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El lago de Amegakure se extendía tan impotente como siempre. Detrás de la colina, las gramíneas propias de los campos que rodeaban a la aldea se mecían suavemente con el viento y se agachaban con cada golpecito de gota de lluvia. Una pisada siguió a la otra y se plantó frente a las aguas de lo que había sido su hogar.
Suspiró, levantó la cara al cielo y se quitó la capucha de la capa de dos colores, dejándose bañar por el diluvio. Había echado tanto de menos aquél clima sin sol, aquella tormenta eterna... Y pensar que algunas veces había llegado a aborrecerla...
Suspiró, y puso un pie en el agua. Hundió el tobillo y la rodilla en el lago, y se preparó mentalmente para sumergirse.
El agua estaba turbia y aún no se había acostumbrado a abrir los ojos debajo de la superficie, pero se forzó a hacerlo y recorrió parte del lago en paralelo al puente de entrada a la villa. Giró la vista e intentó nadar hasta donde estaba el puente de acceso a la villa sin salir a respirar. Y una vez allí, subió y tomó aire de forma discreta, sacando sólo la boca y la nariz, antes de volver a hundirse. Acarició la pared de piedra con la palma de la mano y buceó abrazándose al muro recurriendo al subterfugio en su sombra, bajo las olas rompientes.
Calculó cuando había pasado el puesto de mando y salió a la superficie, despacio, despacio...
Una mano lo agarró de la capucha y lo lanzó hacia arriba volando. Pasó por encima del puente, confuso, donde le esperaba otro ninja canoso y de pelo corto que ya estaba haciendo sellos.
—¡Suiton: Teppoudama! —bramó, y escupió una rápida esfera de agua que se dirigió hacia Daruu a toda velocidad.
—¡Rasen: Shippai! —Daruu extendió la palma de su mano y emitió por ella un estallido de chakra de color esmeralda, que chocó contra la bala acuática y la hizo estallar, redirigiendo además el líquido que contenía hacia el ejecutor de la técnica, que no sufrió daños pero cayó de espaldas.
Vio con el rabillo del ojo, por la izquierda, como el otro hombre se le acercaba empuñando un bastón. Inclinó la espalda hacia atrás y esquivó el embite, sujetó el bastón y tiró hacia abajo mientras le ponía la zancadilla, derribándolo al suelo también.
Pero el otro se había levantado y le había lanzado otra bola de agua, que le dio de lleno en la cara y lo arrojó a él al suelo.
—Ay... ay... Buena esa.
—Espera, esa placa... ¿Tú eres de Amegakure? ¿Qué hacías intentando infiltrarte, imbécil?
—No te fíes, Dan... Seguro que es un espía extranjero. Recuerda las órdenes, máxima precaución.
—Parad el carro, parad... Sí, sí, soy Hanaiko Daruu. Amedama Kiroe es mi madre. Esperad, tengo... tengo una acreditación... —Daruu se levantó, y aunque las caras de los dos ninjas delataban una confusión creciente, seguían en guardia. El muchacho sacó del bolsillo un folio plastificado con el sello del País de la Tormenta y lo arrojó entre los dos.
El tal Dan se agachó para cogerlo y empezó a leerlo.
—¿Y qué pasa, que los documentos no se pueden falsificar? Mira, conozco a Kiroe-senpai, pero podrías estar haciéndote pasar por su hi...
Dan chasqueó la lengua y arrojó de nuevo el papel a Daruu.
—Tiene razón. Si yo mismo le sellé el permiso hace un año ahora que caigo, coño. Es el que se fue con el chucho, ¿no te acuerdas?
El otro lo observó unos instantes, y se dio la vuelta, malhumorado, dirigiéndose de nuevo a su puesto.
—Bah, haz lo que quieras, si luego nos mata a todos o algo la culpa es tuya.
—Sigo sin entender por qué nos haces perder el tiempo, chico. ¿No ves el susto que me has pegado? —espetó Dan.
—Seremaru siempre dice que hay que probar tus habilidades de vez en cuando, y no iba a andar infiltrándome en un sitio donde me pudieran matar. Al menos para esta aldea tengo acreditación, ¿sabes?
—¡Le estás hablando a un chunin, chico! Muestra algo más de respeto. ¿Crees que esto es un juego? ¡Podría haberte matado!
—Ahí estaba la gracia. Bueno... Lo siento mucho, ¿cómo te llamabas? Dan. Sí, eso, Dan. ¡Lo siento, pero no puedo quedarme a hablar! Tengo que hacer muchas cosas, empezando por saludar a mamá. ¡Hasta pronto!
El muchacho se perdió en el horizonte. Dan suspiró, y lánguidamente, volvió a su puesto. Antes de sentarse en la silla de guardia, dejó escapar una leve risilla.
—Je, las nuevas generaciones prometen.
—¿Decías algo, Dan?
—¿Eh? Qué va, qué va.
···
Horas después, caminaba por las calles de la aldea con una bolsa enorme de pastelillos en la mano. «¿Cuántos habrá? Uno, dos, tres, cuatro, cinco... seis, siete...? Jo-der, hay tantos que no puedo contarlos. Menudo recibimiento. Quizás podría darle alguno a Kori. Sí, seguro que me lo agradecerí...»
Kori. Ayame. ¡Ayame! Acababa de caer en la cuenta. Con todo lo que había pasado, se había olvidado de visitarla. Dio la vuelta cuando la calle se despejó y salió corriendo de nuevo en dirección a su calle. Pero pareció pensárselo dos veces unos segundos después, y, afligido, se paró en seco.
«¿Me... recordará?»
Había pasado un año. Ambos habían cambiado. ¿Se acordaría de él? Tal vez la muchacha hubiera estado muy ocupada en todo ese tiempo, haciendo misiones, entrenando... Conociendo a más gente...
«Dejamos todo aquello de lado... ¿recordará... el beso?»
Daruu empezó a pensar, empezó a recordar, se agobió y se dio la vuelta.
«No pudimos hablar después del torneo... No pudimos siquiera vernos. Yo... Yo me fui. ¿Pensará que la he abandonado? ¿Que he huído a propósito?»
