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4/05/2017, 00:14
(Última modificación: 4/05/2017, 00:38 por Riko.)
El plan, aunque con algún contratiempo, había medio salido bien, por lo que Hoshu fue capaz de empezar a abrir el portón mientras que el pequeño de los guardas aullaba de dolor, presa de los dos shuriken que Riko había lanzado y que, como era de esperar, había acertado de lleno en su objetivo. Ésto hizo que Rengu se diera la vuelta, dejando de lado al clon, lo que no se esperaba era recibir un ataque como el que realizó el escualo, que le golpeó de lleno, impiéndole avanzar.
Riko, por su parte, seguía corriendo a toda velocidad hacia la puerta, que el tercer integrante del equipo había conseguido abrir, por lo que, antes de darse cuenta, se encontraban dentro del túnel.
— ¡Venga, tenemos que cerrar la puerta para que no nos sigan! — Exclamó mientras volteaba para cerrar la puerta. — ¡Hay que buscar algo para atrancarla!
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El interior de aquel túnel era oscuro, y se hizo más lúgubre cuando el portón fue cerrado detrás suyo. Sin embargo, las rendijas de la gran tabla de madera dejaba entrever alguno que otro rayo de luz, lo que les permitía visualizar al menos un par de metros adelante de su posición. Kaido pensó que con aquello habían concretado su victoria, pero Riko le recordó luego que aún no habían vencido.
Necesitaba de algo que sirviera de palanca, afín de trancar la puerta desde adentro y así impedir que los esbirros pudieran seguirlos luego de lamer sus heridas.
—No, déjalo. ¿No viste acaso la cimitarra de ese tipo? con dos sablazos puede romper ésta cosa. Mejor empecemos a correr, el otro extremo del túnel está a unos diez minutos de caminata. Si corremos podemos llegar en la mitad del tiempo.
—Tiene razón. Pero mira ese camino, no es más que oscuridad. ¿Cómo cojones nos vamos a guiar de aquí en adelante?
—El trayecto está iluminado con antorchas, la primera no debe estar muy lejos. Vamos, no se alejen.
Hoshu entonces tomó ahora el liderazgo. Era su ciudad, era su zona, eran sus túneles. Nadie mejor que él para guiar a los dos shinobi a encontrar la seguridad del otro lado de la ciudad, donde podrían acudir al refugio de quienes en un principio le habían acompañado en su viaje a Inaka.
El muchacho comenzó a correr como buenamente pudo, manteniendo un ritmo que probablemente no era digno de su condición física. Pero viéndose aterrado ante la idea de volver a enfrentar a aquellos custodios, lo mejor era ignorar sus limitaciones y tratar de mantener el ritmo de sus dos compañeros. Así pues, mientras más se adentraban a lo largo y ancho del camino, más se podía denotar el cómo la tierra llevaba consigo las marcas de grandes ruedas, e incluso se podían observar alguno que otros objetos dejados a la deriva, probablemente artilugios sin ningún valor.
Incluso alguna serpiente anunció la amenaza con el inminente sonido de su lengua tiritar, pero por suerte ninguna se vio en la necesidad de atacar.
Mientras más se alejaban, mayor era la preocupación, sin embargo, de que alguien les estuviese siguiendo. Y sin poder ver atrás más allá de un par de metros, la incertidumbre cada vez se hacía más grande.
Hasta que, finalmente, Hoshu apuntó adelante entre jadeos. La luz al final del tunel.
La salida hacia el reencuentro con su caravana.
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Hoshu, que al parecer fue capaz de mantener la calma bastante mejor que Riko, pensó con claridad, sacando a relucir un dato que era obvio, por lo que, la idea del Senju de buscar algo con lo que atrancar la puerta para retrasar a los guardas se vio rápidamente apartada, ahora solo les quedaba correr.
—Tiene razón. Pero mira ese camino, no es más que oscuridad. ¿Cómo cojones nos vamos a guiar de aquí en adelante?
El peliblanco, que hasta ese momento no se había fijado en el interior del túnel, de repente sintió como si todo aaquello que había hecho hasta ahora no hubiera servido de nada, como diantres iban a correr por un lugar tan oscuro, lo más seguro era que acabaran cada uno perdido por un lado.
