los ojos no le fallaban al Senju, se podía distinguir una estructura a la cual había engarzada una fina cuerda. Se le vino lo mas obvio a la cabeza. Una caña de pescar.

Tan pronto como la idea se le vino a la cabeza, el chico no pudo ocultar un gesto de abnegación. ¿Cómo diantres iban a exhibir una caña de pescar en un museo de armamento?

Será... ¿un arco?— Se preguntó a si mismo.

Entre tanto, su compañera de visita al museo se quejaba de que quería ver el susodicho arma. No había podido elegir una con menos público, no... eso sería demasiado sencillo.

El peliblanco la miró, y se encogió de hombros. Las palabras estaban mas que excedentes con el gesto y la mirada, pero por si acaso se lo aclararía.

Yo te diría que podemos verla rápidamente... pero mis ideas no te gustan...— Argumentó el chico.

Evidentemente, sus ideas para nada eran poco problemáticas.
#23
Blame no tardó en preguntarse lo evidente. ¿Qué tipo de arma podía ser esa?

—Puede ser... Sí, seguramente —con apenas un fragmento del arma ante sus ojos, tal y como afirmaba la cuestión del albino, un arco parecía ser lo que más podría encajar en aquella descripción—. Quizás es un arco de cristal... —soñó en voz alta.

Pero no podía hacer más que eso, soñar en voz alta. Porque el mar de gente que se había congregado alrededor de aquella vitrina rozaba casi lo absurdo. Ayame había pensado que no tardarían en disolverse, como una nube de moscas atraída por un nuevo dulce, pero pronto llegó hasta sus oídos una voz autoritaria y didáctica que se intercalaba con el murmullo excitado de la multitud.

—...el uso de este arma se remonta a centenares de años atrás... las villas no eran más que... y las bestias danzaban libres a sus...

—Están dando una charla sobre ese arma...

Blame había intervenido entonces, pero Ayame le dirigió una mirada casi furibunda, claramente reprobatoria.

—¡No! ¡Me niego! ¡Esta vez no caeré en tus brevas! —exclamó, agitando los brazos en un frenético aleteo. Entonces le señaló—. ¡Aúpame! ¡Así podré ver el arma! Y después te subiré yo a ti.

Toda una hazaña teniendo en cuenta la constitución de alguien tan debilucha como ella. Pero en ese momento ni siquiera lo pensó.

Y extendió los brazos hacia él, en un claro gesto que no necesitaba explicación alguna.
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#24
La respuesta de Ayame le vino algo disparatada. Un arco de cristal sonaba bastante absurdo, al menos a efectos prácticos... ¿de qué sirve un arco frágil si tienes que tensar una cuerda para dispararlo? Realmente no tenía demasiada lógica, no era un arma realmente útil quizás. Al menos, no podría tener la intención de ser un arma para la guerra, quizás solo para exposición.

A lo lejos, un hombre comenzó a narrar datos del arma en sí. Evidentemente, entre murmullos, risas y demases, los datos que llegaban a oídos de los genins eran apenas inteligibles. Por mucho que quisieran, estaban separados de conocer el arma.

«Vaya... pues no nos vamos a enterar de una mierda...175»

Sus orbes se afianzaron en la muchedumbre, aquel gentío que se interponían entre los genins y el arma en cuestión. Ayame pareció indispuesta a seguirle el juego en ésta ocasión, lo cual bajaba realmente las opciones de ambos a ver el arco. Al menos hasta que ese gentío se marchase del sitio.

El albino no hizo mas que encoger los hombros en respuesta, no cabía a dar otro tipo de respuesta, estaba todo dicho. Sin embargo, la chica no se quedó mas pancha porque no pudo. Propuso una disparatada solución al problema, auparla para que viese el arco, y después ella la auparía a él para que éste viese el arma. No pudo sonar peor, para nada era una buena idea, y para mucho menos se le apetecía al Senju el tomarla a peso.

