Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Y llegamos a la puerta de la villa. Me arrodillé ahí mismo y empece a besar el suelo. Pero solo piquitos, que tampoco es que me enloqueciese.
— ¡Hemos vuelto a casa! ¡Por fin! — me levanté tan de golpe como me había tirado al suelo y me acerqué a un hombre que pasaba por ahí. — Perdone, ¿en qué año estamos?
— El 217...— la mirada del señor se desvió a mi cuello, el muy marrano. — ¿Y tú eres un shinobi?
Le ignoré y él siguió su camino pensando que estaba loco. Cogí a Stuffy que estaba oliendo una caca que acababa de depositar él mismo y lo zarandeé.
— 217, Stuffy. ¿En qué año nos fuimos? — ladrido, ladrido, gruñido. — Pues si no lo sabes tú que para eso te pago ya me contaras. Así jamás sabremos si hemos atravesado algún agujero de gusano.
Volví a coger la enorme bolsa que había dejado en el suelo al besarlo y me puse en marcha. Stuffy arañó el suelo con las patas traseras enterrando levemente su cagada, aunque eso solo servía para que se viera menos y la gente la pisase sin darse cuenta de lo que pisaban, lo cual era maldad en estado puro.
— Yo de ti controlaría el esfinter, no sabemos si han aceptado una ley para colgar a los perros que se cagan en medio de la calle en nuestra ausencia.
Contestó algo en perruno, pero un olor había cruzado mis fosas nasales, un olor conocido de una persona conocida. Despues de tantos meses de olores a comida y a perro mojado mis pies se movieron solos para acercarse a ese olor conocido y agradable, sobretodo agradable. Esquivaba a la gente al mismo tiempo que avanzaba a toda velocidad hacia la joven kunoichi en cuestión.
En breves me planté ante ella y la estreché entre mis brazos aspirando profundamente por la nariz, despues la solté dejandola libre de nuevo y exhalé lentamente. Ahora estaba mucho más tranquilo, sin embargo, Eri igual estaba algo más tensa, porque digamos que no estaba en condiciones optimas para dar ni recibir ningún tipo de acercamiento a otro ser humano. Los pantalones habían aguantado honorablemente y apenas tenían mella, pero la camiseta era otra historia. Estaba la mitad raida y el olor, un olor a mapache recien frito si en vez de aceite para freirlo se hubiese usado orina de perro. Y no es que sepa a que huele eso ni nada... No...
Iba de camino hacia las puertas de la villa de forma tranquila, agradeciendo que el clima le estuviese dando un respiro de tantos días de sol y calor pues aquella jornada estaba siendo especialmente fresca, lo que agradaba a la pelirroja. Adoraba que su cabello se meciese gracias al viento además de poder disfrutar de un paseo sin empezar a sudar a los tres pasos.
Definitivamente aquel era su clima.
Deseosa de poder recoger unas hierbas que observó el otro día crecer en las puertas de la villa —seguramente muy comunes, pero por algo se empezaba a investigar—, reconoció una cabellera castaña a lo lejos, sin embargo debería ser imposible pues desde su graduación no había visto a aquella persona. Pero el perro que acompañaba a la silueta en cuestión lo terminó por delatar. Y antes de que pudiese decir nada él ya estaba frente a ella, abrazándola como si la vida dependiese de aquello. Eri no pudo agradecerlo porque un olor a excremento mezclado con animal muerto se coló por sus fosas nasales, haciéndola comenzar a toser de manera incontrolada.
No deshizo el agarre más por haber estado atenta a no asfixiarse antes de por ser grosera, así que cuando se separó, pudo comprobar que incluso el champú con el que se duchaba y que le dejaba un buen olor todos los días había desaparecido pasando a uno más rancio y apagado.
— ¡Eri-chan! ¿Qué tal? ¿Qué te cuentas?