—El trayecto está iluminado con antorchas, la primera no debe estar muy lejos. Vamos, no se alejen.
Una vez mas, Hoshu fue quien puso calma, a fin de cuentas, él era el único de los tres que conocía el lugar, y el único que podría guiarlos hasta la salida por lo que, dejando a un lado que ya se encontraba algo cansado, Riko echó a correr, más empujado por la adrenalina que por los músculos, corrió, siguiendo de cerca a su guía, obviando todo lo que se fue encontrando por el camino y rezando porque los vigilantes de la puerta no les estuvieran siguiendo, y en caso, de que lo estuvieran haciendo, que no les alcanzaran.
En apenas unos minutos, Hoshu, por fin, indicó que la salida se encontraba delante, lo que, a pesar del cansacio que ya empezaba a atosigar a Riko, hizo que sacara fuerzas de flaqueza, en un último sprint que les llevara hasta el exterior.
— Dema...Demasiado bien... nos ha salido todo... ¿no? — Preguntó el Senju, mientras se acercaban ya a la salida, y esperaba a que Hoshu siguiera indicándoles el camino.
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Riko estaba reacio a creer que todo hubiese podido salir tan bien. Kaido, por su parte, creía que la razón de que sus planes funcionaran correctamente era por su aptitud —y sólo la suya, como si aquellas maniobras la hubiera ejecutado él sólo—. Hoshu, no obstante, tenía la cabeza más clara. Y es que él lo llamaba, suerte. Simple y llanamente la más curiosas de las suertes.
—No cantemos victoria, aún nos queda trecho —anunció, pegando el ojo a la rendija de la nueva salida y cerciorándose de que no hubiesen amenazas al otro extremo —. Bien, parece que no hay nadie. Avancemos.
Hoshu abrió el portón con la ayuda de Kaido, y la puerta dio un tumbo contra el suelo que salpicó cualquier cantidad de arena. El escualo se vio en la obligación de toser, y sólo allí fue que se dio cuenta de lo seca que estaba su garganta. Y de lo seco que estaba él por dentro, si ese era el caso, por no tener su termo a la mano para hidratarse a cada tanto, como le era necesario debido a las condiciones de su clan.
—Será mejor que nos lleves rápido hasta la guarida, Hoshu; o de lo contrario, vais a tener que cargar conmigo. Sin agua, compañeros... no funciono.
Hoshu asintió, y comenzó a caminar.
***
Aquel de lado de la ciudad era mucho menos tumultuoso que el anterior. Estaba más limpio, sus edificiaciones eran más atractivas y a pesar de la insaciable arena que cubría sus suelos, aquella no parecía querer meterse por las orejas a toda costa. Quizás era por el viento, o por los grandes edificios en forma de cúpula, tipo iglúes, que funcionaban de hogar para los más beneficiados de Inaka. Los jóvenes se podrían dar cuenta que ese era el lado más lucroso y de alta clase de la ciudad, si es que se le podía llamar así.
Hoshu se sentía más seguro allí, teniendo en cuenta que a pesar de lo que se pudiera creer, Kabutomushi no era muy bien aceptado por esos lares. De hecho, habían sido varias las revueltas de los ciudadanos pudientes para extinguir a la amenaza de los carroñeros, pero éstos sobrevivían como cucarachas.
Allí, estaban parcialmente protegidos.
No obstante, a Hoshu le pareció prudente guardar las apariencias. Y siguió el mismo protocolo de avance que en un principio, eligiendo bien sus caminos y tratando de percatarse de cualquier amenaza antes de dar el siguiente paso.
Y antes de que pudieran darse cuenta, ya se encontraban en el interior de una buen acomodada taberna, luminosa y pulcra; que servía bebidas y prestaba servicio de karaóke a los derrochadores de dinero.
Kaido fue el primero en tomar asiento, antes de extender sus piernas y dejar su lengua caer por fuera de la boca.
—Agua —pidió, de nuevo; y Riko sintió aquello como si de un deja vu se tratase.
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—No cantemos victoria, aún nos queda trecho. Bien, parece que no hay nadie. Avancemos.
De nuevo ahí estaba Hoshu para amargar la fiesta, había conseguido escapar de los cuatro vigías, su plan, a pesar de las complicaciones había salido bien y estaban ya al otro lado del túnel, y aún así parecía que el joven no estaba tranquilo, lo cual, como consecuencia, intranquilizaba al peliblanco.