Ni hablar! el médico me ha dicho que no haga esfuerzos físicos durante dos semanas!— Fué lo primero que le vino a la cabeza.

Las excusas eran excusas, y todos tienen una, como un culo... Lo que era obvio era obvio, no iba a tomar ese camino. Bastante se estaba dejando liar ayudandole a encontrar a sus familiares. Que por cierto, a éstos no los encontraban por ningún lado...

Por cierto... ¿no íbamos a buscar a tus familiares?

Evidentemente, zafarse de ella era una buena opción. Estaba dejando de ser divertido ponerla en aprietos, o al menos lo estaba poniendo mas difícil para exponerse a esas situaciones...
#25
Pero parecía que la petición de Ayame no iba a ser recibida como ella hubiese deseado, y Blame no se demoró en demostrarlo.

¡Ni hablar! ¡El médico me ha dicho que no haga esfuerzos físicos durante dos semanas!

Y, por muy ingenua que fuera, Ayame supo de inmediato que aquello no eran más que excusas vacuas. Abrió la boca, dispuesta a rechistar por no poder saciar su curiosidad de ver el arma que se exhibía tras aquel océano de gente, pero su acompañante la interrumpió antes de que pudiera siquiera inspirar para comenzar a hablar.

—Por cierto... ¿no íbamos a buscar a tus familiares?

A Ayame se le cayó el mundo encima. Su rostro palideció a una velocidad abrumadora y su corazón se olvidó de latir durante un instante.

—Es... es cierto... —balbuceó, con apenas un hilo de voz.

Se le había olvidado por completo. Había olvidado que era una kunoichi ajena a aquel territorio, que apenas se acababa de graduar, y que había perdido a su única fuente de seguridad en un entorno desconocido para ella. Había olvidado que estaba con un shinobi de otra aldea. Se había confiado demasiado en demasiado poco tiempo.

Había sido una estúpida.

El peso de la realidad cayó sobre ella como un mazo. Doloroso. Demasiado doloroso. Le costó algunos segundos comprender qué había pasado, y sólo cuando escuchó una grave y airada voz a su espalda supo que la habían golpeado de verdad en la coronilla.

—¡JODIDA CRÍA! ¿Cómo se te ocurre separarte de esa manera? ¿Has perdido el juicio o qué cojones te pasa?

—Ayayay... —gimoteaba Ayame, encogida sobre sí misma con ambas manos cubriéndose la cabeza.
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#26
El entusiasmo de la joven se ahogó de pronto. Lejos de desanimar al albino, ésto casi le produjo satisfacción, al menos así no se batiría en duelo por coger a la chica a peso o al contrario, todo un alivio. La excusa del médico había sido claramente absurda, pero en fin...

— Es... es cierto... — Fueron sus palabras.

Tras ello, un señor de aires serios terminó golpeando a la chica justo en la coronilla. El acto casi fue gracioso, salvo por el helado y frío tono de su voz. No titubeó en regañar a la chica, sus palabras fueron claras y concisas, a lo que la chica tan solo pudo contestar con un quejido acorde al golpe recibido.

El albino mostró entonces su mayor y mas sincera sonrisa.

Mira tú por donde... Has encontrado a uno de tus familiares.

No había mayor verdad, aunque por el momento no había sido una hermosa casualidad.

«Vaya... es justo como recordaba. Así me saludaba padre, hasta que se hartaba de alcohol...»
#27
El hombre que había golpeado a Ayame era alto y, sobre todo, imponente. No tenía una masa muscular destacable, de hecho era de contextura más bien delgada; ni siquiera tenía una apariencia de camorrista que pudiera intimidar por su mera presencia. No, el poder amedrentador de Zetsuo provenía de su rostro adusto, de aquel permanente gesto severo que parecía tallado en su cara como si de un bloque de mármol se tratara. Pero, sobre todo, provenía de sus ojos. Ojos afilados como los de un ave rapaz e iris de color agumarina profundo, penetrante.