—H-ola —tosió—.Nabi-san...—volvió a toser—. Me alegro de volver a verte en la villa... —aguantó el aire unos segundos —. ¿Pero por qué el olor a perro muerto? No te ofendas, por favor. —alegó mirando al perro que se encontraba justo al lado de su dueño, seguramente se hubiera tirado a abrazarlo y a mimarlo como si fuese su propio hijo, pero el olor que desprendían ambos era horrible —. ¿Por qué no os dais una ducha y luego hablamos? Deberéis estar cansados...
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
—H-olaNabi-san.... Me alegro de volver a verte en la villa... ¿Pero por qué el olor a perro muerto? No te ofendas, por favor.¿Por qué no os dais una ducha y luego hablamos? Deberéis estar cansados...
— No te preocupes, lo pienso yo constantemente. Pero el perro sigue vivito y tuerteando. Bueno, pues voy un momento a casa y vamos a cenar algo por ahí. En un rato largo, más bien, paso por tu casa a buscarte sino estate por los alrededores y ya te encontraré.
Cogí la bolsa que llevaba de viaje y marché a mi casa para soltarle todo, literal y metaforicamente. Por suerte, era media tarde, por lo que tardar un par de horas tampoco estaría mal visto, porque coincidiría con la hora de cenar.
Lo que yo esperaba era llegar soltar la bolsa, saludar, ducharme y salir por la puerta. Pero el mundo había cambiado mucho más de lo que pensaba, mucho mucho mucho más. Lo de Shiona ya lo había oido, pero todo lo demás era como un extra, un extra que daba mucho mal rollo.
Me dejaron la cabeza loca y me dijeron que no tocase el tema a menos que fuera realmente indispensable en mi "cita". Tardé un par de horas en plantarme en la puerta de Eri. Di con los nudillos en la puerta y esperé tranquilamente, sin darle mayor importancia a lo que me habían dicho mis padres.
Nabi accedió a marcharse para poder darse una ducha y poder oler como una persona normal. Eri incluso pensó en ofrecerle su hogar para hacerlo, sin embargo seguramente sus padres estuviesen preocupados y con ganas de saber cómo estaba su hijo, así que accedió a cenar con él y ambos se fueron a sus respectivas casas.
• • •
Después de todo el tiempo que le había dado Nabi para esperarle, se dedicó a guardar bien las hierbas que al final había podido recoger, recoger un poco su pequeño apartamento y cambiarse de ropa a una mucho más casual: un pantalón corto oscuro, una camiseta de media manga de color rojo con el símbolo de su clan estampado en uno de los laterales inferiores y sus típicas botas ninja. Su pelo seguía recogido en dos coletas altas pero su bandana no se encontraba en su lugar, pues sentía que no sería necesaria para aquella noche.
Justo cuando pasaba de página a uno de los libros que tenía pendiente por leer alguien llamó a la puerta, y su estómago rugió, demandante de comida. Se levantó y dejó el libro en la mesa para acercarse a la puerta y abrir.
—Veo que eso de en un largo rato lo has tomado al pie de la letra —bromeó mientras se apoyaba en el marco de la puerta —. ¿Nos vamos o quieres pasar? ¿Y Stuffy?
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—Veo que eso de en un largo rato lo has tomado al pie de la letra. ¿Nos vamos o quieres pasar? ¿Y Stuffy?
— Sí, perdona, ya me imaginaba que mis padres me iban a contar su vida pero no me esperaba que encima se hubiese liado tanto durante mi ausencia. ¿Qué dices, Stuffy? ¿Quieres echarle un ojo a la casa de Eri-chan?
El perro ladró afirmativamente y pasó tan contento con la lengua fuera.
— ¡Que era coña! No entres en la casa de una dama con tanta tranquilidad, hombre.
Se paró, ladró afirmativamente de nuevo y salió como había entrado, sentandose a un lado y rascandose la oreja con la lengua fuera todavía.
— Ains, va a estar así toda la noche. Hace tanto que no se bañaba de verdad que está medio alelado, entre eso y que él ya es medio lelo, pues ahí está.
Le señalé y ni se enteró, estaba mirando al infinito sin prestar atención ni decir ni media.