Entre Kaido y Hoshu abrieron el portón que los separaba de la salida, que se tumbó con fuerza levantando una gran nube de polvo, en la cual prácticamente era imposible respirar, lo que provocó la tos de Riko y de Kaido, que habían inhalado parte de las partículas.
—Será mejor que nos lleves rápido hasta la guarida, Hoshu; o de lo contrario, vais a tener que cargar conmigo. Sin agua, compañeros... no funciono.
Eso, a pesar de que no se conocían, era algo que el peliblanco ya había experimentado, y, siendo sinceros, él también empezaba a padecer una fuerte sed, por lo que asintió, al igual que Hoshu, y los tres continuaron su marcha. Esta vez el lugar parecía mucho más tranquilo, a pesar de que sus pasos seguían siendo lo más medidos posibles, evitando cualquier riesgo, estaba claramente a la vista que allí, los Kabutomushi no eran uno de los principales problemas.
El guía les llevo hacia una taberna, una de estas en las que la gente puede beber lo suficiente como para perder la vergüenza y subirse al escenario a cantar, aún a sabiendas de que no tenían ni idea. Kaido, a pesar de no ser el lugareño se adelantó, tomando asiento y pidiendo un poco de agua.
— Que sean dos, por favor. — Añadió Riko, y esperó pacientemente a que el camarero estuviera lo suficientemente lejos. — Vale, y ahora, ¿qué?
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Cuando el camarero se acercó a tomar nota de la orden, Hoshu le hizo un gesto con la cabeza. Apenas este se alejó, respondió a las interrogantes de su uzureño interlocutor.
—Ahora esperamos.
—¿A qué? ¿que vengan a matarnos?
—No tonto, piensa. ¿Recuerdas lo que dijo Mirogu-san cuando partíamos de la frontera con tu país?
—Pues no. Recuerda tú que perdí el maldito conocimiento, y por suerte me consiguió el colega aquí presente. Así que déjate de subterfugios y habla claro, de una puta vez.
—Le dijo al viejo Yarou que le iba a dar de probar el licor más exquisito de todo el país del viento. Pues ese licor está aquí, y así también su guarida. ¿Por qué crees que una banda tan infame ha tenido tanto problema en encontrarnos?
Kaido alzó los hombros, confuso.
—Porque los hijos de puta no se atreven a meter las narices en éste lado de la ciudad, al menos no tan abiertamente. Aquí viven los más adinerados de Inaka, y Mirogu-san ha sabido congeniar con la gente de aquí para verse protegido por ellos. Han sido años de favores, y encargos, pero hoy por hoy; un mercader de su status está más que seguro con ésta gente.
—Bah. Yo sólo quiero encontrar a Yarou-dono y largarme a mi aldea. Te juro que no vuelvo a salir más nunca de la lluvia que nos ofrece Ame no kami. Ahora la valoro más que antes —dijo, con la sinceridad que siempre le caracterizaba. Luego señaló a Riko, y preguntó—. Oye, a ti te metí en este embrollo sin preguntarte nada. Dime... ¿qué hacías en Inaka? ¿Y qué piensas hacer cuando se termine todo éste asunto de los jodidos Kabutomushi?
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—Ahora esperamos.
¿Después de todo aquello y ahora solo tenían que quedarse tan tranquilitos en un bar tomando algo? Desde luego había algo que se le escapaba, pero él no era quien para juzgar los planes de aquel hombre, por lo que simplemente se encogió de hombros mientras escuchaba las réplicas del escualo, buscando las respuestas que Hoshu le empezó a proporcionar.
Al parecer, el hombre con el que estaban mezclados el amenio y el de Inaka era un mercader muy reconocido entre las calles del lado ''rico'' de la ciudad, tanto era así que la peligrosa banda con la que tenía problemas era incapaz de actuar allí.
—Bah. Yo sólo quiero encontrar a Yarou-dono y largarme a mi aldea. Te juro que no vuelvo a salir más nunca de la lluvia que nos ofrece Ame no kami. Ahora la valoro más que antes
Riko asintió, él también valoraba cada vez más su aldea, cada vez que salía de ella acababa con muchas ganas de volver a su casa, del olor de los cerezos y de las gentes que recorrían las calles.
