15/07/2015, 09:25
Tanzaku Gai no había sido suficiente para saciar su curiosidad. Disfrutó aquella ciudad lo suficiente hasta aburrirse, pero lo que más le chirriaba era tener que dar vuelta y poner marcha hacia la vieja rutina que le esperaba en casa. Así pues decidió enviar una carta a la aldea de Uzushiogakure esperando que su madre y su hermano leyesen su contenido, en el cual explicaba el por qué no volvería a casa al día siguiente.
La razón era simple: su aventura debía prolongarse un poco más por la proximidad que tenía al famoso valle del fin, lugar idílico e histórico; presente en casi todos los libros que su madre leía con tanto afán y al cual no perdería la oportunidad de visitar.
Aquel sitio era un referente que reflejaba a través de su presencia el pasado mismo, mas su importancia se extendía al presente más inmediato al representar un símbolo de paz y cooperación mutual, siendo aquellas grandes estatuas un legado de sacrificio. El gran Valle del fin, según Naomi; era sin duda la base fundamental del entendimiento mutuo de las tres naciones, el cual funcionaba como recordatorio a las nuevas generaciones de cómo comenzó todo. Un trabajo mutuo por el bienestar de la humanidad, el cual se debe preservar sea como sea aún cuando los obstáculos de las nuevas eras se postren frente a los líderes para atentar contra la equidad existente en el mundo shinobi. Claro que, más allá de su retoña madurez, Kota era muy joven para entenderlo apropiadamente y necesitaría de experiencias y unos cuantos años más en su haber como para poder debatir sobre ello.
De cualquier forma, su objetivo primario era poder deleitarse con la obra natural creada por el inmenso poder de las tan famosas bestias con colas. Leerlo no bastaba, tendría que verlo con sus propios ojos. Por tanto, en cuanto amaneció; dejó aquel sucio motel en el que se había alojado en los límites del país del fuego y tomó rumbo hacia los interiores del país de la lluvia, el cual le recibió —como era de esperarse— con un torrencial sobre sus hombros, manteniéndole empapado durante todo el trayecto y haciéndole pasar un frío terrible que calaba hasta sus huesos.
«Quién diría que esto de la lluvia fuese tan literal»
Aquel pensamiento le comería la cabeza por un largo rato, pero todo terminó abandonándole una vez que vio a la distancia tres grandes formaciones rocosas que se abrían paso encima de los grandes árboles de pino que crecían frondosos alrededor de lo que parecía ser un valle. Kota se adentró como buenamente pudo en aquella maleza y tras escalar unas cuantas zonas inclinadas, llegaría finalmente hasta la zona en la que el panorama era el más apropiado. Justo allí podía ver como la gran cascada retumbaba con sus grandes masas de agua cayendo por su cascada, la cual adornaba de una forma interesante las siluetas de los antepasados de las tres grandes naciones, quienes se miraban fijamente, con sello en mano; cooperando aún después de muertos.
—Impresionante —se dijo en voz alta, aunque no creía que hubiese alguien que pudiera escucharle.
La razón era simple: su aventura debía prolongarse un poco más por la proximidad que tenía al famoso valle del fin, lugar idílico e histórico; presente en casi todos los libros que su madre leía con tanto afán y al cual no perdería la oportunidad de visitar.
Aquel sitio era un referente que reflejaba a través de su presencia el pasado mismo, mas su importancia se extendía al presente más inmediato al representar un símbolo de paz y cooperación mutual, siendo aquellas grandes estatuas un legado de sacrificio. El gran Valle del fin, según Naomi; era sin duda la base fundamental del entendimiento mutuo de las tres naciones, el cual funcionaba como recordatorio a las nuevas generaciones de cómo comenzó todo. Un trabajo mutuo por el bienestar de la humanidad, el cual se debe preservar sea como sea aún cuando los obstáculos de las nuevas eras se postren frente a los líderes para atentar contra la equidad existente en el mundo shinobi. Claro que, más allá de su retoña madurez, Kota era muy joven para entenderlo apropiadamente y necesitaría de experiencias y unos cuantos años más en su haber como para poder debatir sobre ello.
De cualquier forma, su objetivo primario era poder deleitarse con la obra natural creada por el inmenso poder de las tan famosas bestias con colas. Leerlo no bastaba, tendría que verlo con sus propios ojos. Por tanto, en cuanto amaneció; dejó aquel sucio motel en el que se había alojado en los límites del país del fuego y tomó rumbo hacia los interiores del país de la lluvia, el cual le recibió —como era de esperarse— con un torrencial sobre sus hombros, manteniéndole empapado durante todo el trayecto y haciéndole pasar un frío terrible que calaba hasta sus huesos.
«Quién diría que esto de la lluvia fuese tan literal»
Aquel pensamiento le comería la cabeza por un largo rato, pero todo terminó abandonándole una vez que vio a la distancia tres grandes formaciones rocosas que se abrían paso encima de los grandes árboles de pino que crecían frondosos alrededor de lo que parecía ser un valle. Kota se adentró como buenamente pudo en aquella maleza y tras escalar unas cuantas zonas inclinadas, llegaría finalmente hasta la zona en la que el panorama era el más apropiado. Justo allí podía ver como la gran cascada retumbaba con sus grandes masas de agua cayendo por su cascada, la cual adornaba de una forma interesante las siluetas de los antepasados de las tres grandes naciones, quienes se miraban fijamente, con sello en mano; cooperando aún después de muertos.
—Impresionante —se dijo en voz alta, aunque no creía que hubiese alguien que pudiera escucharle.