— Sí, perdona, ya me imaginaba que mis padres me iban a contar su vida pero no me esperaba que encima se hubiese liado tanto durante mi ausencia. ¿Qué dices, Stuffy? ¿Quieres echarle un ojo a la casa de Eri-chan?
El perro ladró algo mientras salía de detrás de su dueño y entraba como Pedro por su casa en la de ella. No le importaba en lo absoluto pues adoraba a los animales, así que se agachó quedando a la altura del animal y lo observó con detenimiento hasta que su dueño le regañó para que saliese del lugar justo como acababa de hacer a la inversa.
—No te preocupes, adoro a Stuffy —dijo la joven mientras acercaba una mano al can, acariciándole la cabeza —. ¿Quién es un buen perrito? ¿Quién? —preguntó con un tono alegre y agudo mientras acariciaba con alegría al perro. Luego se levantó y se arregló la camiseta que acababa de arrugar sin querer.
Miró a Nabi y sonrió. Sabía que, al igual que con Datsue, no había hablado casi nada con él, lo justo y necesario para relacionarse en la academia y podía que un par de paseos con Stuffy por el patio. Pero ya está. Luego se enteró que se marchó de viaje y justo el día que ella salió, lo vio volver. En eso se resumía su corta relación.
Aunque bueno, nunca era tarde para forjar una amistad.
—¿Dónde vamos a cenar? La verdad es que parece que hayan pasado siglos desde que no como nada de fuera, ¡y tengo un hambre...!
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El perro se dejó hacer a manos de Eri lo que ella quiso, aunque despues volteó la cabeza buscando al perro del que ella estaba hablando. Y cuando no lo encontró volvió a mirarla con la lengua fuera, seguramente a esas alturas ya se hubiese olvidado de qué le había preguntado.
—¿Dónde vamos a cenar? La verdad es que parece que hayan pasado siglos desde que no como nada de fuera, ¡y tengo un hambre...!
— ¿No comes nada de fuera? ¿Tienes un huerto y un corral en casa?
Podría parecer una broma, pero lo decía en serio. Si acababa de decir que no comía nada de fuera, es que lo comía todo de dentro, ¿no iba a comprar? ¿De donde sacaba el bacon? Era imposible que tuviese cerdos en ese sitio tan pequeño y era aún más imposible sobrevivir sin bacon, eso era como echarle cebolla a una salsa, una puta locura. A menos que la trituraras o algo, o le dieses sabor a bacon con chakra.
— Sobre donde comer, eh... Bueno, no tengo ni idea de qué seguirá abierto a estas horas, ni en este tiempo. Para mi esto es como viajar en el tiempo, esta villa es demasiado moderna para mi.
— ¿No comes nada de fuera? ¿Tienes un huerto y un corral en casa?
—Eh... Oh... No bueno, yo... —Nabi acababa de dejarla en blanco. Parecía no haber pillado lo que acababa de decir, así que se encontró con la mano arriba y con la boca entreabierta, sin saber bien qué contestarle —. Déjalo, vayamos a comer ya que tengo hambre.
Cerró la puerta con llave y se la guardó en el bolsillo del pantalón. Se llevó ambas manos a la espalda y comenzó a bajar las escaleras que llevaban a la calle junto con Nabi y el can de pelaje oscuro.
— Sobre donde comer, eh... Bueno, no tengo ni idea de qué seguirá abierto a estas horas, ni en este tiempo. Para mi esto es como viajar en el tiempo, esta villa es demasiado moderna para mí.
—Está bien, conozco un buen puesto de fideos aquí cerca, suelen cerrar tarde y el propietario es muy majo conmigo.
Recordaba que solía frecuentarlo al principio de su escapada, cuando no sabía ni freír un triste huevo. Desde entonces los fideos se convirtieron en una de sus comidas favoritas. Una vez aprendió a cocinar dejó de ir tan de seguido, sin embargo el señor Hideo seguía siendo amable con ella. Y le hacía descuentos.