—. Oye, a ti te metí en este embrollo sin preguntarte nada. Dime... ¿qué hacías en Inaka? ¿Y qué piensas hacer cuando se termine todo éste asunto de los jodidos Kabutomushi?
El peliblanco miró al amenio.
— Pues estoy aquí acompañando a mi tía, que tenía unos asuntos que atender por aquí, así que me vine con ella. Y cuando terminemos esto... pues primero ir a buscarla y después salir de aquí cagando leches, no quiero más problemas con esos tipos, la verdad. — Explicó, con total sinceridad el Senju.
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El peliblanco explicó que el motivo que le llevó a visitar Inaka era el de acompañar a su tía, de la que probablemente se habría separado en cuanto el tiburón hizo acto de aparición en aquel bar de mala muerte. El escualo arrugó la nariz y pensó que el pobre Riko se encontraba en una situación tan precaria sólo por su culpa, lo que le obligó a pensar, evidentemente, en cómo harían para volver hasta allá sin que los carroñeros le reconociesen.
Porque más allá de todo, al que mejor habían observado era a Riko. O a su clon, que vendría siendo exactamente lo mismo.
—Pues, esperemos que tu tía no te extrañe mientras estés de éste lado de la ciudad.
El camarero volvió con tres inmensos jarrones de agua, para cada uno. Kaido comenzó a beber de la suya, mientras el mismo camarero le daba dos palmadas a Hoshu para que el tipo espabilara. Con la santa seña, el lugareño se levantó de la mesa y aguardó a que los muchachos se vieran satisfechos de su bebida, para instarles a que se levantaran y le siguieran hasta la parte posterior de la barra.
Dejando atrás la zona social, Hoshu les guió por una serie de pasillos donde estaba la cocina, luego el depósito de bebidas, y más adelante, una puerta.
Hoshu tocó tres veces, de forma pausada. Tras dos segundos, la misma se abrió.
—Pero qué sorpresa. Pensé que el desierto os había tragado para siempre, ¡Hahahahararara!
Quien reía a carcajadas era un hombre cuarentón, cubierto con gruesos ropajes y una funda envolviéndole la cabeza. Era moreno también, tenía los ojos de color verde y era muy alto, casi sobrepasando a los dos shinobi por dos tercios. El hombre le dio paso para que los tres entrasen y una vez lo hicieran, cerrarían la puerta detrás.
El interior de aquella cueva era mucho más grande que el mismísimo bar. Repleto de sacos, objetos y cualquier artilugio que pudieran imaginar.
—Siempre tan optimista, Mirogu-san.
—Haharara, bastardos. Confiaba en ustedes. Pero, desconocía que estuvierais con otro muchacho. ¿Y éste quién es?
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—Pues, esperemos que tu tía no te extrañe mientras estés de éste lado de la ciudad.
El peliblanco miró a su interlocutor, dándose cuenta de que, a pesar de que se acordaba de que estaba allí con ella, no se había fijado en que ahora tendría que volver al otro lado de la ciudad, al que estaba infestado por gentuza de aquella banda y que, probablemente tuviera que hacerlo solo, lo cual lo hacía mucho más peligroso, teniendo en cuenta que no conocía del todo la ciudad, por lo que su cara fue cambiando lentamente, hasta mostrar un gesto de duda y, por qué no decirlo, de miedo.
— Esto... sí, no creo que... que me eche mucho de menos, al menos... por un rato. — Aseguró el uzunés.
El camarero en ese momentó irrumpió, sirviéndoles tres grandes jarras de agua, las cuales, tanto Kaido como Riko empezaron a vaciar inmediatamente y, cuando las jarras se encontraban completamente acabadas, Hoshu se levantó y les guió hacia un lugar del local, en el cual, probablemente, encontrarían a quien habían estado buscando.
—Pero qué sorpresa. Pensé que el desierto os había tragado para siempre, ¡Hahahahararara!
Les recibió un gigante, un hombre que fácilmente llegaba al metro noventa, o eso pensó Riko al verlo. Al parecer estaba bastante contento de verlos, por lo menos, eso es lo que podía sacar en claro de las carcajadas que soltaba.
—Siempre tan optimista, Mirogu-san.