Daruu no volvió a Amegakure después del torneo, sino que su madre insistió en que se fuera directamente con Seremaru, incluso había conseguido la acreditación de antemano.
Suspiró, y giró para meterse en el torreón de la academia.
···
Aquél fue el lugar donde peleó por primera vez contra Ayame. Aquella plataforma en lo alto del torreón. Había sido una buena pelea. Recordó entonces que también le debía una revancha, y que iba incluída en una apuesta con cierto hombre.
«Diantre... Demasiadas cosas en las que pensar. Creía que mi vuelta iba a ser más tranquila», maldijo interiormente, y se apoyó en la barandilla, observando su aldea una vez más.
«No ha cambiado mucho...»
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5/07/2016, 00:06
(Última modificación: 5/07/2016, 00:10 por Aotsuki Ayame.)
Kazeyōbi, 7 de Bienvenida del año 202
Amegakure. País de la Tormenta.
«Ya casi ha pasado un año.»
Aquel fue el primer pensamiento que la asaltó al despertar aquella mañana. Parecía que había pasado una eternidad desde entonces, pero al mismo tiempo era como si hubiera sucedido ayer mismo. Era una sensación muy extraña, pero fácilmente explicable. Era incapaz de olvidar cualquier detalle, por nimio que fuera, de aquel fatídico día.
Había muerto. Había sentido cómo le arrancaban la vida del cuerpo, había sentido cómo todo su cuerpo se desintegraba en una insufrible agonía que se había prolongado una interminable centésima de segundo. Y después había vuelto a la vida sin un sólo rasguño. Como si no hubiera sido más que una terrible ilusión o una terrible pesadilla. Pero no había sido ninguna de las dos cosas. Porque miles de personas habían muerto aquel día. Todas aquellas a las que aquel misterioso Hagoromo no había sido capaz de revivir a través del Ninshū...
Ayame suspiró con pesadez y se levantó de la cama.
Un año ya desde aquella calamidad. ¿Un año era mucho o poco tiempo? ¿Habría cambiado ella mucho desde entonces?
Aparte de su cabello, que se lo había dejado crecer a propósito durante todos aquellos meses, ella se veía exactamente igual... Aunque también era verdad que normalmente uno no se da cuenta de las maneras en las que el paso del tiempo va moldeando su cuerpo y alma.
Se vistió con su nueva indumentaria shinobi: un kimono tradicional de color azul oscuro ceñido que dejaba sus hombros al descubierto y se ceñía en la cintura por su habitual obi negro. Cubriendo sus brazos, dos mangas violáceas que se expandían desde al codo hasta sus muñecas, creando una amplia abertura al final de las mismas. Para terminar, sus pantalones negros ahora se veían acompañados de un faldón también violeta que formaba tres pétalos en su caída y que iba sujeto a la altura de la cadera por un fino cinturón amarillo.
No tenía un destino fijo, pero salió de casa igualmente. No soportaba estar encerrada entre cuatro paredes mientras su padre trabajaba en el hospital y su hermano estaba desempeñando su oficio como shinobi lejos de allí. Simplemente, no podía soportar la soledad.
«Me pregunto cómo le irá...» Un ramalazo de nostalgia apresó su corazón cuando se acordó de su compañero, de su mejor amigo.
Sus pensamientos debieron ser los que guiaron sus pasos inconscientemente, porque Ayame se vio de repente frente a las puertas del Torreón de la Academia. Tras algunos segundos de duda, decidió subir a una de las azoteas. Precisamente, donde había luchado contra él por primera vez.
Y, como aquel entonces, se sorprendió al descubrir que no estaba sola.
Y su corazón se olvidó de latir durante unos instantes.
Le había costado algunos segundos reconocerle. Estaba de espaldas a ella, contemplando la aldea apoyado en la barandilla. La capa que llevaba colgada de los hombros, la mitad de ella de un vibrante color esmeralda y la otra azul, ondeaba al son del viento que soplaba. Y así lo hacían sus cabellos, inconfundibles. Alborotados y rebeldes hacia el lado derecho de su cabeza sin ningún tipo de remedio.
—Da... ¿Daruu-san?
No le había vuelto a ver después de lo que había sucedido en el Valle de los Dojos, y durante unos instantes había entrado en pánico al pensar que podría haber muerto con la explosión, pese a que todos los demás habían revivido con ella. Sin embargo, fue Kiroe la que le comunicó que su hijo había partido definitivamente con Seremaru para llevar a cabo su entrenamiento. Aquella noticia la había aliviado profundamente; pero, al mismo tiempo, creó una dolorosa espina en su corazón.
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Escuchar su voz fue como escuchar por primera vez desde hace un año el canto de ese simpático pajarillo que siempre se posa en tu alféizar cada mañana después de haber estado tiempo lejos de casa.
Pero en Amegakure siempre llovía, y no había muchos pájaros.
Daruu se dio la vuelta, sorprendido, con el corazón bombeando sangre a toda velocidad. De pronto se vio un poco mareado. Demasiada casualidad. Mismo sitio, mismas personas. Justo el día que volvía desde hacía un año.
Abandonó todo pensamiento y se arrojó a los brazos de Ayame. La rodeó y la apretó como un niño a su inseparable peluche.
—¡Ayame! Ay, madre... ¡No esperaba verte aquí! Qué... —se separó y dudó un segundo—. Qué guapa estás, Ayame.
Tan guapa como le había parecido siempre, pero con menos miedo a lo que pudiera pasar por admitirlo; Ayame se había dejado crecer el pelo, pero por lo demás seguía siendo la misma chiquilla mona con ojos grandes. Su indumentaria de kunoichi había cambiado un poco, también. Pero seguía el mismo diseño qie de costumbre.
—Llevo mucho tiempo pensando en lo que pasó. Lo siento. Te has debido sentir abandonada, sobretodo después... después del beso.
»No sabes lo mucho que me he arrepentido de dudar. De no poder decirte un "espérame". Yo... de verdad me gustó. No quería irme, pero a Seremaru y a mi madre les pareció adecuado que partiera cuanto antes...