—Está a un par de calles, a unos cinco minutos andando, está bien para dar un paseo —informó la joven mientras señalaba el camino —. Bueno, cuéntame, ¿qué hiciste a lo largo de todo tu viaje?
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—Está bien, conozco un buen puesto de fideos aquí cerca, suelen cerrar tarde y el propietario es muy majo conmigo.
— Donde tú quieras, Eri-chan.
Empezamos a andar detrás de la pelirroja que tomó la delantera, Stuffy iba a un lado suyo y yo al otro, el muy cabrón ya me había abandonado por un olor más agradable. No le dije nada, pero estaba claro que no prestó atención a lo que dijo Eri, que ibamos a un sitio de fideos. Comida que él no podía comer.
—Está a un par de calles, a unos cinco minutos andando, está bien para dar un paseo. Bueno, cuéntame, ¿qué hiciste a lo largo de todo tu viaje?
— Sobrevivir, básicamente, no es algo que debería detallar ante una chica, podrías acabar echando más comida fuera de tu cuerpo de la que vas a meterte ahora. Así que cuentame tú, ¿qué has estado haciendo?
Ahora los recuerdos de vivir yendo de mierda hasta el cuello literalmente parecían incluso nostalgicos, sabiendo que ahora tenía que volver a vestirme e ir limpio por el mundo. Aunque la compañia y la comida merecían la pena. Sobretodo si la compañia era una hermosa kunoichi pelirroja, seguro que muchos se morirían de envidia.
— La verdad es que te veo muy bien, aunque esperaba que hubieses crecido más, me refiero a que ¿no es ahora cuando os crecen los pechos a las chicas? Porque tú estás igual.
La chica se cruzó de brazos y frunció el ceño, claramente no satisfecha con la respuesta que el castaño le había dado. Sin embargo pensó que si seguían hablando a lo largo de la noche, algo se escaparía por aquella boca, o eso o aprendería hablar perruno y se lo preguntaría al can que acompañaba a los dos jóvenes.
—Así que cuéntame tú, ¿qué has estado haciendo?
—Si te soy sincera, no mucho —se sinceró ella —. Aún no domino del todo el Fuuinjutsu, así que me quedé días enteros con mi hermano practicando, he realizado un par de misiones, no muchas... Viajé hasta el Torneo de los Dojos, donde fueron un montón de genin de otras villas y se pelearon, al final ganó Uchiha Akame, ¿lo sabes, no? —preguntó, aunque su voz no sonó entusiasta, sino neutra. Era como si le estuviese relatando algo, en vez de contárselo desde su experiencia, decidió omitir todo lo de los Kages, aquel no era sitio ni lugar para hablar de ello.
— La verdad es que te veo muy bien, aunque esperaba que hubieses crecido más, me refiero a que ¿no es ahora cuando os crecen los pechos a las chicas? Porque tú estás igual.
A Eri se le hinchó la vena de la frente, aquella frase no le había sentado bien.
—Será porque aún no he pegado el estirón, o algo —respondió con voz seca —. Tu tampoco has cambiado, es más, hueles igual y se te escucha a dos kilómetros de aquí.
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—Será porque aún no he pegado el estirón, o algo. Tu tampoco has cambiado, es más, hueles igual y se te escucha a dos kilómetros de aquí.
— Pero lo mio es bueno y lo tuyo...
Me quedé un poco pillado porque realmente no tenía ni idea de qué ventajas podían tener las tetas grandes, ni siquiera sabía como funcionaba eso. Así que eché el resto mentalmente, que no era mucho.
— No sé, en clase se dijo una vez que las kunoichis usais esas cosas para acercaros al objetivo y entonces rebanarle el cuello. A mi, por ejemplo, que se me escuche a dos kilometros me ahorra tener que comprarme un comunicador.
Le dije alegremente mientras caminabamos hacia el restaurante, totalmente inconsciente de lo que realmente estaba diciendo y pensando en el buen tiempo que tiene que hacer en Chuchelandia en esta epoca del año.