—Haharara, bastardos. Confiaba en ustedes. Pero, desconocía que estuvierais con otro muchacho. ¿Y éste quién es?
Como ya había oído se encontraba delante del tal Mirogu, el famoso mercader que tenía problemas con los Kabutomushi, y por el cual, estaban metidos en aquel jaleo.
— Mi nombre es Senju Riko, un placer. Y estoy aquí... de casualidad. — No tenía por qué mentir, por lo que simplemente, dijo la verdad.
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De casualidad, advirtió el peliblanco. Mirogu-san sonrió, grácil y divertido, y entrecerró los ojos, observando al más reciente conocido.
—Las casualidades no existen, Riko. Si estás aquí, es porque el destino así lo quiso. Y como el destino es caprichoso, y yo también...
—Oh, por favor. Lo que el destino quiere ahora mismo es que dejes de decir tantas sandeces y me digas donde está Yarou-dono. Y de cómo nos vas a sacar de aquí, además. Yo quiero volver a mi aldea, y supongo que Riko también. Así que por favor, iluminanos.
—Pues, antes de poder llevaros a salvo hasta la salida de la ciudad, me temo que primero debemos lidiar con el líder de quienes nos atacaron. Y viendo que Yarou se ha ofrecido a ayudarnos, parece que tendrás que esperar un poco para poder iros. Lo siento, Kaido.
—Y qué es lo que piensa hacer, jefe. Ls Kabutomushi han demostrado ser intratables, simplemente lo quieren todo. Su mercancía, sus clientes.
—Pienso darles algo que no podrán rechazar.
Miró a los dos jóvenes genin, con brillo en los ojos. Quizás, por las bandanas que reposaban en ellos.
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—Las casualidades no existen, Riko. Si estás aquí, es porque el destino así lo quiso. Y como el destino es caprichoso, y yo también...
Kaido cortó lo que Mirogu estaba a punto de decir, pero, desde el primer momento, a Riko no le estaba dando demasiada buena espina, aunque, la intervención del escualo no pudo ser más acertada, no quería seguir poniéndose en peligro por algo que, a fin de cuentas, ni le iba ni le venía, por lo que ni si quiera pintaba nada allí.
—Pues, antes de poder llevaros a salvo hasta la salida de la ciudad, me temo que primero debemos lidiar con el líder de quienes nos atacaron. Y viendo que Yarou se ha ofrecido a ayudarnos, parece que tendrás que esperar un poco para poder iros. Lo siento, Kaido.
Riko puso los ojos en blanco y soltó un gran resoplido.
No me lo puedo creer... No podré irme tranquilo a casa, no...
Hoshu se adelantó, y preguntó cuál era el plan estrella de Mirogu, a lo cual respondió sin tapujos el gigantón, mostrando gran interés en los dos genin. Riko, entonces, miró a Kaido.
— ¿Por qué nos mira así? ¿En que estás pensando? — La primera pregunta, dirigida al escualo, la segunda, volviendo sus ojos al mercader, y señalándole con la mano izquierda.
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¿Por qué nos mira así? ¿En que estás pensando? —Riko supo leer su lenguaje corporal, no así el escualo, quien se debatía confuso en su posición. Intercaló mirada entre ambos, y esperó respuesta de Mirogu.
—Pues, pienso en que vuestras habilidades son lo que nos ha faltado estos meses para poder desenterrar un tesoro. Un enorme cofre repleto vasijas de oro, que el padre de mi padre guardó cerca de estas dunas. Nunca me ha hecho falta, pero en vista de que los Kabutomushi quieren más y más pasta cada mes, pues me temo que es la única salida.
—Pero: ¿y la criatura?
—He allí el quid de la cuestión, mi querido Hoshu ¡Hahahararara! —Mirogu abrazó a los dos genin, y les hizo girar en súbito hacia el otro extremo del galpón—. estos dos jovenzuelos nos ayudarán con sus fantásticas técnicas ninja a matar al escorpión gigante que decidió anidar en donde mi abuelo enterró el cofre. Una vez podamos entrar sin peligro alguno, tomamos las cosas, se la entregamos a los carroñeros y listo. Ustedes podrán irse, y nosotros seguir comerciando en nuestras rutas sin que los hijos de puta nos vuelvan a atacar por no haberles pagado el mes pasado.
Kaido miró a Riko.
