Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Ya había pasado demasiado tiempo desde la última vez que la chica se dignó a pedirse una misión, es decir que se había tomado demasiado tiempo para “recuperarse” de lo ocurrido, que en sí solo le tomó unos cuatro días de reposo sin nada especial.
De cualquier manera, ese día la chica se había levantado con bastante pereza y luego de completar su ritual mañanero se dirigió hacia el edificio del Morikage, donde con un poco de suerte estaría un par de minutos y se podría retirar a cumplir con el encargo que le asignasen. Muy probablemente sea otra misión de rango D, si total, la chica solo había hecho una cosa en toda su vida y había sido buscar un gato que casi la mata.
~Si se vuelve a hacer el gracioso con esos bichos le meto el pergamino por el culo ~pensaba al momento de cruzar el umbral de la puerta principal del edificio.
No era un día que Ritsuko definiría como bonito, hacía un calor de todos los diablos y por ello había decidido pasarse sin la gabardina que la haría sudar como una cerda y en el interior del recinto la temperatura no parecía mejorar en lo más mínimo, cosa que seguramente tendría de mal humor a los encargados y eso pero no quedaba de otra, la chica necesitaba dinero y de paso tenía que ganar cierta confianza de parte de sus superiores si quería participar de los exámenes chuunin…
—Buenos días —saludó acercándose al mostrador más cercano y donde había sido atendida la última vez—. Quería solicitar una misión.
Acompañando a sus palabras, la pelirroja comenzó a desanudar la bandana que traía atada a la cintura con el simple propósito de enseñarla a modo de comprobante para el empleado de turno. El nombre seguramente lo sabría, después de todo en las calles de la aldea no había prácticamente nadie que no la reconociera salvo las generaciones más jóvenes que por algún extraño motivo no se enteran de nada.
—Kazama Ritsuko, genin con solo una misión rango D cumplida. —Y con eso concluiría su presentación.
Seguro le caía otra de rango D, y no se haría problema a no ser que le manden a buscar más gatos. ~Putos gatos ~Pensaba mientras rezaba a cuanto dios recordaba de cuentos y demás estupideces con tal de que no la manden con otro de esos animales endemoniados.
Detrás del mostrador, el mismo chūnin de cabellos castaños que se encontró la primera vez que fue a pedir misión, se abanicaba efusivamente en un vano intento por apaciguar el calor que hacía dentro del edificio.
—Buenos días. Quería solicitar una misión. Kazama Ritsuko, genin con solo una misión rango D cumplida —saludó Ritsuko, llamando la atención del joven que de inmediato abandonó sus papeles para centrar toda su atención en la recién llegada.
—¡Bienv...! —Inició el saludo, con una sonrisa. Pero enseguida en sus ojos apareció el destello del reconocimiento y su rostro se congeló en una mueca—. Oh, eres tú de nuevo. Vaya, hacía mucho que no te pasabas por aquí —Le replicó, con cierto rintintín. Ni siquiera le prestó atención a la bandana que la chica había desatado de su cintura y ahora zarandeaba frente a sus ojos en un intento de identificarse. Sacudió la mano, señalando las escaleras más cercanas—. Morikage-sama está en su despacho. Puedes ir a pedirle una misión tu misma. Penúltima planta.
Las escaleras que el chūnin le señalaba ascendían en caracol varias decenas de metros de altura, interrumpida solamente por los diferentes pisos por los que iba pasando Ritsuko. Al final de la escalinata, en la penúltima planta, dos portones con el kanji 森 grabado en grande en ellos, se alzaban imponentes sobre la pequeña genin.
Como era de esperarse, allí estaba exactamente el mismo tipo que la había atendido la última vez, solo que esta vez al menos la mandó con el Morikage y no se tomó la libertad de mandarla a una misión en que podría pasarla fatal. O al menos esperaba que Kenzou no la odiase de forma irracional como el resto de la población.
—Gracias —respondió la pelirroja dedicándole una leve reverencia al contrario y sin más, se dirigió a las escaleras mencionadas.
—No te joderá como el chuunin, espero —dijo la madre de la kunoichi que se había materializado ni bien la menor comenzó a subir las escaleras.