Suspiró y se apartó un poco.
Había pensado mucho tiempo cómo disculparse y también en lo que iban a hacer a partir de ahora si se reencontraban y comprobaba que Ayame seguía sintiendo por él lo mismo que él por ella. Pero también se había preparado para lo peor.
Que no fuera así.
—No sé si querrás saber nada de aquello después de todo lo que ha pasado... de todo el tiempo que ha pasado. Pero Seremaru me dijo que si de verdad sentía algo debía luchar por ello. Con cuidado. Pero no intentar ignorarlo. Bueno, dice muchas cosas y a veces se equivoca pero yo creo que otras muchas veces es muy sabio y... y...
No se había dado cuenta, pero estaba hablando a toda velocidad y gesticulando aún más rápido.
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Sobresaltado, el chico se dio la vuelta como un resorte al escucharla. Ayame ya sabía que era él, había sido imposible que no le reconociera pese a que no se habían visto desde hacía varios meses. Pero aún así su corazón le dio un vuelco cuando sus ojos se encontraron.
Y solo en ese momento se dio cuenta de lo que le había echado de menos...
Pero antes de que pudiera siquiera pensar en qué debería hacer a continuación, Daruu se le adelantó y la envolvió con un cálido abrazo en mitad de la fría lluvia.
—Daruu... —balbuceó, con un incipiente nudo en el pecho. Y alzó sus propios brazos, temblorosos, para agarrarse a él. Y los brazos de Daruu se estrecharon en torno a ella. Se sentía inmensamente feliz, y al mismo tiempo tenía ganas de llorar. ¿Qué era aquella sensación tan extraña?
—¡Ayame! Ay, madre... ¡No esperaba verte aquí! Qué... —Daruu se separó de ella, y pareció dudar durante unos instantes—. Qué guapa estás, Ayame.
Ella se sonrojó de manera instantánea. Y su primera reacción fue agachar la cabeza y asegurarse de que la bandana estaba firmemente atada en su frente.
—G... gracias... tú... t... —se mordió el labio inferior. Sentía como si le hubiesen prendido el rostro con una antorcha.
Por suerte, Daruu se había puesto a hablar atropelladamente, por lo que no tuvo que terminar la frase:
—Llevo mucho tiempo pensando en lo que pasó. Lo siento. Te has debido sentir abandonada, sobretodo después... después del beso —Ayame apartó la mirada, incapaz de desmentir aquella frase y al mismo tiempo tremendamente avergonzada—. No sabes lo mucho que me he arrepentido de dudar. De no poder decirte un "espérame". Yo... de verdad me gustó. No quería irme, pero a Seremaru y a mi madre les pareció adecuado que partiera cuanto antes...
—Y... yo... —Se mordió el labio inferior, odiándose a sí misma por sentirse de repente tan niña. Para colmo volvía a balbucear. Volvía a tener aquella opresiva sensación en el pecho. Felicidad y tristeza al mismo tiempo se agolpaban en su pecho. Quería llorar, quería reír, quería golpearle, quería...
—No sé si querrás saber nada de aquello después de todo lo que ha pasado... de todo el tiempo que ha pasado. Pero Seremaru me dijo que si de verdad sentía algo debía luchar por ello. Con cuidado. Pero no intentar ignorarlo. Bueno, dice muchas cosas y a veces se equivoca pero yo creo que otras muchas veces es muy sabio y... y...
Nunca le había escuchado hablar tan rápido, casi le era imposible seguir sus palabras. Nunca le había visto gesticular tan rápido.
—P... ¿Por qué no me escribiste siquiera? Yo... creía que... después de lo que pasó en el Torneo... yo...
Se abrazó a sí misma, incapaz de retener las lágrimas por más tiempo. Lágrimas de alegría, lágrimas de tristeza, lágrimas de alivio, lágrimas de rabia...
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—P... ¿Por qué no me escribiste siquiera? Yo... creía que... después de lo que pasó en el Torneo... yo...
Ayame se abrazó a sí misma, resultando evidente que estaba intentando no llorar sin éxito.
—¿Qué podía hacer yo? —Daruu apartó la mirada, incómodo, y también se puso a llorar como una magdalena—. Podría haberte escrito algo, ¿pero dónde lo envío? ¿A tu casa? Imagínate a tu padre cogiendo la carta y leyéndola. No quería causarte problemas sin estar yo aquí para que la pagase conmigo y no contigo...
Daruu intentó reír, pero sólo salió de él una tos muy fea.
—Pero da igual... —dijo—. ...yo también tenía miedo de que te hubieras olvidado de mí, o de lo que pasó, o que te lo hubieras replanteado. He estado aprendiendo muchas cosas con Seremaru, y... te tenía preparada una cosita.
Extendió la palma de la mano e hizo crecer una rosa. Pero esta vez no era una, eran dos, tres, cuatro, cada una de un color más exótico hasta formar un ramillete. Luego, una especie de tejido hecho de hoja, de color verde, se enrolló alrededor de las rosas configurando un bonito bouquet. Daruu tomó la mano de Ayame y le puso el ramillete encima. Cerró sus dedos y la miró a los ojos.
—Ahora que la pague conmigo si quiere. —La acercó para sí y la besó.
Fue un beso más largo y más tranquilo que el que habían tenido aquella vez. Menos impulsivo, menos pasional, pero más dulce. Sus nervios lo agradecieron.
Cuando se separó de Ayame, apartó la mirada, nervioso. Señaló a un banco que había cerca de la barandilla.
—Si no te importa mojarte con la lluvia, podemos sentarnos ahí y ha... hablar un poco de todo antes de... —Suspiró—. Bueno, ya lo sabes, ¿no? La apuesta.
Daruu se adelantó y se sentó en el banco. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, recostándose y dejando que la lluvia acariciara su rostro y su cabello.
—¿Has hecho alguna misión este año? Con todo lo del entrenamiento, yo no he podido, y para las pocas que hicimos juntos en su día, la verdad es que lo echo en falta —sugirió—. ¿Recuerdas cuando acompañamos a tu padre a esa charla sobre las vacunaciones? Lo pienso ahora y es que es para reírse.
