1/09/2018, 23:51
(Última modificación: 27/10/2018, 20:07 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
— Nada, Uzukage-sama…
— Bien, entonces marcho ya. Tengo que informar a todos de lo que me has contado y evitar, otra vez, que se empiece una guerra.
Se dirigió a la puerta con la intención de irse sin volverse a mirar a ninguno de sus dos shinobis, sin embargo, no pudo evitar pararse en la puerta y girarse. Parecía arrepentido de haber sido tan borde, pero se mordió la lengua antes que desdecirse.
— Ahora vendrá una enfermera a subirte la dosis de analgésicos y podrás dormir. Nos vemos, Datsue.
Con aquello daba a entender que él había ordenado que le bajaran la dosis para que se despertase y así poder aclarar lo ocurrido. Finalmente, abrió la puerta y se marchó, dejando a Datsue unos segundos con sus pensamientos y su dolor antes de que una chica joven entrase y toquetease algo de sus cables. No tardaría en dejar de sentir el dolor, en realidad, no tardaría en dejar de sentir todo y caer poco a poco en un sueño profundo e ineludible, sin sueños.
El tiempo pasó y nadie más se despertó en aquella habitación. La noche cayó lenta e inexorablemente. El hospital se fue vaciando y solo quedaron la guardia nocturna de enfermeros y enfermeras y el shinobi que Hanabi había asignado a la puerta de los jinchurikis, más por precaución que por peligro real.
En el pasillo que daba a su habitación solo había una luz tenue para que los pacientes pudiesen dormir, además, tintineaba. Al parecer, el vigilante había decidido que tras dos horas en el más absoluto tedio, se merecía un descanso para ir a buscar algo que llevarse a la boca. Con lo cual, el pasillo se había quedado vacío.
Una figura apareció en el principio del pasillo y empezó a caminar hacia la desprotegida puerta de los Hermanos del Desierto. Quienes estaban indefensos, haciendo de ellos la presa más fácil posible. La figura echó a andar con la confianza de quien sabe lo que hace. La débil luz desvelaría su forma y su rostro, aunque nadie habría para verlo.
Se trataba de una mujer pálida de pelo negro, ojos negros y labios pintados de negro, sonreía con confianza mientras andaba. Vestía una túnica blanca con unos guantes y botas negros. La túnica bailaba con su andar, pero no desprendía ni la más ínfima onda sonora, al igual que sus botas.
Al llegar, abrió la puerta de la habitación como si la hubiera abierto el viento, solo el débil crujir de la madera delató su presencia, pero claro, nadie podía escucharlo. Se acercó a la primera camilla, donde uno de los hermanos reposaba con el pecho completamente vendado. Sin pensarselo dos veces sacó una pequeña daga de plata y la acercó al vientre del shinobi, rajando sin compasión sus vendajes y haciendo que un leve hilo de sangre cayese por el lateral.
Acarició con una mano el vientre de Akame, deleitandose con la vista del sello, mientras en la otra mano se manifestaba una enorme cantidad de chakra rojo anaranjado que iluminaba la estancia. El chakra burbujeaba descontrolado, sin embargo, conforme lo acercaba al sello fue adquiriendo la forma de una garra.
Hasta que los dedos de la garra se clavaron en el borde del sello y entonces giró la muñeca.
— Kyūjū Tensei
Por un instante, el sello se desdibujó y pareció que una gran cantidad de chakra luchaba por salir toda de golpe del inerte cuerpo de Akame. Aquello provocó una sonrisa triunfal en la mujer. Sin embargo, para su decepción, el selló se reformó tan rápido como se había desvanecido y una fuerza expulso su garra del chico, haciéndola retroceder y haciendo desaparecer el chakra anaranjado.
Los ojos negros se clavarían en el sello como mil senbon, la mujer apretó los puños aguantándose la ira que la colmaba. Volvió a sacar la daga, acercándola esta vez al cuello de Akame.
— ¡Eh! ¡¿Quien anda ahí?!
La mujer se giró, para ver la puerta que había dejado abierta, el guardia había vuelto antes de lo esperado. Se guardó la daga, dispuesta a desaparecer. Algo blando chocando contra el suelo resonó por el pasillo, seguramente el tentempié que había ido a buscar.
El shinobi entró de golpe mirando a todas partes, pero la intrusa ya no estaba y las cortinas ondeaban salvajemente a ambos lados de la ventana abierta de par en par. Cuando se acercó para asomarse y comprobar que realmente había desaparecido, la mujer salió andando por la puerta, aún abierta, sin hacer ruido alguno, abandonando la estancia y el lugar en completo anonimato.
