La Sarutobi se había envalentonado demasiado. Seguramente eso de sentirse líder provisional de éste improvisado equipo se le había subido un poco a la cabeza. Pero tampoco era para menos, si la mas valerosa del grupo se echaba para atrás, ¿qué podían esperar del resto? Evidentemente, también lo harían. Las razones por las que no retrocedió estaban mas que claras, no podía.
La silueta frente a ella parecía tenerla cruzada entre ojos. Su mirada la atravesaba, llevándola al mismo infierno, o al menos éso se podía intuir. Poco podía verse, mucho menos oírse. La chica había tenido la maravillosa idea de romper el silencio, aún mas. Sus palabras resonaron mucho mas de lo que jamás hubiese deseado, pero ya no tenía solución. Tras de ella, Mogura le había seguido, y había hecho un gesto a Len para que no quedase demasiado atrás. Irónico, comentó que nunca había escuchado de una celebración de éste tipo. Poco tardó Len en hacer su propia versión del chiste, alegando que era la fiesta de cumpleaños mas siniestra a la que recordaba haber ido.
Si las luces hubiesen enfocado bien la cara de la Sarutobi, Len habría podido ver en ella una mirada mas tétrica y vil que la del encapuchado del final de la sala. Fulminaba por completo al albino, de una manera intensa y directa.
«¿Por qué diablos no deja de decir sandeces y se viene aquí?»
Inocente la Sarutobi, que pensó justo en lo que el chico iba a hacer tras el chiste apoyado en el marco de la puerta. Len fue a dar un primer paso, pero de pronto su caminar fue fugazmente exterminado. Totalmente de improvisto, la bandada de cuervos se encontraba a su alrededor. Se había vuelto desmesuradamente grandes, y estaban demasiado pegados los unos a los otros. De entre ello, una mano era la culpable de la retención del chico, no los mismos cuervos. Entre graznidos y plumas, el brazo lo sostenía con una fuerza muy superior a la suya, tomándolo poco mas alto del codo izquierdo. Sin mas, la transformación tuvo éxito, y donde antes habían cuervos, ahora había un hombre de mirada rojiza.
Sus ojos eran rojos como los de la Sarutobi, pero éstos presentaban aún mas expresión —y para nada buena— tan densos y profundos, que parecían contener un centenar de cadáveres bajo éste tono carmesí. Su cabellera era negra azabache, algo alborotada, de cabello liso, y de un tamaño no muy superior a los cuatro dedos en su mayor parte. Vestía de manera similar a los del interior de la sala, pero en éste caso sus ropajes eran de un tono marrón que casi rozaba el color caqui.
—No entréis! Ellos son los malos! Devoraron las cabras, y destruyeron la aldea! Son diablos!— Anunció con motivo de su presentación.
Al fondo de la sala, por contra medida, la situación no quedaba tal y como citaba el recién aparecido. —Necios! Habéis abierto las puertas, ahora el diablo puede salir de la aldea! Él es quien se comió a todas las cabras! Él y sus malditos cuervos!
Lo único que quedaba claro, era que no iban a estar de acuerdo el uno con el otro. Ambos se tachaban como diablo, causante de las desgracias de la aldea. Como mínimo, uno de los dos bandos habían acabado con la vida de todo animal. ¿Qué quedaba pues de la misión? La Sarutobi quedó de hielo por un segundo, y eso que era puro fuego.
—Qué dolor de cabeza... ¿Por qué diablos contratáis shinobis si teníais pensado comeros las malditas cabras?— Se quejó la kunoichi mirando despectivamente a ambos.
—Salid y os daré las respuestas! pero si os quedáis dentro, seréis pasto de las arañas!
A todo ésto, Len continuaba agarrado por el susodicho tipo de ojos rojos. Mientras que el resto de la sala no parecía haber movido ni un solo dedo. Ni tan siquiera el encapuchado del final de la sala había acudido a ayudar o algo similar, se deleitaba tras el juego de sombras.
—Poned la puerta como estaba y entrad, él diablo no puede entrar en éste edificio! Hacedlo y os daré las respuestas que buscáis!