Aquella había sido su primera misión. Recordaba perfectamente cada detalle, al milímetro. Durante el desayuno, su madre le había recriminado que llevaba ya semanas graduado y que no se había lanzado a por ninguna tarea, y por lo visto a Zetsuo le pasaba algo parecido con Ayame. De modo que ambos habían decidido que los muchachos acompañarían a Zetsuo en una visita a la Academia y que éste registraría la misión como una oficial de rango D para que sendos shinobi se estrenasen en el oficio...
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—¿Qué podía hacer yo? —respondió él, y cuando Ayame alzó la mirada para mirarle se sobresaltó al descubrir que él también lloraba—. Podría haberte escrito algo, ¿pero dónde lo envío? ¿A tu casa? Imagínate a tu padre cogiendo la carta y leyéndola. No quería causarte problemas sin estar yo aquí para que la pagase conmigo y no contigo...
Ayame se encogió ligeramente al pensar en su padre. ¿Qué habría hecho si una carta de Daruu hubiera caído en sus manos después de todos los encontronazos que habían tenido? ¿Qué habría pasado? ¿Qué habría pensado al respecto? No supo por qué, pero en ese momento rememoró las palabras que le había dirigido Hagoromo aquel fatídico día, aquellas palabras que afirmaban que sus enfrentamientos no les llevarían a ninguna parte y que profetizaban que Daruu y su padre acabarían siendo buenos amigos. Sin embargo, en aquellos momentos no podía tener muchas esperanzas al respecto.
Intentó responder, pero sólo un pesado suspiro brotó de sus labios. Daruu tosió abruptamente, ahogado en una silenciosa risilla.
—Pero da igual... —continuó—. ...yo también tenía miedo de que te hubieras olvidado de mí, o de lo que pasó, o que te lo hubieras replanteado. He estado aprendiendo muchas cosas con Seremaru, y... te tenía preparada una cosita.
—Tengo mala memoria para los nombres, pero sería incapaz de olvidarte... ¡resultaría absurdo! —exclamó Ayame, con las mejillas sonrojadas.
Pero Daruu extendió la palma de su mano a modo de respuesta, y Ayame le miró con cierta confusión. Para su completa estupefacción, y de una manera muy similar a como había ocurrido en su primer encuentro, una planta creció a partir de ella. Pero en aquella ocasión no fue un lirio. La flor que se abrió en su extremo era una rosa. Y a aquella la acompañaron varias más, y, como si de una extraña competición se tratara, cada una de ellas de un color más exótico que el anterior. Para cuando un último lazo de hierba selló el precioso ramillete y Daruu se lo puso entre las manos, Ayame tenía los ojos inundados de lágrimas.
—Ahora que la pague conmigo si quiere —sentenció, y entonces la rodeó con sus brazos y la besó. Una intensa descarga eléctrica despertó las mariposas que dormían en su estómago cuando sus labios se rozaron. Y fue un beso tan dulce que Ayame tuvo que agarrarse a su pecho con la mano libre para que sus temblorosas piernas no terminaran por hacerla caer al suelo.
Cuando se separaron, Ayame sentía como si su pecho hubiera estallado en fuego y le ardían las mejillas de tal manera que dejó de sentir la lluvia cayendo sobre su cuerpo.
—Si no te importa mojarte con la lluvia, podemos sentarnos ahí y ha... hablar un poco de todo antes de... —suspiró, y Ayame alzó la mirada sobresaltada. ¿Antes de qué? No creía posible que pudiera sonrojarse más pero estaba claro que se equivocaba—. Bueno, ya lo sabes, ¿no? —¡¿El qué demonios debía saber?!—. La apuesta.
La presión que había cargado su cuerpo se deshizo como un globo pinchado.
—¡Ah! ¡La apuesta! ¡Ya se me había olvidado! —suspiró, profundamente aliviada. ¿Pero en qué demonios estaba pensando? Por un instante sintió ganas de abofetearse a sí misma.
Daruu se había adelantado, pero Ayame siguió sus pasos y se sentó junto a él en el banco de piedra. Suspiró brevemente al sentir el frescor de la lluvia acariciando sus mejillas encendidas. Aunque el momento de relajación no duró demasiado.
—¿Has hecho alguna misión este año? Con todo lo del entrenamiento, yo no he podido, y para las pocas que hicimos juntos en su día, la verdad es que lo echo en falta.
Ayame se removió en el sitio, incómoda.
—La verdad es que no... Con todo lo que pasó en el torneo... Necesitaba tiempo para pensar, y no encontraba los ánimos para embarcarme en una misión. Aunque tampoco he estado parada. Papá, Kōri y mi tío no me han dado ni un solo respiro —se rio.
—¿Recuerdas cuando acompañamos a tu padre a esa charla sobre las vacunaciones? Lo pienso ahora y es que es para reírse.
Ayame, desde luego, soltó una carcajada. Aquel día había sido tan estrafalario y divertido al mismo tiempo que al echar la mirada hacia atrás no podía evitar reírse.
...
La primera misión es un acontecimiento muy emocionante para la vida de cualquier genin. Para cualquiera, menos para Ayame, que prácticamente se estiraba de los pelos cada vez que pensaba en que en cualquier día debería enfrentarse a una de aquellas tareas. De tan solo pensar en la humillación que supondría fallar su primera misión...
Y así fueron pasando los meses tras su graduación como genin. Y a cada día que pasaba, la crispación de su padre la ver la pasividad de su hija kunoichi crecía más y más. Hasta aquella mañana en la que la discusión estalló como una bomba de relojería y Zetsuo terminó abandonando la casa con un sonoro portazo.
Varias horas después, bajo mandato de una orden oficial firmada por la misma Arashikage, Ayame fue citada a mediodía en la plaza central de Amegakure.
Llegó puntual al lugar señalado, con cierta preocupación y sin apartar los ojos de la nota que llevaba entre las manos. En el papel no se le había indicado para qué requerían su presencia allí. ¿Acaso las autoridades se habían hartado también de que no ejerciera su profesión como kunoichi e iban a castigarla por ello?