— No sé, en clase se dijo una vez que las kunoichis usais esas cosas para acercaros al objetivo y entonces rebanarle el cuello. A mi, por ejemplo, que se me escuche a dos kilometros me ahorra tener que comprarme un comunicador.
La joven comenzó a sentirse ofendida. ¿Y ella qué sabía por qué no le habían crecido los pechos? ¿Y por qué no había heredado las curvas de su hermana? ¡No era su culpa! Era sus hormonas y su cuerpo en general, no por culpa de que ella no quisiese, ¡porque quería! Se cruzó de brazos, claramente molesta, y desvió la mirada, clavándola en las paredes de piedra que se encontraban al otro lado.
—Pues no lo sé, será porque soy defectuosa, o algo —murmuró.
Pronto llegaron al restaurante. Que más que un restaurante era un pequeño puesto con varios asientos cercanos a una barra de madera. El puestecillo era un local pequeño, accediendo a él corriendo una cortina y entrando directamente a un lugar cálido, de colores vivos y con un olor a fideos que podías reconocer a un kilómetro de allí. Cuando Eri corrió la cortina saludó al hombre que se encontraba de espaldas y a la señora que tranquilamente apuraba su bol.
—Buenas noches, Hideyoshi —saludó al dueño mientras tomaba asiento, palpando el que se encontraba a su lado para que Nabi lo ocupase —. Hoy vengo acompañada.
—¡Vaya! Hola muchacho, un placer conocerte, los amigos de Eri siempre son bien recibidos, aunque nunca trae ninguno...
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—Pues no lo sé, será porque soy defectuosa, o algo
En ese punto hasta mis alarmas fundidas y de colores poco llamativos empezaban a encenderse, ¿la había ofendido? ¿Por qué? Solo había hablado de que tiene tetas manejables y no protuberancias que solo sirven para que los salvajes y poco educados hombres que tenía que matar se enajenasen.
— Bueno, tampoco es algo realmente malo, así puedes moverte con más soltura y no vas con dos cosas colgando y rebotando constantemente.
Sin embargo, prontamente llegaríamos al restaurante, que era un pequeño y apacible puesto de ramen con una barra y taburetes. Solo había una señora de clienta y un hombre tras la barra. Eri se sentó tras saludar y yo la imité, sentandome a su lado.
— Buenas noches, Hideyoshi-san. Me llamo Inuzuka Nabi y éste es Stuffy.
Le señalé al perro que entró detrás nuestro sentandose entre Eri y yo en el suelo mirando por debajo de la cortina a la gente que pasaba por la calle.
Aunque Nabi hubiese dicho aquellas palabras, ella no se había sentido bien, así que simplemente suspiró y dejó el tema pasar de largo. Todavía le quedaban unos años para lograr terminar su desarrollo, ¿no?
Cuando llegaron Nabi saludó a Hideyoshi y él le saludó también. Hideyoshi era un hombre con una barba de tres días y de pelo revuelto y oscuro, de piel un poco morena y un cordón anudado a su frente. Sus ojos eran un misterio porque siempre los mantenía cerrados, aunque veía a la perfección todos los detalles de sus platos...
—¡Un placer, joven Nabi! —exclamó mientras llenaba un cuenco de fideos recién hechos—. ¿Lo de siempre, no, Eri? —preguntó a la chica.
—¡Y que sea doble hoy, por favor! —exclamó mientras apoyaba sus codos en la barra, esperando por su pedido —¿Tu qué quieres, Nabi-san? —preguntó al chico mientras miraba su vista, dejando caer un poco su cabeza, logrando que sus cabellos se desparramasen por su rostro.
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—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
—¡Y que sea doble hoy, por favor!¿Tu qué quieres, Nabi-san?
— Lo mismo que tú, hace tiempo que no como fideos así que me comería lo que fuera. ¿Vienes mucho aquí?
En sitios desconocidos me parecía bastante a mi perro en cuanto a expresión, aunque con la diferencia de que yo no sacaba la lengua. Sonreía y miraba fijamente a Eri esperando su respuesta como si fuera el oro más puro que iba ver en este mundo.