—Parece que estamos aquí para solucionar todos sus problemas, no crees; ¿compañero?
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Riko esperó una respuesta que no se hizo de rogar, lo que Mirogu quería era utilizar a los dos genin para ayudarle a desenterrar una especie de tesoro. Visto así, podría ser algo divertido e incluso, útil como entrenamiento, por lo que, en un principio, el Senju hizo un esbozo de sonrisa, como dando el visto bueno al plan.
—Pero: ¿y la criatura?
El peliblanco se revolvió en su sitio, aquello ya era tema aparte, no solo tenían que desenterrar un tesoro, tenían que deshacerse de una criatura que lo custodiaba, y que, viendo lo visto, era la causante de que Mirogu no pudiera hacerse con el tesoro por sí mismo.
...matar al escorpión gigante...
A partir de ahí, no prestó demasiada atención, iban a enfrentarse e un jodido escorpión gigante, y lo peor de todo, es que Kaido parecía de lo más tranquilo.
—Parece que estamos aquí para solucionar todos sus problemas, no crees; ¿compañero?
Riko le devolvió la mirada, una mirada llena de inseguridad, era un recién graduado, y se iba a enfrentar a un bicho enorme, aquello era demasiado peligroso, pero, en aquella situación, no le quedaba más alternativa.
— E-Está bien, os ayudaremos, pero a cambio, cuando terminemos, tendréis que escoltarme hasta mi hotel al otro lado de la ciudad, me he ganado algún enemigo viniendo hacia aquí, y no parecía tener problema en matar a un crío... — El Senju trataría de asegurarse un poco, quería volver de una pieza a Uzu. — ¿Dónde tenemos que ir?
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Mirogu soltó sonriente y conciliador a los muchachos, y se postró frente a Riko. Le tomó la mano, se la estrechó y le miró fijamente a los ojos.
Parpadeó un par de veces, y habló.
—H-e-c-h-o
—Pero primero lo primero. Agua, mucha agua. Y comida, que es lo que menos se merece nuestro colega aquí presente —le señaló con su azulada mano—. unos dangos. Frutas. Lo que sea que tengas en ésta pocilga, ¿por favor?
Kaido buscó acomodo en uno de los taburetes más cercanos, y la gente comenzó a esparcirse en sus propios deberes. Hoshu probablemente habría ido a tomarse una ducha, y Mirogu-san se fue con su gente a planificar lo que sería el asalto al jodido escorpión gigante.
Sin rastros de Yarou-dono, y con algo de tiempo antes de embarcarse en tan peligrosa tarea; Kaido creyó conveniente fraternizar un poco con el peliblanco. Tan sólo conocía su nombre, y si iban a morir intentando derrotar a la aberrante criatura del desierto, querría hacerlo sabiendo un poco más de su colega.
—Oye Riko, cuéntame una cosa. ¿Qué edad tienes? ¿llevas mucho siendo genin?
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—H-e-c-h-o
El hombre, sin dudarlo ni un segundo aceptó los términos del Senju que, en ese momento, se sintió como el mayor negociador de la historia, quizás tendría que dedicarse a ello.
En ese momento, su acompañante puso sus propios términos, que pasaban por una buena comida, con un abundante acompañamiento de agua, que al parecer, le era de vital importancia, un dato que tendría que apuntar para cualquier otra ocasión en la que se volviera a encontrar con el hombre escualo.
Ambos genin se dirigieron hacia unos taburetes donde se colocaron, esperando que la comida les llegase y así poder llenar sus ya vacíos estómagos, que teniendo en cuenta lo que iban a hacer en no demasiado tiempo, necesitaban recuperar todas las fuerzas que pudieran.
—Oye Riko, cuéntame una cosa. ¿Qué edad tienes? ¿llevas mucho siendo genin?
Aquella pregunta le sorprendió, llevaban ya un buen rato juntos y no sabían nada más que el nombre del otro, lo que, a priori no era suficiente como para formar equipo en algo tan arriesgado como enfrentarse a un bicho enorme.
— Pues tengo trece años, y... si no me equivoco me gradué hace unos cuatro o cinco meses. — Respondió, tratando de recordar con exactitud el tiempo. — ¿Y tú? Porque no te voy a mentir, pareces más... mayor que yo — Preguntó el joven, curioso.
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