Sin duda, aquí había tensión entre ambos bandos, y ninguno parecía querer retractarse en sus palabras. La kunoichi alternaba miradas entre ambos, sin saber muy bien a quién creer. —Suelta a nuestro compañero primero, para empezar.
Pero el agarre no cesó.
La silueta frente a ella parecía tenerla cruzada entre ojos. Su mirada la atravesaba, llevándola al mismo infierno, o al menos éso se podía intuir. Poco podía verse, mucho menos oírse. La chica había tenido la maravillosa idea de romper el silencio, aún mas. Sus palabras resonaron mucho mas de lo que jamás hubiese deseado, pero ya no tenía solución. Tras de ella, Mogura le había seguido, y había hecho un gesto a Len para que no quedase demasiado atrás. Irónico, comentó que nunca había escuchado de una celebración de éste tipo. Poco tardó Len en hacer su propia versión del chiste, alegando que era la fiesta de cumpleaños mas siniestra a la que recordaba haber ido.
Si las luces hubiesen enfocado bien la cara de la Sarutobi, Len habría podido ver en ella una mirada mas tétrica y vil que la del encapuchado del final de la sala. Fulminaba por completo al albino, de una manera intensa y directa.
«¿Por qué diablos no deja de decir sandeces y se viene aquí?»
Inocente la Sarutobi, que pensó justo en lo que el chico iba a hacer tras el chiste apoyado en el marco de la puerta. Len fue a dar un primer paso, pero de pronto su caminar fue fugazmente exterminado. Totalmente de improvisto, la bandada de cuervos se encontraba a su alrededor. Se había vuelto desmesuradamente grandes, y estaban demasiado pegados los unos a los otros. De entre ello, una mano era la culpable de la retención del chico, no los mismos cuervos. Entre graznidos y plumas, el brazo lo sostenía con una fuerza muy superior a la suya, tomándolo poco mas alto del codo izquierdo. Sin mas, la transformación tuvo éxito, y donde antes habían cuervos, ahora había un hombre de mirada rojiza.
Sus ojos eran rojos como los de la Sarutobi, pero éstos presentaban aún mas expresión —y para nada buena— tan densos y profundos, que parecían contener un centenar de cadáveres bajo éste tono carmesí. Su cabellera era negra azabache, algo alborotada, de cabello liso, y de un tamaño no muy superior a los cuatro dedos en su mayor parte. Vestía de manera similar a los del interior de la sala, pero en éste caso sus ropajes eran de un tono marrón que casi rozaba el color caqui.
—No entréis! Ellos son los malos! Devoraron las cabras, y destruyeron la aldea! Son diablos!— Anunció con motivo de su presentación.
Al fondo de la sala, por contra medida, la situación no quedaba tal y como citaba el recién aparecido. —Necios! Habéis abierto las puertas, ahora el diablo puede salir de la aldea! Él es quien se comió a todas las cabras! Él y sus malditos cuervos!
Lo único que quedaba claro, era que no iban a estar de acuerdo el uno con el otro. Ambos se tachaban como diablo, causante de las desgracias de la aldea. Como mínimo, uno de los dos bandos habían acabado con la vida de todo animal. ¿Qué quedaba pues de la misión? La Sarutobi quedó de hielo por un segundo, y eso que era puro fuego.
—Qué dolor de cabeza... ¿Por qué diablos contratáis shinobis si teníais pensado comeros las malditas cabras?— Se quejó la kunoichi mirando despectivamente a ambos.
—Salid y os daré las respuestas! pero si os quedáis dentro, seréis pasto de las arañas!
A todo ésto, Len continuaba agarrado por el susodicho tipo de ojos rojos. Mientras que el resto de la sala no parecía haber movido ni un solo dedo. Ni tan siquiera el encapuchado del final de la sala había acudido a ayudar o algo similar, se deleitaba tras el juego de sombras.
—Poned la puerta como estaba y entrad, él diablo no puede entrar en éste edificio! Hacedlo y os daré las respuestas que buscáis!
Sin duda, aquí había tensión entre ambos bandos, y ninguno parecía querer retractarse en sus palabras. La kunoichi alternaba miradas entre ambos, sin saber muy bien a quién creer. —Suelta a nuestro compañero primero, para empezar.
Pero el agarre no cesó.