Lo que ella no podía saber de ninguna manera, era que ella no había sido la única que había recibido aquella misteriosa carta...
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Caminaba por las calles de Amegakure. Llovía. Lo normal, vaya. Mostraba su mejor mohín de fastidio a todo viandante que se le cruzaba mientras los sorteaba de camino al lugar de reunión. Casi parecía que arrastraba los pies por el pulcro y brillante asfalto de una de las avenidas más abarrotadas. No literalmente, claro. Mientras se dirigía hacia allí, pensaba en ese tipo de cosas que a uno se le ocurren en la ducha. Ducha la que le estaba cayendo encima, por cierto, aunque no le importaba. Pensaba en cuánto dinero se tenía que ahorrar la aldea en servicio de limpieza. El suelo estaba limpio, sí, pero es que estaba todo el día diluviando. Así era fácil.
La conclusión a la que llegó cuando puso el primer pie en la plaza fue que el dinero que se ahorraba en la limpieza sin duda lo gastaba en arreglar los inevitables desperfectos que el temporal causaba de vez en cuando, pese a que los edificios estuvieran preparados para la lluvia de por sí.
Vio a Ayame allí de pie y se alegró un segundo, pero no el suficiente tiempo para que desapareciera la mueca en su cara, pues inmediatamente también recordó que Zetsuo no tardaría en llegar.
—Hulaaa... —dijo con desánimo, agitando la mano lentamente en señal de saludo—. ¿Aún no ha llegado tu padre?
Siempre había visto al padre de Ayame como un señor con muy mala leche. Parecía un veterano de guerra que buscaba espías con cada mirada. Para él, era aterrador, aunque a la vez, de alguna forma que le daba un poco de vergüenza, lo admiraba un poco.
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—Hulaaa... —fue su voz lo que la sobresaltó, y mayor fue su sorpresa cuando alzó la mirada y se encontró con la figura de Daruu acercándose a ella con la mano en alto y un desanimado saludo.
—¡Oh! Ho... hola —balbuceó con torpeza y enseguida reparó en que él también llevaba un papel. ¿Era posible que...? ¿Pero por qué?
—¿Aún no ha llegado tu padre?
Aquella pregunta consiguió desorientarla por completo.
—¿Qué? ¿Mi padre? ¿Para qué iba a venir aq...?
Pero ni siquiera fue capaz de terminar la frase. El aire se revolvió tras su espalda y una voz que ella conocía demasiado bien resonó, tenaz y dura como la roca:
—Para que mováis vuestros culos de una buena vez y trabajéis como los ninjas que sois.
Ayame se dio la vuelta como un resorte, y poco le faltó para chocar contra Daruu en su apresurado movimiento. Y es que ante ambos había aparecido de la nada la imponente figura de un hombre alto envuelto en un largo haori oscuro. Sus cabellos cortos, oscuros pero con ciertos tintes azulados desteñidos por el paso del tiempo, se mecían al compás del viento y de la lluvia. Una lluvia que parecía incapaz de aplacar a sus ojos aguamarina, afilados como los de un águila, y que los miraban con la misma dureza que aquella última mirada que le había echado aquella mañana antes de abandonar la casa con un sonoro portazo.
—¿Pero qué...? ¿Qué haces aquí? —preguntó, sin poder evitarlo, y de alguna forma sonó más insolente de lo que había pretendido. En respuesta, Ayame se llevó una nueva mirada recriminatoria que le hizo bajar la mirada, intimidada.
—Kiroe y yo nos hemos cansado de vuestra constante inactividad —soltó, sin ningún tipo de tapujo, y metió la mano en uno de sus bolsillos—. Así que tras una breve charla con Yui-sama hemos decidido que hoy os vais a venir conmigo.
Sin darles tiempo a réplicas, le lanzó a Daruu un objeto. Era un pergamino enrollado, y en el momento en el que lo desenrollara se encontraría con el siguiente mensaje:
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Ahí estaba, tan animado como siempre, tan mordaz como nunca. Aotsuki Zetsuo acababa de hacer acto de presencia, y su presencia era tan grande que Daruu tuvo que apartarse un poco para que no chocara contra él y lo tirara al suelo.
—¡¡Eeek!! —profirió el muchacho, y dio un saltito a un lado.
—Para que mováis vuestros culos de una buena vez y trabajéis como los ninjas que sois
Y de esta manera daba seca respuesta a la pregunta que Ayame le había hecho a Daruu unos instantes atrás.
Zetsuo era alto, muy alto, pero casi le parecía más alto por lo que imponía que por la estatura. Tenía nariz aguileña y las arrugas de la edad se confundían con algunas cicatrices de guerra que la experiencia como veterano shinobi le había servido. Ahora se dedicaba a curar a los heridos en el hospital, pero Daruu habría hecho lo que fuera para no encontrárselo en una consulta.
Kiroe y yo nos hemos cansado de vuestra constante inactividad —gruñó, y metió la mano en el bolsillo— Así que tras una breve charla con Yui-sama hemos decidido que hoy os vais a venir conmigo.
Zetsuo arrojó un pergamino a Daruu como quien le lanza una piedra a un enemigo. Daruu tuvo que moverse ágil para captarlo al vuelo, y aún así casi se lo come con los dientes. Desenrolló el papiro con delicadeza y leyó su contenido.
«Bla, bla a Aotsuki Zetsuo, bla bla hospital... bla... ¿vacunación? ¿niños del Torreón...? Dios santo, qué ridi...»
Sus ojos paseaban con desasosiego por las líneas y bailaban una balada triste con cada letra. Cuando terminó, le legó la misiva a Ayame para que se hiciera con la copla.
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Ayame miraba con curiosidad a su compañero mientras sus ojos se deslizaban a toda velocidad por la superficie del pergamino. Zetsuo, por su parte, los observaba con rostro inescrutable, como el científico que ve a un par de conejillos de indias por primera vez.
Tras algunos angustiosos segundos, Daruu le pasó el pergamino a Ayame. Y a medida que leía e interiorizaba cada palabra grabada, su rostro iba perdiendo el color paulatinamente.