—Lo mismo digo —sentenció dando por finalizada la charla.
Luego de un rato subiendo escalones, la kunoichi alcanzó la penúltima planta y se dirigió a la gran puerta donde había un par de shinobis —probablemente jounins— parados a cada lado de la puerta. Ritsuko por su parte se dirigió a la puerta sin establecer contacto visual con ninguno de los dos y llevaba la bandana aún en la zurda, no se había molestado en volver a amarrársela porque de todas formas la tendría que mostrar, o eso suponía al menos.
"¡Toc toc!"
Se pudo escuchar en el interior del despacho del Morikage. Segundos después la puerta se abrió lentamente dejando un espacio suficiente para que la joven de ojos rojos ingresase haciendo el mínimo ruido posible.
—¿Morikage-sama? —preguntó con tono neutro asomándose con la sencilla intención de comprobar que el hombre se hallase allí dentro.
16/05/2017, 19:53 (Última modificación: 16/05/2017, 19:54 por Aotsuki Ayame.)
Cuidado con las manipulaciones, no he dicho que hubiese dos jonin en las puertas
Un par de toques resonaron en los portones, que no tardaron en abrirse con cierta lentitud y un ligero crujido. Ritsuko se vio a sí misma en una habitación amplia y, para ser de alguien de la posición de Kenzou, humildemente decorada. Varias estanterías repletas de libros de diferente índole forraban las paredes, y entre los espacios que quedaban alguna que otra maceta con plantas exuberantes y exóticas. En el centro del salón, un escritorio de la mejor madera de Kusagakure estaba acompañado por dos sillas y un sillón que en aquellos momentos estaba vacío. Moyashi Kenzou estaba de pie frente al ventanal que estaba tras el escritorio, con las manos cruzadas tras la espalda. Pero al escuchar la voz de la kunoichi se volvió inmediatamente hacia ella con una amable sonrisa curvando sus labios. Se trataba de un hombre de avanzada edad, pero cuyo cuerpo parecía conservar con plenitud su poderosa figura. Esbelto, de músculos marcados y fibrosos, nadie diría que aquel hombre tenía la edad que las arrugas de su rostro delataba. Su piel estaba ligeramente bronceada, y su rostro enmarcado por una cabellera corta y cana por el paso del tiempo.
—Oh, Ritsuko-chan, hacía mucho que no sabía de ti. Pasa, pasa. Toma asiento —la invitó a entrar con un gesto de su mano, señalando las dos sillas que se encontraban frente a la mesa. Él mismo tomó asiento en su propio sillón—. Menudo calor está haciendo hoy, ¿eh? Bien, ¿qué puedo hacer por ti?
Tras las puertas la pelirroja pudo divisar perfectamente la silueta del Morikage, allí de pie mirando por el ventanal aunque tan pronto la escuchó se volteó y la miró para luego invitarla a pasar.
—Disculpe la interrupción —Alegó aun desde la puerta.
La joven no tardó en ingresar a la habitación cerrando tras de sí los portones, acto seguido se acercó a una de las sillas aunque se sentó bastante al borde, después de todo no iba a tirarse el día allí.
—Venía a solicitar una misión —respondió con el mejor tono que halló en el momento.
Después de todo, la chica en realidad no tenía ningún otro motivo para estar allí, tampoco tenía mucha idea de cómo mantenerle conversación a Kenzou y más considerando que era más que seguro que se habría escuchado absolutamente todos los rumores que rondan por ahí respecto a la familia Kazama.
17/05/2017, 20:30 (Última modificación: 17/05/2017, 20:31 por Aotsuki Ayame.)
—Disculpe la interrupción —dijo, la pelirroja, aún desde la puerta.
—¡Oh, no es ninguna molestia! —respondió Kenzou, restándole importancia sacudiendo la mano y reiteró su invitación en que tomara asiento frente a él—. La verdad es que la mañana estaba siendo bastante aburrida. Hay que ver... unos días estás hasta arriba de papeleo y reuniones y otros días simplemente... te limitas a ver el día pasar.
Ella, diligente, obedeció y se sentó en una de las dos sillas. Pero lo hizo casi al borde, como si fuera a quemarle el culo o fuera a saltar en cualquier momento.