— Bien, entonces marcho ya. Tengo que informar a todos de lo que me has contado y evitar, otra vez, que se empiece una guerra.
Se dirigió a la puerta con la intención de irse sin volverse a mirar a ninguno de sus dos shinobis, sin embargo, no pudo evitar pararse en la puerta y girarse. Parecía arrepentido de haber sido tan borde, pero se mordió la lengua antes que desdecirse.
— Ahora vendrá una enfermera a subirte la dosis de analgésicos y podrás dormir. Nos vemos, Datsue.
Con aquello daba a entender que él había ordenado que le bajaran la dosis para que se despertase y así poder aclarar lo ocurrido. Finalmente, abrió la puerta y se marchó, dejando a Datsue unos segundos con sus pensamientos y su dolor antes de que una chica joven entrase y toquetease algo de sus cables. No tardaría en dejar de sentir el dolor, en realidad, no tardaría en dejar de sentir todo y caer poco a poco en un sueño profundo e ineludible, sin sueños.
El tiempo pasó y nadie más se despertó en aquella habitación. La noche cayó lenta e inexorablemente. El hospital se fue vaciando y solo quedaron la guardia nocturna de enfermeros y enfermeras y el shinobi que Hanabi había asignado a la puerta de los jinchurikis, más por precaución que por peligro real.
En el pasillo que daba a su habitación solo había una luz tenue para que los pacientes pudiesen dormir, además, tintineaba. Al parecer, el vigilante había decidido que tras dos horas en el más absoluto tedio, se merecía un descanso para ir a buscar algo que llevarse a la boca. Con lo cual, el pasillo se había quedado vacío.
Una figura apareció en el principio del pasillo y empezó a caminar hacia la desprotegida puerta de los Hermanos del Desierto. Quienes estaban indefensos, haciendo de ellos la presa más fácil posible. La figura echó a andar con la confianza de quien sabe lo que hace. La débil luz desvelaría su forma y su rostro, aunque nadie habría para verlo.
Se trataba de una mujer pálida de pelo negro, ojos negros y labios pintados de negro, sonreía con confianza mientras andaba. Vestía una túnica blanca con unos guantes y botas negros. La túnica bailaba con su andar, pero no desprendía ni la más ínfima onda sonora, al igual que sus botas.
Al llegar, abrió la puerta de la habitación como si la hubiera abierto el viento, solo el débil crujir de la madera delató su presencia, pero claro, nadie podía escucharlo. Se acercó a la primera camilla, donde uno de los hermanos reposaba con el pecho completamente vendado. Sin pensarselo dos veces sacó una pequeña daga de plata y la acercó al vientre del shinobi, rajando sin compasión sus vendajes y haciendo que un leve hilo de sangre cayese por el lateral.
Acarició con una mano el vientre de Akame, deleitandose con la vista del sello, mientras en la otra mano se manifestaba una enorme cantidad de chakra rojo anaranjado que iluminaba la estancia. El chakra burbujeaba descontrolado, sin embargo, conforme lo acercaba al sello fue adquiriendo la forma de una garra.
Hasta que los dedos de la garra se clavaron en el borde del sello y entonces giró la muñeca.
— Kyūjū Tensei
Por un instante, el sello se desdibujó y pareció que una gran cantidad de chakra luchaba por salir toda de golpe del inerte cuerpo de Akame. Aquello provocó una sonrisa triunfal en la mujer. Sin embargo, para su decepción, el selló se reformó tan rápido como se había desvanecido y una fuerza expulso su garra del chico, haciéndola retroceder y haciendo desaparecer el chakra anaranjado.
Los ojos negros se clavarían en el sello como mil senbon, la mujer apretó los puños aguantándose la ira que la colmaba. Volvió a sacar la daga, acercándola esta vez al cuello de Akame.
— ¡Eh! ¡¿Quien anda ahí?!
La mujer se giró, para ver la puerta que había dejado abierta, el guardia había vuelto antes de lo esperado. Se guardó la daga, dispuesta a desaparecer. Algo blando chocando contra el suelo resonó por el pasillo, seguramente el tentempié que había ido a buscar.
El shinobi entró de golpe mirando a todas partes, pero la intrusa ya no estaba y las cortinas ondeaban salvajemente a ambos lados de la ventana abierta de par en par. Cuando se acercó para asomarse y comprobar que realmente había desaparecido, la mujer salió andando por la puerta, aún abierta, sin hacer ruido alguno, abandonando la estancia y el lugar en completo anonimato.