—Esto... ¿es una broma? —preguntó, con un hilo de voz—. ¿Una misión?
«¿Mi primera misión? ¿Y es contigo?»
Y Zetsuo frunció aún más el ceño cuando se cruzó con los temblorosos ojos de su hija.
—¿Acaso tengo pinta de estar bromeando? Si tenéis algún tipo de problema con ejercer de una vez vuestro oficio como ninjas, creo que deberíais reconsiderar vuestra actitud desde vuestro pupitre en la academia —entrecerró los ojos, peligrosamente, y Ayame sintió un desagradable escalofrío trepándole por la espalda.
Antes de darles siquiera tiempo para responder, Aotsuki Zetsuo se dio la vuelta. Y, con la túnica arremolinándose en torno a sus piernas, echó a andar con paso ligero hacia la entrada del Torreón de la Academia.
Ayame ni siquiera tardó un par de segundos en decidirse. Tras mirar de reojo a su compañero, saltó tras la estela de su padre.
De ninguna manera pensaba dejar que le arrebataran la bandana que tanto tiempo y esfuerzo le había costado conseguir.
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Oh, no, claro que no era una broma. Daruu se encogió y puso cara de dolor. Miró a Ayame, luego a Zetsuo, y luego de nuevo a Ayame. Intercalaba las miradas como esperando que en cualquier momento la mano de su padre saliese escopetada hacia su mejilla. Ayame siempre había sido muy tímida, pero en aquella ocasión parecía muy osada.
—¿Acaso tengo pinta de estar bromeando? Si tenéis algún tipo de problema con ejercer de una vez vuestro oficio como ninjas, creo que deberíais reconsiderar vuestra actitud desde vuestro pupitre en la academia
—Sí, señor —dijo Daruu, respetuosamente, e hizo una reverencia. Lo último que quería era decepcionar a un superior en su primer día de trabajo oficial.
Dicho esto, comenzó a seguirle. Pronto vislumbrarían las cañerías y los balcones del Torreón de la Academia...
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29/07/2016, 22:24
(Última modificación: 30/07/2016, 00:17 por Aotsuki Ayame.)
Los tres shinobi se encaminaron hacia la silueta de la colosal torre que se recortaba contra la impecable lluvia de Amegakure. Algo más adelantado, Zetsuo caminaba con la seguridad propia de un líder. No parecía prestar atención a si los chicos le seguían o no, pero lo cierto era que, pese a todo, les tenía tan bien vigilados como el ninja que espera un posible ataque sorpresa en cualquier momento. Y consciente de que los genin no llevaban ningún tipo de protección contra la lluvia, los guiaba por debajo de tejadillos y algún que otro toldo. Llegando hasta el punto de dar algunos rodeos intencionados para evitar que acabaran empapados.
Por detrás Ayame seguía a su padre cabizbaja y con los hombros hundidos. No le importaba que la lluvia cayera de vez en cuando sobre ella, ni que sus pies terminaran en un charco algo más profundo de lo deseable. Ni siquiera miraba directamente a Daruu. Simplemente se había limitado a hundirse en sus propios pensamientos y maldecir su suerte una y otra vez. ¿Por qué su primera misión tenía que ser precisamente con [i]él? ¿Y si cometía algún fallo y terminaba decepcionándole? Y, casi peor que eso incluso, ¿y si terminaba haciendo el ridículo con su padre estando Daruu delante? No podría sacar la cabeza de su cama jamás...
—Ya hemos llegado.
Tan sumida estaba en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que Zetsuo se había detenido en seco hasta que chocó contra su espalda. Con un gemido y una disculpa ahogada, Ayame se apartó con brusquedad bajo la aguileña mirada de su padre, que había fruncido el ceño en un peligroso gesto.
—Antes de nada, os voy a dar unas breves indicaciones sobre lo que hemos venido a hacer aquí hoy —Bajo el portal de la entrada, Zetsuo se había quitado el sombrero de paja y la capa que hasta el momento le había protegido de la tormenta. Y en el momento en el que el médico miró de arriba a abajo a los dos muchachos con gesto desaprobatorio, Ayame se dio cuenta de que tanto ella como Daruu estaban más o menos mojados—. Aunque con las pintas que me traéis debería suspender la misión ya mismo... ¿Cómo vais a presentaros empapados como sapos?
—Lo siento... —Ayame bajó la mirada, azorada.
—En fin... No tenéis remedio—Zetsuo no tardó en suspirar con impaciencia—. Ya conocéis el Torreón de la Academia, así que ya sabéis lo que nos vamos a encontrar dentro: niños de todas las edades y los adultos, los profesores. Nuestra primera tarea será ir al salón de actos que se encuentra en la planta baja y allí dar una charla sobre la importancia de las vacunas en la sociedad.
«¿¡Qué!? ¿Vamos a tener que hablar en público? Pensó Ayame, horrorizada ante la idea.
Y, como si le hubiese leído el pensamiento, Zetsuo agitó una mano en el aire.
—Vosotros seréis mis ayudantes en la presentación. No tendréis que participar en la charla. A no ser que yo os lo indique, claro. ¿Tenéis alguna pregunta?
Temblorosa como un flan, Ayame negó enérgicamente con la cabeza.[/i]
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Era su primera misión, y como misión parecía más la tarea de un recadero que un auténtico servicio digno de un shinobi, pero allí bajo el agua de lluvia Daruu mantenía la barbilla bien alta y los hombros bien erguidos, orgulloso. Al menos, pensó, acompañar al director del hospital en una charla era bastante mejor que limpiar retretes, perseguir gatos, o arreglar puertas rotas por la tormenta. Kiroe solía reírse de él porque pronto tendría que hacer todas aquellas cosas, aseguraba. Quizás por eso no había querido solicitar una misión hasta el momento. Quizás, también, porque en casa tenía todos los gastos cubiertos. Pero algún día tenía que volar del nido, y la promesa de llegar a chunin que auguraba interesantes viajes con Seremaru no se iba a cumplir sola.