—Venía a solicitar una misión.
Kenzou se amasó las mejillas, pensativo.
—¡Ah, qué bien! Precisamente esta mañana ha llegado una misión de rango D que precisaba cierta urgencia. Déjame ver...
Kenzou se inclinó y abrió el último cajón del escritorio. Sus manos rebuscaron durante unos instantes, pero al final terminó sacando un pergamino de aspecto completamente nuevo y lacrado con el símbolo de Kusagakure y la letra D encima.
—¡Aquí está! Espero que tengas mucha suerte, Ritsuko-chan. Ya sabes que contamos contigo —sonrió, tendiéndole las instrucciones de la nueva misión de la pelirroja.
Misión rango D. Proteja la carreta
Solicitante: Shiro Gohan Lugar: Arrozales del Silencio Solicitud: Con la escasez de lluvias de los últimos meses, los suministros de arroz de la aldea de Kusagakure han alcanzado sus mínimos, por lo que necesita con urgencia reponerlos. Su principal distribuidor se encuentra en los Arrozales del Silencio, y ha solicitado un genin para custodiar su mercancía durante la travesía.
El genin asignado deberá reunirse con los hombres de Shiro Gohan en la entrada de la aldea mañana a las 9 en punto de la mañana para partir de inmediato a los Arrozales del Silencio y hacer el viaje de vuelta con los suministros solicitados: 100 sacos de arroz.
El morikage parecía bastante animado aquel día pese al calor infernal que tan mal traía a otros. Incluso parecía feliz de que ella apareciera en ese instante, cosa que ya era decir mucho aunque sería bastante más llamativo si el que reaccionaba así era el chuunin de abajo.
De cualquier manera, la pelirroja ya había dadas a entender sus intenciones allí así que el anciano no tardó demasiado en tenderle aquello que había solicitado, un pergamino presuntamente nuevo y que según el propio Kenzou, contenía la información relacionada a una misión un tanto urgente pero aun así seguía siendo un encargo de rango D, nada grande como para molestar a shinobis de rangos más elevados.
~Que no sea un gato, por amor a dios ~pensaba en lo que se acercaba a tomar el pergamino con cierta delicadeza.
La pelirroja prefirió leer el contenido del mismo antes de retirarse de la sala, así al menos, en el caso de que la mandaran a buscar más animales perdidos podría pedirle de alguna manera al Morikage que le cambie la misión, después de todo no quería sufrir lo mismo que la última vez.
Una vez leído el rollo, la menor lo devolvió al estado en el que le había sido entregado y lo metió dentro de su portaobjetos tras lo cual simplemente centró su mirada en el Morikage.
—Lo haré lo mejor que pueda —sentenció dedicándole una ligera reverencia—. Si no me necesita para nada más me retiraré a prepararme —indicó a su superior con el mejor tono de voz que tenía.
Tras ello, si Kenzou no la detenía se retiraría a su casa, justamente para preparar todo lo que pudiera llegar a necesitar para el día siguiente cuando la misión diera comienzo. Así sea algo urgente, seguramente terminaría siendo bastante sencillo, como mucho debería de enfrentarse a uno que otro animal salvaje o tal vez a un par de bandidos menores, nada del otro mundo.
18/05/2017, 18:37 (Última modificación: 18/05/2017, 18:38 por Aotsuki Ayame.)
—Lo haré lo mejor que pueda —sentenció la kunoichi, dedicándole una ligera reverencia, y Kenzou asintió conforme.
—Sé que será así —respondió, con aquella inamovible sonrisa en sus labios. Confiaba en sus shinobi lo suficiente como para saber que siempre daban lo máximo de sí en sus tareas.
—Si no me necesita para nada más me retiraré a prepararme.
—Si tú no tienes ninguna duda con respecto a la misión, puedes marchar. Buena suerte, Ritsuko-chan.
El hombre apoyó sendas manos en los apoyabrazos de su sillón y se reincorporó. Tras despedir a Ritsuko, Kenzou se volvió de nuevo hacia los ventanales de su despacho para admirar las vistas de su aldea.