Mira tú por donde... Has encontrado a uno de tus familiares.

La frase de Blame vino acompañada de una amplia sonrisa, y el padre de Ayame clavó su mirada en el muchacho. Sus ojos viraron de su rostro a la bandana que lucía a la altura de la cintura.

—Papá... —gimoteó ella, aún dolorida. Ni siquiera se había dado cuenta de que algunas personas habían enmudecido y contemplaban la escena con curiosidad, casi conteniendo la respiración. Aunque no tardaron en volver a sus asuntos al darse cuenta de que, pese al alboroto, realmente no pasaba nada interesante.

—Has estado con ella todo este tiempo —dijo, con aquel tono de voz profundo y grave que le caracterizaba. Y aunque parecía que aquella frase pretendía ser una pregunta, en realidad no había sido más que una afirmación dejada en el aire. Zetsuo ladeó el rostro hacia su hija, que seguía encogida sobre sí misma como un bicho bola—. Espero que no le hayas... causado demasiadas molestias a este chico.

Ayame le dirigió una mirada de reojo, aunque el contacto visual no duró más que unos instantes.

—N... no... Blame-san me estaba ayudando a buscaros.

Zetsuo volvió a mirar a Blame, y tras unos segundos de tenso silencio alzó la mano, se la llevó al oído, y sus labios se movieron en una escueta frase que ninguno de los dos chiquillos llegaría a escuchar jamás.

—¡Ay! —volvió a protestar Ayame, cuando su padre la agarró a la altura del bíceps y se dio media vuelta.

—Se ha acabado la excursión por hoy, niña. Ya hablaremos más tarde.

—P... Pero... ¿Y Kōri?

—Le esperaremos fuera.

Ayame dirigió una última mirada a Blame por encima del hombro, con la disculpa brillando en sus ojos castaños. Aquella era la primera vez que se encontraba con otro shinobi de otra aldea; y, pese a todo, se había quedado con una insaciable curiosidad por saber algo más sobre Kusagakure.

«Cuando le vuelva a ver le preguntaré sobre su hogar» Se dijo.

—G... ¡Gracias por todo, Blame-san!
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#28
El padre mostró una actitud que distaba eones a la de su padre. Pensar en él ya era absurdo, era libre... pero esa comparación de caracteres se le hizo imposible de obviar. Parecía serio, rudo como pocos, pero al menos sobrio. Autoritario y seco, quizás su gesto no había sido para mas que darle un escarmiento a la pequeña, cosa que tampoco era para echárselo en cara. Parte de razón tenía el hombre.

Sus ojos se fijaron en su bandana, gesto que no intentó disimular siquiera. Tras ello, indicó que había estado con su hija todo el tiempo, y que esperaba no le hubiese causado demasiados problemas. Ante el comentario, Ayame intentó explicar que el albino le había estado intentado ayudar a encontrarles.

Así es, señor. — Alegó el joven de cabellera sin color.

El hombre hizo por hablar algo en un susurro, algo que no llegó a entender, y tras ello tomó a su hija del bíceps. La muchacha se quejó de nuevo, mas ya parecía hacerlo por afición.

El hombre pareció dispuesto a llevarse a su hija a casa, la excursión parecía haberse terminado. Ayame se despidió del albino como pudo, mientras que su padre casi la llevaba a rastras. Sin duda, ese hombre era rudo y estricto... cualquiera le llevaba la contraria... En el aire quedó un agradecimiento por parte de la chica de Ame.

No hay de qué, Ayame-san.

Tras devolver las formalidades, el chico quedó libre de ataduras. Ahora podía aprovechar para ver bien el arco, y eso fue lo que hizo. Sin perder un segundo, se dio la vuelta y se dirigió hacia la vitrina donde se exhibía el susodicho.



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