—Ya hemos llegado —indicó Zetsuo, y Daruu se sobresaltó, absorto en sus pensamientos.
Efectivamente, ante ellos se erigía el gigantesco Torreón de la Academia. Era una estructura como las del resto de la aldea: una torre alta de cemento, metal y cañerías de diversos materiales. Evidentemente había un ascensor, pero Daruu recordaba con demasiada frescura cómo en algunas clases físicas les habían hecho subir y bajar las escaleras del Torreón.
«La verdad, no me siento con energías para hacerlo ahora», reflexionó, y no sabía si eso significaba que se había oxidado un poco. De pronto se sintió arrepentido.
—Antes de nada, os voy a dar unas breves indicaciones sobre lo que hemos venido a hacer aquí hoy —dijo Zetsuo, y se quitó el sobrio sombrero de paja que había utilizado para cubrirse de la lluvia. Luego les echó a Daruu y a Ayame una mirada que para qué os voy a contar—. Aunque con las pintas que me traéis debería suspender la misión ya mismo... ¿Cómo vais a presentaros empapados como sapos?
A Daruu no le pareció que tuviera un por qué para cubrirse de la lluvia. Al fin y al cabo ellos estaban en Amegakure, ellos ERAN Amegakure. La lluvia era como el aire que respiraban para ellos. Sin embargo, bajó la mirada e hizo una reverencia pronunciada, como le habían enseñado. Porque Zetsuo era un superior, y así debía ser.
—Lo siento. —Se unió a Ayame en la disculpa.
—En fin... No tenéis remedio. Ya conocéis el Torreón de la Academia, así que ya sabéis lo que nos vamos a encontrar dentro: niños de todas las edades y los adultos, los profesores. Nuestra primera tarea será ir al salón de actos que se encuentra en la planta baja y allí dar una charla sobre la importancia de las vacunas en la sociedad.
Hasta ahora, ninguna novedad. Estaba a punto de preguntar si tenían que ayudarle a dar la charla, osea, a hablar. Porque, para empezar, nadie les había preparado un texto, y aunque todo shinobi debe saber lo que es una vacuna —diantre, toda persona con estudios debe saberlo—, no se sentía preparado para hacer ningún tipo de exposición pública. Y además, no le apetecía nada. Ese era un factor a tener en cuenta.
Afortunadamente, Zetsuo despejó sus dudas enseguida.
—Vosotros seréis mis ayudantes en la presentación. No tendréis que participar en la charla. A no ser que yo os lo indique, claro. ¿Tenéis alguna pregunta?
Daruu no tenía ninguna pregunta. Negó con la cabeza.
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Ante la negativa de los dos muchachos, Zetsuo sacudió la cabeza y entró en el torreón. Tras el paso de Ayame y Daruu, los portones de madera y hierro chirriaron a sus espaldas de aquella manera tan familiar que a la Ayame le produjeron escalofríos. No se había dado cuenta hasta verse a sí misma de nuevo en la recepción, pero no guardaba demasiados recuerdos buenos de su estancia allí.
Intercambiando el peso de una pierna a otra, observó como su padre se acercaba al mostrador. Tras identificarse y mostrar a la siempre amable recepcionista una copia de la petición de misión firmada por la misma Arashikage, Zetsuo se giró hacia ellos.
—Vamos —les indicó, y Ayame practicamente trotó hasta ponerse a su vera.
El salón de actos era su primera parada. Cuando entraron aún no había llegado nadie, y Ayame supuso que su padre debía de haber calculado al milímetro el tiempo para poder preparar todo lo necesario. Subieron al estrado, una tarima que se alzaba casi un metro desde el suelo. La madera vieja se quejó bajo su peso en cuanto pusieron un pie encima de ella.
—La última vez que estuve aquí fue en el acto de graduación... —murmuró Ayame, más para sí que para los demás.
Nunca sabría si Zetsuo la había escuchado, pues parecía muy ocupado tratando de enchufar correctamente un proyector que apuntaba hacia la pared del fondo y que actuaba a modo de pantalla.
—Hanaiko —llamó, antes de pasarle al muchacho un objeto oscuro y cilíndrico, plano por una de sus caras. Parecía un mando—. Te encargarás de ir pasando las diapositivas conforme vaya hablando. El botón derecho es para avanzar, el botón izquierdo es para retroceder.
«Fácil y sencillo...» Pensó Ayame, y su incomodidad se incrementó cuando se giró hacia ella.
—Ayame, tú te encargarás de la vigilancia. Cuando llegue la hora colócate allí —señaló hacia la parte derecha del salón, justo debajo de las ventanas—. Es una tarea sencilla, pero no por ello debéis bajar la guardia. ¿Alguna pregunta?
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3/08/2016, 17:16
(Última modificación: 3/08/2016, 17:19 por Amedama Daruu.)
Ninguno de los dos tenía pregunta alguna que hacer, al menos Daruu no las tendría hasta que alguien le diera alguna instrucción. Por ahora lo que les había ordenado Zetsuo era muy general.
De modo que los tres shinobi entraron a la academia y se dirigieron al mostrador. Allí les esperaba una recepcionista que siempre le había tenido manía a Daruu. Daruu ni siquiera sabía por qué. Quizás es que la tía fuera así de asquerosa con todo el mundo. El caso es que siempre le había llamado "pelopunqui", pero no en plan cariñoso, sino en plan de que cada vez que se acercaba a pedir algo casi parecía escupirlo con aquellos labios de puercoespín estreñido que tenía.
Tras intercambiar las justas y necesarias palabras con ella, se dirigieron al salón de actos. Estaba completamente vacío, y aunque no era especialmente grande, de hecho sí lo parecía, con todos aquellos asientos vacíos y desde allá arriba, desde la tarima. Daruu tragó saliva, de pronto intimidado.
—La última vez que estuve aquí fue en el acto de graduación... —murmuró Ayame.
—Yo también.
Estaban susurrando, pero no había razón para susurrar nada, porque allí no había nadie. Quizás el espacio tan abierto y el eco del escenario les intimidaba.