Así fue como la kunoichi se retiró tras despedirse del Morikage. Dudas no tenía y seguramente sería más conveniente que las respondieran en el mismo trabajo, después de todo Kenzou no tenía la necesidad de saber cada detalle al respecto.
Lo primero que ella haría sería regresar a casa para preparar todas sus cosas para el día siguiente, cuando comenzaría el trabajo que seguramente no tendría mayores inconvenientes. ~¿Me regañarán si un mapache se roba algo? ~pensaba divertida mientras bajaba las escaleras.
—¿Me matarán si no voy? —Murmuraba aún somnolienta debajo de las sábanas.
—Kenzou dijo que era urgente —respondió la mujer espectral que se encontraba a un lado de la cama.
—¿Y por qué tan temprano?
La pelirroja siguió quejándose por el resto de la mañana, no tenía muchas ganas de salir y cuidar un carromato que seguramente no tendría ningún tipo de inconveniente por el camino pero era el trabajo que le habían asignado, no le quedaba de otra que hacerlo o seguramente el Morikage le daría una paliza por inútil.
Tras desayunar y coger todas sus herramientas, la chica salió de casa y se dirigió hacia el lugar mencionado por el pergamino, la entrada de la aldea. Con un poco de suerte los demás habrían llegado más temprano y podrían partir antes de lo esperado ~dudo que sea un viaje agradable ~se dijo a sí misma teniendo en cuenta que iban a salir de Kusagakure y por ende, era más que probable que todos los que la acompañarán sepan de los rumores.
En la entrada de la aldea, sobre el puente que cruzaba la zanja de más de cien metros de largo y que se hundía otras decenas de metros en las profundidades de la tierra y que servía a su vez de muro, un carro de madera tirado por dos caballos aguardaba pacientemente su llegada. Habían atado con cuerdas tensas y fuertes un objeto con forma de cubo, tapado por una tela, y que debía medir unos ocho metros cúbicos aproximadamente. A bordo del transporte, y a cargo de las riendas, dos hombres murmuraban entre sí. Sin embargo al ver aproximarse a la muchacha, uno de ellos alzó el brazo con una amplia sonrisa.
—¡Ey! ¿Tú eres la kunoichi que nos han adjudicado para la misión? —el hombre que había hablado era larguirucho y escuálido como un palo. Tenía el rostro afilado, los ojos verdes y los cabellos de un color similar a los de Ritsuko, rojos como el fuego—. Mi nombre es Daiko, y este fortachón de aquí es Gonken.
El apelativo no era casual. Gonken era un hombre más alto que Daiko, y visiblemente más fornido. Fácilmente podría ser dos veces Daiko. Tenía el pelo corto, oscuro, y sus ojos grisáceos observaban a la kunoichi con fijeza, como si estuviera evaluándola. Estudiándola.
—Bueno, ¿nos vamos? Nos espera un largo viaje hasta los Arrozales del Silencio —soltó una risilla zorruna, mientras le señalaba a Ritsuko con una mano el hueco que quedaba en la zona de carga.
Mientras Ritsuko se acercaba podía divisar un par de figuras masculinas, podía tratarse de un par de civiles de paso pero pronto uno de ellos comenzó a hablarle directamente a ella y dando las cosas por sentado procedieron a presentarse, o mejor dicho el más escuálido presentó a ambos.
—Un gusto —respondió principalmente por cortesía ante las presentaciones.
La joven no sintió necesarias las presentaciones ya que el hombre delgado prosiguió con la conversación dejándole en claro que la reconocían perfectamente, de lo contrario seguramente no hubiera soltado esa molesta risilla al indicarle dónde debería quedarse ella para viajar. ~Sería una pena que cierta kunoichi falle en su trabajo. ~Pensaba divertida, haciéndose la idea de dejar que cualquier cosa pase con ese carruaje pero pronto la imagen de Kenzou la hizo replantearse las cosas.
De todas formas la pelirroja se fue al lugar indicado y se acomodó como buenamente podía, lo peor probablemente sería pasar todo el bendito viaje allí metida pero hasta cierto punto sería lo mejor. ~Espero que no se prolongue demasiado el viaje.