—Hanaiko[/color] —anunció Zetsuo, que estaba hasta ahora enchufando un proyector. Había estado tanto tiempo en silencio que escuchar su grave e imperiosa voz le hizo dar un respingo y casi no llegó a coger el mando que le había lanzado—. [sub=royalblue]Te encargarás de ir pasando las diapositivas conforme vaya hablando. El botón derecho es para avanzar, el botón izquiedo es para retroceder.
—De... de acuerdo.
No parecía difícil. Avanzar una diapositiva, retroceder una diapositiva. Chupado, y además podría colocarse en un lugar en el que no llamaría demasiado la atención... Caminó hasta el borde de la sala y al lado de una cortina. Y allí se quedó, esperando.
Ayame, tú te encargarás de la vigilancia. Cuando llegue la hora, colócate allí —Zetsuo dio instrucciones a Ayame y señaló hacia la parte derecha del salón, debajo de las ventanas—. Es una tarea sencilla, pero no por ello debéis bajar la guardia. ¿Alguna pregunta?
—No, no, todo está bien.
Pasaron unos minutos en silencio, y pronto el salón empezó a llenarse. Eran sobretodo niños, niños de bastante corta edad. Por lo visto les había tocado dar la charla a los pequeños que acababan de reclutarse en la Academia. Tenía sentido, pues era a ellos a los que empezaba a administrárseles las primeras vacunas, y también los que más resistencia oponían.
Claro, eso también significaba que menudo jaleo tenían allí montado. Los senseis intentaban corregirles para que se callaran y ocuparan ordenadamente sus butacas, pero a Daruu le pareció que iba a ser que no. Zetsuo estaba en el centro del escenario, con cara de impaciencia. Exactamente la cara que esperarías de un tipo que está deseando bajar y cruzarles la cara a todos y cada uno de los niños para que se callen. A Daruu no le gustaba aquella mirada, pero al menos por unos minutos no las dirigió hacia ellos.
—¡Hanaiko, enciende el proyector! ¡Ayame, a tu puesto! —Definitivamente, Daruu pensaba que Zetsuo estaba más habituado a dar órdenes a un equipo de campo de shinobis que a dar charlas sobre vacunaciones en la academia.
Daruu cogió el mando y de pronto se dio cuenta de que no había botón de encendido. Se acercó al proyector y apretó el botón, y el aparato emitió un zumbido extraño, bajito. No le dio importancia, porque la pantalla se había encendido correctamente y mostraba la primera diapositiva:
LAS VACUNAS: UNA PREVENCIÓN NECESARIA
Zetsuo se aclaró la garganta hasta en tres ocasiones, a intervalos de un minuto cada una, pero los niños no parecían callarse. Después de eso, se dedicó a fulminar con la mirada a cada uno de los senseis hasta que se daban cuenta, y se afanaban por callar a los aprendices con más esmero. Cuando la sala estuvo en un completo y sepulcral silencio, a pesar de algunas vocecillas curiosas, Zetsuo volvió a aclararse la garganta y empezó...
—Bien, como sabéis, la semana que viene empieza una campaña de vacunación muy importante, de modo que he venido a daros información sobre cómo las vacunas son útiles para protegeros a vosotros y a toda la sociedad contra todo tipo de enfermedades. Veréis...
Zetsuo miró de reojo a Daruu un segundo, que captó el mensaje y pasó a la siguiente diapositiva con el botón.
INTRODUCCIÓN
—Me llamo Aotsuki Zetsuo, y soy el director de uno de los hospitales más importantes de Amegakure. Estos chicos que me acompañan son genins graduados de pleno derecho, y están aquí para ayudarme. Todos hemos pasado por vacunaciones, tanto yo como ellos, aunque ellos, para su suerte, no han tenido que sufrir y ver brotes de enfermedades que están erradicadas gracias a las vacunas. Si yo os contara la de gente que ha muerto en mi hospital, o ahí fuera, mientras yo estaba a cargo del equipo médico en misiones...
Otra mirada y un gesto con la mano. Daruu le dio al botón. Pero esta vez no sucedió nada.
—Hanaiko, pasa la diapositiva.
—Eso intento, mire —Daruu le dio al botón, pero no sucedió nada.
—Joder, ¡que le des al puto botón!
¡No va!
—¡¡QUE LE DES AL PUTO BOTÓN!! ¡¡DALE MÁS FUERTE, QUE ERES UN BLANDENGUE!!
¡¡¡QUE NO VA!!!
Daruu apretó al botón hasta en treinta ocasiones, y entonces el aparato —el proyector— emitió un zumbido, el mismo que el muchacho había escuchado cuando lo encendió, pero ahora más fuerte.
Y las diapositivas pasaron a toda velocidad.
INTRODUCCIÓN
A LO QUE ME HE ENFRENTADO
ENFERMEDADES ERRADICADAS
HISTORIA DE LA VACUNA
VACUNAS COMUNES: ENFERMEDADES DEL PAÍS DE LA TORMENTA
EN LA ACADEMIA: VACUNAS PARA ENFERMEDADES EXTRANJERAS
CONSEJOS PARA EL DÍA DE LA VACUNA
FIN
¿ALGUNA PREGUNTA?
—¡¡¡¡¡BIEEEEEEEEEEN!!!!!
Los niños, creyéndose libres del yugo de la charla sobre vacunaciones, empezaron a levantarse a trompicones e intentar salir todos a una. A la mayoría los retuvieron los sensei, pero hasta Ayame llegaron unos cuantos...
—¡EH! ¡NI SE OS OCURRA, MOCOSOS! ¡¡DARÉ ESTA CHARLA CON MÁQUINA DE MIERDA O SIN MÁQUINA DE MIERDA!!
Se giró hacia Daruu.
—Mira que eres bestia, ¡ya la has roto! —exclamó, visiblemente enfadado.
Daruu estaba indignado: la máquina ya venía rota de casa. Pero bajó la mirada y se disculpó por lo bajini. Zetsuo ya daba miedo sin enfadar, imagínate enfadado.
Luego, se acercó al proyector y lo observó de cerca.
—Huele a quemado —dijo—. Si es que, estas cosas tan modernas...
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