La kunoichi subió al carro, y sólo cuando los dos hombres se aseguraron de que se había acomodado, Gonken sacudió las riendas. Los caballos resoplaron ligeramente y, tras un ligero vaivén, el carro comenzó a moverse hacia el sur. Las tablas crujían y vibraban debajo del cuerpo de las tres personas que iban a bordo. Pero al menos Daiko y Gonken no parecían dar muestras de molestia. Ya debían de estar habituados a aquellos viajes tan ajetreados, sacudidos por la gravilla y la tierra del camino.
—Aaahh... Esto va a ser largo —comentó Daiko, con aquella risilla zorruna suya, mientras examinaba un pergamino que llevaba entre sus manos. Un mapa algo arrugado por el paso del tiempo y que reflejaba todo Ōnindo—. Casi un día entero, ¿no es así, Gonken?
El grandullón asintió sin una sola palabra.
—Pues tendremos que parar a mediodía para comer y descansar un poco, qué remedio... Oye, chica, aún no nos has dicho tu nombre —exclamó Daiko, que se había vuelto en su asiento hacia la muchacha, ensanchando aún más su sonrisa—. Y encima hace un calor de muerte, ¿no tienes sed? —añadió, agitando una cantimplora que había sacado de su bolsa.
Poco después de que la kunoichi terminó de acomodarse el carro comenzó a moverse. Tenía que agradecer que no lo pusieron en marcha hasta que ella se terminó de acomodar o tal vez se habría dado un buen golpe contra el piso.
De cualquier manera, como bien dijo el delgaducho de risa extraña, iban a estar prácticamente todo el día viajando, o según lo que ocurriese podría llegar a tomar más de un día, pero con un poco de suerte llegarían rápido.
Finalmente, cuando menos se lo esperaba pasaron a hablarle a ella y por un instante se quedó en silencio sin siquiera saber qué responder incluso tratándose de una pregunta tan simple como aquella, pero al final lo hizo.
—Eh… Ritsuko —dijo algo sorprendida.
~¿Extranjeros? ~Esa era la única explicación posible según la pelirroja, de lo contrario la deberían de tratar pésimo, con absoluto desprecio y cosas similares, incluso supuso que por eso la habían mandado con la carga pero tal vez se haya equivocado desde el inicio.
—No, gracias —respondió ante la oferta que le habían hecho.
Puede que más tarde le terminase haciendo falta, pero de momento iba perfecta... Aburriéndose ahí atrás, sin tener otra cosa que hacer más que mirar el paisaje por si algo aparecía. cosa que dudaba bastante.
La kunoichi se negó y Daiko se encogió de hombros.
—Como quieras, Ritsuko-chan. Si en algún momento la necesitas, avísame. Soportar este calor durante tanto rato puede llegar a ser verdaderamente sofocante. ¿Verdad, Gonken?
El otro gruñó en respuesta. Aunque era evidente que no lo estaba pasando del todo bien. Había comenzado a sudar, y gruesos goterones perlaban su frente. Daiko se acomodó en su asiento, con los brazos cruzados tras la cabeza. Así continuaron el viaje, sin mucha más conversación. El paisaje a su alrededor seguía tan anodino como de costumbre. Árboles, árboles y más árboles. Algún que otro pájaro rompió la monotonía al sobrevolar sus cabezas, pero nada más. Y el calor cada vez era más sofocante. Incluso los caballos habían comenzado a resoplar con insistencia.
—Busquemos un río, Gonken. No puedo soportarlo por más tiempo y los caballos necesitan beber para continuar el viaje —suplicó un exhausto Daiko, repantigado en su asiento de cualquier manera.
Gonken asintió en silencio y giró las riendas para que los caballos abandonaran la senda. Recorrieron varios centenerares de metros entre constantes sacudidas y la tierra temblando bajo las ruedas, que crujían con pesadez. Fue entonces cuando escucharon con claridad el rumor del agua cerca de ellos y Gonken envió a los caballos en aquella dirección. Habían llegado a un pequeño claro en el que los árboles y los arbustos se abrían para dejar paso a un pequeño prado de hierba algo crecida. Al fondo, el río que habían escuchado discurría con fiereza. Aunque los caballos prácticamente se abalanzaron a beber en cuanto el carro se detuvo y los dejaron libres.
—¡Aaaaahhhh! ¡Qué ganas de estirar las piernas! Espero que no hayas estado demasiado incómoda ahí atrás. Si Gonken no ocupara como dos de nosotros podrías haber venido delante con nosotros.
El aludido volvió a gruñir. Se estaba moviendo por los alrededores del claro, recogiendo leña y dejándola en el centro del claro.
—Oye, Ritsuko-chan. Por casualidad no tendrás una manera de encender el fuego de manera rápida, ¿no? Ya sabes, dicen que los ninjas tienen habilidades mágicas y esas cosas... Así nos ahorraríamos un tiempo crucial calentando la comida...
Justo ese día el calor no parecía tenerles piedad, era tan intenso que incluso los caballos comenzaban a quejarse y Ritsuko se había quedado literalmente estúpida mirando al cielo, con mirada perdida como si se hubiese desmayado pero seguía consciente y también respirando, por suerte.
Para cuando se comenzó a notar lo que estaba sudando la pelirroja, el más delgado de los hombres suplicó por un río, donde probablemente podrían reabastecerse de agua y de paso si se les antojaba podrían refrescarse, o al menos quitarse un poco del sudor que tendrían encima.
Por suerte para todos, había un río relativamente cerca y no tardaron en llegar. Los caballos fueron los primeros en moverse, es decir, ni bien se los liberó se fueron directamente a beber agua mientras que los demás ciertamente se tomaban algo de tiempo, especialmente la kunoichi que se le había entumecido el trasero de estar sentada durante tanto tiempo.
Ritsuko ni bien bajó del carromato comenzó a estirar las piernas tanto como podía en un intento por recuperar la sensibilidad y una vez logrado procedió a hacer lo mismo con los brazos. ~Que horror, voy a terminar toda contracturada así ~se lamentaba mientras le tronaba alguna que otra articulación.
Y justo cuando terminó lo suyo, Daiko se le acercó para preguntar una cosa que… Ciertamente ella podría proporcionarle, pero si no se hacía con cuidado podría terminar en un desastre.
—Eh… Sí, dame un momento —respondió antes de acuclillarse y comenzar a arrancar algo de hierba del suelo para dejar la tierra lo más expuesta posible.
Lo que menos quería era que se incendiara más de la cuenta por tirar un chorro de lava sobre un montón de hierba que no podía estar demasiado húmeda con el calor que hacía.
Luego de dejar un círculo de tierra sin nada de hierba y haber hecho un diminuto pozo con las manos, la kunoichi formó una serie de sellos y de la válvula presente en la mano derecha brotó un hilo de lava que fue a caer directo en el agujero. Total, bastaba con meter una rama o algún palo en la lava para que se incendiara.
—¿Sirve? —preguntó algo más animada ya poniéndose de pie y limpiándose con las manos los restos de lava que le quedaron en la válvula.
Si no se le solicitaba nada más iría hasta el río aunque sea para lavarse las manos y mojarse un poco el cabello, cosa de pasar mejor el calor que hacía.
¤ Yōton: Yōgan no Ito ¤ Elemento Lava: Hilo de Lava - Tipo: Ofensivo - Rango: C - Requisitos: Yōton 25 - Gastos:
El largo del hilo de lava alcanza los 15 cm y no supera los 2 cm de diámetro llegando a recorrer 4 metros de distancia respecto del usuario.
El largo del hilo de lava alcanza los 30 cm y no supera los 4 cm de diámetro llegando a recorrer 8 metros de distancia respecto del usuario (multiplicado x2).
Esta es una de las técnicas más simples que Ritsuko ha logrado desarrollar. Tras realizar los sellos correspondientes, la kunoichi regurgita o expulsa de alguna de sus válvulas un hilo de lava que avanza en línea recta hasta chocar contra el objetivo o en caso de que no impacte contra nada, se enfría, solidifica y se deshace.
En este caso, la versión multiplicable no puede ser utilizada mediante las válvulas debido al tamaño de las mismas que no permiten el paso de un proyectil demasiado ancho, por lo que la lava no tarda demasiado en solidificarse y volverse completamente inútil.